5. Síndrome De La Damisela en Peligro

A la mañana siguiente, Ashley se despertó lentamente con una brisa con aroma a jazmín que entraba por las ventanas abiertas, las actividades de la noche anterior flotando sobre su conciencia.

Revivió los aspectos más destacados: la forma en que Azul le arrancó las bragas, la emoción de las dulces palabras que le susurró al oído, sus gemidos de felicidad, la forma en que gritó su nombre cuando alcanzó la cima del placer. Bueno, tal vez no era precisamente su nombre, más bien "mi princesa," pero era un término cariñoso. ¿Verdad? No había olvidado su nombre en sí. ¿No?

No importa. Por supuesto que no.

Se pasó la lengua por los labios, en carne viva por los besos de Azul. Sus partes femeninas también estaban adoloridas por las partes masculinas de su esposo, y tenía un roce considerable en las mejillas debido a su descuidada barba de —He estado en una larga misión con mis carnales y no tenía nada con que acicalarme y ponerme chiquiluqui para mi chiquibeibi."

Todo estuvo bien. Excepto, por supuesto, por el hecho de que terminó tan rápido. Pero no importaba. Las damas decentes no disfrutaban del sexo—lo soportaban. O eso le habían dicho.

A medida que se intensificaba la presión sobre la vejiga, salió del confuso estado de semisueño y sintió que algo andaba mal. Por un lado, un mosquito le dio vueltas en la cabeza como un buitre que ha visto una carroña sabrosa. Ella trató de apartarlo. Pero resultó que todavía estaba encadenada a la cabecera, lo que explicaba los espasmos de dolor que le bajaban desde la punta de los dedos, los hombros y el cuello.

—¿Azul? —dijo ella, girando dolorosamente su cabeza hacia su lado de la cama. Pero todo lo que vio fue un hueco del tamaño de un príncipe en las sábanas.

Tiró de las esposas, pero solo logró hundir aún más el metal en sus muñecas. —Agghhh —ella jadeó.

Tal vez Azul estaba cerca en su armario, o "cueva del hombre" como se refería a la habitación oscura adyacente a la Boveda.

Ella nunca había estado adentro porque una de las primeras reglas del castillo que él le transmitió fue que esta era una zona restringida. Sólo el príncipe tenía la llave. Ella bromeó una o dos veces que la cueva era donde él guardaba cadáveres, pero él ni siquiera esbozó una sonrisa ante su intento de chiste.

—¿Azul? —Ashley se aclaró la garganta—. ¿Podrías desencadenarme? —suplicó educada y dulcemente, como debería hacerlo cualquier buena princesa. Cuando la única respuesta fue el fuerte zumbido del mosquito que se acercaba cada vez más a su oído, Ashley optó por un tono un poco más exigente—. ¿Azul? Tierra a Azul. Tierra a Azul. ¿Hola?

—Bzzzzz —zumbó el mosquito.

El corazón de Ashley se hundió como un bote con agua. ¿Adónde había ido? ¿Por qué la había dejado esposada? ¿Y cómo iba a salir de ellos cuando no podía alcanzar la llave ni la campana de invocación? No tuvo más remedio que gritar pidiendo ayuda, a pesar de que todo lo que vestía era un corsé de plumas medio destrozado sin bragas. Sospechaba que bramar no era un modo de comunicación propio de una princesa. Pero las ganas ardientes de orinar y el dolor en los brazos vencieron al decoro. —¿Hay alguien ahí fuera? ¿Por favor? Realmente me vendría bien ayuda —gritó.

Fue entonces cuando recordó que les había dado a sus damas de compañía la tarde y la mañana libres para recuperarse del trabajo extra del día anterior. Además, no quería a nadie en la antesala cuando estaba ejecutando su Plan Supremo de Seducción. ¡Puaj!

—Bzzzzzz —el mosquito aterrizó en su nariz, interrumpiendo sus pensamientos y obligándola a bizquear. —Mmmm, ricolino. Dióxido de carbono. ¡Mosquitolicioso! Además, piel delgada. De la mejor clase. Mucho más fácil para mi vieja pajilla. ¿Estoy en lo correcto?

