Capítulo 8
Aviso: Este capítulo contiene descripciones de violencia que pueden resultar ofensivas para algunos lectores.
8 - SUPLANTADOR
I know every trick, no freak's gonna beat my hand
[Pinball Wizard — Elton John]
GAVIN LAMAR NUNCA había sido partidario de ir en avión, sobre todo cuando le tocaba cruzar un océano para llegar a su destino. Detestaba las diferencias horarias en todos los aspectos posibles y eso le hacía comportarse como un viejo gruñón, más similar a su abuelo Jacques que a sí mismo.
Por eso, cuando llegó a Nueva York desde su preciada Lyon a casi la una de la madrugada pensó que había retrocedido en el tiempo. En Francia ya serían las siete de la mañana y podría al menos haberse ido a comer algo apetecible. Un croissant habría sido un poco cliché, pero para Gavin eso era mejor que solo poder ir a beber.
Su tía Jacqueline, que nunca tenía problemas a la hora de dormir, se había marchado directa al hotel. «Dormirá por los dos», pensó Gavin caminando por las calles de Chinatown para llegar al único sitio en el que podría obtener algo decente para comer: La Herradura.
Ese bar irlandés le recordaba demasiado a su infancia y a su mejor amiga, que se había marchado y no había vuelto jamás, pero que aún así había tratado de comunicarse con él durante unos años...La nostalgia amenazaba con devorarlo siempre que viajaba hacia allá. Perro tendría algo dulce para él. Seguro que tenía guardadas algunas magdalenas o tal vez un trozo de tarta.
Gavin Lamar destacaba en La Herradura por su piel tostada, sus ojos avellana y su cabello castaño, tan alborotado como de costumbre. Jacqueline siempre le decía que el día que se peinase correctamente o se cortase el pelo, y no como un chico de diecisiete años, surgiría un milagro. Razón de más por la que Gavin lo llevaba así. Además, tampoco habría sabido qué hacer con su pelo, no era rizado pero tampoco era liso del todo.
Su mejor amiga solía decir que era un caso perdido. A lo mejor tenía razón. Gavin se quitó la gabardina y la dejó en la silla de al lado que estaba insólitamente vacía. Se sacó dos dólares de la bolsa que se cruzaba por su pecho y se colocó bien la camiseta oscura que llevaba debajo, sacándose de los pantalones la parte que había llevado dentro por el frío del vuelo.
Al principio Perro lo miró mal por sus botas militares, que estaban ligeramente manchadas de tierra húmeda, pero no hizo falta más que un puchero para que le diese una porción de pastel de chocolate. Eso le recordó a su vieja amiga, que siempre había adorado el chocolate.
Lamar trató de evadirse de sus pensamientos y miró hacia su alrededor de nuevo. Era muy extraño, aunque había pasado a ser jueves hacía una hora y poco, la noche del miércoles era famosa por los chupitos gratis pasadas las once. ¿Habrían cambiado las cosas desde su última vez allí?
—Ey, Perro—lo llamó con curiosidad—. ¿Por qué está esto tan vacío?
El dueño del bar se crispó y Gavin levantó una ceja con curiosidad, preguntándose qué sucedía. Douglass se acercó con discreción a la parte de la barra donde él estaba y lo miró con una preocupación genuina que le sorprendió a Lamar.
—La mayoría ha ido a ver la parte violenta de la iniciación de una chica que llegó hace poco—sacudió la cabeza—. Me temo que vaya a hacer algo muy estúpido, deberían haber regresado hace un rato. Parece tener tu mismo sentido suicida para cometer imprudencias temerarias. Es agradable, cosa poco común por estos lugares.
—¿Y adónde ha ido?—preguntó Gavin picado por la curiosidad. Perro frunció los labios advirtiéndole con su lenguaje corporal de las borracheras y la decadencia que se encontraría si se acercaba para ver la pelea. Gavin trató de disuadirlo con su sonrisa de cordero—. Perro...Ya sabes que no voy a hacer nada arriesgado esta noche, el jet lag no me lo permitiría. Solo tengo curiosidad.
