Capítulo 6

Aviso: Este capítulo contiene descripciones de violencia que pueden resultar ofensivas para algunos lectores.

6 - EL ALFIL NEGRO

So save your strength, and run the field you play alone

[Someone Saved My Life Tonight — Elton John]

DEPENDIENDO DE A quién le preguntasen, esta podría haber sido la historia de Dara O'Riley. El tercer hijo del jefe del crimen organizado nunca había querido esa vida. Dara se habría conformado por haberse criado en cualquier parte del mundo lejos de las drogas, las armas, las intrigas familiares y en especial, las traiciones sangrientas a la vuelta de cada esquina. Tal vez así podría haberle dado a Andromeda Harper la vida que se merecía, una sin riesgos en la que criar una familia no fuese sinónimo de ponerse una diana en la espalda.

Dara había sabido que la supuesta Neil Bishop era policía desde el primer momento. Tenía un sexto sentido para detectarlos, por alguna extraña razón. Pero presentía que Neil (o bueno, Casey) era mucho más que una simple policía. Había tenido un pálpito. A pesar de que algo le decía que había estado metida en la vida de las pandillas antes de entrar a la policía—que sabía más de lo que decía saber—, también tenía un aura indescifrable que le hacía preguntarse quién era ella. ¿Y por qué le había pedido a esa forastera su padre que lo vigilase?

Casey Robins, así se llamaba. Lo había descubierto gracias a unos de sus contactos de las calles, porque si bien Dara odiaba la criminalidad de su familia, se había visto obligado a obrar como un O'Riley si no quería que se lo comieran los buitres de otras bandas. Dara era una Rana Dardo de nacimiento, y pese a que se había puesto en duda un millón de veces su parentesco con la familia O'Riley, Grant lo había criado como su hijo, eso había que aceptarlo.

Su madre no le había confesado la verdad hasta el lecho de muerte y Dara no había sabido qué hacer con esa información desde entonces. ¿Y qué si Trevor McConnell era su padre biológico y no Grant? Él nunca se había acercado a él, ¿no? Había desaparecido. Como todos los que se interponían en el camino del hombre que lo había cuidado. Que Trevor fuese o no fuese su padre no marcaba ninguna diferencia en su vida.

Sin embargo su madre no había sido precisa. Dara sospechaba que ni la propia mujer no había sabido si él era hijo de Grant o de su amigo, lo único que le sacaba un poco de dudas era que tenía los mismos ojos que el rey de la mafia: entre verde y azul. Ojos O'Riley. Aunque él era el único que tenía un anillo grisáceo en el centro, como una promesa visible de que él era diferente. Dara siempre se había parecido más a su madre, y no solo físicamente. En los aspectos del corazón...No era su padre en absoluto.

Por otro lado, no sabía quién era realmente Kieran Sheridan. Mientras que su radar—como solía llamarlo él—para dar con los agentes de la ley había saltado con Casey muy temprano, Sheridan era un hombre muy complicado. Llevaba dos años allí y sus dudas sobre él se habían ido disipando poco a poco. Dara había pensado que Sheridan simplemente era difícil. Con problemas de actitud, supuso, pero nada fuera de lo normal entre las Ranas Dardo.

Era seco, desagradable, callado a ratos y al menos tres veces al año terminaba en el hospital por alguna estúpida pelea...Sin embargo lo había visto con esa chica que había llegado hacía unas semanas. Con ella no era así en absoluto. O al menos así había interpretado las miradas furtivas que le echaba a la castaña (que seguramente no era castaña) y la repentina preocupación que le había ensombrecido el rostro cuando Dara se había acercado a él y le había dicho que conocía la identidad de la policía.

Dara se preguntó quién sería Casey Robins para Kieran Sheridan. Tenía que ser importante si no le preocupaba exponer sus vulnerabilidades por ella, si dejaba de lado la indiferencia que solía aislarlo de la gente.

Claro que Dara se preguntó muchas otras cosas: ¿qué hacía esa mujer entre ellos? ¿Qué quería la policía? ¿Cómo era que tras los asesinatos de Benjamin Acker y su supuesto hermano policía Casey había sido recibida así por el propio Grant? Y en especial ahora que estaba a punto de comenzar la pelea de la chica contra su hermano en el ring, ¿por qué narices era tan temeraria la chica? ¿Y qué tenía "Neil Bishop" para que él mismo Grant O'Riley fuese a su iniciación? Dara siempre había sido de los que se preguntaban absolutamente todo y el huracán de interrogantes que rodeaban a la irlandesa lo desconcertaba.

