Capítulo 20
Aviso: Este capítulo contiene descripciones de violencia que pueden resultar ofensivas para algunos lectores.
20 - FAMILIA
Your candle burned out long before
Your legend ever did
[Candle in the Wind — Elton John]
LA INSPECTORA ROBINS había salido corriendo junto a Keith en busca de Iana Tate. Tras varios días fuera, su amiga les había llamado por teléfono y por si ese detalle no era suficiente, se trataba de un grito de auxilio. Casey sintió cómo sus músculos se tensaban; su cuerpo parecía estar advirtiéndole de que algo iba mal.
No tenía ni idea de dónde estaba Jamie en ese momento; aunque era improbable que Iana y él estuvieran juntos, deseó con todas fuerzas que se encontrase muy lejos de los problemas que parecían rondar a su amiga.
Casey no iba a pararse a pensar en ello, pero sentía un profundo instinto protector hacia su compañero; le gustaba hablar con él sin tener que preocuparse por que la juzgase, bromear, e incluso disfrutaba haciendo cosas como la colada si él estaba cerca, haciendo comentarios espontáneos o simplemente sonriendo.
«Céntrate—se reprendió—. Encuentra a tu amiga, luego podrás poner orden en tu cabeza».
Después de días trabajando con McManus, Casey se había acostumbrado a la personalidad oculta bajo el humor del castaño: un carácter observador, serio y reservado. Era raro saber que Jamie no era el único que había estado mintiendo más de dos años sobre su forma de ser.
Casey y Keith aferraron sus pistolas con decisión. Ninguno le había preguntado al otro de dónde había salido el arma, el acuerdo mutuo de silencio era lo mejor para ambos de momento. La detective solo deseó que el irlandés tuviera buena puntería.
Casey se había hecho sangre mordiéndose los labios y estos rezumaban el olor a hierro que ella habría reconocido en cualquier parte tras la muerte de Aidan. Cuando llegó al aparcamiento del Motel Danny's una bala casi le atravesó y Casey abrió los ojos de par en par. Empujó a Casey detrás de una furgoneta negra y miró hacia arriba, buscando al tirador.
—¡Está arriba!—bramó por encima de los disparos de su atacante. Casey se movió a la derecha para apuntar hacia esa dirección, pero entonces vio a la afroamericana, desangrándose tras un coche tan rojo como la sangre que rodeaba a la chica. Casey ahogó un grito—. ¡IANA!
—¡RÁPIDO!—le apremió Keith—. ¡Yo te cubro!
Casey corrió sin mirar a Keith lanzando balas hacia el tejado del hostal, durante un instante las balas dejaron de caer y la chica supuso que su amigo había alcanzado al tirador. Casey miró con horror la escena y vio a Iana Tate, la joven de dieciocho años, que había recibido un tiro en la pierna y se mantenía inmóvil con las manos manchadas de sangre. El mundo alrededor de Casey se vio cubierto por un velo vidrioso, perdió la nitidez y el color.
La inspectora vio que Tate se había arrastrado desde la salida hasta detrás de ese coche, puesto que un rastro del fluido rojo salpicaba la acera y el hormigón. Iana tenía los ojos abiertos, pero parecía estar aguantando a duras penas.
Keith se había movido hasta al lado de su amiga y su rostro se había desfigurado por el horror de la escena, Casey tratando de hacerle un torniquete a Iana con su chaqueta y suplicándole a su amiga que se mantuviese despierta mientras sus labios temblaban, volviéndose morados.
—Iana, háblame—le pidió Casey, histérica—. ¿Qué ha pasado?
—Benji...—Tartamudeó Tate febril—. Él estaba buscando...El Ocho...Se lo prometí...
Casey le preguntó con la mirada a Keith que si podía ayudarla a levantar a Iana, mas el tiroteo había regresado y este negó con la cabeza, apuntando con la pistola hacia la terraza superior del Danny's. Casey casi pudo sentir el retroceso del arma de Keith como la de la suya al disparar al mismo tiempo tras pedirle a Iana que apretase en la herida sangrante.
