Capítulo 2

2 - NUEVA YORK, NUEVA YORK

Love lies bleeding in my hands

I wonder if those changes

Have left a scar on you

[Funeral For A Friend / Love Lies Bleeding — Elton John]

Nueva York, diciembre de 2001

JAMIE WELLS LLEVABA sin ver a Calder Acker casi dos años cuando oyó que alguien llamaba a la puerta de su piso franco. En realidad ya no sabía si denominarlo así, al fin y al cabo era imposible estar seguro trabajando con los O'Riley.

—¿Qué demonios haces aquí?—preguntó Jamie en un susurro cogiéndole de la chaqueta para que entrase en el piso—. ¿Eres imbécil, Acker? Si te ven conmigo, nos matan.

Como todos los Acker, Calder era de tez pálida y cabello negro como la tinta, rizado; con los rasgos europeos propios de Alemania. No era rubio, aunque sí tenía los ojos claros y una complexión fuerte. Llevaba sin verlo mucho tiempo, por lo que su imagen no era tan sólida en la memoria de Jamie, quizás también hubiese cambiado un poco. Se había cortado el pelo, eso sí que era evidente, y en lugar de sonreír como de costumbre, tenía una expresión seria e iracunda, no necesariamente con él pero sí con el mundo. En las bolsas de sus ojos podría haber metido la compra de una semana. No tenía buena cara en absoluto.

—¿Así es como das la bienvenida a tu hermano?—intentó bromear Calder.

Calder no era su hermano. Como Wells y Díaz, Jamie ya tenía tres, y Acker no era uno de ellos, pero era de la familia. En el cuerpo se forjaban lazos a veces incluso más fuertes que los familiares. En el caso de Jamie eran tan fuertes como los familiares, mas llevaba casi dos años sin ver a ninguna de sus familias y las extrañaba. La veintiuno y los Wells. Abrazó a su mejor amigo.

—Perdona, Cal. Llevo aquí demasiado tiempo como para ser otra vez Jameson...¿Qué tal Zarrow y Wén? Pero en serio—avisó—. Corres peligro aquí.

—¿Dónde está mi hermano, Jamie?

Jamie no lo sabía. Benjamin Acker era informante de la policía pero también un criminal y no era tan descabellado pensar que hubiese decidido arriesgarse a incumplir su trato con el departamento y la condicional. No obstante, Calder confiaba en él, y por ese motivo le habían dado el beneficio de la duda. Las personas podían cambiar.

—No lo sé...En mi zona no se creen que Ben sea un chivato aunque quizás alguien de más arriba sí...

Calder empezó a caminar por todos lados con incomodidad. Casi se chocó con uno de los pocos muebles del piso y con el saco de boxeo que Jamie tenía colgado en el salón. Cal nunca había destacado por ser muy paciente—ni tampoco por ser la persona más tranquila del mundo—, pero en aquel momento Jamie Wells sintió que estaba más alterado de lo normal.

Lo comprendía bien, él también lo habría estado, pero no por eso habría arriesgado una misión de tal importancia. O al menos eso pensaba en aquel momento. De repente, Calder recibió un mensaje. Después de ver el mensaje se volvió a donde estaba su compañero y le dio un abrazo.

—Me tengo que ir, Jamie—le dijo—. Por favor, avísame si averiguas algo. Cuídate, Wells.

—No sé si podré hacer nada, Cal...Ni siquiera sé si podré contactar contigo, es arriesgado.

Si Jamie hubiese sabido que Calder Acker iba a ser asesinado aquel día no lo habría dejado marchar. Nunca le habría dicho que era improbable que pudiese ayudarlo o contactar con él. Le habría dicho que era su mejor amigo, que lo quería como a un hermano, que estaba orgulloso de él...Sin embargo, no había forma de que Jamie pudiese haberlo sabido y la noticia no le llegaría hasta más tarde.

Cuando se fue, Jamie se quedó solo, planeando la noche que estaba al caer. Si todo salía bien, la semana siguiente sería la última vez que tendría que ver a los O'Riley. Con la información que Jamie llevaba recogiendo desde los últimos años podría meter a Grant El Suertudo entre rejas durante un buen tiempo. No de por vida, y tampoco por los peores crímenes, pero era hora de conformarse, sobre todo porque dos años sin contactar con un solo familiar eran dos años duros, largos y de soledad.

—Solo inténtalo—le pidió antes de salir—. Te echamos de menos, Jamie.

—Yo también os echo de menos, Cal...Pero ya queda poco, os veré en nada. Adiós...