Sentado en una de las últimas filas de la parte clandestina del gimnasio, Dara no podía hacer otra cosa que ver cómo la inspectora que había accedido a hacer un trato con él caminaba desde los vestuarios hasta allí con una mirada salvaje, como un fuego en sus ojos, que era impropia del perfil de los agentes de la ley con los que había tratado.

Tal vez Casey Robins era la excepción a la regla, cuya expresión confiada, casi arrogante, había retado a Séaghdha sin importarle quién era su padre o el riesgo que conllevaba enfrentarse a él. Tal vez no era como otros polis: calmados, estirados y que te miraban por encima del hombro. O puede que Casey se hubiese metido en la piel de Neil Bishop como si fuese la suya propia. O puede que Casey Robins tuviese en la sangre esa necesidad de adrenalina desesperada que impulsaba a algunas de las Ranas Dardo, quizás simplemente necesitase explotar una parte de su naturaleza que tenía agarrada en corto en su vida como policía. Dara esperaba que no fuese así, al fin y al cabo, los poco sensatos terminaban muy mal en ese mundillo.

La mayoría gritaban y vitoreaban a Shay y a su oponente cuando subieron al ring, pero una parte del público se quedó muda, susurrando entre los resquicios del gimnasio y rellanos de las escaleras que llevaban a los palcos en los que se encontraban algunos de los matones más fiables de Grant El Suertudo. Los rumores pasaban de ser suposiciones sobre quién ganaría a hasta cuánto sería capaz de durar Casey.

Pero Dara había escuchado algunos de los susurros, y no se referían a ella como Neil Bishop. Para los espectadores, la forastera que había retado al hijo supuestamente más peligroso de Grant no tenía un solo nombre. Algunos habían llamado a la chica El Alfil Cerceta, por el color de sus ojos; otros la llamaban El Alfil Negro, porque la mayoría la había visto merodeando por La Herradura vestida de negro, y otras personas la llamaban El Alfil Usurpador. No hacía falta dar explicaciones del porqué del último.

Dara vio de reojo que su padre prestaba una atención inquietante a la pelea y se preguntó qué tendría Casey para despertar el interés no solo de Kieran, sino también de su padre, que ni siquiera había asistido a la prueba de fuerza de su segundo hijo, y mucho menos del tercero, (séase, Dara), pese a que los O'Riley de sangre ya tenían un pie dentro de las Ranas Dardo por derecho intrínseco e irrevocable.

Había escuchado rumores sobre Neil Bishop, claro. Todo el mundo lo había hecho. Del 84 al 88 llegaron rumores desde Irlanda sobre alguien que se hacía llamar Neil Bishop, un criminal que facilitaba las cosas a una de las bandas del norte irlandés. Un gran luchador de la calle, según decían. Hurtos, estafas de poca monta...Irónicamente famoso por su discreción. Nunca se supo si era mujer u hombre, o cuál era su edad, pues en 1988 desapareció del mapa al igual que había aparecido, pero era imposible que la inspectora que se acababa de subir al ring fuese el Neil Bishop de los rumores, ¿no?

Casey apenas habría tenido diez años entonces, o por lo menos Dara había deducido que la chica no pasaría de los veintitantos. En cualquier caso, los cotilleos sobre Neil Bishop se habían acallado hacía mucho tiempo y se había supuesto que en realidad esa persona jamás había existido. Además, Dara sabía que una persona con antecedentes no podía convertirse en policía, y conociendo la historia de Neil Bishop, los habría tenido.

De repente, una voz a través de los altavoces que colgaban a lo largo del techo anunció la pelea. Los presentadores eran los de siempre, una mujer y un hombre, cuyos nombres Dara había olvidado al no presenciar casi nunca las peleas. En ese momento le dio igual que Grant lo viese y se preguntase por qué estaba allí. Le habría dicho que quería ver a la mujer que había retado a su hermano mayor, porque así era.

