Capítulo 18

♟️ Maratón 2/3 ♟️

18 - EL PRINCIPIO DEL FIN

And it seems to me you lived your life

Like a candle in the wind

Never knowing who to cling to

When the rain set in

[Candle in the Wind — Elton John]

IANA TATE EMPEZABA a comprender lo que había querido decir Benji cuando le había dicho que sentía que alguien la estaba vigilando, pues creía que ella misma estaba siendo perseguida por el mismo ojo escrutador que Benjamin Acker. Ya ni siquiera se sentía segura en su propio hogar, y cada vez que se ponía su chaqueta negra con el parche de las Ranas Dardo tenía la sensación de que una mano invisible la tocaba, diciéndole a Iana que sabía que buscaba El Ocho de la Suerte.

No le cabía duda de que uno de los miembros de la mafia de Grant El Suertudo era el responsable del asesinato de su amigo. Benjamin no había sido un santo, ni mucho menos, pero nadie tenía semejante interés en verlo muerto, ni a él ni a su hermano policía. Todo había comenzado con El Ocho de la Suerte, y todo terminaría con él.

Llevaba días devanándose los sesos en un intento por descifrar el significado de los cuadernos incongruentes de Benji. A pesar de la información, lo poco que había descubierto era un listado de direcciones tachadas y borrones de tinta negra, azul y de vez en cuando verde. Ella misma había visitado algunas de esas direcciones y no se había encontrado nada más que almacenes, portales de personas aleatorias y un sinfín de casas con el número ocho relacionado.

Iana no le encontraba ningún sentido a nada de lo que Benjamin había escrito en sus cuadernos. También había nombres con numerosos interrogantes en los márgenes: Kelly Fitzpatrick, Robin McAlister, Flynn Connolly, Murphy Hannigan, y un largo etcétera. Se trataba de un largo listado de nombres y apellidos irlandeses de personas nacidas del cuatro al diez de febrero de 1976 en esa misma ciudad o registradas en la capital irlandesa.

Sin embargo había dos nombres que llamaron la atención de Iana en comparación al resto de palabras de las páginas. El primero era «Quinn O'Riley», que estaba subrayado varias veces en rojo. Iana Tate se preguntó quién era ese O'Riley porque, según sabía ella, Evelyn no tenía más familiares. «Quinn». ¿Sería una mujer o un hombre?

Pese a sus dudas, había otro nombre que destacaba frente a los demás. Dos círculos de tinta negra difusos lo rodeaban y las interrogaciones al lado del nombre estaban tachadas por manchas de huellas, borrones y cruces de color rojo. «Casey Robins Wilder».

Y al pie de la última página con nombres había una pequeña anotación en la caligrafía puntiaguda de Benjamin. «Carpeta negra; clip verde; mesilla». Iana releyó el comentario hasta que comprendió que estas carpetas se encontraban en la última caja del motel, la que no había abierto.

—¿Qué haces, cielo?—le preguntó Eve sacándola de sus pensamientos.

Iana dio un respingo y cerró el cuaderno con una rapidez que habría levantado sospechas hasta en un niño pequeño. Eve, por suerte, estaba quitándose el abrigo por lo que Tate supuso que no se habría dado cuenta. Sin embargo, había subestimado el agudo oído de Evelyn O'Riley, puesto que ella se acercó dubitativa.

—Nada, Eve—respondió ella resuelta—. Miraba unos viejos cuadernos del instituto...Hay que ver, ¡qué desordenada era!

El tono de Iana Tate debió de ser convincente, puesto que Evelyn lo dejó pasar y sonrió cogiendo una manzana del bol situado en el centro de la barra. La afroamericana cerró los ojos y soltó un suspiro de alivio disimuladamente.

De repente la ligereza se convirtió en arrepentimiento, culpabilidad y miedo. Estaba arrepentida por haberle mentido a la persona que más le importaba, se sentía culpable por ello; sin embargo era mayor el terror que percibía por la posibilidad de no volver a ver a Evelyn nunca más. A ella no le daba miedo morir, ¿pero qué sentiría Eve si ella dejaba de respirar? ¿Qué sentiría Iana si Evelyn era la que terminaba perjudicada por su búsqueda del Ocho de la Suerte?

—Evelyn, ¿sabes que te quiero, verdad?

Ella la abrazó desde atrás y apoyó su cabeza en el espacio del cuello de Iana, dejando antes un rastro de besos desde la sien hasta la clavícula. Sintió el aliento cálido de Eve contra su piel, y casi notó cómo las comisuras de sus labios se curvaban en una sonrisa.

