Capítulo 9
9 - PEQUEÑAS VICTORIAS
✨Mini maratón 1/2✨
You're all I've ever needed
[The One — Elton John]
JAMIE WELLS NO podía expresarle su gratitud a Dara O'Riley ante su ofrecimiento a llevarlos con su coche a casa. Jamie había dado una dirección imprecisa, pero habían aparcado más o menos cerca, lo suficiente como para que la inspectora magullada no se quejase del cansancio. En realidad Jamie lo comprendía, la pobre chica había pasado una noche peliaguda, aunque era irónico que el hijo de un mafioso estuviese llevándolos hasta el único lugar seguro para ellos.
—Oye, Dara—dijo Casey en su mayor intento por guiñar un ojo una vez salieron del coche—. No esperes que mañana vaya a estar haciéndote de niñera, ¡así que no te vayas de la ciudad!
—Entendido, jefa—respondió él tras una risa—. Buenas noches.
Con un gesto ambos se despidieron del irlandés y caminaron un par de calles hasta llegar al portal correcto. Casey Robins tenía los ojos entrecerrados y su compañero la observaba por encima del hombro con cautela, preguntándose en qué pensaría ella. Era todo un enigma y durante las horas previas había visto varias caras que la policía le había ocultado esas semanas.
Había sido una noche de locos. Él personalmente no se esperaba ni de lejos que Grant El Suertudo lo fuese a elegir. Debería haberlo visto venir: Kieran era el único que había vencido a Shay a lo largo de los últimos años y era amigo de Neil Bishop. ¿Qué reto podría ser mayor que enfrentarla contra alguien conocido?
Pero viéndolo de otra manera, había partes de él que se alegraban por la elección del jefe de la mafia: al haberse enfrentado a él, había podido controlar un poco la situación, inclinando la balanza a favor de Casey, pese a que en dado momento había perdido el control. Aún podía escuchar los susurros de la gente llamándolo «oportunista». Esa palabra era como un detonante para su faceta explosiva.
Jamie y Casey se metieron en el ascensor, demasiado cansados como para subir al piso caminando. Él se colocó al lado del panel de los botones y observó a Casey, con los ojos cerrados, la cabeza hacia el techo y cruzada de brazos, apoyada en el espejo. Con el aspecto que llevaba, la chica parecía más una adolescente con problemas de actitud que una policía encubierta.
—Tienes un aspecto horrible, amor.
—Tú tampoco estás en tu mejor momento, encanto—replicó Casey sin abrir los ojos aunque en un tono desenfadado, casi cantarín—. Si quieres jugar a los doctores ahora nos vendría bien, ya sabes, por eso de que parece que hemos tenido una pelea matrimonial con denuncias, dinero y alcohol de por medio.
A Jamie le dolió reírse. Casey le había dado un golpe bastante fuerte en la tripa.
—Recuérdame no llevarte la contraria próximamente. Has estado fantástica, Robins, ¿cómo has conseguido acabar con Shay sin llevarte un mordisco como yo?
Aquella pregunta tuvo que ser inadecuada, puesto que la chica, que antes llevaba una sonrisa satisfecha en su rostro, se encogió de hombros y tensó la mandíbula. No había rastros de jocosidad en sus ojos, Jameson solo distinguió que una sombra los atravesaba. El policía sacudió la cabeza sin esperar respuestas y giró la llave del piso antes de que ambos entrasen.
—Un amigo me enseñó a usar todo a mi favor en situaciones... arriesgadas.
Jamie la miró fijamente y asintió, agradeciéndole su sinceridad. Como si hubiese palpado la incomodidad que se había extendido entre ellos, Casey se marchó a la ducha. Él optó por hacer lo mismo aunque eso supusiera limitar el agua caliente a su compañera (ella le había dicho que no le importaba que estuviera fría, qué masoquista). Jamie terminó primero y se puso la camiseta de manga corta y los pantalones de cuadros que usaba de pijama, con cuidado, fue aplicándose la pomada en las heridas del irónico enfrentamiento con la chica que compartía piso con él.