Desgraciadamente cuando alguien fallece no puedes volver atrás en el tiempo decidir cómo despedirte; solo puedes revivirlo en la memoria, imaginando cientos de hipotéticos escenarios en los que eras consciente de que ibas a perder a esa persona y querías terminar expresando todo lo que significaba para ti...Pero la vida no funcionaba así. Era caprichosa, y se llevaba a quien querías antes de lo planeado.

La tarde del domingo veintitrés de diciembre Jamie se encontraba en La Herradura, un bar irlandés—curiosamente en el medio de Chinatown—, en Manhattan. Antes de infiltrarse en las Ranas Dardo de O'Riley, La Herradura ya era famosa por ser un bar en el que sucedían cosas ilícitas, ahora podía confirmar los rumores: allí solo había irlandeses perdidos o la gente de O'Riley. Su gente pasaba la mayoría del tiempo allí. Habían pasado unos días pero seguía reproduciendo su conversación con Calder en su cabeza convenciéndose a sí mismo que le quedaba poco.

—Kieran—le avisó Keith McManus, uno de los segundos de Séaghdha O'Riley, el primogénito de Grant El Suertudo—. Te están llamando.

«Kieran». Él se llamaba Jameson Wells. Jamie. No Kieran. Sus padres no le habían llamado Kieran, y a pesar de que no odiaba el nombre, le hacía sentir que tras dos años no era su nombre el único que había cambiado. Puede que esa sensación hubiese dado en el clavo.

—Ni de coña, McManus—gruñó—. A mí no me llaman. Bébete tu Punch y déjame en paz.

—No, en serio, Kieran, te están llamando.

Keith tenía razón. El teléfono de Jamie, (o bueno, de Kieran), estaba vibrando en medio de la barra, entre su Punch y un plato de cacahuetes que Jamie no podía comer si no quería acabar en urgencias. Jamie elevó una ceja un tanto sorprendido y le dirigió una última mirada de indiferencia a McManus antes de salir a atender la llamada.

No admitió su error, ni se disculpó. Kieran no se disculpaba. A Kieran le daban igual los modales, no le importaba pisotear a los demás para conseguir lo que quería. Kieran tomaba y tomaba. Kieran apretaba el gatillo si los de arriba se lo decían. Y ahora Jamie era Kieran.

Definitivamente Kieran no era alguien del que sus padres hubieran estado orgullosos. Sus hermanos le habrían dado una buena colleja y una larga charla de haberle visto así.

Al salir de La Herradura, Jamie aceptó la llamada un poco sorprendido. A pesar de que había sido una contestación seca y desconsiderada, era cierto que nadie solía llamar a su teléfono. La gente que conocía a Jamie Wells no podía contactarlo, no conocía ese número, y la mayoría de personas con la que se relacionaba utilizaban móviles de prepago para no ser detectados, como Jamie desde hacía dos años. Eran criminales y supuestamente él también.

Había sido muy desagradable con Keith. Al principio fue fácil. Keith McManus no era un santo, sino un capullo engreído—cosa que tenía en común con Kieran (o bueno, Jamie)—y el perro faldero de Shay, es decir, Séaghdha O'Riley. El problema era que, a los ojos de Jamie, eso le convertía en alguien muy leal a los O'Riley y en el equivalente a su chivato.

Keith había sido irrespetuoso durante mucho tiempo y alguien del que había que estar demasiado pendiente. Muy cotilla. Demasiado bromista. Tras dos años se había suavizado con él. Jamie por el contrario había adoptado una pose más dura, la pose apática. Y lo que más le asustaba era que hacía un tiempo desde que no se sentía incómodo adoptándola.

—Kieran Sheridan. ¿Quién es?—preguntó alejándose de la entrada del bar.

Jamie dudó en si colgar o no. Hasta unos segundos después de responder nadie contestó. Llegó a pensar que era una broma de McManus y bufó con molestia. No le habría sorprendido mucho teniendo en cuenta que Keith ya había hecho bromas del estilo previamente, no obstante, antes de apartar el teléfono de su oído, escuchó una voz conocida que le hizo estremecerse.

—Jamie.

—Charlie—susurró sobresaltado—, ¿qué narices haces llamándome? Primero Calder y ahora tú...No puedo comunicarme con nadie hasta dentro de unas semanas. Maldita sea, eres capitán, Reynolds.

Hubo un silencio extendido y luego ella volvió a hablar. Habría sido mentira si Jamie hubiese dicho que no echaba en falta a Charlie Reynolds, y más teniendo en cuenta cómo había acabado su relación años antes. Después de su ascenso, la cosa se había complicado más y más. Entreabrió los labios para decirle algo, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.

—Jamie, escúchame. —Se calló, esperando a que continuase—. Por diversas razones que ahora no puedo explicarte debes mantenerte unos meses más ahí.

