Capítulo 9


No lo podía creer, era como un sueño hecho realidad, observé nuevamente esa hoja que decía: TÍTULO DE PROPIEDAD y mi nombre estaba en ella. ¡Era una casa, mi casa, al fin! Incliné el sobre y salieron las llaves en un precioso llavero de color vinotinto, mi color favorito. El llavero tenía impreso letras en color blanco que decían: Castell Fabiola.

—Mi amor, gracias es el mejor regalo del mundo. —Lo abracé, lo besé mucho y el solo reía.

Lo había conseguido tenía todo lo que siempre quise, no podía ser más feliz; sentía que el corazón me estallaría de tanta felicidad. Leonardo salió por un momento de la oficina y yo escuché un susurro en el que me decían.

«Ve por más y no te conformes»

—Lo sé. Tendré mis sentimientos bajo control, ¡lo aseguro! —dije mentalmente.

—¿Amor, todo bien? Iremos a que conozcas tu casa ahora mismo y puedes mudarte cuando quieras. —Me dio una palmada en los glúteos.

—Sí, muy bien. Vamos que ya veré después como arreglo para llevar mis cosas. —Leo soltó una carcajada un poco irónica y me besó para que me callara.

Mi nueva casa no estaba muy lejos de la oficina, tardamos quince minutos en llegar. Al aparcar vi unas letras que decían CASTELL y me emocioné, bajé corriendo del auto y abrí la puerta llorando de tanta emoción. Las paredes; estaban pintadas de color crema, los muebles; eran de color blanco acompañados con unos cojines de color vinotinto, en el piso había una alfombra pequeña y redonda del mismo color y sobre ella había una mesa de cristal con un adorno muy elegante con mi nombre grabado. Subí la mirada y del techo colgaba una lámpara de cristal, seguí caminando boca abierta, alucinada porque era mi casa, caminamos por un pasillo y llegamos a la cocina, la cual estaba pintada de color blanco, tenía un gran mesón con sillas altas en vinotinto y un elegante juego de comedor.

Al salir de la cocina me encontré con una escalera y Leonardo me informó que las mismas daban hacia las habitaciones y de frente se encontraba una puerta más. Decidí subir primero la escalera tomada de la mano de Leo. En la primera puerta él me indicó que era una habitación para huésped y que la puerta del final era un baño, pasamos a la siguiente puerta, nos paramos y Leo besó mis manos con ternura sin dejar de mirarme.

—Nena, espero que te guste tu habitación y todo lo que hay en ella. —Me besó en los labios.

—Mi amor, créeme que todo me encanta, no me lo puedo creer

Le dediqué una gran sonrisa y entramos a mi habitación. Leonardo dio una palmada que encendió la luz y yo creí morir de dicha en cuanto vi aquella deslumbrante decoración. Mi cama estaba tendida con sábanas blancas y rojas, tenía una especie de cortinas alrededor que daban privacidad y se podían recoger viéndose muy bonito, una linda mesa con luz de noche estaba situada justo al lado derecho de la cama y del otro lado se encontraba un gran closet blanco con plateado.

La habitación era enorme y al fondo observé un sobre piso donde estaba un pequeño escritorio con libros y enciclopedias de derecho, seguí observando y me fijé en una puerta que me suponía que sería el baño y no me equivoqué lo era, la grifería era de lujo, tenía el espacio de la ducha cerrado con vidrio templado y aparte estaba la tina grande con una repisa donde se podían encontrar esencias, jabones, shampoo, crema para el rostro y todo lo que pudiera una chica necesitar.

—Gracias, amor. De verdad me encanta. —Brinqué sobre él, lo rodeé con mis piernas y lo besé con vehemencia.

—Calma, nena, que aún hay más —dijo bajándome de él.

Sacó de su bolsillo un pañuelo, tapó mis ojos y caminamos, pero solo un poco. Escuché un suave rechinar y cuando me quitó el pañuelo grité desesperada y salté dichosa. Las puertas del closet estaban abiertas y dentro estaba repleto de ropa de todo tipo: vestidos, jean, camisas, ropa de casa, vestidos de baño, zapatos, sandalias de tacón, tenía de todo, como si se tratara de una mini tienda; lentes de sol, de lectura, de contacto, carteras, bolsos y perfumes.

—Leo, esto es demasiado.

—Tú lo mereces, sabía que te gustaría. No quiero que saques nada de casa de tu madre porque aquí lo tienes todo. —Me sonrió y me haló del brazo—. Ven, bajemos.

Ahora entiendo el porqué de su risa irónica en la oficina cuando mencioné que ya vería como podía sacar las cosas de casa de mi madre, Leo parecía una caja de sorpresas. Bajamos las escaleras y nos dirigimos a esa puertita que estaba pasando la cocina y que aún no descubria. Al abrirla había una gran piscina, todo estaba cerrado, el piso era de madera, al igual que el techo, pero este contaba con un agujero en medio por donde se colaba la luz del sol y unas puertas de vidrio que dejaban ver el hermoso espacio cubierto por grama y arbustos preciosos.

