Extra 2
[HASTA QUE UNO DE LOS DOS CEDA]
2 - NOCHES DE VERDAD
You're in my mind all of the time
I know that's not enough
But if the sky can crack there must be some way back
To love and only love
[Electrical Storm — U2]
Nueva York, noviembre de 2000
SI HABÍA ALGO QUE Brennan Janko tenía claro era que Reagan O'Riley estaba borracho.
—¿Dónde estabas?—preguntó Perro cuando Brennan llegó a La Herradura.
—Con Shay—respondió él, como de costumbre.
Perro le dedicó una mirada inquisitiva ante la ausencia de Séaghdha O'Riley. «¿Y si estabas con Shay, dónde está él ahora, eh?», parecían decir los ojos oscuros del dueño de La Herradura. Brennan Janko se encogió de hombros, trazando cuidadosamente la usual sonrisa despreocupada de Keith McManus, diciendo implícitamente: «Y yo que sé, ¿acaso tengo pinta de ser su niñera?».
—¿Y qué estábais haciendo?
Brennan ocultó todo indicio de susceptibilidad de su rostro y le guiñó un ojo a Perro con picardía. Este no se mostró impresionado. Perro entornó los ojos con el ceño ligeramente fruncido antes de que Brennan contestase:
—Negocios. Hoy te veo muy cotilla, Perro. ¿Poco chisme para un sábado noche?—él dejó el tema, desentendiéndose de lo que la respuesta de Brennan acarreaba y volvió a poner los ojos en blanco—. En fin, ¿por qué me has llamado?
La expresión de Perro pasó de ser de molestia a preocupación. Mientras tiraba una caña desde el otro lado de la barra, señaló con la mirada a la raíz de sus preocupaciones. Y madre mía si era una buena razón por la que estar preocupado.
Reagan O'Riley se encontraba en medio del pub, su camisa blanca ligeramente desabrochada revelando la piel debajo, su cabello oscuro incluso más revuelto de lo que Brennan jamás lo había visto, sus mejillas sonrosadas bajo las luces del local.
Estaba bailando, a pesar de que en aquella parte de La Herradura no había una pista de baile—esta se encontraba en la parte trasera del local y apenas había empezado la Happy Hour, por lo que todavía no estaba abierta. Y aún así, había varias personas que se le habían unido: un par de chicas que rondarían los veintitantos mientras que un par de miembros de las Ranas Dardo les vitoreaban, disfrutando del espectáculo.
Brennan se tensó. Reagan estaba borracho y por si no fuera poco, acababa de volver a la barra para pedir chupitos. La receta para el desastre. Reagan O'Riley se encontraba en uno de aquellos días en los que quería autodestruirse.
Brennan volvió a mirar a Perro, que acababa de ladrarle a su personal la orden de que no le sirvieran nada más a Reagan. Aunque daba igual: estaba claro que si Reagan quería beber, conseguiría beber.
—Sheridan no está y ha perdido el control—se hizo escuchar Perro sobre la música del bar—. Tienes que sacarle de aquí. Está espantando a la clientela y los que vienen se ponen a bailar con él. ¡Esta no es la pista!
Perro no engañaba a Brennan: la clientela de La Herradura era lo que menos le preocupaba en aquel momento. La Herradura estaba llena, los sábados siempre lo estaba. Lo notaba en la tensión acumulada en la boca y los hombros del dueño del bar irlandés. Parecía estar esperando a que la mecha se prendiese y algo explotara.
—¿Y yo qué puedo hacer?—preguntó irónicamente—. Es mayorcito, deja que lidie mañana con la resaca; ya verás que entonces no vuelve a emborracharse en mucho tiempo.
El rostro de Perro le dejó ver que no tenía nada bajo control y que necesitaba que Brennan hiciera aquello por él. Algo se removió en sus entrañas, pero no se permitió sentirse culpable a sí mismo. Reagan era un adulto, por Dios.
—No sé qué os ha pasado estos últimos meses, McManus, pero por favor, perdónale esta noche—le pidió Perro con cansancio—. No está bien, Keith...
Perro nunca le llamaba por su supuesto nombre. Era siempre: «McManus esto, McManus lo otro», nunca «Keith». Brennan Janko no entendía la lealtad que Perro parecía tenerles a los O'Riley. Ninguno de ellos se lo merecía, y sin embargo Perro parecía tener un cariño inexplicable por los hijos de Grant El Suertudo. Esa noche había algo más que no le estaba contando, pero Brennan no le presionó. Y Brennan no le dijo a Perro que no había pasado nada entre ellos dos.
Que ese era exactamente el problema. Que Reagan O'Riley había vuelto a ser el Reagan que todos conocían y no el que Brennan había empezado a conocer aquella tarde meses atrás.
