Capítulo 4

🎱Mini maratón 1/2🎱
4 - EL DESCUBRIMIENTO

I've seen you looking like you've been run down by a truck

[Dirty Little Girl - Elton John]

Nueva York, enero de 2002

LA BOLA YA HABÍA caído para cuando Casey llegó a La Herradura. Era oficialmente enero de 2002 y Jamie esperaba que por fin ese fuese el año del cierre de la operación contra Grant O'Riley. Estaba brindando en la barra con Perro y otros usuales del bar, un poco sorprendido por la falta de McManus y Shay, pero no por ello alterado. Wells estaba más preocupado por su compañera.

Casey le había dicho que se reuniría en el bar con él un poco más tarde, pero le sorprendía que no hubiese llegado a felicitar el año. Ya habían pasado aproximadamente dos horas y media y Casey no parecía ser alguien impuntual. Jamie reconoció que sintió algo de inquietud al llamarla.

Daba la impresión de que Casey Robins era muy independiente y segura; tenía valor. Todas esas características de Casey eran de las que él admiraba, por eso no supo si preocuparse era una gran idea. Era Casey de quien hablaban. De modo que cuando llamó y ella no le cogió el teléfono, supuso que estaría haciendo algún recado.

Intentó dejar de darle vueltas, pero tras una semana de no estar solo prácticamente en ningún momento, era raro que su compañera no estuviese cerca. Estar solo resultaba diferente. Resultaba irónico, en una semana había tenido más conversación que en dos años. Quizá fuese por ello que le resultó imposible no abrir los ojos con preocupación en el momento en el que Casey apareció en La Herradura, con la cara de un animal asustado, el labio inferior hinchado y llena de moretones. Detrás de ella aparecieron Keith, Shay e Iana, una chica que llevaba solo unos meses siendo una Rana Dardo.

«No...No puede ser..., ¿la prueba de lealtad?». Jamie sabía de muy buena tinta que al entrar en la organización de O'Riley la peor parte de la iniciación era la prueba de lealtad, así que imaginó que se habría vuelto incluso más dura tras el "incidente" del que apenas se hablaba. El propio Jamie había terminado con la cara amoratada, el labio ensangrentado y una costilla fracturada, pero Casey había debido de pasar por algo mucho peor, porque al terminar su copa de champán vino hasta donde Jamie estaba y en sus ojos entre verde y azul vio una súplica.

Casey tenía miedo, Jamie no sabía por qué. Sonrió de manera incómoda y Jamie casi notó el temblor en su voz y sus labios. ¿Dónde estaba su pose arrogante? ¿Adónde habían ido sus gestos provocadores? Después miró hacia otro lado para que no viese su rostro y no diferenciase su temor. «¿Estará avergonzada o es que no quiere ver compasión en mis ojos?», se preguntó él.

—Ey, Sheridan—lo llamó frotándose las muñecas—. ¿Podemos irnos a casa?

«A casa». No consideraba el piso su casa, y probablemente ella tampoco, pero Jamie asintió con los labios apretados y fue con ella hasta la salida, viendo cómo fingía sonrisas y se despedía tratando de no mostrarse como él la había visto: frágil.

—¿Qué te ha pasado, Casey?

—No quiero hablar de ello—murmuró sin mirar a Jamie, cerrando los ojos.

Estaba mal, como perdida; no parecía ser ella misma. Jamie no la conocía muy bien, no obstante estaba seguro de que la seguridad y la energía desorbitadas que había mostrado los últimos días era su verdadera forma de ser y no esa versión cohibida, retraída de lo que sucedía a su alrededor.

Jamie Wells se sintió culpable. Tenía un trabajo que hacer: cuidar de su compañera, y en menos de una semana, ya había descuidado su tarea. No era exactamente una obligación, pero había tenido compañeros que siempre habían intentado velar por él y viceversa, y Casey parecía ser igual a él en ese sentido. Jamie no sabía qué hacer en esa situación y aquello le frustraba.

Al llegar al piso vio claramente los rastros de una pelea. Sobre su ceja derecha tenía una herida abierta, sutil, que sin embargo podía infectarse, tal vez producida por un metal, quizá un borde de algo oxidado; tenía el labio hinchado y probablemente le había sangrado, y una parte de la piel de su mejilla izquierda estaba tiñéndose de un color oscuro que no auguraba nada bueno.

Jamie puso su mano en la otra mejilla y rozó su cara, mirándola con preocupación. Ella se tensó, hizo una mueca de dolor y apartó su mano con un pequeño golpe, indoloro, pero que podría haberse considerado un reflejo por su rapidez. Jamie no le preguntó sobre aquel reflejo, presentía que lo último que necesitaba su compañera era un interrogatorio.

—Casey, tengo que curarte eso—dijo sin darle pie a que le intentase rebatir la afirmación, casi marchándose mientras pronunciaba las palabras—. Relájate en el sofá un momento, voy a por el botiquín.