Casey regresó minutos después con una camiseta holgada, varias tallas más grande que las que habría usado ella, con el diseño de Queen, aquel grupo famoso en el que cantaba Freddie Mercury; tenía el pelo mojado, se le pegaba al cuello, y una expresión cansada que compartían los dos. La chica era sin lugar a dudas pelirroja. Con el paso de los días Jamie había podido observar las vetas cobrizas en su cabello castaño e intuyó que ese color apagado se debía a un tinte que cubría otro rasgo identificador. Finalmente Casey se sentó al lado de Jamie en el sofá.
—No sabía que llevabas gafas—observó Casey un poco más animada mientras Jamie se encargaba de curarle las heridas que ella no podía alcanzar sola—. Te dan un aire intelectual.
Jamie contuvo una risa. En realidad, no muchas personas lo sabían. Wells solo necesitaba utilizarlas cuando no tenía lentillas o estaba demasiado cansado como para ver nada. De hecho, la mayoría de gente se quedaba tan cautivada con sus ojos azules que no se daba cuenta de que había un plástico transparente sobre sus iris. No obstante, Jamie terminó guiñándole el ojo con picardía y diciendo:
—No sabes muchas cosas sobre mí, Casey Robins.
La pelirroja pareció considerarlo al llevarse una mano a la barbilla como si se tocase una tupida e inexistente barba. Su rostro se iluminó, pero no fue obra de la luz de la lámpara sobre la mesa al lado del sofá sino la de una idea—a los ojos de su compañera—brillante. Lo miró resuelta, como si no se hubiese llevado todos esos golpes esa noche.
—Bueno, eso puede arreglarse. De ahora en adelante el miércoles es el día de las confesiones. Una cada uno, da igual de qué se trate pero cero mentiras o excusas.
—Vale, trato hecho—contestó Jamie estrechándole la mano a Casey—. Ya es jueves, pero confieso que no daba ni un duro por nuestra supervivencia de esta noche.
—Hombre de poca fe—dijo ella con una sonrisa torcida—. Yo confieso que no sé si necesito echar un polvo, emborracharme o una tarrina entera de helado, a ser posible de chocolate.
Jamie se rio ante la expresión británica de la chica y se levantó con decisión hacia el frigorífico. Le quedaba helado de stracciatella. «¡Ja!, y Yaiza decía que tener helado en enero era una bobada», pensó Jamie mientras sacaba dos cuencos de uno de los armarios de la cocina, dos cucharas de un cajón y una botella de whisky. Cuando Casey le preguntó por quinta vez consecutiva qué se traía entre manos, él se acercó al sofá y le tendió uno de los boles con una sonrisa amplia.
—No creo que sea saludable que tengas sexo en tu estado actual, pero lo del alcohol y el helado se puede arreglar—bromeó echando el alcohol sobre el helado como si de sirope se tratase. El mayor deleite fue la expresión sorprendida de Casey—. Es nata con chocolate.
—¿Siempre la voz de la razón, Pepito Grillo?—dijo dándole un codazo antes de meterse una cuchara de helado en la boca. La chica gimió de placer—. Dios, ¡eres brillante, Wells! Otro ritual.
Jamie Wells y Casey Robins chocaron sus cuencos de cerámica celeste con una sonrisa cómplice. No supo cómo interpretar el sentimiento de familiar tranquilidad y confianza que Casey le evocaba pese a que seguía viviendo como un criminal que trabajaba para la gente de O'Riley.
Tal vez era el efecto de haber recibido tantos golpes esa noche, pero Jamie se sintió afortunado al tener a aquella pelirroja inteligente a su lado.
A la mañana siguiente Jamie se encargó de sacar la basura. Tanto él como su compañera se habían quedado dormidos en el sofá la noche anterior, sin embargo Casey ni se inmutó cuando Jamie se levantó del sillón, como si no se hubiese quedado apoyada durmiendo sobre su pecho.
