Capítulo 24

¡El último capítulo (;! Pero no os vayáis muy lejos, porque el epílogo llegará en breve...

24 - LA VENGANZA

Don't let the sun go down on me

Although I search myself, it's always someone else I see

I'd just allow a fragment of your life to wander free

But loosin' everything is like the sun goin' down on me

[Don't Let The Sun Go Down On Me — Elton John]

QUE CASEY Y JAMIE fuesen el objetivo del cañón de un arma de fuego estaba convirtiéndose en una retorcida situación repetitiva. En las últimas veinticuatro horas, Jamie había pasado por el punto de mira de Séaghdha en un aparcamiento abandonado, en una comida familiar en la que se sacaron más pistolas que postres y ahora el fundador de un imperio criminal y su hijo mayor les apuntaban desde el pasillo de paredes amarillas lleno de puertas negras de trasteros.

No era una tradición que fuese a mantener si salían vivos de allí.

En las otras ocasiones había tenido la posibilidad de coger su Heckler, pero esta vez, Grant les había dicho que se diesen la vuelta lentamente, con las manos en alto, y que si trataban de hacer algo, les volaban los sesos.

  «Todo un caballero, sí, señor».

La pelirroja pareció buscar algo cuando se metió la mano en la chaqueta, igual que había hecho al amarse la placa del bolsillo interno, pero el sonido de la GLOCK de Shay siendo cargada fue suficiente como para que sacase ambas manos de nuevo y las alzase.

 Por un instante Jamie Wells habría jurado que había percibido un clic metálico. Luego lo atribuyó al arma de los mafiosos.

«Qué familia más encantadora tienes», le dijo con la mirada a Casey y esta se encogió con sutilidad de hombros, girándose poco a poco al lado de Jamie.

Él ya se lo había dicho: en momentos de histeria interna, hacía bromas.

Casey fulminó a su primo. Francamente, a Jamie también le sorprendía que Séaghdha no hubiese hecho caso a la amenaza de Brennan Janko, pero pensándolo mejor, era Shay: el primer hijo y más leal a Grant O'Riley. Al menos cuando él estaba presente...Evelyn había estado en lo cierto: temían tanto a su padre que no actuaban impulsados por otro motivo que su conformidad.

Pero allí estaban el dúo Robins-Wells, sus propios Sherlock y Watson. Casey en definitiva era Holmes—por eso de la intuición que te dejaba de cuadros—, pero ese no era el caso; allí estaban Casey y Jamie: indefensos y rodeados de todas las evidencias que podrían ser el fin de Grant.

Si conseguían incautar las pruebas jamás lo llamarían El Suertudo, aquel sobrenombre solo provenía de lo afortunado y escurridizo que se había vuelto a lo largo de los años, de cómo todos habían sido incapaces de atraparlo. Hasta ahora...O bueno, hasta hacía unos minutos, en los que todavía no estaban señalados por las pistolas semiautomáticas del líder de las infames Ranas Dardo.

 De repente a Casey se le escapó una risa.

Jamie no se lo podía creer. Esa chica iba a conseguir que los mataran. De nuevo.

—¡Me has hecho perder diez pavos!—le dijo a Shay—. Y yo que había apostado que tardarías al menos veinticuatro horas en correr a papá.

Él permaneció imperturbable ante las palabras de su prima—por lo menos exteriormente, pues sus ojos revelaron cierta vergüenza. Jamie le quiso lanzar una mirada de advertencia a Casey, pero ella seguía fija en Grant y Séaghdha.

—Alejaos de las cajas—ordenó Grant ignorándola—. No intentéis ninguna locura o no saldréis vivos.

—No vamos a salir vivos de todos modos—replicó Casey sin moverse.

«Tu optimismo siempre se agradece, Case», le dijo Jamie con la mirada y ella le guiñó un ojo como si su tío no estuviese sujetando un arma en dirección a su cabeza

—Y tío, ¡qué desagradecido! Olvidas que te he donado sangre hace menos de dos horas.

—Tan cabezota como Aidan—se burló El Suertudo—. No le fue muy bien, ¿no?

—Le iba bien, sí, hasta que le metiste dos tiros.

Si Jamie no hubiese tenido que tener las manos en alto se habría llevado una de ellas a la cara.

La manía de Casey de necesitar quedar por encima era otra de sus muchas cualidades que en situaciones de ese calibre te aseguraban una bala en alguna parte del cuerpo.

—No me gustaría que corrieses el mismo destino que tu padre, Quinn. Sé que podrías ser un buen recurso, al fin y al cabo hiciste un trabajo impecable con el cuerpo de McConnell.