Cuando Jamie volvió, Casey estaba frotándose las muñecas, como había hecho en el bar. «¿Le dolerá?», se preguntó por un instante, pero lo que realmente quería saber era qué le había pasado a Casey Robins para que se comportase de esa manera. No quería presionarla. Y no, tampoco quería que actuase como si todo fuese bien si realmente no iba así. Lo que quería era ayudarla de algún modo, hacerle saber que estaba ahí y que podía apoyarse en él si así lo deseaba.

—¿Sabes qué?—preguntó para tratar de distraerla—. Llevo sin curar a alguien desde que estaba en quinto. Mi hermana Tessa era muy fan de jugar cerca de un cobertizo en el que había una valla metálica de la que Leyre, nuestra madre, siempre le advertía; un día se chocó y tuve que darle varios puntos porque mis padres habían ido a un congreso.

Jamie notó que la respiración de Casey se volvía menos superficial y se relajaba un poco al escucharlo, aunque ello no quitaba que la notase estremecerse cuando le echaba desinfectante en algunas de sus heridas abiertas o encogerse con el tacto de sus manos aún no del todo calientes. Algo debió de funcionar su pequeña historia, porque Casey preguntó con curiosidad:

—¿A qué se dedican tus padres?

—Son médicos—respondió notablemente orgulloso—. Mi padre es pediatra y mi madre es cirujana de cardiología. ¿Y los tuyos?

Asintió, volviendo a retraerse del mundo y habló en voz baja.

—¿Los Wilder o...?

Jamie se dio cuenta del error en ese momento. Bueno, a lo mejor no era exactamente un error, pero evidentemente no era la pregunta más adecuada. Sabía que Casey había llegado a la familia de Thomas porque algo malo les había pasado a sus padres; desconocía el qué, no obstante, no tenía intenciones de indagar y remover el pasado. Jameson parpadeó lentamente, arrepentido.

—No importa, Casey—se apresuró a decir con cautela—, no hace falta que respondas; perdona...Te voy a poner una pomada aquí.

Ella negó con una sonrisa ladeada que Jamie casi se perdió por mirar hacia otro lado avergonzado, buscando bálsamo para sus muñecas y crema para sus moretones. Mientras se la ponía, el policía se horrorizó ante las mil situaciones que podían haberse dado para que su compañera terminase así.

—Connor es profesor de universidad y Samantha es abogada. En cuanto a mis padres biológicos, Aidan era policía y mi madre—hizo una pausa, frunciendo los labios—. No lo recuerdo muy bien, pero solía trabajar en casa.

¿Cómo podía habérsele escapado? Aidan Robins era el padre de Casey. Si Jamie se hubiese parado a pensar, lo habría relacionado muy rápido, sin embargo, vagamente recordaba las imágenes que había en la comisaría y las historias de Zarrow, que encontraba a Aidan como un ejemplo a seguir. Mal asunto.

Casey era su hija y según contaban los rumores, ella había descubierto su cadáver. Algo que tampoco era bueno era que, si alguien se enteraba de que Casey era su hija, lo más probable sería que terminase muerta, como su padre. Entre Jamie y ella se formó un silencio incómodo de repente, Casey, casi siempre incomodada por los silencios, dijo:

—Bueno, Wells, estoy cansada así que voy a dormir...Buenas noches y feliz año.

—Igualmente, Robins.

Jamie vio cómo se marchaba a su habitación y cerraba la puerta. Él la imitó, aunque estaba inquieto; no conseguía dormirse al pensar por lo que habría sucedido. Lo frustrante era no poder hacer nada sabiendo que había pasado algo malo. Sabía que si intentaba velar por ella entonces no sería Kieran Sheridan, que no se preocupaba por nadie, y tanto su identidad como la de ella correrían peligro.

Las paredes eran tan finas que Jamie llegó a escuchar un llanto silencioso a través de ellas. Se le encogió el estómago. Fue como estrujar una parte de su corazón. ¿Era Casey? Quería preguntarle todo lo sucedido, pero al mismo tiempo sabía que si ella quería hablar con él vendría o se lo diría. No quería presionarla. Se trataba de algo muy delicado y más aún privado, pero pudo escuchar su manera de respirar, como si de repente hubiese salido de bucear durante más minutos de los que era capaz de contener la respiración. La quinta vez que escuchó su respiración entrecortada, Jamie se levantó y llamó a su puerta suavemente.

Pronunció su nombre varias veces, con una paciencia acuñada por la convivencia en familia y una tranquilidad que había heredado de su madre la doctora. Estaba preocupado. Un instinto de protección que llevaba dormido años despertó al percibir los sollozos de la chica de la habitación de al lado.

Jamie escuchó unos pasos acercándose a la puerta, donde se había sentado.

—Perdona si te he molestado, Jamie...Vete a dormir.

—Me quedo aquí. No estás sola, Case...Si algún día quieres hablarlo...Vivo cerca.

