Prólogo
PRÓLOGO
You're a broken heart at the scene of the crime
[Sleeping With The Past — Elton John]
Dublín, julio de 1982
EL MIEDO ERA LO ÚNICO que la niña pudo descifrar de los ojos de su padre. Había algo complejo en su mirada, algo primitivo y feroz que se había tragado la sonrisa del hombre pelirrojo minutos atrás: el instinto de supervivencia. Pero no por él, sino por su familia.
—Casey—susurró su padre—. Mi amor, métete en el baño.
La niña agarró su mano mientras que un terror desconocido crecía en su interior. Sentía que la habitación daba vueltas a su alrededor, y que una indecisión invisible comenzaba a asfixiarla. Estaba paralizada. No entendía qué estaba sucediendo. No comprendía por qué su madre, Maeve, acababa de llevarse en brazos a su hermana pequeña y ambas se habían escondido debajo del lavabo con la vieja cortina de cuadros carmesí tapándolas.
Era difícil no entrar en pánico en una situación como aquella.
Minutos atrás todo había estado bien, los pájaros gorjeaban, el vinilo del tocadiscos seguía en marcha y sus padres bailaban al son de la música. ¿Qué había cambiado? Seguía siendo un día cálido. Seguía siendo quince de julio. ¿Cómo había pasado de estar leyéndole una historia a su hermana Evelyn a agitarse en el suelo del baño?
Poco después a Casey le quedó claro que quien había golpeado la puerta no había sido una amenaza cualquiera, puesto que de por sí Aidan Robins se enfrentaba a amenazas diariamente. Quizás el peligro se había vuelto mayor desde que había regresado de su último viaje de trabajo.
—Papá...¿Por qué?—sollozó—. ¿Qué está pasando?
Años más tarde seguiría preguntándose por qué lloró. No sabía bien si fue la preocupación en la voz de su padre, o si el detonante fue la manera en la que cogió su pistola, dudando. Podían haber sido las dos, pero había algo que tenía claro: nunca lo había visto tan aterrado.
El pánico se reflejaba en los ojos de Aidan, mas todavía trataba de mantener la calma. Se puso de rodillas y sujetó con sus manos la cara de su hija, limpiándole las lágrimas con los pulgares en un intento por consolarla. Lo siguiente que hizo fue darle un beso en la nariz, al igual que solía hacer cada día tras llegar del trabajo, y luego le dedicó una sonrisa.
Su última sonrisa.
—Tranquila, mi trébol de la suerte—dijo dándole una suave caricia en la mejilla—. Pase lo que pase, recuerda que te quiero...Sé fuerte por mí.
Casey se metió con Evelyn y Maeve y mantuvo la calma aproximadamente tres minutos y medio. Se llevó las manos sudorosas a la camiseta mientras miraba con inquietud la puerta del baño. Su mirada se alternaba entre su hermana y su madre, ambas temblando sobre las baldosas blancas y ambarinas. Casey se mordió las uñas y pese a que su madre siempre la reñía por ello, ni siquiera la miró cuando lo hizo.
Entonces escuchó la puerta abrirse, un murmullo y el inconfundible sonido de una pistola al disparar.
Desde pequeña, Casey visitaba a su abuela Neilina cada agosto a las afueras de Glasgow, y practicaban tiro con pistolas de fogueo bajo la supervisión de su padre, por lo que el ruido resultaba tan familiar como el zumbido del tocadiscos al encenderse. Aquel año fue el primero en el que no fueron; según Maeve, la tristeza había acabado con la madre de Aidan. Ese era un eufemismo que Casey Robins entendería más tarde.
El caso era que, tras aquel disparo, Casey salió del baño, ignorando los gritos de su madre y rezó para que los disparos hubiesen sido de su padre y no de quien había golpeado la puerta. Bajó las escaleras lo más rápido que pudo. La madera crujió bajo los pies al hacerlo, pero Casey no se detuvo. Una de las bisagras de la puerta exterior estaba rota, doblada.
La del salón estaba intacta aunque entreabierta. No había nadie. Casey llamó a su padre dos, tres veces antes de empujar la puerta. Las respuestas jamás llegaron. El cuerpo le palpitaba cuando escuchó cómo las sirenas de emergencias se acercaban mientras se dirigía al salón. Pero cuando pasó a la habitación todo se ensordeció a su alrededor.
No mucho más tarde la policía se encontraría a una niña pelirroja aferrada al cuerpo sin vida del que había sido el brillante inspector, Aidan Robins
Con el paso del tiempo Casey Robins seguiría recordando ese momento bajo la misma secuencia. Primero vio la sangre...Después: el rostro de su padre.
Y por último: un trébol de cuatro hojas.
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