El detective frunció el ceño ante sus palabras. ¿Qué había hecho Casey con el cuerpo de Trevor McConnell? Grant O'Riley le dedicó una sonrisa de Cheshire al ver la indisimulada confusión de Jamie Wells.

—Oh, ¿no te lo ha dicho?—preguntó asemejándose a una serpiente—. Le hice librarse del cuerpo de mi viejo amigo. Tu amiga fue muy eficaz, sí. Estoy seguro de que descuartizó su cuerpo sin vida y que no le costó nada limpiar la escena...

—Jamie, no le hagas caso—intervino Casey con una sombra de inquietud en la mirada—. No hice nada de eso.

En realidad, Jamie no había dudado ni un instante de la palabra de su compañera.

Pese a que creía que sí que poseía conocimientos que no tenía la mayoría, sabía que Casey Robins trazaba límites continuamente, líneas invisibles que jamás cruzaba. Disparar sin una amenaza en su propia cabeza era una; ensuciarse las manos por alguien como su tío era definitivamente otra.

—Lo siento, Grant, pero creo que me fío más de la palabra de mi amiga que de la tuya.

—Como sea—chistó el mafioso—. Envié a McManus contigo para asegurarme de que lo hacías y trajo pruebas.

Casey Robins tuvo la osadía de sacar su pistola. En honor a la verdad, la chica debió reconocer el farol, al menos dirigido a ella; Grant no podía dispararla, sí lo hacía, con ella se iba la oportunidad de tratar su enfermedad.

Claro que eso seguía sin ser demasiada ayuda, Jamie seguía sin poder coger la suya y era un dos contra uno. El intento de manipulación por parte de O'Riley fue infructuoso. Jamie confiaba en Casey.

—¿Antes o después de dárselas al FBI?—apostilló en voz baja, pero luego entornó los ojos, subió el tono y dijo—: Ahora dime, ¿por qué mandar la ejecución del padre de Dara?

—Al igual que Aidan, sabía demasiado—dijo Grant antes de soltar otra de sus carcajadas ásperas—. Verás, teníamos un acuerdo: él no volvía a mi territorio, se mantenía callado y lo dejaba ir. Parece ser que hace unas semanas recibió una llamada de la traidora de Lamar (que por cierto es la siguiente después de vosotros), y que tras eso decidió ir a la policía. Se negó a revelar esta dirección. ¿Llamó a emergencias, sabes? No te imaginas lo fácil que es provocar un altercado para no atraer la atención a los asuntos de detrás.

—¿Es esto un discurso de villano?—preguntó Jamie con un deje de humor.

—Suena a uno—concordó Casey a su lado con una media sonrisa.

«Al suelo», le dijo Casey con los labios. Jamie asintió levemente y se tiró contra las agrietadas baldosas grises mientras escuchaba dos disparos provenientes de la Colt nueve milímetros de Casey. Sabía que los disparos eran una mera distracción para que él pudiese pasar a la acción, inclinar la balanza. Por eso, cuando Jamie se levantó, empuñaba su pistola en dirección a Séaghdha y en su rostro estaba dibujada una sonrisa cómplice.

—¿Creéis que eso va a ayudaros? No hacéis más que retrasar lo inevitable.

—Si con lo inevitable te refieres a que una docena de agentes del FBI y la policía lleguen—arguyó Casey tras repetir la sonrisa irónica de Grant—, pues sí: es inevitable.

Casey debía tener el don de la oportunidad, porque en ese momento se escuchó el eco de las sirenas de coches patrulla retumbar en los amplios pasillos del edificio. Grant O'Riley salió corriendo tras dar un empujón a su hijo y giró por el primer corredor. Aquello decía mucho del sentido de autopreservación del mafioso. No había dudado ni un milisegundo en dejar caer a Séaghdha para salvarse el pellejo.

La pelirroja le lanzó una mirada antes de salir tras su tío y Jamie vigiló a Shay hasta que escuchó los sonoros pasos aproximándose a unos metros. Al levantar la cabeza se encontró con Brennan Janko y más de veinte agentes identificados por chaquetas del Buró. Jamie sonrió. Por supuesto que Casey Robins se había anticipado a un escenario como aquel y había puesto al corriente a su colega de su localización.

—Robins me envió un mensaje por el busca que le di anoche—informó Brennan preocupado—. ¿Y Grant?

