Dragones marinos
"La fuerza más fuerte de todas es un corazón inocente."
Victor Hugo.
"Son los inocentes y no los sabios los que resuelven las cuestiones difíciles."
Pío Baroja.
"Inocente es quien no necesita explicarse."
Albert Camus.
124 d. C.
Villaespecia, Marcaderiva.
Lord Vaemond Velaryon era un hombre al que le gustaban los lujos y presumir su orgullo al pertenecer a la casa más adinerada de todo Poniente, de ahí que siempre estuviera recibiendo obsequios en su castillo de verano en Villaespecia que algunos afirmaban en realidad era una de las tantas edificaciones que su hermano mayor, Corlys Velaryon, había erigido cuando volvió de sus famosos viajes que trajeron sus riquezas tan mencionadas a lo largo y ancho del continente. Vaemond poseía otro gusto más, el de disfrutar de una pequeña corte llena de diferentes rostros o personalidades de lenguas zalameras.
Gracias al sello real hurtado por unos días, Mysaria había falsificado unos documentos que presentaban a Aemond como el hijo de un mercader de Lys, rico como excéntrico, siendo Ethola su Septa vigilante de su virtud que su falso padre pretendía ofrecer a un buen prospecto, dando permiso a su cachorro de viajar para conocer mundo en busca de una pareja. Dado que su identidad como Omega con máscara de hierro ya había agotado su tiempo útil, mostrar su verdadero rostro hubiera levantado muchas preguntas a los administradores portuarios de no ostentar un apellido más o menos conocido que lo salvara de obstáculos impertinentes.
—¿Cuál dijo que era su nombre?
—Aemond, Aemond Belaerys.
—Oh, adelante, milord.
—Gracias.
El obsequio de Aegon había sido un ajuar de vestidos dignos de un joven proveniente de las tierras exóticas de Lys que ha sido educado bajo las maneras de Poniente, no eran ostentosos, tampoco sencillos, un punto medio entre el buen gusto y la sencillez. Hubiese sido una estupidez el querer aparecer como un Omega adinerado, pero en cambio uno que necesitaba subir de rango era mucho más creíble. Aemond disfrutó mucho de las miradas que cayeron sobre su persona al cruzar el muelle con Ethola haciendo bien su labor de parecer una de esas mustias Septas, ahuyentando insolentes que osaran dirigirle la palabra entre gruñidos y miradas amenazantes pues su aroma disfrazado de Omega casto atrajo la atención de los olfatos sanos.
—Debiste ser de la orden, padre.
—Seguro, les hubiera enseñado a coger y así no habría fanáticos.
Mysaria además le encontró un buen guardián, un antiguo Capa Dorada que había sido expulsado del grupo cuando se negó a perseguir a Daemon por los muelles para asesinarlo ya que siempre lo consideró su antiguo líder y además creía firmemente en la maldición de la Sangre Omega que algunos tenían en esas tierras. Derramar la sangre de su casta equivalía a recibir una maldición de los dioses. El Beta se llamaba Clynthon Sotoros, su arma favorita eran las espadas cortas que portaba en su cinto detrás de ellos atento a ladrones u otro tipo de criminal hasta que alcanzaron una posada decente donde tomar un descanso.
—¿Cuándo podremos ver a Lord Vaemond?
—Hijo mío, más pronto que tarde. Demasiados ojos te han contemplado, seguro ya le habrán contado de ti.
—¿Carta del Norte?
—Y del Sur.
Cregan había reunido a su ejército, dividiendo una parte para ir a donde los Lannister y otra hacia Desembarco, moviéndolos a través de las montañas donde no era posible verlos a distancia. Aegon, por su parte, ya había hablado con Lord Gwayne Hightower sobre lo que pasaba en la fortaleza y con la Princesa Heredera, ganándose su espada como la de los hombres al servicio de su familia a quienes reuniría para llevarlos a la frontera en un aparente ejercicio militar. Aemond sonrió a las cartas de sus dos esposos, estaban cumpliendo su palabra, él también lo haría llegado el momento, ahora debía ser un Omega tímido y obediente.