—¡A esta esquina del ring...El inigualable y conocido por todos: Séaghdha O'Riley!

Dara entornó los ojos. El ego de Shay ya era suficientemente grande como para que la presentadora anunciase con semejante título y fervor a su hermano mayor.

Contuvo una risa al pensar en las réplicas de Casey minutos antes. A Dara le gustaba esa chica. Tenía el descaro y la astucia de una buena criminal, pero también había visto en sus ojos buenas intenciones y una voluntad inquebrantable. Pero a pesar de aquella realidad, había discernido algo mucho más peligroso que las anteriores: el deseo de venganza.

Dara no sabía por qué o por quién; no obstante, esperaba que la necesidad de vendetta de la castaña no acabase con todo lo bueno en ella. Aquello pasaba muy a menudo. Ojalá no la destrozasen esa noche.

—¡Y al otro lado del ring...La mujer que lo ha retado, probadora de su valía y leyenda irlandesa: Neil Bishop!

Dara sonrió de medio lado al ver la expresión divertida de la policía al escuchar su nombre anunciado de tal manera. A ella también se le subiría a la cabeza.

Entonces la pelea comenzó y todo el ruido se volvió sordo a oídos del tercer O'Riley. Con un par de zancadas Shay acortó el espacio entre la inspectora y él y dio su primer golpe. Casey no se movió y el pánico se le agolpó en el pecho a Dara. Abrió mucho los ojos. ¿Por qué no se movía? Ni siquiera había sido un golpe impredecible. ¿Qué estaba haciendo Casey Robins?

Sheridan, que observaba todo con atención desde una de las esquinas, parecía igual de desconcertado que Dara y con los puños tan apretados que sus nudillos se habían puesto blancos. Hubo gente que abucheó a Casey, sobre todo después de que no esquivase el segundo gancho, que la hizo retroceder unos pasos, pero una buena parte del público comenzó a susurrar con inquietud mientras Séaghdha lanzaba cortos al aire. ¿Realmente Shay era tan bueno o era que las agallas de Casey solo habían sido palabrería?

De repente la comprensión golpeó a Dara como su hermano había comenzado la pelea. Los golpes de Séaghdha no eran de los golpes que se asestaban en las peleas a largo plazo, eran los golpes que uno daba para derribar al oponente en los primeros minutos. Rápidos, fuertes, con el máximo de energía...Sin control. Sin resistencia. Dara sonrió para sí: Casey Robins quería un espectáculo, no una pelea rápida, y estaba agotando a Shay poco a poco, recibiendo golpes que más tarde no se compararían en nada con los que daría ella.

Casey Robins estaba estudiando a su oponente porque ella no peleaba solo con los músculos, peleaba con su astucia. A Dara le pareció que esa mujer debía de tener un pasado muy secreto y muy peligroso si había aprendido a luchar así. Aquello no venía de un gimnasio o de un instituto. Esa manera de moverse, de tantear el terreno, solo se aprendía en un sitio: en las calles.

Si Casey terminaba con Shay...El mito de Neil Bishop viviría de nuevo y El Alfil Usurpador sería el mote menos temido de los nombres que le pondrían a esa mujer. Habría quienes la subestimarían por su tamaño, por ser joven y por ser mujer, pero Dara no sería uno de esos pobres ignorantes que creerían que Casey Robins era menos por una de esas razones.

Dara siguió observando la lucha atentamente. Casey pareció trastabillar hasta quedar a una distancia prudencial de Shay, que sonreía ampliamente. Dara pudo ver las intenciones en los tropezones de la policía, absolutamente premeditados. Estaba ganando tiempo. «Veinticinco minutos—se dijo Dara—. Veinticinco minutos y dará igual que gane o que pierda».

Casey Robins no tenía la intención de ganar, tenía la intención de sobrevivir a los veinticinco minutos que determinarían si entraba o no a las Ranas Dardo, porque había elegido a la persona con la que la habrían emparejado y tal vez eso le ahorraría otro combate cuerpo a cuerpo. El metal sobre los nudillos de Dara pareció volverse más frío cuando este se aferró a él con expectación.

