Capítulo 14
🍀 Maratón 2/3 🍀
14 - TREVOR MCCONNELL
Everything crumbles sooner or later
[Believe — Elton John]
CASEY ROBINS ESTABA a un paso de entrar en la mafia de O'Riley. Lo último que tenía que hacer, según le había dicho Jamie, era esperar a que un miembro del círculo de confianza de Grant la llamase y le pidiese que hiciese algo: encubrir un crimen, vigilar a alguien, trapichear...La cosa era flexible, pero Casey sabía que con la nueva reputación del Alfil Negro le tocaría mancharse las manos como nadie.
Su compañero había tenido que hacer desaparecer a un colega de Grant, lo que sonaba peor de lo que había sido, simplemente lo había metido en un barco con pasaportes nuevos y un incentivo de Grant O'Riley para que no regresase sin expandir su imperio del crimen.
Casey sabía cuál era la finalidad de la etapa final de la iniciación. Cuando Grant te pedía que hiciese algo por él para entrar, infringías la ley y los únicos que lo sabían eran los privilegiados de su grupo más cercano. Ella intuyó que uno de ellos guardaba una evidencia del crimen, por muy leve que fuese, y que siempre servía de amenaza para los que tenían posibilidades de hablar si desertaban.
Hasta que no recibiese esa dichosa llamada, Casey tenía prácticamente las manos atadas. No podía investigar más allá de los rumores que escuchaba en La Herradura o de lo que se enteraba Dara, cosa que además de frustrante le ponía de mal humor al saber que llevaba un mes trabajando para criminales sin recibir información interesante a cambio.
En la mesa del salón del piso que compartían ella y Jamie habían extendido fotografías y objetos que habían ido acumulando con cautela a lo largo de las semanas: la matrícula del vehículo de Reagan O'Riley, una servilleta con la letra de Iana Tate, la dirección de Keith McManus y el número de teléfono del insufrible Shay, que últimamente había estado vigilando a Casey con celo.
En los últimos años, Jamie solo había conseguido reunir evidencias suficientes para cargos de tráfico de drogas, partidas ilegales de póker y peleas clandestinas, y aunque era tentador pararse ahí, Casey y él sabían que la organización criminal había traficado con armas, blanqueado de dinero, extorsionado y asesinado a personas. A los hermanos Acker. A su padre. Casey no tenía ninguna duda de que iba a encontrar la manera de meter a Grant El Suertudo entre rejas hasta que se pudriera. Le iba a hacer pagar.
—Tienes cara de estar maquinando un homicidio, amor—dijo su compañero en un tono juguetón—. Pagaría una buena suma para saber en qué piensas.
—¿Y si descubrieses que estoy pensando en lo irritante que eres? ¿Seguirías pagando?
—Si eso te hace sonreír de esa manera...Claro que sí, Case.
Casey entornó los ojos, pero deseó internamente que el detective Wells no hubiese reparado en sus orejas rojas. Los días en los que Jamie no había estado habían sido una montaña rusa de emociones. En parte se alegraba de haberle hablado a su compañero de Gavin y Maeve. Se sentía más ligera, una sensación parecida a si hubiese abandonado uno de los pesos de sus hombros, sin embargo una porción de sí le gritaba continuamente el terrible error que había cometido.
«Cuanto menos sabe la gente, más difícil es que te hagan daño», se había dicho siempre a sí misma. Jameson sabía cosas de ella que nadie más sabía y lo que más le inquietaba era que tenía la esperanza de que no fuese a usar la información contra ella.
Las esperanzas eran algo que nunca se había podido permitir, y depositar su fe en Jamie podía acabar o muy bien o muy mal.
Daba igual que hubiese empezado a ser su amigo; daban igual las emociones extrañas que le hacía sentir él, la seguridad y confianza que le transmitía su compañero; ni siquiera importaba que fuese su compañero en primer lugar, la persona en la que debía confiar...Casey Robins había cerrado la puerta y se había tragado la llave; no se arriesgaría pensando que Jamie era incondicional.
Pero...
