Capítulo 4: El funeral

—Tienes que ir, Scarlett.

—No. No puedo...

—Te amaba.

—Y yo lo amaba a él...

El calor evapora mis lágrimas con la misma rapidez con que las derramo; la noche no logra calmar las temperaturas elevadas, y aunque mi piel se pega contra mi ropa, no quiero moverme de aquella postura incómoda que había tomado en el destartalado sofá de mi sala.

—Tienes que ir —insistió Peter, sentándose a un lado mío, colocando una mano gruesa y cálida en mi hombro—. Duerme un poco, por favor.

A pesar de que también era mi hermano, y que era importante para mí, no podía evitar sentirme algo renuente ante su presencia. No quería verlo, no quería que me consolara, siquiera deseaba tenerlo cerca. En el fondo, sabía que tenía parte de culpa en la muerte de su hermano. Y verlo tan tranquilo no hacía más que acrecentar ese mínimo repudio que comenzaba a nacer en la base de mi estómago.

—Dime, Pete —dije, alzando mi cabeza de entre mi regazo; el whisky que llevaba en mi mano derecha se derramó un poco sobre mi cuerpo, refrescándolo—. ¿Cómo puedes siquiera pensar en dormir cuando el cuerpo de tu hermano será cubierto de tierra en cuatro horas? ¿Cómo puedes vivir tan tranquilo? ¡¿Cómo?! Maldita sea.

El llanto invadió de nueva cuenta mis ojos; los sollozos se volvieron incontrolables y los fuertes brazos de mi hermano intentaron calmarme. Lo aparté a empujones, con la rabia borboteando en cada golpe que le daba en el rostro, cuerpo o piernas. Él hizo su mejor esfuerzo por contenerme, pero terminó por soltarme bastante furioso.

—No es mi obligación consolarte —masculló con la respiración agitada—. Por mí, muérete de tristeza.

Peter se alejó por un pequeño pasillo de mi derruida casa hasta la cocina. El dolor me cegaba; sus palabras sólo habían acrecentado el hueco en medio de mi pecho, el mismo que había sentido dos días atrás cuando me habían dado la noticia.

"Fue asesinado, todo indica que fue..."

—Claro que no...—me puse en pie, tambaleándome debido a la gran cantidad de alcohol que había ingerido en las últimas horas—. ¡Tú única obligación era cuidarlo! ¡Y no serviste para ello!

Estiré mi brazo, estallando el vaso vacío de licor contra la pared que estaba detrás de él; el estruendo logró ocultar el grito desgarrador que mi garganta evacuó, implorando por la vida de mi hermano.

Peter observó el vaso, un poco más tranquilo, quizás impactado por la situación tan intensa que vivíamos. Estuvimos en silencio varios segundos antes de que él se acercara a mí y me mirara fijamente a los ojos, sin expresión o sentimiento alguno hacía mí.

—Estás loca, Scarlett —aseguró severamente, señalándome con el dedo índice—. Eres una chiflada de mierda. Y no me culpes de ello. Fuiste tú la inepta que no pudo mantenernos a tu lado, teniendo que enviarnos a otro lado. Sin lugar a dudas, habría dado la misma que estuvieras o no con nosotros. Nunca hiciste nada bueno por tus hermanos, y la muerte de Richard es tanto tu culpa, como mía... Para mí, para mí no eres ya mi hermana, ni ésta mi familia...

Caminó hacia la puerta, marcando los pasos con silenciosa furia que no pasaba desapercibida para mí.

—Si ya no somos hermanos, mandaré a cerrar tus cuentas bancarias...—empecé, tomando asiento, mirando la nada frente a mí, sin saber que decía realmente—. Reclamaré mis propiedades de las cuales te has estado sirviendo. Desde hoy puedes ir empezando a crear tú vida sin mí, y disculpa...—añadí girando la cabeza para ver su rostro deformado por la ira que le provocaban mis palabras—. Disculpa por toda esa vida de mierda que llevaste junto a mí.

No dijo nada. Su dedo anular alzado en mi dirección y el portazo que dio al salir hablaron por él.

Estaba completamente sola, ya no tenían con que amenazarme; ya no había a quien cuidar.

Sólo quedaba yo...y ¿qué importaba yo? Cerré los ojos dejando que las lágrimas brotaran libremente y en silencio, preparándome para decir adiós a Richie y al mundo.