Ya habían pasado siete minutos y medio. Siete minutos y medio que más tarde le servirían para predecir, esquivar y asestar golpes ajustados a medida para acabar con Shay O'Riley. Estaba estudiando a su adversario como un guepardo acechaba a su presa y Séaghdha, ebrio de la arrogancia y el éxito inicial, no se estaba dando cuenta. Dara dudaba que se hubiese dado cuenta ni aunque Casey se lo hubiese escrito en la frente. Y aunque Dara O'Riley no le tenía un cariño muy profundo a su hermano, casi se sentía mal por él.

Solo fue tras esos siete minutos y medio cuando la verdadera pelea dio comienzo.

Casey Robins sostuvo aquella sonrisa que podría haberse tachado de demencial de no ser por la elegancia de sus facciones aún con la nariz sangrante. Algo le dijo a Dara que Casey era guapa y que lo sabía, que conocía el magnetismo intrínseco a ella. Séaghdha volvió a avanzar sobre el cuadrilátero, repitiendo los movimientos que había empleado antes para atrasar a Casey con una decisión y una gallardía de las que se arrepentiría según predijo su hermano pequeño. Sus pasos abarcaban más espacio que los de la chica, pero ella jugaba con la velocidad y el tamaño de su lado.

Esta vez Casey no se quedó quieta sino que esquivó el ataque rápido de Shay. Aquel golpe iba con tanta fuerza que el hermano mayor de Dara se desestabilizó al no impactar contra el cuerpo ligero de la mujer, momento que, por supuesto, Casey aprovechó para darle una patada en la espinilla a Shay.

Dara recordó que en las peleas de iniciación todo valía, y tuvo que esforzarse con su mejor cara de póquer para que nadie pudiese fijarse en la sonrisa que casi se había dibujado en sus labios al ver a Shay caer de rodillas como hacía caer a los oponentes más débiles. Casey, con un metro sesenta y ocho de altura y ni la mitad de corpulencia que su hermano, lo había derribado.

El silencio se hizo con la sala durante un instante de incredulidad, pero entonces, Kieran Sheridan aulló un vítor a favor de su amiga y toda la sala estalló en ovaciones y gritos de admiración. Dara vio que Grant lo miraba con curiosidad y entrecerró los ojos sin liberar tensión de sus hombros. El aire se había vuelto más pesado en los pulmones de Dara pero en dado momento se había unido a los aplausos y la emoción del primer movimiento real del Alfil Negro. Todo olía a sudor y a cerveza, sin embargo Dara sabía que no era solo de los que se enfrentaban en el centro del gimnasio. El ambiente se había calentado tras esos últimos minutos.

Iana Tate y Keith McManus se colocaron a su lado. Iana, en cuya piel oscura, cerca de la mejilla, se veían los trazos de un tatuaje de tinta oscura en mandarín. Tate le había dicho que aquellos eran los caracteres para «paz». Cuando Dara le había preguntado por qué se lo había escrito sobre la piel ella le había dicho que esto era lo único que ansiaba realmente. La chica era muy joven para haberse integrado en las Ranas Dardo, pero dadas las edades de iniciación en las que los jóvenes se metían en ese mundo corrupto, era más bien mayor.

—¡Bishop! ¡Bishop!—coreó Keith con una emoción que a Dara le extrañó. McManus debió de ver la ceja alzada del tercer O'Riley, porque añadió con cierta vacilación—: ¿Qué? ¿Es que uno no puede apoyar a alguien que no sea Shay todo el rato?

—Bueno—repuso Iana con una sonrisa—, es que eres su perro faldero.

Keith le dio un codazo amistoso aunque su mirada se volvió triste. Dara O'Riley sabía que el segundo de su hermano mayor era consciente de que todo el mundo pensaba que Keith le besaba los zapatos a Shay. Iana Tate no era cruel por exponer aquel hecho, al fin y al cabo la mayoría de gente conocía a Keith McManus por nombres mucho peores. «La puta de Séaghdha». Ella, en los pocos meses que llevaba allí, se había vuelto su amiga, por lo que para Keith no era demasiado ofensivo.

—Di lo que quieras, Tate, pero tú y yo sabemos que Neil Bishop ha pasado por la peor prueba de lealtad en años y aunque esta va a ser la pelea más dura, va a arrasar con todo.

—Lo sé—una sombra apareció en los ojos de Iana y Dara notó que la chica se estremecía—. Fue horrible tener que ver esa fase de la iniciación...