Perro bufó. Esa no era una mentira. Gavin esperaba que el dueño de La Herradura le contestase con su vieja conversación de: «La curiosidad mató al gato, Lamar». Él habría replicado: «El gato tiene siete vidas, Perro; el gato murió sabiendo algo de más y la pregunta es, ¿mereció la pena esa información?».
Sin embargo, el viejo Doug parecía cansado esa noche y se limitó a negar con desaprobación. Ahí donde lo veías, Perro era la voz de la razón que le faltaba a los criminales que pisaban su bar.
—No quiero saber yo lo que pasará si os conocéis, Lamar—refunfuñó pasando una bayeta por la barra para limpiarla—. Se han ido al gimnasio que tiene el mismo nombre que mi bar. No pusieron demasiada imaginación con el maldito nombre.
—Gracias, hombre—contestó poniéndose su gabardina de nuevo y se acercó a la puerta—. Jackie y yo vamos a estar aquí una temporada así que... nos vemos.
Gavin, un poco desorientado, no llegó hasta la una y media al gimnasio La Herradura. Las luces de la parte exterior estaban apagadas pero el francés pudo apreciar una luz trémula al fondo de la primera sala. La puerta estaba cerrada, pero Gavin Lamar conocía maneras de entrar a todos los sitios. Pese a que habría sido fácil forzar la cerradura, Gavin conocía la entrada trasera del gimnasio, en un callejón cercano que llegaba directamente a los vestuarios de aquel sitio que parecía roñoso de primeras.
La puerta metálica cedió con facilidad y se adentró en la parte privada del gimnasio con una sonrisa triunfal. En el vestuario había ropa de mujer tirada en un banco y prendas de hombre no muy lejos. Gavin frunció el ceño, ¿habrían ido todos a ver el enfrentamiento porque era un hombre contra una mujer? Qué bobada. Las mujeres eran duras de roer y si alguien lo negaba Gavin les habría presentado a Jacqueline Lamar o a su mejor amiga y se habrían callado varias bocas.
A Lamar nunca le habían gustado las peleas, le recordaban a su propio pasado, pero no podía negar que la curiosidad lo había vencido otra vez. ¿Quién había suscitado la atención de media Herradura incluido Perro? ¿Por qué no estaban los habituales: los O'Riley, Keith McManus, Benjamin Acker y Kieran Sheridan? El último mostraba un claro desinterés por las pruebas de fuerza desde que había entrado a las Ranas Dardo. A fin de cuentas, Sheridan se llevó un mordisco del bruto de Séaghdha dos años atrás. Por eso era intrigante.
Los gritos, abucheos, vítores y las voces de los presentadores resonaban hasta en la sala en la que él se encontraba, y eso que estaba insonorizada. Gavin suspiró, se quitó la gabardina intuyendo que el centro de la sala estaría lleno y que el sudor no tardaría en manifestarse, se la colgó del brazo y empujó con el hombro derecho la puerta del vestuario. El mundo se ensordeció en cuanto reconoció la espalda de su colega, Kieran Sheridan, y luego volvió a escucharse todo escandalosamente.
Con tantas cabezas, Gavin apenas veía lo que había más allá de ese mar de cuerpos. Lamar no era de baja estatura, pero todo el mundo estaba apiñado, en puntillas y alzando su mirada al cuadrilátero de tal manera que su metro setenta y siete no servía para mucho. Por suerte divisó la cabeza de Keith McManus, que superaba en altura a la mayoría, y se hizo paso a empujones a través de la gente.
Trataba de disculparse por los codazos, pero sospechaba que a nadie le importaba que un chaval como él quisiese ir hacia otro lado. Keith, que estaba acompañado de los dos O'Riley pequeños y una chica a la que Lamar había conocido la última vez que había ido a Nueva York, fue el primero en caer en cuenta de que el extranjero estaba entre la multitud y lo saludó con la mano, animándolo a acercarse a ellos.
