La celebración
"Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate."
Thomas Carlyle.
"Sólo triunfa en el mundo quien se levanta y busca a las circunstancias y las crea si no las encuentra."
George Bernard Shaw.
"Para el logro del triunfo siempre ha sido indispensable pasar por la senda de los sacrificios."
Simón Bolívar.
125 d. C.
Fortaleza Roja, Desembarco del Rey.
El aroma de cuatro Alfas excitados bastó para que la humedad entre las piernas de Aemond corriera como si fuese agua, tenía que ver también el regalo de Mysaria. Se tocó, acariciándose frente a ellos con suaves jadeos al ir deslizando sus dedos por su cuello con sus Marcas, a sus rosados pezones que endurecieron, su vientre liso y terminando en un miembro que comenzaba a estar excitado, masturbándose para esos ojos hambrientos que enrojecieron al acto, sus feromonas comenzando a pelear por cuál era más dominante. Aemond liberó las suyas, controlando el ambiente, que fuera él a quien olfatearan.
—Alfas... —llamó con un gemido.
Sus esposos entendieron, dejando la inicial pelea para desnudarse, hambrientos, deseos, salivando de solo ver su cuerpo dispuesto para ser tomado. Tenía un rato que no había estado con ninguno, los extrañaba a todos. El Omega se sentó sobre sus rodillas, alcanzando a Cregan, merecía ser el primero en tocarlo por ser quien más tiempo estuviera lejos de él, tirando de su brazo para besarlo, correspondido con creces y pasión, sintiendo las manos del lobo recorrer su cuerpo de forma posesiva, igual que su boca que abandonó sus labios buscando ir donde sus manos habían tocado. Aemond jadeó, buscando con la mirada a los otros tres, atrayéndolos con su aroma mientras acariciaba la espalda del Señor del Norte.
Un capullo lleno de calidez y deseo lo envolvió, protegiéndolo igual que ansiando tocarlo. Aemond les sonrió, asintiendo a ese breve pero noble gesto de solicitar su permiso, él sujetando por la nuca a Aegon en un beso fogoso, enredando sus lenguas. Cuatro pares de manos tocaron su cuerpo, pellizcando, explorando lo que ya conocían. Se separó de su príncipe al sentir un mordisco en uno de sus erectos pezones, bajando la mirada hacia Lucerys, el culpable quien le sonrió, lamiendo alrededor de la sensible aureola. Le sonrió, acariciando sus cabellos, dejando que los demás hicieran lo mismo con su hombro, espalda, vientre, hombro.
El aroma de su humedad los atrajo, una mano de Jacaerys resbaló por entre sus nalgas, probando un poco de él, otra mano de Aegon fue a su entrepierna, masajeando su saco, tirando un poco de su erección que goteó igual que lo hacía de su agujero. Vinieron más besos, de pronto sus labios fueron capturados por otros con un sabor distintivo, dejando un hilo de saliva en su mentón, una mirada nublada en el Omega quien ansió algo, alcanzando el miembro de Cregan al inclinarse, dejando a la vista su trasero al tiempo que devoró ansioso al lobo. El mensaje fue recibido, dedos y lenguas recorrieron sus nalgas y entre ellas, haciéndolo gemir con la boca llena de un pene endureciendo con su lengua al saborearlo.
Cregan lo detuvo, tomando su rostro para besarlo, con ese sabor entre sus lenguas, arrojándolo a la cama con una sonrisa leonina. Dos erecciones se acercaron a su rostro, dándoles la bienvenida con su lengua, abriendo sus piernas para que lo siguieran explorando. La boca de Aegon fue quien le comió primero, lamiendo esa miel escurriendo en su lengua, mordisqueando apenas la piel alrededor, otra boca más engulló su miembro. Aemond cerró sus ojos, sus manos apretaron esos dos órganos, alternándolos al chuparlos, succionarlos con fuerza. Un gruñido le advirtió que recibiría su premio, apurándose a tragar cuando Jacaerys se corrió, casi enseguida también lo hizo su hermano Lucerys, manchando un poco sus mejillas con el semen de ambos al gritar porque los imitó, sus caderas temblaron al hacerlo.