La invitación a ir al castillo de Lord Vaemond llegó un par de días después, el trío se presentó ante uno de los encargados quien los guió ante el Alfa Velaryon rodeado de algunos nobles de casas vasallas y sus respectivos hijos. Al escuchar la historia de Aemond, aquel lord le invitó a ser parte de su corte, ofreciendo su padrinazgo para que encontrara un buen esposo que le ofreciera un mejor futuro. Por jerarquía, no podía estar entre otros Omegas de mejor cuna, pero al menos conocería a quienes rodeaban al hermano de la Serpiente Marina y escucharía de sus bocas la situación de la familia porque si algo tenían los ricos, era que su lengua no sabía estarse quieta.
Había que ser paciente, varios días transcurrieron sin que vieran señal alguna de los príncipes Velaryon ya que parecían ocupados en Rocadragón. Aemond estaba pensando en reorganizar su plan de no encontrar pronto a Jacaerys, cuando en un paseo por los muelles se toparon con alguien más. El nieto consentido del Señor de Marcaderiva, el príncipe Lucerys Velaryon quien al ver de lejos al Omega, fue de inmediato a saludarlo con una emoción inocente y propia de un joven Alfa cuya vida tenía por costumbre el ser obedecido y obtener lo que quería.
—Buenos días —habló muy cortés con los ojos fijos en Aemond.
—Milord —respondió Ethola con una reverencia— ¿Podemos hacer algo por usted?
—Yo... ah... ¿cuál es tu nombre?
—El mío, mi señor, es Septa Ethola.
Lucerys parpadeó contrariado. —Me refería a él.
—Oh, cuanto lo lamento, le presento al señorito Aemond Belaerys de Lys.
El Omega hizo una reverencia, sin levantar la vista, desde que llegaran al puerto, traía un velo translúcido que dejaba ver su rostro, pero que no retiraba porque representaba su virtud intacta, solamente su padre o su Alfa podrían quitarlo según la tradición en Lys que sí existía entre los nobles, igual que el collar ancho en su cuello, protegiéndolo de una mordida accidental, ocultando sus Marcas. Lucerys se quedó pensativo, tenía enfrente a una Septa impidiéndole ver bien a su protegido, uno que le cautivó de inmediato por lo raro de sus rasgos, lo dulce de su aroma, ese porte que se le figuró muy intrigante. Aemond actuó rápido, no era a quien deseaba encontrar, pero igual podía llevarlo a su hermano mayor.
—Es un gusto conocerlo, milord —saludó al fin con una vocecita practicada de Omega temeroso.
—Debemos irnos, se hace tarde, con su permiso noble señor.
Dejaron al príncipe con las palabras en la boca, perdiéndose en un bazar para ir de vuelta a su posada a recapitular lo sucedido. Aemond se quitó el velo para beber algo de vino y refrescarse, sobando sus tobillos adoloridos de andar con el calzado usual en esa gente tan rara para él.
—No es así como lo tenía pensado.
—Mm...
—¿Qué sucede, padre?
—Bueno —Ethola sonrió— Es cierto que nos hemos topado con un Velaryon, no el que buscamos, pero igual nos sirve no para llegar al mayor.
—¿Para qué, entonces?
—Tal vez...
Cuando le comentaron a Lord Vaemond de su encuentro con el príncipe Lucerys en otra de sus reuniones, aquel bufó molesto, hablando en voz baja con ellos.
—Será mejor que no vuelvan a encontrárselo, no es un Alfa que les convenga, porque ya está comprometido con su prima Rhaena, y pues... bueno, tiene una ascendencia dudosa. Mejor sería encontrar un Alfa sin tantas dudas sobre su herencia paterna.
—Oh, entendemos, milord, gracias por decirnos.
Pero su padre tenía una corazonada y cuando eso sucedía nunca fallaba. Aemond estuvo visitando el castillo, siempre relegado a las últimas filas por su rango bajo, reverenciando a los demás. Observó a toda esa gente adinerada, prepotente, haciéndose la pregunta de quién de ellos o acaso todos habían insultado a su madre en su tiempo. Estaba perdido en esas divagaciones cuando un lacayo anunció que llegaba nada menos que el Príncipe Consorte, Laenor Velaryon, junto a su hijo, el príncipe Lucerys. El cambio en el ambiente fue inmediato, no fue de alegría como podría pensarse al recibir a alguien de semejante título, más bien pareció incómodo, forzado y las caras de los demás obligándose a sonreír fueron la evidencia.