—¡Iana, vas a estar bien!—dijo Casey sintiendo que las lágrimas le abrasaban los ojos—. ¡Aguanta un poquito más, por favor! ¡McManus!, ¿cómo vas?—le gritó Casey con el corazón a punto de salirse del pecho y miró a su moribunda amiga—. Iana..., ¿qué quieres decirme?
—¡Cállate y ayuda a Tate!—suplicó Keith.
Iana Tate le agarró del brazo y clavó sus lechosos ojos oscuros. Cuando tosió, la sangre emanó de su boca; Casey supo que debía tener una hemorragia interna. Dejó su arma en el suelo y agarró la mano helada de Iana con sus temblorosos dedos.
—Casey—la llamó y esta abrió la boca emitiendo un sollozo de sorpresa—. Robins...
—Iana apóyate en mí, necesitas ayuda urgente—dijo poniendo el brazo de ella alrededor del suyo, pero Tate se zafó—. Iana, ¿qué...? ¡Vámonos!
—Casey Robins—repitió haciendo que los sonidos de los tiros se ensordecieran en la cabeza de la pelirroja—. O'Riley...Eres la hija... de Maeve.
—¿Qué...? ¡Iana, por favor, agárrate! ¡No puedes morir!—Iana le apretó el brazo haciendo que se detuviese con lágrimas bajando por sus mejillas—. Tú también no...Por favor...
Las balas cayeron cerca y Casey trató de tapar a su amiga con su cuerpo, sin embargo las esquirlas metálicas salían disparadas cada vez más próximas. La obligó a levantarse, negándose a ver morir a otra persona que quería, cogió su brazo izquierdo y se rodeó a sí misma con él, sujetando a la temblorosa Iana con desesperación.
Caminó con ella, confiando en que Keith estuviese cubriéndole las espaldas y se agazaparon tras un coche azul marino a dos hileras de vehículos de distancia. Casey recordó cada oración sagrada y rezó a Dios, pidiéndole que el destino de su amiga no fuese el mismo que el de su padre, los Acker o Gavin.
No obstante, justo cuando se agacharon para evitar el fuego, Casey notó que más sangre le cubría toda la camisa. Pero no era su sangre...Se trataba de la de Iana. Una mancha escarlata le empapaba buena parte del tronco, cerca de la pared abdominal.
Casey sabía que la llamada a emergencias sería en vano ahora que otra herida de bala se había abierto paso. Iana tenía una mirada que a la inspectora no le gustó nada, una mirada que aceptaba la muerte que se cernía sobre ellas.
—Casey... tú eres parte del Ocho—dijo en voz de hilo..., sin embargo, su mirada estaba llena de determinación, de valentía. Iana Tate estaba cumpliendo una promesa de la que Casey no tenía conocimiento—. Quinn O'Riley...Tú lo tienes.
Casey Robins inspeccionó el rostro ceniciento de su amiga y sus dilatadas pupilas. Le preguntó a qué se refería entre sollozos...Las respuestas no llegaron. Las sirenas sonaban a lo lejos y en algún momento Keith había logrado volver al lado de sus amigas.
Su mandíbula estaba apretada y sus ojos enrojecidos delataban la presencia de lágrimas. Se había abierto paso a tiros apuntando hacia el tejado y agarró la otra mano de Iana Tate.
—Os quiero—se esforzó en decir Iana, cuya sangre bajaba por las comisuras de sus labios, para cuando terminó de pronunciar las palabras, su mirada se había nublado y estaba pérdida—. Eve...—Susurró Iana Tate con su último aliento, cerrando los ojos—. Evelyn...
La mano de su amiga dejó de hacer fuerza y con ella se fue la niña que alguna vez anheló la paz. Keith y ella lloraron a la joven que merecía la oportunidad de redirigir su vida y vivir muchos años, alejada de las desgracias de la calle.
Él se levantó primero y le tendió la mano a Casey, diciéndole a regañadientes que tenían que irse antes de que llegase la policía, pero la inspectora siguió acariciándole la cara a su difunta amiga, repitiendo su nombre como una plegaria.