Los necesitaba, su aroma lo gritó, no hicieron falta palabras, no podía más. Una de sus piernas se enredó en la cadera del lobo, este se acomodó, enterrándose de lleno en su interior estrecho y que pulsó al tener al fin lo que tanto pedía su vientre. El Omega se arqueó, buscando con sus manos a sus otros Alfas, pidiendo más de sus manos y lenguas reclamando el resto de su cuerpo mientras Cregan comenzaba a embestirlo, estirando sus paredes interiores al hacerlo, rozando ese pequeño punto de vez en cuando entre gemidos, quejidos o jadeos más y más apurados de Aemond, acompañados de los gruñidos de sus esposos, bien envueltos en un capullo de feromonas Alfa.
Pidió el miembro de Aegon, tragándolo más que otra cosa porque los martilleos de Cregan hicieron que su excitación fuera mayor, dos bocas prendidas a sus pezones no ayudaron a disminuir la necesidad casi de muerte por sentirlos a todos. Una mano de Aegon se enredó en sus cabellos al sentirse terminar, su garganta recibió aquel chorro tibio, tosiendo un poco pues el vaivén de su cuerpo no le dejó beberlo todo. Sus Alfas también lo habían necesitado, luego de unos empujones más su lobo dejó su semilla entre espasmos, pero sin tomar un descanso porque fue el turno de Lucerys, quien alcanzó sus brazos para sentarlo en su regazo con una estocada profunda que le ganó un grito de Aemond, casi viendo estrellas al caer sobre su erección.
Quiso más, todavía más, que su vientre fuese a reventar de los cuatro y no sentir sus piernas por días, fue un pensamiento guiado por la lujuria, las ansias que tiraron de una mano de Aegon, arañando su pecho al bajar a su entrepierna y deleitarse con un pene que volvía a estar erecto, guiándolo hacia su espalda con una mirada que dejó claro su petición. Jacaerys mordió uno de sus hombros, Cregan lamió su costado, acariciando sus piernas moviéndose al compás de las caderas de Lucerys. El Omega cerró sus ojos, dejando caer su cabeza hacia atrás con los cabellos meciéndose, encontrando donde apoyarse cuando Aegon se acomodó, mordiendo una de sus orejas, separando más sus nalgas.
—Mío —le escuchó gruñir en Valyrio.
Ardió al principio, pero los labios de Lucerys sobre su Marca le hicieron relajarse pronto, aceptando ambos miembros que se deslizaron suavemente, mientras dos Alfas a sus costados lo entretenían con sus caricias, haciéndolo jadear y pronto disfrutando de la sensación que trajo más placer una vez que pudo sincronizarse con Aegon y Lucerys, moviéndose pausadamente con ellos, dejando el resto en manos de Jacaerys y Cregan, dejando mordidas en su piel. Las penetraciones aceleraron un poco, aquel punto de placer en su interior fue aplastado, gritando los nombres de sus esposos al creer que explotaría en éxtasis, aferrándose a los hombros frente a él por el orgasmo naciendo en su vientre y recorriendo el resto de su persona.
Aemond respiró agitado, empapado de sudor, liberando más feromonas porque estaba insatisfecho todavía, sus ojos buscando los de Jacaerys como los de Cregan, quien asintió, tumbándose boca arriba mientras los otros tres lo ayudaban a sentarse en sus caderas, besándolos, lamiendo el pecho de su lobo, dejando que unos dedos traviesos le estimularan, entrando y saliendo con un sonido de chapoteo por su agujero derramando parte del semen que había recibido junto a la humedad que escurría por entre sus piernas hacia las sábanas revueltas.