—¿Sí?—preguntó Casey al descolgar el teléfono que había interrumpido sus pensamientos.
—Hola, Neil, soy Perro—carraspeó al otro lado de la línea—. Grant ha pedido que vengas. Dice que tiene un trabajito para ti.
Un escalofrío bajó por la columna de Casey, pero le contestó a Doug que estaría en La Herradura en unos minutos y colgó demasiado rápido como para que Perro no notase que estaba inquieta. Jamie se la quedó mirando, aquellos ojos azules brillaron con intensidad y una pregunta implícita que Casey entendió. Ella le dijo que tenían que ir al local.
Entrar a La Herradura y ver que solo Keith McManus, una mujer desconocida sentada en la barra y Perro se encontraban allí le resultó inquietante. ¿Dónde estaba Séaghdha? ¿Y el resto de clientes habituales del bar de Douglass? ¿Tal vez Iana o los hermanos pequeños de Shay? El lugar se veía desangelado.
El segundo de Shay se fijó instantáneamente en ella y movió los labios antes de que Jamie entrase diciendo: «Es Eve. Esto va a ser incómodo».
«Como si es la reina de Inglaterra», replicó Casey imitando su manera de comunicarse y Keith se encogió de hombros, diciéndole que él ya lo había advertido. Casey reprimió el impulso de poner los ojos en blanco y Jamie entró detrás de ella.
No le importaba conocer a alguien más, de hecho, bienvenido fuera, pero le alteraba que no hubiese nadie en La Herradura y sobre todo, que Grant la hubiese llamado. A veces, si estaba alterada además de chula, se volvía irritable.
—¿Qué pasa hoy, Perro?—le preguntó tranquila tras saludar a Keith con un breve abrazo.
—Grant ha dicho que nadie podía entrar hasta mañana—bufó—. Ya me lo podría haber dicho, me habría unido a la charla gratis de los beneficios de la acupuntura. Por cierto, aquí tienes dos velas que me recordaron a ti.
Casey acercó su nariz a la pequeña vela amarilla que se encontraba en el vidrio azulado y percibió un olor característico que le hizo sonreír de oreja a oreja a modo de agradecimiento. Las comisuras de los labios de Perro se curvaron hacia arriba en respuesta.
—¿De qué es?—curioseó Jamie poniéndose a su lado—. ¿Vainilla?
Su amiga asintió, un poco sorprendida por su adivinación. A lo mejor no tenía tanto sentido que se sorprendiera, ella sabía que el olor de Jameson Wells era el de los jazmines, el café y la resina. Había reconocido ese aroma adherido a las paredes, muebles y objetos la primera vez que había pisado el apartamento que compartían y lo había inhalado todas y cada una de las veces que se habían abrazado. ¿Por qué iba a ser distinto en el sentido opuesto?
Después Casey emitió una risa al ver cómo el barman fulminaba al llamado Kieran Sheridan. «Cállate, Robins», estaba escrito en los ojos de la cara apática de Jamie Wells. Al menos los ojos azules del inspector revelaban sus emociones.
Aunque la cara de póquer, seria e implacable de Jamie resaltaba su mandíbula fuerte y sus pómulos marcados haciéndolo verse ridículamente atractivo, había algo en la curvatura de sus labios y los hoyuelos que le aparecían al sonreír que transmitía una extraña sensación de seguridad y alivio en Casey.
Antes de que Casey pudiese detenerse a pensar por qué su pulso se había acelerado, la chica que estaba sentada en la barra despegó su mirada de su libro y sonrió con sorpresa a la detective Robins Wilder. Parecía haber estado tan inmersa en su lectura que no se había dado cuenta de que había más gente en La Herradura, hecho que se ganó la simpatía de Casey Robins y una sonrisa sincera por su parte.
—Tú debes de ser Neil Bishop—la saludó ella sonriente—. Todo el mundo habla de ti.
La joven debía medir unos centímetros menos que Casey y no aparentaba más de veinte años. Casey tuvo que reprimir una mala mirada en dirección de su amigo, ¿era esa la chica con la que había salido? ¡Si parecía una niña! Su voz aterciopelada era agradable, con rastros de un acento irlandés presente en muchos de los que rondaban por La Herradura.
