CAPÍTULO 37.

JOSEPHINE ASTLEY》

El rey William miró una vez más a la princesa Lauren, acarició su mejilla y solo en ese momento un par de lágrimas se derramaron desde sus ojos oscuros, las limpió con su pañuelo negro y esa fue la única muestra de debilidad que nos enseñó.

—Joven Rees —llamó el rey, Lorie se apresuró a colocarse a su lado y esperó en silencio. El rey se tomó su tiempo recorriendo las facciones eternas de la princesa Lauren, cerró la tapa con suavidad y lanzó una plegaria en voz baja. Se volvió hacía Lorie y lo miró con cuidado por algunos minutos antes de suspirar.

—Joven Rees, necesito que usted lleve a la reina Lauren de regreso a Misnk —susurró, Lorie se quedó callado mientras sopesaba aquellas palabras—. No puedo confiarle este trabajo a nadie más que a usted, joven Rees —dijo y puso una mano sobre el hombro de Lorie, quien asintió con cuidado.

—Por supuesto, majestad —fue su respuesta, pero su cuerpo parecía tenso.

—Te asignaré una guardia para que lleguen a salvo hasta donde se encuentra el príncipe Lawrence. —Suspiró—. Explícale lo que ocurrió a él y a Laurie y Lorin y a todos en Minsk. Le enviaré una carta cuando haya hablado con el rey Eadred, mientras tanto Lawrence estará a cargo del reino y usted, joven Rees, lo ayudará.

—Entiendo, majestad.

—Que se oficie una ceremonia para la reina y que se construya un lugar de descanso dentro de Briansk. —Su voz pareció romperse en las últimas palabras, pero respiró hondo—. Cuando la guerra inicie asegúrate de que las fronteras sean protegidas y cerradas por completo, no dejen entrar o salir a nadie. Nuestro territorio es grande y rico lo más probable es que vayan tras esa riqueza, sin embargo, el resto de nuestro ejército entrará a Loramendi hoy y nos reuniremos para planear y ganar esta guerra —dijo en voz grave mientras miraba a Luckyan y a mí.

—Sí, majestad. Se hará todo lo que nos pide, tiene mi palabra.

—Lo sé, joven Rees. Si el destino nos lo permite nos volveremos a ver y Loramendi y su rey habrán caído, mientras tanto cuide de mis hijos e informe de todo a la corte. —Cerró los ojos un momento y se frotó las sienes, lucía cansado.

—Majestad —saludó Lorie e hizo una reverencia profunda.

—Rey William, me gustaría hablar con usted y pedirle un favor —dijo Luckyan y el rey William asintió—. Todas las personas que están aquí arriesgaron su vida por sacarnos del palacio en Mariehamn, me gustaría que ellos pudieran volver a Minsk con su gente para estar a salvo.

El rey William guardó silencio y pensó en ello durante algunos segundos antes de respirar hondo, miró a su alrededor, algunos de los demás sirvientes estaban fuera de la casa y caminaban intranquilos entre las matas de trigo y los árboles circundantes.

—Está bien, Luckyan, pero ellos deberán ir por voluntad propia sino es de esa forma Minsk no les brindará protección.

—Entiendo, majestad, hablaremos con ellos entonces.

❁❁❁❁

Dejamos al rey William en aquella pequeña sala mientras salíamos al patio para hablar con los sirvientes, para nuestra sorpresa la mayor parte de ellos estaban dispuestos a hacer el viaje hasta Minsk junto a la guardia del rey. Solo algunas personas como Alfred, los amigos de Raphael y algún par más habían decidido quedarse y ayudar en lo posible y lo agradecimos porque aparte del ejército del rey William nosotros no contábamos con nadie más.

Una hora después un carruaje negro tirado por caballos alazanes apareció en el camino de gravilla junto otro pequeño grupo de soldados que cargaban bolsas con lo que parecían ser provisiones. Aquel sería entonces el último carruaje que llevaría a la reina Lauren hacia Minsk.

—Nos volveremos a ver en algún momento, Lauren —susurró Luckyan cuando el ataúd fue trasladado de la sala hacia el carruaje, habían lágrimas en sus ojos, pero esta vez no las derramó, simplemente respiró hondo.

Lancé una suave plegaria al cielo y a lo que sea que hubiera más allá si es que lo había y escuchaba: "Que su alma consiga consuelo y paz".

—No puedo dejar que se quede aquí, príncipe Luckyan —dijo el rey William, Luckyan guardó silencio, pero asintió en acuerdo.

Los vimos subir el ataúd y también a los sirvientes prepararse con la poca comida y agua que había en aquella casa para el camino, con suerte llegarían rápidamente hasta donde esperaba el príncipe Lawrence e irían a Minsk y por fin estarían seguros.

Me alejé de Luckyan y el rey William para ir a donde aquel par de ojos almedrados me miraban con temor.

—Olive —susurré y la abracé con fuerza, ella me devolvió el abrazo.

—¿No vendrás, Jo? —preguntó y el nudo en su garganta le impidió seguir hablando, suspiré y negué con la cabeza.

—No puedo dejar a Luckyan aquí otra vez —respondí, ella se alejó de mis brazos y gruesas lágrimas empaparon su rostro.

—Pero... pero la guerra, creí que... irías con nosotros que...

Volví a negar con la cabeza con lentitud, apreté su mano con la mía y miré el carruaje negro.

—Lo siento, lo siento mucho, Olive. Pero no puedo irme ahora, la última vez casi matan a Luckyan... yo... —Ahora fui yo quien se quedó sin palabras y las lágrimas cayeron por mi rostro.