Casi con un quejido desesperado, se acomodó para recibir de nuevo a Cregan, rodando sus ojos al estar sobre estimulado, apretando esa erección y moviendo sus caderas, una señal para Jacaerys, quien se posicionó detrás, guiando la punta de su miembro duro a su entrada que exhibió al inclinarse sobre el cuerpo de su lobo, exponiendo ese anillo rosado e hinchado. Jacaerys gruñó, entrando con cierta resistencia, esa pasajera punzada por sus paredes estirándose y apretando ambos penes una vez que estuvo bien adentro, besando su nuca, con sus manos acariciando su torso, permitiendo que se acostumbrara a ellos.
Jaló aire un par de veces, luego asintiendo con la cabeza apoyada en el hombro del joven príncipe, comenzando a moverse, todo ese tiempo no fue descuidado por Lucerys ni Aegon, uno masturbándolo lento, otro entretenido mordiendo en cuanta piel alcanzara. Las caderas de Cregan subieron, enterrándose otro poco igual que lo hizo Jacaerys, alternando sus entradas y salidas hasta que el Omega estaba prácticamente gritando, arañando no supo a quién, buscando labios que tampoco ya no pudo reconocer demasiado embriagado de placer, apretando con sus músculos esos miembros que palpitaron, rogando entre gemidos roncos que lo llenaran.
Con ellos dos fue un vaivén más rápido, un tanto brusco, pero sin que lo lastimaran, todo lo contrario. Aemond se arqueó contra la espalda de Jacaerys, lanzando un grito cuando no pudo más, estremeciéndose entre briconteos para venirse en una boca. Siendo sujeto por el príncipe y luego gimiendo cuando su vientre se hinchó al ser repleto por más dulce y tibia semilla entre espasmos d los otros, sus gruñidos posesivos con el sonido de cuerpos empapados de sudor chocando entre sí hasta que por fin se quedaron quietos. Unos brazos le levantaron con cuidado, para que no se resintiera, cayendo a la cama entre cuatro Alfas que lo mimaron mientras el temblor que le dominaba iba calmándose igual que su respiración.
Descansaron un poco, el Omega apenas siendo consciente de que todavía no terminaban y claro que no había sido así. Lo habían complacido llenando su vientre pero no lo habían anudado. Todavía necesitaba sentir el Nudo de cada uno para estar del todo satisfecho. Una vez que las energías de Aemond volvieron, gracias a Mysaria porque no hubiera podido de otra forma, es que comenzaron nuevos besos, más caricias, enredados ya en brazos y piernas. Eso le encantó, de pronto ya no distinguir si estaba tirando de los cabellos de Aegon o de los de Cregan, si esa boca era de Lucerys o de su hermano mayor, quien le había mordido de nuevo en un pezón o qué dedos estaban jugando en su interior que escurría fluidos.
Fue Aegon quien lo hizo primero, poniéndolo sobre rodillas y palmas con un martilleo furioso hasta que su Nudo quedó atrapado entre sus paredes, Aemond ahogando sus sonidos con alguna erección que acercó a su rostro, ronroneando por la exquisita sensación de estar unido así a su esposo, recibiendo muchos besos en su espalda curveada, en su nuca. Luego fue Lucerys, aunque este deseó tenerlo tumbado boca arriba con sus piernas sobre los hombros de su príncipe, sin poder controlar los temblores que le invadieron al ser embestido de igual forma, sin duda cada uno queriendo dejar huella en su vientre, anudándolo con un rugido y manos apretando sus caderas lo suficiente para dejar unas marcas para el día siguiente.
Cregan fue el siguiente, al verlo un poco agotado ya, solo lo recostó en su costado, dejando expuesto su trasero al levantar una pierna para que los demás probaran de su humedad y también parte de ellos. Aemond apretó sus párpados, sujetándose de brazos cuyas manos lo acariciaron, murmurando algo en Valyrio, luego suplicando por el Nudo que no tardó, estremeciéndose con sus pies encogiéndose al tener otro orgasmo. Sus cabellos ya eran un desastre, mojados, a veces cepillados o besados, esparciéndose en la cama o bailando al aire. Jacaerys casi dobló su cuerpo, separando sus piernas al penetrarle queriendo ver esa parte donde su miembro se hundía sin cesar entre los aullidos de su Omega.