***

Naturalmente se despertó con dolor de espalda, pero aún estaba al lado de la puerta de Casey, recostado en una almohada que se había traído de la habitación y con una manta de cuadros púrpuras sobre su cuerpo que no recordaba haberse puesto.

La puerta corredera estaba medio abierta y Casey estaba sentada en la mesa de la cocina, bebiéndose una taza de algo que esperaba que no fuese café, porque para qué mentir, se le daba fatal hacerlo y ni siquiera ella, con su increíble orgullo—estaba por descubrirlo—iba a negarlo.

—Te habría llevado a tu cama como hacen los chicos en las pelis románticas pero odio esas pelis y pesas demasiado, encanto, así que espero que la manta fuese suficiente.

Casey le dirigió una mirada inocente y una sonrisa ladeada. Era agradable que sonriera pero a Jamie no le gustaba nada que actuase como si nada hubiese pasado cuando había escuchado claramente que no estaba bien, a juzgar por los sonidos que se filtraron la noche anterior.

A pesar de esa idea, si ella deseaba llevar las cosas así, Jamie no iba a ponerle pegas. Cada persona tardaba en curarse más, o menos, y lo hacía de una manera o de otra, quizás ella lo llevaba así. A lo mejor actuaba como si nada hubiese sucedido para llegar a sentir que no había pasado. Jamie le siguió la corriente.

—Me ofendes, Robins, pero gracias...Yo espero que eso no sea café.

No era hablar por hablar, agradecía mucho su gesto, había sido uno considerado y a Jamie resultó algo incluso tierno. Era uno de enero, a fin de cuentas, y estar tumbado en el suelo frío no era el plan ideal. La chica negó y le aclaró las cosas mostrándole la taza.

—No, es té. Vistos los resultados de mi intento de hacer café en este país, me retiro.

—Así que...¿Te sale una vez mal y ya te das por vencida?—dijo él con un ápice de burla.

Hizo como si se lo estuviese planteando y Jamie pensó en la vaga imagen que tenía de ella, ¿no era más pelirroja? Le habría gustado preguntárselo, no solo la recordaba así de la vez que se encontraron en Liverpool, sino que también había visto imágenes en casa de Thomas en las que su cabello era más claro y llamativo. «Quién sabe—se dijo—también tenía más largo el cabello en esas fotos».

—Sí, básicamente. —Le dedicó una sonrisa cegadora—. Mi nuevo mantra es: si no sale a la primera no saldrá, dedícate a lo que se te da bien y no fracases, Robins...Eh—dijo tras unos segundos—no me mires así, es broma. Sencillamente quería té.

Volvió a adoptar una expresión taciturna, aunque más que triste, se la veía nostálgica. Jamie cogió una taza que se había preparado y vio cómo su compañera esperaba a que lo probase. Expectante, dio un sorbo y se sorprendió por lo agradable que era el sabor del té caliente en su labios.

—Es genial—ella le guiñó un ojo—. Quiero decir, tu mantra es una basura pero el té está bueno.

Casey ignoró el comentario y tras tomarse la taza de té, se levantó y anunció:

—Después me voy a un sitio, así que no te veré hasta más tarde, ¿necesitamos comprar algo?

—Galletas. Te las has comido todas...Sin frutos secos—le dijo Jamie—, soy alérgico.

Esa fue la última conversación que tuvo con Casey esa mañana; luego ella desapareció hasta cuando había anunciado, bastante más tarde. Jamie no supo qué hizo su compañera aquel día, sin embargo, la notó más tranquila al volver de donde quisiera que hubiese ido. Bueno, solo hasta semanas después, en la que una noche llamó a su puerta. Pero para comprender la manera de actuar de Jamie, primero había que retroceder un poco.

No fueron los días más ajetreados de Jamie Wells, pero hizo bastantes cosas. Fue a ayudar a Perro en La Herradura todos los días antes de que se abrieran las puertas del bar y como siempre, lo pilló mirándolo mal de vez en cuando, aunque así era él con Jamie; no podía decir lo mismo sobre Casey, Wells creía que le cogió un favoritismo inquietante durante los meses que rondó por La Herradura. A veces Jamie se preguntaba si era porque él no era tan guapo como ella o si simplemente Kieran Sheridan le caía mal.

En realidad Jamie no se lo preguntaba. Era evidente que él caía muy mal y que Casey no era solo guapa, sino que su carácter—incluso cuando supuestamente era una «Limpiadora de cadáveres»—era genuino y resultaba atrayente para todas las personas con algo de bueno en ellas. Perro, pese a sus dientes plateados y su apariencia ruda, era una de esas personas.

Unos días después de haber comenzado el año, Jamie fue a un lugar de las afueras donde se organizaban carreras de caballos. A Reagan le gustaba apostar por el número...¿Siete? ¿Dieciséis? Lo que fuera; el caso era que solía enredar a Jamie para que le acompañase a verlas. Eso se basaba en mirar sin entender el fin de las carreras y comer nachos y palomitas repartidas en las gradas. También vendían cacahuetes, que lógicamente Jamie no podía comer si no quería acabar en el hospital. En verdad, acompañar a Reagan no era tan malo, de vez en cuando hasta era entretenido.