Jamie no podía evitar sentirse aliviado por Casey, por primera vez en muchas noches había dormido plácidamente, y eso que no se habían ido a la cama. Apartó cuidadosamente la cabeza de Casey, la dejó apoyada en uno de los cojines y colocó de nuevo la manta para envolver el cuerpo de la policía. La imagen resultaba tierna, e incluso Casey parecía inofensiva con los párpados cerrados, la respiración regular y acompasada además de las líneas de su rostro relajadas, en paz.
Jamie tuvo que reprimir una risa ante la idea de que la feroz inspectora que estaba dormida en su sofá pudiese resultar mínimamente inofensiva, casi parecía que no traía problemas consigo. Era un peligro, aunque también la persona más valiente a la que había conocido.
No podía evitar sentir admiración.
La dejó descansando, sabiendo que perturbar su sueño habría tenido consecuencias horribles para él y que a ella le haría menos gracias aún que se debiese a la basura. Además, Jamie prefería que Casey se repusiera, temía que si se despertaba volviese a sus actividades normales todavía cuando tenía que ir recuperándose de los efectos colaterales de la noche previa. Una Casey despierta era sinónimo de una Casey inquieta, y algo le decía a Jamie que esa mujer era peor enferma que Félix, Yaiza y Tessa juntos. No quería tentar a la suerte.
Cuando su teléfono sonó no pudo evitar sorprenderse. Metió la bolsa en el contenedor, cerró la tapa y contestó con un deje de desazón, fue entonces cuando Gavin Lamar lo saludó. Jamie se alegró de tener noticias de él. En esos dos años, Lamar había ido y venido con su tía, que al parecer tenía negocios con El Suertudo. De hecho, parecía ser la única persona en la que Grant depositaba su confianza, su única asociada.
Jamie nunca había podido relacionar abiertamente a Jacqueline con Grant y la verdad era que no quería hacerlo, para ser una familia de estafadores eran la mar de agradables (qué irónico...Lamar). Por encima de eso, Gavin parecía ser un tío respetable—todo lo que se podía esperar, claro—, había cierta cualidad de él que hacía preguntarse a Jamie qué diferenciaba a una buena persona de una mala persona, porque definitivamente la criminalidad no era uno de los rasgos identificadores.
—¿Lamar?—contestó animado—. Hacía mucho tiempo.
A lo largo de los años se forjaban amistades inesperadas, Wells lo sabía mejor que nadie, pero ni siquiera Dara O'Riley (el más legal de su familia) le transmitía a Jamie esa sensación de seguridad, de confianza.
Un sexto sentido le decía a Jamie que aunque le hubiese confesado a Gavin su verdadera identidad, él no lo habría traicionado. Para ser precisos, Jamie Wells se había deshecho completamente de su piel como Sheridan con solo dos personas: Gavin Lamar y Casey Robins.
—Hola, Kier—lo saludó Gavin, Jamie dedujo que sonreía al otro lado de la línea por su tono, pero entonces se volvió más serio—. Escucha, estoy en la ciudad, ¿puedes verme?
Jamie percibió algo de inquietud en el acento afrancesado de Lamar. En otra ocasión se habría burlado, pero dadas las circunstancias, que Gavin estuviese preocupado solo aumentaba su propio desasosiego. Se lamió los labios y contestó tras una pausa:
—Sí, claro. La Herradura ya está abierta...
—No podemos ir a La Herradura. —Decretó en un tono determinante—. Ven a Central Park en veinte minutos...Siento dejarte así, colega, pero es un asunto que solo nos concierne a nosotros.
Los músculos de Jamie se tensaron al escuchar las palabras del chico de Lyon. Tratando de camuflar la preocupación en su voz, Jameson le dijo que allí estaría y echó a caminar hacia allá después de dejar una nota en el recibidor del piso.
***
Una brisa fue lo necesario para que las yemas de los dedos de Gavin se quedasen tan frías que no fue capaz de sentirlas bajo sus guantes de cuero. Ojalá hubiesen estado forrados como los de la tía Jackie. Ni el cuello alto de su jersey color crema ni la gabardina café que Gavin siempre llevaba lograban tranquilizar o calentar al lionés en absoluto.