Aunque era increíblemente extraño ver al que alguna vez se había presentado como Keith McManus con una chaqueta azul marino, las letras «FBI» escritas en amarillo y sin la usual expresión burlona en su rostro, resultaba refrescante. Jamie supo que sus identidades reales se llevarían bien, al fin y al cabo, Janko había hecho todo por ayudar a Casey.

—Casey ha ido a por él—contestó Jamie mirando a los lados.

—Ve tras ella—dijo Brennan y miró a Shay—. Yo me encargo de esposarlo.

El inspector Wells no dudó en asentir y salió por el pasillo despejado viendo que las pruebas eran incautadas por agentes del FBI y de los recién llegados agentes de policía. Jamie creyó atisbar el cabello rubio de Nathaniel, pero no se quedó para meditarlo; Casey podía necesitar ayuda.

Corrió a toda velocidad hacia el ángulo del pasillo girando a la izquierda, después a la derecha y luego otra vez a la izquierda llegando a un punto en el que vio una pistola tirada en el suelo y casquillos pocos metros por delante. «Por favor que no sea de Casey. Por favor que no sea de Casey».

Pero no era de Casey. Al dar la vuelta a la siguiente esquina se encontró con Casey Robins empuñando su pistola en dirección a la cabeza del acorralado, Grant El Suertudo. Se le encogieron las tripas.

Jamie conocía a Casey y no la veía capaz de ejecutar al mafioso, no obstante, también se trataba del asesino de su padre; la persona por la que había perdido la posibilidad de vivir una vida tranquila, sin crimen organizado, asesinatos, o separarse de su hermana pequeña.

Grant O'Riley lo había cambiado todo para la niña de seis años que Casey había sido.

Sin embargo Jamie no pudo preocuparse por cómo iba a actuar su compañera por mucho tiempo. De repente, Reagan O'Riley había aparecido desde el otro extremo del pasillo con su SIG Sauer en una de las manos.

—Hijo...Ayúdame.

Reagan no era una persona violenta y para ser justos, Jamie no lo había visto empuñar una pistola nada más que dos veces: esa y horas antes, contra su propio hermano. Era un hecho que Reags prefería las paletas de color y una buena iluminación a la munición y las armas, pero Jamie Wells no pudo evitar dudar; el nudo de su estómago se contrajo aún más.

Reagan era el segundo hijo de Grant, el que más solía apoyarse en su difunta madre, el que siempre había buscado la aprobación de su padre, la palmadita en la espalda y un «estoy orgulloso de ti, hijo» que nunca había llegado.

Jamie, que siendo Kieran había sido incapaz de no cogerle cariño y había llegado a apreciarlo, sabía de buena tinta que Reagan O'Riley era el más manipulable de sus hermanos. No Séaghdha, con su estoico e inamovible carácter; ni Dara, con sus fuertes convicciones silenciosas, sino Reagan. Un niño que había estado perdido y cuyo camino nadie le había ayudado a encontrar.

—¡Dispara!—rogó Grant con los ojos desorbitados por la desesperación—. ¡Rápido!

Se quedó paralizado durante un instante. ¿Y si Reagan sí era capaz de ser el primero en disparar? ¿Y si la aceptación de El Suertudo como su hijo se anteponía a sus principios?

Jamie lo había visto crecer como persona. En los últimos meses había dejado de ser el joven lujurioso que había conocido hacía dos años y se había convertido en una mejor versión de sí mismo, una que se preguntaba de corazón qué era lo que quería realmente en la vida. Pero ahí estaban, y era inevitable tener miedo de que Grant pudiese acabar con el progreso de su hijo.

Pero Reagan O'Riley bajó la pistola con la mirada inflexible.

Descargó su carga en el suelo y tiró el arma al suelo. Jamie Wells vio que se llenaba de valor al hablar y no pudo evitar sentir un fogonazo de orgullo al ver a su amigo.

—Evelyn tiene razón, papá: te tenemos tanto miedo que no somos capaces de actuar por nosotros mismos. —Miró a Casey ignorando la mirada perpleja de su padre—. Tienes tres minutos hasta que llegue Brennan.

El labio de Casey se movió con algo que rozaba el estupor.

—¿Lo sabías?

—Resulta que estando en una relación seria te enteras de que tu novio es un agente del FBI encubierto—dijo Reagan, dedicándole una media sonrisa—, deberías probarlo.

Reagan se apoyó en la pared opuesta a la de su padre y se cruzó de brazos. «Oh, mierda», pensó Jamie al darse cuenta de que Reagan le había dejado el tiempo a su prima para acabar con Grant. No había testigos pero sí dos pistolas y un motivo: Casey lo iba a pillar. Podrían decir que había sido defensa propia y nadie lo cuestionaría.

