Maldita rubia (2)

Caminaba junto a Sucy por un pasillo, en dirección a nuestra habitación después de un largo día de clases.

Debido a la falta de magia, en todas las clases usamos libros, libros y más libros. Y claro, esto sumado a las quejas constantes de Akko no fue muy llevadero que digamos.

Y hablando de Akko...

—¿Dónde está Akko? —pregunté— ¿Y Lotte?

Sucy vio a la derecha, luego a la izquierda, y procedió a encogerse de hombros.

—Ni idea.

Suspiré. Que Akko no estuviera siempre era una mala señal. Quién sabe que tipo de locuras debe estar haciendo, y de seguro llevó a Lotte con ella.

Seguimos caminando, aunque yo tenía cierta preocupación por la ausencia de Akko.

Antes de llegar a nuestra habitación, nos topamos de frente con...

—Michelangelo, necesito hablar contigo —dijo Diana, con su habitual tono tranquilo pero firme— en privado.

Me quedé por un momento viéndola a los ojos. Como si estuviera procesando la información.

No sabía cómo comportarme con ella después de todo lo que había pasado. Aún seguía siendo mi rival, pero... ¿la seguía odiando como antes? O más importante aún, ¿nuestra relación había cambiado realmente? ¿Debía cambiar mi actitud hostil con ella después de lo sucedido en el festival de Samhain...?

—¿Para qué? —pregunté, manteniendo una expresión neutra, sin reflejar todo lo que pensaba en el momento.

—Algo importante —dijo con simpleza.

Volví a ver a Sucy, y ella solo asintió.

—Está bien —respondí al fin, con un suspiro.

Sucy se encogió de hombros antes de pasar junto a mí.

—Nos vemos en la habitación, Mikey —murmuró con su usual tono indiferente, mientras desaparecía por el pasillo.

Una vez nos quedamos solos, Diana se cruzó de brazos. Durante unos segundos, el silencio fue incómodo. Me debatía entre decirle que dijera lo que tuviera que decir de una vez por todas, o darle el espacio para decir lo que quisiera... Eso sonó como un trabalenguas, o como una estrofa de rap. Dijera, decirle, decir, yea, ouh. Hip Hop.

—Es sobre la huelga  —comenzó finalmente, con un tono más suave del que esperaba.

... Ah, era eso...

¿Qué, estás decepcionado? ¿Pensabas que te iba a decir: "Mikey, ya no te odio, ahora te amo. Por favor, déjame darte un bes-"?

¡CÁLLATE, IMBÉCIL! ¡ESTÚPIDO, IDIOTA, RETRASADO MENTAL! No es eso. Solo me sentí aliviado por saber que tendríamos que hablar de un tema que no fuese incómodo.

¡Eh! Recuerda que soy tu maldito creador. Más respeto, niño malcriado.

—¿Qué hay con eso? —pregunté, evitando hacer contacto visual.

Por más que intentara evitarlo, sentía los ojos de Diana clavados en mí, insistentes, como si no fueran a descansar hasta encontrar los míos. Sus pupilas de zafiro parecían quemar, y el simple pensamiento de sostener su mirada me causaba cierta incomodidad.

—Tenemos que poner fin al problema. No podemos seguir así. —Diana se cruzó de brazos— necesitamos la energía de la Piedra Filosofal para que la academia funcione.

—¿Y qué sugieres?

—Hablar con las criaturas mágicas directamente —respondió, como si fuera la solución más lógica del mundo.

—Hablar con criaturas mágicas que se niegan a razonar y que están construyendo paneles anti-magia alrededor de la Piedra Filosofal... Claro, Diana, una idea brillante. —Mi tono estaba cargado de sarcasmo, pero ella no pareció inmutarse.

—No son irracionales, Michelangelo. Entenderán.

—¿Y por qué crees que me interesa meterme en esto? —pregunté, arqueando una ceja.

—Porque es tu responsabilidad como alumno de Luna Nova velar por la integridad de nuestra institución. —Su mirada era intensa, quizá demasiado, pero no arrogante.