—¡Mi amigo el francés!—exclamó Keith con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Pensaba que no volverías nunca!
Era cierto que a Gavin le sorprendió un poco que McManus no se encontrase allí acompañado de Séaghdha, pero parecía más cómodo de costumbre con aquel pequeño grupo. Gavin se alegró por él, Shay siempre le había parecido un idiota con incontinencia verbal. No era que Gavin no fuese así de vez en cuando, pero el primer hijo de Grant era incluso más moralmente cuestionable que el resto de su gente. Tampoco había que confundirse: Gavin Lamar no era un santo, pero sabía poner límites a sus actos.
—¡Sinvergüenza!—le dio un abrazo efusivo—. Hace falta un poco más para olvidarse de Gavin Lamar. O'Rileys—dijo saludándolos con un gesto de la cabeza y una media sonrisa—. ¿Iana Tate, verdad?—ella asintió—. Oye, ¿y Ben?
La mirada de todos se tornó sombría y Gavin no pudo hacer más que preguntarse si habría dicho algo erróneo. Conociéndolo, era más que posible; solo conocía a una persona con la capacidad de hacer trizas la conversación con unas palabras... y estaba muerta.
Gavin se había olvidado de que había ido allí para ver la pelea, pero aquello podía esperar. Su mirada inquisitoria se clavó en cada uno de los criminales que tenía enfrente y se cruzó de brazos, exigiendo una explicación. Fue entonces cuando Dara intervino, con una suavidad que resultaba irónica tratándose de un hijo de Grant El Suertudo.
—Ben ha muerto, Gavin...Lo encontraron en...
Gavin negó con la cabeza. Lo último que quería saber era que otra persona que había querido había muerto, y mucho menos los detalles de su muerte. La única persona que parecía entender que aquel morbo era innecesario había sido su mejor amiga y ella estaba en el cielo si es que eso existía.
—Déjalo—lo cortó más brusco de lo que quiso—. No quiero saberlo, pero gracias Dara. —Se colocó para ver el enfrentamiento con todos y cada uno de sus músculos tensos, sin embargo, al no ver nada respiró profundamente y habló con calma—. ¿Qué estamos viendo?
—A la chica que ha elegido y vencido a Séaghdha O'Riley—respondió Iana Tate con un orgullo notable—. Ha sido todo un espectáculo.
Gavin Lamar abrió los ojos como platos. ¿Alguien había vencido a Shay O'Riley? Solo había conocido a alguien capaz de hacer eso: Kieran Sheridan. «Mierda—se dijo Gavin pensando en la ganadora—. Se lo va a comer vivo».
Habían seleccionado a Kieran como oponente, ¿pero por qué? Keith le dijo a media voz que a esa pobre chica le habían aumentado a treinta y cinco minutos esa fase de la iniciación y que el propio Grant había sido el que la había enfrentado a Sheridan. Gavin chistó con desagrado. «Vaya estupidez—pensó—. Las pruebas importantes son las de lealtad».
Las Ranas Dardo se pasaban con la fuerza bruta. Gavin no comprendía por qué su tía Jackie seguía relacionándose con el malo de El Suertudo. Además, era injusto: la mujer a la que Lamar no había visto en el ring aún ya había peleado con Shay primero y estaba en una clara desventaja. Era sorprendente que la nueva hubiese sobrevivido a los primeros veinticinco minutos sin vomitar.
—¡Qué extraño!—dijo uno de los presentadores—. ¿Habrá perdido el campeón de Grant su toque o estará dejándose ganar por una chica?
—¡El público opina que está siendo muy blando!—concordó la presentadora femenina y con un tono pícaro añadió—. ¿Le habrá cautivado la belleza del Alfil Negro o dos años sin una pelea de verdad le han hecho perder facultades?
Gavin Lamar sintió que el mundo se descomponía y se recomponía ante sus ojos. El suelo se tambaleó y tuvo que sujetar el hombro de Iana Tate para asegurarse de que estaba en la realidad y no en un sueño delirante, producto de su retorcido subconsciente. El Alfil Negro. Iana le preguntó si estaba bien y él asintió demasiado rápido como para que fuese verdad.