Las puntas de su cabello acababan en oscuros bucles insinuantes y una constelación de pecas similar le salpicaban la nariz y la mayor parte del rostro. Casey parpadeó varias veces y se limpió los ojos con el dorso de la mano al fijarse en sus ojos, poblados de pestañas tan negras cual tinta fresca, de un color tan familiar que no podía ser una impresión real. También se detuvo en su boca, con una sonrisa tan parecida a la de ella que retrocedió a trompicones tras estrechar su mano.
Durante una fracción de segundo vio el antiguo recuerdo de su madre, de cabello oscuro, similar al de esa chica, y las mismas manos de pianista. Pero las pecas le recordaron a sí misma. Le recordaron a Aidan. Tal vez estaba demasiado cansada como para pensar con claridad. Estaba viendo cosas donde no las había.
—¿Te encuentras bien?—preguntó con preocupación la desconocida. Casey se obligó a asentir y no muy convencida, la chica dijo—: Soy Evelyn O'Riley, pero puedes llamarme Eve.
Casey abrió la boca impresionada y luego la cerró tan rápido que los dientes de su boca chocaron de manera demasiado brusca. «Evelyn», pensó. Se forzó a sí misma a olvidarse de aquella descabellada idea. Ese nombre era común alrededor del globo, es más, había escuchado que casi un uno por ciento había llamado a su hija así el año que su Evelyn había nacido.
En cualquier caso tenía sentido: las facciones elegantes, el cabello casi negro y ondulado y aquellos ojos que a Casey le habían resultado tan familiares. ¿Grant tenía una hija? ¿Por qué no constaba nada sobre ella entonces?
Se apresuró a contestar que era un placer conocerla y dirigió una mirada inquieta a Keith, que parecía estar intrigado por saber qué sucedería. ¿Pero por qué? Las dudas le hicieron fruncir el ceño. ¿Acaso se creía McManus que ella y Evelyn se iban a llevar de alguna manera sino cordial? Casey sacudió la cabeza. No tenía tiempo para eso. Para nada de eso.
—Eve—la saludó Jamie.
—Kier—contestó ella ignorando el tono distante de Jamie.
«Vale, ahora entiendo lo que Keith quería decir con incómodo», se dijo compartiendo una mirada con el castaño. Casey se contagió de la expresión de humor de su amigo y ambos tuvieron que hacer su mayor esfuerzo para no reírse ante la tensa—y poco menos que dramática—situación.
La pelirroja sintió algo de orgullo ante la reacción de la O'Riley, ella misma habría contestado así en el caso de que Jamie Wells se atreviera a actuar como Kieran Sheridan. ¿Por qué había estado con él en primer lugar? Eve parecía muy dulce, ¿habría mostrado Kieran alguna parte de Jamie en su intermitente relación?
«Yo lo habría mandado a la mierda», pensó Casey.
Parecía muy fácil enamorarse del inspector Wells pero muy difícil de Kieran Sheridan. Sin embargo, Jamie Wells era ambos y a Casey le gustaba su amigo tal y como era.
«Punto para Evelyn», le dijo Casey sin hablar a Keith al ver que la chica no se inmutaba por la fachada de Kieran Sheridan o su indiferencia. En los ojos de este bailó la diversión y asintió dándole la razón. Antes de que las cosas se volviesen más violentas, Perro tosió deliberadamente y le indicó a Casey que Grant la esperaba donde la primera vez, en la parte trasera de La Herradura. Es decir, le salvó el culo.
Casey le guiñó un ojo a su compañero con cierta malicia y él le dirigió su mirada de: «Oh, no, otra vez no».
A continuación le apretó el hombro a Keith amistosamente, que seguía observando de cerca el insípido intercambio de palabras entre Eve y Jamie. Casi se compadeció de Jamie por la tensión que había generado su presencia.
