Marcha triunfal


"Los únicos goces puros y sin mezcla de tristeza que le han sido dados sobre la tierra al hombre, son los goces de familia."

Giuseppe Mazzini.

"La paz y la armonía constituyen la mayor riqueza de la familia."

Benjamín Franklin.

"Una familia feliz no es sino un paraíso anticipado."

Sir John Bowring.



131 d. C.

Invernalia, Reino del Norte.



El viejo arciano terminó de ser decorado con todos esos papelitos grises que tenían las oraciones en honor a los dioses antiguos, con hileras de lámparas de aceite iluminando el árbol. Aemond sonrió a su hijo Ethola, quien terminaba de revisar concienzudamente todo el decorado, envuelto en su capa negra con el símbolo de los Stark en el broche de plata que sujetaba el cuello peludo. Se comportaba igual que su padre, entregado a los deberes, fiel a los principios y valores que se tenían en el Norte, amoroso con su familia. Un auténtico lobo, si de momento era lobezno, más el tiempo pasaba rápido y antes de que se diera cuenta, ya sería todo un Alfa.

—Madre, ¿lo apruebas?

—El experto aquí eres tú.

—Pero tú eres el rey.

Aemond rió apenas, acariciando los cabellos negros de su hijo. —Lo apruebo.

Tocaba turno a estar en Invernalia. Habían acordado que siempre sería por temporadas, el Omega pasaba un Celo con alguno de sus esposos, repartiendo equitativamente su atención a cada uno. Ahora estaba con Cregan, quien lo había recibido como siempre, con una comitiva, un festín y esa larga hilera de nuevos súbditos hincando su rodilla frente a él para jurarle lealtad como al heredero de Invernalia. Había dejado a Caraxes en la frontera, para que no sufriera por el frío, lo llamaría cuando fuese tiempo de partir. Ethola poseía su propio dragón, llamado Nevada, en color blanco con una cresta azul oscuro que vivía en las catacumbas donde la piedra lo mantenía a salvo del invierno porque aún era pequeño.

Regresaron al interior del castillo, donde Lord Stark los esperaba en la sala, sonriendo a su rey con una reverencia antes de besarlo como si no hubiera un mañana.

—Calma, milord —bromeó Aemond— Todavía me duelen mis caderas.

—Escucharlo solo aviva mis deseos.

—Padre —Ethola tironeó de su capa— Terminé con los arreglos.

—Bien hecho, hijo mío, podremos celebrar mañana a nuestros dioses.

Cargando a su cachorro, el Señor de Invernalia le tendió la mano que entrelazó, andando a paso lento hacia la recámara de ambos, para jugar un poco con su hijo antes de la cena. Ya estaban terminando con sus alimentos cuando uno de los guardias del muro alrededor les dio aviso de unos dragones sobrevolando el castillo. No se asustaron, pero sí se sorprendieron, en especial Aemond quien no pudo creer que sus otros Alfas hubieran tenido el atrevimiento de viajar tan lejos nada más porque seguramente no desearon pasar esas lunas sin su presencia. Al quedarse en el Norte, solía hacerlo más tiempo que los demás pues Cregan no tenía un dragón, no podía ir y venir como los otros a sus anchas, recompensando ese percance con una estadía más larga.

—¡Mis tíos! —Ethola, por otro lado, estaba encantado.

Sus cuatro hijos eran unidos, hacían muchas travesuras juntos, recibían reprimendas juntos. El Omega estaba aliviado de verlos así, llegado el tiempo en que se convirtieran en señores de sus respectivos reinos, serían unidos y eso era algo que anhelaba. Su lobo rió, mirándolo un poco antes de ofrecerle el brazo para andar, pues el vientre del Señor de los Siete Reinos volvía a estar abultado por un nuevo cachorro con sangre Stark.

—Yo no les pedí venir —aclaró a su Alfa.

—Como si necesitaran permiso para eso.

—Lo siento.

—No tienes por qué disculparte, no hay ofensa. Además, yo también los extrañaba.

Ethola ya gritaba de alegría cuando fueron hacia el exterior entre antorchas y lámparas iluminando el camino. Sunfyre, Vermax y Arrax caían igual que hojas secas sobre el suelo nevado, con sus jinetes y los cachorros de estos prendidos a las monturas. De todas formas, Aemond entrecerró los ojos con las manos en su cintura todavía presente, al momento en que esos tres Alfas descendieron de los lomos de sus dragones y liberaron primero con toda alevosía a los inquietos cachorros quienes se abalanzaron primero sobre Ethola entre gritos de felicidad, besuqueándose muy similar a como lo hacían sus padres entre sí. Los cuatro se pusieron de pie, todos lodosos corriendo hacia su madre a quien rodearon con abrazos calurosos.