Se le abrieron las fosas nasales. Gavin decidió no entrar en pánico tan temprano. Cogió aire por la nariz y se centró en las manchas de sus zapatos antes de volver a levantar la mirada. Tal vez era una coincidencia. Tal vez quién estaba allí era una impostora que se había hecho con el nombre del Alfil Cerceta. Eso le enfureció. Apropiarse del nombre y reputación de otro era reprobable.
Sin embargo, era cierto que Kieran parecía estar menos puesto en la pelea que de costumbre. Esos movimientos no eran de alguien que quería ganar a toda costa o que quería destruir a su oponente, como debían hacer los campeones de un O'Riley. A pesar de que Gavin reconocía que era todo un mérito vencer a Séaghdha, que Kieran no estuviese esforzándose era una novedad.
—Haber estado acostándose con Eve le habrá hecho pensar que hay caminos más fáciles para ganarse el respeto de Grant—dijo alguien de la multitud con maldad en voz deliberadamente alta—. ¡Oportunista!
Iana Tate se encogió a su lado por la mención de Eve. Gavin supuso que debía conocerla. Kieran tuvo que escuchar esa afirmación seguida de los insultos, porque arremetió contra su contrincante con una potencia y una brutalidad ciega. Gavin quiso apartar la mirada. Su amigo no era así, pero por alguna extraña razón que no alcanzaba a entender a lo peor que reaccionaba Kieran Sheridan era a la palabra «oportunista».
—¿Por qué se estaba dejando?—preguntó Gavin con una mueca de decepción.
—Porque la chica es su amiga—contestó clavando sus ojos marrones en él con una intensidad asombrosa—. Estudiaron juntos en la uni.
Qué raro. Sheridan no era de muchos amigos y si se trataba del Alfil Negro de Gavin, había muerto antes de conseguir entrar a la universidad. Era imposible. El Alfil estaba muerto, había recibido todas sus posesiones. Todas las cartas. Todos sus vestidos, pantalones, camisetas y gafas de sol ridículas. Incluso los primeros coches en miniatura que había coleccionado, y monedas de extraños dibujos y marcas internacionales que habían ido recolectando Gavin y ella.
Gavin rechinó los dientes. Esa suplantadora de identidad iba a tener unas palabras con Gavin después de la pelea. No le hacía ninguna gracia que alguien estuviese usando el nombre y la reputación de su difunta mejor amiga en su beneficio.
Y Kieran Sheridan también estaba involucrado, porque si decía conocer a esa mujer...Había gato encerrado. El francés se despidió con la mano del grupo y los dejó atrás caminando hacia la salida. Necesitaba aire. Gavin Lamar dio media vuelta meditabundo y miró hacia el suelo concentrándose en su respiración.
A veces necesitaba hacer eso: mirar a un punto fijo, respirar, y acordarse de que seguía vivo. De que, a pesar de que la persona que más le importaba a parte de su tía había muerto, seguía vivo. Fue justo en el momento en que alzó la mirada y vio al oponente de su amigo cuando su mundo se quedó estático, callado, y se desmoronó.
La nariz fina, las facciones suaves, las pecas en todo su rostro magullado. Gavin Lamar habría reconocido esos ojos azules de camino a verdes en cualquier parte. La mujer estaba cambiada, pero no podía ser una impostora. De repente tuvo doce años de nuevo y estaba despidiéndose de su mejor amiga en la entrada a los baños del aeropuerto de Dublín.
Era su Alfil Cerceta. Era su Neil Bishop, su Casey Robins. Era su mejor amiga, su compañera en crímenes y la persona a la que había querido más de lo creía humanamente posible.
Y estaba viva, caminando a tropezones por el cuadrilátero, peleando contra un amigo de Gavin que aparentaba haber perdido el norte. A Gavin le temblaron las manos y notó que los ojos se le humedecían. Se pasó los dedos por los ojos apartando las lágrimas.
