Capítulo 41 - Juntos de nuevo
Max había estado esperando días a que le diesen algo decente de comer. Hasta ahora solo le habían alimentado con huesos y trozos de carne cruda. Aún conservaba el suero que había encontrado tirado en el suelo y que, posiblemente, le habrían dado para que confesase.
- Eh, aquí tienes tu comida de hoy. - Dijo Bruno, entrando en la oscura sala y dejando con brusquedad la bandeja con comida. Acto seguido, cerró la puerta y dejó al chico solo.
Max cogió la bandeja, se la acercó y empezó a roer el hueso que le habían dejado.
- ¿Cuántos días llevo aquí? ¿Qué es lo que pretenden? - Pensaba, mientras oía como se cerraba la puerta de la casa. - Está bien, esto se acabó, tengo que salir de aquí.
Volvió a dejar el hueso en la bandeja y examinó la estancia en busca de una salida.
- La única vía de escape...es la puerta. - Dijo él, intentando levantarse. - Agh, con las manos atadas es complicado...
Llegó con muchas dificultades a la puerta, se dio la vuelta e intentó coger el pomo para abrirla.
- Como sospechaba...está cerrada. Básicamente no tengo ninguna otra salida. A no ser... - Observó de nuevo la puerta y se abalanzó sobre ella para intentar tirarla. - Agh, nada. No puedo salir...
Mientras tanto, Maya y Lucho seguían bajando la ladera de Sierra Helada. No habían hablado mucho desde su última conversación en el Valle de Venus.
- Y...¿está muy lejos la mansión esa? - Preguntó Lucho de repente.
- Sí, bastante. - Le contestó ella.
- Pues...podemos entretenernos hablando de algo...
- No, estoy pensando.
- ¿En qué? ¿En un plan?
- Exactamente. Para cuando lleguemos allí ya tenemos que saber exactamente lo que debemos hacer.
- Aja, ¿y no se te ha ocurrido la genial idea de contármelo? Se supone que vamos a hacer esto juntos, ¿no? Creo que yo podría ayudar...
Ella suspiró y le miró. Sabía que tenía toda la razón.
- Sí, claro, tienes razón...verás, estaba pensando en el interior de la casa...como yo estuve allí, pensé que a lo mejor podría acordarme de las habitaciones o algún escondrijo...pero nada. Es decir, solo recuerdo que era una casa normal y corriente, no tenía nada de especial.
- ¿Y cómo piensas entrar? - Preguntó él.
- Por la puerta, ¿por dónde si no?
- ¿Y si te pillan? Además, ¿cómo piensas abrirla?
- La última vez que estuve quemé la puerta, aunque supongo que la habrán reparado...
- ¿Y entonces?
- La volveré a quemar si es necesario. - Dijo Maya, con una sonrisa.
- A veces me das miedo. - Comentó Lucho.
- Hmm...creo que no sé como tomarme eso.
- Lo decía de broma. - Rectificó él.
- Claro, claro...
Al mismo tiempo, Max seguía intentando salir.
- Agh, esto ya se me está empezando a hacer eterno. - Se quejaba. - Ojalá venga Maya y...¡eso es lo que pretenden! ¡Quieren hacer que Maya venga a rescatarme y así atraparla a ella! Espera...¡¿qué es lo que quieren de Maya?!
Se sentó en un rincón y empezó a pensar en lo peor. Lo que no sabía es que sus rescatadores estaban más cerca de lo que creía.
A unos kilómetros de allí, Maya y Lucho caminaban en dirección a la mansión. La chica paró un segundo, haciendo que su compañero también parase.
- ¿Pasa algo? - Preguntó él.
- ¡Ya casi hemos llegado, puedo verla desde aquí! - Exclamó ella, cogiendo la mano de Lucho y empezando a correr.
- ¡Eh! Más despacio, reserva fuerzas para cuando tengamos que luchar.
- ¡Pero míralo! ¡Estamos al lado!
Llegaron rápidamente a la entrada de la mansión y se escondieron detrás de unos arbustos.
- Recuerda: llamamos a la puerta para ver si hay alguien. Si están dentro, salimos corriendo antes de que nos vean y pasamos al plan dos. Si no están, miramos la casa por fuera en busca de una entrada. - Explicó Maya.
- Venga, vamos.
Se acercaron a la puerta y Maya dio un par de golpecitos. Esperaron unos segundos hasta confirmar que no había nadie.
- ¡Genial! No están. Ahora busquemos un sitio por donde entrar... - Dijo ella.
Rodearon toda la casa hasta encontrar una ventana abierta de la planta baja.
- ¿Entramos los dos o mejor uno se queda vigilando? - Preguntó él.
- Mejor vamos los dos. - Contestó Maya, mientras saltaba la ventana y se colaba dentro de la mansión.
Cuando ambos estuvieron dentro, revisaron toda la planta baja. Al ver que no había nadie, decidieron subir al primer piso.