—Tate...—murmuró Casey con la voz quebradiza, sintiendo la mano de su acompañante sobre su hombro—. Iana...
Casey no podía dejar de preguntarse lo mismo una y otra vez: ¿por qué ella, cuando la gente moría a su alrededor, seguía viva? El encogimiento del pecho de la inspectora no cesaba y su grito rasgó el aire. Se puso de rodillas, haciendo acopio de energía para levantarse y se quedó temblando en medio del aparcamiento del motel sin saber cómo moverse.
De repente sintió una mano sobre su hombro, sin embargo, al darse la vuelta no se encontró con Keith McManus, sino con Jameson Wells. Al ver la mirada de su compañero clavada en ella el mundo de Casey se derrumbó. La detective se apoyó sobre Jamie, rompiendo a llorar de tristeza, frustración y rabia mientras él le acariciaba el pelo susurrándole al oído palabras que Casey no distinguió por la sensación abrumadora que colapsaba en su interior.
—Kier—lo llamó McManus, su voz sonó ronca—, tenemos que irnos.
Si Casey no hubiese estado tan sumida en la agonía de la pérdida, le habría sorprendido la suavidad con la que Jamie miró a Keith y asintió. No obstante, la realidad estaba cayendo sobre los hombros de Casey como un balde de agua helada, las desconcertantes palabras de Iana antes de morir seguían tratando de encajar en su confusa cabeza.
«Tú eres parte del Ocho». Casey se metió en el coche de Dara junto a Keith y Jamie. «Quinn O'Riley». La ira bulló en su interior con la vaga imagen del tirador que había asesinado a su amiga, con su mirada perdida. «Tú lo tienes».
Al llegar a casa se encerró en el baño antes de que Jamie pudiera decir nada. Se lavó las manos y los brazos llenos de la sangre de su amiga una y otra vez, dejándose la piel en carne viva. El líquido rojo se había quedado adherido a su ropa, en su piel, debajo de sus uñas y Casey perdió la noción del tiempo frotándose las manos con lágrimas en sus ojos.
Daba igual cuántas veces se limpiase las manos: la imagen del charco de sangre, las balas impactando contra el suelo e Iana Tate no cesaban de reproducirse en su mente. Los flashes de las muertes de su padre, los hermanos Acker, Trevor McConnell y su amiga no dejaban de acosarla cuando cerraba los ojos o cerraba el grifo del lavabo. Todos ellos asesinados poco antes de la llegada de la inspectora. Siempre había sangre.
Casey no podía huir.
Aquella lucha volvía a ser personal; quienquiera que hubiese disparado y seguido a Iana Tate estaba buscando El Ocho de la Suerte. En sus últimos minutos su amiga le había revelado que ella era parte del Ocho. Ella era culpable, era responsable de la muerte de Iana Tate. Casey apretó los puños llenando el vacío de su pecho con una furia ardiente.
Indirectamente o no, Casey había provocado la muerte de esa joven al no jugar con las reglas de O'Riley. Eso era lo que pasaba cuando trazaba líneas sabiendo que el enemigo no iba a hacer lo mismo. Eso era lo que pasaba cuando tardaba en actuar, cuando dejaba de estar alerta, cuando se desprotegía.
La pelirroja soltó la pastilla de jabón abruptamente, viendo que había reducido su tamaño a la mitad en esos minutos. Soltó un último sollozo y se lavó la cara, eliminando todo rastro de lágrimas o emoción. Llorar la había vaciado: ya no había nada.
Apoyó las manos a los bordes del lavabo con fuerza, y al mirarse al espejo se encontró con la camiseta manchada de sangre de su amiga, el reflejo de su rostro inexpresivo y unos ojos que ya ni reconocía. Unos ojos entre verde y azul.
Los ojos de un asesino. Sus ojos.
Casey ya no era la inspectora Robins Wilder: sincera, honrada, de cabeza fría; no era Neil Bishop: astuta, precipitada e implacable; no era la hija de Aidan: de inocencia destrozada, aterrada, marcada por la muerte y el abandono...
Casey Robins ya no sabía quién era, pero tenía la certeza de algo: iba a hacer pagar al asesino de Iana Tate.