El inspector Wells miró hacia el cielo y cerró los ojos con frustración. Se estaba acabando...Ya le habían alargado esa misión más de una vez, y a pesar de que amaba su trabajo, comenzaba a creer que lo poco que quedaba de Jamie estaba marchándose con el paso de las semanas. Y eso le aterraba más que nada. Al principio iban a ser cinco meses, luego fue un año y después otro. Unos meses más...¿Qué serían? ¿Siete años, como Aidan Robins? Era cierto que Aidan había obtenido numerosas condecoraciones pero también había huido del país, y aun así, había acabado muerto. Jamie no quería morir aún, o por lo menos, no sin despedirse.

—También vas a tener un compañero, lo conocerás en esa cena de la que supongo que la gente de O'Riley estará hablando, tienes que llevártelo a casa después, invéntate una excusa sobre la marcha. Se muda al apartamento.

Fantástico. Le acababan de informar de que tendría que compartir su piso, no de escaso espacio pero aún así de soltero, con un completo desconocido. Alargar la misión no entraba en los planes de Jamie Wells, sin embargo se lo esperaba más que tener a alguien estorbando. Con un tono amargo, lleno de sarcasmo, Jamie objetó:

—Estoy bien solo, gracias. ¿Ahora me pones supervisión? No soy un bebé, Reynolds.

—No, desde luego que no, un bebé no estaría tan malhumorado—repuso ella—. No es una pregunta, Wells. Trágate tu orgullo porque te envío a alguien que va a ascender como la marea si le dejas.

Jamie solía ser alguien agradable, lo juraba. Si existía algo de lo que se arrepintió y arrepintió fue lo siguiente que respondió, la manera en que lo hizo. Cortante, sarcástico y tan insensible que ni siquiera era capaz de darse cuenta de lo que decía. Hablaba el dolor de Jamie en los labios de Kieran, una pésima combinación.

—Oh, perfecto, Charlie. Así si te quita el puesto podré volver sin que me miren como el oportunista que salía con la jefa para ascender.

Por suerte, Charlie Reynolds era la persona más paciente y respetuosa que Jamie conocía. Y ella lo conocía bien, puede que mucho mejor que al contrario. Tal vez por eso no contestó ante su hiriente comentario. Jamie era egoísta, y en ese sentido no podía culpar a la cara que había desarrollado como Kieran. Jameson ya había sido egoísta antes de haber adoptado la personalidad de su alter ego.

—Puede que lo veas—fue lo único que dijo—. Wells, ha pasado algo, y te lo digo como tu capitán, cuida de tu compañero como cuidas de tu vida porque la iniciación de la gente de O'Riley va a ser mucho más difícil de pasar de lo que lo fue para ti.

La seriedad de Charlie despertó su preocupación y dejó de lado el rencor que bullía en él. Le resultaba difícil de creer que la iniciación pudiese complicarse más. En cierto modo, sintió algo de decepción al ver que la llamada era estrictamente de trabajo. ¿Charlie lo habría llamado si no hubiese pasado algo gordo? Desgraciadamente Jamie sabía que lo más probable era que no.

—Protegeré a mi compañero, como siempre; pero si las pruebas son duras no sé qué podré hacer...

—No te preocupes, te mando a alguien duro de roer—dijo muy segura—. Pedirá un Jameson con limón y hielo, y tú tienes que invitarle a la bebida. Te reconocerá si le dices que si os conocéis de la clase de Wilder, en la politécnica de Dublín. Responde a Neil Bishop, no la cagues.

—Reynolds, es la mafia irlandesa, el Jameson es popular, y, ¿qué pasa si una chica guapa le invita a la bebida a mi compañero? Habrá gente, es la fiesta de nochebuena. ¿Y «Wilder»? ¿Como Thomas?

Jamie creyó escuchar la risa escéptica de Charlie. ¿Había algo que no le había dicho?

Jamie no era realmente irlandés pero sabía que Thomas, uno de sus viejos compañeros antes de ser ascendido, se había criado en Dublín y se había mudado con su familia a Londres, con su hermana, una tal...¿Cassidy? No se acordaba de su nombre pese a que su hermano contaba muchas anécdotas sobre ella.

—Sabrás que es policía en cuanto lo veas. Ten cuidado, Jamie.

—Lo intentaré, gracias—se quedó en silencio y después habló con melancolía—. ¿Existe la posibilidad de que algún día estemos juntos como antes, Reynolds?

No recibió una respuesta aquella noche. Para cuando lanzó la pregunta, Reynolds ya había colgado.

***

Neil Bishop estaba al caer, Jamie casi pudo presentirlo cuando entró de nuevo al salón del cóctel.

