Capítulo extra

Aiden

—De nuevo, agradezco que hagas esto por mí —le ofrezco una amable sonrisa, pero no puedo evitar acortar la distancia entre los dos y abrazarlo.

—No tienes nada que agradecerme, hijo. Sabes que siempre tienes un hogar aquí en Alemania —inquiere Johan, con esa rotunda ternura y calidez que posee, me aferro a nuestro abrazo porque siento que es todo lo que necesito en estos momentos. Nos quedamos en un pequeño silencio por unos minutos hasta que me animo a apartarme de él de nuevo.

—Gracias —vuelvo a decir con sinceridad, Johan quita las pequeñas arrugas de mi traje en un gesto paternal que inconscientemente, me hace pensar en mi padre.

Si Archer Mountbatten estuviera aquí, probablemente haría lo mismo, incluso me daría un pequeño discurso sobre qué tan importante es lo que estoy a punto de hacer, pero lamentablemente es algo que jamás podrá suceder. Johan, suspira y me mira directo a los ojos.

—Estoy muy orgulloso de ti, siempre lo he estado.

—Lo sé —digo con sinceridad. No existe ningún rey tan amoroso y sincero como lo es el rey de Alemania, quien me ha dado acogida desde que me marché de Inglaterra.

No culpo a la reina por lo que pasó, tampoco intento guardarle rencor, pero aún duele, duele no poder volver a casa y aunque los reyes de Alemania me han acogido con amor en su reino, sigo siendo el príncipe de Inglaterra aun en mi exilio, aunque un príncipe al ser exiliado pierde sus títulos, la mayoría me recuerda como Aiden Mountbatten el príncipe heredero de Inglaterra.

Cuando puse un pie fuera de mi país, creí que lo tenía todo perdido, había perdido lo que alguna vez conocía, incluso más y creí que la reina en parte, cumpliría su palabra de no volver a comunicarse conmigo, sin embargo, sé que habla con los reyes para saber sobre mí y hace poco, gracias al rey Johan y la reina Melania, he llegado a entender que a veces los padres toman decisiones difíciles, hacen de piedra su corazón ante ciertas circunstancias no porque se les haya acabado el amor a sus hijos sino porque quieren lo mejor para ellos y a veces, lo mejor es distanciarse y dejarles seguir su propio camino, forjar su vida aun cuando hay tropiezos que duelen lo suficiente como para dejar una herida permanente.

La reina solo hacía su trabajo, protegía a su reino y a su familia, me protegía a mí, aunque su manera de hacerlo no era la que esperaba. Quería que me convirtiera en el siguiente rey, pues me preparé para ello toda mi vida, sin embargo, creo que el destino tenía un rumbo distinto en mi vida, quizás nunca estuve del todo destinado a ser el rey de un país como siempre lo creí.

Exiliarme parecía la mejor manera de salvarme. La reina Cristina me ocultó gran parte de la verdad y las razones por las que me sacó del país de una manera que en su momento fue dolorosa y cruel, pues me aparto de la única familia que creía tener, sin embargo, ella solo intentaba cuidar de mí como una madre, de no ser así, el parlamento real hubiese acabado conmigo, me hubiese visto envuelto en una circunstancia mucho peor sobre quién ocuparía el trono, pues alguien más lo deseaba obtener sin importar acabar mi vida, quizás no tendría la misma historia que mis padres, pero mi historia sería similar, hasta incluso más trágica. Un príncipe que jamás llegó a ser rey porque murió antes de tiempo.

Pensándolo de ese modo, un príncipe exiliado suena mucho mejor que lo otro.

—Bien, ¿ya estás listo? —pregunta el rey con una sonrisa en los labios.

—Estoy nervioso —me atrevo a decir y su sonrisa se ensancha.

—Es normal y créeme. —Se inclina más hacia mí como si estuviera a punto de revelarme un secreto—. Será difícil que los nervios se vayan, sobre todo cuando estés haya afuera.