Los músculos de Keith se tensaron y su presencia se volvió rígida, indescifrable.

—Yo tuve que sostenerla. Si yo hubiese sido ella, no me lo habría perdonado—su mandíbula estaba totalmente apretada—. Además, Iana, ver la iniciación de Bishop fue la última parte de tus pruebas.

—Tiene agallas al haber elegido a Shay como su primer oponente...Quien sabe a quién elegirá tu padre... —musitó la morena a Dara—, o tus hermanos.

Dara se la quedó mirando, contemplativo, durante una fracción de segundo. El tercer O'Riley pensaba rápido y su mente divagaba incluso con más velocidad, por lo que le dio tiempo a reflexionar sobre las posibles opciones de su padre. Podrían haber elegido a Keith por el simple hecho de que hablaba con la chica, pero era improbable; si lograba vencer a su primero sería demasiado fácil. ¿Iana Tate? Resultaba casi ficción. Iana había pasado las pruebas y se llevaba bien con Casey. La chica se manejaba, pero no tenía la confianza del Alfil Negro ni lo que hacía falta para ser el campeón de un O'Riley.

Contra cualquier matón de Grant o Séaghdha (porque Reagan solía evitar tomar decisiones como esa para las iniciaciones) habría sido un espectáculo aburrido. Dara no acostumbraba a interceder a favor de nadie y/o elegir a los contrincantes porque, de hecho, apenas solía pasarse por ese gimnasio. Si intervenía esa noche levantaría sospechas; aquello iba en contra de los principios de supervivencia de Dara ya que sabía que la discreción—siendo un sospechado hijo bastardo—, era lo más importante. Entonces solo quedaba una opción viable...

Dara tragó saliva. Al ver la expresión de Iana supo que su semblante se debía haber vuelto blanco como el papel. Si sus predicciones eran correctas el escogido no podía ser otro a parte de quien sospechaba Dara.

—Mi padre está ahí—explicó Dara—. Será él quien diga a quien se enfrenta Bishop...

—¿Adónde quieres llegar a parar—inquirió Keith—, O'Riley?

—A que sé cuál va a ser su oponente. Grant va a elegir al amigo de Neil Bishop—concluyó Dara y notó el metal de los nudillos helado—. Kieran Sheridan. El Fantasma.

***

Jamie Wells se preguntó por qué su compañera había esperado tantos minutos para pasar a la acción. Le ponía de los nervios ver a Casey recibiendo golpes de manera tan estúpida e imprudente, pero al cabo de unos minutos descubrió que la chica estaba analizando cada movimiento de Séaghdha O'Riley.

«Chica astuta», pensó Jamie manteniéndose firme tras las tres cuerdas horizontales que delimitaban el ring. Tan solo esperaba que su compañera de piso recordase que daba igual el tiempo que pasase en el cuadrilátero estando contra el oponente de su elección, porque su amiga parecía haberlo olvidado gracias al subidón de adrenalina.

El gimnasio estaba lleno de gente. Los parches que identificaban a la mafia de O'Riley abundaban en las escaleras, pisos superiores y a lo largo y ancho de lo más cercano al lugar de enfrentamiento. Ya habían pasado los primeros doce minutos. Casey se había recuperado de los primeros golpes y la pelea estaba en su apogeo.

Los gritos de las Ranas Dardo eran eufóricos y el hedor a alcohol no se comparaba con el del sudor. A Jamie le desagradaban bastante los olores fuertes desde siempre. No soportaba pasar por la calle cruzándose con la degradación de los borrachos, que no solo apestaban a bebida sino también a orina. Lo que él llamaba «decadencia nocturna», muy propia de los barrios por los que Kieran Sheridan merodeaba. Por suerte, Jamie se había relacionado con Reagan y no con Shay, por lo que los sitios por los que frecuentaba eran menos peligrosos.

No había reglas. No había límites. Casey arremetió contra Séaghdha desde el flanco izquierdo y golpeó con sus guantes el estómago de su contrincante. Esta vez fue Shay quien dio un traspiés y se chocó contra una de las cuerdas.

