Maya tiritaba. Habían comenzado la escalada hasta la cima de la montaña. Decidió que no deberían esperar más y dejó de buscar ropa de abrigo.

- Creo que empiezo a arrepentirme... - Comentó Maya. - Aquí ya hace un frío tremendo y esto es solo el principio...

Fénix soltó un grito. Estaba en el hombro de su compañera, pasando el mismo frío que ella, pero no pensaba abandonarla.

Ella sacó el mapa de su mochila, con la esperanza de que hubiese un pueblo cerca para pasar la noche, pero no era así. El único pueblo cercano estaba a kilómetros de distancia, en la cima de la montaña.

- El invierno ya ha llegado, la noche está al caer y no tenemos un lugar donde descansar... - Reflexionó. - Creo que lo tenemos difícil, compañero. Pero no podemos pararnos, nos congelaríamos.

Siguieron con su ruta durante toda la noche, sin dejar de caminar. De vez en cuando, el ave estiraba sus alas, que ya se empezaban a llenar de nieve. El suelo también estaba nevado, y sobre sus cabezas caían unos pequeños copos, que aumentaban de tamaño a medida que subían por la montaña.

Serían las 2 de la madrugada cuando Maya empezó a marearse. El cansancio junto con el frío la estaban debilitando a un ritmo vertiginoso. Hacía unas cuantas horas que había encendido un fuego, y lo sostenía en su mano. Tanto tiempo usando sus poderes también la estaban acabando con la poca energía que le quedaba.

La llama de su mano se apagó, y la chica cayó al suelo inconsciente. Fénix la miraba con preocupación, hasta que vio una sombra desconocida en el bosque.