—¿A qué viene? —susurró Aemond a Ethola.
—Por ti.
—¿Qué?
—Sobrino —saludó Lord Vaemond con el tono más falso que hubiera escuchado— Que los dioses te bendigan, ¿qué haces por estas tierras?
—Son las tierras de mi padre ¿no es así? —respondió el príncipe Laenor, tenía un aroma suave, como su voz y carácter risueño, un Omega de Sangre Real— Estoy buscando a alguien y quizá puedas ayudarme, querido tío. Me han dicho que suele visitarte.
—Bueno, estamos todos reunidos esta hermosa mañana.
—¡Aemond! —exclamó Lucerys al encontrarlo entre todos los demás presentes, corriendo hacia él.
Ethola se interpuso como siempre, inclinando su cabeza hacia el príncipe Laenor cuando los alcanzó, examinándolos primero con la vista antes de hablar.
—Buenos días, disculpen los modales de mi hijo, todavía me cuesta que se comporte como el Alfa que ya es.
—Alteza —su padre sonrió— ¿Hemos insultado las tierras de su padre?
—Oh, no, no, para nada. Es que Lucerys quiere conocer al señorito Aemond, pero entiende que siendo extranjero y viajando solo guarde recelos naturales ante todos aquellos intentando hablarle, por ello estoy aquí, seré guardián de su charla junto con usted, amable Septa, de modo que la reputación del joven Belaerys no se manche.
—¡Por favor! —pidió Lucerys, mirando a su madre y luego a Ethola.
—No podemos negarnos.
—Ah, no, eso tampoco, solo es una charla inocente, sin obligaciones ni consecuencias. Dos chicos conociéndose. Tienen mi palabra.
—Como usted diga, Alteza. ¿Señorito?
Los ojos de Lucerys brillaron de júbilo cuando Aemond se adelantó, reverenciándolo y aceptando andar con su mano derecha siendo guiada en alto por el brazo del príncipe cuyo aroma delató lo muy feliz que estuvo con el arreglo, separándose del resto para ir a otro jardín más privado con los otros dos Omegas mayores pisándoles los talones y Ser Sotoros al final.
—Perdona si te asusté, es que... fui grosero ¿no? Llegando de repente así contigo. Quería disculparme y decirte que no tengas miedo, no soy como los demás Alfas —comenzó el príncipe, sus mejillas sonrojándose— Yo... es que eres singular, nunca había conocido a un Omega como tú.
—Soy de lo más ordinario en Lys, Alteza.
—¿No es muy peligroso viajar tan solo?
—Mi padre no tiene tanto dinero para un séquito, por eso me dio a mi Septa y mi guardián. Tampoco es que le interesemos a tantos.
—Pero eres muy bonito... ¡con todo respeto! Sí podrían atacarlos, eso me inquieta.
Aemond le hubiera gruñido de haber podido, solo hizo una inclinación de cabeza, jugando nervioso con un borde de su velo, mordiéndose un labio.
—Alteza, Lord Vaemond me ha dicho que usted va a casarse con Lady Rhaena, ¿es verdad?
Disfrutó enormemente la decepción pintada en la cara del tierno Alfa, quien dejó caer su cabeza, luego riendo desganado antes de encogerse de hombros.
—No es algo que yo quiera, ni tampoco ella me parece. Sí nos llevamos bien porque somos primos, pero... la verdad es que me había mantenido con esa promesa solo por mi abuela quien hizo el compromiso. Pero mamá ya me ha prometido que si deseo casarme con alguien más puedo hacerlo.
—¿Es común en Poniente romper compromisos?
—No mucho, pero hay excepciones como la mía, yo he hablado con mi abuelito y me ha dado su consentimiento si tengo a alguien más —aseguró Lucerys con esa mirada en su persona diciendo algo entre líneas.
—Me alegro mucho por usted, Alteza.
—¿Tú tienes pretendientes?
—No.