Hubo algo destacable esa mañana. Por primera vez en mucho tiempo Reagan había traído a dos personas más a parte de a Jamie Wells o alguna chica guapa: a sus hermanos, Séaghdha y Dara. Mientras que el pequeño se revolvía en su asiento de plástico anaranjado, incómodamente; Shay masticaba ruidosamente unos nachos con guacamole que en realidad le pertenecían a Jamie.

El detective Wells no supo si le molestó más que al masticar se le escuchase como si estuviese comiendo zanahorias crudas (sabía cómo era ese sonido gracias a su queridísima Tessa), o si fue el mero hecho de que estuviese cogiendo de su comida sin permiso y despilfarrando el guacamole de Jamie. De Jamie. No de Shay. Quizás también influía la predisposición de Jamie—poco paciente—, a los actos de Séaghdha y que le enfadaba no saber qué le había pasado a su compañera. Jamie tenía la sospecha de que Shay estaba estrechamente ligado a su forma de actuar por las noches.

Mientras tanto, Reagan charlaba con la vendedora de perritos de maíz, lo que tampoco era una sorpresa. En realidad, si Jamie se paraba a pensarlo, el mediano de los hijos de O'Riley no era una gran amenaza. Solo era un crío con cuerpo de hombre de treinta y pocos años y complejo de inferioridad. Jamie sabía que Reagan se sentía inseguro al haberse criado con Shay, que destacaba por ser el mayor y el hijo en el que Grant confiaba más, y con Dara, que a pesar de no tener la sangre fría de su familia sobresalía por ser inteligente y poseía la atención de la mayoría de la gente de su padre porque se especulaba que era hijo de Trevor McConnell.

¿Y Reagan? Siendo honestos, Jamie dudaba de que hubiese salido tan inmaduro y lujurioso—aunque no era exactamente eso lo que lo definía—, de no haber crecido con dos hermanos tan acaparadores de atención, cada uno a su manera. Además, todos habían perdido a su madre. Según se decía, Reagan era el peor que lo había llevado. Una noche en la que Reagan estaba borracho, Jamie había descubierto que lo único que quería era que su padre le diese una palmada en la espalda, le sonriera y le dijese que estaba orgulloso de él.

Para aclarar las cosas: los borrachos y los niños no decían siempre la verdad.

Prueba A: los hermanos de Jamie mentían fantásticamente para meterlo en líos. ¿Cómo podría haber roto él la televisión jugando con una pelota en casa? ¡Qué locura! Ni siquiera le gustaba jugar a la pelota. Prueba B: supo que aquello era lo que quería porque cuando Reagan estaba ebrio mentía incluso más de lo normal, entonces cada palabra que salía de su boca como una negación era, irónicamente, una afirmación.

—¿Has visto esto, Kieran?—preguntó Reagan señalando una servilleta grasienta.

—Si quieres saber si he visto que el aceite de esos perritos parece salido de una central nuclear...Entonces sí, Reagan. Lo he visto. Desde aquí huelo la putrefacción en esa cosa—dijo Jamie asqueado, aunque no en serio—, no te acerques más.

—Eres como un gato, Sheridan. Un gato malhumorado que va a morir pronto si no descubre que su colega ha conseguido el teléfono de la chica del puesto de perritos y un par de bonos por nachos gratis.

El inspector Wells arrugó la nariz. En definitiva no era un gato. Los gatos le daban respeto, con aquellos ojos nocturnos y formas sospechosas de marcharse a cualquier hora del día y de repente encontrártelos en la puerta de tu casa pidiendo un cuenco de leche. ¿Qué hacían? ¿Tenían una pequeña mafia montada? No era miedo lo que le provocaban, pero él prefería los perros. A lo mejor cuando la operación terminase adoptaría uno.

—¿Cómo es eso interesante?—Reagan no le contestó, aunque tampoco se le vio excesivamente interesado por tener el teléfono de esa chica, de hecho, Jamie creyó verlo usando la servilleta para limpiarse los dedos. Él boqueó—. ¿Por qué estamos todos aquí?

—Mi padre me dijo que le venía bien que vigilase un poco a Dara y a Shay—dijo mientras se llevaba a la boca un nacho—. No sé qué han hecho, tampoco he preguntado...¿Y qué tal con esa chica...Neil?

De repente Séaghdha se mostró interesado. Sin duda alguna tenía algo que ver con lo que le había pasado a Casey. Durante un instante Jamie se preguntó a sí mismo qué era lo adecuado de decir. Supuestamente era un compañero de universidad que quería hablar con ella por algo inacabado.

—Le pregunté cómo había estado y le pedí perdón por algo que pasó hace años.