***
La Herradura estaba a rebosar cuando irrumpió en ella. No se había molestado en teñirse su pelo cobrizo en un tono menos llamativo. Estaba segura de que tras las palabras de su difunta amiga, la marca de aguja de noches atrás y el interés de Grant O'Riley en ella, había más de uno que sabía su identidad.
Keith McManus no se encontraba ahí. Casey supuso que eso se debía a los recientes acontecimientos: después de todo Iana también era su amiga y solo hacía unas horas que había fallecido.
La pelirroja había pasado al estado de indiferencia, una ira helada que podía quemar a alguien desde dentro. Tal vez la estaba quemando; Casey había reconstruido un muro imperturbable de defensa, pero no había pensado en que quien mayor daño le podía hacer era ella misma.
El reloj detrás de Perro marcaba las doce menos cinco. Cinco minutos y Casey tendría veintiséis años. Veinte años desde el último cumpleaños celebrado con Aidan, Maeve y Evelyn. Nueve años desde la última tarjeta de cumpleaños de Gavin Lamar. Apenas cuatro horas desde la muerte de Iana Tate.
Casey no fue capaz de devolverle la sonrisa al barman.
Keith McManus no estaba allí, pero Séaghdha O'Riley sí. La pelirroja ignoró la mirada burlona de Shay y se sentó en la barra a su lado, pidiéndole un vaso de agua con hielo a Perro. Casey notó que Douglass la miraba de reojo; no, no la miraba a ella, miraba su cabello rojizo como si acabase de unir dos puntos.
—No pensaba que fueses a volver a tomar hielo después de aquella noche—comentó Shay con una sonrisa de gato—. Es agradable saber que El Alfil Negro no tiene un trauma por mi culpa.
«Lo único que me puede haber traumatizado es tu inconmensurable ego», casi le espetó Casey. Sin embargo, no se veía con fuerzas como para hacer una réplica sarcástica o dibujar una sonrisa retadora. Pese a que se mantuvo inexpresiva, lanzó dagas con los ojos; la mirada fulminante que se le había pegado en compañía de Jamie Wells.
—Piérdete, Séaghdha.
—¿No me vas a decir nada más? Y yo que me acostumbraba a tus contestaciones.
Séaghdha soltó una risa seca, esperando durante minutos una réplica. «Puedes esperar sentado». Al ver que Casey no se movía, Shay se levantó de su taburete tras dar un sorbo y dejar unos billetes en la barra. Cuando la pelirroja por fin pensó que el O'Riley se marchaba, este se acercó a su oído y añadió:
—Feliz cumpleaños, Petirrojo.
Casey miró al reloj y se dio cuenta de que ya eran las doce. Solo Jamie sabía su verdadera fecha de cumpleaños. Entonces era cierto: Casey Robins era Quinn O'Riley. La sobrina del rey del crimen en Nueva York.
La razón por la que su amiga había muerto, por la que los hermanos Acker habían sido asesinados. La buscaban a ella.
Sin reflejar el destello de emociones que se abrían paso en su interior, Casey dio un salto y cogió a Shay del brazo, haciéndole soltar un juramento. O quizás Shay maldijo porque notó que Casey Robins le apuntaba con una pistola directamente al costado, de una manera tan discreta que ni Perro se dio cuenta del cambio de atmósfera en su local.
—Oh, cariño—canturreó hincándole el arma con más fuerza—. Tengamos unas palabras.
Séaghdha O'Riley forzó una sonrisa y salió junto a ella. La pelirroja lo encaminó por una serie de callejones y avenidas repletas de transeúntes, repasando mentalmente qué sitios recordaba deshabitados o abandonados de sus paseos y carreras matutinas. Para Casey no fue una sorpresa que Shay se mantuviese callado durante todo el trayecto hasta el aparcamiento subterráneo abandonado, al fin y al cabo tenía una pistola apretada contra las costillas.
