Corona de espinas


"La integridad del hombre se mide por su conducta, no por sus profesiones."

Juvenal.

"El hombre honesto no teme la luz ni la oscuridad."

Thomas Fuller.

"Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga."

Denis Diderot.


125 d. C.

Harrenhal, Tierra de los Ríos.



El primero en llegar fue Laenor, tenía prisa por hacerlo, Aemond no estuvo muy seguro de si era por la emoción de ver a Harwin o estaba sintiéndose mal. Sus hijos lo siguieron con Caraxes más atrás, dando vueltas alrededor buscando la figura de Sunfyre a quien divisaron en uno de los patios grandes del castillo, pero no encontró rastro de banderines ni soldados del Norte, preocupándole la ausencia del lobo. Descendieron junto a los demás, atestiguando cuando el príncipe consorte fue corriendo a los brazos del Señor de Harrenhal quien salió a recibirlos acompañado de una mujer Beta hermosa y madura de ojos verdes y cabellos negros quien hizo una reverencia.

Aquel abrazo trajo una sensación extraña en el Omega, la forma en que Harwin envolvió a Laenor le dijo lo mucho que lo amaba y todo lo estaba dispuesto a hacer por él. Lord Strong era un Alfa también presa de los planes de la princesa heredera, con la carga de haber sido culpable de la muerte de la hermana del amor de su vida, la vergüenza de su casa por aceptar un trato infame donde fue partícipe de engendrar cachorros bastardos solo por mantenerse cerca de Laenor y así tratar de protegerlo lo mejor posible. Esa mirada amorosa, su sonrisa como la forma en que llamó a los príncipes Velaryon a sus brazos le hizo envidiarlos mucho, eran una familia que se mantenía unida pese a las tragedias rodeándolos.

—¿Hijo?

Miró a su padre adoptivo, sonriéndole al tiempo que sujetó una de sus manos. Nunca dejaría de agradecer a Ethola de Lys por haberlo salvado y criado, solo que le entristecía que fueron ellos dos contra el mundo durante tanto tiempo que había cosas que desconocía y le hacían falta.

—Son una linda Manada ¿no te parece?

—En las garras de un demonio, sí.

La mujer que acompañaba a Harwin Strong era Alys Rivers, su hermanastra y quien lo ayudaba con los asuntos de la casa, además de poseer ciertos conocimientos de brujería. Ella había recibido los cuervos, alistando todo para la reunión, informándoles que el príncipe Aegon ya estaba ahí, no había salido a recibirlos porque no estaba de buen humor luego de saber que Aemond venía escoltado por los Velaryon. Estos tampoco lo tomaron muy bien, mirándose entre sí, la rivalidad seguía presente y tendría que resolverla si quería una reunión tranquila.

—El Señor del Norte llegará en un par de horas —sonrió Alys a ellos, invitándolos a pasar.

—Bienvenidos a Harrenhal, aquí están seguros —Lord Strong les hizo una reverencia.

Entraron a ese enorme castillo con sus paredes negras y un aire extraño, no se podía dudar de que las muertes ocurridas dentro habían dejado su huella. Aemond encontraría en el salón del comedor a su príncipe Aegon bebiendo una copa, dándole la espalda. Se acercó a él, abrazándolo por los hombros con fuerza, depositando un beso en su mejilla con el corazón latiéndole aprisa. El silencioso príncipe nada hizo primero, luego solo azotó la copa contra la mesa al girar su rostro y besarlo un poco brusco, olfateándolo con un ligero gruñido al encontrar otros aromas en su piel.

—Te extrañé —musitó en su oído, cortando las palabras que Aegon fuera a decir.

—¿De verdad?

—Lo hice —el Omega usó sus feromonas para calmarlo— Me duele que dudes de mis sentimientos cuando nos hicimos un juramento.

—¿Por qué ellos?

—No era mi intención en realidad, si tu corazón me tiene estima, podremos hablarlo luego.

—Alteza —saludó Lucerys muy cordial.

—Príncipe Aegon —Jacaerys le imitó.

Vino otro de esos silencios antes de que Aegon se levantara de forma brusca, tomando la mano de Aemond para llevarlo fuera de la sala, dejando a los demás con la palabra en la boca. No le extrañó que lo estampara contra la pared, una mano atrapando su cuello que mostraba ese curioso tatuaje logrado por cuatro Marcas unidas. Los ojos del príncipe enrojecieron, siseando molesto, pero aun así no se movió, solo dejó que sacara su lógico enfado.