El rostro de la policía estaba en un estado pésimo: los labios, usualmente rosados y suaves, se encontraban hinchados y Jamie habría jurado que sangrantes; de la nariz de Casey descendía un hilo de sangre tan roja como sus guantes y su piel empezaba a mostrar la aparición de los principios de hematomas provocados por los golpes del O'Riley.

Séaghdha—tras la recuperación del dominio del juego de Robins—, tampoco se hallaba campante. Sobre su pecho desnudo caían gotas provenientes de su nariz y de su boca, y cuando enseñó los dientes Jamie vio que tenía sangre dentro de ella.

Parecía un monstruo.

Pero la inspectora no parecía estar asustada en absoluto. Sus movimientos eran hábiles, calculados y llenos de una agilidad impropia para una policía normal y corriente. ¿Dónde narices había aprendido a luchar así? ¿Había estado encubierta más veces?

Que Dios ayudase a quienquiera que fuese el siguiente contrincante de Casey Robins.

Jamie vio cómo el crochet de Shay era completamente esquivado por la chica a la que recordaba pelirroja, cuya media melena se pegaba a su rostro por el sudor. Abrió mucho los ojos al ver el siguiente gancho de Casey.

Aquel día que lo había conocido no había sido palabrería, entonces. Casey iba lanzando golpes mixtos, rectos y curvos con la técnica de una atleta de campeonato y la elegancia y gracilidad de una acróbata. Porque pese a que estaba luchando, parecía estar bailando con Shay.

—¡Por Dios, Sheridan!—exclamó Reagan con estupor—, creo que me he enamorado.

«Yo también», casi dijo Jamie impresionado al ver a su compañera, sin embargo terminó preguntándole a Reagan:

—¿Pero tú no detestabas el boxeo clandestino de Shay?

Reagan O'Riley, a unos pasos detrás de él, parecía hipnotizado. El policía se preguntó si sería por el propio juego o si se debería a aquella fuerza extraña que te hacía detenerte a mirar a Casey. Su amigo negó con la cabeza.

—Lo que no me gusta es ver a dos burros competir por quién la tiene más grande—repuso sorprendiéndole con su seriedad—. Esto es diferente. Sí, mi hermano es bastante burro, pero Neil se mueve como una artista, como una bailarina, y la verdad es que eso es admirable.

—Es cierto—admitió Jamie y vio por el rabillo del ojo cómo Reagan se había quedado boquiabierto. El segundo hijo de Grant le puso la mano en la frente y Jamie alzó una ceja—. ¿Qué?

—¿Cómo que qué? Dios, Kier, vas a tener que decirme quién es esa mujer y cómo ha conseguido que me des la razón. Estoy alucinando, ¡Kieran Sheridan me ha dado la razón!

Jamie se zafó del agarre de los brazos de Reagan, que acababa de sacudirlo enérgicamente mientras hablaba. Hizo cosas tan propias como impropias de Sheridan ante ese comentario del segundo O'Riley. Primero lo fulminó con la mirada (propia), luego frunció el ceño (propia), pero no se apartó del escandaloso Reagan (impropia) y torció su gesto en una sonrisa discreta (muy pero que muy impropia). No hacía falta decir que el hombre a su lado seguía anonadado.

—Anda, baja la voz—dijo Jamie sin darle más vueltas y siguió viendo la pelea.

Las cosas no se habían desplazado mucho desde que había apartado la mirada del cuadrilátero. Séaghdha avanzaba y retrocedía y la ofensiva se iba alternando según Casey tomaba o no la iniciativa. Quizás Shay no lo supiese, pero su compañera estaba jugando con él como un gato con una bola de lana antes de enmarañarla. Por mucho que le gustase a Jamie ver cómo su compañera se entretenía desde su esquina, una parte de él le gritaba que algo iba mal.

La Casey Robins Wilder sobre el ring—pese a que la conocía desde hacía poco—, no era la Casey que había echado a perder el café antes de año nuevo o a la que había invitado a un Jameson con limón el día que se conocieron. Y aunque tal vez era otra de las muchas facetas de su compañera, durante la mitad de la pelea había aparecido una persona irreconocible. Incluso los ojos de Casey parecían estar iluminados desde dentro por algo que Jamie no supo descifrar.