Solté un suspiro. Ella tenía razón, lo odiaba, pero tenía razón, por lo menos parcialmente. Después de todo, Luna Nova era el sitio más cercano a un hogar que tenía. Aún así, la idea de ir a negociar con criaturas mágicas malhumoradas no me entusiasmaba en lo absoluto.

—¿Y por qué no lo haces tú? Eres la alumna ejemplar, la que todo el mundo respeta, la perfecta Diana Cavendish. Seguro que te escuchan.

—¿Y tú qué? —Dio un paso hacia mí, acortando la distancia— ¿No eres acaso también un alumno ejemplar? ¿O me hace falta recordarte que este año tuvieron que cambiar el título de Bruja Iluminada por la Luna a "Brujo" por ti?

No estaba seguro de si eso era un cumplido o una estrategia para manipularme.

—Bueno, lo voy a hacer... Pero si termino hecho mierda por un minotauro, o en una bolsa negra flotando en algún río, será culpa tuya —dije, señalándola con un dedo.

—No lo permitiré. —Su respuesta fue más firme de lo que esperaba.

Aunque, realmente, un minotauro no fuera una especial amenaza para mí.

Caminé con ella hasta afuera. Nos dirigimos a la torre de la Piedra Filosofal, donde estaban plantadas las criaturas mágicas. Divisé a lo lejos a Miranda, a Finnela y a Badcock, parada frente a las criaturas, probablemente intentando llegar a un acuerdo.

Nos fuimos acercando más y... Un momento.

¿Akko?

Sí, ella estaba ahí, al frente de todos los involucrados en la huelga, dando la cara, junto a un par de duendes. Sostenía un megáfono frente a ella y gritaba... cosas, cosas las cuales no me tomé la molestia de escuchar bien.

Diana aceleró el paso, sin esperar a que la alcanzara. Aunque su rostro mantenía esa inexpresividad habitual, percibí un leve cambio en su actitud. Noté su molestia al ver a Akko allí, incluso si, como siempre, se esforzaba por disimularlo.

Vaya, ¿la conoces tan bien como para saber cómo se siente?

Te juro que algún día te voy a clavar un Uzumaki en toda la cabeza.

—¡Ya fue suficiente! —exclamó Diana, llamando la atención de todos los presentes— ¿Es que acaso a nadie le importa si Luna Nova desaparece? —Empezó a caminar hacia la turba de criaturas mágicas. Decidida y sin titubear, imponiendo cierto respeto con su sola presencia— la Piedra Filosofal es lo que mantiene y permite hacer magia en la academia, ¿ustedes quieren cambiar eso? Recuerden que si pierden su lugar de trabajo, perderán también su hogar. —Se paró frente a ellos a escasos metros, cruzando los brazos y viéndolos con expresión de desaprobación.

—¡¿Cómo puede una burguesa comprender lo que las obreras sienten?! —gritó Akko, su voz amplificada por el megáfono.

Caminé hacia las profesoras. Me paré a un lado de la directora Miranda, viendo la escena con ojos de incredulidad, pues Akko y las demás criaturas mágicas empezaron a gritarle: "¡aristócrata!" a Diana una y otra vez.

—¿Se puede saber por qué putas Akko está apoyándolos? —pregunté— toda la mañana se estuvo quejando de las consecuencias de la huelga.

Miranda suspiró, llevándose una mano a la frente.

—Porque es Akko —respondió con una mezcla de resignación y cansancio— probablemente ni siquiera entiende bien lo que está apoyando.

—Eso no me sorprende, pero sí que esté liderando el motín como si fuera la representante sindical oficial.

Volví mi atención hacia Akko, quien ahora agitaba el megáfono con tanta energía que casi se lo arrojaba accidentalmente a uno de los duendes a su lado. Diana, en cambio, permanecía estoica, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de incredulidad y paciencia a punto de agotarse.

—Akko, ¿me puedes explicar qué haces aquí? —preguntó Diana, su tono helado pero carente de la confrontación que uno esperaría.

