Capítulo 12 - La trampa
La chica ya había acabado con las tostadas y se disponía a terminar con el chocolate. Había pensado en continuar el viaje aquella misma mañana, al fin y al cabo, ya no pintaba nada en la casa de Bruno. Solo le quedaba pedirle el abrigo e irse. Dentro no le había hecho falta, porque la enorme chimenea quemaba leña constantemente.
Por fin había terminado de desayunar. Subió las escaleras, dispuesta a coger su mochila. Bruno la había visto levantarse de la mesa, así que él también lo hizo y la siguió.
- ¿Ya te vas? - Le preguntó el chico, al llegar a la habitación de Maya.
- Sí, no puedo tardar más tiempo. El invierno se acerca cada vez más. - Respondió ella, recogiendo sus cosas.
- Bueno, pues te traeré el abrigo que necesitabas. - Dijo desanimado, saliendo de la habitación.
Un rato después, la chica empezó a preguntarse a dónde había ido Bruno. Tardaba demasiado. Se puso su mochila, se colocó la gorra y fue directa a las escaleras. No se oía a nadie. Todo estaba en silencio. <<¿A dónde se han ido todos? ¿Por qué me han dejado aquí?>>. Empezó a preguntarse la chica.
- ¿Hola? ¡Hooolaaa! - Gritó ella, sin obtener respuesta. - ¡Oye, Bruno, si esto es una broma, quiero que sepas que no me hace ninguna gracia!
Bajó lentamente las escaleras, hasta llegar a la planta de abajo. Miró hacia la puerta de madera: estaba cerrada con llave. <<Eso quiere decir que...¿¡no puedo salir!?>>. Maya empezaba a asustarse. Empezó a preguntarse por qué se había ido con un chico extraño, por qué había confiado en él. <<Yo...¡no debo tener miedo! ¡He estado quince años de mi vida desarrollando mis poderes para alguna situación como esta! Aunque...tal vez...me esté precipitando un poco. Puede que...puede que estén...¿lavando los platos?>>.
Por primera vez, se fijó en un poste que había tapado con una tela, en una esquina del salón. Se acercó, era una chica muy curiosa, y no pudo resistirse: levantó la tela. Seguidamente, un grito se apoderó de la habitación.
La chica se quedó mirando al animal. Era un águila con unos ojos brillantes y una mirada amenazante.
- Esa es el ave de caza favorita de mi madre. - Dijo Bruno, sorprendiendo a la chica.
- ¿Dónde estabas? Me había empezado a asustar, jejeje. - Preguntó Maya, volviéndose hacia él.
Ella bajó la mirada, pensativa. Se fijó en la mano del chico: estaba sosteniendo algo brillante...
- ¿Qué es...qué es eso? - Continuó ella, señalando el puño.
- ¡Ah! ¿Esto? No es nada. - Contestó, esbozando una leve sonrisa.
Acto seguido, él levantó el puño, enseñando una gran navaja, con la cual intentó herir a la chica. Pero ella, que ya empezaba a entenderlo, esquivó el ataque rápidamente. Al hacerlo, la jaula del animal cayó al suelo, abriendo así la puerta y dejando que la hermosa águila escapase.
Maya estaba pegada a la pared. Los padres de Bruno salieron de la cocina, con un enorme cuchillo y una especie de lanza.
- ¿Por qué...por qué hacéis esto? No lo entiendo...
- Verás, dicen que tú puedes manejar el fuego a tu antojo...y no podemos permitir que alguien como tú nos estorbe en nuestros planes. - Explicó la madre, con una voz calmada.
- ¡¿Pero qué planes?! No...no lo entiendo. ¡No os he hecho nada! - Replicó Maya muy asustada.
- Exacto, y queremos que eso siga así. Has caído como una mosca, pequeña. Aunque, si te digo la verdad, la brillante idea fue de Bruno. - Continuó el padre.
La chica buscó con la mirada a el que creía que era su amigo, con la esperanza de encontrar una respuesta, pero solo vio unos ojos brillantes y desafiantes, unos ojos que la miraban con frialdad. El águila seguía volando por el cuarto, soltando unos gritos muy agudos. Nadie parecía fijarse en el animal. Mientras, Maya pensaba: <<Si lo necesito, sé que podría usar mis poderes, pero no quiero arriesgarme. Si me sale mal la jugada, me quedaría muy débil y estaría acabada>>.
Sudaba, su corazón latía muy fuerte, y su respiración se oía por toda la sala. Los tres la miraban con inquietud, dispuestos a atacar en cualquier momento, aunque parecía que estaban esperando algo.
- ¿Qué queréis de mi? Ni siquiera sé de qué me habláis...
- Buscamos tu poder. Con él podremos conseguir todo lo que deseamos: un mundo perfecto.
- ¡No puede existir tal mundo! ¡Es imposible! - Maya parecía empezar a comprender la situación. Tragó saliva. - ¿Y para qué sirve mi poder?
- Estás empezando a cansarme, niña. Llevamos observándote a ti y al otro chico mucho tiempo, esperando a terminar del todo nuestro plan. Además, no podíamos atacar. No erais lo suficientemente fuertes y, ya que estábamos, queríamos tener el máximo poder posible. No sabemos muy bien qué tenemos que hacer para quitaros ese poder, pero seguro que vosotros sí que lo sabéis, ¿me equivoco? - Explicó la madre.
- ¡Sí! ¡Claro que te equivocas! ¿Tú crees de verdad que yo voy a saber eso?
- ¡Pues claro! Y si tú no lo sabes...seguro que el otro sí.
- El otro... - Maya palideció al instante.
- Sí, el otro. No sé cómo se llama, pero tampoco es que me importe. Verás, cuando vimos que ibas a empezar un viaje, supimos que tú ya tenías la fuerza necesaria, así que nos olvidamos del chico ese. Queremos un mundo sin gente como vosotros. ¿Por qué podéis tener ese poder? ¿Qué os hace diferentes? Todos deberíamos ser iguales, ¿no? - Hizo una pausa, para ver si la chica la comprendía. - Mira, voy a ser generosa: si me das tu poder por las buenas, no tenemos por qué hacerte nada. Y, evidentemente, el otro tendrá que hacer lo mismo.
- ¡Jamás! Aunque haya nacido con este don, yo no me siento superior, considero que todos somos iguales. Y, además, no conozco al chico. - La voz de la chica era firme y segura, sin miedo. Sus ojos mostraban un brillo de esperanza, pero en el fondo sabía que le iba a ser difícil escapar de aquella situación. Ellos no pretendían matarla sin más, pues cometerían un delito y no conseguirían su objetivo, más bien estarían demostrando lo contrario. Ella podía atacar, pero no a los tres a la vez, y parecía que estaban dispuestos a matarla si fuese necesario, ya que en ese caso podrían decir que fue en defensa propia o inventarse alguna historia por una pequeña quemadura que tuviesen. No le gustaba ser violenta.
Examinó la situación y cerró los ojos. Tras pensarlo un rato, con la familia expectante, decidió lo que debía hacer:
- Está bien. Os entrego mi poder. - Dijo muy convencida.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top