Esta fue su primera experiencia hablando con un mosquito. Por lo general, solo chupaban su sangre sin siquiera un "holi." Ahora no era un buen momento para una gran picadura de mosquito en su nariz. —Nunca le he chupado la sangre a nadie, así que no tengo idea. Tal vez podrías preguntarle a un vampiro.

—Jajaja. Esos ni siquiera son reales, wey.

—Mira, ¿podrías no morderme ahora mismo? Mis matamoscas —Ashley movió los dedos en énfasis—, están indispuestos, y no sería muy caballeroso de tu parte morder a alguien que no puede defenderse.

Cuando no tengas nada más que perder, apela al sentido de caballerosidad de un hombre. Había escuchado a su madrastra dar este consejo a las hermanastras de Ashley.

—Primero que nada mi guerita, todos los modales se van a la chingada cuando se trata de una comida de sangre. Segundo, no soy un wey. Solo las mosquitos hembra chupamos. Y lo hacemos para nutrir nuestros huevos. Ahora, ¿qué clase de monarca serías para negarle a una madre luchona la capacidad de alimentar a sus hijos?

Una punzada de anhelo atravesó el corazón de Ashley. No podía negarse a la petición de una madre. —Muy bien, pero ¿podrías tal vez evitar mi cara? Estoy tratando de atraer al príncipe, no rechazarlo con una gigantesca marca de mordedura roja e hinchada.

El mosquito abandonó su nariz. Pasaron unos momentos antes de que Ashley pudiera descruzar los ojos.

—¿Qué hay de la muñeca?

—Claro —dijo Ashley.

Una vez que el mosquito terminó con el banquete, volvió zumbando a su nariz. —Pos gracias, princesa. Bzzzz. Oh, y si estás buscando a tu príncipe, él está en el salón del desayuno poniéndose muy cómodo con esa dama de honor pelirroja. Su sangre es repugnante si eso te hace sentir mejor. ¿Pero la tuya? Sabrosota, wey. Nueve de diez. Si bebes un poco más alcohol, sería la bomba.

—Eh, gracias. —Ashley hizo una nota mental para evitar la cerveza. La parte donde dijo de Azul estando con Scarletta le pico el cerebro—. ¿Dónde es que está Azul?

—Bzzzzz. Sala de desayunos. Quizá quieras chequear qué están haciendo. No creo que sea solo huevos rancheros, si sabes a lo que me refiero.

La adrenalina corría como fuego por sus venas. ¿Qué estaba haciendo Azul con Scarletta? Probablemente no fue nada. Después de todo, él era su príncipe Azul. Los príncipes actúan, bueno, principescos. Caballerosos.

—Lo siento, no tengo idea de lo que quieres decir —mintió—. ¿También hay tostadas y jugo de naranja?

—Tienes mucho que aprender sobre cómo funciona todo este asunto de la realeza. Bzzzzz.

Ashley suspiró. —Dimelo a mi.

—Adiós, princesa. ¡Gracias por el desayuno! Hasta luego.

—Uh, ¿de nada? Supongo.

Después de lo de anoche, Ashley se negaba a pensar mal de su príncipe, pero eso no significaba que confiara en Scarletta. Lo que hizo que fuera extra importante que bajara a la sala de desayunos. ¿Pero cómo? Bueno, la mejor manera de resolver cualquier problema era primero organizandolos.

Sus problema(s) definido(s) -

1. Azul la dejó esposada a la cama y está desayunando con Scarletta

2. Vejiga llena

3. Brazos sobre la cabeza matándola

4. Picadura de mosquito que exige ser rascada

5. Morir de hambre

6. Llevar un corsé de plumas medio destrozado y sin bragas.

7. No hay manera de alcanzar la llave o el timbre

8. No hay humanos al alcance del oído

Fantástico.

Todo esto se reducía a que Ashley ahora sufría de esa inevitable situación de princesa de cuento de hadas conocida como "Síndrome de la damisela en peligro."