Akko se giró hacia ella, con una sonrisa tan amplia como su falta de sentido común.

—¡Estoy luchando por la justicia! Estas criaturas mágicas merecen mejores condiciones laborales y acceso a la Piedra Filosofal sin restricciones.

—¿Sabes siquiera qué significa "condiciones laborales"? —intervine, con una sonrisa divertida.

—¡Por supuesto que sí! —respondió con una expresión indignada— es... bueno, ¡es lo que todos deberíamos tener!

Los duendes a su alrededor asintieron, murmurando entre ellos como si Akko acabara de decir la frase más inspiradora de la historia.

—Akko, me sorprendiste mucho el día de Samhain. En serio creí que habías madurado —dijo Diana con una calma que casi parecía ensayada— pero parece que sigues siendo la misma.

Akko entrecerró los ojos y señaló a Diana con el megáfono.

—¡Eso es lo que diría alguien que está del lado del sistema opresor! ¡Tú siempre desprecias, NO ENTIENDES COMO SE SIENTE LOS QUE TRABAJAN DURO DEBAJO DE TI!

Diana frunció el ceño. Pareció que iba a decir algo, pero simplemente se quedó callada.

—Es una perdida de tiempo... —murmuró mientras se daba media vuelta.

Caminé hacia ella y puse una mano en su hombro para llamar su atención, pero la quité rápidamente. Diana se volvió hacia mí, intrigada, probablemente pensando que iba a sugerir algún plan para arreglar el problema. Yo solo sonreí de forma burlona antes de pronunciar ciertas palabras.

Aristócrata, aristócrata —susurré.

Diana se enfadó visiblemente ante mis palabras, incluso su rostro se puso rojo, ya sea de vergüenza o ira. Una reacción que no me esperaba del todo, pues se había mantenido impasible cuando una turba de criaturas enojadas se lo había gritado una y otra vez.

—¿Te divierte? —espetó Diana, con los ojos entrecerrados.

—Un poco, sí —admití sin molestia alguna, encogiéndome de hombros.

Sabía que estaba jugando con fuego, pero no pude resistirme. Por mucho que me incomodara la idea de cooperar con Diana en este asunto, molestarla seguía siendo una de las pocas cosas que me resultaban entretenidas en Luna Nova.

Diana tomó aire y, con una calma forzada, replicó:

—Si has terminado con tu estupidez, ¿podemos concentrarnos en solucionar este problema?

—Bueno, como sea —dije, levantando las manos en señal de rendición— pero no esperes que me convierta en tu soldadito obediente.

—No espero milagros, Michelangelo —respondió con un toque de sarcasmo que no esperaba de ella.

Interesante.

Después de eso, Diana me arrastró por toda la academia en dirección a un lugar el cual ella no quiso especificar. Pero cuando llegamos, estuve seguro de que ahí no iba a entrar ni muerto.

—Diana, no voy a entrar a tu habitación —dije firmemente, alejándome de la puerta como si fuera a hacerme algo— accedí a ayudarte en esto, pero no voy a hacer todo lo que me pidas. Tú no me mandas.

Ella suspiró. Parecía querer insultarme, pero se contuvo.

—Aquí tengo todo mi material de estudio, y es el mejor lugar en el que podremos idear algún plan para resolver todo esto.

—¿Y no podrías haber traído el material a otro lugar? —pregunté, cruzándome de brazos.

—No, porque el tiempo apremia, y tú ya lo estás desperdiciando con tus quejas sin sentido. —Su tono era tan cortante que sentí un pequeño pinchazo en mi ego.

Por un momento, pensé en marcharme, pero recordé que la situación ya estaba bastante complicada como para echar más leña al fuego. Además, Diana no parecía de las que aceptan un "no" como respuesta, y si me negaba, probablemente se las arreglaría para arrastrarme de vuelta de alguna forma humillante.