Era la noche del veinticuatro de diciembre y el policía encubierto estaba nostálgico, pero a la vez más emocionado que el año anterior. Bien, podía haberse quejado a Charlie por tener que ser asignado a un compañero, no obstante, la idea de no estar solo le alegraba un poco. La nostalgia se debía a que llevaba dos años sin celebrar la navidad en la casa de su madre con toda la familia, en España. Aunque había nacido en Estados Unidos, las tradiciones de Madrid—donde había vivido su madre—siempre lo habían rodeado.

Jamie había nacido el año anterior a la transición española, y por eso, años más tarde comenzaron a visitar más regularmente a sus abuelos, a viajar allí en verano...Jameson no sabía cuánto tiempo se iba a alargar el trabajo, pero esperaba que las siguientes Navidades pudiese pasarlas con sus seres queridos. Para no pensar en ello, se puso a imaginarse cómo sería Neil Bishop.

Era irlandés, así que por el viejo estereotipo de esta zona pensó que sería pelirrojo—aunque ninguno de los O'Riley lo fuese—, quizás con ojos de un tono verde claro pero vibrante. O azules. A excepción de Grant, los O'Riley tenían facciones suaves y la nariz fina, delgada, por lo que podía tener esas características. Los labios...No se fijaba mucho en eso, sin embargo, se los imaginó sutilmente gruesos. En su imaginación, Neil tenía una boca pequeña y un cuello delgado.

El subconsciente de Jamie quería que su compañero no se pareciese nada a Keith McManus, cuyo cuello era casi tan grueso como su cabeza y de boca enorme (ambas leves exageraciones). Podría haber usado ese hecho como excusa para los comentarios de bocazas que solía hacer.

El salón estaba lleno de gente, Reynolds había acertado al decir que la gente de O'Riley hablaba de esa cena, aunque en realidad era más fiesta que cena, allí apenas se probaban los canapés si uno se despistaba.

«Menos mal que hay comida».

Algo especial de la mafia irlandesa era que además de gente peligrosa en la calle, eran increíblemente influyentes en las altas esferas.Tenían a más de un poli o juez corrupto, o político en ascenso en el bolsillo. ¿Cómo si no podía seguir El Suertudo fuera de rejas?

Quizás otros habían visto a Grant O'Riley sin traje en alguna reunión, pero Jamie desde luego no, por eso cuando se organizaban fiestas de aquella clase se esperaba que todos los miembros de las Ranas Dardo estuviesen—o por lo menos hiciesen acto de presencia—cuando Grant entrase.

—Feliz noche, Sheridan.

Jamie se sobresaltó al escuchar a Reagan O'Riley, el mediano de los hijos de Grant. Reagan era más mayor que él, tendría treinta y pocos años y aunque no era Dara—su hermano pequeño—, era más agradable que Shay. Para aclarar las cosas, no era trigo limpio pero al menos tampoco era el que dirigía el tráfico de drogas y armas, como Séaghdha. En ese negocio los años te corrompían.

Reagan era alto y más delgado que su hermano mayor, de cabello oscuro, rizado de una manera en la que le recordaba ligeramente a su amigo Calder—aunque más liso—, y de ojos claros, no sabía bien si azules o verdes. Pese a que compartía rasgos con los Acker, no se parecían en nada. Como sabían todos, las facciones de los O'Riley eran más suaves, más elegantes. Era difícil saber si se trataba de mafiosos o de políticos corruptos.

Reagan llevaba un traje que, naturalmente, le quedaba como un guante. Por sorpresa para Jamie no iba acompañado a la cena, quizás su padre lo había forzado a no hacerlo porque sus parejas no duraban nunca y aquel era un evento importante, cuando ibas acompañado a esos sitios por alguien ya se presuponía que durarías con dicha persona.

—Igualmente, O'Riley. ¿No vienes con nadie?—preguntó con una nota de ironía que él no notó.

—A estos eventos se viene solo, Kieran. Así, cuando vea a alguien libre sabes que si le invitas a una bebida y ya está en el bote. Es una noche desesperada, pasar nochebuena solo debe convertirla en nochemala y hoy los estándares de las mujeres están muy bajos.

«¿Se supone que tengo que reírme?», se preguntó Jamie Wells.

—Las cosas no funcionan así, Reagan, no me extraña que estés soltero.

De repente entró una mujer. Entró desde el otro lado, por lo que lo primero que diferenció Jamie fue su espalda, descubierta por el vestido de noche que llevaba. Pudo ver que las pecas salpicaban su piel y que no era tan pálida como Reagan, pero era evidente que no era de Nueva York. Llevaba su cabello castaño rojizo a la altura del mentón y desde el sitio en el que estaba no pudo ver más de la chica a parte de unos pendientes largos y brillantes bajo la luz de la habitación. Reagan emitió un silbido discreto.

