Las Lecciones de Vuelo

Mayette estaba sentada en el gran comedor una mañana de jueves. Ya casi pasaba su segunda semana en Hogwarts, y aquel día empezaban las lecciones de vuelo. Estaba ansiosa por tenerlas, aunque sus hermanos le habían enseñado un par de cosas a escondidas. Lo cierto era que, a pesar de que tendría que estudiar con los de Gryffindor, a quienes no soportaba en su gran mayoría, le apetecía bastante esa clase de vuelo.

Sentada en el gran comedor junto a Rhaegar Malfoy, que no había tardado en convertirse en su mejor amigo, miraba a su alrededor con aire de suficiencia. Las chicas también estaban allí, parloteando algo sobre lo poco que les apetecía elevarse del suelo en una escoba y lo mucho más práctico que era utilizar los polvos flú cuando uno quería viajar.

Aquella tarde a las tres y media, Mayette y todos sus compañeros de Slytherin (Pansy, Daphne, Rhaegar, Draco, Theo, Blaise, Crabbe y Goyle) bajaron al patio para la primera lección de vuelo. Lo cierto era que los Slytherin siempre eran pocos (de los cien, casi doscientos alumnos que entraban a Hogwarts cada año, no quedaban en Slytherin más de veinte y eso cuando eran muchos), pero lo cierto era que aquel año eran particularmente pocos. Solían rondar los quince alumnos o así, pero aquel año eran solo nueve. Mejor para ellos, claro está.

No eran muchos, y por eso la fila de Slytherin tuvo que ser completada con algunos Gryffindor, ya que los de Gryffindor solían ser los más numerosos. Mayette miró al chico de pelo negro que se instaló a su lado. Neville Longbottom, lo reconoció de la clase de pociones, en la que se había arrojado una poción encima sin querer. El pobre muchacho se sintió tan intimidado por la mirada de la pelirroja que se encogió en su lugar.

—Tranquilo —le dijo—. Aunque sea una serpiente, no puedo desencajar la mandíbula para comerte —él la miró con pavor—. Era una broma —suspiró la chica—. Tú me caes bien, no voy a hacerte ningún daño.

Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.

—Bueno ¿qué estáis esperando? —bramó—. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.

Mayette ya estaba al lado de una escoba. No parecía muy contenta, y no lo estaba, porque le había tocado ponerse frente a su hermano. Si las miradas matasen, Ronald ya estaría bajo tierra. Y si las miradas matasen y Maye pudiese morir, ella también estaría bastantes metros por debajo de la superficie. Los dos hermanos parecían esperar la oportunidad para lanzarse las maldiciones prohibidas mutuamente.

—Extended la mano derecha sobre la escoba —les indicó la señora Hooch— y decid «arriba».

—¡ARRIBA! —gritaron todos.

Mayette no había gritado, así que su voz no se escuchó en el griterío general. Pero su escoba se elevó suavemente hasta depositarse sola en la palma de su mano. La chica la agarró con firmeza y miró a la profesora, que le dedicó una sonrisa de aprobación. Luego miró a su alrededor. Solo los dos chicos Malfoy y Harry Potter consiguieron elevar su escoba a la primera también.

Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla. Le dedicó otra cálida sonrisa a Mayette cuando la felicitó por coger perfectamente la escoba y mantenerse erguida como se debía sin necesidad de ser corregida. "Si supiera todas las veces que me han corregido mis hermanos mayores, no dirías eso —pensó la niña".

—Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada —dijo la señora Hooch—. Mantened las escobas firmes, elevaos un metro o dos y luego bajad inclinándoos suavemente. Preparados... tres... dos...

Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada antes de que sonara el silbato.

—¡Vuelve, muchacho! —gritó, pero Neville subía en línea recta, como el corcho de una botella... Cuatro metros... seis metros... Mayette le vio la cara pálida y asustada, mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear, deslizarse hacia un lado de la escoba y...

BUM... Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su escoba seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista. Mayette miró horrorizada hacia el muchacho que estaba en el suelo, pero no se acercó, temiendo perjudicar más que ayudar.

