Moneda de sangre


"Usar de venganza con el más fuerte es locura, con el igual es peligroso, y con el inferior es vileza."

Pietro Metastasio.

"La cólera no nos permite saber lo que hacemos y menos aun lo que decimos."

Arthur Schopenhauer.

"El odio, como el amor, se alimenta de las cosas más pequeñas, todo le vale."

Honoré de Balzac.


125 d. C.

Fortaleza Roja, Desembarco del Rey.



El primer asalto se dio en el mar, entre la flota Baratheon y la flota Velaryon, la primera siendo la sorprendida por la segunda al no esperar de una casa siempre leal a la princesa semejante rebelión. Pero tampoco estaban tan desprevenidos, porque Rhaenyra no era una Alfa a la que se le pudiera tomar por ingenua. Ya había sospechado que algo sucedía, así que los barcos de Lord Borros estaban bien equipados con cañones y aguijones, conociendo además la forma de navegar de sus rivales, teniendo una ligera ventaja hasta que aparecieron dos dragones, Vermax y Arrax, quienes se unieron a su abuelo en la refriega que dio la primera victoria al bando del Usurpador, como llamaron al Omega sentado en el Trono de Hierro.

Tal revés tendría su contraataque, ya que Rhaenyra se había reunido con miembros de la Triarquía, acordando un trato en secreto con ellos a cambio de atacar las naves que ella les ordenara, que fueron las de la Serpiente Marina. Dos enemigos era algo difícil de sostener, las fuerzas defendiendo la bahía de Desembarco tuvieron que marcharse para apoyar en mar abierto aquellas enfrentando a esos mercenarios pagados, dejando el camino libre para el ejército de Lord Baratheon quien avanzó rumbo a la capital, encontrándose entonces con una parte de los hombres de Cregan Stark, quienes no lo dejaron ir más allá de la costa.

La otra parte de los lobos del Norte estaban apostados en la entrada norte de la ciudad, pues ya se sabía de la avanzada proveniente del Valle así como de los dos frentes del ejército Lannister, uno hacia la entrada oeste y la otra por el sur, siendo este grueso de hombres quienes se verían con las espadas dirigidas por Lord Hightower y Lord Tyrell, siguiendo nada menos que dos dragones: Dreamfyre y Tessarion. Ese ejército del Dominio ya debía estar en los muros del sur, pero se habían retrasado por la muerte de la reina Alicent que Lord Gwayne Hightower no se tomó a bien. Fueron las palabras de Helaena y la astucia de Daeron quienes lo convencieron de continuar, pues ellos tampoco habían sido afectos a su madre, menos cuando fueron los más olvidados por ella.

Aemond miraba por un muro hacia la bahía, yelmo en mano y respirando hondo, preocupado por sus Alfas quienes estaban dispersos haciendo su labor. Harwin estaba a su lado, como les había prometido a sus hijos que lo protegería ya que Ser Sotoros fue designado para cuidar de Ethola allá en Harrenhal y los príncipes Velaryon no quisieron ir a la guerra sin antes saber que su Omega tendría una espada segura velando por él.

—Sé que ella está esperando algo, pero no sé qué —murmuró Aemond a Lord Strong— No logro deducir cuál movimiento está planeando.

—Tenemos ventaja, no esperaba la cercanía del ejército del Norte, es algo que la ha desequilibrado, debe reagrupar sus fuerzas y eso le está tomando tiempo.

—¿Lo cree, milord?

—Sí, Su Gracia —sonrió Harwin.

Con la purga que habían estado ejecutando, traidores y espías de Rhaenyra se habían extinguido, permitiendo con eso vigilar mejor todo Desembarco, la gente de la capital no debía sufrir percances, había sido una orden de Aemond, teniendo toda la ayuda de Mysaria disponible, repartiendo a los suyos a lo largo de los muros y en puntos estratégicos, previniendo cualquier infiltración o ataque furtivo hacia su persona. En teoría, estaban controlando ese primer asalto, más el corazón del Omega continuaba inquieto, años de vivir en las calles le habían entrenado para detectar el peligro sin que este se manifestara todavía.

—¿Noticias sobre Syrax?

