Fuego en el cielo


"Cualquier muchacho de escuela puede amar como un loco. Pero odiar, amigo mío, odiar es un arte."

Ogden Nash.

"El odio es la venganza de un cobarde intimidado."

George Bernard Shaw.

"Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga."

Victor Hugo.


125 d. C.

Rocadragón, Tierras de la Corona.


Que Rhaenyra jugara sucio no le sorprendió ni un poco a Aemond, ella quería sacarlo de Desembarco para tomar la capital, era imprescindible en sus planes, solo que Cregan Stark era un tema con sus lobos formando una muralla humana impenetrable que no cedería así perdieran sus cabezas. Si acaso le dio una sorpresa fue con Aegon y el Dominio, pues jamás supuso que ellos le darían la espalda, reforzando el cerco alrededor una vez que llegaron, apoyados por Helaena y Daeron quienes se quedaron apoyando al Señor del Norte mientras Aegon volaba hacia Rocadragón para alcanzarlo mientras él ya daba vueltas alrededor de la isla en lo alto, usando las nubes para impedir que un aguijón pudiera dañar a su dragón.

Arriba encontró a Meleys con Rhaenys haciéndole señas, la Señora de Marcaderiva quería pelear también, rescatar a su hijo, abriéndole paso si entendió bien sus gestos apurados en tanto alcanzaban la isla. Esperaron a que amaneciera, para que Vermax, Arrax y Sunfyre se unieran en el difícil combate por venir. Todos los dragones contra Vermithor, Silverwing, Sheepstealer y Gray Ghost, quienes tenían por jinetes a esas Semillas de Dragón. Cuando escucharon un último rugido, de Syrax, es que Aemond llevó a Caraxes en picada hacia la isla, llamando la atención de Rhaenyra y el resto de los jinetes buscando que fueran tras él, alejarlos para que pudieran liberar a Laenor.

Desde la isla salieron aguijones que evadió al volar casi al ras de la playa, donde las ballestas no tenían alcance y lanzando fuego desde ahí. Vermax quemó unos barcos de la Triarquía defendiendo una entrada. Pronto todos los dragones iban y venían por el cielo, la playa y sobre la isla, impidiendo que se usaran más de los aguijones por temor a lastimar a uno del bando de Rhaenyra. No podían tocar el castillo, sin lograr ver a Seasmoke por ningún lado. Eso no le gustó al Omega, porque le pareció que había una nueva trampa en aquellos movimientos. Otros dragones salieron volando de sus cuevas, azuzados por los cuidadores no para atacarlos, entorpeciendo el vuelo, confundiéndose con los demás.

Aemond fue a las cuevas, quemando a los cuidadores, tuvo un mal presentimiento que fue confirmado al encontrar el cadáver de Seasmoke, o lo que quedaba de él luego de ser devorado. Cerró sus ojos por unos segundos, respirando hondo. Estaban cuidando el castillo, pero no tan ferozmente como había esperado, lo cual significaba que ahí no estaba Laenor. No había nadie ya dentro, se habían robado a los cachorros, su madre debió desesperar y acercarse demasiado. Abrió sus ojos, entendiendo y buscando a Syrax que estaba más alejada del resto. Ordenó a Caraxes seguirla, su jinete, al contrario del resto, estaba usando una larga capa.

Debajo, llevaba amarrado a Laenor.

Aemond sintió una indignación tal, que no se percató de Meleys aproximándose, los dos dragones casi chocaron al ir tras Syrax, la dragona desapareciendo velozmente entre las nubes, alejándose a toda velocidad de Rocadragón sin que atinaran el rumbo porque tanto Rhaenys como él no pudieron seguirla al perder momentáneamente el control, recuperándolo ya cuando no había rastro de ellas en el cielo. Los demás no pudieron ayudar, demasiado enfrascados en las batallas con los demás dragones. Aemond maldijo para sí mismo, pensando rápidamente en dónde pudo haberse ido Rhaenyra con Laenor como prisionero y con qué intenciones.

—¡Maldita sea! —gritó, agitando un brazo a Lady Velaryon para que lo siguiera.

Claro, si ella estaba al tanto de sus movimientos, solo había un sitio a donde volar con el hijo de Rhaenys como cebo. Harrenhal. Los dos dragones salieron despedidos cual flechas por entre las nubes, rumbo a la Tierra de los Ríos buscando alcanzarla antes de que fuera demasiado tarde. El ejército de Harwin había sido diezmado por el del Valle, de momento estaban buscando recuperarse, el ataque de un dragón como Syrax iba a ser más grave, sobre todo porque Lord Strong no cometería el mismo error dos veces, nunca alzaría aguijones viendo que Laenor estaba con la princesa. Aemond pensó en todo ello, con el viento golpeando su rostro, entrecerrando sus ojos.

