Capítulo 6
Con las tres pruebas terminadas, llegaba el momento más esperado: el Juicio de los Maestros.
Los asistentes reunieron a todos en el gran salón. En total, sumaron más de doscientos participantes. Podrían parecer muchos, pero... ¡esto no era más que una pequeña parte de todos los que se presentarían en los próximos días!
La Ciudad de Opadmé sólo es una de las seis ciudades principales de la Región Estrellada. Debido a la buena reputación de la escuela, llegarán muchas más personas, buscando tan sólo una oportunidad para convertirse en prestigiosos hechiceros.
Con todo en orden, los profesores se retiraron. Todo quedó a cargo de los encargados, que pidieron paciencia mientras se deliberan los resultados.
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En una sala privada, ocho maestros se sentaron ordenadamente. En sus manos colgaba el destino de cada aspirante, y con una simple palabra, una decisión... podían matar esos sueños o crear esperanzas.
—Parece que hay algunos aspirantes interesantes. — Habló el instructor Daerav con voz ronca y fuerte. Era asombrosamente alto y bien musculado, quizás midiera dos metros o más. Aunque sus rasgos quedaban velados tras una capucha, sostenía la postura de un gran guerrero, siempre listo para la batalla.
—Así es. Ese chico... Zahkāh Tomoe, tiene un potencial asombroso. Con él, el prestigio de la escuela se hará escuchar por toda la región, o incluso más lejos... — Contestó otro profesor, que parecía un enano a su lado.
—También está Aa'in Denali. A parte de su excelente afinidad, es la hija del gran maestro de la torre Shenglian...
—Quizás dos grandes magos salgan de nuestra escuela.
Pero Daerav agitó la cabeza. — Sí, ellos no están mal, pero estaba pensando en otra persona. Ese chico pelinegro, que parece amigo de Tomoe.
— ¿Te refieres a Prajnā? — Exclamó Johari, mostrándose claramente sorprendida.
— Admito que Prajnā llamó mi atención al principio, pero todos lo habéis visto. Sus afinidades elementales son muy bajas. — Intervino el profesor Dixit. — Sin talento innato, no podemos esperar mucho de él.
— El cielo no determina nuestro destino. — La calmada voz de Sattva Mandira acalló al resto de maestros. Incluso Daerav inclinó su cabeza al escucharlo. — Sólo nos ofrece las herramientas para cumplirlo. De nosotros mismos, depende si rendirnos o trabajar para superarnos.
El anciano rara vez participaba en las discusiones, haciendo de este suceso algo especial.
— Entonces propongo una votación. — Suspiró Dixit. — ¿Quién está a favor de aceptar al muchacho?
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Al cabo de media hora, los profesores llegaron al gran salón. Había llegado el momento de anunciar quién sería aceptado... y quién quedaría fuera.
Frente a todos, subieron por la plataforma y miraron de cara al público.
Sattva Mandira inspiró suavemente. Su barba oscilaba al enfrentar la suave brisa, transmitiendo una sensación de paz.
Con cierta discreción, miró de lado a los demás profesores. Estos asintieron lentamente con la cabeza. Conforme, Mandira miró a su público, anunciando con una fuerza oculta en su voz:
— Como es nuestra tradición, tras el final de las tres pruebas, llega el momento culminante: el Juicio de los Maestros.
Mandira cerró los ojos, levantando su mano izquierda. Los demás maestros lo imitaron después, denotando expresiones concentradas.
Entonces, una suave luz manó del dedo anular de cada profesor, desprendiendo un rayo de luz que se enredó con el aire con los demás, conformando tres hojas, cada una de distinto color.
La primera hoja era de oro, como el sol, y su brillo magnífico inspiraba admiración a quien lo mirara. La segunda era de plata, con un aura tranquila y enigmática, más parecida a la Luna. Y la tercera era de cobre, de aspecto algo simple y tosco, pero aun hermosa, como la tierra bajo el Sol y la Luna.
— Las clases se dividen en tres categorías: Bronce, Plata y Oro. Según vuestras calificaciones, seréis asignados a una de estas.
Explicó Mandira, haciendo un gesto simple con la mano. Los tres papeles volaron por el aire, cayendo casualmente en las manos del asistente principal.
— A continuación, anunciaré personalmente las personas aceptadas a cada clase.
La tensión no hacía más que crecer. Tomoe, que es un chico muy nervioso, estaba punto de explotar. Prajnā, por otro lado, parecía estar divirtiéndose. No paraba de molestar y pinchar a su amigo, que reaccionaba como un gato con la cola erizada, saltando a la menor provocación. Visto de lejos, hacían un dúo gracioso.
— Los participantes escogidos para la clase de oro son: Terue Mandara, Kiran Vanesha, Aa'in Denali y Zahkāh Tomoe.
Con cada nombre, nació una expresión de alegría. Asimismo, otros se contraían de envidia, incapaces de hacer nada.
Apenas escuchar su nombre, Tomoe explotó en una sonrisa de puro júbilo. ¡Clase de oro! La categoría de los mejores. Aquello superaba con mucho sus expectativas, era algo que apenas se había atrevido a imaginar.
De un momento a otro, los papeles se invirtieron. Esta vez, era Tomoe quien molestaba a Prajnā, regodeándose de su fortuna.
— Los destinados a la clase de plata: Vam Qara, Leasan Iluráe, Töm Kles'an...
La lista pasó, y nuevas sonrisas inundaron el salón. Esta vez, los escogidos fueron más, siendo nueve.
— Y finalmente, la clase de bronce. Antes de comenzar, debo decir que no por ser la menor categoría, dejan de ser importantes. Sus nombres son: Priya Ranee, Xeno Turai...
Nombre tras nombre, muchos sentían morir sus esperanzas. Era la última lista. Sus aspiraciones descansaban en esa pequeña hoja de papel...
Tomoe también se puso nervioso -otra vez- . No por él, sino por Prajnā.
Entonces llegó el último nombre.
— ... y Saṃyukta Āgama.
El rostro de Prajnā no cambió. Había esperado este resultado desde el principio. Una afinidad de nivel uno era simplemente lamentable. En circunstancias normales, estaría cultivando su espíritu hasta la vejez, sólo para convertirse en el grado más bajo de hechicero. A un alumno así no merecía la pena enseñar.
Tomoe se quedó en blanco unos segundos. Y en un instante, explotó de furia e indignación.
— ¡Qué estupidez! ¡¿Cómo no te aceptaron?! ¿Acaso no han visto todo lo que has hecho?
Su reacción llamó al instante la atención de mucha gente. Iba a punto de montar un espectáculo ahí mismo.
—Si tú no entras, ¡yo tampoco! — Semejante declaración agitó a los oyentes. Tomoe ha sido el mayor talento de estas pruebas, y tenía un futuro deslumbrante. —Vámonos, Prajnā. No quiero estar un segundo más aquí.
—No, Tomoe. — Prajnā agitó la cabeza. —Tu lugar está aquí. Él único que se debe ir... soy yo.
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