- ¡¿Max?! - Dijo ella. - ¡Si estás ahí habla o haz algún ruido!
Max, al oír esto, se levantó y corrió hacia la puerta de la oscura habitación.
- ¡Mayaaa! ¡Estoy aquiii!
Los chicos llegaron a la puerta de donde venían los gritos y la intentaron abrir.
- Está cerrada. - Explicó Max, desde dentro.
- Lo suponía...bien, pues no me queda otra opción. - Dijo Maya, con una sonrisa. Empezó a formar una pequeña llama en su mano derecha, la condujo hasta su dedo y la acercó suavemente a la puerta. Hizo un círculo rápidamente sobre la madera. Ésta comenzó a arder al instante, haciendo un agujero en la misma zona donde se hizo el círculo de fuego.
Cuando el agujero ya fue lo suficientemente grande como para que Max pudiese saltar, Lucho ayudó a Maya a apagar el fuego.
- ¡Venga, salta! - Exclamó ella, animando al chico.
Así lo hizo, y en cuestión de segundos ya estaban todos reunidos.
- ¿Puedes quemar las cuerdas? - Preguntó Max, enseñándole a Maya sus manos atadas.
Después de aquello, fueron escaleras abajo y se disponían a salir de la mansión por la misma ventana por la que entraron. Entonces, la puerta principal se abrió. Bruno y sus padres entraron y sonrieron al ver a los tres chicos.
- Sabía que vendríais. - Dijo la madre. - Pero ya es demasiado tarde para vosotros...
- ¡Ni se te ocurra tocarlos! - Gritó Lucho, poniéndose delante de Maya y Max.
- Agh, ¿me vais a hacer explicarlo? Vaya, me esperaba más de vosotros. Hemos salido y les hemos dicho a todos los habitantes de los pueblos cercanos que fuisteis los que quemasteis el pueblo de Novarte y que pretendéis destruir el resto de pueblos. - Siguió explicando la madre de Bruno. - Así que tenéis dos opciones: darnos vuestro poder y conseguir que les digamos a todos que sois inocentes o huir ahora y ver como esos aldeanos furiosos os persiguen hasta mataros.
- O podemos enfrentarnos a vosotros y ver cómo ardéis en nuestras llamas. - Comentó Lucho.
- No...no podemos... - Susurró Maya.
- Haz caso a tu amiguita. - Le aconsejó Bruno.
- ¿Qué? - Preguntó Lucho, girándose hacia su compañera.
- Mira los trajes que llevan. - Explicó ella. - Son los mismos que llevaba Bruno cuando me atacó en el hospital...ese que repelía el fuego...
- Ya veo... - Admitió él.
- No tenemos todo el día, así que ya estáis decidiendo algo. - Dijo el padre.
- Segunda opción. - Respondió Maya, muy convencida. Acto seguido, agarró las manos de sus dos amigos y los dirigió hacia la ventana por donde entraron.
- Si huis, todo el mundo os perseguirá y acabaréis viniendo de nuevo hasta nosotros para cambiar la elección. - Explicó la madre. - ¿Estáis seguros de que eso es lo que queréis?
- Parecéis muy seguros, pero en verdad tenéis miedo. Sabéis perfectamente que si os sale mal todo lo que habéis hecho no serviría de nada. - Continuó la chica del fuego, con el mismo tono de seguridad.
- ¿Miedo? ¿Nosotros? - Rio Bruno. - Si quisiéramos podríamos mataros ahora mismo.
- Sabes que eso es mentira por varias razones, Bruno. Uno: no podéis matarnos porque no sabéis si eso haría que nuestro poder se liberase y fuese hacia vosotros. Dos: al matarnos, se cuestionaría si lo que les habéis dicho a los aldeanos es cierto. Os dejarán de ver como héroes para veros como villanos.
- Puede, pero aunque huyáis, nosotros ya quedaríamos como héroes y nos quedaría muy poco para conseguir el poder que tanto ansiamos. Piénsalo: gobernar un reino entero, hacer que todos confíen en ti y poder controlarlos a tu antojo...¿no es maravilloso?
- ¿De verdad piensas que diciendo mentiras vas a llegar a eso?
- Como no. Además, sé que no estaréis seguros en ningún lugar y volveréis a nosotros, como ya dijo mi madre. - Hizo una pausa para mirar con una intimidante mirada a la chica. - Y si no volvéis, ya iremos nosotros a buscaros.
Lucho y Max, que no habían dicho ni una palabra en un largo rato, se miraban con incredulidad. Maya, por su parte, sostenía la mirada de Bruno. De repente, ella alzó su mano para crear una gran bola de fuego que lanzó a aquella familia de locos. Sabía que no les iba a hacer daño, pero era suficiente como para que apartasen sus miradas unos segundos y así poder coger a Max y Lucho y salir corriendo de allí.
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