A pasos veloces, la policía se adentró en la sala-casino del bar irlandés y vio al odioso Grant O'Riley sentado en el mismo sitio en el que lo había encontrado el día de navidad, el que le había pedido que matase a Andromeda Harper, ella se había negado y en su lugar le había dicho que vigilase a su hijo. Casey sintió que aquello había ocurrido hacía mucho tiempo cuando en realidad solo había pasado un mes y unos días. ¿Cómo lo había hecho su padre? Siete años de ese modo casi parecía una vida normal.
Pero lo que le sorprendió no fue ver a Grant solo en la sala vacía a excepción de varios documentos, sino la bolsa suspendida roja escarlata, de la cual salía una vía que el mismísimo Grant tenía insertada a través de un tubo en la piel.
Al principio se lo encontró con los párpados cerrados, pero en el instante en el que Casey pisó el último escalón Grant El Suertudo abrió los ojos. Casey no pudo evitar preguntarse si el asesino frente a ella estaría enfermo para necesitar sangre. Seguro que esas transfusiones eran ilegales, al igual que todo lo que rodeaba al mafioso.
Quizás Dios o quizás el karma le estaba castigando por todos los crímenes que había cometido y todas las vidas que había arruinado. Por un efímero instante le dio pena, casi se sintió compasiva. La idea se esfumó tan rápido como había llegado, Casey Robins habría sido la primera en bajar al infierno para presenciar a Grant O'Riley pagar.
—Es irónico que ninguno de mis parientes sean compatibles conmigo, ¿no crees?
«Sí, totalmente irónico—se dijo Casey con sarcasmo—. Para nada una señal del universo de lo horrible que eres».
Pese a sus pensamientos, la chica se limitó a asentir fingiendo comprensión. Por suerte sus aptitudes para el teatro y las mentiras llevaban siendo perfeccionadas muchos años, de no ser así, no habría logrado reprimir una mueca de repugnancia en dirección a Grant El Suertudo. Casey fingió interés y preocupación. En realidad solo quería información.
—¿Ninguno de sus hijos? ¿O Evelyn?
—No. Ni Séaghdha ni Reagan me pueden donar células madre o sangre.
—¿Y qué hay de Dara?—inquirió Casey.
—Para qué molestarse—respondió Grant sin más—. Lo he criado yo, es mi hijo, pero es evidente que la sangre no es lo que nos une.
Casey frunció los labios y observó con curiosidad a su supuesto jefe. ¿Por qué le estaba contando eso? Ella era una don nadie hija de otra familia. ¿No era un riesgo que la gente fuera de su círculo de confianza supiese que él se estaba muriendo? Las Ranas Dardo se echarían como buitres a por el poder una vez Grant desapareciese del mapa.
Además, ¿para qué confirmar el rumor sobre el padre de Dara? ¿Y si a Casey se le hubiera ocurrido decirle a todo el mundo que Dara O'Riley era hijo de Trevor McConnell? Aquello habría minado la autoridad de Grant El Suertudo y perjudicado sin duda la credibilidad de la familia O'Riley; si las especulaciones sobre la misteriosa desaparición (o muerte) del antiguo amigo de Grant reaparecían, era posible que dejasen de valorar al patriarca como líder indiscutible.
—Señor O'Riley, ¿para qué ha solicitado mi presencia?
Grant se quitó cuidadosamente la vía y juntó sus manos pálidas.
—Quiero que vaya a esta dirección—dijo tendiéndole un papel y una llave que Casey cogió con cuidado—. Uno de mis ex asociados ha cometido un grave error y necesito que usted limpie la escena antes de que algún curioso, la policía o los Federales se inmiscuyan. Keith McManus la acompañará, por si se viera tentada a hablar con alguien. Una vez que él me diga que ha completado su tarea podrá recoger su chaqueta y tal vez brindemos por su entrada oficial a las Ranas Dardo. —Su sonrisa resultó sádica a los ojos de Casey—. Buena suerte.
Casey salió aturdida de la sala trasera de La Herradura. La conversación podría haberse resumido en que Grant El Suertudo había ordenado asesinar a alguien y Casey tenía que limpiar el desastre que habían dejado de por medio. Desgraciadamente los efectos colaterales eran la vida de alguien. Casey tenía estómago para eso y más, pero reconocía que se le contrajeron las tripas.