—¡Sabes lo que significan para mí y te enlazaste a ellos! —reclamó Aegon mostrando sus colmillos.

Aemond respiró hondo. —Eres libre de repudiarme y volver a la fortaleza. Revela mi persona y mis planes a Rhaenyra si eso calma tu ira. No cambiará el hecho de que los príncipes Velaryon son mis Alfas también.

—¡¿Por qué?!

—Si te dieras la oportunidad de conocerlos, lo entenderías.

Con un gruñido, Aegon lo soltó, caminando de un lado a otro, negando con la cabeza. El Omega lo detuvo, tomando su rostro entre sus manos.

—Aegon, mi cariño por ti es inamovible, pero si esto te lastima tanto y ahora me tienes en otro concepto, entonces vete. Yo no te ato a nada, tu partida hará una herida en mi alma que siempre sangrará, pero no te detendré porque te amo con libertad. Te necesito, seguro y firme en tus sentimientos hacia mí.

—¿Me crees tan débil? —gimió el Alfa.

—No, eres más fuerte de lo que imaginas, pero debes hacer a un lado tus rencores contra los Velaryon o no lograremos nada.

—¿De verdad me extrañaste?

Aemond asintió, besando sus labios. —Y lloré al pensar que te perdería. Que fueran a lastimarte.

Esas palabras tuvieron efecto en Aegon, quien dejó su expresión adusta, al menos por esos momentos, asintiendo levemente.

—Puedo intentarlo.

—Es suficiente.

Fue una tregua que bastó para regresar a la sala y Aegon fuese más cordial, no que lo detuviera de lanzar miradas poco amistosas contra sus sobrinos. Un lacayo avisó de la llegada de Lord Stark, sacando una sonrisa en el Omega quien corrió a la entrada para recibirlo. Ver a Cregan una vez más fue como darse una bocanada de aire fresco, ahí estaba su aroma, su dominio tan seguro como antes igual que sus brazos y unos labios que le reclamaron enseguida, acariciando sus cabellos con un ceño ligeramente fruncido al olfatearlo. Al principio creyó que el lobo iría a reclamarle como Aegon de tener Marcas de otros Alfas o sus aromas, pero, el Señor del Norte lo sorprendería una vez más al hablar de otra cosa.

—Estás exhausto, no has descansado.

—Han pasado cosas que no me permiten conciliar el sueño.

—¿Puedo ayudar?

Los ojos de Aemond vacilaron, solo su alfa de sangre Stark podía ser capaz de semejante lealtad.

—Sí, por favor.

Se aferró a la mano de Cregan porque el corazón en su pecho se volvió loco, era hora de probar si en verdad era un Omega que podría tener a sus cuatro Alfas a su lado, si estos fuesen capaces de mantenerse serenos y aún mejor, de convivir entre ellos sin intentar quitarse la vida. El lobo le sonrió, dándole esos ánimos como solo él podía hacerlo cuando cruzaron las puertas con todos ya reunidos en la sala. Lucerys y Jacaerys se sorprendieron, mirándose entre sí, pero sus aromas se mantuvieron serenos, solo asombrados de encontrar a un viejo amigo por decirlo de una manera pues el Guardián del Norte tenía cercanía con los Velaryon al haberle prestado barcos en su guerra contra su tío para recuperar su título y jerarquía.

Aegon se quedó serio, en sus ojos se dejó ver una pena que no manifestó, pero Aemond sí la notó, sonriéndole con una mirada fija en él, esas que en otros tiempos le decían que esperara, porque todo pronto quedaría en su lugar. Harwin y Laenor intercambiaron la misma expresión, por supuesto todo aquello era extraño. El Señor de Harrenhal tomó la palabra, invitando a todos a sentarse alrededor de la larga mesa de la sala con Alys sirviendo el vino como algo de comida. Hubo un corto silencio antes de que el Omega tomara la palabra.

—Quiero agradecer al Señor de Harrenhal por su hospitalidad, sé que esto tendrá consecuencias.

—Mismas que no temo, milord, ya no más.

—No robaré tiempo precioso ni tampoco daré ruedos al asunto —comenzó Aemond mirando a todos, Ethola le animó con un asentimiento de cabeza— Es hora de la justicia, de la verdad, es hora de que Rhaenyra Targaryen pague por sus pecados y crímenes cometidos no solo en contra de este reino y sus súbditos, sino contra ustedes a quienes engañó por largo tiempo a quienes lastimó otro tanto. Es hora de la guerra.

