Capítulo 20 - Desde la distancia
Max y su madre caminaban por el sendero, junto al resto de los aldeanos de Novarte. Llevaban bastante tiempo caminando, ya que habían decidido llegar al pueblo siguiente antes del anochecer. Allí pedirían cobijo y trabajo a los habitantes hasta conseguir lo suficiente como para rehacer su pueblo.
- ¿Queda mucho, mamá? - Preguntó Max, casi con la lengua fuera.
- Venga, hijo, solo un poco más. Llegaremos pronto, seguro. - Intentó tranquilizarle su madre, aunque en verdad no tenía ni idea de cuánto faltaba.
El chico sacó del bolsillo de su pantalón el colgante de Maya. Lo miró fijamente: ya no brillaba. Por una parte, se alegraba al saber que había pasado el peligro para su amiga, aunque también podía significar que había muerto. Por otra parte, esperaba que volviese a brillar, en señal de que seguía viva, pero también sabría que volvía a estar en peligro.
- ¿Qué es eso? - Dijo Inma, la madre de Max. Estaba señalando al colgante.
- ¿Esto? ¡Ah, no es nada! Me lo encontré el otro día por la calle y me lo quedé. - Contestó él, intentando no hablar sobre el verdadero origen del objeto.
- Parece valioso...déjamelo ver un segundo...
- ¡No! - Reaccionó con un movimiento brusco, protegiendo el colgante.
- ¿Qué te pasa, hijo? Es solo algo que te encontraste tirado en la calle. - Replicó Inma. - A ver, dámelo.
Su madre le cogió el colgante de las manos y lo observó detenidamente.
- ¿Ves? No es nada valioso. ¡Devuélvemelo!
- ¿Esto no es...? ¡León! ¿Puedes venir un momento? - Dijo Inma, con los ojos abiertos como platos.
Se les acercó un hombre fornido, de unos cuarenta años. Era el herrero del pueblo, y conocía mucho sobre piedras preciosas. Cogió el colgante y lo examinó.
- ¡Vaya, hacía mucho que no veía uno de estos!
- Lo siento, Maya... - Susurró Max para sí.
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