Que tras los dos días después de aquella tarde de agosto en los que habían estado conociéndose de verdad Reagan había dejado de hablarle y luego había vuelto a actuar como si fuesen solo Reagan y Keith.
Que había visto a Reagan besándose con una castaña esbelta en un callejón a un par de calles de La Herradura y había dejado de hablar con él una semana.
Que después del quinto día Brennan se había sentido culpable y estúpido y totalmente inmaduro por haber reaccionado así al ver a Reagan con otra persona sabiendo que no tenía ningún derecho, sabiendo que Reagan no era nada suyo, sabiendo que pensar en él solo le distraía de lo importante, sabiendo que no estaba ahí por Reagan sino por las Ranas Dardo, por Grant O'Riley.
Que Reagan no era el O'Riley del que tenía que estar pendiente y pensaba en él más de lo que se debía permitir. Que tener a Reagan O'Riley en sus pensamientos le hacía odiarse a sí mismo porque el agente especial del FBI Brennan Janko estaba ahí por su misión y solo por su misión.
Que sabía cuál era su deber pero Dios, oh Dios, había algo en esos ojos entre verde y azul de Reagan O'Riley, había algo de la sonrisa que le había dedicado aquella tarde de agosto que se le había quedado grabado en la memoria de Brennan Janko.
El agente especial Brennan Janko respiró profundamente con la incomprensible sensación de que la mañana siguiente se arrepentiría de haber cedido ante la súplica silenciosa tras los ojos oscuros de Perro, ante la preocupación que había escuchando cuando el dueño de La Herradura había dicho el nombre de su identidad falsa.
Pero sobre todo, Brennan Janko tenía la sensación de que se arrepentía por haber cedido ante aquella parte de sí mismo que le decía con un instinto protector que no procedía: «sácalo de ahí», «se está haciendo daño a sí mismo», «no dejes que siga así», «no está bien»...El eco de sus propios pensamientos en las palabras de Perro.
«No está bien. No está bien. No está bien».
Brennan Janko entrecerró los ojos a regañadientes y no dijo nada mientras esquivaba cuerpos hasta quedar frente a Reagan O'Riley. Llevaba una copa en la mano—a saber de dónde la había sacado—y en los pocos minutos que había durado la conversación con Perro se le habían sumado una decena de cuerpos alrededor de la barra y al lado del reproductor de música que Perro se enorgullecía en decir que llevaba ahí desde antes de que él fuese el dueño del bar.
Brennan era mucho más alto que la mayoría de personas que rodeaban a Reagan, mucho más grande. Quizás por eso la gente se apartó y le dejó paso hasta el centro, donde Reagan seguía bailando, ahora con dos botones más desabrochados de su camisa y con la piel brillante por el sudor bajo las luces naranjas y verdes del bar.
Brennan había visto a Reagan bailar más veces. Le había visto ebrio más veces, hasta el punto de que sabía que cuando Reagan O'Riley se emborrachaba se volvía un mentiroso compulsivo. Brennan siempre lo había achacado a que cuando se sentía vulnerable, Reagan necesitaba mentirse a sí mismo para crear aquella ilusión de control sobre su persona. Pero Brennan Janko nunca le había visto así.Como si perderse en el alcohol y la música fuese lo único que le permitía mantenerse en pie. Como si quisiera dejar de ser.
Brennan le puso una mano en el hombro a Reagan y este se dio la vuelta. Su sonrisa embriagadora desapareció y Brennan habría jurado que jamás había conocido a nadie más perdido que Reagan O'Riley en ese momento. Habría jurado que nunca había visto unos ojos tan tristes.
El segundo hijo del jefe de la mafia irlandesa no dijo nada. Él tampoco, al menos no al principio. Por un instante parecieron haber llegado a un acuerdo tácito. No obstante, Reagan O'Riley empezó a darse la vuelta. Brennan puso su mano en el hombro de Reagan de nuevo, pero esta vez lo hizo con más decisión y con la otra mano se hizo hábilmente con la bebida de Reagan y la alejó de su alcance.
—Creo que ya has tenido suficiente.
Los ojos de Reagan parecieron decir «no suficiente» con tristeza, pero entonces brilló la indignación y se zafó de su agarre.
—¿Y a ti qué te importa? Soy mayorcito para hacer lo que quiera y puedo cuidarme solo.
Reagan O'Riley era un coche de fórmula uno. Pasaba de cero a cien en menos de un segundo. De bromear a explotar, su frustración como un río desbocado. Estando ebrio...Aquella faceta suya solo se multiplicaba por mil. Brennan Janko sabía que aquello simplemente se debía a que Reagan percibía todo con más intensidad. Sentía más.
Brennan estaba demasiado cansado como para actuar como Keith McManus y desestimar las palabras de Reagan con un chiste por lo que dejó su falsa identidad de lado y le dedicó una mirada seria, inflexible. No hubo vacilación en su tono de voz.