—Ninguna, Su Gracia.

Rhaenyra no era ninguna cobarde cuando de enfrentar enemigos se trataba. Debía ya atacar, Laenor se le había escapado, igual que los príncipes Velaryon. Joffrey se había quedado con sus abuelos, a salvo de cualquier represalia. Solo quedaban cautivos los cachorritos Aegon y Viserys, los cuales serían extraídos de Rocadragón en cuanto la princesa abandonara la isla, pero no lo hacía por más provocaciones que le lanzaran. ¿Qué no estaba contando? Aemond entrecerró sus ojos, apretando el yelmo que sostenía en su costado junto con su espada. Algo se le escapaba. Harwin recibió un mensaje que leyó, gruñendo un poco.

—¿Qué sucede?

—Una revuelta cerca del Templo de la Fe, un pastor al parecer, hablando contra ti, algunos le han seguido y avanzan hacia Pozo Dragón.

—No van a tocar a los dragones —resopló el Omega— Iré yo mismo.

—Su Gracia, es un hombre demente guiando a una turba, es mi trabajo.

—Caraxes ansía participar, no lo haré esperar más.

—Como ordene, mi señor.

Voló enseguida hacia Pozo Dragón, quedándose en lomos de Caraxes frente a la entrada principal, ordenando a los cuidadores que cerraran las puertas por dentro. La turba no tardó en aparecer, guiadas efectivamente por un Alfa manco, vestido en una manta con antorcha en mano vociferando maldiciones en su contra. Al verlos ahí, se detuvieron, siendo el pastor quien se adelantara, apuntándole con la antorcha.

—¡Usurpador! ¡Hereje! ¡Ningún Omega debe desobedecer a un Alfa! ¡Son las leyes de Poniente!

—Mi señor —habló Aemond con firmeza— Ni usted me conoce ni yo a usted, mis circunstancias personales no son aun de conocimiento público, si me diera la oportunidad de demostrar mi reclamo, le probaré que en realidad soy el único aspirante al trono. Pero si no desea hacerlo y prefiere entregarse a la ira desmedida empujada por un chisme o monedas, no habrá más amaneceres para usted.

—¡HEREJE!

—¡HEREJE! ¡HEREJE!

—¡LOS DRAGONES DEBEN MORIR CON ESA BLASFEMIA!

—¡MUERTE A LOS DRAGONES!

El Omega respiró hondo, apretando las riendas, Caraxes gruñó.

—¡Mi señor, tiene una oportunidad y solo una!

Una piedra contra su yelmo fue la respuesta, Aemond cerró sus ojos, negando en clara decepción.

—¡Dracarys!

Le pareció que a su dragón le produjo mucha satisfacción el quemarlos a todos, devorando uno que otro al avanzar para no dejar a nadie vivo. Otras personas ajenas se replegaron en las paredes, atemorizados. Vio una madre proteger con su cuerpo a su cachorra, con ojos temblando de miedo cuando el hocico de Caraxes estuvo tan cerca de ellos.

—No tema, mi señora —le saludó— Contrario a lo que pudieran creer, no los lastimaré porque ningún daño nos hemos hecho ¿o sí? Soy un Targaryen, así que puedo ser una bendición para ustedes, o una maldición. Es en ustedes que queda la decisión de cual camino yo debo tomar. De mi parte ya les he prometido el protegerlos en esta guerra, pero si me obligan a decidir por un bien mayor, lo haré como ahora. Por favor, no me haga probar mis convicciones, recuerde que después de todo, soy un dragón.

Regresó a la fortaleza con las llamas de su dragón extinguiéndose con todas las vidas de la turba que había atentado contra Pozo Dragón y la orden de que se cuidaran a los dragones, sin permiso a nadie más que a él. Un mensaje le esperaba, leyéndolo apenas bajó de Caraxes con Harwin esperando por su reacción, levantando la vista hacia él al terminar.

—Rocadragón, hay problemas, la princesa tiene unos jinetes... bastardos con sangre Targaryen que han montado dragones y combaten a mis Alfas.

—No tema, Su Gracia, no pueden compararse a la experiencia de los príncipes montando un dragón —Harwin bajó el volumen de su voz— Mis hijos pueden luchar sin problemas.