—Sí, lo que sea...Me la pido, Sheridan. Vente también, en la barra ocurren cosas.

—No puedes pedirte a una chica como si fuese un pedazo de carne—arguyó entornando los ojos.

Reagan no lo escuchó porque ya estaba acercándose a ella, y si lo hizo, lo ignoró por completo. Prefería pensar que no le había oído, la verdad. No, Reagan no era el peor de los O'Riley pero el respeto por los sentimientos de los demás—no solo mujeres según se decía—era nulo. En otra ocasión, Jamie habría ignorado el hecho de que Reagan fuese tras otra chica desafortunada (sabía de buena tinta que Reags ignoraría su sermón), sin embargo, cuando estaba acercándose a la barra escuchó de lejos lo que estaba pidiendo la mujer al camarero y vio cómo Reagan se disponía a invitarle a la bebida. Abrió los ojos de repente.

—Un Jameson con limón y hielo, por favor.

Whiskey Sour, sí, señora, un clásico—dijo Reagan con su usual carisma—. Yo invito.

«Oh, no».

Estaba desesperado, así que no le quedó otra que aparentar ser patético. Y con patético se refería a incluso más patético de lo que ya era Reagan con las mujeres. Wells se acercó lo más rápido que pudo a donde estaba O'Riley. Actuar de manera insalvable era lo único que podía hacer cuando acababa de entender por qué Reynolds se había reído de la idea de que una chica guapa invitase a su compañero a la bebida antes que él.

No, Jamie Wells era el que tenía que invitarle a la bebida antes de que otro se lanzase, lo que iba a ser difícil cuando Reagan ya la había invitado. Además, teniendo en cuenta que era una mujer increíblemente guapa—algo que descubriría pocos segundos después—, si ella rechazaba a Reagan, otros hombres no tardarían en acercarse y esperar a no tener la misma suerte que Reagan. Si el segundo O'Riley ya era carismático, ella lo superaba de lejos.

En cuanto Jamie se acercó, vio la cara de la que iba a ser su compañera. Compañera, que no compañero como había supuesto que era, llamándose Neil y sin especificaciones de Charlie. Y ella... era posiblemente la mujer más guapa que Jamie había visto jamás.

Tenía algunos de los rasgos que había imaginado de su compañero irlandés, nariz fina y facciones suaves. Sus ojos hipnotizaron al inspector Wells durante un instante, con aquel color claro, un azul de camino a verde, y un magnetismo que resultaba evidente. Debajo de su ojo derecho tenía un lunar que destacaba frente a sus otros lunares, fáciles de confundir con las pecas de su rostro. No tenía el cabello pelirrojo que Jamie había imaginado—o al menos no en ese momento—pero no iba tan desencaminado como había podido ir.

Aunque claro, era una chica. Lo que más que un problema, suponía una sorpresa.

En cierto modo le incomodaba un poco tener de nuevo una compañera. Después de todo, la vez anterior había acabado mal. Reynolds tenía razón, sus gestos decían a gritos «policía». Su cara y su expresión de escepticismo le resultaron familiares a Jamie, pero no recordaba de dónde o por qué.

—Lo mismo que la señorita, yo invito—repuso ignorando la mueca de incredulidad de Reagan—. Te conozco...¿Neil? ¿De la clase de Wilder, en la politécnica?

—¡Kieran! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué haces por Nueva York?

Por suerte, la chica le siguió la corriente y comprendió que no era Reagan quién iba a trabajar con ella, sino él. Jamie creyó que alguna vez se había cruzado con ella. Neil lo miraba como si de verdad se conociesen, y ella le resultaba familiar de una manera casi inquietante. Odiaba que la memoria le fallase, sobre todo cuando los demás se acordaban de quién era él.

—Vine hace dos años—contestó con una sonrisa. Reagan tosió recordándole que estaba a su lado y Jamie frunció los labios—. Ah, este es O'Riley, Reagan. Eh, tío—dijo susurrando—, por favor, déjame a solas con ella...Tengo cosas pendientes, ya me entiendes.

—Entiendo, Sheridan—dijo guiñándole un ojo—. A tercera base, colega.

Si Jamie hubiese podido darse la vuelta al decir lo anterior, habría puesto los ojos en blanco. No sabía bien si aquello iba a funcionar, pero por otro lado, apelar al sentido sexual era casi infalible con Reagan. Había personas que estaban en lo correcto: algunos hombres no pensaban con el cerebro sino con el...En fin, se entendía. Ver que había funcionado, como hombre, le daba mucha pena.