El aire estaba viciado y había grietas por todas partes. Casey estaba preparada y llevaba bridas de plástico negro en su chaqueta: había previsto algo así tras descubrir a su amiga moribunda. La chica ató las muñecas y tobillos del hijo de Grant y amarró sus manos a una tubería ligeramente oxidada con más fuerza de la que era necesaria para retenerlo. Su expresión seria no varió ni cuando atisbó el miedo en los ojos de Séaghdha.
Hundió los dedos en el brazo izquierdo de Shay, viendo cómo este se estremecía. Le obligó a sacarse la chaqueta y vio que se quedaba con una camiseta de manga corta. La pelirroja vio con claridad una herida vendada alrededor del brazo y le arrancó la gasa sin importarle el daño que le infligía.
Fue entonces cuando observó con claridad algo: una herida de bala, con orificio de entrada y salida cosida por ambos lados. Casey sonrió con frialdad, viendo que los ojos de Shay se movían hacia los lados con un terror inquietamente satisfactorio. Acababa de confirmar una de sus teorías y era un lobo acechando a su presa.
—Quiero que mires a tu alrededor, Séaghdha—dijo Casey dándole vueltas a su pistola—. Quiero que te fijes en todas las salidas que no van a estar para ti cuando me supliques misericordia...Cuando te haga el triple de lo que le hiciste a Iana Tate.
—No vas a hacerme nada—respondió Shay, a pesar de que la duda bailó en sus ojos azules verdoso—. Somos familia, Quinn.
La chica sabía bien que su indiferencia alteraba a Shay y por eso mismo la estaba utilizando. A veces no había que entrar a lo físico para hacer sufrir a alguien, a veces tu peor enemigo eras tú mismo. No dejó que Séaghdha notase que sus afirmaciones estaban haciendo mella poco a poco y se mantuvo inexpresiva.
—Me da asco pensar que soy familia tuya—escupió ella—. Y mi nombre es Casey Robins.
Séaghdha O'Riley tuvo la osadía de soltar una risa. «No te alteres—se dijo Casey—. Es lo que quiere». La pelirroja se esforzó en poner su mejor cara de póker y borró cualquier asomo de ira de sus ojos. No perdería los estribos por el hijo de Grant El Suertudo. No los perdería por nadie.
—¿Lo es realmente, prima?—inquirió—. ¿No estuviste años haciéndote llamar Neil Bishop?
Casey no contestó, pero apretó la mandíbula dada la vuelta, evitando que Shay notase que sus palabras estaban funcionando. «Es una trampa—se repitió—. No caigas». Sin embargo, la bravuconería de su primo, la seguridad que tenía pese a estar atado de manos y pies..., era difícil no pararse a pensar que estaba en lo cierto.
—Si te paras a pensarlo—continuó—tenemos muchas cosas en común: peleamos bien; nos protegemos con la arrogancia; tomamos decisiones difíciles; y uno de nuestros padres murió.
Casey se dio la vuelta y disparó dos veces a unos centímetros de la cabeza de Séaghdha en señal de advertencia. No tendría clemencia. No lo dejaría escapar. Fue un deleite ver la inseguridad escrita en las líneas del rostro de Shay.
Su tono comprensivo y familiar la alteró más de lo que la habría inquietado que éste hubiese sido el mismo capullo de siempre. Realmente le estaba hablando como a alguien de la familia.
—¡No te atrevas a decir que nos parecemos!—le espetó dando de lado a lo último que le quedaba de calma—. ¡Tu padre asesinó al mío! No somos semejantes. Tú vendes a personas como si fueran objetos—lo acusó con frialdad—. Eres un asesino.
Su primo volvió a emitir una carcajada que golpeó todos los sentidos de Casey. Su risa fue como un sonido incesante en su cabeza, un eco de ella la invadió a pesar de que había dejado de carcajearse apenas unos segundos después de empezar. «¡Deja de reírte!», quería gritarle. Pero ese sonido no dejaba de colarse en su mente. ¿Estaría volviéndose loca?
—No eres mucho mejor que yo, Quinn—aseguró—. Después de todo te libraste del cuerpo de Trevor McConnell, ¿no es cierto?
Casey se acercó hasta donde había atado a Shay y volvió a hundir sus dedos en la herida del mismo. Tras darse cuenta de que había estado sonriendo por un instante, sacudió la cabeza horrorizada.