Meleys era más veloz, adelantándose con esa premura que solo una madre desesperada podría tener. Fue una carrera contra reloj, escuchando ya gritos y el aroma de fuego llegando a sus olfatos. No había pensado mal la táctica de Rhaenyra, apenas Harwin percibió el aroma de Laenor, ordenó a sus hombres no lastimar a Syrax, dejándolos vulnerables a sus ataques con la risa de la princesa haciendo eco en el aire a modo de burla hasta que Meleys fue a enfrentarla o mejor dicho, perseguirla nada más. ¿Cómo atacarla sin lastimar a Laenor? El Omega comenzó a desesperar, buscando una forma de quitarle al príncipe, tan solo eso y la iba a destrozar lentamente, pero necesitaba rescatar al otro Omega.

La rodearon, volando a sus costados, sin poder hacer más que obligarla a descender. Por un momento, así pareció, con Rhaenyra soltando las riendas para girarse peligrosamente y tomar a Laenor quien lucía inconsciente. Aemond abrió sus ojos de par en par cuando vio una daga en manos de la princesa, clavándola en un costado de su consorte antes de dejarlo caer sobre el lago cuando pasaron debajo, arrojando el cuerpo al fondo. Harwin gritó con todas sus fuerzas, soltando escudo y espada para ir al rescate de su amado Omega al tiempo que Rhaenys rugió furiosa, lanzándose contra Syrax de lleno sin escuchar a Aemond advirtiéndole no hacerlo, a tan baja altura con semejante velocidad era una imprudencia, por algo se mantenía más alto con Caraxes.

—¡No, Alteza! ¡Alteza!

Syrax era más pequeña, por lo tanto le fue sencillo girarse de golpe justo cuando las fauces de Meleys iban a pescarla de un ala. La Reina Roja se estrelló contra la orilla del lago entre rocas y algunos árboles con Rhaenys atorada en la montura. Aemond vio la oportunidad, lanzando fuego contra Rhaenyra, quien repitió el movimiento, haciendo que su dragona se elevara en lo alto rumbo a una colina alta por donde desaparecer, siendo perseguida de cerca por Caraxes. Un silbido pasó cerca del rostro del Omega, frenando a tiempo a su dragón cuando un aguijón pasó cerca de su hocico, salvándolo, no del tercero que se enterró cerca del nacimiento de su ala con el chillido de Caraxes, lanzándose sobre los hombres disfrazados con armaduras de Harrenhal que manejaban las ballestas.

—¡DRACARYS! —bramó Aemond, iracundo.

Subestimar a Rhaenyra era un error colosal, cuando Aemond reaccionó, la princesa había vuelto al lago, donde Harwin salía con Laenor en brazos, buscando que respirara. Calculó la distancia con un nudo en la garganta, por más que volaran aprisa no llegarían, pero aun así lo intentó, viendo cuando Syrax abrió sus fauces, lanzando fuego sobre la pareja que fue protegida por Meleys y Rhaenys malheridas, interponiéndose con sus cuerpos. No fue posible salvarlas, las heridas abiertas del cuerpo de ambas permitieron que el fuego las consumiera más rápido, siendo un muro viviente entre Rhaenyra y la pareja. Una valiente Alys Rivers corrió a ellos, tirando de ambos para sacarlos de ahí antes de que el fuego los alcanzara.

No hubo tiempo para llantos ni condolencias. Como si fuera una catapulta, Syrax saltó a tiempo de las garras de Caraxes, iniciando una nueva persecución sin tiempo para ver por Rhaenys o Meleys. No iba a permitir que se le escapara. Estaba burlándose de él y eso Aemond no se lo iba a consentir, yendo tras la dragona y su jinete, pareciendo que iban hacia Desembarco. Si bien no tenían un vuelo veloz, por su tamaño, Syrax era capaz de hacer cambios bruscos en su dirección, salvándose de las mordidas o el fuego que le lanzó, acercándose hacia la capital cuando de nuevo dio un giro, rozando las copas de los árboles que salieron despedidas mientras torcía hacia la playa.