—No sabía que en Nueva York utilizaban la jerga del béisbol en el sexo. Muy ingenioso—le dijo Neil con sarcasmo y luego añadió con una sonrisa falsa—. Pensaba que serías una mujer.

Se veía que Neil no quería sonreír en absoluto, lo hacía porque la gente estaba observándolos y era evidente que Reagan y su padre hablaban mirando en su dirección, probablemente preguntándose de qué hablarían Kieran y su vieja amiga de la universidad, Neil. No había otra que soltar una risa fingida en respuesta. Después de soltar una risa seca, Jamie contestó:

—Y yo pensaba que serías un hombre, Neil—contestó agriamente sin borrar la sonrisa—. ¿No es Neil un nombre de tío? Además, Kieran sí que es de hombre, podrías haber utilizado tus habilidades de inspectora.

—Mi abuela se llamaba Neil, cerdo. No quieras saber mi nombre de verdad entonces—rezongó en un tono molesto y luego lo imitó burlándose—. ¿No es Jamie un nombre de mujer? Sí, pensaba que serías una chica pero no por eso he puesto la cara de un ciervo antes de ser atropellado al verte...

Era difícil decir si estaba enfadada por haber asumido que tendría un compañero, por subestimar sus características policiacas o si era simplemente porque Jamie le había caído mal. Sinceramente, podrían haber sido las tres o ninguna; él no la habría culpado.

De repente algo encajó y vio algo muy claro en su cabeza. La imagen de una chica pelirroja, vestida de uniforme y con el pelo recogido en un moño cobrizo, llegando pocos segundos después que él a la detención de uno de los exinformantes de la mafia de O'Riley, que había decidido incumplir su trato con la policía de Nueva York y había huido a Reino Unido.

—Liverpool, marzo del noventa y ocho—dijo con una risa burlona—. Esto no es porque hubiese presupuesto que ibas a ser un hombre, es porque te robé la detención hace años. Qué rencorosa, Bishop...

—Madura, Sheridan—replicó imitando su tono—, el rencor es para los críos y criminales.

Sí, en definitiva era la misma expresión enfadada que la que tenía esa chica, aunque su cabello era más oscuro, menos llamativo. Neil Bishop se llevó su bebida a los labios y Jamie reflexionó. Su última frase le resultaba tan familiar a Jamie como su rostro anteriormente. No solo era la frase, sino también el tono...«Wilder». Jameson abrió la boca, sorprendido y le dijo:

—No me lo puedo creer. ¡Eres la hermana de Wilder! ¡Cassette R-W!

Fue su turno para abrir los ojos muy sorprendida. Pese a que lo dijo entre dientes, escuchó perfectamente cómo maldecía en voz baja a su hermano en irlandés e inglés. Ahora la risa de Jamie no era fingida, sino que por primera vez en mucho tiempo, era totalmente real. Ella le lanzó una mirada amenazante y Jamie intentó dejar de reírse, pero resultaba difícil al recordar todas las anécdotas que Thomas les había contado. Estaba roja por la vergüenza. Jamie no podía imaginarse cómo habría reaccionado él si ella hubiese escuchado alguna historia de sus hermanos sobre él.

—¿En serio, tío?—inquirió entre dientes. De todos modos, era evidente que estaba más cómoda que antes, menos enfadada—. Si Tom te habló de mí sabrás que mi gancho es espectacular, así que cuidado.

No se podía creer que estuviese bromeando con él. Apenas un segundo atrás parecía querer destriparlo, y se la veía capaz. Aunque quizás sí que tenía ganas de pegarlo. A juzgar por cómo se había comportado, se lo habría merecido. Por alguna extraña razón, intuyó que ella sabía que Jamie no era muy partidario de tener un compañero. A pesar de que seguía un poco incómodo con la idea de tener que compartir piso con una extraña, puede que se hubiese equivocado, no parecía alguien que le fuese a estorbar en absoluto.

—Tengo un saco de boxeo en el salón del piso, espero que no te importe. Te lo enseño.

Esa era la señal para abandonar el lugar. Jamie se dio cuenta de que lo había entendido cuando Neil, o bueno, la hermana de Thomas, se dispuso a terminar su Sour. Imitó su gesto y ella habló de nuevo.

—Déjalo, mejor que esté ahí, si no tendré excusa para utilizarte como mi saco.

Su acento era una curiosa mezcla entre británico e irlandés. A Jamie se le hacía raro de oír, pero podría haber estado escuchando su voz durante horas. Había algo en ella que hacía que fuese inevitable prestar atención si decía algo.