—Estamos listos —Jacaerys habló en tono quieto— Los Velaryon podemos hacer lo nuestro desde el mar, cerrar el paso al ejército leal a la princesa de modo que Desembarco no pueda ser suyo. Creo que es lo principal.

—Si Rhaenyra no puede tomar el trono, no puede ser reina —apoyó Harwin— La Tierra de los Ríos se une a los Velaryon, me uno a mis hijos.

Laenor sonrió orgulloso, bajando su mirada unos instantes al llevar una mano a su vientre con algo de vergüenza por llevar la sangre de quien pronto sería enemiga jurada. Lord Strong alcanzó su mano, apretándola y quitándole ese sentimiento con sus feromonas. Aegon solo les observó en silencio, bebiendo de golpe su copa. Cregan fue el siguiente en hablar.

—Tenemos que organizarnos, defender Desembarco para que Aemond pueda hacerse de la fortaleza en el menor tiempo posible, controlando la capital tendremos la ventaja que provee la sorpresa.

—Si el ejército del Dominio nos apoya cortando paso a los Lannister, tendremos una victoria —Jacaerys miró a Aegon, quien arqueó una ceja.

—¿Estás dándome una orden?

—No, solo opino.

—A mí me sonó como una orden.

—Aegon —Aemond frunció su ceño.

Jacaerys levantó una mano hacia el Omega, respirando hondo al mirar a su tío.

—Yo no te ordenaría nada, jamás lo he hecho ni lo haré. Somos iguales.

—¿Qué? No te confundas.

—¿Podemos dejar esto? Si estás presente en esta sala es porque sabes la verdad y estás de acuerdo en la causa de Aemond.

—Tienes razón en lo último, pero no me doblegaré ante ti.

—Es que nunca has tenido que hacerlo ¿o sí?

El ambiente cambió, eran Alfas retándose y eso no le gustó a Aemond. Laenor quiso hablar, pero Harwin le calló con un gesto de su mano. Lucerys juntó sus cejas, obviamente apoyando a su hermano de la misma forma que Cregan. Tres contra uno. Fue algo que Aegon notó, observando cada rostro con el ceño fruncido hasta detenerse en el de Jacaerys quien levantó su mentón al olfatear ese reto.

—Suenas hipócrita para mi gusto, Jacaerys.

—Creo que tú estás siendo el hipócrita, Aegon.

Todos se pusieron de pie al mismo tiempo, aunque no todos supieran para qué. Aemond sí lo supo por el aroma de sus Alfas, estaban alcanzando el punto límite e iban a estallar, fuese por reaccionar o porque la discusión se había dirigido a otro cauce diferente. Aegon frunció más su ceño, con una mano en su espada listo para desenvainarla, Cregan a su lado adelantándose un poco, queriendo detenerlo en caso de abalanzarse contra Jacaerys, este siendo retenido por su hermano Lucerys, no con la firmeza necesaria.

—¡No voy a tolerar palabras de un bastardo!

El Omega cerró sus ojos, también buscando a Hermana Oscura, la mano de Alys Rivers lo detuvo, negando apenas, pidiéndole con un gesto de su mentón que mirara hacia los Alfas en conflicto.

—¿Bastardo? —Jacaerys bufó, sus ojos recorriendo de arriba abajo la figura de Aegon— ¿Qué no te has visto en un espejo, idiota? ¡Tú también eres un bastardo!

—¡Alteza! —Harwin intervino demasiado tarde.

Aegon abrió sus ojos, jadeando y viendo a los demás con un desconcierto que solo creció cuando se topó con la expresión de Aemond, una que dejó ver su conocimiento de esa verdad escondida. Desde que se vieran en la Calle de Seda lo sabía, por eso también lo había elegido. Lo curioso es que cuando se vincularon tuvo la sensación de que ese príncipe ya lo sospechaba, así que cambió su mirada a una más de aliento, de aceptación para reconocer precisamente eso.

—¿Bastardo? —repitió con voz herida, volviéndose a Jacaerys, este soltándose de la mano que lo retenía.

—¿Cómo puedes ser tan ciego? ¿Qué nunca notaste que las visitas de Rhaenyra siempre son demasiado prolongadas para solo estar presente en la vida de la Corte y visitar al rey? ¿Qué siempre coincidieron con sus nacimientos?

—Jacaerys, creo que...