—Gracias, milord.

—Su Gracia —un guardia se les acercó— Lord Stark requiere de su presencia.

Fueron hacia la entrada norte, buscando entre las tiendas al Guardián del Norte. Cregan sonrió de solo ver el rostro de Aemond, que tomó para besarlo primero, luego entregándole en las manos otro mensaje. Los cuervos no paraban de volar, con malas noticias al parecer. El Omega abrió sus ojos de par en par, volviéndose a Harwin quien lo escoltaba, este inquietándose por su reacción.

—¿Qué sucede?

El lobo respondió. —Al parecer la Triarquía entró a Rocadragón, quizás por órdenes de Rhaenyra, se han llevado a los príncipes Aegon y Viserys. El príncipe Laenor ha dejado Harrenhal para volar hacia la isla esperando alcanzar el barco.

—¡Eso era! —gruñó el Omega, apretando sus párpados— ¡Maldita sea!

Harwin se quedó de una pieza, Laenor no estaba en condiciones para volar, era demasiado peligroso y era posible que fuese una trampa, pero no había manera ya de detenerlo. Solo podían confiar en que Rhaenys se enteraría también e iría en auxilio de su hijo consciente de su estado delicado. Aemond desesperó, cuando uno de los hombres de Cregan llegó corriendo a susurrarle algo a su señor, Lord Stark sujetó por un brazo a su Omega, inusualmente asustado.

—Aemond, el Valle entró a Harrenhal.

Tal noticia los desconcertó, ¿para qué atacar un castillo que ya no guardaba a nadie importante? El Señor de Harrenhal estaba ahí en Desembarco, Laenor ya no estaba más. Atacar al resto de los Strong era una locura pues no había un valor estratégico en hacerlo... hasta que Aemond entendió la expresión en Cregan, jadeando al palidecer.

—¡TENGO QUE IR!

—¡Espere, Su Gracia! —Harwin le detuvo— ¡Yo iré con usted, no puede ir solo! ¡Soy el Señor de Harrenhal después de todo!

—Pero...

—Aemond —Cregan le sonrió entre los nervios— Tienes mi palabra de que NADIE va a tomar la capital, cuando regreses, la encontrarás igual.

Con un beso apurado, se despidió del lobo, llevándose a Lord Strong consigo en Caraxes para volar a toda prisa rumbo a Harrenhal con el corazón latiéndole aprisa, queriendo llorar pero conteniendo las lágrimas que escurrieron por sus mejillas pálidas de todas formas porque su Alfa había tenido razón, no era para hacerse del castillo, sino para ir por una persona en especial. Rhaenyra no era una tonta y apenas estaba dándose cuenta de cuan bien informada estaba. El tiempo corrió demasiado lento para Aemond cruzando los cielos de las Tierras de la Corona y entrar a la Tierra de los Ríos, buscando desesperado con la mirada ese punto oscuro en lo alto.

—¡NO!

Humo rodeaba al castillo, banderines de ambos ejércitos se dejaban ver, destruidos, ensangrentados. Cuerpos desperdigados no todos enteros contaban la cruenta batalla que se había librado ahí, una veloz porque como ya se había percatado, nunca fue el objetivo el tomar Harrenhal. Aemond casi se cayó de Caraxes al descender, corriendo desquiciado en aquel campo de batalla con aroma a sangre, muerte, dolor y rencor. Vio a lo lejos a Alys Rivers curando las heridas de algún miembro de la casa, ella misma estaba golpeada y malherida. Sus pies continuaron a tropezones por el miedo al no sentir un vínculo.

—¡PAADREEEEEEEEEEEEEE!

Se detuvo en seco al ver colgado de un árbol el cuerpo de Ser Sotoros, meciéndose apenas con los cuervos pellizcando de su vientre desollado. Un frío se apoderó del Omega, sintiendo que le faltaba el aire al buscar con terror ahora, caminando despacio como si temiera que algún espectro le saliera al paso, temblando porque no lograba olfatear a su amado padre adoptivo. Tuvo que avanzar otro trecho, subiendo una colina para dar con más cadáveres. Una hoguera todavía ardía, era grande, la rueda de hierro montaba encima apenas estaba perdiendo ese rojo vivo al calentarse. Aemond cayó sobre sus rodillas.

—¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!

Ethola había sido amarrado a la rueda, desnudado, lo habían golpeado y herido, cortado sus cabellos y arrancado sus pechos. Una docena de lanzas atravesaban por entre sus piernas, abriéndolo por el medio. Y habían molido a piedrazos su cabeza, no estuvo seguro si todo al mismo tiempo que lo quemaron o fue antes. Aemond miró el suelo fangoso, lleno de ríos de sangre, pedazos de cuerpos, espadas olvidadas, caballos mutilados. Recordó una vez que corriendo por los escalones de piedra caliza se tropezó con sus pies y cayó, dándose de lleno contra la dura piedra. Un colmillo de leche salió volando y el labio se le abrió. Ethola no andaba lejos, estaba lavando sus ropitas que arrojó para ir corriendo a su lado, tomándolo en brazos, limpiando la herida y meciéndolo, viéndolo con ese amor que solo un Omega puede dar a un cachorro que no suyo pero que amó como si lo fuera.


"No llores más, papá está aquí"


Un grito se dejó escuchar en el Ojo de los Dioses, tan fuerte como desgarrador, seguido del chillido de Caraxes, un lamento tan agudo que las ventanas de Harrenhal explotaron. Alys se giró asombrada, como Harwin se quedó quieto, olfateando un cambio en aquel Omega que gritó lleno de dolor, rabia y una venganza que incluso él tuvo escalofríos. Ese lamento tendría eco a la distancia, pues cuatro Alfas rugieron, buscando sangre enemiga que derramar con mayor vehemencia, sin tener compasión pues su Omega no la quería más, atemorizando a sus oponentes al sentir su dominio con tal fiereza que incluso caballos y animales alrededor huyeron.

Hermana Oscura cortó los soportes, abriéndose paso en la hoguera, quitando la rueda y liberando los restos del cuerpo de Ethola de Lys para que Aemond pudiera sujetarlo entre sus brazos meciéndolo como un día lo hiciera con él, aullando en lamentos roncos con su dragón haciendo lo mismo. El Señor de Harrenhal tuvo que esperar a verlo más calmado para acercarse con cautela, tragando saliva al ver el cuerpo quemado que el Omega no deseaba soltar, acariciándolo entre sollozos, balbuceando palabras en Valyrio.

—Su Gracia... lo siento mucho.

Aemond pareció reaccionar, respingando y viendo a Harwin por encima de su hombro. Sus ojos ya no eran violetas sino rojo sangre. Con Ethola en brazos, se puso de pie, caminando hacia Caraxes que fue a encontrarlo, no fue necesario que le ordenara, en cuanto su jinete puso en el suelo aquel cuerpo tan castigado, lo envolvió en su fuego como un funeral Valyrio. Los hombres de Lord Strong ni siquiera pestañearon, el aroma de aquel Omega les inquietó, jamás habían olfateado algo similar, porque nunca habían conocido a un Omega Targaryen.


O bien, sí lo conocieron, solo que ya lo habían olvidado.


—¿Su Gracia? Milord, ¿a dónde...? ¡AEMOND!

Este montó en su dragón con una sola idea en mente, fue hacia el Valle, la venganza ardía cual fuego vivo en sus venas y no pararía hasta calmarla con una de las culpables. Una lluvia lo recibió, luego fuertes vientos. Aemond rugió, Caraxes escupió fuego valiéndose de las ventiscas para rodear el Nido de Águilas con llamas. Golpeó la montaña cercana, liberando gruesos trozos de roca maciza que rodaron hacia el castillo, derribando torres, muros, soldados. Fueron horas las que pasaron asediando de tal forma el lugar hasta que sus ocupantes no tuvieron más remedio que huir para sobrevivir al desastre cuando el fuego alimentado por los vientos comenzó a cobrarse vidas en el interior del castillo.

