Segunda parte: TRAICIÓN (II)


Un día especial


----Ashura----

Abrí los ojos con dificultad mientras me incorporaba lentamente sobre la cama. Sentía las impertinentes pulsaciones de mi corazón en las sienes, las cuales parecían que iban a estallar de un momento a otro; beber descontroladamente junto a Drök hasta las tantas no había sido muy buena idea después de todo. Saboreaba todavía en mi boca pastosa el dulce sabor de la hidromiel.

Unos golpes a mi puerta me devolvieron a la realidad. Cinco criados entraron apresuradamente y se dispusieron a ventilar mis aposentos y administrarme pomada en los recientes moratones que decoraban la piel de mi rostro. Uno de ellos sacó de mi armario las ropas que tanto había esperado ponerme y me vistieron para la ocasión. El más joven esbozó una sonrisa al verme decaído.

--Parece que las habilidades curativas del señor no tienen nada que hacer contra su pasión por el alcohol -- se mofó.

Me limité a morderme el labio en un intento de no mandarlo a la mierda. Pero sí, adoraba el alcohol más que otra cosa en el mundo, incluso más que las apuestas. La puerta volvió a abrirse con un estrepitoso chirrido que me dejó pasado, dejando a la vista al hombre que me advirtió de las consecuencias que traerían mis actos de la noche anterior.

--Ni lo intentéis, Ämon -- se dirigió al criado que estaba a punto de peinarme --. Ese cabello es incluso más rebelde que el idiota al que pertenece.

Salté de la silla en la que me encontraba para devolverle una sonrisa como respuesta. Estaba apoyado en el marco de la puerta, vestido y arreglado para la ceremonia. Llevaba el pelo largo recogido en una coleta baja y los dientes puntiagudos asomaban por las comisuras de sus labios. Su brazo descansaba, como de costumbre, sobre la empuñadura de su sable, siempre colgado al costado derecho.

--No esperaba verte tan pronto Zënt -- le estreché la mano con fuerza.

--Date prisa, la gente lleva esperando desde hace un tiempo -- apremió con voz seria --. Ëowen estará allí en breve, así que no te retrases.

Asentí con la cabeza y él me revolvió el pelo a modo de despedida.

Bastó dejar que Ämon me hiciera una pequeña coleta a la altura de la nuca para que quedara satisfecho y se fuera por donde había venido, llevándose con él los instrumentos de barbería y su piel arrugada a otra parte.

Cuando todos se hubieron ido, me colgué mi sable al costado izquierdo y saqué de debajo de la cama una pequeña arca de la que extraje dos dagas. Era solo una ceremonia, pero desde que Drök me las regaló no he sido capaz de separarme de ellas. Abandoné mis aposentos ajustando una de ellas al cinturón y otra a la tira de cuero que rodeaba mi muslo. Los sonidos de mis botas pisando el suelo de mármol resonaron a lo largo del pasillo que se extendía ante mí. No debía retrasarme, el evento iba a comenzar pronto y no quería darle el lujo a Zënt de no aparecer.

Aquel sería un gran día, el día en que el rey anunciaría su abdicación a todo el pueblo de las Sombras y nombraría a uno de los hijos de Taÿro su sucesor. El día en que podría demostrarles a todos mi destreza y habilidad y lograría por fin hacer sombra a mi padre, en que conseguiría dirigir al escuadrón más poderoso del reino del Crepúsculo y luchar contra los Templarios por la paz de mi mundo.

El día en que sería nombrado general de las fuerzas especiales del reino de las Sombras.

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