Capítulo 23

❤️Penúltimo capítulo❤️

23 - EL OCHO DE LA SUERTE

Oh, have mercy on the criminal

Who is running from the law

Are you blind to the winds of change?

Don't you hear him any more?

[Have Mercy On The Criminal — Elton John]

JACQUELINE LAMAR acababa de darle una pista fundamental y Casey Robins solo esperó tres horas para usarla. A las cinco había empezado su primera—y posiblemente última—transfusión sanguínea a Grant El Suertudo. Habían estado durante esa hora en el bar y en silencio, cosa que ella agradecía, tampoco tenía muchas ganas de conversar con el mafioso que había amenazado a su sobrino.

Jamie Wells le había esperado en la barra; gesto que Casey valoró bastante aunque no se lo dijo. Al parecer Perro también lo valoraba, dado que no estaba fulminándolo con la mirada como solía hacer con Kieran Sheridan mientras limpiaba las mesas bajas.

Él le había dedicado una sonrisa que hizo que la pelirroja se olvidase del descontrol de horas antes, de que Séaghdha había apuntado con una pistola a su hermana pequeña, quien sí que la recordaba y con la que esperaba poder trazar una relación, aunque fuese tras tanto tiempo. Casey le devolvió el gesto antes de decirle a Doug:

—Tú conocías a mis padres, ¿verdad?—Perro había asentido—. Se conocieron aquí... en un bar irlandés cuando sonaba Don't Let The Sun Go Down On Me. Me cuidaste cuando era pequeña—siguió diciendo—. ¿Fui yo quien te rompió el diente y no tu ahijada?

 Douglass sonrió un poco, aliviado de que por fin supiese la verdad.

—Bueno, tú eres mi ahijada—había dicho tras encogerse los hombros—. No fue en los bolos, pero te sorprendería lo revoltosa que eras con dos años. Cuando tus padres me pedían que fuese tu canguro siempre me esperaba algo.

Ella entreabrió los labios antes de abrazar al barman. Tras separarse examinó sus ojos oscuros con la mirada y le preguntó por qué motivo seguía allí tras tantos años si sabía lo que Grant hacía, lo que había hecho.

—Mi hermano J.P. era su compañero. Connor, Jackie y yo le conocimos cuando llegó y nos hicimos sus amigos—respondió en voz baja—. Ellos estudiaban en la misma zona y venían aquí para repasar sus apuntes a menudo...Le hicimos una promesa al nacer tú: no importaba cuán lejos estuvieses, te protegeríamos si él no estaba para poder hacerlo.

—Gracias, Douglass.

—Agradécemelo terminando lo que tu padre empezó hace años—sonrió Doug.

Tras salir de La Herradura, que había sido el nido criminal de las Ranas Dardo, Casey esperó unas calles para sacar su pequeño coche de la chaqueta. Mientras examinaba los bordes y las ruedas le explicó a su compañero que Jackie le había dado una pista crucial para encontrar El Ocho. Le dijo también que sospechaba que solo dos personas podían encontrarlo realmente: Trevor McConnell, en cuya escena del crimen había una grabadora y que parecía haber muerto protegiendo el secreto de su padre por todos ellos. Y ella.

El detective se ofreció a mirar el cochecito y Casey se lo entregó. Estudió cada línea y pliegue con la mirada, desde el capó naranja y verde hasta el chasis y los bajos negros, pero se detuvo especialmente en los últimos, los cuales analizó con celo palpando cada pequeña imitación de la parte inferior del coche.

De repente Jamie apretó en el centro de la estructura negra y se oyó un clic. En ese instante una parte del chasis cedió y cayó una diminuta llave con un papel enrollado del interior del coche con el número ocho pintado. A Casey se le iluminó el rostro. El Ocho de la Suerte estaba allí, siempre lo había estado.

—Es una dirección—anunció Jamie con una sonrisa ladeada antes de ser abrazado con fuerza por su amiga—. Hacemos un gran equipo, ¿eh?

—El mejor—estuvo de acuerdo Casey y le dio un beso en la mejilla a Jamie. Aunque percibió el rubor que le comenzaba a subir por el cuello a su compañero, le guiñó un ojo y se metió la llave en el bolsillo—. ¿Tienes planes para esta tarde? Porque creo que acabar con un imperio criminal suena fantástico.

—Qué bien me conoces—dijo él—. Después podemos cenar pizza y chocolate.

Casey dibujó una amplia sonrisa y tecleó el número de Brennan Janko antes de meterse en el taxi que el castaño había pedido. Brennan todavía no había contestado cuando la pelirroja miró a Jamie y le dijo:

—Nada me suena mejor.

***

El sitio no era demasiado impresionante, a decir verdad. El vehículo les llevó hasta un edificio dedicado a trasteros cúbicos en los que la gente llevaba muebles, libros, discos y toda clase de basura que ya no tenía cabida en los hogares. Casey sabía que en algunos de ellos vivía gente que no podía permitirse una hipoteca o un alquiler.

