Interludio: respeto
Diana Cavendish veía aquello desde lejos. Todos aplaudían con fuerza a Akko, Lotte, Sucy y... a Michelangelo.
Mikey dio un mejor espectáculo que ella, definitivamente lo hizo. Diana lo sabía. También sabía que era muy probable que fuese él quien recibiera el título de Bruja Iluminada por la Luna. Debía admitirlo, por más que le costara.
Esta vez, Michelangelo Ambrosius ganó.
Nunca se había sentido tan frustrada. Trabajó muy duro para conseguir ese título, y se lo habían arrebatado.
Cruzó miradas por un momento con Michelangelo, pero se dio media vuelta cuando sintió como las lágrimas empezaban a salir de sus ojos.
Fue hacia atrás de las gradas, suspiró y se dejó caer en el suelo. Abrazó sus rodillas y empezó a llorar para desahogarse. Hace mucho tiempo que no lo hacía.
—¿... Diana?
Levantó la vista. Era... Mikey.
La vergüenza la empezó a consumir. No tenía explicaciones o excusas para la situación en la que se encontraba.
Hubiera preferido que cualquier otra persona la encontrara así, cualquiera menos su peor enemigo. No podía permitirse que especialmente él la viera en un momento de tal vulnerabilidad.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Diana, apresurándose a limpiarse las lágrimas con la manga. Intentó sonar severa, pero no pudo.
Michelangelo la observó en silencio. Por un instante y por primera vez, su habitual expresión de odio al ver a su enemiga estaba ausente.
Dio un par de pasos hacia ella, pero Diana levantó una mano, deteniéndolo en seco.
—No necesito tus burlas ni tus comentarios condescendientes, Ambrosius —espetó, su voz temblando ligeramente— por favor, márchate.
Él suspiró y se arrodilló frente a ella, ignorando su advertencia.
—No vine a burlarme —dijo con voz tranquila. En sus ojos había algo que Diana no esperaba: sinceridad— vine porque... sé lo que se siente.
—¿Ah, sí? —respondió Diana, casi soltando una risa amarga— ¿Y qué sabes tú sobre perder? Siempre lo tienes todo, ¿verdad? El talento, el reconocimiento... hasta el maldito título.
Michelangelo frunció el ceño al escuchar esas palabras.
—He perdido más de lo que tú podrías imaginar. Sé mucho sobre lo que es "perder", Diana —dijo con un tono de voz casi monótono. Suspiró antes de seguir hablando— yo me esforcé igual que tú, ¿sabes? Quería... —titubeó— quería ganarte, quería estar a tu altura. Quería demostrarme a mí mismo que era igual de bueno que tú. Siempre has sido una muralla que he querido sobrepasar, es más... Creo que siempre has sido la razón por la que me esfuerzo tanto.
Diana se quedó en silencio, sus emociones enredadas en un torbellino de rabia, tristeza y algo más que no podía identificar.
No sabía exactamente lo que sentía, pero una cosa era segura: Mikey no era el enemigo que ella había creído durante tanto tiempo.
—¿Por qué me dices esto ahora? —murmuró Diana, aún abrazándose las rodillas— ¿Por qué, después de todo lo que hemos pasado?
Mikey se encogió de hombros, apartando la mirada por un momento antes de volver a mirarla.
—Porque... me salió de los cojones, ¿en serio necesito una razón?
Diana abrió la boca para replicar, pero no encontró las palabras. La ironía de la situación era casi cruel. Su rival más acérrimo parecía ser la única persona capaz de entender lo que significaba esta derrota.
—Si esto es otra de tus estrategias para humillarme, Ambrosius, es demasiado retorcido incluso para ti —dijo, aunque su tono carecía de fuerza.
—No soy tan hijo de puta. —Dejó escapar una pequeña risa, pero no había alegría en ella— no tengo ganas de humillarte, hoy no. Te respeto lo suficiente como para no atacarte en un momento de tanta vulnerabilidad.
Diana parpadeó, sorprendida. Esa palabra... respeto. Jamás hubiera esperado escucharla salir de los labios de Michelangelo en referencia a ella.
—¿Respeto? —repitió, incrédula.
—Sí. Respeto. Admiración. Lo que sea —respondió él, alzando una ceja—. No me malinterpretes, todavía quiero vencerte en todo lo que podamos competir. Pero eso no significa que no reconozca cuanto vales.
El silencio entre ambos se volvió pesado, pero no incómodo. Era como si cada palabra que habían intercambiado estuviera construyendo un puente frágil, pero real, entre ellos.
Finalmente, Diana dejó escapar un suspiro largo y cerró los ojos.
—Es tan irritante que incluso en esto encuentres la manera de hacerme sentir pequeña.
—¿Pequeña? —Rió suavemente— pequeña es lo último que eres, pero si alguna vez necesitas que alguien te recuerde lo grande que eres... supongo que puedo ser ese alguien.
Diana lo miró fijamente, buscando en sus ojos alguna señal de sarcasmo o falsedad. No encontró ninguna. Lo único que vio fue algo que nunca antes había notado: una honestidad que, tal vez, había estado allí todo el tiempo.
—No sé qué pretendes con todo esto, Michelangelo —murmuró, relajando un poco la postura— pero... gracias.
Mikey sonrió de lado, poniéndose de pie y extendiéndole una mano.
—Por esta vez, puedes llamarme Mikey. Solo por esta vez —recalcó.
Diana lo miró por un momento más antes de aceptar su mano.
—Gracias, Mikey.
Algo en su interior le decía que este día sería un punto de inflexión. Aún era ese chico al que deseaba vencer, pero... ya no lo veía de la misma manera.
—Vamos. Todo mundo nos debe estar esperando —le dijo con una sonrisa mientras la obligaba a caminar.
Caminaron de la mano, de vuelta al escenario. Diana solo se dejó llevar por él, mientras su corazón latía a mil.
Llegaron frente a las gradas, y fueron recibidos por varias ovaciones. Las alumnas se congregaron alrededor de ellos dos para felicitarlos por sus grandes actuaciones.
Mikey soltó la mano de Diana de inmediato. Ella sintió un pequeño vacío cuando lo hizo.
Aún no se anunciaba a quien le darían el título de Bruja Iluminada por la Luna, pero para todas ya era obvio. Sin embargo, Mikey había ganado algo más aparte de ese título esa noche. Se había ganado el respeto de Diana Cavendish.
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Y ya con este capítulo acabaría la maratón de publicaciones seguidas cada día. Ahora necesitaré tiempo para escribir lo que viene a continuación, porque sí está bien potente. Así que, como diría mi abuelo: "tengan paz, hijueputas".
Y ahora, les dejó unas palabras de la verdadera estrella de todo esto. O sea, Mikey.
Yo quería narrar el pinche capítulo.
Yo fui F Green, su escritor anónimo de confianza. Me lees en el próximo capitulo.
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