—¿Entonces no hubo nada?—Jamie negó—. No te creo...¿Y si nunca más la vieses?

Esas preguntas revelaban que, en realidad, el segundo O'Riley era un romántico. Reagan y Jamie le dirigieron una mirada inquisitiva a Séaghdha, que había lanzado una risotada amarga ante su pregunta. Jamie empezó a ponerse de los nervios por esos pequeños gestos que hacían obvio que Shay sabía algo que los demás desconocían.

También le irritaba su expresión de averígualo-por-ti-mismo-imbécil, aunque estaba acostumbrado a que, en general, Shay tuviese esa cara siempre.

—¿Estáis de coña?—inquirió después de que le preguntaran por qué se había reído—. Papá la tiene calada...¿O debería decir que esa tía lo tiene en el bolsillo? No he visto a nuestro padre tan interesado en un fichaje desde hace mucho tiempo, lo que hará que sus pruebas sean mucho más difíciles. Pero es verdad que es dura, probablemente lo supere...Aunque no me fío de ella, es demasiada coincidencia que haya aparecido ahora.

Jamie no sabía lo que pretendía decir Shay cuando dijo que Grant la tenía calada y que era mutuo, la verdad fue que no se paró a pensarlo demasiado. Escuchar por la propia boca de un O'Riley que las pruebas de Casey serían más duras lo inquietó, pero tuvo que aprovechar la oportunidad. Él seguía sin saber qué había ocurrido para que la gente estuviese tan alterada últimamente en La Herradura.

—¿Por qué?

Séaghdha clavó sus ojos azules verdoso en los de Jamie y lo miró con la usual desconfianza con la que miraba a todos, incluidos sus hermanos. No obstante, después sonrió como si le hubiese gastado una broma de lo más divertida. Sí, lo más probable era que Jamie fuese la única persona que no sabía lo que había pasado entre la gente de O'Riley.

—Buena esa, Sheridan. Seguro que ese poli también se preguntó por qué le dispararon.

Jamie miró con confusión a los hijos de Grant y el pulso se le comenzó a acelerar. ¿A qué policía habían disparado? Y si había muerto, ¿cómo podría llegar a probar que los O'Riley eran responsables? Si había algo difícil era inculpar a Grant El Suertudo, sobre todo teniendo en cuenta que todos habrían pasado en la cárcel veinte años antes de enfrentarse a delatarlo.

En dos años de operación, Wells había conseguido cargos que mantendrían a la mafia irlandesa tranquila durante un tiempo, por tráfico de drogas y partidas clandestinas en La Herradura, sin embargo, detener a Grant O'Riley por asesinato podría suponer el fin de la gente de O'Riley casi definitivo.

Jamie estaba casi al cien por cien seguro de que Casey sabía lo que le había pasado a quienquiera que hubiese sido aquel policía, y que por eso Charlie Reynolds había llamado para comunicarle que tendría un compañero. ¿Por qué no se lo había dicho? ¿Qué era más duro que pasar dos años alejado de casa viendo a gente morir por las Ranas Dardo?

—Resulta que Benjamin era un chivato—dijo Reagan cuidadosamente—. Un día se lo encontraron hablando con un poli y lo estuvieron siguiendo, volvió a reunirse con él. En un encuentro súper efusivo según me han dicho. Alguien le disparó y se encontraron su cuerpo con un trébol de cuatro hojas.

—¿Podéis creer que llevaba pipa? Al parecer no disparó con ella—el tono de Shay era de prepotencia—. Qué pérdida de todo, si ese tío hubiese sido el primero en disparar seguro que seguiría vivo.

Dara se encogió en su sitio, sin decir ni una sola palabra y Reagan bajó la cabeza intentando ocultar la pena que se cruzaba por su rostro. En parte era por ese motivo por lo que Reagan no era el favorito de su padre. A diferencia de su hermano mayor, él se encariñaba de la gente que llegaba a La Herradura y se molestaba en conocer a las personas. Dara simplemente era el distinto, pero lo tenía mucho mejor asumido que el hijo mediano de Grant. Jamie se preguntó cómo podía Séaghdha hablar de un asesinato con la sangre fría.

Jamie no quiso imaginarse a Calder como el policía que había muerto por un disparo ya que no podría demostrarse que había sido obra de los O'Riley, pero en el fondo sabía que no podía haber sido otro que su mejor amigo. Calder Acker habría hecho de todo por mantener a Benjamin a salvo, lo que explicaba por qué le había pedido que cuidase de su hermano semanas antes. Jamie sintió una punzada de dolor por todo el cuerpo, sin embargo preguntó:

—¿Cómo se llamaba ese pardillo?

—Calder.