Brennan Janko no había llegado y tal vez jamás lo haría, después de todo no había contestado al teléfono y el mensaje de Casey había ido directo al buzón de voz. Jamie, que se daba golpecitos en la pierna según avanzaba, parecía tan nervioso como ella.

Eran las siete y media de la tarde y Casey había entrado a la estructura enseñando la placa que llevaba más de un mes escondida en el bolsillo interno de su chaqueta. Había pasillos y pasillos de trasteros con las puertas del tamaño de un garaje cerradas, pero al girar la esquina y mirar el papel Casey encontró el número de su trastero: 143.

¿Podía ser o no ser una coincidencia que esa cifra sumase 8? Conociendo a su padre y a las Ranas Dardo, seguramente no lo era. Casey introdujo la llave en la hendidura y la giró en sentido de las agujas del reloj. No sucedió nada.

—Case, mira esto—dijo Jamie señalando un pequeño cuadro electrónico con números. En la pequeña pantalla brillaba una luz verdosa y cinco rayas diminutas—. Se necesita un código.

Casey frunció los labios. ¿Y ahora qué? Lo único que se interponía en su camino para arrestar al asesino de su padre era una puerta metálica gris y una contraseña de cinco dígitos. «No pienses así», se reprendió y respiró hondo. Si su padre le había dejado todas esas piezas esparcidas y las había unido, un código no iba a ser lo que la detuviese.

Pensó en la conversación con Jacqueline y Douglass y una idea se formó en su cabeza. ¡Jackie había cantado una línea de la canción con la que sus padres se habían conocido! Doug se lo había confirmado cuando estaban hablando. A lo mejor esos dos no sabían que era en esos almacenes donde se encontraba El Ocho de la Suerte, pero estaba segura de que Jackie y Perro habían estado años cooperando con Trevor McConnell.

—¿Qué cantas, Case?—preguntó Jamie intrigado.

Don't Let The Sun Go Down On Me—respondió tarareando en voz baja.

—Ah, es muy buena. De 1974—dijo él ganándose una ceja alzada de Casey—. ¿Qué? Yo también sé de estas cosas.

—¡Eso es!—exclamó ella emocionada y le dio un beso en los labios a Jamie.

—Mmm, me encanta que me beses y tal pero, ¿a qué se debe exactamente?—Casey no contestó y marcó los números 91974 en el panel. Lo siguiente fue un tenue pitido y un clic nuevamente. La cerradura cedió. Jamie la miró asombrado—. ¿Cómo lo has sabido?

—No me llamaban Cassette R-W por nada, Wells—dijo ella sonriéndole—. Esa canción es la novena pista en ese álbum de 1974. Gracias por la idea.

—Siempre es un placer ayudarte, Robins—le dijo Jamie apretando la mandíbula mientras ayudaba a correr la enorme puerta a la izquierda para atravesarla.

Las luces titularon una vez Casey puso un pie dentro de este. Jamie y ella entraron tras compartir una mirada de perspicacia. Al dar unos pasos las bombillas del techo ya estaban encendidas y dejaban ver una serie de numerosas cajas de cartón, algunas precintadas con cinta adhesiva marrón y otras no; además de una estantería de caoba en la que estaban colocados algunos cuadernos y libros.

Casey le indicó a Jamie que mirase en las cajas de la derecha. Entretanto se acercó a las baldas de la estantería y cogió uno de los libros que se encontraba en ella. Las solapas polvorientas le provocaron un estornudo pero siguió examinando el interior de lo que parecían ser cuadernos. La mayoría estaban escritos a máquina y no a mano, sin embargo lo predominante eran números y palabras breves que a los ojos de Casey tenían que proceder de direcciones, números de serie, extractos bancarios y cheques de compras realizadas.

Con el ceño fruncido, hojeó páginas hasta dar con unas anotaciones en caligrafía que ella reconocía. Eran de Jacqueline. Conociendo a qué se dedicaba, Casey llegó a la conclusión de que se trataban de los libros de cuentas, y no de alguien cualquiera sino Grant El Suertudo. Lo cerró y lo dejó en el estante no sin antes informarle a Jamie brevemente de qué se trataba. Él, en cambio, parecía incluso más confuso.

—¿Qué hay por allí, Jamie?

—Una cantidad ingente de grabadoras—respondió él con los labios entreabiertos.

Casey llegó a su lado y observó que, efectivamente, en la caja que había abierto Jamie Wells solo había grabadoras de voz. Sin pensárselo demasiado abrió la caja a su derecha, pero se encontró con nada más y nada menos que casetes y CDs etiquetados. Al volver a la caja de Jamie, se dio cuenta de que en ella también había etiquetas pegadas en las grabadoras y leyó lo que estas decían. Todas estaban marcadas de 1976 a la actualidad. Desde su nacimiento.

—Son fechas. Mira estas—dijo Casey tendiéndole a Jamie una en la que ponía «12-12-2001» y otra que databa del veinte de octubre—. Y esta es de noviembre...