—¡Mami!

—¡Mamá!

—¡Mami, mami!

—¡Ma!

—Creí haber dado una orden, ¿están desobedeciendo a su rey?

Cuatro pares de ojos se aguadaron, Lord Stark rió, besando la mejilla de su Omega y dando la bienvenida a los otros Alfas.

—Majestad, Príncipe Strong, Príncipe Velaryon, bienvenidos a Invernalia.

—Los cachorros extrañaban demasiado a su madre, era imposible verlos tan sufridos, por eso los trajimos —defendió Lucerys con una sonrisa descarada— Su Gracia.

Hincó una rodilla frente a Aemond, igual que lo hicieron Jacaerys y Aegon sin perder sus desvergonzadas sonrisas. Sus hijos imitaron, aun Ethola, todavía con sus ojitos llorosos por el regaño, sabiendo el efecto que tendría en el rey, quien solo rodó sus ojos, alzando una mano.

—Arriba, hace frío y es noche. Deben entrar, no sin antes saludarme apropiadamente.

El rostro del Omega se llenó de besos hasta que gruñó en fastidio, entrando ya de vuelta al castillo con todo el alboroto de los pequeños a su paso. No era tan malo, pero iba a desquitarse más adelante. De momento ya le dolían los pies, necesitaba un poco de descanso, así que luego de acompañar en la cena a sus Alfas, se retiró a dormir a solas. Su primer castigo a sus esposos por haber desobedecido su orden de quedarse en sus castillos cuidando a los principitos. Aunque eso de dormir a solas fue por un breve tiempo, unos piecitos sigilosos entraron, colándose debajo de las pieles para acurrucarse junto a él. Aemond sonrió, besando esas cabecitas siempre traviesas, permitiéndoles quedarse en su cama.

Para la mañana encontraría rostros adustos que ignoró con una sonrisa, desayunando con calma antes de comenzar los ritos de celebración. Si algo le gustaba al joven rey, eran las atenciones de sus Alfas, atentos a cualquier molestia o necesidad que tuviera, sobre todo al estar encinta. Lo protegían celosamente, hasta Aegon revisaba sus alimentos para cerciorarse de que estuvieran bien preparados o Jacaerys cataba todo lo que bebía. La noche llegó con la gente del Norte reuniéndose alrededor del viejo arciano para recitar los juramentos de obediencia y fidelidad a los dioses antiguos, las promesas de mantener viva la herencia de los Primeros Hombres y cuidar del reino vigilando siempre ese territorio.

La solemnidad dio paso a la celebración, música, baile y comida a manos llenas ahí junto al arciano, Aemond solamente observando y alzando su copa, moverse tanto no era ya para él en esos momentos. Rió con sus cachorros todos unos coquetos buscando niñas con quienes bailar, teniendo varias parejas. Sintió la mirada de sus Alfas, riendo para sus adentros. Oh, no. Cregan lo había tomado días anteriores, sus caderas aún no se recuperaban del vigor de su lobo. Pero eso no significaba que no pudieran tener diversión. Al terminar todo, los llamó a sus aposentos una vez que las nodrizas llevaron a sus hijos a sus camas, queriendo carcajearse al olfatear el deseo de sus cuatro parejas con todo y su vientre abultado.

—Yo no tengo ganas, estoy cansado —apretó sus labios para no reírse al ver esas caras largas— Entre ustedes, su rey se los ordena.

—¿Qué? —Lucerys parpadeó.

—Deseo ver a mis Alfas follarse entre sí, ¿así o más claro?

Ya lo habían hecho antes, no era la primera vez. Eso fue en Marcaderiva una noche de copas con los cinco ebrios, repitiéndolo otras veces en Harrenhal o en Antigua por locura de su consorte real. Aemond se recostó en la cabecera de la cama, cruzando brazos y estirando piernas esperando por su entretenimiento. Hubo un silencio divertido, luego unas sonrisas pícaras entre reverencias. La ropa de sus esposos fue desapareciendo, sus feromonas quedaron libres al tener su piel desnuda, ya excitados para su complacencia.

