Prefacio.
Diciembre del 2015.
Johnny despertó sin sentir el cuerpo. Sus ojos con una pesadez bastante anormal se abrieron, y se encontraron con una habitación que nunca antes habían visto; las paredes blancas, el techo del mismo color. En el interior sólo una cama, y una mesita de noche le hacían compañía. JEn su rostro se dibujó una mueca al sentir un dolor profundo y punzante en su espalda. Al sentirlo intentó recordar, pero de momento todo era una nube gris cargada de dolor y confusión.
El actor se esforzó. Juntó letras y números, palabras, nombres, adjetivos, buscaba algo para relacionar, algo que le ayudara a recordar... ¿E? ¿Dos? ¿Celular? ¿Explosivos? ¡Arma de fuego! Espalda, disparo...
El recuerdo volvió. Johnny lo cogió con fuerza y no lo dejó ir hasta exprimirlo por completo. Era Scarlett, sí, Scarlett... Y todo volvió a su memoria: La bodega, Lancaster, llantos cargados de dolor, disparos. Y el último rostro que había grabado su memoria había sido el de su sobrina, Megan...
-Megan -murmuró un decepcionado Johnny.
Megan lo había traicionado. Pero, ¿él la había traicionado al escoger a alguien más que ella? No. Claro que no. Ella lo había traicionado de forma más cruel, más inesperada. Así es, no había que sentir remordimiento por ella, después de todo, casi se volvía en una asesina. Johnny se sentó en la cama y vio que no había una sola ventana por donde corriera el aire. De pronto se sintió asfixiado, se levantó de golpe (aunque eso le costara el dolor de la herida en la espalda) Y caminó dando vueltas por el lugar de 9 por 9 metros.
- ¿Dónde estoy, Dios mío?
La respuesta llegó como intervención divina; dos hombres vestidos de traje negro entraron en la habitación. El actor exaltado, dio un paso hacia atrás al verlos.
- ¿Quienes son ustedes? -interrogó aún manteniendo la calma.
-El jefe quiere verte, camina -ambos lo tomaron por los hombros, y contra su voluntad, lo sacaron de la habitación. Johnny forcejeó con todo el vigor posible (El cuál era casi nulo, debido a su estado débil) Pero a fin de cuentas, fue arrastrado como un animal por aquel pasillo insípido y blanco hacía un elevador. El lugar parecía bastante lujoso, pero a Johnny lo único que le interesaba era salir de ahí.
Subió dos o quizás cinco pisos más. Poco a poco algo parecido al dolor inundó sus sentidos. Se sentía perdido, frustrado, y mal. ¿Scarlett había logrado escapar? ¿Viva, muerta? ¿Sus hermanos? ¿Acaso algo andaba mal?
Al salir del elevador fue arrastrado por un pequeño pasillo hacía una enorme puerta de madera oscura. Johnny la observó, ¿Qué habría detrás?
Y lo que había era la figura rígida y locuaz de Edgar Lancaster. Recostado en un diván, sostenía un libro en alto. Frente a él, un hombre menudo con el cabello canoso, observaba la habitación. Parecía ser un médico debido al maletín que llevaba consigo.
-Jefe aquí lo tiene.
Edgar, sin despegar la vista del libro, dijo:
-Muéstrenle el mensaje.
Johnny frunció el ceño sin comprender a que se referían. Sin embargo, no tuvo tiempo de caer en cavilaciones ya que los enormes guardaespaldas de Edgar lo sentaron en uno de los sillones más grandes de aquella habitación. Johnny iba a abrir la boca, pero antes de que pudiera hacerlo, uno de los guardaespaldas le presentó su teléfono celular. Su propio móvil.
-Tiene un mensaje de voz pendiente.
El moreno vio el celular ceñudo; no confiaba en ellos, podría ser algún truco sádico. Pero como con aquellos seres no había opción alguna, tuvo que tomar el móvil, el cual se encontraba encendido. Suspiró profundamente y vio de reojo a Edgar que leía tranquilamente. Se mordió la mejilla por dentro, a la par que marcaba el buzón de voz.
Con la mano temblorosa, Johnny Depp acercó el auricular a la oreja, y escuchó:
-Hola, Johnny -era la voz... La voz de ella-. ¿Cómo estás? Yo bien... Sólo quería decirte que lo lamento, ¿Sabes? Te quiero mucho, demasiado. Y para mí, aún ocupas una gran parte del universo. Cuídate, te estaré esperando.
Al término del mensaje, los ojos de Depp estaban surcados en lágrimas: ¡Estaba viva! El cielo se había apiadado de él y la había dejado viva. Sonrió lleno de felicidad; no le importaba estar atrapado en aquel lugar. No le importaba sí ya no volvía vivo a casa, ella estaba viva.
-Señor Depp -Edgar se reincorporó del diván, y se sentó junto a él, tomándolo por sorpresa-. La crueldad no es algo que me distinga así que le pido de favor responda el mensaje a la señorita Blackwood.
- ¿Cuál es el truco? -preguntó Johnny, enteramente desconfiado.
-No hay truco, se lo aseguro -musitó Edgar que formuló una sonrisa torcida-. Sólo quiero que ella no esté preocupada; hay presas a las que no les sienta bien el miedo.