A pesar de que seguía percibiendo la destreza y gracilidad en cada parte de su cuerpo en movimiento, los golpes de la chica se habían vuelto más duros, más violentos y ahora Casey no aparentaba estar ganando tiempo o planeando terminar con Shay, sino que parecía estar aprovechando patadas y puños para infringir daño.

No estaba usando su ingenio ni su astucia para ganar rápido, sino para ver cuánto aguantaba su contrincante. Jamie sabía que seguramente Séaghdha se lo merecía, sin embargo le preocupaba su compañera. Eso no podía ser propio de ella. ¿Le habría obnubilado el transcurso de la pela? ¿O se trataba de lo que le había hecho el hijo de O'Riley la noche antes de año nuevo?

Tenso, Jamie se llevó el pequeño coche naranja y verde a los dedos. Sabía que a Casey le gustaba coleccionar coches y monedas pero aquel no parecía formar parte de ninguna colección, de hecho, a Jamie le habría costado identificar el modelo del vehículo de haberse tratado de una antigüedad. «¿Conque suerte, eh?», pensó frunciendo los labios mientras miraba el coche olvidándose de su dueña durante un instante.

Jamie no gritó hasta que vio que su compañera parecía totalmente cegada por la pelea. El detective Wells solo tuvo que gritar el apellido de la tapadera de Casey Robins para que los músculos de esta se crispasen y retrocediera unos pasos.

La mujer estaba de espaldas a él, pero de algún modo Jamie intuyó que la expresión de la policía se había suavizado. Como si hubiese entendido la advertencia en la intervención de Jamie, su compañera volvió a optar por una pose más alerta y menos explosiva. Había dejado de atacar por atacar y se veía que trataba de reservarse la energía que iba a necesitar sin duda alguna.

Por desgracia, según Casey volvía a la normalidad, Séaghdha O'Riley se recuperaba y ejecutaba golpes más sensatos, premeditados, con el objetivo de acabar de una vez por todas con la chica que lo había retado. No había vacilación en sus movimientos sino una furia ardiente que se reflejaba en cada ángulo de su rostro.

Si bien Casey había aprovechado para observar atentamente a Shay durante el principio de su enfrentamiento, él también había la analizado a lo largo de los últimos minutos, por ello consiguió hacer que la chica se volviese hacia atrás y acabase contra las cuerdas (literalmente) al lanzar un swing en dirección a su cara. Jamie hizo una mueca de desasosiego cuando vio que por poco a Casey se le caía el protector bucal.

Lo peor fue entender que Shay había repuesto energías mientras Casey se iba desgastando poco a poco como el mar pulía las rocas más cercanas a él. Teniendo en cuenta la diferencia de alturas, de corpulencia y que Casey había perdido la gallardía con la que había empezado la pelea, las cosas no apuntaban bien para El Alfil Negro. Jamie se resistió al impulso de morderse las uñas pero de soslayo vio que Reagan no era tan discreto y enredaba y desenredaba sus manos tratando de calmarse. No parecía estar funcionando para ninguno de los dos.

Casey estaba agotándose cuando apenas quedaban unos minutos para decidir quién sería el ganador y si Bishop era bienvenida tras otra prueba a las Ranas Dardo de Grant O'Riley. «Vamos, Casey», dijo Jamie para sus adentros. Entretanto vio a su compañera entrándole a su oponente con un golpe directo que hizo que Casey recuperase el control por una milésima de segundo.

Lamentablemente su momento de gloria apenas duró, y el final de la pelea se cernió sobre ella cuando Shay volvió a actuar. La resistencia de ambos estaba bajo mínimos, no obstante Shay tenía una enorme ventaja al ser el hombre de metro ochenta y tres de altura, y ochenta y pico kilogramos de todo músculo que era, mientras que Robins apenas llegaba al setenta y probablemente no pasaba de los cincuenta y pocos kilos. Estaba en un claro desnivel físico y ahora que Séaghdha había decidido pensar antes de golpear y Casey estaba exhausta, era más peligroso que nunca.

Seguramente, quien fuese observador contempló con claridad el destello de inquietud en los ojos de Jamie Wells al ver la precisión de Shay en su siguiente ataque. Por pura observación Séaghdha O'Riley había descubierto que la inspectora se apoyaba más en la pierna izquierda que en la derecha y le asestó un golpe que la desequilibró tanto que ella se tambaleó y terminó cayendo sobre la lona.

