6


Una mañana en la que regaba las flores de mi jardín, me di cuenta de que el clima era ligeramente más frío de lo habitual. Supuse que eso tenía que ver con la tristeza de Deméter o la ausencia de Perséfone.

Espero que esto no empeore, pensé, viendo cómo la piel de mis brazos se erizaba. Me dirigí al manzano plateado y vi que Iria y Eleni estaban ahí, esperándome.

—Las ninfas de Apolo nos pusieron al tanto de lo que ha ocurrido en el Olimpo—dijo mi tatarabuela.

Me estremecí.

—¿Y qué ha pasado?

Ambas intercambiaron una mirada triste.

—Perséfone fue raptada por Hades—dijo Eleni—. Le pidió permiso a Zeus para desposarla y él se lo concedió.

—¿Q-Qué?

—Hades ha estado enamorado de Perséfone desde hace muchos años, solía espiarla cuando ella estaba en los campos. Él adoptaba la forma de un pájaro o un venado para pasar desapercibido.

Sentí cómo se me helaba la sangre. El rey del inframundo estuvo cerca de nosotros todo este tiempo. Pudo matarme si así lo hubiera querido.

—Hades dijo que quería acercarse a ella de una manera menos violenta—dijo Iria—. Pero vio que Perséfone y tú eran cada vez más cercanos, y no pudo soportarlo. Actuó por impulso.

—No…no puede ser—musité—. Él no tenía derecho a hacerlo. ¿Por qué…?

Apreté los labios. Creí que a estas alturas ya no me quedaban lágrimas, pero no era así. Abracé a mi tatarabuela y sollocé como cuando era niño.

—Hades dijo que Perséfone está bien—dijo Eleni—. Vive rodeada de lujos en su reino.

—No, ella no está bien—espeté—. Perséfone es un alma libre, ama la naturaleza. Se  marchitará si continúa allá abajo. Y todo será mi culpa… Hades la secuestró porque la vio conmigo…

—Nada de esto es tu culpa—me aseguró Iria, pasando una mano por mi cabello—. Él igual se la hubiera llevado si ustedes nunca se hubieran conocido.

Había oído historias sobre Hades a lo largo de mi vida. Él es un dios tranquilo que se limitaba a cumplir con su labor en el inframundo, y no molestaba a nadie. ¿Por qué decidió llevarse a Perséfone así, sin importarle que ella le suplicó una y otra vez que la dejara ir? ¿Tan profunda y amarga era su soledad? ¿Sus celos a lo que ella y yo teníamos?

—Persérone ha de estar sufriendo mucho—dije en un hilo de voz—. Y yo no puedo hacer nada al respecto…

—Su madre encontrará la manera de traerla de vuelta—dijo Eleni—. Sé que lo hará.

Pasé otra noche sin dormir. En la madrugada mi tatarabuela y yo atravesamos la cascada más grande y nos sentamos junto a las margaritas.

—Hola a todas—dije, acariciándolas con mucho cuidado—. Lamento mucho que hayan terminado así.

Iria rodeó mis hombros con su brazo.

—No tienen nada de qué preocuparse—le dijo a las flores—. Varias familias en la aldea acogieron a sus hijos y nietos. Ellos están muy bien. Aún se sienten muy tristes y por eso no han venido a visitarlas, pero lo harán muy pronto.

Nos quedamos en silencio un momento. Suspiré. Sabía que nunca íbamos a acostumbrarnos a su ausencia.

Una voz femenina detrás de nosotros dijo mi nombre. Volteamos al mismo tiempo, y nos encontramos con la mirada triste de Deméter. Iria, sin pensarlo dos veces, se levantó y se puso en medio de la diosa y yo con los brazos extendidos. Temblaba de miedo, pero estaba decidida a protegerme.

—Nada de lo que ha pasado es culpa de Asterios—dijo.

Deméter la miró por unos segundos.

—Lo sé. Solo vine a hablar con él un momento.

Iria me vio con preocupación.

—Estaré bien—le dije.

Ella asintió y dijo que volvería a la aldea. Una vez la perdimos de vista, Deméter se sentó junto a mí.

—Iria no se ha ido—susurró—. Aún siento su presencia. De seguro cambió de forma.

—Ella siempre ha cuidado de mí—respondí con el mismo tono de voz.

La diosa me dio un amago de sonrisa.

—Lo sé.