Ahí fue cuando vio a Lady Arryn, la regente del Valle y amiga de Rhaenyra Targaryen. La Alfa llevaba en brazos a su sucesor, un cachorro cuyo gritó la hizo detenerse en las escaleras, bajando a tiempo al niño cuando una garra de Caraxes la noqueó, tomándola sin cuidado para llevársela entre lamentos de su gente herida y demasiado alterada para defenderla. Nunca habían pensado que un día en verdad un dragón los atacaría, se habían mantenido casi intactos, pero ahora su amado hogar eran escombros ardientes con su regente secuestrada por un Omega cuyo aroma los hizo inclinar la cabeza, incluyendo a los Alfas.

Volvieron a Desembarco, Aemond buscó el Lecho de Pulgas, haciendo descender a su dragón cerca de la Calle de Seda. Docena de prostitutas, ladrones, enfermos, olvidados salieron a ver cuando un cuerpo rodó por unas tejas, cayendo al suelo lleno de orines y lodo. El Omega sonrió, señalando a Lady Jeyne Arryn.

—Disfrútenla. Es una Alfa virgen.

Al principio, hubo indecisión porque les pareció una orden extraña, pero ellos conocían al Omega, estaban de su lado. Pronto las miradas cambiaron de la duda a la determinación, una lujuria se dejó oler en ese callejón, manos que se aproximaron a la lastimada dama del Valle quien al verse rodeada, gritó, usando su dominio para asustarlos. Aemond rugió, su propio dominio Omega anuló el de la mujer. Fue un mendigo lleno de cicatrices y heridas con pus que tiró de una pierna de la Alfa, lamiendo su muslo al rasgarle el vestido. Las risas pronto vinieron, todo el grupo obedeció el silencioso comando del aroma Omega, lanzándose sobre Lady Arryn.

Sus gritos fueron música para Aemond, quien se quedó ahí con Caraxes atestiguando esa violación masiva, alentando con sus feromonas a que fueran hasta las últimas consecuencias. Todo fue usando para violentar aquel cuerpo fino y fuerte, penes erectos, puños llenos de mierda, palos encontrados por ahí e incluso hasta una rata muerta. Todo fue profanado, entre los llantos de la Alfa que pronto se convirtieron en jadeos ahogados por la sangre brotando de su garganta lastimada. El Omega sonrió por fin, hablando en Valyrio mientras el cuerpo de Lady Arryn se balanceaba en el aire entre manos toscas peleando por su turno.

Nunca debiste tocar algo que amo, pues así como amo de corazón, odio de corazón.

La Alfa gritó, se escuchó algo quebrarse, la multitud se volvió frenética, peleándose ya por un trozo de aquella fina carne perfumada, algo de cabellos e incluso dedos arrancados a mordidas. Pronto no quedó más que un amasijo irreconocible tirado en un charco de sangre y fango, con los demás suspirando complacidos, acariciando sus vientres o rostros al haberse dado un festín, retirándose entre reverencias a quien les había traído tan delicioso manjar.

—Mi rey —murmuró Mysaria, apareciendo por una esquina, hincando una rodilla.

—Envía un trozo de ella al Valle, que el nuevo Señor Arryn se decida. Todos los Arryn pasarán por lo mismo si no hincan la rodilla ante mí. Que entiendan que no iré por su ejército primero, sino por ellos así como lo acaban de atestiguar.

—Sí, Su Gracia.

Solo entonces fue que cierta calma vino al Omega, regresando a la fortaleza. Le sorprendió mucho ver que todos inclinaron su cabeza ante él apenas bajó. En buena medida había sido por Cregan Stark manteniendo el orden y amenazando a cualquiera que mostrara la mínima desobediencia, pero también a su propia persona, esa Sangre de Dragón vibrando con fuerza. Todavía llevaba los ojos rojos, no había notado el cambio en su aroma, ni lo haría. El comandante de la guardia real vino a él, hincando una rodilla e inclinando su cabeza.

—Milord, recibimos un cuervo. Rhaenyra Targaryen lo reta a un duelo.

—¿Por fin?

—Si no se presenta mañana antes del amanecer, asesinará a Laenor Velaryon.

Aemond rechinó sus dientes, apretando sus puños.

—Si la ramera quiere verme, allá iré.

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