Por un momento se arrepintió de haber llamado a Sheridan, tal vez tendría que haberlo dejado estar hasta encontrar más respuestas en Jacqueline.
Gavin negó para sí mismo. No podía permitirse vacilar ahora; lo hecho, hecho estaba, y se recordó que tenía que mantener esa conversación cuanto antes con Kieran. Aunque sonsacarle información era una idea muy atractiva, Gavin había ido allí para advertirle de algo más importante a su amigo.
Esto lo hacía por ellos: por Kieran y Casey.
Sheridan bien podía tener otro nombre y haberle mentido desde el principio, pero Gavin no había fingido su amistad en los últimos años y se preocupaba por él de verdad. No estaba seguro, pero era lo más probable y el poder de deducción del lionés había sido de las únicas cosas que lo habían mantenido a flote buena parte de su vida.
El francés distinguió la figura de Kieran, ataviado con un jersey de punto gris y una chaqueta del mismo tono oscuro que sus pantalones. Para trabajar para las Ranas Dardo vestía bien, o eso, o todo le quedaba bien. Gavin tenía el mismo ojo crítico que su tía, aprobó la manera de vestir de Sheridan, decía que iba seguro pero con precaución, elegante pero dispuesto.
Jackie siempre había dicho que la ropa y el lenguaje no verbal eran tan importantes como la astucia a la hora de los negocios; la belleza no era más que un arma más en el arsenal de algunos delincuentes. Su tía alegaba que los gestos decían mucho de las intenciones, y que sabiendo manejarlos e interpretarlos podía suponer una victoria o una bala en la cabeza.
Hacían más sencilla la tarea de manipular a la gente tanto voluntaria como involuntariamente. ¡Qué encantadora era!
—Me alegro de verte—dijo Gavin con sinceridad tras abrazarlo y ambos se sentaron en el banco—. ¿Qué tal vas? Me enteré de que ayer tuvisteis una noche interesante en La otra Herradura.
—Sí, la verdad—contestó señalando un moretón en sus definidos pómulos—. Por lo demás bien. Deberías conocer a la chica a la que me tocó enfrentarme, es pura dinamita; te encantaría. Me recuerda un poco a ti—sonrió—, aunque es menos humilde.
Gavin no pudo evitar que las comisuras de sus labios se estirasen hacia arriba. Si él hubiese sabido que esas similitudes se debían a años y años de criarse juntos...Su amiga seguía siendo arrogante, entonces; daba gusto que al menos eso no hubiese cambiado. A Gavin le sorprendió gratamente que Kieran sonriera al hablar de su amiga.
«Bien. —Pensó Gavin—. El amor rompe las barreras de lo que uno es capaz de hacer».
Con Sheridan cerca para refrenar los impulsos de Casey estarían más seguros. No fue la sonrisa lo que le convenció a Gavin, sino el efímero destello de arrobo en los ojos de su amigo. Los ojos hablaban por sí solos, aquel sentimiento era real. Kieran podría ser un buen actor, pero había ciertas cosas que no se podían disimular, como el recelo que su amigo le tenía a Séaghdha, su creciente comodidad con Reagan y la conexión emocional que tenía con Casey.
Tras un breve intercambio de banalidades la expresión serena de Gavin se endureció. Le gustaba conversar con el que estaba sentado a su lado, pero siempre se habían saltado las trivialidades y no creía que fuese un buen momento para empezar con ellas. Gavin tosió, aclarándose la garganta y viendo por el rabillo del ojo la mirada atenta de Kieran.
—He oído que conocías a Neil Bishop—dejó caer apretando los puños bajo sus guantes de cuero—. Me han dicho que la conocías de la uni, de la politécnica de Dublín.
Kieran asintió levemente, sin embargo Gavin había notado cómo su cuerpo se crispaba mientras tamborileaba sus dedos sin brusquedad en su pantalón. «Está mintiendo», supo Gavin. El sobrino de Jacqueline tenía un don para detectar esos detalles imperceptibles a primera vista que distinguían una verdad de una mentira.