Para cuando el príncipe lo anudó, Aemond apenas si estaba ya consciente, alcanzando a ronronear otro poco, su aroma era de dicha hacia sus Alfas que lo rodearon, susurrándole palabras cariñosas que lo invitaron a dormir. No se negó porque ya no pudo más, era como un muñeco entre sus cuatro esposos, sonriendo apenas y luego perdiéndose en el mundo de los sueños por varias horas hasta que el hambre más que otra cosa, lo despertó. Se sorprendió de encontrar bandejas listas para alimentarlo, poniéndose mimoso al abrir su boca, sin levantar una mano, recibiendo de manos de sus parejas trocitos de pan, carne, fruta y vino fresco.
—¿Hemos cumplido, Su Gracia?
—No —respondió el Omega con un puchero juguetón, sintiendo la garganta algo adolorida.
Estuvieron un par de días encerrados, siendo reclamado por cada uno de sus Alfas, saludando a un nuevo día lleno de mordidas, huellas de manos, colmillos y marcas por todo el cuerpo que además sintió muy flojo. Fue verdad que no pudo levantarse, alguno de sus esposos tuvo que cargarlo para darse un merecidísimo baño, quedando recostado en una cama limpia con más comida para él, mientras recibía a su Lord Mano quien hizo un tremendo esfuerzo por no demostrar lo asombrado que estaba de haber sobrevivido al encuentro de cuatro Alfas, informándole sobre sus primeros deberes para su reino.
—De acuerdo, comencemos —asintió Aemond.
Había mucho por hacer, por más que hubiera quedado encantado con la experiencia, anhelando ya la noche en que pudiera repetirse, pues era obvio que una vez que todo estuviera calmado, cada uno de sus esposos tendría que partir a sus respectivas tierras para servirle gobernando y protegiendo esos territorios. Repitió el encuentro una luna más adelante, aunque en el intermedio hizo travesuras con cada uno al punto de escandalizar a la servidumbre cuando los encontraban muy entretenidos en sus cuerpos. Sus consejos además de sus caricias ayudaron a que la mala impresión de la guerra fuera desapareciendo de la mente de sus súbditos.
—Hay algo que debemos hablar —un día sentó a sus cuatro esposos en su salón privado— Porque saben que no es mi voluntad que alguno de ustedes sea menos atentado.
—¿Qué sucede? —inquirió Aegon.
—El Norte no puede estar tanto tiempo sin su señor, así que Cregan debe partir ya. Iré con él.
—¿Qué? —Lucerys y Jacaerys se sorprendieron.
—Sabes que no es necesario —aclaró el lobo.
—Lo es, porque de los cuatro, eres el único que no posee un dragón y siento injusto que dadas las distancias no podamos vernos tan seguido como sería con los demás.
—¿Cuánto tiempo piensas estar?
—El invierno, Aegon.
—Puede ser una estación cada uno —señaló Jacaerys— Con un receso cuando tus deberes te impidan salir de la fortaleza, creo que todos estamos de acuerdo en que podemos esperar. No es que estés obligado a estar con cada uno sin descanso. Es injusto.
Esas palabras lo hicieron sonreír. —Gracias, sé que será así, pero hablarlo es para mí importante, me hace sentir que somos claros y no hay mentiras. Son mis Alfas, mis esposos, los pilares de este reinado que no prosperará sin ustedes.
—Creo que igual puede suceder con tus Celos —Lucerys habló, viendo a todos— No estés forzado, sería mucho trabajo, debes alternar el peso de la corona con los cachorros.
—Si puedo opinar, diría que si acaso quien necesita un heredero bien merecido es Cregan.
—Aegon, muy amable —el Señor de Invernalia inclinó su cabeza al Rey Consorte.
—Coincido, debe haber más lobitos, los demás no tenemos prisa.