Tengo esposos, le hubiera gustado decirle, solo suspirando hondo. No hablaron más porque la norma afortunadamente no lo permitía, solo despidiéndose bajo la promesa de verse más adelante. Por ello Aemond faltó a una que otra reunión con el fin de evadir al príncipe quien iba sin duda a buscarlo por otros lados, preguntando dónde se estaba alojando. Cuando regresaron a la corte de Lord Vaemond, de nuevo se toparon con el príncipe Laenor y su hijo, volviendo a los paseos. Después de un par de ellos la confianza del joven Alfa había crecido como la espuma. A veces el Omega sentía un cierto remordimiento por la ternura e inocencia con que lo trataba, esperando ganar su afecto.
—Aemond, ¿te gustaría conocer a Arrax?
—¿U-Un dragón?
—¡Sí! —sonrió Lucerys emocionado— Le caerás muy bien, estoy seguro.
—¿No es peligroso, Alteza? Yo no soy eso de los jinetes.
—Verás que no. ¡Mamá! ¡Le presentaré a Arrax!
—De acuerdo —negó entre risas Laenor, mirando a Ethola quien pareció asustado— No hay nada de qué preocuparse, Arrax es un dragón muy dócil.
Fueron a un campo en las afueras del castillo, donde el príncipe llamó a su dragón, Aemond un poco más lejos esperando con fingida emoción. Tenía una idea de cómo era ese dragón, nada comparado a su majestuoso Caraxes quien había crecido además al haber estado en libertad. No tardó mucho en aparecer Arrax, descendiendo frente a su jinete quien abrazó su hocico, haciéndole cosquillas en el cuello antes de hablarle en Valyrio, girándose al Omega a quien llamó con esos ojos brillantes siempre que se dirigía a él.
—¡Ven, Aemond!
Mirando por encima de su hombro a su padre adoptivo, fue con el inocente Alfa caminando despacio como si temiera al dragón, quedándose detrás de Lucerys, este rió bajito, tomando su mano que posó en el hocico de Arrax, dándole tiempo a que lo acariciara a sus anchas. Lo hizo, siempre le gustarían los dragones sin importar qué, aunque fueran de sus enemigos. Cuando iba a alejarse, la bestia lo siguió porque sin duda alguna debió percibir en él la magia de la Sangre de Dragón con fuerza al ser un Targaryen de sangre pura. Aemond hizo como que intentó huir, respingando al ver ese hocico querer olfatearlo mejor y tocarlo, era una atracción natural.
—¡Le has caído bien! Te lo dije, Arrax te querría en cuanto te viera, como yo.
Hizo caso omiso al comentario, solo haciendo una reverencia al dragón para regresar al lado de Ethola y el príncipe Laenor, este mirándolo complacido y quizás un poco intrigado. Sin duda estaba pensando que si el dragón de su cachorro lo aceptaba era una buena señal para convertirlo en su pareja. Lord Vaemond organizó un baile, al que por supuesto fue invitado, pero que tuvo que declinar.
—Perdone, milord, pero no tengo un traje para semejante ocasión. Le pido disculpas.
—Ah, seguro podemos conseguirte algo, no faltaba más. Solo espero no te moleste usar los colores de nuestra casa.
—Más bien ¿no será una ofensa hacia ustedes que yo lo use?
—Tonterías, cachorro, te quedarán bien.
Hasta Ethola se sorprendió del exquisito vestido que le fue enviado a la posada, que gritaba poder a todas luces con las perlas y bordados de plata y esa seda tan fina. Su padre quedó ensimismado cuando se alistó para ir al baile, observándolo con una mirada perdida en alguna vieja memoria, acercándose para tomar sus manos que acarició suavemente.
—Así es como siempre debiste lucir.
—No tengo nada que reprochar, padre.
—Y Daemon no debió morir.
—Me diste todo y eso jamás lo olvidaré.
—Anda, hay que irnos para estar a tiempo, seguro el príncipe Lucerys ya te espera.
—¿Crees que en verdad siga adelante con su idea de cortejarme?
—Parece decidido, solo que en este asunto quien tiene la última palabra es Lord Corlys ya que es su futuro heredero.
—Lo sé.