—¿Tú crees?

Arqueo las cejas.

—Te recuerdo que ya pasé por esto. Sé cómo se siente.

—Es verdad. —Me río por culpa de los nervios y por lo boba que debió de ser mi comentario—. ¿Algún último consejo?

Sugiero, Johan coloca una mano en mi hombro y me da un ligero apretón. Yo era solo un bebé cuando mis padres le pidieron que fuera mi padrino de bautizo y desde ese día, el rey nunca ha abandonado mi lado, me ha cuidado como si fuera un padre para mí a pesar de las circunstancias.

Su mirada se encuentra con la mía, distingo una pizca de admiración en ella lo que me hace sentir especial.

—Creo que ya te he dado muchos. —Se ríe de su comentario, es una risita corta y de nuevo suspira—. Pero lo último que quiero decirte es que estás a punto de dar un gran paso en tu vida, incluso mucho más grande que convertirse en rey.

—Supongo que sí. —Vuelvo a sentir una especie de nervios en mi interior, ahora soy yo quien suspira y Johan no desvía su mirada de la mía—. Me alegro de tenerte aquí, a veces quisiera que mi padre lo estuviera él...

—Él te diría que está igual de orgulloso como lo estoy yo de ver el hombre en que te has convertido. Y te diría que intentes vivir tu vida —inquiere con seriedad.

Por mucho tiempo, pasé mi vida rigiéndome bajo órdenes, haciendo lo que los demás decían porque era lo correcto para mí, crecí en un mundo en el que mis decisiones eran tomadas por alguien más antes que por mí, ahora que me he desligado de ello, me he dado cuenta de que tomar tus propias decisiones puede ser la tarea más complicada, no es fácil deshacerse de algo a lo que siempre has estado acostumbrado.

—Y eso haré.

Le sonrío y él hace lo mismo.

Nos damos un último y largo abrazo.

***

Johan y yo llegamos a la iglesia primero. Siempre creí que el día en que me comprometiera con alguien, sería anunciado en todo el país, sin embargo, hoy estoy casándome en secreto por culpa de mi exilio y aunque aquello pueda resultar deprimente, en el fondo, me resulta especial. Tengo mi libertad, no hay reglas ni ordenes que deba seguir todo el tiempo, tengo oportunidad de forjar mi propio destino sin importar qué, y esa felicidad no me la ofrece ninguna corona.

Espero en el altar junto al arzobispo, las manos comienzan a sudarme por culpa de los repentinos nervios que comienzo a sentir. La boda transcurre de una manera muy simple, aunque tierna, Jess entra al altar con un hermoso vestido blanco, tiene un par de meses de embarazo, pero es apenas notorio, cuando los dos quedamos frente a frente, se me acelera el pulso y más cuando el arzobispo comienza la ceremonia y aún más cuando escucho a Jess dar el sí, después de mí.

***

—¿Qué sucede? —pregunta Jess cuando los dos tenemos tiempo de tener un momento a solas. Hemos tenido una pequeña celebración con un par de viejos amigos aquí en Alemania, y aunque estoy contento de haberme comprometido con la mujer que amo, no puedo dejar de pensar en mis hermanos y mi abuela, en cuanto los extraño.

—Nada malo, espero. —No sé por qué respondo eso al tiempo en que me encojo de hombros, pero ha salido con naturalidad de mi boca, Jess oprime una mueca.

—Estoy segura de que ellos también te extrañan —inquiere con tristeza. Suelto un suspiro, sus padres han tenido oportunidad de visitarnos, he sido bien recibido en su familia y aunque Alemania es ahora mi hogar, extraño el lugar en el que crecí y a todos ellos con los que me críe.