En su día Casey lo había llamado «el señor detector de mentiras», y tras su supuesta muerte, a Gavin eso se le había metido bajo la piel; había mejorado considerablemente con ello y sus capacidades de deducción se habían vuelto difíciles de superar. Gavin no daba palos de ciego, observaba, analizaba y deducía.
—Pero eso no es cierto, ¿verdad?—continuó Gavin. Quién lo hubiese escuchado podría haber considerado su tono insolente y sus palabras una insinuación, una amenaza, no obstante, lo único que quería Gavin era poner las cartas sobre la mesa, y confiaba en que su amigo lo captase. El lionés habló con cautela, sabiendo que sus siguientes palabras lo descolocarían si no mantenía la tranquilidad por ambos. La gente reaccionaba mejor a una afirmación comprensiva que a una acusación—. Porque Bishop estudió en Londres..., y tú nunca has pisado la politécnica de Dublín.
Sheridan entreabrió los labios a punto de contestar, pero finalmente no dijo nada. Su fachada imperturbable se había desmoronado por un puñado de palabras de Gavin y este se alegraba de haber concertado la cita en el medio de un lugar público, en el que no eran más que dos personas más haciendo su vida y no un potencial centro de atención. El mejor escondite estaba a plena vista.
—¿Cómo y por qué lo sabes?—inquirió Kieran.
Gavin Lamar negó despacio.
—Pues igual que sé que no eres irlandés sino medio americano y español—respondió con una sonrisa triste—. Atendiendo. Venga, no me mires como si hubiese matado a tu hermana, eres más moreno que yo, tienes un acento peculiar y desde luego no eres tan ruidoso como los italianos que he conocido. Alguna vez te he escuchado maldecir en voz baja y me arriesgaría a decir que el acento es de Madrid y por tu madre...Lo sé desde que llegaste, Kier, y no me importa si guardas un millón de secretos pero necesito que ahora me seas muy sincero.
La rigidez se había hecho con el cuerpo de Kieran Sheridan, parecía que las palabras se le habían quedado atascadas antes de salir de su boca. Gavin lamentó tener que recurrir a los análisis que había ido recogiendo con el tiempo, para nada con intenciones de sobornarlo o usarlo a su favor. La amistad que tenía con Kieran era real—o al menos así la juzgaba Gavin—, pero también lo era su lealtad a la chica que se hacía llamar Neil Bishop.
—El cómo y él porqué no son relevantes—manifestó con seriedad—. Y no, no te estoy amenazando, no quiero nada de ti que no estés dispuesto a hacer de forma voluntaria. Conozco a Neil Bishop. Ya sabes, el verdadero Alfil Negro, una pelirroja con una boca muy grande, descarada y una testarudez aún mayor.
No pudo evitar emitir una risa nostálgica. Sabía que su amigo lo estaba analizando con detenimiento, como si estuviera preocupado por más descubrimientos del francés. Su instinto le había dicho a Gavin que debía reservarse algo de información, como que sabía el verdadero nombre de Neil, que se habían criado juntos y que ella no sabía que él estaba vivo.
Gavin no se inquietó, pero presentía que Sheridan llevaba algún arma muy cerca y que la tenía discretamente preparada por si la situación se descontrolaba.
—No le digas que me conoces—le advirtió—. No dejes que nadie le permita escuchar el nombre de Gavin o Jacqueline Lamar hasta que sea seguro para todos.
—¿Qué pasa?—balbuceó Kieran—. ¿Por qué debería ocultárselo, Gavin?
Gavin sintió que se le secaba la garganta y tragó saliva forzosamente antes de decir:
—Sospecho que ella misma piensa que estoy bajo una tumba muy profunda. Hace unas horas, yo tampoco sabía que seguía viva...Y si hay alguien tan empeñado en que creamos que el otro estaba muerto, necesito adivinar el porqué antes de volver a verla. Presentarme ahora sería muy caprichoso por mi parte y si está iniciándose con vosotros sería un buen problema.