—¿Quieres que lo haga? ¿Que de verdad pida tu mano?
—Es imprudente, atraería demasiado pronto la atención de la princesa Rhaenyra hacia mí. Ya debe haber escuchado algo y si Mysaria tiene razón, no le dará importancia de momento.
El asunto con los príncipes Velaryon era retorcido. Todo mundo sabía aunque nadie se atrevía a mencionarlo, que no eran hijos de la Princesa Heredera ni por fingido. Llevaban en la sangre la herencia de los Primeros Hombres por su padre biológico, Harwin Strong, quien ya había tomado su lugar como Señor de Harrenhal luego de la muerte de Lyonel Strong. Claro que eran jinetes de dragón gracias a su lado materno pues el príncipe Laenor era hijo de la princesa Rhaenys, de la Casa Targaryen y Señora de Marcaderiva.
Laenor había tenido tres hijos bastardos, aparentemente por ese matrimonio que pareció no congeniar en nada, arreglado por el rey, hasta que zanjó sus diferencias con Rhaenyra y le dio al fin dos cachorros de aspecto Valyrio que calmaron las habladurías. Solo que luego de escuchar ciertos rumores en la corte de Lord Vaemond, parecía más bien que esos tres príncipes fueron concebidos bajo trampas puestas al único hijo sobreviviente de la Serpiente Marina y su heredero por tanto. Una forma de obligar a la poderosa Casa Velaryon a ser obediente y fiel a la Princesa Heredera quien aceptó los bastardos a cambio de servicio incondicional a su persona.
Cuando llegaron, les dijeron que el baile era de antifaces, pero estas habían sido hechas y seleccionadas por Lord Vaemond para ir a tono con la decoración del salón, cambiando entonces su velo por aquel antifaz en forma de alas de mariposa que se colocó antes de entrar. No se sorprendieron de ver a Lucerys ya esperándolo cuando cruzó las puertas del salón, de inmediato acaparándolo, alejando a cualquier pretendiente que hubiera llamado su atención. Bailó con él todas las piezas iniciales, pidiendo un descanso para beber algo, con el príncipe pegado siempre a su lado, embobado con su aspecto que halagaba constantemente. Era muy gentil como sincero, le costaba trabajo el ser cortante o no sentirse alterado por sus encantos inocentes.
—¿Podríamos hablar a solas?
—Alteza...
—Es decir, no con tanta gente.
Ethola dio su consentimiento, dirigiéndose a uno de los balcones adjuntos al salón, las demás parejas bailaban y reían. Aemond respiró hondo, sospechando qué iba a decirle el joven Alfa, preparándose para el rechazo, era demasiado pronto. Lucerys tosió un poco, mirando sus pies sobre los que apoyó el peso de su cuerpo de un lado al otro, como meciéndose en lo que decía su lindo discurso.
—B-Bueno... es que yo quería, yo quería... ¡me gustas! Me gustas mucho, Aemond, creo que se nota y quiero cortejarte. Sé que te inquieta lo de mi compromiso con Rhaena, lo voy a terminar ya, se lo he comunicado a mi abuelito como a mamá y están de acuerdo, así que no habrá más problema, seré libre para ti.
—Alteza —el Omega miró sus manos— En verdad estoy honrado con sus afectos, es usted todo un caballero y me alegro mucho de haberlo conocido, pero...
—¡Por favor!
—Príncipe, sea sensato. Yo no soy nadie, no apellido noble ni patrimonio, soy un extranjero de Lys, nada poseo que sirva a la imponente Casa Velaryon más que mi persona. Aun cuando usted termine con su compromiso, dudo mucho que puedan aprobar nuestra relación dado mi bajo rango. Soy lo que llaman un común y Su Alteza tiene sangre real, no lo van a permitir.
—El que se atreva a oponerse me conocerá.
—Alteza...