—Acabemos con esto, Quinn—dijo Grant tan resignado como temeroso—. ¿A qué esperas? ¡Dispárame ya!

 Las aletas de la nariz de Jamie se ensancharon. Se temió lo peor. La venganza estaba al alcance de las manos de Casey, solo tenía que apretar el gatillo. Jamie Wells confiaba en que Casey no fuese a actuar movida por el rencor, ¿pero era su voluntad suficiente como para competir con el tormento? Tantos años, tanto dolor, y lo único necesario era empujar su dedo índice. El inspector Wells vio el semblante ensombrecido de la pelirroja, pero esta negó ligeramente con la cabeza y de manera inamovible dijo:

—No. —La certeza en su tono hizo que Jamie fuese capaz de respirar de nuevo.

—¿Cómo que no? ¡Yo maté a tu padre!—exclamó O'Riley—. ¡Os lo arrebaté! ¿No llevabas buscando al asesino de tu padre todos estos años? ¡Aquí me tienes! ¿Es que no quieres venganza?

Sin más dilación, se guardó la pistola en la cinturilla acercándose hasta El Suertudo, que la miraba con una incredulidad palpable. La presencia de Casey Robins y su miedo habían sido capaces de empequeñecer al mafioso de una manera que Jamie nunca había presenciado.

Por primera vez, Jamie Wells lo vio indefenso.

—Ya no, O'Riley—respondió con tranquilidad—. Me basta con que recuerdes para siempre que la hija de Aidan Robins te dio caza. Que yo, Casey Robins Wilder, te atrapé.

La garganta del jefe de las Ranas Dardo se movió de arriba abajo, tragando saliva. Cuando pronunció las siguientes palabras, su voz tembló como nunca había presenciado el inspector Wells. Sonaba insegura, atemorizada e incluso se percibía la culpa emanar de ella.

—¿Es que no me guardas rencor?

Jamie Wells presenció cómo las comisuras de los labios de Casey se torcían hacia arriba.

—El rencor es para los críos y criminales.

***

Casey Robins acababa de meter al mayor mafioso desde Al Capone dentro de un furgón custodiado por los SWAT, el Buró y la CIA. Había detenido al responsable de asesinatos, tráfico de drogas y una lista interminable de crímenes que serían juzgados en breve. A los ojos de Jamie, su compañera no podía creerse que hubiese sido capaz de llevar a la justicia al ejecutor de su padre.

Jamie Wells estaba a su lado mirando a Casey, que llevaba un vaso de té entre sus manos y sorbía cada cierto tiempo apoyada en uno de los sedanes negros de los agentes del gobierno. Ella en cambio observaba a su primo y a Brennan Janko, quienes hablaban a pocos metros de ellos.

—¿Crees que estarán bien?—le preguntó Jamie.

Dios sabía que aunque Reagan hubiese hecho un trato con el FBI le salpicarían los crímenes de su padre, pero tenía la esperanza de que lo dejasen libre, quizás con la condicional o servicio comunitario. Reagan O'Riley no había hecho nada que no fuese redimible y presenciando las horas anteriores, ya había hecho mucho más de lo que se podía decir de Séaghdha.

—Estarán bien—dijo convencida.

Charlie Reynolds y el antiguo equipo de Jamie no tardaron en llegar a la escena. Casey dejó el vaso y todos ellos intercambiaron abrazos, felicitaciones y alguna que otra lágrima. Nathaniel, claro.

Mientras Casey hablaba con Nathaniel y Huá, Charlie y Jamie se quedaron a unos pasos de distancia, mirando a su equipo de la veintiuno como cariño. La mirada del inspector Wells siempre acababa puesta en Casey, contagiándose de la calidez que le producía ver a la chica sonreír o bromear sin pretensiones.

—Veo que habéis hecho buenas migas—comentó Reynolds con una sonrisa relajada.

—Siento todas las cosas que dije, Charlie—dijo él con sinceridad tras toser para aclararse la garganta—. Ninguna de ellas era verdad.

—No te preocupes, Jamie, yo sí que lo siento—repuso la capitana—. Tomé las decisiones sin pensar en cómo podía afectarte a ti...A nosotros. Pero creo que fue lo mejor para ambos.

Jamie asintió. Sus labios se comenzaron a curvar hacia arriba.

—Espero que podamos seguir como amigos de ahora en adelante—dijo Jamie.

—Claro que sí, Wells.