—Sí, y yo también te quiero. —Repuso ella; con un atisbo de desasosiego en su voz, añadió—: ¿Por qué suena a despedida?

Iana se dio la vuelta y estrechó contra su pecho a Evelyn, que pese a ser más mayor, era de menor estatura. «Tal vez lo sea», quiso decirle a Eve. Quizás lo que quisiera que hubiese dentro de esa tercera caja de Benjamin provocaría su muerte, tal y como había llevado a los asesinatos de Benji y su hermano. La morena hizo su mayor esfuerzo por sonreír.

—Nada—dijo Iana, tratando de no preocuparla—, tan solo estoy... cansada. Eve, ¿crees que se me permitiría abandonar las Ranas Dardo?

—Supongo...Siempre puedo hablarlo con mi tío—le contestó Evelyn con los labios formando una línea tensa, no obstante, no se la vio convencida—. ¿Pero estás bien, Iana?

—Sí, tranquila—mintió ella—. Es que resulta doloroso estar aquí y no ver a Benji, ya sabes...Además, últimamente siento que he fallado a mis abuelos al meterme en todo esto.

Evelyn O'Riley le dirigió una mirada comprensiva y la abrazó con fuerza de nuevo. Iana no mentía en aquello: estaba segura de que su abuelita se habría avergonzado ante su manera de actuar desde su fallecimiento. Por otro lado, sabía que la mención de sus abuelos siempre sacaba a relucir el lado más sensible de Eve y eso hacía más fácil evitar dar respuestas de más.

—Si me lo permitieras, me iría contigo—le dijo Evelyn apretando su mano—. Yo tampoco siento que esta vida sea para mí...Creo que hay demasiados secretos y mentiras rodeándome.

Eve se apoyó en su hombro y ella le acarició el rostro, dibujando la forma de las constelaciones al rozar las pecas que salpicaban su cara. Lo que le ofrecía Evelyn...Era mucho más de lo que podría haber deseado en mil sueños fantásticos. Una vida sin el pasado que las perseguía, sin horrores acechando a la vuelta de la esquina; con esperanza, con paz.

—Me haría muy feliz fugarnos—admitió Iana Tate dándole un beso en los labios.

—¿Entonces para qué esperar? ¡Fuguémonos mañana!

—Por mucho que me gusten tus ideas precipitadas—caviló Iana tras soltar una risa—, creo que deberíamos esperar algún día más; debo hacer algo antes de irnos...No sé, ¿el viernes?—Eve le dio un beso en respuesta—. Me encanta que vayamos a empezar una nueva vida juntas.

Iana Tate tenía dos cosas por las que seguir viva: la promesa que le había hecho a Benjamin y la posibilidad de una vida al lado de Evelyn O'Riley. Esa misma noche, mientras Eve comenzaba a organizar su ropa para viajar a cualquier lugar con ella, Iana rezó por primera vez desde la muerte de sus abuelos.

Le dio las gracias a Dios por haber puesto a aquella chica de pelo negro y ojos pícaros en su camino. Ojalá pudiera mantenerse viva hasta honrar a su palabra y forjar un futuro con la persona a la que amaba.

***

La tarde del jueves, Iana ya tenía preparado su equipaje para marcharse con Evelyn a la mañana siguiente. Estaba emocionada, y sin embargo, tenía el presentimiento de que algo terrible se cernía sobre su destino.

Antes de salir de su piso se había lavado la cara y había podido apreciar sus ojeras, producidas por una falta de sueño que achacó al desconcertante pálpito que no la dejaba en paz. Cuando vio su rostro recordó las viejas fotos de los álbumes de su abuela; Iana se parecía mucho a ella de joven, aunque siempre había tenido la sensación de que no había heredado la bondad inexorable en los ojos oscuros de su abuelita.

Ella tenía otra cosa, puede que un instinto de supervivencia independiente a la moralidad de sus actos. Pero con el paso del tiempo Iana había madurado, su integridad había adquirido una voz potente, difícil de no escuchar; y se sentía orgullosa de estar dando un paso en la dirección correcta: se iba a alejar de aquel mundo y tenía la suerte de que Evelyn estaría junto a ella.