Con un suspiro exagerado, empujé la puerta de su habitación y entré, seguido de cerca por Diana, quien cerró detrás de nosotros. Su habitación era exactamente lo que esperaba: impecable, organizada hasta un nivel casi obsesivo. Cada libro, cada pergamino, incluso las plumas, estaban perfectamente alineadas sobre su escritorio. Era grande, mucho más grande de lo que era la habitación que yo compartía con mis Akko, Lotte y Sucy.

Había dos camas visibles apenas entrar, frente a ellas, estaba colocada una estantería llena de libros, dejando solo un pequeño espacio a la izquierda por el que Diana pasó, y yo la seguí.

Detrás del mueble estaba la que, supuse, era la cama de Diana, con un par de muebles, una mesita de noche y un escritorio. Al parecer, apreciaba mucho su privacidad, pues el mueble tapaba casi toda esa área del dormitorio.

—¿Dónde están Hannah y Bárbara? —pregunté por sus compañeras de habitación, temiendo que en cualquier momento entraran y me encontraran ahí, con Diana. Podrían pensar cosas que no eran.

—Ocupadas —dijo con simpleza— no vendrán en un buen rato. Están haciendo una tarea de clase, pero yo ya la terminé, así que tengo todo el tiempo que necesitemos.

Me quedé ahí, parado, mientras Diana ordenaba varios papeles y mapas conceptuales sobre el escritorio. Me sentía un poco... extraño estando ahí, solo, junto a quien consideraba mi gran rival.

Diana parecía no notar mi incomodidad, concentrada en sus papeles, sin darme muchas explicaciones sobre lo que estaba planeando.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —pregunté, rompiendo el silencio, intentando que mi tono fuera lo más indiferente posible.

Diana levantó la vista de los papeles, sus ojos reflejaban concentración, pero había algo en su mirada que me decía que no quería perder el tiempo. Por un momento, se quedó en silencio, como si estuviera evaluando mi disposición.

—Necesito que consigas el apoyo de las demás profesoras —dijo al fin— si esto se soluciona rápidamente, las criaturas mágicas se calmarán y dejarán la huelga. Pero el problema está en el convencimiento. No se trata solo de dialogar, sino de que todos los involucrados entiendan que estamos en riesgo. Si no conseguimos una solución, Luna Nova podría caer, y con ella, nuestra forma de vida.

—¿Y qué quieres que haga yo? ¿Evangelizarlos a todos como hacía Naruto? —repliqué con tono sarcástico— voy a llegar y decirles a las criaturas mágicas: "¿sabes...? Yo antes era como tú", y así mágicamente convencerlos de que se calmen.

Diana entrecerró los ojos. Probablemente no había entendido la referencia, pero sí entendió que era sarcasmo.

—Si dejaras de hacer comentarios inútiles, podrías ser de ayuda —respondió Diana con voz gélida, cruzándose de brazos— nadie espera milagros de ti, pero sí que uses lo que tienes ¿No eras amigo de Akko? Pues empieza por ahí.

—Akko es mi amiga, y por eso mismo sé que no tiene caso hablar con ella. No la voy a convencer —dije, encogiéndome de hombros.

—No seas un inútil, Michelangelo. Por lo menos haz el intento.

Suspiré profundamente, sintiendo que Diana estaba haciendo un arte de exasperarme. Su mirada fija me dejaba claro que no iba a aceptar ninguna excusa.

—De acuerdo, lo intentaré —dije al fin, levantando las manos en señal de rendición— pero no te prometo resultados.

Estuvimos un rato "discutiendo" varios planes. En realidad, solo era Diana hablando y yo asintiendo mientras miraba por la ventana. Se hacía tarde y ya me estaba aburriendo.

Mientras me distraía con las cosas sobre el escritorio, encontré una libreta abierta. Por curiosidad empecé a leer su contenido.

"¿Será más receptivo si actúo más tranquila y paciente?".

"¿Si le doy comida estará más dispuesto a ayudar? Como un perro cuando le das comida y te empieza a seguir a todos lados".

"Parece que ya no me odia, al menos no tanto como antes".