—Adelante —consintió con una sonrisa, mordiéndose un labio.

Era todo una visión verlos comerse a besos, esos gruñidos de Alfas con manos toscas recorriendo sus cuerpos, masturbándose, probando entre sus nalgas. Le gustaba mucho ver cómo Cregan dominaba a Jacaerys, por ejemplo, siempre lo hacía gritar, que eso le salía estupendo. Igual que Aegon sometía a Lucerys, estampándolo contra la pared donde casi parecía que iba a dejarlo pegado. El Omega jadeó, acariciándose sobre su camisón al verlos, eran divinos, todos suyos, amándose entre sí. A varios lores todavía les escandalizaba el que tuviese su harén, que sus esposos mantuvieran tan buena cordialidad entre ellos siendo Alfas, pero no sabían el secreto, no existía preferencias ni tampoco nadie quedaba excluido.

—Alfas...

No se pudo contener, después de todo, era demasiado verlos así, sudorosos, esos cuerpos de músculos firmes formando un todo, con miembros que sabía eran la gloria. Tendría que permanecer en cama los días siguientes, rodeado de cachorros y parejas procurándolo, pero valdría la pena, sin duda para Aemond, su mayor tesoro era que tenía una hermosa familia. Sí, a veces discutían o tenían pequeñas peleas dejándose de hablar un tiempo, más eran solo nubes pasajeras. Habían atravesado por mucho y peleado casi hasta la muerte, sabían apreciar lo que era importante.

—¿Ya has pensado cómo se llamará? —quiso saber Aegon, todos ellos sentados con la espalda apoyada en el arciano.

—No, es algo que le corresponde al Señor del Norte.

—Conociéndolo le pondrá Copo de Nieve —bromeó Jacaerys.

—Sí se me ocurrió, pero es largo —sonrió Cregan.

—Debe ser un nombre lindo —opinó Lucerys— Porque me parece será Omega.

—¿Ah? ¿Y cómo lo sabes?

—Tan solo tengo esa corazonada.

—Eso lo debería intuir su padre.

—De cierta forma también lo soy.

—Oh, no comiencen esa conversación —Aegon rodó sus ojos— ¡Daemon! ¡Escupe eso!

—Sí mis hijos se enferman, no habrá nada por las noches ni en los días ni en cualquier otro momento.

Cuatro Alfas se levantaron al acto para detener a sus respectivos hijos. Aemond sonrió, acariciando su vientre, mirando a su familia con ojos vidriosos. Era muy feliz, tanto que a veces todavía creía que estaba en Lys, hecho ovillo dentro de un cajón de madera quitándose piojos y pulgas. Poniente se hallaba en paz, prosperando gracias a los consejos y soporte de sus esposos, manteniendo unido esos reinos. A veces pensaba qué iría a suceder una vez que su vida terminara sus días en la tierra, si alguien recordaría su nombre entre los reyes Targaryen o siquiera lo mencionarían. Él había borrado todo rastro de Rhaenyra, acaso unos vestigios quedarían, como la Usurpadora, y se preguntaba si al morir le darían el mismo tratamiento por ser Omega.

Una hoja roja de arciano cayó sobre sus manos descansando en su regazo, Aemond la tomó, extrañado de que fuese tan atinada la caída, levantando los ojos hacia el árbol, luego devolviéndolos hacia la hoja, examinándola de cerca. Vio sus formas, esas líneas marcadas que pasaban al otro lado, como el resto de las hojas en las ramas blancas. De alguna forma, escuchó en su mente que igual que esas marcas, su legado permanecería, su sangre viviría en sus hijos y estos nunca olvidarían todo lo que hizo para ellos. El Omega sonrió, asintiendo para sí, su mano elevando la hoja hacia el tronco del árbol sagrado.

—Gracias.

La dejó a un lado, pujando un poco al ponerse de pie. Muy pronto ya no podría ni hacer eso, menos si tenía cuatro hambrientos esposos detrás de su trasero. Suspirando hondo, Aemond sonrió, acomodando su corona y caminando hacia ese grupito para poner orden. A veces era más fácil resolver un asunto en el Trono de Hierro que calmar ocho Alfas al mismo tiempo. Pero si le preguntaban, no los cambiaría por nada.


F I N

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Gracias muchas infinitas por haberme leído, gracias gracias gracias!!

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