●▬▬▬▬๑۩۩๑▬▬▬▬▬●●▬▬▬▬๑۩۩๑▬▬▬▬▬●●▬▬▬▬๑۩۩๑▬▬▬▬▬●

Al entierro de mis padres habían acudido todos los vecinos del barrio y aledaños al nuestro; muchas personas se habían congregado junto a sus féretros, llorando, sorbiéndose la nariz, consolándome a mí, a mis hermanos, contando alguna anécdota bonita que nos ayudaba a acentuar la figura de ellos, guardándolos como seres preciosos para siempre, a los cuales extrañaríamos mucho, muchísimo.

Ese había sido un entierro, "bonito" si es que se le podía calificar de esa forma. Hubo gente, hubo palabras de aliento, hubo vida... Todo lo contrario, al de mi pobre hermanito.

El entierro fue a las ocho en punto. A esa hora llegó el coche de la funeraria escoltando su cuerpo. Yo me encontraba esperándolo ya al interior del cementerio, sola, tan sola que el único ruido que podía escucharse era el del viento soplar y rasgar el mármol de cada una de las tumbas. No había nadie aguardando el cuerpo; ni un ser querido, ni un amigo mío. Sólo los hombres de la funeraria que ayudaron a bajarlo del coche y a posicionarlo sobre la excavación donde descansarían sus restos para siempre.

Antes de que lo hicieran, les pedí que por favor me regalaran un momento a solas con aquella caja que lo tenía; ellos accedieron de buena manera, quizás al verme despeinada, oliendo a alcohol y sin nadie a mi lado, me dijeron que podía tomarme el tiempo que quisiera y que estarían dispuestos a ayudarme en cualquier cosa que requiriera. Les agradecí y corrí de inmediato para abrazar la caja, arrodillándome, apoyando mi mejilla sobre ésta.

—Eras todo lo que tenía —susurré con los ojos cerrados, evocando la imagen de mi Richie de quince años; el que se reía por FaceTime alegrando mis mañanas; el que me felicitaba por mi cumpleaños, aunque allá fueran las cuatro de la mañana—. Y ahora no tengo nada —apreté la yema de mis dedos contra la madera—, pero no te preocupes, sé que pronto nos veremos. Comeremos pastel, galletitas, y todas esas chucherías que te encantaban. Lo haremos mi vida, lo prometo. Perdóname, perdóname por favor...

Besé con fervor la caja. No lloré. Siempre intenté mantenerme fuerte para él, y no quería que en aquel último momento él me viera llorar. Sería su heroína una última vez. Me alejé de la caja, inspirando hondo, apretándome las sienes con los dedos de mis manos, mientras pedía en voz baja a los hombres que procedieran. No quería verlo, pero debía hacerlo porque era la única que le diría adiós. Fue en ese momento en el que me di cuenta la solitaria vida que había llevado mi hermano; sin ser querido nada más que por su familia, ¿habría hecho amigos en Dubai? ¿Sus amiguitos de Londres se acordarían de él?

Un sollozo me asaltó cuando el primer puñado de tierra cayó sobre su caja de madera. Al segundo, el grito que nació en mi pecho se escuchó por todo el cementerio al salir por mi boca.

— ¡Ritchie! ¡Ritchie! ¡Nos veremos pronto, mi vida! ¡No me olvides! ¡No me olvides mi ni...ñ...! —la voz se me quebró y me doblé en dos, cayendo de rodillas contra la dura tierra del cementerio. Con la cabeza baja, y el cabello rozando el suelo, dejé que mis lágrimas se regaran en el piso. Intensos temblores me sacudían el cuerpo entero; intentaba ocultarlos abrazándome a mí misma. No quería compasión, sólo quería llorar libremente por el dolor en turno; la pérdida de mi hermano, el cariño más puro que había tenido.

— ¿Necesita algo, señorita? —Me preguntaron los hombres de la funeraria cuando terminaron de sepultar a mi Ritchie. Oh, mi niño, que tanto le temía a la oscuridad...

—Mmm...N-no —pronuncié, alzando mi rostro para verlos—. Pueden retirarse...Mu-muchas gracias.

Me miraron no muy convencidos, pero optaron por hacerme caso y seguir su camino al coche funerario donde el motor arrancó silencioso y se alejó dejando una voluta de polvo tras de sí.

Yo sonreí en medio de todo mi tormento.