—Sé que tienes miedo y entiendo eso. Así funciona en general, pero no para mí. Mi abuelito entiende, se lo expliqué como ahora a ti. Voy a ser el nuevo Señor de las Mareas, espero en un futuro muy lejano, pero lo seré y no quiero a mi lado alguien que está por obligación porque entonces no podré ser un buen Alfa ni un justo señor de estas tierras. Mi abuelo se casó con una princesa que le ama y gracias a ella es que se convirtió en un gran marinero. Yo quiero lo mismo, pero no lo lograré si me conformo con lo que me han ordenado. Aemond, quiero ganarme tu cariño, me gusta cuando sonríes, aquí en mi pecho siento como si algo vibrara y cantara cuando lo haces, quiero cuidar de ti, que no te suceda nada malo, que no tengas esa mirada triste.
Eso lo sorprendió, tomándolo desprevenido. —Yo...
Lucerys tomó su mano izquierda que besó por el dorso, sonriéndole con sus ojos temblando.
—Dame la oportunidad, te juro por la vida de mi madre que no estoy jugando, soy serio en esto.
—Tengo que decírselo, quien pierde todo aquí soy yo, Alteza.
—No lo harás, voy a cumplir a cabalidad, despejaré cualquier temor con mis acciones si tú me dices que sí.
Aemond cerró sus ojos por unos instantes. Soltó su mano del príncipe para deshacer el nudo de los listones tras su nuca que sujetaban su antifaz, dejando ver su rostro libre de toda barrera. Lucerys se sorprendió, enrojeciendo con sus feromonas bailando locas con aroma a alegría, orgullo y algo más. Se acercó a él, tomando su rostro para dejar un beso casto en su frente, alejándose enseguida, colocándose de nuevo el antifaz, mirándolo fijamente.
—Sí —respondió con una reverencia corta— Lo haré, confiaré en Su Alteza.
—¡Aemond!
—Por favor, no rompa mi corazón.
El Alfa sonrió de oreja a oreja, hincando una rodilla ante él, sacó su daga del cinturón, cortándose la palma de su mano.
—Por esta sangre, no habré de deshonrarte —acto seguido, se cortó un mechón de cabello que le entregó, una prenda preciada— Que esto te recuerde mi promesa y aleje las sombras de tu corazón donde sembraré solo felicidad y amor.
—Lucerys...
—Repite, repite mi nombre.
—Lucerys —lo hizo con una sonrisa, guardando el mechón de cabello en su pañuelo.
—El nuevo día traerá los cambios. Yo, Lucerys Velaryon, te lo prometo.
Volvieron al salón, para bailar un par de piezas más, esta vez más alegres y menos solemnes bajo la mirada del príncipe Laenor y un intrigado Ethola. Sí que lo sorprendería ese príncipe porque a primera hora de la mañana cuando todavía ni probaba el desayuno, apareció un lacayo en la posada anunciándole que llegaría un carruaje para él pues tendría un nuevo lugar donde vivir. Era un castillo en Hull, discreto y pequeño en tamaño, no en su decoración con el escudo de la familia Velaryon. Lucerys quería que lo habitara, ofreciéndole una docena de sirvientes y otro tanto de guardias que cuidarían el lugar.
—Sí se lo tomó en serio —observó su padre, echando un vistazo alrededor— Está decidido a tenerte.
—¿Crees que funcione?
—Por supuesto, no le des muchas vueltas, sé que ese tontuelo se ha ganado un lugar en tu corazón con sus caprichos de principito, nada pierdes disfrutándolo. Algo me dice que esto se pondrá aún más interesante.
—Me preocupa Rhaenys.
—Que no lo haga, ella estará fuera del juego por un largo rato.
—¿Padre?
Este negó misterioso. —Bien, pues hay que tomar posesión, no todos los días te conviertes en el futuro Omega de un príncipe Velaryon.
Aemond rodó sus ojos, volviendo a releer la carta enviada por Lucerys llena de emotividad por haberlo aceptado, informándole que su compromiso estaba formalmente roto y que Lord Corlys daba su visto bueno a sus cortejos. Ethola no había fallado, la Serpiente Marina prefirió un Omega al que le dijeron que olía a fertilidad que su propia nieta no por conceder el capricho de su amado nieto sino para romper con el yugo que Rhaenyra tenía sobre ellos al permitir un matrimonio con alguien que ella no tenía bajo su control. Así de simple. Un movimiento estratégico que le confirmó la posibilidad de volcar el poder de Marcaderiva a su favor.
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