Maldijo a la capitana Reynolds por haber divulgado información sobre Neil Bishop en calidad de limpiadora. Neil Bishop ya tenía una reputación notable antes de que ella propagase rumores, Casey se había construido su reputación con la única ayuda de la tía y el tío abuelo de Gavin. Ser la protegida de los Lamar había sido un privilegio: ninguna banda callejera se atrevía a desafiar la voluntad de Jacques Lamar incluso en Irlanda.
¿Qué habría pensado Charlie Reynolds si hubiese sabido que le tocaría hacer honor a su reputación falsa? ¿Y si no hubiese sabido lo que era necesario para limpiar la escena sin dejar rastros? O peor, ¿y si Reynolds hubiese sabido que ella sabía hacer desaparecer un cadáver de verdad? Si su integración en el crimen organizado irlandés no hubiese sido tan precipitada, tal vez la veintiuno habría intentado explicarle lo básico...Casey ya era conocedora de lo básico a los once años, librarse del cuerpo que Grant había puesto en su camino no sería un problema.
Quizá lo que sí que sería un inconveniente sería explicarle a Jamie lo que tenía que hacer.
—Gracias por las velas, Perro, nos vemos—se despidió Casey saliendo seguida de Jamie—. Tengo que hacer un trabajo para Grant, no me esperes despierto.
McManus la esperaba en la esquina, mirando algo en su teléfono plegable. Ya no había rastro de Evelyn O'Riley, pero hacía cinco segundos que Doug le había dicho adiós de su parte. La pequeña O'Riley le había causado una buena impresión y eso era una pena porque cuando Jamie y ella acabaran con la mafia era probable que todo le salpicase al resto de O'Rileys.
—Espera—él se detuvo abruptamente—, ¿qué trabajo?
—No quieres saberlo.
—¿Qué tienes que hacer, Robins?—inquirió muy serio. Ella no contestó, pero Casey se dio cuenta de que su compañero había descifrado el significado de su silencio cuando este la miró con una mezcla de perplejidad y contrariedad—. Oh, no. Voy contigo.
—¿Te mataría dejar de darle voz a mi conciencia por diez malditas horas, Wells?—se encaró más molesta con Grant que con él, apretando los dientes—. No, no vienes; si O'Riley quisiera que me acompañases, lo habría dicho. Ahora déjame hacer mi trabajo.
Jamie la detuvo con una mirada inescrutable, pero Casey entrecerró los ojos, comenzaba a estar irritada por las desagradables circunstancias. Ya era suficiente tener que deshacerse del cuerpo de alguien evitando que se le enterrara o incinerase como a cualquier persona, no necesitaba que su compañero le diese el discurso desmoralizador. Él llevaba dos años ahí, ¿no? Seguro que también había tenido que mancharse las manos por el trabajo.
—Nuestro trabajo es meter a Grant O'Riley entre rejas—replicó Jamie—, no deshacernos de los cuerpos que va dejando a su paso.
A Casey se le encogieron las tripas y se zafó del agarre de Jamie.
—No tengo tiempo para esto—dijo ella llevándose las manos a las sienes con cansancio, después preguntó en voz baja—: ¿Confías en mí?
Jamie asintió y las líneas de su rostro liberaron algo de tensión ante el tono apaciguador de Casey. No sonrió, pero que mostrase la receptividad de Jamie Wells y no su identidad falsa era algo que le quitó un peso de encima a su compañera. Ella le cogió la mano, la rodeó con la suya y le dio un apretón agradeciéndoselo.
—Pues entonces vete a casa, y vigila a los hermanos O'Riley—le pidió en voz baja mirando discretamente en dirección al irlandés—. Me resulta muy extraño que esté pasando tan poco tiempo con Shay últimamente...Probablemente esté el resto del día con Keith, así que trataré de enterarme de más cosas. Fíate de mí, Wells.
—Lo hago, Robins—cedió a regañadientes—, pero esta conversación no ha acabado.