Con el griterío era difícil escuchar lo que decían todos a su alrededor, sin embargo Jamie vio con perfecta nitidez a Séaghdha acercándose a Casey, que entre jadeos respiraba entrecortadamente. Shay O'Riley se agachó ligeramente y pese a que alrededor de Jamie todo el mundo exclamaba y vitoreaba, oyó a Shay decirle a Casey con una sonrisa altiva:

—Ve a calentarle la cama a tu Sheridan, zorra. Jaque mate.

Todos los sonidos se volvieron sordos en los oídos del inspector de policía y apretó el mentón notando que sus dientes se chocaban dentro de su boca. Pasaron unos segundos que le resultaron interminables al ver que Casey no conseguía levantarse. Jamie vio que le temblaban los brazos cuando su compañera ponía la palma de la mano contra la lona y no lograba incorporarse.

—¡Levántate!—dijo Jamie alzando la voz—. ¡Vamos, Bishop!

Tras las palabras de Jamie Wells, una parte del gimnasio coreó el nombre de Neil Bishop alzando los puños y chocando jarras de cervezas con brío. Esta vez Casey y Shay estaban colocados de tal manera que Jamie Wells podía ver a la chica tensar la mandíbula y dirigirle a Séaghdha su último intento de sonrisa arrogante, esas que le irritaban tanto al O'Riley.

El adversario se acababa de dar la vuelta cuando su compañera se puso de rodillas y se levantó con una mirada temeraria que habría hecho temblar al mismo infierno. Shay arrugó la frente, demostrando que pensaba que su tarea contra ella ya había acabado y se puso frente a la agente encubierta sin borrar su expresión de superioridad. Jamie apostaba a que, en unos segundos, la chica acabaría con todo atisbo de jactancia de los ojos del hijo de Grant El Suertudo.

Casey Robins se mantuvo quieta cual estatua mientras Séaghdha O'Riley avanzaba con velocidad con el cuerpo preparado para cualquier artimaña que usaría contra la policía al acercarse. La manera de atacar del hijo del mafioso se había vuelto más cauta, pero aún así se abalanzó sobre Casey sin cuidado e impulsivamente, sin pensar ni por un solo momento que su cuerpo no pudiese tumbar de una vez por todas a su (pequeña) contrincante.

Si su compañera hubiese sido capaz de escuchar los pensamientos de Jamie le habría dado una patada digna de una película de kárate y habría asegurado que no era tan pequeña. (Igual que siempre redondeaba su altura hacia arriba). Claro que, aunque Casey no fuese la más grande era persona de gran presencia y eso compensaba cualquier diferencia de altura del mundo, supuso él.

En cambio ella se apartó y le asestó un golpe que derribó a Shay como si fuese un saco de arroz a medio vaciar. Cayó de bruces contra la lona. El estupor se alzó en la sala clandestina del gimnasio y antes de que Séaghdha pudiese levantarse, Casey le agarró las manos en la espalda esperando a la cuenta atrás desde diez que Jamie le había dicho que un árbitro dictaría al final del enfrentamiento.

Esa imagen perforó con todos los muros de Jamie y recordó la última detención que hizo antes de convertirse en un infiltrado, con Calder Acker a su lado, la corbata negra mal anudada y con unas gafas de sol negras demasiado grandes. Lo echaba tanto de menos que le dolía.

La pelirroja, todavía con el rostro cubierto de moretones recientes, cortes y sangre, seguía siendo la mujer más guapa que Jamie Wells había conocido nunca. El brillo de su mirada, tan temerario como valeroso hizo que el nudo de la garganta que se le había formado a Jamie cuando Casey retó a Shay se deshiciese.

—Creo que te has equivocado de deporte, O'Riley.

Su compañera emitió un chasquido con la lengua tras sacarse el protector de la boca. Trazó una sonrisa amplia (dentro de lo que le era posible dadas las circunstancias) con sus labios hinchados e inclinó ligeramente la cabeza hacia la derecha.

—Pero bueno—añadió resuelta sin deshacerse de su sonrisa maliciosa—, a lo mejor es porque estás demasiado ocupado calentando el ring. Besa la lona de mi parte.


¡Feliz sábado y un hurra por El Alfil Negro jeje ;)!

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