Esta vez no le perdió de vista, comenzando ese juego del gato y el ratón en el cielo, siendo prudente en no exigir mucho de Caraxes, o lo agotaría como sospechó Rhaenyra estaba esperando. Se elevaron hacia las nubes una vez más, buscándose mutuamente, lanzándose fuego que no alcanzó a ninguno de los dragones. La risa de la princesa lo irritó demasiado, rechinando los dientes mientras cazaba la sombra de Syrax entre las nubes. Pronto vinieron empujones, la dragona se estrelló contra el costado de Caraxes donde llevaba el aguijón clavado, enterrándolo otro poco.

¡Abajo, Caraxes!

Un ataque más y le rompería el ala, prefirió que descendieran en la playa, siendo imitados por la princesa, ella dejando a Syrax con espada en mano al bajar. Aemond tomó a Hermana Oscura, decidido a quitarle la cabeza a la Alfa quien usó su dominio contra él, imponiendo su feromonas sin efecto porque al estar vinculado no con uno, sino con cuatro Alfas, estaba por demás protegido de caer bajo el influjo de un aroma que además odiaba por sobre todas las cosas. Alzó en lo alto su espada, comenzando una pelea reflejada también en sus dragones, lanzándose mordiscos al enfrentarse no lejos de ellos.

Tuvo el gusto de propinarle un puñetazo a Rhaenyra, quien se alejó un par de pasos, escupiendo algo de sangre en la arena, sonriendo al verlo de reojo.

—Vaya, sabes pelear.

—Hoy mueres, Rhaenyra Targaryen.

—¿Sabes cuántas veces he escuchado eso y jamás sucedió?

—Yo no soy como los demás.

—Claro que no —la princesa se irguió— Eres su bastardo.

Hermana Oscura volvió a danzar en el aire, Aemond recibió unos cortes, igual que Rhaenyra, cuya sonrisa menguó al sentir el filo de su espada en un hombro. Syrax mordió el ala herida de Caraxes, el Omega mirando hacia los dragones. Una patada lo lanzó a la arena, protegiéndose con un brazo de los siguientes cortes que su armadura pudo resistir, aunque las patadas sí las resintió, buscando una daga que clavó en un muslo de la princesa con el grito airado de esta, dándole una bofetada que lo envió de vuelta al suelo. Las espadas se enredaron, los dos rodaron, buscando empujarse. Caraxes alcanzó a Syrax por el cuello, quitándosela al lanzarla lejos rasgándole el cuero.

—Omegas —masculló Rhaenyra, levantándose con un jadeo y limpiándose la sangre de los labios— Los detesto, tan inferiores, siempre buscando quién les meta la verga. Me dan asco.

—¿Por qué tomaste a Laenor entonces?

La princesa rió, ladeando su rostro. —¿Crees que lo hice porque me gustaba? Imbécil, ¿por eso asesinaste a Alicent, pensando que ella me importaba más que Laenor? Ninguno de los dos fue relevante en mi vida, solo meras piezas de mi juego. Claro que disfrutaba de cogérmela, ella siempre estuvo enamorada de mí, más creer que por ello yo me resentiría como tú te has estado lamentando por tu amigo traidor, es una completa estupidez.

—Monstruo —siseó Aemond, sosteniéndose un costado herido.

—Por favor, indignarte no te queda, Omega. ¿Qué tanto buscas usando esa armadura y portando esa espada? Daemon no volverá a la vida, afortunadamente.

—¡No pronuncies el nombre de mi madre!

—Maldita zorra —Rhaenyra escupió— Te sientes con derecho a reclamar algo que nunca te ha pertenecido ni te pertenecerá. Los Omegas no valen nada, y tú, bastardo, mucho menos.

—No soy un bastardo, así lo hiciste creer a los demás, pero sabes que es mentira.

La princesa se carcajeó, esa breve pausa sirvió para que volvieran a la pelea, cada uno había recuperado su espada, enfrentándose una vez más con el filo de las hojas chocando violentamente en el aire, buscando herir a su oponente entre empujones, puñetazos e incluso patadas. Era la misma situación con los dragones, rodando en la arena, desangrándose con mordidas o rasguños de sus garras, Syrax estaba muy mal herida, más su determinación por lastimar todo lo que pudiera a Caraxes hacía que pareciera una furia. Aemond le hizo un corte en la cara a Rhaenyra, sin que esta se alejara o buscara protegerse, prefiriendo la herida y así enterrar la punta de su espada en su hombro, en un espacio de su hombrera.