—Nena, ven. Fíjate en esta consola: cada botón tiene una función diferente. —Me acercó más hacia donde estaba situada la consola para que le prestara atención—. El primero es para graduar la luz de intensa a tenue, este otro es para aquel agujero que vez en el techo observa. —Cuando subí la mirada Leo presionó el botón y el agujero se cubrió por un vidrio azul. Y él continuó explicando—. El último es para que el agua pase de fría a caliente, ¿qué te parece? —Me miró sonriente.

—Me parece que es el mejor de los cumpleaños, vamos a cambiarnos y volvamos aquí, mi amor.

—¿Por qué tenemos que cambiarnos?, ves aquella repisa. —La señaló—, allí tienes toallas grandes, no necesitaremos nada más.

Me devoró la boca en un apasionante beso y seguidamente comenzó a desnudarme, me examinó con esa mirada intensa que me provocaba sensaciones descontroladas e introdujo sus dedos en mi interior haciéndome gemir, me sujetó caminando conmigo en sus brazos y recostándome sobre la pared liberó su erección para entrar en mi interior mientras yo gritaba de placer, sus embestidas eran tan rápidas, fuertes y nuestro deseo tan incontrolable que pronto llegamos juntos al clímax. Leo me dejó en el piso con delicadeza y mirándome con ternura pregunto:

—¿Todo bien?

—Todo estupendo, mi amor. ¿Un chapuzón? —Lo reté.

—Por supuesto.

Ambos iniciamos una pequeña carrera para aventarnos como dos adolescentes a la piscina. Allí jugamos, nos besamos, hicimos el amor y luego de unas horas sonó el timbre de mi casa. Leo salió sin decir nada, envolvió su cintura en una toalla y se alejó. Leonardo no tardó más que un par de minutos y sin acercarse por completo a la piscina donde aún yo me encontraba, me indicó con las manos que saliera de ella.

Me dirigí a la cocina envuelta en una de las toallas y allí estaba nuestro almuerzo: un delicioso y jugoso pollo a la naranja con ensalada al cesar, una botella de vino y una caja cuadrada que Leo no me dejaba abrir.

—¿Sabías que eres maravilloso, único y encantador? —pregunté acercándome a él y rodeando su cuello con mis manos.

—Creo que lo había escuchado antes, pero gracias —bromeó.

—¿Ah sí? Yo creo que es usted muy engreído, señor Alcatraz.

—Su engreído, señorita Castell.

—¿Mío?

—¡Tuyo! —Me besó y mordió mi labio inferior con delicadeza—. Vamos a comer, debes alimentarte.

—A veces me hablas como si yo fuera tu perrito. —Arqueé una ceja sentándome sobre una de las sillas del comedor.

—En tal caso, mi perrita. —Frunció los labios evitando reírse.

—No debería hablarte. —Me acerqué y lo mordí en el brazo.

—¡Fabiola! —se quejó—, te das cuenta que si pareces perrita. —Ambos reímos y comenzamos a comer.

—Gracias por este día tan maravilloso, Leo.

—Lo mereces, mi amor, pero hora tengo que dejarte para volver a la oficina y ocuparme de algunos asuntos importantes. —Me dio un beso mientras se levantaba.

—Leonardo, pero es mi cumpleaños, ¿por qué me dejas sola? —comenté un poco triste.

¿En serio iba a dejarme sola? Ese sería el precio que pagar por mi ambición. Mis ojos se llenaban de agua salada a punto de desbordarse.

«No te atrevas a llorar, no seas estúpida» susurraron a mi oído.

—No estés triste, nena. Tengo que volver a la oficina, mi amor. Además, pensé que querías pasar tiempo con tu madre, por lo menos un par de horas —dijo dándome un beso en la frente.

La verdad era que no había pensado en mi madre, pero sí, debería estar un rato con ella.

—Bueno, puedo quedar con mi madre, aunque me apetecía más estar contigo. ¿Leo, esa caja que contiene? —pregunté señalando la caja cuadrada que estaba sobre el mesón.

—Ábrelo, es para ti.

Al abrirla observé que era un hermoso pastel de fresa con velas del número veintidós.

—Gracias, mi amor, tú piensas en todo.

Leo subió a cambiarse y luego se marchó de casa. Yo quedé sola en la enorme casa siendo apenas las tres de la tarde. Busqué dentro de mi bolso, saqué mi móvil y llamé a mi madre.

—Hola, mamá ¿Cómo estás?, ¿a qué hora sales hoy de trabajar?

—Feliz cumpleaños, hija. Salgo en una hora.

—Gracias, madre. Nos vemos en casa en una hora, iré con mi amiga Michelle, ¿está bien?

