El arribo
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Autora: Clumsykitty
Fandom: House of the Dragon (Serie)/Omegaverse
Parejas: varias me temo.
Derechos: solo a escribir pajas mentales pueh.
Advertencias: esto es un Omegaverse, entonces encontraremos cosas propias del Omegaverse, porque es un fanfic Omegaverse, por si no han leído la etiqueta que dice Omegaverse. Luego entonces, esto también es un harén de Alfas con un Omega, si esto no es de tu agrado, te invito cordialmente a que salgas de aquí y busques una lectura de tu gusto. Aquí habrá cosas, situaciones y escenas que pueden herir sensibilidades, sobre aviso no hay engaño. Leer esta historia es aceptar que la cordura, la decencia y el canon se fueron de sabático.
Gracias por leerme.
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El arribo.
"Los que dejan al rey errar a sabiendas, merecen pena como traidores."
Alfonso X el Sabio.
"Todo el mal que puede desplegarse en el mundo se esconde en un nido de traidores."
Francesco Petrarca.
107 d. C.
Ciudad Libre de Lys, Essos.
Un llanto de bebé emocionó a las cortesanas del burdel, buscando un hueco en la pequeña recámara donde había nacido un hermoso infante Omega como su madre a quien habían cuidado durante ese tiempo. De cabellos platinados, ojos violetas y un aroma inconfundible de fuego y sangre detrás de canela y lilas frescas, el recién nacido se vio rodeado de una docena de rostros maquillados y sonrientes que pelearon por ser las primeras en cargarlo, robándoles la primicia un Omega mayor que todavía trabajaba aunque era más un ayudante por su edad, el mismo que se convirtió por ello en el ayudante del príncipe Daemon.
—Ethola... —murmuró este con cansancio.
El Omega tomó al pequeño, sonriendo entre lágrimas al encontrarlo tan lindo y agraciado, él que por tantas primaveras conociendo diferentes cuerpos de diferentes clientes, pudo constatar la verdad en ese cuerpecito, estaba frente a un dragón Valyrio de sangre pura. Tal vez era una mala suerte que naciera Omega, una casta no muy agraciada en cualquiera de los dos continentes, pero en cambio pareció tener un carácter fuerte como su llanto al tener necesidad de leche, devolviéndolo a su madre. Ethola de Lys tomó un trapo húmedo que pasó por la frente de Daemon Targaryen mientras este amamantaba a su bebé.
—La fiebre sigue —comentó al príncipe en voz baja.
—Estoy bien.
Había sido un parto difícil, las condiciones en donde se encontraban si bien no eran las más pobres, tampoco fueron las más idóneas para un Omega exiliado que apareció herido por un ataque traidor en su partida. Ethola suspiró, mirando a las chicas para que se alejaran y dejaran a madre e hijo estar a solas, ya tendrían su tiempo para que los manosearan a gusto. Daemon sonrió apenas, cabellos revueltos con la frente perlada de sudor, casi quedándose dormido de lo agotado que estaba, alcanzando una mano de su amigo, apretándola.
—Ethola...
—No, no lo digas, solo es una fiebre, vas a reponerte.
—... si me pasara algo, por favor, cuida de él, que... —una tos le impidió continuar.
—Sshh, no digas tonterías, eres el gran príncipe Daemon Targaryen, el portador de Hermana Oscura y jinete de Caraxes, claro que vas a estar bien y verás crecer este hermoso bebito. Lores y comerciantes pelearán su mano, se postrarán a tus pies con regalos de telas preciosas y especias para ganarse tu aprobación, y a todos los quemarás por insolentes.
Daemon rió apenas, jadeando un poco. —¿Crees que será así?
—Ya verás, estarás muy ocupado protegiendo la virtud de tu tesoro, te vas a enfadar porque le estemos enseñando cómo se complace un Alfa.
—Oh, y en eso Ethola es experto.
Apretando una sonrisa, este se acercó a él, apretando uno de sus cansados hombros empapados de sudor debajo de un camisón viejo.
—Daemon, cobrarás venganza. No pierdas la fe.
—No creo en la fe.
—Deberías, por tu bebé.
—Ya no queda nada para mí, Ethola.
—Lo hay ¿sabes por qué? Este bebé, escúchame bien pedazo de príncipe Targaryen, va a forjarse un nombre del que todos hablarán y temerán. Y cuando la gente pregunte: "¿quién dio vida a este impresionante Omega?" entonces tú sonreirás orgulloso.
—¿Qué podrá hacer mi hijo cuando su madre no logró más que llevarlo al exilio?
—No todo está perdido, él recobrará lo que te fue arrebatado. Te digo que su nombre quedará en los libros de tu gente para toda la eternidad, lo que me recuerda ¿cómo vas a llamarlo? Elige bien, porque si los viejos esos rabos verdes que escriben cosas repetirán su nombre, que sea el correcto.
El príncipe miró a su amigo unos instantes, bajando su mirad a su bebé cuyo redondo y rosado rostro acarició con un dedo tembloroso por la fiebre del parto. Una débil sonrisa apareció en los labios pálidos, resecos, pronunciando el nombre que eligió para él.
—Aemond, su nombre será Aemond Targaryen.
—Aemond Targaryen, el Primero de su Nombre —declaró Ethola.
—El Primero...
—Bien, parece que ya está satisfecho, dámelo que le sacaré el aire y lo llevaré a su cunita, mientras tanto, aprovecha para dormir, mi buen amigo.
—No lo olvides, Ethola.
—Anda, Daemon.
Con un último vistazo al recién nacido, el príncipe asintió, resbalando de las almohadas para tomar una siesta merecida. La expresión desenfadada de Ethola se transformó a una angustiaba. Daemon estaba mal, necesitaba un buen Maestre que lo atendiera, pero ahí donde se encontraban, en un burdel de la zona más pobre de Lys, el único sitio donde le recibieron luego de que el rey Viserys declarara que era un enemigo del pueblo, no dejaba muchas esperanzas. Solo podía apelar a su sangre de dragón. Ethola arropó cariñoso a su amigo, envolviendo mejor al recién nacido a quien llevó afuera, caminando hacia la playa donde se hallaba un inquieto Caraxes.
—Yo también, cariño, yo también —habló al dragón ya acostumbrado a su presencia, incluso había montado en él— Mira, te presento a Aemond.
Caraxes chilló un poco, arqueando ese largo cuello olfateando al bebé Omega que dormía ya con su estómago lleno, ajeno a los problemas que representaría su nacimiento. El dragón lo miró, echándose en señal de que reconocía la Sangre de Dragón en él, de quién era hijo. Nada menos que del Príncipe Canalla y el Señor de los Siete Reinos. Una traición, un complot lo había obligado a nacer entre prostitutas, ladrones y mercenarios, alejado del sitio que debió recibirlo en el mundo. Ethola conocía la historia porque Daemon se lo confesó una vez que se hicieron confidentes y amigos, él había consolado la pena del príncipe, escuchado sus sueños rotos de promesas que no pudieron ser por la malicia de alguien que vio en el feroz Omega un peligro a su sueño de obtener el tan preciado Trono de Hierro.
—Yo lo sé, Caraxes, todo está mal, por favor, bríndale fuerza a tu jinete.
Haciéndole una reverencia, Ethola se giró, volviendo a la casa para llevar al bebé a su cuna de mimbre usado con cobijas nuevas que todas las chicas compraron aportando una moneda ganada con el sudor de sus cuerpos. Observó unos momentos al pequeño, pasando una mano por la cabecita de cabellos platinados cual pelusa fina.
—Duerme, lindo principito, mañana habrás de conquistar Poniente.
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