Examinó con la mirada el tatuaje de su rostro y sonrió de medio lado. «Paz», pensó ella. Quizá a partir del siguiente día podría encontrar su anhelada paz, pero no antes de finalizar su búsqueda. Iba a ser fiel a su palabra: vengaría a su difunto amigo.

La mañana anterior había llamado a la dueña de la casa para comunicarle que daba de baja el alquiler del piso y esta había facilitado los trámites con su usual voz jovial. Ese día Iana había firmado los papeles que dejaban constancia de todo. Su sexto sentido le había dicho que era una buena idea poner un anuncio de los muebles de la casa y venderlos a un buen precio en lugar de transportarlos a un nuevo apartamento.

Su novia y ella habían estado de acuerdo en que podían usar sus ahorros para viajar antes de sentar cabeza en otra ciudad. Planificar algo así era un sueño, en todos los sentidos. Era idílico, pero a la vez Iana sentía que era demasiado bueno para ser realidad. Tal vez aquel instinto de Iana sabía que sí que lo era.

 —Ey, ¿vienes a casa a cenar?

—Sí, pero tengo que hacer un par de cosas antes de volver—respondió Iana Tate con el teléfono en la oreja, de camino al motel—. ¿Pedimos comida tailandesa?

—Suena bien—contestó Eve al otro lado de la línea—. Entonces hasta luego, ¡te quiero!

—Te quiero más—repuso Iana con una sonrisa y colgó.

Lamentablemente, la sonrisa de Iana Tate se desdibujó paulatinamente al acercarse al aparcamiento del hostal en el que había vivido Benjamin Acker.

El ambiente era tan lúgubre como Iana lo recordaba de días atrás: el color bermellón de las letras apagadas en las que ponía Motel Danny's en mayúsculas; la pintura cuarteada de las líneas blancas de aparcamiento, indicio de descuido; las escaleras de incendios que daban al aparcamiento oxidadas...

Para Iana no había mejor escenario para una escena apocalíptica con zombis y muerte por doquier que ese. Las barandillas del exterior no tenían un aspecto muy diferente al de la escalera de incendios exterior, y el aparcamiento estaba a la mitad de su aforo. Tate se volvió a colocar su chaqueta de cuero y se desplazó a pasos decididos hasta el asedio. Horas atrás había retirado el sello de las Ranas Dardo de su chaqueta y se sentía libre.

Por un instante pensó en Neil Bishop. La chica acababa de entrar a la organización de Grant O'Riley, ¿qué supondría para ella la fuga de Evelyn e Iana? Si bien Neil no conocía demasiado a Eve, había pasado mucho tiempo con Iana en La Herradura y la propia Iana la habría considerado una amiga. ¿Le perjudicaría a Bishop su repentina marcha?

Había llegado tras la muerte de Benji; que dos miembros conocidos entre las Ranas Dardo se fuesen tras su ingreso en la mafia podía ser malo para ella...Iana esperaba que no fuera así. A lo mejor dejaría una nota para Dara, Keith y Neil, para no preocuparlos. De repente Iana cayó en cuenta de algo: Benjamin Acker no había sido su único amigo. Ahora también tenía a Keith, Neil y Dara además de Evelyn.

Iana Tate se convenció a sí misma de que no permitiría que encontrar El Ocho de la Suerte le provocase la muerte.

Se acababa de dar cuenta de que tenía mucho por lo que vivir, personas que le habían dado un significado a su vida: sus amigos, sus difuntos abuelos, su Evelyn...Aún era joven, no era tarde para salir de ese mundo. «Gracias, Benji», se dijo ella. Puede que Iana nunca habría actuado así si él no le hubiese pedido que se alejara de su vida días antes de morir.

«Allá voy», se dijo la morena, entrando al hostal tras varias jornadas de descifrar los cuadernos de su amigo. Tras un breve saludo a la recepcionista, Iana Tate atravesó los pasillos hasta llegar al sótano. Esta vez la luz del techo estaba encendida, por lo que supuso que los de mantenimiento habrían cambiado las bombillas de las lámparas colgantes.

Sin embargo también se alteró, la posición de las cajas no era la misma que la de días antes. En lugar de estar donde ella las había dejado, las pertenencias de Benji se encontraban por toda la habitación: una caja estaba al lado de las lavadoras, otra estaba bajo la escalera chirriante y la última se encontraba bajo una mesa en la que Iana no había reparado anteriormente.