—¡Rhaenyra es quien procreó con la reina! —exclamó aquel, interrumpiendo al Señor de Harrenhal— ¡Todo este tiempo solo ha estado... ha estado jugando con bastardos! ¡Nosotros los bastardos y eso te incluye, imbécil! ¡A ti y a tus hermanos! ¿Quieres escucharlo? ¡No llevan la sangre del rey Viserys! ¡Llevan la sangre de Rhaenyra Targaryen!

Aemond se adelantó al fin, levantando sus manos en alto, girando sobre sus talones para ver cada rostro e imponer sus feromonas por encima de tanta rabia y frustración.

—Esto no es cómo yo deseaba que habláramos ni tampoco la manera correcta de decir ciertas verdades, ya está dicho, no hay marcha atrás. Aegon, lo siento, pero Jace no miente, y sé que tú ya lo sospechabas, no me lo puedes ocultar. Lo siento mucho, Alfa, porque no querías escucharlo, es necesario si vamos a enfrentarla porque... será ir contra tu padre.

El silencio vino, Harwin y Alys se sincronizaron para proteger tanto a Laenor como a los Velaryon, esperando por la reacción de Aegon cuyos ojos temblaron igual que sus labios. Para sorpresa de los presentes, se echó a reír, derramando lágrimas al desviar su mirada a un ventanal.

—Mi vida ya no puede ser más patética.

—Aegon —el Omega fue a él, tomando sus manos entre las suyas— Tienes la Sangre del Dragón, y la Sangre Hightower que no es cualquier cosa. Pero sobre todo, eres mi Alfa, y solamente por ello ya puedes considerarte por encima de otros hombres. ¿Recuerdas mi promesa? Te pondré la corona del Conquistador, te daré su espada y nadie habrá de menospreciarte nunca más.

—Aemond...

—Yo he hecho una promesa a cada uno y la cumpliré, si vivo lo suficiente. Pero hay una en general que sí pueden dar por sentada y es que Rhaenyra morirá.

—Pero no vas a morir con ella —aclaró Cregan, arqueando una ceja— O yo te seguiré.

—Te seguiremos —corearon los príncipes Velaryon haciendo sonreír orgullosos a sus padres.

Aemond sintió fuerzas con ese apoyo, sujetando los codos de Aegon a quien sacudió apenas, sus feromonas lo envolvieron.

—Ya lo sabías, en el fondo de tu corazón tenías esa verdad guardada porque no eres alguien cuyos ojos dejen pasar detalles importantes. Lo sabías. Cuando me hablaste de ti y tus hermanos en la Calle de Seda lo dejaste entrever, no actúes ahora como si te hubieran engañado porque no funciona así. Sé que te duele, Aegon, ¿crees que no lo siento yo? Estás sufriendo, no deseo nada más que poder arrancarte semejante pena y para eso debo vencer a Rhaenyra, fue ella quien te hizo daño, no Jace ni Luke.

Tuvo que esperar un rato a que Aegon reaccionara, levantando sus ojos llenos de lágrimas con puños apretados.

—Es...

—Doloroso, sí Alfa —el Omega pegó su frente con la del príncipe— Es horrible, no puedes respirar y quieres gritar a los cuatro vientos que odias a todos. Yo lo sé. No es justo, te has dicho también eso, porque has tenido que vivir con la humillación y el desconsuelo de saber que tu camino no tiene un buen final.

—Aemond...

—Pero yo puedo cambiarlo, puedo lograrlo, pero necesito que sujetes mi mano porque no puedo hacerlo solo.

Aegon le besó, ahogando un sollozo, le dejó hacer porque notó ese paso de la furia a la aceptación en su Alfa, abrazándolo en cuanto se lo permitió, acariciando su espalda. Sin aquel reto, los demás se tranquilizaron. Alys sonrió, mirando a Harwin quien asintió con una sonrisa.

—Es hora de movernos.

La voz del Señor de Harrenhal le recordó que debían prepararse, dando una caricia a la mejilla húmeda de Aegon, cuya mano derecha alcanzó para llevarlo consigo a donde sus demás Alfas, invitándolos a acercarse con un gesto de su mano. Aemond respiró hondo, mirando a cada uno de ellos, soltándose del príncipe para ir con Cregan, besando sus labios, su frente y luego tomando su mano que besó por el dorso en muestra de respeto. Hizo lo mismo con los otros tres, que no esperaron aquello, relajándolos, listos para escuchar sus siguientes palabras.