Un momento, ¿acaso se refiere a mí?

No pude seguir leyendo las extrañas anotaciones porque Diana agarró la libreta y la quitó de mi vista. La volví a ver, sus mejillas estaban totalmente rojas.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, apretando la libreta contra su pecho como si fuera un secreto de estado.

—Solo estaba... revisando el material que trajiste —respondí, intentando sonar casual, aunque una sonrisa se formaba en mis labios. La situación era demasiado buena como para no aprovecharla.

—¿"Material"? ¡Eso no es para ti! —espetó Diana, claramente incómoda— es... es un diario de notas personales. Nada relacionado con lo que estamos haciendo.

—¿Ah, sí? —dije, inclinándome ligeramente hacia ella con una expresión juguetona— porque parecían estrategias muy elaboradas sobre cómo tratar conmigo.

—¡No lo son! —Diana prácticamente gritó, aunque inmediatamente se aclaró la garganta y adoptó un tono más controlado— es... investigación. Estrategias generales de liderazgo, eso es todo.

—¿"Liderazgo"? —pregunté, levantando una ceja— ¿y lo de "como un perro cuando le das comida" también es un concepto avanzado de liderazgo?

Por primera vez desde que la conocí, Diana parecía acorralada. Su rostro estaba completamente rojo, y aunque intentaba mantener su compostura, su mirada evitaba la mía a toda costa.

—¡Eres un idiota! ¡Idiota, idiota, idiota!

No pude evitar soltar una carcajada ante su reacción. Diana Cavendish, la siempre perfecta estudiante modelo, estaba gritando como una niña que acababa de ser descubierta con las manos en la masa. Esto valía todo el sufrimiento que me había causado en el pasado.

—Era solo una broma. Qué llorona eres, nunca aguantas nada —dije entre risas.

—¡No tiene gracia! —respondió, su voz subiendo otro par de decibeles— esto es serio, Michelangelo, y si no vas a tomarlo con la misma seriedad, entonces no sé para qué estás aquí.

—Ah, es cierto. El destino de Luna Nova está en nuestras manos, y todo depende de que me trates como... un perro bien alimentado —me burlé, sabiendo que estaba jugando con fuego.

Diana me fulminó con la mirada, y por un segundo pensé que iba a lanzarme un libro a la cabeza. Pero, en lugar de eso, respiró profundamente, cerró los ojos y murmuró algo que sonó como un mantra de autocontrol.

—Olvidemos esto —dijo, su tono volviendo a ser frío y calculador, aunque las puntas de sus orejas seguían rojas— tenemos cosas más importantes que hacer.

—¿Por dónde empezamos, líder? —pregunté, dándole un saludo militar exagerado.

Ella me ignoró, claramente esforzándose por no responder a mi provocación, y volvió a centrarse en sus papeles. Pero yo no podía dejar de mirarla, divertido. Nunca pensé que ver a Diana fuera de su zona de confort sería tan... entretenido.

—Por cierto, Diana... —comencé, inclinándome hacia ella con una sonrisa traviesa— si alguna vez necesitas más "investigación" sobre mí, no dudes en preguntar. Estaré encantado de darte más material para tu diario.

Diana no respondió, pero el libro que me lanzó a la cabeza definitivamente sí lo hizo.

Maldita rubia...

¡Mira, eso fue lo mismo que dijiste cuando la conociste!

Cállate.

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No sé que me está pasando, pero estoy tardando demasiado en publicar. Me voy a terminar tirando de un puente si esto sigue así.

Y no tiene nada que ver, pero igual quiero explicarlo: el hechizo de Mikey, el Uzumaki, se llama así porque "uzumaki" es una palabra japonesa que significa algo como "remolino", y la apariencia y funcionalidad del hechizo es similar a un remolino o tornado. Por el hecho de que atrae todo como un tornado y pues, es energía mágica girando en forma de esfera, como un remolino pero con otra forma... Se entiende, ¿no?

Yo fui F Green, su escritor anónimo de confianza. Me lees en el próximo capitulo.

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