—Sí, estoy seguro de que lo hacen. —Vuelvo a suspirar, Jess se acerca a mí y coloca una mano en mi rostro para obligarme a mirarle, sus ojos castaños observan a los míos por unos largos segundos, intento darle una sonrisa, pero me temo que sale algo forzada, la pequeña mueca en su boca no perdura mucho porque acorta la distancia entre los dos y me besa con cautela. Sus suaves labios consiguen mandar una onda placentera por mi cuerpo, y la sensación de paz llega a mí.

No importa qué tan dura sea la situación en la que me encuentre, ella siempre consigue proporcionarme paz.

Acaricio sus desnudos brazos con mis manos y después coloco una de ellas en su vientre, después de que nos separamos un poco.

—Somos oficialmente una familia —me atrevo a decir con una enorme y sincera sonrisa. No puedo evitar sentirme feliz por ello.

—Lo somos. —Sonríe con ternura y de nuevo la beso.

—No puedo esperar el momento de tenerla en mis brazos.

—¿Tenerla? —cuestiona mi comentario y una risita se me escapa.

—Estoy seguro de que es una niña. —Doy un leve asentimiento. Jess ha mantenido el sexo del bebé en secreto.

—Bueno... —Ladea la cabeza y no decide ocultar su hermosa sonrisa—. Lamento decepcionarlo alteza, pero esperamos un varón.

Por un momento me congelo. Un niño.

—¿Lo dices en serio?

—Muy en serio.

No puedo evitar reír con asombro. Es la mejor noticia que me ha dado, aunque para ser honestos, si fuera niña o niño, el solo hecho de saber que pronto seré padre me hace feliz.

Jess se queda callada por un tiempo esperando a que hable.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —Agito las manos en el aire, estoy demasiado sorprendido—. Me dejaste que pensará que sería una niña todo este tiempo.

Jess se ríe de nuevo.

—No quería romper tu ilusión de tener una niña.

Se acaricia su barriga y coloco mi mano sobre la suya.

—Esto me hace más feliz de lo que imaginas.

Me acerco más a ella dispuesto a besarla.

—Te creo. —Sus labios se unen a los míos en un tierno y corto beso—. ¿Se te ocurre un nombre en mente?

Sonrío de inmediato permitiéndole ver mi blanca dentadura y asiento.

—Archer, se llamará Archer como mi padre.

—Me gusta.

—A mí también.

Estoy a punto de volverla a besar, pero el carraspeo de la voz del rey Johan interrumpe nuestro íntimo momento.

—Disculpen la interrupción, pero esperaba tener unos minutos a solas con Aiden.

Inquiere hacia Jess más que nada, quien asiente amablemente. Me aparto de ella no sin antes dejarle en claro que volveré, el rey espera a que esté a su lado y me conduce hacia el interior del palacio.

—¿Hay algún problema?

—No lo creo, hijo. Solo quería traerte al interior del palacio un momento.

Tiene la mirada fija en sus zapatos, luce reflexivo, algo típico de él y por un momento siento una pequeña preocupación, aunque intento creer que no se trata de algo malo. Caminamos por un par de pasillos dentro del palacio y nos detenemos frente a su despacho.

El rey abre un poco la puerta, pero no lo suficiente para entrar, después, su mirada se posa en mí, tenemos casi la misma estatura, es alto, solo que yo le saco un par de centímetros más.

—Estaré por aquí si me necesitas, pero alguien ha venido desde lejos solo para verte.

Dice con seriedad, mi ceño se frunce y con una mano me invita a pasar a su despacho. Lo hago, sin embargo, él no entra, cierra la puerta detrás de mí y cuando veo a la reina en una esquina de la habitación, mi cuerpo se congela por un segundo y siento una extraña y dolorosa sensación en el corazón.

—Abuela... —murmuro con voz cortada, de pronto siento que soy un niño otra vez. La mirada de la reina Cristina nunca abandona la mía, sin embargo, está nublada por culpa de las lágrimas—. ¿Qué haces aquí?