—¿Entonces, qué quieres?
—Mantenla con vida...Tienes que mantenerla con vida—dijo con firmeza—. No podría soportar perderla otra vez—musitó, esperando que él no la escuchase y recuperó la decisión en su tono—. Confío en ti más que en nadie para pedirte esto: cuídala. Ambos sabemos que sabe cuidarse perfectamente sola, pero tiene un don excepcional para ponerse en peligro... Creo que no es una casualidad que mi tía y yo hayamos venido justo tras la reaparición del Alfil Negro tras tantos años.
Gavin Lamar se levantó del banco y se colocó el sombrero de Panamá sobre su cabello castaño. Observó de soslayo a su amigo, cuyo rostro era una mezcla de estupefacción, alivio y por alguna extraña razón, también miedo.
La mente de Gavin divagó acerca de las posibilidades, ¿sería Kieran su amante? La idea quedó descartada prácticamente cuando se cruzó por la mente del francés, tal vez los lazos que unían a Kieran y a Casey se volverían estrechos con el paso de las semanas, pero la noche anterior esos gestos compartidos, esa intimidad eran más propias de un compañero de camino a amigo que de un amante.
Gavin lo sabía mejor que nadie, él mismo había sido el compañero de esa chica que antes de cumplir los diez años ya estaba sumida en los problemas de las calles. Una bombilla muy brillante se encendió en la cabeza con una peligrosa asociación de ideas. «Algún día ese cerebro rápido tuyo te supondrá una gran decepción», le había dicho Casey a través de una de sus cartas cuando tenían dieciséis. Puede que la pelirroja tuviese razón, pero las piezas del rompecabezas se negaban a no encajar.
Kieran Sheridan era el compañero de su mejor amiga, pero no uno de crímenes como habían sido Gavin y ella...No. Cuando Neil Bishop había abandonado su identidad falsa y Dublín, había elegido aprovechar la oportunidad. Gavin decidió callarse su descubrimiento, tal vez saber que él conocía la verdad turbaría demasiado a Kieran Sheridan.
Casey Robins había seguido los pasos de su padre, se había convertido en policía y ahora estaba operando encubierta para desmantelar una de las mafias más peligrosas de la historia. Gavin supo que sus ojos avellana habían brillado por el orgullo, y no se habría esforzado en ocultarlo por nada en el mundo. «Esa es mi chica».
—La conocía bien, Kier, y te aseguro que si permanece aquí mucho tiempo llegará el momento en el que perderá el control...Cuando llegue ese día, debes preguntarle por Zélie Lamar. Ah—añadió Gavin antes de marcharse—. Y si ladea ligeramente la cabeza hacia la izquierda o se toca el nudillo del dedo medio o índice de la mano derecha con la yema del pulgar de la misma mano..., está mintiendo.
Gavin sintió que una mano lo agarraba del brazo y vio que Kieran (o como se llamase su amigo) lo sujetaba con una mirada de determinación. Gavin se alegró de haberle hablado sobre Casey Robins a alguien tras tantos años de llorar su ausencia en silencio, y más cuando se trataba de un hombre al que también le importaba la pelirroja.
—Sé que no es un gran consuelo—dijo Kieran con una sonrisa a medias—, pero habla de ti como tú de ella...Atesora su recuerdo de ti y ahora creo que entiendo por qué la he escuchado murmurar tu nombre en determinadas ocasiones. Gavin, te prometo que vas a volver a verla.
—Gracias, Kier—dijo Gavin asintiendo bajo su sombrero—. Neil Bishop tiene un corazón de oro, pero ha visto cosas atroces, y el bastardo de O'Riley empleará cualquier resquicio de inseguridades para hacer que dude sobre sí misma. No dejes que olvide quién es.
Sheridan asintió y soltó la gabardina del francés. «No te metas en muchos líos—pensó Gavin—. Voy a por ti, Case». Gavin Lamar echó un último vistazo hacia el sitio de su amigo y se dio la vuelta. Tenía unas cuantas preguntas que hacerle a Jacqueline Lamar.
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