—¡Neil!—gritó en señal de advertencia.
No se dio cuenta de que había dicho su nombre en alto hasta que ella giró su cabeza al público con confusión, al tiempo que desviaba el golpe de Sheridan con pesadez. Gavin se llevó las manos a la boca y se sintió aliviado al ver que el resto del gentío repetía su nombre con energía. Al menos los borrachos le habían salvado el culo esa vez.
Se quedó agazapado en la estructura metálica del final de la escalera, contemplando con expectación la pelea. Daba lo mismo que Kieran Sheridan se hubiese hecho su amigo los últimos dos años, pasase lo que pasase apoyaba a la niña pelirroja que había sido su mejor amiga y le había cubierto las espaldas mil y una veces en el pasado.
Estaba viva. Neil Bishop..., Casey Robins, estaba viva y en el mismo país y en el mismo gimnasio que él. Si Gavin no hubiese sabido lo que estaba en juego habría saltado las cuerdas y se habría metido en el ring para abrazar a la chica a la que creía muerta.
Un pensamiento horrible se le pasó por la cabeza: ¿y si ella sabía que estaba vivo pero no había querido saber nada de él? ¿Había fingido su propia muerte? No, eso no podía ser. Casey no era tan cruel y la había conocido mejor que a la palma de su mano. Casey le había contado cosas que no le había dicho a nadie más (empezando por su nombre real) y había sido algo mutuo. ¿Entonces por qué había recibido sus cosas y una carta del propio Connor Wilder? ¿Por qué le habían dicho a Gavin que su mejor amiga estaba muerta?
Gavin se quedó en blanco. Ahora no era hora de pensar en eso, el caso era que la chica a la que creía muerta estaba viva. Peleando. Gavin Lamar sonrió. Siempre había sido una luchadora. Pero aún así...Saltaba a la vista que estaba en sus últimas. La Casey Robins a la que había conocido no habría tropezado sin una intención oculta, no habría lanzado golpes sin calcularlos.
Él la había visto enfrentarse a gente peor sin haber cumplido los diez años, por lo que sabía que iba a conseguir superar la noche, pero de todos modos...Si Kieran Sheridan no tenía algo de piedad, estaba acabada. Por suerte, el oponente de su amiga había vuelto a la realidad tras el grito de Lamar y aunque ponía más ganas que antes, para Gavin era evidente que se estaba conteniendo.
Gavin había aprendido que observando la manera de hablar, gesticular y moverse de la gente se aprendían muchas cosas sobre las personas. Cómo tantearlas, cómo engañarlas, sus puntos débiles, y un largo etcétera que había aprendido gracias a su tía Jackie entre otros.
Según intuía Gavin no podían quedar más de cinco minutos de pelea y se quedó a una distancia prudencial del centro de la actividad. Aún no sabía si sería adecuado acercarse a Casey tras la pelea.
Quizás hacer acto de presencia no tendría un efecto positivo: llevaban más de seis años sin saber el uno del otro y Gavin era considerado, a nadie le habría gustado tener que lidiar con el regreso de los muertos la misma noche que se habían recibido dos palizas físicas y psicológicas. Esas iniciaciones le tocaban la moral a cualquiera.
Se moría de ganas de hablar con ella, pero tal vez era mejor esperar un poco, hablar primero con Kieran, que según decían todos, era amigo de Neil Bishop. Aquello, sin embargo, era más que improbable.
Antes de marcharse a vivir con los Wilder, la propia Casey le había confesado que a partir de entonces no sería Neil Bishop, que nunca más lo sería. ¿Por qué utilizaba aquel nombre de nuevo? ¿Por qué Kieran la conocía por esa identidad? ¿Cómo era que había vuelto a entrar en ese mundo de traiciones y negocios corruptos?
Confirmó que quedaban dos minutos más al escuchar por encima la conversación de un grupo de hombres no demasiado lejos de él, que apostaban por el fracaso de la extranjera por el simple hecho de ser mujer. Gavin Lamar apretó los puños reprimiendo el impulso de incrustarlos en la pared o en la boca de uno de ellos.