—Lo entiendo, sí..., pero ya has hecho demasido por todos...

—No lo suficiente —susurré, presioné sus manos con más fuerza—. Ve a Briansk con Lorie, quédate en el castillo y cuida de los hijos del rey como yo lo hice, ellos lo necesitan y yo necesito saber que ellos estarán a salvo —murmuré, Olive se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, me miró y asintió.

—Lo haré, te lo prometo, Josephine. —Y aquella promesa me hizo sentir mucho mejor.

—Cuídate, Olive... Tal vez pronto nos volveremos a ver. —La abracé una vez más contra mi cuerpo y después la dejé ir para que pudiera reunirse con los demás, la señora Edwards se acercó y dejó un beso en mi mejilla.

—Gracias —dije y sus brazos me envolvieron, no tuve palabras para decirle más, para decirle lo mucho que le agradecía por cuidarme y por creer en mí.

—Rezaré por volver a verte a ti y al príncipe Luckyan —susurró contra mi cabello y luego alejó sus brazos de mí y caminó hasta Olive.

—¿No vas a Minsk, querida Josephine? —preguntó mientras caminaba lentamente hasta mí con un par de muletas. Miré a Mikhail, vestía ropa limpia y él mismo parecía limpio, sonreí.

—No, Mikhail, me quedaré aquí.

—¿Te lo ha pedido tu príncipe? —Y enarcó una ceja con cuidado, negué con la cabeza.

—Me dijo que me fuera, pero no puedo dejarlo.

—Tanta lealtad, tanta falta de razón de tu parte, quería Josephine —susurró, pero había una sonrisa en sus labios.

—Perdón, necesito quedarme, Mikhail —dije, él estudio mi rostro en busca de algo más, locura quizá.

—No necesitas disculparte por nada, querida Josephine. Tal vez sea tu falta de razón la que te convierta en reina algún día. —Se encogió de hombros, sonreí—. Cuídate, Josephine. Cuídate y cuida a tu príncipe, aunque sé que no debería decírtelo. Y cuando tengan la oportunidad maten a Eadred... te estaré esperando, todavía me debes una historia —susurró y yo me aferré a su cuerpo con abrazo—. Eres valiente, pequeña repostera, eres muy valiente...

—Adiós por ahora, Mikhail. —Dejé un besó en su mejilla y él acarició mi cabello y suspiró.

—Querida Josephine, no veremos cuando la guerra termine por fin. —Y se alejó hacia el grupo de personas que esperaban para partir a Minsk. Observé los rostros, la única persona que faltaba era Mariette, pero nadie sabía de ella después de lo que pasó en el palacio en Mariehamn, solo esperaba que hubiera salido con vida y estuviera bien.

—Adiós, Josephine —se despidió Lorie, su rostro serio y preocupado, lo abracé con fuerza y él dejó un beso en mi mejilla.

—Cuídate y cuida a los príncipes, por favor, Lorie —susurré, él suspiró con fuerza.

—Lo haré, Josephine. Los cuidaré con mi propia vida de ser necesario

—Diles que... que cuando esto termine volveremos a vernos. —Las lágrimas cayeron frías sobre mis mejillas, Lorie asintió despacio y volvió a abrazarme.

—Me alegro de estar aquí y me alegro por haberte conocido. Nos veremos cuando el rey Eadred haya muerto por fin.

—Adiós, Lorie —me despedí, él estrechó mi mano y se puso al frente de aquella pequeña caravana de refugiados.

Después de unos minutos los vi marcharse hacia el atardecer y deseé que fuera cierto, que volviéramos a vernos y que esta guerra terminara bien para nosotros.

El brazo de Luckyan me arropó con suavidad, dejó un beso en mi mejilla y presionó su cuerpo contra el mío de forma suave.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó con voz ronca, él también observaba como aquellas figuras se alejaban cada vez más y más de nosotros.

—Lo estaré. —Suspiré, Luckyan me abrazó y me dejó llorar una vez más entre sus brazos.

En la distancia una voz que gritaba.

—¡Príncipe Luckyan! ¡Rey William! —Era Raphael que avanzaba con prisa hasta nosotros en lomos de su caballo y agitaba con fuerza un pequeño rollo de pergamino.

—La respuesta de mi padre —dijo, tomó mi mano y juntos esperamos a que Raphael demostara, cuando lo hizo dejó el pergamino sobre la mano de Luckyan quien apretó los dientes y resistió el impulso de romper el sello y leerlo.

Entramos a la casa donde el rey William hablaba en voz baja con el consejero Rees, ambos nos miraron expectantes.

—La respuesta, majestad —dijo Luckyan y le entregó el pergamino, él lo tomó y leyó, luego se lo devolvió a Luckyan.

"Te estoy esperando William. Tú y el traidor de mi hijo pueden venir cuando quieran, seré yo quien exhiba sus cabezas en mi palacio.
Los veré mañana a primera hora en la entrada sur de Mariehamn, les daré el paso libre hasta el puente de piedra y hablaremos entonces".

~Eadred Loramendi


—¿Una trampa? —pregunté.

—No, todavía conserva su orgullo y querrá vernos, querrá restregarnos en nuestras caras la muerte de Lauren y exhibir la traición de Luckyan. Pero nada de eso va a detenernos, Eadred comenzó una guerra y nosotros vamos a ponerle fin...


Dejen sus comentarios saben que siempre soy muy feliz al leerlos ❤️

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