La vi a los ojos por un instante. El poco brillo que tenían se había extinguido.

—Supongo que ya estás al tanto de mi visita al Olimpo—dijo.

—Sí…

—Nadie quiso ayudarme a recuperar a mi hija. Estoy sola en esto.

Vi su expresión derrotada. Lucía tan vulnerable. Me recordó a mi madre cuando alguno de mis hermanos terminaba herido después de cazar.

—Usted no tiene por qué estar sola—le respondí—. De hecho yo quisiera…

—Sé lo que vas a pedirme, y la respuesta es no. Vine aquí solo para decirte eso.

—Pero…

—Encontraré a alguien dispuesto a ayudarme, solo debo seguir buscando.

Bajé la mirada.

—Existen historias de mortales que se han convertido en héroes—le dije—. Yo podría…

—Siempre hay mortales dispuestos a convertirse en héroes, pero son pocos los que sobreviven. Tú eres un hombre pacífico y de campo, hay sangre de ninfa del bosque corriendo por tus venas. Tu propia naturaleza te impediría pelear. Además…—Deméter posó su mano en mi hombro—. Perséfone te ama, creo que eso ya lo sabes, ¿verdad? Ha estado enamorada de ti desde el principio.

Sentí un nudo en el pecho. No pude contener mis lágrimas. Asentí con los labios temblorosos.

—Perséfone te ama, y a ella le gustaría que estuvieras a salvo—dijo la diosa—. Yo la traeré de vuelta, y entonces ustedes…—esbozó una sonrisa triste—. Ustedes podrán estar juntos.

—¿Usted… me aceptaría?

—Te acepté desde la primera vez que vi a Perséfone reír a tu lado—Deméter suspiró—. Asterios, prométeme que permanecerás aquí, que no me buscarás ni intentarás rescatar a mi hija por tu cuenta.

La vi a los ojos, sintiéndome herido. En ese instante odié mi mortalidad y mi sangre de ninfa. Odié no poder hacer nada por la mujer que amaba.

—Se lo prometo.

Cuando volví a casa ya había amanecido, y mi padre apenas estaba preparando la fogata. Me preguntó por Iria y le respondí que se había quedado en el campo de Deméter.

—Iré por mi lanza—dije, y mi padre me miró con preocupación.

—¿Estás seguro de que puedes ir a pescar ahora?

—Sí, estaré bien.

Entré a la casa sin decir nada más, tomé mi lanza y me fui al río más cercano. El clima seguía ligeramente helado, pero no me molestaba. Me concentré en atrapar peces, deseando para mis adentros que Deméter encontrara a un dios muy poderoso que estuviera dispuesto a ayudarla.

Los días transcurrieron lentos y pesados; el frío empezó a calar mis huesos, y las flores de mi jardín a morir lentamente. De pronto todos en la aldea comenzaron a usar las pieles de los venados y jabalíes para protegerse, y se nos complicaba mucho encontrar frutas en los árboles. 

Era invierno. Había oído hablar de él, pero en mi paraíso no existía, o eso creíamos hasta que la tristeza y desesperación de Deméter empezó a congelar nuestros ríos y cubrir de nieve a los árboles. Todos pasábamos horas frente a la hoguera preguntándonos cuándo volverían los días soleados y el perfume de las rosas. El único árbol que no había perdido sus hojas ni frutos era el manzano plateado de mi jardín. Cuando los animales empezaron a escasear, me dispuse a llenar canastas de manzanas, y las repartía con los aldeanos para que nadie pasara hambre.

Así es como viven los hombres fuera de estos campos, pensé , abrazándome a mí mismo y viendo el cielo opaco. Este era el primer invierno de mi vida , y no solo me refería a lo que acontecía a mi alrededor. Algo en mi interior se había marchitado desde que Perséfone se fue. Yo, un hombre acostumbrado a la dicha y el calor, sufría de golpe un dolor que otros mortales aprendían a tolerar poco a poco. Mi amada de rosas rojas y piel tersa se había ido, y se llevó con ella la luz del sol y el perfume de los naranjos.

Persefone tenía todo el verdor del campo en sus ojos. ¿Qué sería de estas tierras sin ella? ¿Qué sería de mí? El viento helado mordisqueó mis mejillas. Extendí una mano para atrapar un copo de nieve.

Te amo, Perséfone, pensé. Lamento no haber tenido oportunidad para decírtelo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top