Fue arrojado lejos, tropezando al buscar no caer, preparando a Hermana Oscura para otro nuevo ataque. Rhaenyra sonrió perversa, usando de nuevo su dominio Alfa para someterlo. Esta vez ya no fue tan sencillo al estar malherido y cansado, Aemond sintió las piernas flojas, cayendo de repente sobre sus rodillas faltándole el air. Escuchó la risa de la princesa, caminando lento hacia él. Caraxes se giró queriendo protegerlo, Syrax le saltó encima, clavando sus colmillos en su nuca, haciéndolo retroceder entre sacudidas con su ala rota abriéndose otro poco al buscar apoyo en ella para quitársela de encima.

—Decidiste enfrentarme siendo un Omega, un grave error de tu parte. Jamás uno de tu casta podría con un Alfa, menos con una Alfa Targaryen. Somos la excelencia, bastardo, pero eso no lo enseñan en la casa de putas ¿o sí? —rió Rhaenyra— El Omega que te acompañaba tampoco lo sabía. Por eso terminó honrando su profesión, siendo empalado.

Aemond rugió de indignación, con todo y piernas flaqueando se lanzó a otro ataque más, sosteniendo con ambas manos su espada. Tal arrojo le trajo unas pequeñas victorias, cortes en las piernas y manos de la princesa, abriendo uno de sus costados aunque no con la profundidad que le hubiera gustado. Caraxes al fin azotó a Syrax contra el suelo, levantando un muro de arena antes de enterrarle los colmillos en la cabeza. Los dos dragones se retorcieron, la dragona no pudo liberarse, siendo más pequeña que el dragón rojo. Rhaenyra jadeó, llevando una mano a su costado, mirando su mano manchada de sangre.

—Acabo de recordar algo —comentó al aire.

—¿Pedir clemencia? —el Omega usó sus propias feromonas para contrarrestar su control.

La Alfa sonrió. —Cuán ingenuo eres.

Ninguno de los dos quiso ceder, sin importar cuantas veces besaron la arena, escupiéndola junto con su propia sangre, el dolor punzante de huesos rotos o el mareo por sus aromas combatiéndose. Para Aemond, ya no era solo por la memoria pisoteada de su madre, se trataba de toda la gente que amaba y consideraba parte de su Manada, desde su amado padre adoptivo Ethola hasta la misma Mysaria allá en el Lecho de Pulgas pudriéndose por defender una sola persona de una abominación como lo era la princesa frente a él. Una que alcanzó a sujetarlo por el cuello, zarandeándolo.

—¡Te atreviste a poner a mi hijo en mi contra! —exclamó airada con sus ojos rojos— Como todos los Omegas, le embrujaste al abrirle las piernas, de hecho, Aemond, no eres más que todo aquello que obtuviste prostituyéndote con todos ellos. ¡Pero mi hijo! Perra estúpida, nunca debiste enredarlo en tus planes.

Con una patada en el estómago de la princesa, Aemond se liberó, tosiendo con carraspeos, sobándose el cuello.

—Hablas demasiado para haber tocado un solo Omega —le reprochó— Si tanto nos odias ¿por qué tocar a Laenor? Eso te convierte en una hipócrita.

Rhaenyra alzó sus cejas, pese al golpe. —No te confundas, bastardo. Ustedes solo sirven para el placer y parir cachorros, más el primero que el segundo. ¿Un solo Omega? Qué equivocado estás en eso —rió a la expresión confundida de Aemond— Oh, tan aparentemente listo y jamás descubriste toda la verdad. Me demuestras una vez más lo estúpido que eres.

—¿De qué hablas, bruja?

—Mi primer Omega... —la sonrisa de la princesa fue macabra— Fue Daemon.

Su intento de atacarla se quedó en eso, con el brazo en alto espada en mano. Los ojos del Omega fueron abriéndose desorbitados, negando aprisa.

—Mientes.

—Rhea era buena amiga mía. Cuando Otto fue despreciado, yo le planteé la situación, me vengaría de él como Alfa que somos a cambio de su apoyo a mi causa. Aceptó. Todo. ¿Crees que nombramos al Septon Supremo que ejecutaste por lo de Laenor? ¡Claro que no! Él estuvo en la noche de bodas cuando Rhea me dejó entrar a la recámara una vez que la droga había surtido efecto.

—N-No... no...

—Lady Royce no estaba interesada en un Omega tan poco valioso, me dejó disfrutarlo hasta que el idiota de mi padre vino a rescatarlo —Rhaenyra entrecerró los ojos— Siempre embelesado con él, todo el tiempo pensando en él, diciendo su nombre cuando se cogía a mi madre, suspirando al ver ese maldito mechón de cabello en lugar de prestarle atención a su reina.

El rostro de Aemond fue de asco y horror, temblando de rabia. —Tú... ¡¿Cómo te atreviste?!