Aemond miró a Lucerys al decir aquello, estando de acuerdo y más tranquilo por ese tema. Si por él fuera, tendría cuatro cachorros al mismo tiempo, pero era imposible como peligroso. No se arriesgaría así luego de haber luchado tanto. Los llamó a sus brazos, besando sus labios y acariciando sus rostros. Aunque si bien eso acordaron, lo chistoso fue que en la práctica no resultó del todo de esa forma. El primer invierno con Cregan si fue a solas con el Guardián del Norte, pasando su Celo con él y siendo bendecido al lograr concebir el heredero de Invernalia. Se llevó una grata sorpresa porque su vientre mostró una suerte de marca, la piel alrededor de su ombligo pareció ser delineada por una figura, un huargo.
Ese primer cachorro, que nació en el verano siguiente, fue llamado Ethola. Ethola Stark. Un bebé Alfa rodeado de mucho amor, un número generoso de brazos que pelearon por cargarlo y sonrisas que prometieron cuidarlo. Después vino otro cachorro igualmente Alfa, de Aegon, al que llamaron Daemon, su madre llorando al escuchar el nombre que su esposo había reservado luego de verle ese vientre con una nueva marca, un dragón de tres cabezas. Ese pequeño nació en la primavera, con las campanas de Desembarco tañendo todo el día en honor al heredero del Trono de Hierro.
Luego nació Laenys, el hijo Alfa de Lucerys, recibiendo un tremendo festín en Marcaderiva con una hilera de regalos larga como el horizonte. En esa ocasión, Aemond mostraría una marca en su vientre que era más bien de los Strong, pero no hubo problema por ello, dado que lo había legitimado para ser hijo de Laenor y así recibir su herencia. De todas formas, cuando se fue conociendo la verdad, hasta Lord Vaemond apoyó el reclamo de Lucerys, afirmando que solo un auténtico Velaryon habría defendido así su casa y soportado tanto.
Por último pero no menos importante, fue el cachorro de Jacaerys, un tierno Alfa de nombre Aenys, nacido en otoño y siendo presentado al castillo de Harrenhal para recibir su protección. Cuatro cachorros Alfas de cuatro parejas Alfas, varios Maestres afirmaron que esa era la prueba indiscutible que la casta Omega de la Casa Targaryen estaba bendecida por los dioses antiguos y nuevos, pues solamente una Sangre de Dragón habría de conceder tan buenos herederos sin fallar en igualar a sus padres.
Aemond no supo si fue verdad, para él, que nacieran sanos y fuesen felices era todo lo que iba a importarle, llenándolos de cariño, enseñándoles a usar la espada, o controlar sus dragones, porque cada uno recibió su propio huevo que eclosionó sin problemas. El Omega no podía estar más feliz al sentarlos a sus pies en el trono mientras escuchaba a sus súbditos, cada uno de sus cachorros dignos herederos de sus Alfas. Ethola con sus cabellos negros como la noche, Daemon con sus cabellos platinados igual que Laenys, mientras que Aenys con sus mechones castaños ondulados.
Con la corona en la cabeza, el reino al fin en paz y las casas jurándole lealtad, Aemond se tomó un momento para honrar a su madre, erigiendo una estatua junto a las tumbas de los ancestros Targaryen, un altar bajo sus pies donde siempre colocaría florecitas salvajes, como lo hacía cuando Daemon vivía y él intentaba alegrarlo con sus regalos inocentes. Y a su lado, sentado, estaba una estatua de Ethola de Lys, a quien siempre dejaba frutas y dulces.
—Madre, padre, bendíganme y protéjanme. Lo he conseguido, nadie difama sus nombres, no hay usurpadoras ni traidoras. Yo estoy lleno de amor, tengo cuatro Alfas y cuatro cachorros ahora. Soy el Señor de los Siete Reinos, el primer Omega en el Trono de Hierro. Pero cuando estoy frente a ustedes, no soy nada de eso, no hay títulos ni glorias, porque eso les pertenece a ustedes que dieron la vida por mí. Por favor, iluminen mi alma y mi corazón para que nunca me falte la luz que señale la senda que he de recorrer y así ser digno de un día reunirme con ustedes, no como un rey, o un guerrero, sino como Aemond, su hijo, el primero de su nombre.
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