Capítulo 19
La calma permutaba en su humilde morada. Los muebles raídos se fundían en la sombra, dando una sensación de antigüedad y abandono.
Con mesura, Prajnā lanzó sus ropas sudorosas y sacó un conjunto limpio del armario. Había estado fuera durante un día entero, sin disponer de tiempo para el aseo. Detestaba la inmundicia, casi no era capaz de soportarla. Con una toalla húmeda, limpió el ligero sudor de su frente y la suciedad impregnada a su cuerpo.
Treinta minutos después, estaba completamente arreglado. Su cabello desaliñado había recuperado sus ondas naturales, y desprendía un olor agradable de frutas silvestres.
Con todo, se notaba fatigado: desde que despertó hace cuatro días, había pasado de un problema al siguiente, sometido a constante tensión y desgaste. No tuvo espacio para descansar ni comer adecuadamente. Su cuerpo estaba al borde del colapso, y lo único que lo mantenía en pie era su propia voluntad.
Mientras bajaba las escaleras, la puerta se abrió con un quejido.
— ¡Hemos vuelto! — Profirió una voz femenina.
Dos personas entraron con expresiones emocionadas. La primera era una mujer morena y fuerte, protegida por una armadura maltratada de cuero. Medía más de 1'90m, y cargaba a sus espaldas una enorme hacha casi del mismo tamaño. El segundo, era un hombre de buen ver, su presencia inspiraba confianza. Un arco largo rodeaba su hombro, equipado con flechas diseñadas para perforar corazas.
En el instante que sus miradas se encontraron, Prajnā había perdido el control de sí mismo. Sus labios apenas fueron capaces de balbucear dos palabras:
— Papá... mamá...
Un temblor sacudió todo su cuerpo. Con pasos lentos e inseguros, se acercó a aquellas personas que en un tiempo lejano recordó como sus padres.
— Me alegra verte, hijo. Han sido dos semanas... ¿Estás bien? — La sonrisa tranquila de su padre, Lonan, desapareció en cuanto percibió el estado de tu hijo.
— ¿Qué ha pasado? — Ghalia, su formidable madre, se acercó con un leve atisbo de preocupación.
— No es nada. — Farfulló el joven. — Sólo estoy feliz... ha pasado mucho tiempo...
Sin más razón, los abrazó. Se aferró a ellos con todas sus fuerzas. Entonces, algo se rompió dentro de él... y lloró.
— Demasiado tiempo...
El mago cuyo nombre hizo temblar el mundo entero, ahora lloraba como un niño desconsolado. La tristeza que siempre había guardado dentro de su corazón fue arrastrada con las lágrimas, caídas como desvalidas gotas de lluvia sobre la hierba.
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— Se ve que ha sufrido. Mira sus ojeras: no ha dormido bien estos últimos días. — Lonan tendió una manta sobre su hijo.
— Sí. Parece que el rechazo de la escuela lo afectó mucho. — Conjeturó Ghalia, la dama guerrera.
Prajnā había llorado un largo rato, hasta que la fatiga lo pudo. Cayó dormido en el abrazo de su familia. Estos no se atrevieron a despertarlo, llevándolo con delicadeza a su habitación.
— Espero que pronto mejore.
— La vida está llena de esperanzas y sueños rotos. Aunque es triste, lo superará. Esta experiencia lo ayudará a crecer y madurar.
Ghalia no era una mujer de delicadezas. Había sobrevivido a una vida impía, luchando por cada moneda para sobrevivir. Quería a su hijo, y daría su vida para protegerlo. Por esta misma razón, debía forjarlo con el acero más duro.
«Si no aprendes a sufrir, el mundo te aplastará», pensaba la guerrera de mirada ambarina. Sólo aquellos que nacen con una cuchara de plata pueden permitirse soñar.
— Me pregunto si es así. — Murmuró el cazador Lonan con cierta amargura.
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Llegada la mañana siguiente, el zumbido de una libélula cruzó la habitación. Prajnā yacía dormido bajo un revoltijo de sábanas, con medio cuerpo colgando del borde. El insecto revoloteó de un sitio a otro, sin rumbo claro, hasta posar en su mano expuesta.
Los soñolientos ojos del joven se abrieron. Instintivamente estiró su cuerpo, exhalando un perezoso bostezo. La libélula saltó de sus dedos y escapó por la ventana
De súbito, todos los recuerdos acudieron a su memoria.
«Maldita sea», se recriminó. «Perdí el control.»
Sus viejas emociones se adueñaron de él. Y ese instante se convirtió en debilidad. Había olvidado la intensidad de la juventud, la furia de las emociones que con la edad se iban atenuando. Confió que podría controlar sus impulsos, pero la mente no siempre gana sobre el corazón.
Apartándose de las sábanas, el mago salió de su habitación. La casa que normalmente encallecía en silencio, había vuelto a la vida. Las voces dispares de sus padres reverberaban en las paredes de la cocina. Un agradable aroma flotaba por el aire: sopa de fideos y frutos marinos. No era pan duro ni queso curado, sino comida auténtica.
Prajnā se acercó con algo de vergüenza. Ghalia y Lonan estaban revolviendo un caldero mediano lleno de sopa. Cocinaban sobre una plataforma al ras del suelo, donde aplicaban la madera seca para alimentar el fuego.
— ¡Al fin despiertas! Has estado durmiendo durante un día entero.
— Hijo, ¿qué haces parado en la puerta? Ven y corta estos pimientos. — Señaló su madre, Ghalia.
— Claro. — El mago procedió a obedecer.
Todos juntos se resolvieron en la cocina más rápido. En cuestión de quince minutos, todo estaba hecho y se sirvieron tres cuencos de sopa sobre la mesa.
Sentándose en silencio, Prajnā espió a sus padres. La gente dice que los opuestos se atraen. Esto es cierto en Lonan y Ghalia.
Por un lado, Lonan es un hombre de cuarenta años, caballeroso y simpático. Tiene una gruesa barba que cubre la mayor parte de su rostro. Posee unos brazos fuertes que se hinchan con cada mínimo gesto. A pesar de ello, tiene una apariencia entrañable. Es el tipo de hombre que uno nunca imaginarían empuñando un arma, y mucho menos cazando monstruos.
En cambio, Ghalia era una autentica valquiria. Su cuerpo atlético está cubierto de cicatrices plateadas. Tiene unos ojos dorados inquietantes y una actitud ruda. Procede de una tribu superviviente de las Tierras Salvajes. Se podría decir que ella vive en la cacería. Si no fuera por su hijo, quizás ya habría desaparecido en los bosques del Imperio Corintio.
— Prajnā, hemos estado pensando... — Ghalia tomó un sorbo de sopa. — Ya tienes edad suficiente para aprender nuestra profesión: la cacería de monstruos.
— ¡Sí! Hasta ahora, sólo te hemos enseñado lo más básico. Es momento de que comiences el auténtico aprendizaje. — Añadió su padre.
— Las artes del cazador se especializan en combatir a las bestias, no a seres humanos, por lo que sólo hay un modo de aprender...
— ¡Necesitas experiencia, probar en tu carne la batalla contra numerosas bestias! Antes no podías acompañarnos. Te hemos dejado sólo mucho tiempo, pero ya no será así. En la próxima partida vendrás con nosotros.
— Nos iremos al campamento de Neint, pero aún no estás preparado para cazar. Tu forma física está muy descuidada. En estas siguientes semanas vamos a someterte a un entrenamiento intensivo. — Ghalia sonrió con fiereza. — Y te convertiremos en un auténtico Shikäre.
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