***

Así que básicamente, esa mañana, Jamie se había enterado de dos cosas: su mejor amigo y su hermano habían muerto y Casey lo sabía, pero por algún motivo que él desconocía, no se lo había dicho. Y Jamie estaba cabreado. No solo con su compañera o con quien quisiera que hubiese asesinado a Calder, sino también consigo mismo, con el mundo, con todos. Ya había perdido dos años de su vida por la operación. Ya había perdido a su mejor amigo, ¿qué más iba a perder? ¿A otro compañero? Jamie era incapaz de describir la manera en la que se sentía. Estaba confundido; se sentía enfadado, culpable, vacío y sobre todo triste.

Al principio quiso centrar su ira en Casey pero lo único que podía visualizar era la imagen de la noche del uno, con el pánico reflejado en toda su cara. No, Jamie no podía estar enfadado con ella, tampoco habría sido justo por su parte culparla por todo. Ella no había apretado el gatillo y si lo pensaba bien, tampoco le había dicho de qué conocía a Calder.

Por ese motivo, cuando Casey llamó a su puerta a las cuatro de la mañana del catorce de enero, Jamie Wells dio de lado cualquier resentimiento y corrió la puerta. Era tarde y apenas veía su cara, de hecho, apenas la había visto en aquella semana y media, sin embargo, sabía que algo andaba mal. Casey no le había hablado de más pruebas, ni siquiera le había hablado de la primera prueba por la que había pasado, pero parecía encontrarse incluso peor esa noche.

Para ser justos, en aquellas dos semanas la situación de la noche de año nuevo se había repetido numerosas veces. Cuando Jamie no se había dormido, a través de las paredes escuchaba la respiración entrecortada y los llantos silenciosos que Casey trataba de ocultar a todo el mundo de día. Jameson insistió varias veces, preguntándole si podía ayudarla, no obstante, en ningún momento decidió acudir a él y su compañero no quería que se sintiera obligada a hacer nada, por lo que intentó respetar la decisión de la irlandesa.

—Ey...¿Te importaría si me vengo a dormir aquí esta noche?—Wells la miró fijamente mientras ella apartaba la mirada. No contestó al momento—. No importa, déjalo, es una bobada...Buenas noches, Jamie.

Su voz estuvo a punto de quebrarse y a Jamie no le cabía duda alguna de que había estado llorando. Cuando estaba a punto de moverse, Jamie la abrazó por la espalda. Notó que se estremecía con el contacto, sin embargo, no se apartó. También notó su temblor. Por aquel entonces no era consciente de que ese simple gesto haría que su relación con Casey Robins diese un giro de ciento ochenta grados.

—Claro que puedes, Case.

Llevaban un rato tendidos en la cama cuando Casey habló. Dio media vuelta quedando frente a él y, todavía en la oscuridad, Jamie vio que algo similar al temor se cruzaba por su rostro. No era exactamente miedo, pero quizá estaba relacionado. Jamie se quedó mirándola, sin saber qué decir. Lo incómodo no era que estuviesen mirándose, recostados sobre la cama de Jamie; lo incómodo era no saber por qué le estaba dirigiendo aquella mirada. Aparentaba hacer acopio de fuerzas para hablar con él. Ella apretó los labios.

—Jamie...Tengo algo que decirte. —Él asintió—. Es cierto que conocí a tu amigo Calder, pero no fue por haber hablado con él o haberlo conocido en la veintiuno...Fui la última que lo vio con vida...Sé que tenía que habértelo dicho antes pero no sabía cómo...Lo siento mucho. Por todo. No tienes por qué perdonarme, Jamie, entendería que no lo hicieses...Pero lo siento.

Las palabras de Casey hicieron incluso más real lo que había sucedido. Jamie respiró hondo. En ese momento ya no era capaz de expresar su ira o su impotencia. Tampoco era capaz de enfadarse con ella. Y quería enfadarse, era lo único que quería. Quería gritarle a alguien y desahogar toda la angustia que se estaba acumulando en su cuerpo. Sin embargo, Jameson no gritó. No podía culparla por cómo había actuado y tampoco podía recriminarle que no le hubiese dicho nada. Tenía que ponerse en su situación. Wells ni siquiera sabía si él en su lugar no habría hecho lo mismo. Ya llegaría otro día en el que gritaría.

—Robins. Tranquila...Te perdono—no apartó su mirada—. Perdóname tú a mí.

—Claro, ¿pero por qué?

Jamie se tumbó mirando hacia arriba. No se había dado cuenta de que se seguía sintiendo culpable hasta esa noche. Por eso se le encogía el corazón cada vez que escuchaba que prorrumpía en sollozos a medianoche. Pese a que se habría estremecido al escuchar los sollozos de cualquiera, con ella resultaba peor. Jamie se sentía responsable por no haber ido más allá, igual que ella se sentía culpable por no haberle dicho lo de Calder.

—Porque yo había prometido protegerte...Como tú compañero podría haber hecho más, tendría que haberlo hecho. —Se quedó sin habla durante un momento—. ¿Puedo preguntarte algo? Me disculpo de antemano por si te ofendo—ella asintió y Jamie volvió a mirarla—. ¿Es cierto lo que se dice de tu familia?