—Sí, después de todo es tu cumpleaños, allí nos vemos.

Colgué rápido a mi madre, ya que no era lo mismo hablar con ella. No comprendía en qué le molestaba mi felicidad, no tenía idea de por qué no lo entendía y no aceptaba mi ayuda, era tan frustrante tener que lidiar con su necedad y conformismo. Suspiré y marqué el número de Michelle, quien después de un par de repiques atendió.

—Fabiolaaa —dijo extendiendo en voz alta la última a de mi hermoso nombre.

—Hola, amiga, te olvidaste de mi cumpleaños, eres muy mala.

—Es evidente lo ocupada que has estado, te he dejado mil mensajes de whatsapp ¿Dónde te metiste?

—Si te lo digo, no te lo crees, amiga. Te enviaré la ubicación para que vengas, ¡pero es ya!

Colgué y envié la ubicación a mi amiga, estaba segura de que ni se imaginaba que esa ubicación era la de mi nueva mi casa.

No pasó mucho tiempo cuando escuché el timbre. Me apresuré para abrir y obvio era Michelle. Solo la escuché gritar y entrar corriendo.

—Fabiola, no lo puedo creer ¿Te regalo una casa? —comentó boca abierta y observando perpleja el interior de la misma—. Eres muy afortunada.

—Sí, lo soy, lástima que tuvo que irse. —Hice un puchero—, pero ven, te enseño el resto, te aseguro que aún hay más.

Mostré encantada toda la casa a mi amiga y ella estaba fascinada, mas al subir a la habitación, quedó en shock al ver mi armario y empezó a sacar todo como una niña.

—Voy a cambiarme, luego iremos a casa de mi madre, ya después veremos qué hacemos —dije a Michelle casi gritando, porque estaba tan perdida viendo mi closet que no me prestaba atención.

Nos fuimos a casa de mi madre y llevé el hermoso pastel que me había obsequiado Leo. Cuando entramos a casa no se veía a mi madre, por lo que la llamé en gritos y pronto salió de su habitación.

—Feliz cumpleaños, mi niña. Te hice un pastel de chocolate.

—Gracias, mamá. —Nos abrazamos—, te presento a Michelle —dije alejándome un poco.

—Un placer, señora. —Se acercó y le dio un beso en la mejilla.

—Lo mismo, cariño —respondió mamá.

—Yo también traje un pastel de fresa, mami, pero obvio que comeremos primero el que me preparaste tú.

Michelle y mi madre me cantaron el happy birthday y, a pesar de que no era como todos los años, fue un hermoso momento junto a ellas. Mamá cortaba el pastel mientras yo servía un poco café para acompañarlo, cuando Michelle comentó:

—Fabi, podemos irnos de disco más tarde o tomarnos algo en tu nueva casa —dijo sin saber que mi mamá no estaba al tanto de ese pequeño detalle.

Mi madre se sorprendió tanto, que casi se atraganta con el pastel que acababa de poner en su boca al escuchar lo que había salido de los labios de la tonta de mi quería amiga Michelle.

—Es una lástima que ahora te dejes comprar por ese hombre, Fabiola, hasta el punto de recibir una casa. ¡Vaya, que gran decepción contigo, hija! Ahora mucho menos veré tu rostro —dijo mirándome con tristeza mientras se levantaba.

Su comentario me molestó muchísimo, yo no tenía por qué soportarla hoy; ya mi madre me tenía harta con eso.

«No te dejes humillar»

—¿Qué te pasa, mamá?, ¿por qué te molesta tanto?, ¿qué querías?, ¿qué me quedara viviendo aquí con el idiota de Joel? Ese estúpido que no me daba nada y solo teníamos necesidades. —Bufé.

—No, Fabiola, solo quería que fueras feliz, que te amen, y ames de verdad, pero ya no te conozco, hija.

Se acercó a Michelle para despedirse y se fue a su habitación.

—Fabi, disculpa, no fue mi intención, de verdad lo siento mucho —murmuró Michelle avergonzada.

—Tranquila, volvamos a mi casa, llamemos a algunas de las chicas para que nos alcancen.

Me dispuse a disfrutar mi día para olvidar el altercado con mi mamá y me dirigí de nuevo hasta mi casa con Michelle, donde más tarde llegaron tres compañeras de clases: Carla, Hilda y Carolina. Las chicas llenaban de halagos mi enorme casa, cosa que me fascinaba, con ellas pasamos a la piscina, encendimos la música, tomamos vino y otras whisky.

—¡Qué viva el novio hermoso, fabuloso y millonario de Fabiola! —gritó Hilda totalmente ebria. —Todas respondimos—, ¡qué viva!

Pasé una excelente noche con las chicas y a las tres de la madrugada pidieron un taxi y se marcharon. Subí a la habitación bañada en felicidad para acostarme en mi nueva y cómoda cama, donde posteriormente me sumergí en un profundo sueño.

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