—Aquí me quedaré hasta que ya no tengas miedo —susurré, sentándome frente a la tumba, leyendo el nombre de Richard Blackwood grabado en el granito.

Pero sólo me quedé a llorar más.

Estaba histérica: Enojada con la vida y el mundo, que sólo me había generado dolor en mi paso por la tierra; había perdido tantas personas, tantas oportunidades, que no podía hacer nada más que llorar. ¿Recuperarme? Ni las visitas a terapia, ni los falsos amigos, ni las fiestas habían llenado ese hueco que Edgar y Auditore habían creado en mi pecho. Vivía en la incertidumbre, en el desamparo. Peter había tenido razón: Los había arrastrado al infierno.

Me agarré la cabeza con dos manos. La apreté fuertemente. Quería que todo parara; morirme de una vez y ser enterrada junto a la tumba de mi pequeño hermano. Necesitaba que alguien se amparara de mí; si había una deidad divina, que por favor me llevara lejos; necesitaba descansar.

—Por favor, mátame —imploré en un susurro, con los ojos fuertemente cerrados—. Llévame. Llévame lejos de aquí, Dios...

Una mano se instaló en mi hombro; firme, llena de tranquilidad, tensa pero bastante conocida para mí y mi piel. El dueño de la mano no dijo nada, simplemente me apretó con fuerza el hombro antes de inclinarse y sentarse junto a mí; el olor de su loción llegó a mí nariz, revitalizante, relajante...

—No sabía que llegaría hoy —murmuró en tono de disculpa. Alcé mi cabeza, acomodé mis cabellos detrás de mis orejas y lo miré fijamente; Robert miraba atónito la tumba detrás de sus gafas oscuras—. ¿Por qué no me dijiste? —me miró, interrogándome con aire preocupado—. Sí no es por tu hermano que estaba recogiendo las cosas en la casa...

—Estás ocupado —le respondí—, eres un hombre ocupado, Robert. No puedo disponer de ti a la hora que sea. Yo te doy tu espacio —un nudo en mi garganta me impedía hablar con claridad; con la manga de mi blusa limpié los residuos de mis lágrimas; mis ojos punzaban de la hinchazón y ardor—. Te agradezco que vinieras hoy. No te preocupes si no puedes quedarte mucho...

Tensó la mandíbula bastante atribulado. No dijo media palabra, sólo me rodeó los hombros con su brazo, acercándome a él, apretándome en un fuerte y hermético abrazo. Mi mejilla se acomodó sobre el pedacito de piel que quedaba expuesto de su pecho en medio de la camisa. Cerré los ojos, subiendo mi brazo a su hombro. Me sentía mejor. Cuidada, querida...

Amada...

—Tendré la gira para promocionar End Game en un mes —tensé la mandíbula—. Quizás quieras venir conmigo, viajar un poco para despejarte...Como amigos, ¿sabes? He... He estado hablando con Susan, y parece que quiere...Volver.

Asimilé el golpe dejando que se asentara con el resto del dolor. Me alejé de aquellos brazos protectores y le miré con la sonrisa-puchero que mejor pude componer.

—Me da gusto que seas feliz —incluso sí debía ser con ella—. De verdad, y que te vaya tan bien con Marvel, yo... De verdad, te lo mereces, Bobbie.

Colocó una mano en mi mejilla, deshaciéndose con su dedo pulgas los residuos de lágrimas. Me miraba profundamente detrás de sus gafas oscuras, y a pesar de que no sonreía, sabía que estaba en paz y era todolo que necesitábamos él y yo; poquita paz.

Aunque no fuera conmigo.

El sonido de la tierra friccionando con zapatos nos hizo volver a ambos de inmediato la cara hacia la tumba de Ritchie; la sorpresa fue tal que un grito ahogado evocó en mis labios; Robert sólo atinó a agarrarme fuertemente una mano, poniéndose en pie, alerta.

Negué con la cabeza, confundida, sintiéndome próxima a desfallecer.

—Hola, Scarlett...

Continué negando fuertemente con la cabeza mientras me ponía en pie.

— ¡No, no es cierto! ¡No es cierto! —vi a Robert, y él me miró a mí igual de confundido.

Quise voltear y comprobar una vez más que lo que veían mis ojos era verdad y no mi imaginación; pero una oscuridad tan negra como las pupilas de él me había embaucado en un sueño profundo del que deseaba no volver despertar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top