Casey frunció los labios como si la pregunta no le sorprendiese del todo, de hecho, no parecía irritada por ella. Jamie no podía imaginarse cómo habría sido criarse lidiando con la muerte de un padre y el abandono del otro. Aquellas eran cicatrices que no terminaban de sanar del todo, y Casey vivía con ellas. La inspectora Robins respiró profundamente.

—¿Quieres saber la historia?—Jamie asintió, viendo que Casey esbozaba una sonrisa apagada. Fue su turno de tumbarse mirando hacia el techo—. Tenía seis años y estábamos en marzo cuando mi padre regresó. Había estado fuera por trabajo durante casi un año, aunque nos visitaba de vez en cuando. Recuerdo lo contenta que estaba cuando salí del colegio y vi a mi padre con una cajita de Stout Cake y sus gafas de sol rojas, con forma de estrella que le había regalado, al estilo de Elton John—continuó con un tono manchado por la nostalgia—. Recuerdo los últimos meses de colegio y el principio del verano. Todo eran risas y alegría en casa.

De repente la sonrisa de Casey comenzó a desdibujarse.

—Entonces llegó julio. Mis padres empezaron a discutir por algo que no sabía. De hecho, no me atrevía a preguntarlo, porque siempre terminaban arreglándolo al día siguiente o en pocas horas...No puedo corroborarlo, pero creo que discutían sobre el trabajo de mi padre y el riesgo que corría a diario, o algo así...Mae estaba de los nervios. Un día llamaron a nuestra puerta.

» Estábamos en el salón. Al escuchar los golpes él le lanzó una mirada a Mae y ella cogió a Evelyn y se la llevó al baño de arriba, el que estaba al lado de nuestros dormitorios. Mi padre me cogió de la mano y me llevó con ellas. Me agarré a él, pero al final lo dejé marchar. Luego escuché dos disparos y bajé corriendo. La puerta de la calle estaba abierta, y la del salón, entreabierta.

» Cuando entré vi que toda esa sangre era de mi padre—suspiró pesadamente—. Los siguientes meses están un poco borrosos—hubo cierta vacilación en su tono—, pero recuerdo el día que volví del colegio y, ni mi hermana ni Mae estaban en casa. Al principio tuve miedo, pensaba que les había pasado algo, pero después de llamar a la policía con el teléfono fijo comprendí que simplemente se habían marchado...Supongo que sabrás lo demás, fui a servicios sociales, los Wilder me adoptaron y bueno, tuve mucha suerte.

«Suerte» no era la palabra indicada para hablar de la vida de Casey Robins. Jamie se quedó observándola de nuevo, mientras ella miraba hacia el techo. Sí, Jamie sabía el resto, sin embargo, para llegar a los Wilder y a ser la persona que era, Casey Robins había pasado por mucho. Era cierto que había sido una niña la primera en encontrar el cuerpo de Aidan Robins, y esa niña había sido ella. Si como adulto era duro perder a un ser querido o imaginar la vida de los cuerpos que llegaban por culpa de un asesinato a la morgue, entonces no podía imaginarse cómo le habría resultado vivir aquello a la Casey de seis años. ¿Qué clase de vida se llevaba tras encontrarse con esa situación?

—En cualquier caso, creo que el tiempo lo ha ido sanando. —Declaró—. ¿Puedo preguntarte algo?

Él asintió viendo que Casey lo miraba. Sus ojos, pese a estar en la oscuridad, brillaban con el particular destello de la curiosidad. Lo miró como si estuviera pensando cómo formular la pregunta, preguntándose si se ofendería y parecía preguntarse al mismo tiempo si le sorprendería la respuesta que le fuese a dar.

—¿Eres tú el policía que tenía algo con Reynolds?

Jamie volvió a asentir silenciosamente, un poco decepcionado. ¿Y por qué se sintió así? Bueno, lo de Reynolds era agua pasada, sin embargo, había una parte de él que seguía aferrándose a lo que habían tenido. Esa parte era estúpida y había olvidado por completo lo que había hecho Charlie, para bien o para mal, con su corazón.

Que Casey, la primera compañera desde lo que había pasado con Reynolds, supiese de antemano que había pasado algo entre ellos hacía que pareciese poco profesional y un oportunista. Porque ya se le había tachado de oportunista, no podía olvidarse de ello. La gente decía que habían ascendido a Jamie por su influencia cuando había sido una detención—que por cierto le había robado a Casey—la que había sido decisiva.

Por aquel entonces ni siquiera Charlie era capitán, pasó a serlo bastante después, y Charlie y él llevaban saliendo desde hacía mucho antes. Alguna vez Jamie había pensado que Charlie era la indicada para él, pero había problemas de comunicación y no comprendía que ella siempre iba a anteponer su trabajo a sus relaciones personales. Cuando lo había hecho, ya era demasiado tarde y le tocaba recoger los trozos de su corazón. Y sí, resultaba dramático, pero lo que había hecho Reynolds había sido un golpe bajo.