—Si de verdad lo eres, ¿por qué me ha pedido Perro que te saque de aquí? ¿Por qué está tan preocupado?—no habló con un tono acusatorio, pero dijo—. Reagan, no sabes ni cuánto llevas bebiendo...Ven conmigo.
Reagan no dijo nada, lo que era una declaración clara y se mantuvo inmóvil en el centro de La Herradura. Miró al suelo por un instante, desorientado. Y a juzgar por cómo le temblaban las piernas ahora que no estaba bailando, lo único que le mantenía en pie era su orgullo.
—Reagan, no seas cabezota—dijo Brennan suavizando su tono—. Te vendrá bien tomar el aire. Si quieres podemos parar a por un tiramisú de esos que te encantan si no han cerrado...
Entonces las lágrimas empezaron a caer por el rostro de Reagan O'Riley. Él ni siquiera parecía darse cuenta de que estaba llorando, pero se encontraba inmóvil mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Y Brennan no alcanzaba a entender por qué, pero su corazón se encogió. Ver llorar a Reagan O'Riley le dolió.
Brennan se acercó a él lentamente y Reagan no apartó su mano cuando él se la puso en la espalda, en un intento de reconfortarlo. La gente seguía bailando alrededor de ambos y la parte trasera de La Herradura acababa de abrirse, por lo que el bar se había llenado en cuestión de segundos. Pero por un instante fueron solo Brennan y Reagan.
Reagan apoyó su cabeza en el pecho de Brennan, agotado, y no hizo falta que dijese nada.
—Llévame a casa.
Para bien o para mal, Reagan estaba demasiado borracho como para preguntarse cómo Brennan sabía donde vivía. El agente Janko había hecho una inspección en las casas de todos los O'Riley, en un intento fallido de encontrar evidencias que los ligasen a la corrupción política de personas influyentes y en ascenso como Theodore Ashton.
Desgraciadamente, no había encontrado absolutamente nada. Ese era el problema de las Ranas Dardo y el círculo de confianza de Grant El Suertudo: eran desconfiados como ninguno. Era de conocimiento popular el negocio de droga que corría por las calles y las violentas palizas que se llevaban las personas que incumplían un pago a los O'Riley, pero hasta entonces Brennan Janko no había presenciado ninguna atrocidad de las que inspiraban el miedo a la mafia irlandesa. Los O'Riley no dejaban cabos sueltos—eran minuciosos hasta decir basta. No se llamaba crimen organizado por nada.
Hacía un tiempo, hasta se había creído que quizás la reputación de las Ranas Dardo y sus O'Riley no era más que palabrería. Pero según Brennan se había integrado en la mafia, habían comenzado a asignarle trabajos de mayor confianza, principalmente limpiezas de escenas del crímen. El problema de aquellos trabajos era que no eran suficientes como para encerrar a Grant El Suertudo. Que Grant O'Riley ordenase la limpieza de una escena no significaba que él hubiese matado, ni siquiera significaba que hubiese dado la orden. Teniendo que en ciertos asesinatos se contrataban los servicios de un tercero para librarse de rastros incriminatorios. Grant siempre había sabido jugar con la lógica de la ley.
Shay era más descuidado, pero sus crímenes no superaban trapicheos, negocios cuestionables, violencia física y amoralidad continua. No había matado a nadie, al menos no que supiese Brennan.
Dara solía tratar de mantenerse al margen y Reagan...Bueno, Reagan no era un santo, siendo un O'Riley aquello era difícilmente posible. Aparentemente se había metido en algún que otro lío de joven, pero desde entonces de lo único de lo que se le podía culpar a Reagan era de ser un bocazas y tomar malas decisiones. Como emborracharse como lo hizo aquella noche.
Brennan Janko metió a Reagan O'Riley en la ducha, ignorando las quejas del último diciéndole que se encontraba bien y se quedó esperando al lado, pendiente de que Reagan no se cayese al salir o entrar a la ducha. Le entregó una camiseta y un pantalón del armario y llenó un vaso de agua de la cocina.
Al entrar en la habitación del O'Riley, Reagan se encontraba sentado en el borde de la cama con la mirada perdida. Sin decir una palabra, le tendió el vaso de agua junto a una aspirina y se sentó a su lado, esperando a que Reagan terminase de beber. Cuando lo hizo, Brennan se dispuso a levantarse de la cama para marcharse. Sin embargo, Reagan O'Riley habló por segunda vez desde que habían llegado al apartamento.
—Me han despedido—dijo Reagan en voz baja sin mirarle directamente. Brennan optó por no decir nada, dejándole continuar y este siguió—. Mi jefe se enteró de que mentí sobre mi identidad y... me han despedido.