A lo mejor él tenía razón: tenían más en común de lo que le habría gustado admitir...Por ejemplo: haber disfrutado haciéndole daño al otro. Él casi la había ahogado tan solo un mes atrás y ahora ella se lo estaba haciendo pagar.
—Cállate—siseó Casey entre dientes.
Pero Séaghdha y Casey se parecían en algo más: no sabían mantener la boca cerrada.
—Desde el principio supe que había algo raro en ti—insistió Shay—. Viniendo así de repente, justo después del incidente de Benjamin..., captando el interés de mi padre, mi segundo y el mismísimo Kieran Sheridan.
—¿Eso que oigo son celos, Shay?—ironizó ella manteniendo los nervios a raya.
—No—desdeñó—. De hecho me alegro de que captases el interés de McManus, empezaba a pensar que estaba interesado en los hombres...
Casey se crujió los nudillos en un intento por mantener la compostura. Una parte de ella era consciente de que solo estaba diciendo aquello porque sabía que le haría enfurecer, pero Casey era visceral, y la lealtad que tenía por sus amigos estaba por encima de lo racional.
—Y Sheridan, bueno, debe tener un fetiche por las hijas de Maeve—emitió una carcajada—. Aunque claro, Evelyn prefirió a Tate antes que a él, tendrá algún defecto, ¿no? Es un vendido.
La pelirroja se acercó hasta su primo y le estrujó los dedos contra el hormigón. Le había provocado como mínimo una fractura en dos o tres dedos a Séaghdha. No escuchó los gritos del O'Riley cuando su mano se estampaba contra el suelo ni el crujido de sus dedos, solo podía oír su propio pulso desbocado y sentía la sangre bombeando contra su cabeza.
—No te atrevas a pronunciar su nombre.
—¿Cuál? ¿El de la hermana que no te recuerda? ¿El del hombre al que quieres proteger?—insinuó haciendo caso omiso al tono amenazante de Casey—. ¿O el de tu amiga muerta?
Casey lanzó violentamente la mano de Shay contra las tuberías y después la clavó en la calcina, dejando que la sangre de los nudillos de su primo bajase por la pared a medio resquebrajar. Si Séaghdha seguía hablando, lo siguiente agrietado sería su cuerpo. Esta vez el O'Riley no pudo articular palabra inmediatamente, puesto que estaba gimoteando ante su acto.
—El cuerpo humano tiene 206 huesos—dijo ella secamente—. Iré uno a uno hasta que me digas la verdad...¿Fuiste tú quien disparó a Iana?
—Te encantaría que te lo dijese, ¿no es cierto? Pues lo siento, prima, pero no eres la única de esta familia que ha superado una prueba de lealtad.
La pelirroja repitió el proceso con una ira que la obnubilaba a cada segundo que pasaba. Casey Robins sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero le daba igual; no iba a parar. Él no había dejado de disparar para dar con Iana y ahora que sabía por qué ninguna bala le había dañado, Casey iba a matarlo.
Ladró las preguntas una y otra vez hasta que no reconoció su propia voz, hasta que no supo adónde golpeaba y hasta un no fue consciente de qué estaba haciendo con sus manos. Su cuerpo ya no era suyo sino de un deseo de venganza cegador, el mismo que se había alimentado de ella durante años y años.
Séaghdha maldijo, pataleó y sus ojos lloraron, pero no dijo ni pío. Había que reconocerlo: muchos habrían sucumbido a los primeros golpes de Casey, pero él no lo hizo. Eso solo logró enfurecer más aún a la pelirroja.
Pese a la indisposición a cooperar de Shay, la pelirroja podía leer en sus ojos que dentro de poco su sentido de autopreservación tomaría las riendas y dejaría de oponerse, dándole una oportunidad a Casey de obtener respuestas. Al borde del abismo solo podían pasar dos cosas: o cedía o moría. Ella había estado dispuesta a morir por el silencio, sin embargo Séaghdha parecía más desesperado por mantenerse vivo.