Pero ahora Jamie estaba al lado de la estantería. Casey se acercó hasta él, que estudiaba con detenimiento uno de los libros. De repente vio una serie de imágenes que la obligaron a contener una arcada. Debajo de cada foto había un nombre, una dirección y una descripción de lo que les había pasado a esas víctimas.

Los motivos iban desde heridas de bala hasta desapariciones y supuestos suicidios; las direcciones pasaban de ser residencias a cementerios y los nombres...Había demasiados para contarlos. Casey reconoció los motes de algunos crimínales rivales, traficantes e incluso policías.

En ese momento consiguió comprender por qué Grant O'Riley era considerado el fundador del mayor imperio criminal al otro lado del Atlántico. Había acabado con toda la competencia. Y tenía comprados a más de un agente e inspectores según constaba en aquellas páginas. Con razón había sido imposible atraparlo.

«Hasta ahora», se prometió. El Suertudo no contaba con Casey Robins en absoluto.

—Case, con esto tenemos de sobra como para arrestarlo—le aseguró Jamie, con una evidente satisfacción en su tono.

De repente vio una imagen oficial de la escena de un crimen conocido. Aidan Robins. Jamie se estremeció a su lado. Wells cerró el libro antes de darse cuenta de que Casey se había movido hasta las primeras cajas de grabaciones y que estaba hurgando en ellas. La chica se sintió mal por ignorar las preguntas de su compañero, pero no se dio la vuelta y siguió buscando con la mirada la grabación que correspondía a julio de 1982.

El día escrito era el veintinueve, poco más de una semana tras el homicidio que había descolocado su vida. Con una desesperación que Jamie seguro que notó, Casey reprodujo la grabación.

Los primeros segundos fueron silenciosos pero entonces escuchó la voz en off de Grant El Suertudo. Sonaba menos rasposa, como debió de ser años antes, pero seguía siendo el inconfundible tono soberbio del mafioso. Los inspectores Wells y Robins escucharon atentamente.

Lo hecho, hecho está—decía en la grabación.

¿Cómo has sido capaz de hacerlo, Grant?—acusaba la voz dolida de Jacqueline—. ¡Tenía una familia! ¡Dos hijas!

¿Crees que a mí no me duele? Era como un hermano para mí...Pero sabía demasiado.

¡Si era como un hermano no le habrías metido dos tiros a quemarropa con su familia en el piso de arriba!—replicó Lamar, iracunda—. ¿Qué les va a suceder a las pobres niñas, eh? ¿Y por qué dejar un maldito trébol de cuatro hojas? Nunca has dejado nada al matar a alguien.

Hubo una pausa, pero Grant rompió el silencio con un suspiro.

Mis sobrinas siempre serán bienvenidas bajo mi techo, y tienen a Maeve...Quizás ahora sea inteligente y vuelva—respondió él—. ¿Y el trébol?—emitió una carcajada amarga—. Era un policía. Todos se creen que por una placa y el código están tan protegidos como si llevasen un amuleto de la suerte. Es un mensaje que puede que nadie entienda...Ahora, Jackie, ¿vas a seguir a mi lado o te tengo que considerar una amenaza de hoy en adelante? A partir de ahora necesito saber más aún en quién confiar...Douglass se queda, pero ya has visto a Trevor. ¿Vas a anteponer también a Aidan, aún con todo lo que hemos pasado?

El silencio de la conversación se llenó por el zumbido de la grabadora en sí y la música de fondo que supuso que provenía de La Herradura.

Me quedaré. Pero ten por seguro—añadió con filo—que si en algún momento tengo que decidir entre las chicas de Aidan y tú, siempre irán ellas primero, O'Riley.

Grant El Suertudo no se inmutó ante la amenaza de Jacqueline Lamar. Debería haberlo hecho, puesto que estaba a punto de venirse abajo por ella. A partir de esa frase la grabadora seguía en silencio, con aquel zumbido semejante al de las radios.

Casey apagó el reproductor y lo dejó dentro de la caja. La inspectora había estado segura de que Grant O'Riley había sido el responsable, sin embargo, oírle a él mismo diciéndolo era un nuevo nivel de realidad. Entender que el trébol de cuatro hojas no había tenido siquiera un valor simbólico, que solo lo había usado para reírse de la policía en sus narices todos estos años la llenó de impotencia.

Jamie debió de comprender lo que sentía, puesto que le cogió la mano para darle un leve apretón, recordándole que estaba ahí. La presión en su pecho se disipó y soltó un suspiro. Esos pequeños gestos eran los que hacían que Casey lo quisiese tanto.

—Si todas estas grabaciones son como esa, es imposible que se libre de la cárcel—dijo Casey finalmente—. Voy a buscar la de diciembre, puede que diga algo sobre los Acker.

—Oh—dijo una voz de repente y se oyó una risa—, ¿de verdad? No lo creo.

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