Me cuesta controlar mi respiración un poco y cuando veo que ella extiende los brazos, no resisto ni un segundo y corro hacia ella para abrazarla. No recuerdo cuando fue la última vez que abrace a alguien con tanta fuerza como lo estoy haciendo ahora, pero me aferro a ella y la inmediata seguridad que me proporciona, me siento como un bebé cuando es tomado en brazos por su madre después de llorar por horas, aunque yo solo he llorado por unos minutos.

Cuando por fin he conseguido calmarme, me aparto de ella —no lo suficiente— y quito las lágrimas de mi rostro con las mangas de mi traje.

—Te extrañé demasiado que no resistía las ganas de verte, mi niño —dice con dolor en su voz y vuelvo a abrazarla, no quiero soltarla, pero está segunda vez que nos apartamos, puedo controlar mis impulsos. Ella me da una mirada de arriba abajo, hay nostalgia en ella—. Mírate, estás... estás hecho todo un hombre.

—Gracias.

Consigo formular y hay un pequeño silencio.

—¿Cómo estás?

Es difícil mantener una conversación cuando hay un sinfín de sentimientos encontrados en la habitación.

Suspiro.

—Hoy es el día de mi boda.

—Lo sé, Johan me habló de ello. —Por supuesto, solo él haría algo como esto, cosa que agradezco en el fondo—. Me dije a mi misma que nunca me perdería esta clase de momentos en la vida tuya y de tus hermanos así que he venido. Ha sido una linda ceremonia.

—¿Estabas en la iglesia?

Pregunto con asombro y ella asiente.

—Gracias. —Doy un pequeño asentimiento, su mirada se vuelve dulce y nostálgica.

—No tienes nada que agradecerme, yo...

Niego de inmediato y la interrumpo.

—Lo digo en serio, abuela. Solo mírame. —Muevo las manos en el aire—. Estoy aquí, quizás no en mi país, pero no cambiaría este momento por nada. Sé que hiciste lo correcto en no dejarme ser rey, sé que Edward tenía otras intenciones también.

Ella asiente levemente.

—Pero quizás pudo haber existido otra, pienso en ello y...

Me acerco a ella y coloco una mano en su hombro.

—Fue la mejor decisión. Aun cuando me dolió en el fondo, tengo más de lo que quizás hubiese tenido si me hubiese convertido en el rey de Inglaterra y eso no lo cambiará nada.

Sus ojos se vuelven a llenar de lágrimas y me animo a quitarlas de su rostro cuando caen, con mis pulgares y la vuelvo a abrazar, es un abrazo firme y lleno de cariño.

—Gracias por estar aquí, lo digo en serio.

—También lo digo en serio cuando digo que estoy orgullosa de ti.

Murmura. Los dos nos apartamos para mirarnos.

—¿Cómo están mis hermanos?

—Están bien, pero te extrañan.

—Y yo a ellos —me limito a decir, hay un pequeño silencio en la habitación que decide romper tiempo más tarde.

—¿El bebé ya viene en camino?

Sonrío ante ello.

—En dos meses más.

—Es una gran noticia.

—Lo es, y estoy seguro de que te alegrará saber que se llamará como mi padre. —Sus ojos se iluminan ante ello y los míos también.

Volvemos a abrazarnos y sé que no puede quedarse por mucho tiempo, por lo que no podemos hablar lo suficiente como me gustaría.

—De nuevo, gracias por estar aquí —inquiero antes de salir de la habitación, las despedidas son las más dolorosas por lo que quiero salir rápido de aquí y no verla cuando se marche, de lo contrario, me rompería el corazón saber que no la volveré a ver en mucho tiempo.

—Aiden, espera...

Murmura antes de que salga del despacho.

—¿Sí?

Frunzo el entrecejo. Su mirada se fija en el suelo, suspira y después me mira.

—Vuelve a casa cuando sientas que es el momento correcto, ¿sí?

Sonrío y me obligo a controlar las ganas de volver a llorar.

—Lo haré.

Respondo.

—Promételo.

Suena más como una orden, algo típico de la reina.

—Lo prometo.

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