—Venga, primo, ninguno quiere seguir con esto...Admítelo ya. Admite que asesinaste a esa niña inocente y que estuviste relacionado con lo de los Acker.
—Estoy cansado—masculló en respuesta—. Está bien, yo...
De repente alguien gritó el nombre de Casey. Ella no se dio la vuelta, conocía bien esa voz. Shay, en cambio, volvió a cerrar la boca. Quizás pensó que el recién aparecido era su salvación, pero ella no pensaba dejarlo marchar tan fácilmente. Su primo tuvo la indecencia de sonreír ante el nuevo invitado.
—¡Déjame hacer mi trabajo!—le ladró Casey—. ¡Es un asesino!
—¡Lo es! ¡Pero tú no, así que para antes de que él te convierta en una!—gritó Jamie Wells haciendo que ella frenase en seco—. ¿Es que no lo has visto, Casey? ¡Casi está muerto!
La niebla en sus ojos se disipó y vio lo que le había hecho a Séaghdha: sangre seca se le cuarteaba en la mejilla, cara lívida y amoratada, ojos y labios hinchados, diversos hematomas que empezaban a oscurecerse; por no hablar de sus extremidades, sudorosas y retorcidas como si de un muñeco defectuosos se tratase.
Se miró sus manos, de pronto temblorosas; no notaba la quemazón de sus propios golpes ni se había fijado en sus propios nudillos ensangrentados. Sin embargo, en ese momento la ira tuvo más peso que la parte racional de sí.
—¡Él asesinó a tu mejor amigo! ¡Mató a Iana!—se desgañitó sintiendo lágrimas acumulándose en sus ojos—. ¡Merece morir!
Cuando Casey volvió a golpear las manos de Shay contra las tuberías, las comisuras de su boca se habían alzado de una manera que la pelirroja no lograba comprender. ¿Qué había de gracia en la paliza que le estaba metiendo? Había acabado con la vida de tres personas, ¿estaba orgulloso de ello? Entonces fue cuando comenzó a hablar:
—Debiste ver cómo se arrastraba—dijo por lo bajo con la respiración entrecortada y amago de burla—. Parecía un gusano... tan indefenso..., tan fácil de aplastar. —Estrujó los dedos de la mano derecha de su primo, pero no bastó para que se callase—. Gritó, ¿sabes? Gritó tu nombre...Su sangre está en tus manos.
Casey no pudo soportarlo más; empuñó su pistola, apuntando directamente al cráneo de Séaghdha O'Riley sin ser capaz de escuchar los gritos que ahogó su compañero. Las lágrimas le abrasaron los ojos, pero su pulso no titubeó.
—¡Case, no lo hagas!—le suplicó Jamie haciéndola vacilar pero no apartó la pistola ni la mirada de Shay—. Te conozco..., ¡tú no eres una asesina!
—No, Jamie, solo soy la sobrina de uno...Quinn O'Riley.
—No. Tú eres Casey Robins Wilder: una inspectora brillante de homicidios, una hermana, hija y amiga. Mi compañera—dijo con determinación—. Eres quien decidas ser...No dejes que los errores de alguien que no eres tú te definan.
Casey aflojó el agarre de su arma, pero entonces Séaghdha dijo:
—Eso, eso, haz caso al bueno de Jamie—se burló enfatizando el nombre de su amigo—. ¿Su mejor amigo era ese poli? Vaya, no me sorprendería que él fuese el siguiente en morir.
La pelirroja volvió a apuntar con el arma y disparó una vez a la tubería en la que las piernas de su primo seguían amarradas, saboreando el retroceso que hacía vibrar su cuerpo. Séaghdha sonrió con maldad y Casey contestó recargando munición.
Sin embargo, en ese instante oyó otra voz decir su nombre. Una masculina, más grave de lo que recordaba pero perfectamente reconocible.
Casey dio media vuelta de inmediato, cruzándose con aquellos ojos avellana que veía siempre antes de acostarse. Brillantes. Aterrados. Vivos.
—¿Gavin?
Entonces un brazo amoratado la agarró por el cuello y sintió su pistola contra la sien.
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