Aunque Charlie tendió su mano, Jamie optó por darle un abrazo. Tras un instante de dudas, Reynolds lo aceptó y él casi notó que su antigua prometida sonreía de alivio. Minutos después, Jamie y Casey estaban juntos de nuevo, en un silencio plácido, mecidos por el viento de febrero.

De repente Casey se irguió al ver una figura acercándose. Se trataba de un hombre esbelto, de cabello repleto de canas y ojos oscuros que le recordaron a Perro. El parecido era innegable. Llevaba un traje negro y las arrugas surcaban su rostro aunque más que darle espectro envejecido le daban uno severo y sabio.

—Capitán Newman—ante el saludo de Casey, este asintió en reconocimiento—. ¿Qué hace aquí? ¿No debería estar en Londres?

—Me he tomado unas vacaciones y he venido para ver a mi hermano—respondió y se le dirigió—. Tú debes ser el inspector Wells. J.P. Newman, un placer. —Jamie frunció ligeramente el ceño; estaba seguro de no conocerle, entonces ¿por qué lo conocía él? En cualquier caso estrechó su mano tendida—. Douglass me ha hablado de ti—dijo ante su confusión—, pero creo que aquí lo conocéis como Perro. Gracias por cuidar de Casey.

Un poco cohibido, Jamie asintió y se colocó de nuevo al lado de su compañera, la cual estudiaba con la mirada a su exjefe con curiosidad y el asomo de una sonrisa.

—No había ninguna condición, ¿verdad?

J.P. negó sonriendo y aceptó el abrazo de Casey Robins.

—Si hubiese existido una condición real habría sido no jugarte el cuello y conociéndote, es humanamente imposible. —Jamie soltó una carcajada y Casey se le unió tras darle un golpecito en el hombro. Ni siquiera ella podía negarlo—. Tu padre estaría muy orgulloso de ti.

—Le habría alegrado saber que cumplisteis la promesa que le hiciste.

El capitán asintió en silencio y saludó con la mano a Brennan, que se acercó al ver de quien se trataba. «Madre mía—pensó Jamie dejando que Casey se apoyase en su hombro—. Todos aquí se conocen».

Newman y Janko estuvieron conversando efusivamente durante unos minutos, pero entonces el agente especial se volvió hacia ellos y extendió la mano a Jamie. Él la estrechó. Casi resultaba una situación ficticia, pero así lo hizo, y esta vez, cuando Brennan sonrió no fue como todas aquellas veces a lo largo de los últimos años, fue real, honesto, aunque algo tímido.

Quién lo habría dicho. La persona detrás de Keith era... decente y no un idiota con incontingencia verbal.

Ambos se habían librado por fin de aquellas segundas pieles como Keith McManus y Kieran Sheridan; resultaba esperanzador. Luego Janko miró a Casey y dijo:

—Hace unos días envié tus referencias para la vacante en el departamento de criminología del FBI. Perdón por no habértelo dicho antes—se adelantó con sinceridad—. El caso es que mis jefes lo han estudiado y acabo de recibir su llamada...El puesto es tuyo, si lo quieres.

Casey abrió la boca y la cerró sin decir nada, totalmente atónita pero visiblemente emocionada por las noticias. Jamie le apretó el hombro con una sonrisa, sintiéndose orgulloso de su compañera. Ahí fue cuando la pelirroja clavó su mirada en él en una consulta silenciosa y Brennan se dio la vuelta unos minutos para que lo pensase tranquilamente.

A pesar de que le daba pena el que no volvería a trabajar con ella, era una gran oportunidad y él no haría más que apoyarla decidiese lo que decidiese.

Sin embargo, le hizo sentirse bien que la pelirroja lo tuviese en cuenta para tomar la decisión, no porque necesitase un permiso, sino porque valoraba la opinión de Jamie y si se planteaba comenzar algo con él, la comunicación era vital.  Iban a hacer las cosas bien: sin secretos, sin mentiras. Aquel gesto le hizo sentirse reconocido, valorado y en especial le hizo querer incluso más a Casey Robins.

—Es una oportunidad increíble, Case—la animó.

—Ya no seríamos compañeros...

Jamie Wells sonrió y le dio un beso en la mejilla.

—Se puede ser compañero de alguien de muchas maneras, Casey Robins.


¡Se acabó! (Más o menos jeje). Como he dicho antes, habrá epílogo la semana que viene además de algún extra de nuestros mafiosos y policías favoritos ;).

Si tenéis alguna pregunta sobre esta historia o sus personajes, no dudéis en dejarla en los comentarios y las iré respondiendo al final de los capítulos extra. Muchas gracias por leerme y hasta la próxima. ❤️

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