Segunda parte: TRAICIÓN (III)
Ëowen
----Ashura----
Aceleré el paso cuando escuché el sonido de las trompetas que anunciaban la aparición del rey. La ceremonia iba a tener lugar en el jardín del castillo, el único lugar lo suficientemente grande para soportar la presencia de todo el reino.
Apreté la empuñadura de mi sable con una sonrisa en el rostro: sería la primera vez que presenciara algo así en mi vida. Dejé que mi mente jugara con mis más deseadas ambiciones, viéndome de repente capitaneando a un enorme ejército al otro lado del espejo, siendo el rival y verdugo de innumerables Templarios y mundanos.
Una mano me tomó con fuerza del brazo, devolviéndome a la realidad al instante. Agarré por la muñeca al individuo, retorciéndole el brazo hasta quedar a sus espaldas y deslicé despacio la daga sobre su cuello mientras escuchaba la entrecortada respiración de la persona a la que creí mi atacante. El suave tacto de una mano sobre la mía fue el detonante que provocó que mi corazón se acelerara, golpeando mi pecho con fuerza. Relajé los músculos, la daga cayó a la moqueta azul con un ruido sordo que fue enmudecido por los vítores provenientes del jardín. El rey iba a comenzar su discurso.
--¡Tienes idea de lo que hubiera ocurrido si no...! -- exploté, mi corazón amenazando con romper las paredes de mi pecho.
--¿Otra vez soñando despierto, Ashura? -- respondió ella con una sonrisa y devolviéndome la daga.
--No me cambies de tema, Ëowen -- enfundé la daga mientras maldecía mentalmente. La miré de arriba abajo --. ¿No se supone que estabas ya en el jardín?
Se limitó a sonreír de oreja a oreja a la vez que ladeaba disimuladamente la cabeza hacia un lado. La contemplé resignado. Su cuerpo esbelto estaba envuelto en un largo vestido blanco de seda que dejaba al descubierto su espalda. Tenía unos labios rosados y voluminosos que dibujaban una hermosa curva en su rostro cada vez que sonreía. Sus ojos azul gélido brillaban cuando algo captaba su atención, y más de una vez, para mi sorpresa, habían conseguido transportarme a otro mundo. Bajo el ojo derecho tenía un curioso lunar con forma de gota, la única impureza en su piel. Llevaba el pelo plateado recogido en un moño y una diadema de diamantes decoraba su cabeza.
Volví a sentir cómo me ardía el pecho, la sangre abriéndose paso a través de mis venas hasta lo más profundo de mi ser. Desde mi interior brotaban las débiles voces de mis antepasados y la fuerza de los anteriores guardianes que al igual que yo, habíamos sido destinados desde nacimiento a servirla y protegerla. Las ignoré lo mejor que supe.
Ella era Ëowen, la hija de Taÿro, la mujer imperecedera. Los Antiguos decidieron que sería ella quien mantendría la paz en el reino de las Sombras. Era capaz de vivir dos siglos más que el resto de Twili y renacer tres horas después de su muerte. Sin embargo, las desigualdades físicas que la diferenciaban del resto de Twili la convertían en el objetivo de malas miradas y discriminaciones por parte de lo que considerábamos la minoría de la población. Zënt y yo éramos los encargados de erradicar a esos indeseables.
Tomó una de mis manos entre las suyas y comenzó a guiarme hacia el jardín mientras yo seguía discutiendo con mi subconsciente e intentaba recuperarme de la resaca a la que había estado expuesto desde hacía unas horas.
--¿Tenéis idea de lo impuntuales que sois? --la voz de Zënt me sacó de mi ensimismamiento.
Nos encontrábamos frente a las puertas del balcón que daba al parterre del castillo. La cálida luz del sol crepuscular se abría paso hacia el pasillo en el que estábamos.
Por encima del hombro de mi hermano podía ver al rey de espaldas dirigiéndose a la multitud que se encontraba por debajo de él, la corona de oro sobre su cabeza y el báculo real en la mano izquierda. Lo escoltaban dos guardias vestidos en sus uniformes negros y armados con un guan dao, mi arma favorita.
--Discúlpanos, hermano. Ha sido culpa mía -- alegó ella.
La miró sin saber qué decir, sus ojos escudriñándola de arriba abajo. Ella sonrió y extendió el brazo para alborotarle el pelo, se puso de puntillas y le dio un tímido beso en la mejilla antes de adelantarse hacia la terraza.
Esperé a que estuviera lo suficientemente lejos como para no escuchar los comentarios que le dediqué a Zënt. Él se recompuso al instante, pasándose la mano por la cabeza en un intento de arreglar el estropicio que Ëowen le había hecho en el pelo. Intentó sostenerme la mirada, pero mis carcajadas provocaron su sonrisa.
--Definitivamente algún día conseguirá matarnos de un ataque al corazón --rió pasándome el brazo por los hombros y conduciéndome hacia el balcón. Dejó escapar un suspiro --. No tenemos nada que hacer contra ella. A fin de cuentas es la sangre de nuestros antepasados la que nos liga a ella.
--Ja. No pienses que voy a permitir que unos muertos decidan sobre mí. Acabaré por controlar este sentimiento, Zënt. Solo de esa forma podré ser libre.
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