Les pasa a los mejores.

La princesa puede estar encerrada en una torre custodiada por dragones, o en una cueva de montaña custodiada por dragones, o dentro de un dragón real, y algún príncipe tiene que rescatarla de una muerte segura—normalmente por parte de un dragón. La pregunta principal aquí es por qué a los dragones les gustan tanto las princesas. Los príncipes, al ser generalmente más grandes, harían una comida más satisfactoria.

—¡Holo princesa! —Domino saltó al alféizar de la ventana y luego se abalanzó sobre la cama.

—¡Dominó!

—Mordisquina dijo que vendría te bien una mano. —Levantó una pata de paloma rechoncha que, de manera bastante notable, terminó en una delicada garra naranja en lugar de una mano.

—¿Mordisquina?

—Pequeña cosa zumbadora. Bebe sangre. Se reproduce en agua estancada.

—Oh, el mosquito. Fue amable de su parte contarte sobre mi 'situación'.

Los ojos de Domino se posaron en las esposas. —No hay problema, haré buscasion de ayuda. —Domino voló de regreso al alféizar y arrulló en voz alta. Pronto, un ejército de criaturas del bosque, ratones, tuzas, caracoles y mapaches se abrieron paso sobre el alféizar de la ventana, dejándose caer sobre el asiento de la ventana. Deben haber escalado todo el camino hasta el muro de piedra. Su corazón se llenó de gratitud.

En minutos, las fuerzas animales lograron, a través de dientes, garras y una pesada pero repugnante aplicación de baba de caracol en su mano y muñeca, morder a través de una de las esposa lo suficiente como para que se le escapara la mano. Usó la llave para liberar la otra.

Ashley suspiró de placer mientras se frotaba las muñecas y atacaba con las uñas la picadura

de mosquito ya hinchada. —No sé cómo agradecértelo.

—Cualquier cosa por ti, princesa —dijo una ardilla—. Pero ya que te ofreciste, ¿tal vez podrías ayudarnos en nuestra lucha contra el uso de trampas para ardillas en el patio de pastoreo de unicornios?

—Veré qué puedo hacer —prometió Ashley, levantándose de la cama y poniéndose la camisa.

Se echó agua en la cara y escuchó mientras los caracoles pedían que dejaran de poner veneno en las rosas, los ratones pedían que no más trampas en las cocinas y el mapache planteaba la idea de quitarle la puerta al gallinero.

—Lo intentaré —dijo ella—. Todo menos lo del gallinero. —Ella negó con la cabeza al mapache.

—No puedes culpar a un mapache por intentarlo —dijo.

Todas las criaturas la miraron con esperanza brillando en sus pequeños ojos. —No se emocionen demasiado, muchachos. Solo soy una princesa. Estoy aquí más para decorar que para administrar. Pero haré lo mejor que pueda.

—Agradecemos cualquier esfuerzo —dijo un ratón marrón y gordo.

Ashley sonrió. ¿Fue de mala educación que ella les pidiera que fueran? Con cada fibra de su ser, necesitaba orinar, luego llegar a la sala de desayunos y ver a su príncipe. Para ver cómo estaba Scarletta, para desayunar, para preguntarle por qué la dejó esposada y, con suerte, para llevarlo de vuelta a la alcoba y continuar con lo que empezaron anoche. —Lamento pedirles que se vayan —dijo finalmente—, pero... um... la naturaleza llama.

—¿La naturaleza? ¿Pero qué somos nosotros? ¿Un floreciente complejo industrial post-capitalista neofacista? —el mapache se quejó.

—¿Eh?

—No importa. ¡Hasta luego!

Una hilera de animales se abrió paso hasta la ventana y pronto Ashley estuvo sola. Deslizó el orinal dorado de debajo de la cama. Mientras instaba a su vejiga a vaciarse más rápido, se dio cuenta de que en los tres meses que había vivido en el castillo, todas las comidas de la mañana se habían servido en su habitación. No tenía ni idea de cómo encontrar la sala de desayunos.

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