Johnny permaneció inmóvil, a lo que Edgar Lancaster tomó un revolver y lo colocó no en la sien, ni en la boca, sino en su parte noble, apretándola con fuerza.
-Muy bien, señor Depp. Tiene usted menos de un minuto para llamar y tranquilizarla, o puede irse despidiendo de sus pelotas.
Aunque se sentía tranquilo, Johnny sintió un ligero temor por su vida. Suspirando, marcó el numero de Scarlett y le saltó el buzón de voz. Agradeciendo, Johnny olvidó por un segundo el lugar donde estaba y musitó:
-Y tú no sabes las ganas que tengo de verte, rubia -el tono que usaba era tan ardiente que Edgar fingió arcadas de asco-. Es grato saber que me quieres -Johnny dudó un poco antes de decir-: Pero yo te amo. Te tengo tantas sorpresas, pero las dejaré para otro día. Por mientras quiero que vivas sabiendo que eres mía...
Colgó. La boca le sabía a miel, después de todo, por Scarlett derramaba la miel más pura que alguna vez hubiese tenido o sentido por alguien.
Edgar, con una mueca de asco, dijo:
-Proceda, doctor Hawkins.
El hombre menudo se levantó apenas oyó la orden. Johnny abrió mucho los ojos al ver que los dos hombres le sostenían de forma agresiva.
-No... ¿Qué van hacerme? ¡Suéltenme! -gritó el moreno.
-Usted hará lo que yo no pude hacer... -susurró Edgar, con una sonrisa ladina tan sosa, que Johnny se sintió amenazado-. Usted irá tras la señorita Blackwood.
- ¡Antes muerto! -escupió Johnny.
-No es necesario, señor Hollywood-siseó Lancaster-. ¿Qué espera, Hawkins? ¡Proceda! No sé si soportaré otra frase tan dramática. -se quejó el mafioso, llevándose los dedos a la sien para masajearla ligeramente.
Johnny intentó zafarse. Pero el médico no lo golpeó, siquiera le tocó, ya que de su maletín extrajo una jeringa. Inyectó su contenido en él, y Johnny de pronto se sintió débil. Con sueño, pero sin poder cerrar los ojos y dormitar. Sólo estaba despierto, y no era dueño de su cuerpo ni sus acciones. Los guardaespaldas lo soltaron, pues él ya no podía moverse.
-Muy bien, señor Depp, todo estará bien -la voz del viejo galeno era tersa, dulce-. No se preocupe. Relájese. Cierre los ojos, y sólo escuche mi voz, ya que cada vez que escuche ésta sentirá un profundo e inmenso sueño.
Y lo percibía; la modorra se apoderaba de sus miembros y le aniquilaban la voluntad, dejándolo indefenso y a merced de aquellos idiotas. Sus ojos almendrados se cerraron, hundiéndole en la oscuridad absoluta de nueva cuenta.
-En estos momentos, usted ya está dormido -Y en efecto, Johnny respiraba con dificultad, tomado de los brazos de morfeo-. Y obedece únicamente a mi voz. Todo lo que diga lo deberá cumplir en un plazo a seis meses... -el doctor se inclinó para verficiar que la terapia de hipnosis funcionaba, y al ver que realmente tenía hechizado a su paciente, continuó-: Usted asesinará a Scarlett Blackwood sin que ella se dé cuenta... Se comportará como siempre, pero cuando tenga la oportunidad, le matará sin piedad -Johnny, en aquel estado de trance se mantenía inerte recibiendo las alocadas ordenes que aún al médico, le parecían increíbles de murmurar-. Dormirá toda la noche y mañana por la mañana despertará en una banca del Boulevard Sunsent. Usted tuvo un accidente que le hizo perder la memoria, pero mañana recordará todo de nuevo hasta el momento en el que le dispararon. Nunca estuvo aquí, sino que vivió mendigando en los barrios bajos, hasta ayer que recordó su vida... ¿Ha entendido? Asienta suavemente con la cabeza.
Johnny Depp el actor insufrible, lo hizo. Asintió, dando por sentadas aquellas órdenes.
El médico suspiró y vio de nuevo a Edgar Lancaster.
-Esta hecho -susurró-. Le recomendaría aislarlo hasta el día de mañana.
-Gracias, mi buen Hawkins -con un movimiento de cabeza, pidió a sus matones se llevaran el cuerpo somnoliento de Depp lejos de aquella habitación. Una vez a solas, vio de nueva cuenta al médico-. ¿Hay forma de que ésto que ha hecho se deshaga?
-Los recuerdos de su estadía aquí han sido totalmente suprimidos...Sólo un excelente psicólogo o yo...Podría traerlos devuelta o quitar su cometido.
-Muy bien, excelente -asintió Lancaster, acercándose al médico y colocando una mano sobre su hombro-. Por eso es mi hombre, Hawkins. Permítame pagarle...
La sonrisa ávara del médico desapareció cuando observó la pístola emerger del bolsillo de la chaqueta de Lancaster. Un grito mudó emanó de su boca, siendo cubierto por el del sonido del disparo.
Edgar Lancaster sonrió al ver la sangre manar de la sien del médico. Ésta vez, no dejaría cabos sueltos.
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