Iana se tensó ante la idea de que alguien hubiese estado hurgando en los efectos personales de su difunto amigo después de ella. Luego sacudió la cabeza descartando las descabelladas suposiciones que comenzaban a rondar por sus pensamientos. «Es sencillamente imposible—se convenció a sí misma—. Nadie más sabía que Benji se alojaba aquí».

Desplegó la hoja afilada de su confiable navaja automática y rasgó la cinta adhesiva que protegía las aperturas de la única caja que no había revisado. Se lamió los labios, notando las grietas producidas por el viento invernal y sintió que el tejido de estos se cuarteaba cuando los mordió, haciendo esfuerzos por abrir la última caja. Parecía que Dios le decía que no debía de tomar nada en esa caja. Una advertencia del cielo, tal vez.

Pese a sus temores, Iana ignoró el detalle y tiró de las solapas de cartón raspándose con el material precintado. La chica soltó una maldición entre dientes, mas logró abrir la caja, todavía habiendo roto asimétricamente la solapa izquierda del contenedor. Iana apartó ambos pliegues y se encontró con papeles, carpetas, notas en post-it, chinchetas, celo e hilos rojos propios de una película de misterio.

Tate recordó las anotaciones de Benji y cogió rápidamente la carpeta negra con el clip verde que este había mencionado en su cuaderno. Al abrirla vio varias fichas de perfiles con los nombres que había visto apuntados en las libretas, todos ellos pertenecían a mujeres jóvenes, adoptadas, nacidas a principios de febrero y pelirrojas. De repente Iana abrió mucho los ojos.

En esa carpeta había un montón de fotografías de una persona que Iana Tate conocía. Era Neil Bishop, pero en el perfil que había encontrado Benjamin Acker estaba escrito otro nombre.

—Casey Robins Wilder—leyó ella en voz alta.

La chica estudió el resto de papeles unidos a su amiga. Estaba todo: día de nacimiento, fotografías, donde había estudiado, su familia adoptiva, en qué trabajaba...Era policía. ¿Habría llegado allí para descubrir al asesino de los hermanos Acker? Iana no lo sabía...Sin embargo, lo más inquietante fue ver la serie de documentos médicos que se hallaba detrás de su perfil.

Iana Tate y la mayoría de Ranas Dardo conocían la condición de Grant, su enfermedad. Nadie había especificado de qué se trataba, pero se sabía que tardó en ser diagnosticado y que recibía transfusiones de sangre cada cierto tiempo. Según decían algunos, no quería mostrar debilidad, por lo que había alejado a todos sus confidentes para que no supiesen de más acerca de su situación. Las transfusiones hacían una mejoría, pero se creía que solo prolongaba lo inevitable.

En los papeles se hallaban los expedientes médicos de Grant El Suertudo y un tratamiento que se le había ofrecido al mafioso. Era una terapia experimental que requería células madre de la médula ósea de un pariente compatible; a su lado se hallaba la larga lista de beneficios que le supondría tomar esa terapia y no otro: recuperación prácticamente total. No obstante, también incluían los riesgos, pues se trataba de un método de ensayo clínico, nunca probado antes que podría afectar o no severamente al donante de médula.

Fue en ese momento cuando se dio cuenta de algo inquietante y cerró la carpeta con rapidez antinatural. No se molestó en guardar las cajas del sótano y marcó las teclas del número de la chica a la que había conocido como Neil Bishop semanas atrás.

Esperó mordiéndose las uñas la contestación jovial de su amiga, sin embargo, esta no descolgó el teléfono. Decidió llamar a Keith, teniendo la esperanza de que estuviesen juntos en La Herradura y al tercer tono, lo cogió.

—Keith, tienes que venir con Bishop ahora mismo al Motel Danny's. ¡Rápido!

Iana no esperó su respuesta y colgó subiendo las escaleras con nerviosismo. Antes de salir del hostal llamó a Evelyn. Ella, al igual que Neil, no contestó. Iana había elegido el peor día para comunicarse por teléfono. La morena dejó un mensaje de voz al contestador:

—Eve, me habría encantado pasar el resto de mis días contigo—dijo temblando—. Espero que me recuerdes siempre, Evelyn O'Riley...Has sido el amor de mi vida. Te quiero. Sé feliz...

Iana Tate salió del motel. Caminó por el aparcamiento semi-vacío, mirando hacia sus lados sintiéndose paranoica. Pero al poner un pie fuera del recinto, sintió un dolor desgarrador y supo que no podría honrar a su palabra.

Entonces se le nubló la vista y vio la sangre.

Su sangre.

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