Por la cuenta que les traería, más le valía a ese puñado de ingenuos el no toparse jamás con una Jacqueline Lamar o nadie con el carácter de su vieja mejor amiga. Las personas más fuertes que Gavin conocía eran mujeres. Soltó una carcajada seca y dijo:
—Sé de muchos hombres que han intentado sobrevivir quince minutos a Séaghdha O'Riley y no lo han conseguido. La verdad es que no me parece que ninguno de vosotros lo haya derrotado salvo la chica por la que apostáis en contra apenas a dos minutos del final—le dedicó una sonrisa maliciosa—. Perder semejante cantidad de dinero sí que debe ser trágico.
Nadie contestó pero Gavin notó las miradas fulminantes a sus espaldas. «Lo que sea», pensó él. Al menos algo de la labia de su Alfil se le había pegado con el paso del tiempo. La chica parecía estar agotada, pero hacía sus mayores esfuerzos por no pararse.
Lamar supuso que alguien le habría dicho que si se detenía también quedaría descalificada. «Anda que treinta y cinco minutos...», se dijo Gavin frunciendo el ceño. Aquello era pasarse y precisamente por eso Grant El Suertudo había ampliado el tiempo.
Kieran tampoco se quedaba quieto, se movía con más energía que su oponente, pero lanzaba golpes con un cuidado impropio del segundo de Reagan. Por la cuenta que le traía a Sheridan, Gavin rezó por que Grant no notase la diferencia en su manera de atacar y defenderse. Casey recibió varios golpes antes de que el tiempo se acabase y por un instante el francés temió que la chica no se levantase después de trastabillar.
Por fortuna lo hizo.
La señal que marcaba el final de la pelea reverberó en la estancia y Gavin no pudo hacer otra cosa que soltar el aire de sus pulmones, aliviado, y agarrarse el pecho sintiendo que el corazón le brincaba por la emoción desenfrenada que suponía ver un poco más de cerca a su vieja amiga.
Los presentadores y la multitud vitoreaban el triunfo de Neil Bishop mientras ella se bajaba de la lona con un temblor en las piernas que nadie pareció notar. Seguía siendo una mujer astuta: con tanta confianza reflejada en el rostro a veces sus otros gestos involuntarios eran imperceptibles.
A Gavin se le heló la sangre cuando vio a Grant El Suertudo acercándose en persona al ring. Enseñaba los dientes en lo que Gavin supuso que sería una sonrisa y asintió con aportación. Él se quedó mirándolos desde la distancia con estupor. Ese gesto era tan inusual que Gavin creía que ni siquiera Shay lo había recibido.
Se temió lo peor. ¿Por qué tenía el rey de los criminales semejante interés en su amiga?
—Bishop nos ha enseñado que tiene más de Rana Dardo que muchos de nosotros—las risas se extendieron por el gimnasio. Grant tendió su mano para que ella la estrechase—. Felicidades.
Con el recelo solo reflejado en la tensión de sus hombros, Casey Robins estrechó la mano del hombre cuyo imperio del crimen se postraba frente a ella. Su sonrisa triunfal no engañó a Gavin: Casey tenía miedo, pero estaba buscando algo y lo iba a encontrar. Costase lo que costase.
Gavin Lamar siguió con la mirada a la chica de cuya muerte le habían convencido. Tenía el pelo más oscuro de como él lo recordaba, de un vibrante tono cobrizo, y no lo llevaba recogido en una trenza como cuando tenían diez años sino que lo llevaba suelto y por encima de la altura de los hombros.
Pese a que había abandonado por completo sus facciones aniñadas, seguía percibiendo una dulzura de trasfondo en los ángulos de su rostro pecoso. Era la inconfundible imagen de su mejor amiga. Ella se movió con una decisión que camufló el agotamiento que se extendía por sus extremidades y la flaqueza intermitente en sus piernas.