Brennan continuó en silencio pero puso una mano sobre la pierna de Reagan, que se había estado moviendo con nerviosismo desde que él había empezado a hablar. Al sentir la mano de Brennan, Reagan se paró y miró lentamente al agente Janko. Era una certeza: Brennan Janko nunca había visto unos ojos tan tristes como los de Reagan O'Riley.
—Lo peor es que no me ha despedido por ser un O'Riley, sino por haberlo ocultado—murmuró cerrando los ojos—. Encuentro a una persona que podría haber ignorado mi apellido y pierdo la oportunidad por mentir...El error ha sido única y completamente mío.
Reagan volvió a cerrar los ojos antes de musitar:
—Hoy habría cumplido cincuenta y seis años. —El estómago de Brennan se encogió durante un instante, pero Reagan continuó—. Dara, Shay y yo teníamos la tradición de ir a su pastelería favorita y comer tiramisú. Era su postre favorito. Detestaba los frutos del bosque y los postres de chocolate, pero adoraba el tiramisú...Shay dejó de venir con nosotros hace unos años, decía que era demasiado doloroso seguir haciéndolo, pero Dara y yo seguimos con la tradición.
Reagan apretó los puños y apartó la mirada de Brennan.
—Hasta hoy—dijo con una mezcla de tristeza y de algo más—. Se le ha olvidado. Estaba con An y no ha venido...Pero no puedo enfadarme con él. Está enamorado, no puedo amargarle eso a mi hermano. Se merece todo el amor que puede recibir, y más con esta familia de mierda. Él no recuerda cómo era ser querido por nuestra madre, era muy pequeño, pero yo vivo todos los días con la certeza de que nadie va a llenar el hueco que dejó en mí.
Brennan Janko no pudo hacer nada más que abrazarlo con fuerza, rodeando su cuerpo con sus brazos mientras Reagan se desmoronaba silenciosamente. En toda su carrera Brennan había conocido todo tipo de personas, pero nadie como Reagan O'Riley. Todavía era incapaz de descifrar a Reagan en su totalidad, probablemente porque tenía su corazón encerrado bajo llave y su verdadera naturaleza selectamente escondida. ¿Cómo podía ser Reagan tan diferente a sus dos hermanos? ¿Cómo tenía aquella reputación, si Brennan había visto la manera en que todos gravitaban a su alrededor y la lealtad que le tenía a los suyos?
—Lo siento mucho, Reagan—fue lo único que dijo.
Cuando Brennan soltó a Reagan, sus rostros quedaron a apenas unos centímetros de distancia. Podía ver el verde azulado de los ojos de Reagan con la tenue iluminación de la sala y sintió la cercanía entre sus dos cuerpos como si el aire entre ellos estuviese electrificado.
Brennan supo que Reagan sentía lo mismo cuando vio sus ojos claros oscurecerse y su cuerpo se inclinó hacia el de Brennan. Se encontraban tan cerca que sus narices se tocaban, Brennan sentía la respiración de Reagan en su mejilla. Entonces, Reagan se movió hacia adelante, de tal manera que sus labios rozaron los de Brennan. Tan solo ese roce envió electricidad por el cuerpo de Brennan, pero se obligó a sí mismo a separarse, levantándose de la cama.
Reagan, con una mueca de confusión, le miró fijamente.
—Reagan, estás sintiéndote muy vulnerable en estos momentos...No es buena idea.
El aludido se levantó de la cama, quedando a casi su altura, más despierto que nunca.
—Estoy sobrio, Keith, y quiero besarte, ¿qué tiene eso de malo?
Brennan negó con la cabeza.
—No estás preparado y estás en un estado vulnerable, eso tiene de malo. Esta vez has sido tú el que te has estado escondiendo, y no te culpo, pero sé que si seguimos tan solo voy a ser quien te haga sentirte mejor si estás mal y nada más...Cuando te bese, quiero saber que estás conmigo al cien por cien.
Era una terrible idea acercarse tanto a Reagan, y más cuando este tenía la capacidad de hacerle olvidar cuáles eran sus prioridades pero Brennan Janko no podía evitarlo. Reagan O'Riley era un dolor de muelas, pero era su dolor de muelas. Aquellos meses sin hablarse no habían servido de nada, porque cuando Brennan no estaba ignorando a Reagan estaba pensando en él.
—No sé si estaré preparado nunca—confesó Reagan—. Llevo un tiempo sin intentarlo...
—Tan solo eso ya indica que lo estarás—repuso él, dedicándole una pequeña sonrisa y Reagan curvó sus labios hacia arriba—. Contaré los días, O'Riley, no me hagas esperar una eternidad.
—Gracias...Por todo.
Brennan respondió con una sonrisa sincera y salió del apartamento.
***
Fue cuestión de cuatro meses y diez días.
Cuatro meses y diez días.
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