Thomas Wilder les había contado que había vivido buena parte de su vida en Londres y que, al igual que su hermana, había nacido en Irlanda. Sin embargo, era más evidente que Neil era extranjera. La forma de hablar, la forma de gesticular, se veía a kilómetros que no era ni neoyorquina o estadounidense, lo que la hacía un tema de conversación en el salón, según dedujo Jamie por las miradas curiosas.

Ambos se rieron terminando sus respectivas bebidas y se dispusieron a abandonar el salón. Antes de poder marcharse alguien tocó el hombro de...Neil. Ella no le había dicho su nombre y Jamie no lo recordaba—en la veintiuno la conocían por el mote que le había puesto su hermano—, para ser sinceros.

—Sheridan, ¿quieres presentarme a esta señorita?

Grant O'Riley.

Su voz sobresaltó al inspector, profunda y grave, como siempre, con un tono que sugería que le debía la respuesta al igual que el respeto. Tenía cincuenta y siete años y aun así, aparentaba por lo menos cinco más. ¿La corrupción te hacía envejecer antes? Jamie no lo sabía. Era improbable. Que no tuviese las facciones suavizadas que habían heredado sus tres hijos lo hacía incluso más intimidante y aquella mirada asesina hacía que sus ojos azul verdoso fuesen como dos estacas de hielo que amenazaban a ser clavadas en tu yugular si no cuidabas tu manera de actuar ante él.

—Por supuesto. Señor, esta es Neil Bishop, fuimos a la universidad juntos.

—He oído hablar de ti—dijo sonriéndola—. ¿Qué te trae por aquí, querida?

La veintiuno había sido rápida si el nombre de Neil Bishop ya era conocido por Grant O'Riley. ¿Qué historia le habrían dado? ¿Una contrabandista? ¿Una traficante? ¿Una asesina a sueldo? ¿Qué historia le habían dado para que el mismísimo O'Riley se mostrase tan interesado?

—Dublín se me estaba quedando pequeño—dijo Neil, curvando sus labios con una sonrisa felina.

—Oh, sé lo que es eso. Me gustaría tener una charla contigo...Pásate por La Herradura alguna vez, los irlandeses siempre son bienvenidos. Disfrutad la noche.

La compañera de Jamie estaba en el punto de mira del jefe de la mafia y no sabía si eso era algo bueno. Si sabía algo era que Charlie estaba en lo cierto, su iniciación sería más dura que la de él. No sabía qué había pasado para que Grant se interesase personalmente en ella.

—Yo tampoco lo sé.

El comentario lo pilló desprevenido. Acababan de salir a la calle y ella sonrió, dando a entender que era evidente adonde quería llegar. Jamie negó. Pues bueno, lamentaba decírselo: para él no lo era. Quizá las cualidades de investigador que fallaban no eran las suyas sino las de Jamie. Él levantó una ceja escépticamente.

—Por qué está interesado en mí...¿De verdad eres detective—le provocó—, encanto? Hasta mi sobrino Tommy es más sagaz que tú.

«¡Casey! ¡Se llama Casey!», recordó de repente al pensar en el hijo de Thomas. ¿Que por qué se acordó tras pensar en Tommy júnior? La mujer de Wilder se llamaba Noah, su nombre era de hombre y de mujer, y según ella, su cuñada también tenía un nombre como el suyo. Además, Tom la había apodado como «Cassette R-W» y supuestamente su mote contenía la mayor parte de su nombre. «R» de «Robins», «W» de «Wilder».

Una bizarra asociación de ideas, pero oye, había dado con el nombre.

—Bueno, Casey, si me estoy dando cuenta de algo es de que con ese vestido de noche y ese chal te estás helando, y sinceramente, yo también soy friolero, pero toma mi chaqueta.

—Que no se diga que la caballerosidad ha muerto—bromeó ella—. Gracias, en serio.

Para ser justos, le tranquilizó que aceptase la chaqueta. Como persona friolera, al ver a alguien mal abrigado—aunque esta persona no tuviera frío—en bajas temperaturas, Jamie se ponía de los nervios y sufría por ambos. Tampoco quería empezar con mal pie con Casey; si iba a ser su compañera y tenía que convivir con ella, llevarse bien haría los trámites más fáciles.

Además, cuando Jamie dijo que habría sufrido por los dos, lo decía en serio. Llevaba un vestido de noche largo, de un verde oscuro que se confundía con negro cuando no había luz y de tirantes. Su chal no debía abrigar nada, era de un tejido que le recordaba al que llevó su hermana en su baile de secundaria. Nadie podía culpar a Jamie si decía que Casey podría haberse cogido un resfriado de no haberle dejado la chaqueta.

—Algo me dice que no volveré a verte en vestido y tacones durante mucho tiempo.