—Ustedes son mis Alfas, yo amo a cada uno de ustedes, de diferente manera porque no son iguales solo en importancia para mí. No hay nadie más arriba o más abajo. Así como los cuatro puntos cardinales, así existen en mi ser —el Omega llevó una mano a su pecho— Esta guerra que está por estallar, pedirá todo de ustedes, por eso fue necesario reunirlos, aclarar cualquier malentendido pues estoy a punto de romper las cadenas que los atan, a unos con mayor fuerza que otros. Yo lo haré, Alfas míos, porque quiero verlos felices, libres de toda pena, no para que me sirvan o hinquen la rodilla ante mí, he aprendido que cuando se ama se hace sin obligar al otro a ser como uno desea, sino aceptando lo que es. Yo los acepto a cada uno, espero que lo hagan conmigo, pero sobre todo, espero que puedan tenderme la mano porque yo no soy nadie sin ustedes. Si ustedes caminan a mi lado, puedo ser el más feroz dragón, pero si me faltan... soy una hoja seca que el viento destrozará.

Todos ellos se vieron entre sí, no con agresión o recelo, como si estuvieran conociéndose por primera vez. Aemond sonrió, estaban aceptándose, incluyendo a Aegon quien incluso sonrió apenas.

—No le mentí a Rhaenys Velaryon cuando le afirmé que yo no deseo el Trono de Hierro, lo que en realidad quiero es justicia y que reine la verdad. Quiero un mundo donde mis Alfas ya no están sufriendo ni tampoco obedeciendo a alguien que destruye y miente solo para su dicha. Eso es lo que anhelo, como el limpiar el nombre de mi madre. Solo eso, alfas, solo eso. Pero si los dioses están de mi lado y ganamos, les prometo lo siguiente: cada uno de ustedes tendrá un futuro y un heredero. El Norte seguirá siendo libre, y Lord Stark sentará a su cachorro en su regazo...

Cregan sonrió ampliamente con una reverencia.

—Si todo sale como lo planeamos, entonces... podré liberar a los Velaryon de su carga, puedo legitimarlos y devolverlos a sus padres —Aemond miró por encima de su hombro a Harwin y Laenor— Que sean Strong si eso les parece.

—Yo nunca quise el trono ni ser heredero —la confesión de Jacaerys terminó por devolverle la confianza a Aegon quien abrió sus ojos al escucharlo— Por mi madre, no puedo tocar algo que le ha costado lágrimas y sangre.

—Jace... —Laenor se conmovió.

—El Señor de Harrenhal entonces tendrá a su heredero y este a su vez tendrá a su hijo que lo sucederá cuando llegue el tiempo —afirmó Aemond— Como Corlys Velaryon podrá mantener a su heredero quien también verá otro caballo de mar entre sus brazos.

—Gracias, Mondy —sonrió Lucerys.

—Así que mi príncipe Aegon será quien vea a su sangre sentarse en el trono, porque de él nacerá la nueva línea de dragones.

—Ahora me siento muy avergonzado —comentó este mirando a los demás quienes rieron— Jacaerys, me disculpo.

—Está bien, Aegon, yo lo entiendo.

—No lo olviden, Alfas, los necesito a mi lado, quiero que vivan.

—Y tú también debes hacerlo —Cregan arqueó una ceja— No creas que no noto cómo estás huyendo de jurar que saldrás vivo de esto.

—Mondy, no —Lucerys se asustó.

Aemond resopló, descubierto por su lobo. —No estoy seguro de que mi combate contra Rhaenyra me traiga más días de vida, pero haré mi mejor esfuerzo.

—Aemond —Jacaerys alzó sus cejas— Si tú mueres... nosotros cuatro vamos a destruir Poniente.

Todos se giraron hacia Aegon cuando este sacó su espada, levantándola en alto. Cregan, Jacaerys y Lucerys lo imitaron al entender, cruzando las cuatro hojas en el aire.

—¡Si nuestro Omega muere, no habrá más vida en Poniente!

Dicho Omega quedó estupefacto, sin poder creerlo y luego llamándolos para un abrazo comunal porque rompió a llorar sin más. Podía haber sonado como un juramento tonto, lo que en verdad estaban haciendo era comprometerlo a permanecer con vida y no renunciar. Así como Aemond quería que sus Alfas sobrevivieran, estos a su vez también buscaban que él no perdiera la vida. Ethola sonrió con lágrimas al verlos, murmurando muy por lo bajo con una mano sobre su pecho a la altura de su corazón.

—¿Lo estás viendo, Daemon? Mira a tu cachorro conquistar lo que reyes sacrificarían todo un reino por conseguirlo.

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