—Sí...Pero tienes que saber algo para no juzgarme.

—No te juzgo, Jamie—dijo con expresión ofendida.

Sus labios formaron una efímera sonrisa que probablemente ella no vio. A Jamie le alegraba escuchar aquello. De hecho, no lo sabía, pero escuchar esas palabras salidas de su boca le ayudó a no llevar la cabeza gacha con respecto a ese asunto. Jamie Wells no había hecho nada malo. Charlie Reynolds tampoco. Ninguno lo había hecho, simplemente no había funcionado. No había sido el fin del mundo para Reynolds, ¿por qué lo estaba siendo para Jamie? Se dio cuenta en ese momento de que, en la vida, había cosas que no estaban destinadas a funcionar y qué no por ello debía avergonzarse de ellas.

—Conocía a Charlie porque mis hermanos, Félix y Yaiza, eran muy amigos suyos en el colegio. Siempre la había admirado. Te criaste con Tom así que supongo que alguna vez tuviste un amor platónico por uno de sus colegas...

No. Probablemente aquello era solo cosa del detective Wells. ¿Amores platónicos al lado de Casey Robins? Imposible. Lo más seguro era que ella hubiese sido el amor platónico de alguien, y no al contrario. Pero bueno, Jamie estaba justificándose. Además, en una escala del uno al Casey-Robins, Jamie era un Jameson-Wells, lo que venía a ser un tres o un diez dependiendo del día. Sin punto medio.

—El caso es que, todo venía de atrás—se explicó—. Salimos unos años, antes de que se fuese a la universidad. Al terminar la academia me asignaron con ella a patrullar y...

—Volvisteis a salir. En secreto. Lo pillo, Jamie.

Jamie soltó una risa con desgana y respiró profundamente.

—Llevaba prácticamente un año siendo inspector en la veintiuno y seguíamos juntos, de hecho, nos habíamos prometido. Habíamos sido pareja prácticamente seis años si se contaban los de instituto y por ello para el sexto aniversario había organizado un viaje a Roma...Cuando terminamos de cenar le dije que la notaba muy callada y ella me dijo que teníamos que hablar.

Jamie debió saber que aquellas palabras nunca traían nada bueno. Bueno, al menos con la mayoría de la gente. Una vez Jamie la conociese, descubriría qué Casey siempre decía eso, pero más bien con connotaciones dramáticas y sátiras. O puede que se burlase de la manera en la que Reynolds dejó a su compañero. Quizá eran ambas. Seguro que eran ambas. La chica hizo una mueca, dando entender que sabía cómo acabaría esa historia. La verdad era que todo el mundo parecía entender lo que había pasado al oír aquello. ¡Ya podrían haber avisado! El Jamie del pasado no debió ser muy sagaz. Tal vez era cierto que el amor cegaba.

—En resumidas cuentas: dijo que la habían ascendido de nuevo y que era capitán, le dije que eso era fantástico, me dijo que había un problema. Le pregunté, ¿cuál? Me respondió que la habían trasladado a mi comisaría por la jubilación del viejo Zarrow, sí, familiar de Nathaniel. Y yo le dije, ¿por qué es eso un problema? Y ella me contestó que no podíamos seguir juntos.

Jamie nunca había sintetizado tanto la conversación que acabaría haciendo que conociese a Casey. Ciertamente omitió detalles, como cuando Jamie preguntó si antepondría su trabajo a su vida personal y ella le dijo que sí. Lo comprendía, había gente que lo anteponía, sin embargo, Wells no lo habría hecho y tenía la pequeña esperanza de que su antigua prometida tampoco. Estaba equivocado...Después de todo Charlie Reynolds lo había dejado en el aniversario de ambos.

—Quedaba apenas un mes y medio para la fecha de nuestra boda. Fui solo a Roma y me llamaron. Antes de irme había puesto mi nombre en una lista de voluntarios, por llamarlo de algún modo, para una operación. Necesitaba tiempo para asimilar las cosas y con Reynolds en mi comisaría iba a ser difícil. Así que volví, acepté, y por eso llevo dos años aquí.

—No soy una experta en este tema pero me parece que estás echándole la culpa. No hiciste nada mal, ella tampoco, hay cosas que simplemente no están destinadas a funcionar y no por ello debes avergonzarte de ellas—le dijo Casey—. Si tanto la admiras, al menos deberías sentirte afortunado de que pudieseis compartir seis años juntos. Yo haría cualquier cosa en el mundo para tener más tiempo con la gente a la que quería...

No, no se dio cuenta solo. Casey fue la que ayudó a Jamie a entender aquello. Entonces una oleada de recuerdos le vinieron a la mente, y esta vez no los vio como algo doloroso...Por primera vez en dos años, los vio como algo que había sido bonito, pero que había pasado.

—Te recordaba pelirroja, Robins.

—Eso está bien—repuso Casey, sonriendo—. Significa que me recordabas.

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