El francés se debatió si sería correcto no refrenar el impulso que tenía de ir tras ella y tocar su cara, abrazarla, para asegurarse que era real y no una ilusión demencia por la falta de sueño y el golpe que suponía el cambio de horario para él. Dudó un instante, pero entonces vio que Kieran Sheridan se acercaba al vestuario y le ponía una mano sobre el hombro a la chica.
Gavin se sorprendió un poco, había dado por supuesto que Casey lo apartaría con un codazo, sin embargo colocó su mano con suavidad sobre la de él, alzando la mirada con discreción, sonriendo sutilmente. Vio con cautela que los que se acababan de enfrentar en el cuadrilátero se abrazaban dentro del vestuario. Aquel gesto contenía una intimidad implícita que a Gavin le resultó dolorosa.
Comprendió que le tenía envidia a Kieran. En el pasado, Gavin había sido el mayor apoyo de Casey y viceversa. No tenía ni idea de qué se conocían, pero fuese como fuera estaba en la vida de su mejor amiga cuando Gavin llevaba más de seis años creyendo que ella estaba muerta. Se había preguntado una y mil veces cómo se habría despedido de Casey Robins, pero estaba ahí.
Gavin Lamar no se encontraba muy lejos del vestuario cuando el pequeño grupo de antes se le acercó. Iana Tate ni siquiera se molestó en ocultar su sonrisa amplia, Dara estaba (curiosamente) aliviado e interesado por el resultado de la pelea y Keith McManus y Reagan O'Riley compartían una conversación tan silenciosa que resultaba sorprendente, teniendo en cuenta lo ruidosos que eran los dos. Gavin no pudo ocultar su deleite por la ausencia de Shay.
—Ey, Gavs—dijo Keith deteniendo su conversación con Reagan—. Ven a saludar a Sheridan. ¡Y Neil te va a encantar!—McManus soltó una carcajada—. Es tan bocazas como tú.
Que Keith quisiese saludar a Kieran, cuando él le ponía una incomprensible (o tal vez no tanto) distancia en sus interacciones, era algo inédito. Algún día le preguntaría a Sheridan el porqué de su irritación ante el castaño, la verdad era que McManus había cambiado muchísimo los últimos años y no era tan engreído ni tan egoísta. Porque para qué mentir, al principio a Lamar tampoco le había caído en gracia ese hombre de metro noventa.
Gavin sonrió de manera enigmática. Claro que Casey era tan bocazas como él, después de todo esa cualidad la habían desarrollado los dos juntos. «La labia Lamar-Bishop nunca está de más», pensó él. Tenía un millón de preguntas que hacerle a su vieja compañera: ¿qué había hecho durante esos años? ¿Cómo estaba la familia por la que se había alejado de Jacqueline y él? ¿Había formado una familia también, y qué le había traído a la gran manzana?
Una realidad aterradora se cruzó por su mente. No podía acercarse a su amiga aún, sería un riesgo para ambos. Si alguien se había molestado tanto en convencer a Gavin de que Casey había muerto debía tener una razón. Las probabilidades también apuntaban a que la chica era totalmente inconsciente de que Gavin seguía vivo, ¿por qué si no habría aparentado haber visto un fantasma al escuchar su nombre salido de los labios de él?
Pero, ¿quién estaba tan interesado por la ignorancia de la existencia recíproca de ambos? ¿Quién había querido separarlos y por qué? Salió por la puerta principal del gimnasio y atravesó las calles de Manhattan como una sombra en dirección al hotel donde su tía y él se alojaban.
Si se había topado con su mejor amiga tras tantos años en ciudades ajenas a ambos encontraría una explicación. Jacqueline no podía haberlos arrastrado al otro lado del océano justo tras el asesinato de Benjamin Acker y la reaparición de Casey Robins bajo el nombre de Neil Bishop por pura coincidencia.
El sobrino de Jacqueline Lamar había visto demasiadas atrocidades como para creer en las casualidades.
Gavin Lamar no creía en las coincidencias.
¿Qué opináis de mi amigo el francés? 😏
¡Hasta la semana que viene!
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