Ella se rio ante su suposición. De hecho, le parecía haber visto ese vestido antes...¿La celebración de año nuevo años atrás? ¿Una fiesta de cumpleaños importante? No conocía a Casey por aquel entonces, pero ese vestido lo había visto. ¡Noah! Cierto, ese vestido lo había llevado ella, en la fiesta de nochebuena que había organizado Nathaniel en su, por aquel entonces, nuevo apartamento.

—A lo mejor estás en lo cierto.

Sí que estaba en lo cierto. Sus cualidades de investigador no iban nada mal encaminadas porque Jamie no vio a Casey Robins con un vestido hasta... bueno, un día importante, mucho después. Casey no tenía nada en contra de los vestidos, pero como ella decía: «prueba tú a perseguir a un fugitivo en vestido».

—Aquí vivo—dijo Jamie encendiendo las luces.

No parecía sorprendida en absoluto por las paredes de cristal y la vista a Times Square. Eso sorprendió a Jamie. Se refería a que, maldita sea, a cualquier turista extranjero le habría asombrado semejante vista. Qué demonios, no había que irse tan lejos: a cualquier neoyorquino que se preciase le habría gustado esa vista. Era como si Casey ya hubiese estado allí.

—Lo sé, ya he traído mis cosas; Dios, la vista es sensacional...Ey, no te preocupes, me mudé hace poco, no había traído mucho de Londres y lo poco relacionado con mi vida personal está en casa de mi hermano, solo espero que ni Ava y ni Tommy lleguen a mi colección de monedas y coches en miniatura.

«Menos mal», se dijo con alivio cuando escuchó que había apreciado la vista. Sí, eso le preocupaba. A veces las cosas más estúpidas adquirían una importancia significativa cuando te aferrabas a ellas. Para Jamie, la vista a Midtown era importante porque le recordaba que, aunque estuviese rodeado de la gente de O'Riley, seguía estando en el Manhattan en el que se había criado y en el que había decidido ser policía.

—Lo sé, lo sé, una colección de coches en miniatura y monedas—continuó ella soltando una risa vergonzosa, fingiendo que era una afición estúpida—. ¡Qué friki! Pensarás que soy rara...Bueno, lo soy, pero he visto cosas peores, un amigo mío del instituto tenía un hurón y le tejió un jersey para San Patricio, ¿raro, verdad? Ni siquiera Navidad, ¡San Patricio!

Jamie no sabía cómo Casey no se ahogaba con la velocidad a la que estaba hablando. Su hermano, Thomas, también reaccionaba así cuando se descubría algo inesperado sobre él, pero las excusas de Tom, al ser él generalmente tranquilo, eran más naturales. Casey era un torbellino en comparación.

—Es bastante guay.

—Maldita sea, ¡sí que lo es!—dijo convencida, chasqueó los dedos y soltó un suspiro—. Yo nunca fui tan apañada con el punto...¡Incluso había un dibujo de un caldero, con las sombras y todo! ¿Te lo puedes creer?

Jamie soltó una carcajada. ¿Estaban hablando del hurón de su amigo o de su afición por los coches a pequeña escala? A Jamie le hacía gracia; tener aficiones no era un pecado y coleccionar coches y monedas era tan respetable como practicar un deporte o dibujar. Riéndose, su nuevo compañero le dijo:

—Decía tu colección de monedas y coches, aunque ahora que lo dices el jersey del hurón también parece interesante. Yo tenía algunos coches en miniatura, si quieres te lo enseño algún día.

—Si resulta que es un juguete de tus sobrinos o algo, me enfadaré—le advirtió—. Thomas me dijo que tenía un Datsun 240z para mí, pero me dijo que no podría enviármelo porque los cargos de envío le parecían un timo y blablablá. ¡Pero era un Datsun 240z! ¿Sabes lo que te duelen los gastos de envío de Nueva York a Londres cuando descubres que no era una edición limitada sino un juguete de tu sobrino? Eso es dolor, Jamie—dramatizó—, espero que nunca te toque pasar por eso.

Ya conocía esa historia. Thomas les había contado que ese había sido su regalo para el día de los inocentes. De todos modos, no la interrumpió. A Jamie le gustaba escuchar a Casey. No sabía si era su curioso acento, si era su manera de expresarse o si simplemente necesitaba conversar con la gente de cosas a parte del trabajo. Tal vez eran las tres.

Era gracioso: Reynolds le había dicho que intentase cuidar de su compañero, sin embargo, parecía que iba a ser algo mutuo. Quizás ella le estaba cuidando al tener esas conversaciones con él y Jamie ni siquiera se estaba enterando.


¡Feliz año para todos y todas (o fin de año en el caso de mis lectores del otro lado del charco)! Un abrazo desde España y mis mejores deseos para este 2022. 🥰🥰

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