—Pensándolo así, poco faltó para que tú hubieras terminado siendo mi cachorro. Ah, una historia diferente habría sido para ti. Claro, Daemon iba a morir sin duda alguna, pero a ti te hubiera criado para servirme como todos mis hijos. Un Omega Targaryen, no habría reino que no se disputara tu mano. Desafortunadamente para ti, no fue así, saliste tan puta como tu madre.

Todo lo que importó en ese momento, fue el cortarle la cabeza a Rhaenyra, una pelea feroz que hizo eco en sus dragones, dejando la arena manchada de sangre. El dominio Alfa tuvo su efecto, porque Aemond ya no tuvo las mismas energías. Una bota pegó en su boca, enviándolo al suelo, otra patada en su vientre lo hizo encogerse. La Alfa rió, tosiendo sangre con un jadeo, acercándosele para verle de cerca al quitarle el yelmo, examinándolo como si buscara algo en él.

—Te le pareces, aunque no era así como se veía Daemon en su noche de bodas.

Antes de formular una queja o pregunta, el Omega fue estampado en la arena boca abajo, con una mano que intentó ahogarlo primero, desorientándolo y obligándolo a respirar más feromonas Alfa que debilitaron su cuerpo, dejándolo a merced de la princesa quien sujetó sus caderas que levantó, usando sus rodillas para separar sus piernas en una pose humillante.

—Oh, sí, mucho mejor. Así es como él se veía todo el tiempo. Si tanto quieres saber de su vida, te mostraré cómo me servía en la cama.

Quiso gritar, pero su boca tragó algo de arena al hacerlo, tratando de forcejear cuando Rhaenyra tiró parte de su armadura a un lado, dejando al descubierto su pantalón que rasgó, tocándolo con el guantelete que lo lastimó, gimiendo ofendido, aterrado al ver esa sonrisa perversa sin lograr levantar la cabeza por tenerla clavada en la arena. Un dedo metálico entró en él, sangrándolo por lo brusco e inesperado. Aemond se quejó, sus manos dejaron surcos al buscar erguirse, sintiendo que se ahogaba al no poder respirar bien tanto por su cabeza enterrada y las feromonas sometiéndolo.

—Me cobraré por todas tus injurias y atrevimientos, Omega.

Caraxes quedó a poca distancia antes de que Syrax volviera a interponerse, bloqueándole la vista cuando la princesa terminó de jugar con sus dedos, descubriendo su entrepierna. El Omega solo cerró sus ojos con unas lágrimas, sujetándose a la arena con imágenes de Daemon y Ethola a modo de consuelo, un bálsamo para lo que iba a suceder. Escuchó un silbido que adjudicó a su dragón, pero fue demasiado bajo y de pronto, la presión sobre su nuca como el aroma intoxicándolo frenó de golpe, permitiéndole levantarse lo suficiente para ver caer a Rhaenyra por una flecha en su hombro que la tumbó por la velocidad con la que había impactado su cuerpo.

Un aroma amado vino a él, llorando de alegría por ello al girar su rostro cuando escuchó un rugido Alfa del Señor del Norte cabalgando a toda velocidad, tan frenético que al pasar de largo a los dragones peleando entre sí, el caballo se fracturó una pata, rodando junto con él. Todo en un instante pues Cregan se incorporó de un salto con espada en mano, corriendo para interponerse, desafiando a Rhaenyra con su propio dominio Alfa.

—Tú no le vas a poner un dedo encima —habló con calma pero el tono de su voz prometió sangre.

La princesa entrecerró sus ojos. —El traidor, tú y tu casa van a desaparecer, regalaré el Norte a mi fiel Kraken Rojo.

—Sobre mi cadáver.

—Que así sea, soy una Targaryen, un lobo como tú jamás podría vencerme solo.

Cregan bufó, sujetando su larga espada en alto. —Yo no estoy solo.

Igual que flechas lanzadas por el cielo mismo, tres dragones cayeron sobre ellos, tomando entre sus patas a Syrax para despedazarla en el aire con tal arrojo y velocidad que la dragona no tuvo oportunidad alguna para defenderse, terminando hecha pedazos con una explosión de sangre acompañada de un chillido de victoria por parte de Caraxes, libre al fin de sus ataques. Rhaenyra abrió sus ojos al ver a Sunfyre, Vermax y Arrax aparecer así, uniéndose a Lord Stark, uno que torció una sonrisa con esos ojos llenos de un rojo carmesí cuyo reflejo mostraron por fin a una asustada princesa heredera.

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