Casey le dedicó una sonrisa en señal de respuesta, pero no le hizo demasiada gracia saber que recibiría la charla concienzuda de Jamie de todos modos. Su compañero ya sabía más que la mayoría de individuos en su vida, depositar la confianza en él estaba empezando a ser demasiado recurrente.
A Jamie le caía bien la inspectora Robins Wilder, la policía excepcional sin manchas en el expediente; no conocía a Neil Bishop, la chica manipuladora, una estafadora; y tampoco a la hija de Aidan Robins, una niña dictada por la muerte y el abandono.
Casey Robins era todas esas personas. Nunca se había avergonzado de ser quien era, al fin y al cabo había superado cosas más duras que los prejuicios de la gente; sin embargo le aterrorizaba la idea de ser rechazada por alguien como Jamie, alguien lleno de defectos pero indiscutiblemente bueno al final.
Pensar que pudiese mirarla con el desagradado con el que ella miraba a Grant El Suertudo era más de lo que podía soportar.
Jamie le dio un abrazo y se marchó en el sentido opuesto, no sin antes olvidarse de lanzar una mirada de irritación a Keith McManus que hizo que Casey sonriese. Esa competitividad tan ridícula se había vuelto tan cotidiana que le hacía gracia, sobre todo porque Keith parecía no inmutarse por los gestos inmaduros del que se hacía llamar Kieran. Para qué mentir, a Casey le parecía incluso adorable.
El castaño había guardado su teléfono y se pasó la mano por los bordes del pelo, que le habían crecido notablemente con el paso de las semanas. La verdad era que le quedaban bien, sus rizos claros le daban un aspecto travieso y juvenil pese a que superaría a Casey al menos por seis o siete años. Keith mantenía una expresión divertida por la cual ella enarcó una ceja inquisitiva.
—No me mires así, ya sabes qué—canturreó él en un tono insinuante—. Saltan chispas.
—Por tu bien espero que no sea así—repuso Casey—porque provocaríamos un incendio de mucho cuidado...Anda, venga, que te hayan puesto a ti para que me hagas de niñera no significa que tengamos que perder el tiempo.
Keith y ella compartieron un taxi que les llevó a dos manzanas de distancia de la dirección a la cual El Suertudo los había enviado, antes de eso Casey le escribió al irlandés en una servilleta los productos que necesitaría para limpiar la escena. Los químicos eran relativamente fáciles de conseguir, pero a ver dónde encontraban una nevera y una sierra en tan poco tiempo.
Casey no quería descuartizar al pobre diablo que se hubiese puesto en el camino de Grant, pero tenía a Keith McManus detrás y si no, no podría cazar nunca al artífice de los asesinatos con tréboles de cuatro hojas.
Keith se quedó perplejo por los conocimientos de Casey en relación con la bioquímica pero ella no se molestó en explicarle el porqué de su saber, el caso era que sabía lo que hacía, ¿no? Eso era lo importante en ese momento.
Al abrir la puerta con su mano enguantada Casey se encontró con una escena sangrienta sin nadie a parte de Keith a la vista. En una de las paredes cubiertas de papel de flores blancas había manchas de un rojo intenso y esquirlas de balas en el suelo de madera caoba. En el salón yacía el cuerpo sin vida de un hombre.
La sangre aún estaba caliente y el olor a hierro se coló por las fosas nasales de Casey con una intensidad que la obligó a reprimir las arcadas. Casey le pidió a Keith que se quedase a unos metros de distancia mientras revisaba la escena y la chica se acercó al cadáver.
Al lado había una grabadora rota.
Ojos negros igual que una noche sin estrellas de par en par, mentón cuadrado, fuerte para tratarse de un hombre de cincuenta y tantos; facciones hoscas pero de alguna manera atractivas y un cabello castaño con salpicaduras plateadas, con bucles alrededor de las orejas. Casey abrió los ojos de par en par ante el reconocimiento del rostro ceniciento del difunto.
Era Trevor McConnell. El segundo del líder de la mafia y padre biológico de Dara O'Riley.
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