La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco como el del chico.

—La muñeca fracturada —la oyó murmurar—. Vamos, muchacho... Está bien... A levantarse.

Se volvió hacia el resto de la clase.

—No debéis moveros mientras llevo a este chico a la enfermería. Dejad las escobas donde están o estaréis fuera de Hogwarts más rápido de lo que tardéis en decir quidditch. Vamos, hijo.

Casi antes de que pudieran marcharse, Draco Malfoy ya se estaba riendo a carcajadas.

—¿Habéis visto la cara de ese gran zoquete?

Los otros Slytherins le hicieron coro, a excepción de Mayette y Rhaegar. El hermano de Draco miraba la escena con el ceño fruncido y los brazos cruzados, mientras que la chica parecía dispuesta a cometer un asesinato. Le había dicho a Neville que ella no le haría nada, y estaba muy dispuesta a cumplirlo.

—¡Cierra la boca, Malfoy! —dijo Parvati Patil en tono cortante.

—Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? —dijo Pansy Parkinson—. Nunca pensé que te podían gustar los gorditos llorones, Parvati.

—¡Mirad! —dijo Malfoy, agachándose y recogiendo algo de la hierba —. Es esa cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.

La recordadora brillaba al sol cuando la cogió.

—Trae eso aquí, Malfoy —dijo Harry con calma. Todos dejaron de hablar para observarlos.

Draco Malfoy sonrió con malignidad.

—Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque... ¿Qué os parece... en la copa de un árbol?

—¡Tráela aquí! —rugió Harry, pero Malfoy había subido a su escoba y se alejaba. No había mentido, sabía volar.

Desde las ramas más altas de un roble lo llamó:

—¡Ven a buscarla, Potter!

Ese fue el momento en que Rhaegar pareció rendirse. Fue hacia donde estaban las otras escobas y agarró una de ellas por el mango. Mayette, que no quería dejarlo solo en cual fuera la locura que el chico se prestase a hacer, agarró también una escoba, pero él la detuvo.

—Te necesito en tierra, Maye. Mi hermano me hará caso y me dará la recordadora. Tu piensa una historia creíble mientras que yo me encargo ahí arriba. Y prepárate, quizá tenga que lanzarte la recordador.

—Como quieras, Alex. pero ten cuidado —Rhaegar asintió, como para decirle que no se preocupase y luego subió sobre la escoba y se elevó siguiendo a Potter y a su hermano.

—¡Déjala —gritó Harry— o te bajaré de esa escoba!

—Ah, ¿sí? —dijo Malfoy, tratando de burlarse, pero con tono preocupado.

Rhaegar apareció junto a Draco en ese instante. Éste le paso la recordadora a su hermano para después descender a tierra, aliviado de que alguien le hubiera sacado las castañas del fuego. Rhaegar Miró la recordadora en su mano. El humo seguía blanco, pero eso no debería de preocuparle.

Harry se lanzó a la carga contra él, inclinado sobre la escoba, dispuesto a derribarlo, o al menos a hacerle algún daño. Mayette miró la escena con evidente horror en el semblante, segura de que Rhaegar caería al suelo. Pero el chico le dirigió una mirada fugaz. Le lanzó la recordadora. Ella retrocedió unos pasos con su vista fija en la bola, la cogió con una mano y miró de nuevo hacia su amigo. Rhaegar se había movido y ahora descendía suavemente hacia tierra.

Llegó al suelo justo a tiempo para bajar de la escoba antes de ver a la profesora McGonagall, que salía hecha una furia del castillo. Avanzó hacia ellos, y con una voz atronadora, gritó:

—¡Rhaegar Malfoy! Nunca... en todos mis años en Hogwarts... ¿Cómo te has atrevido...? Podrías haberte roto el cuello...

—No fue culpa suya, profesora —dijo Mayette, alcanzándolos, con la recordadora en la mano—. Potter quería quedarse con la recordadora de Neville. Pretendíamos devolvérsela al muchacho, se lo juro.

—Suficiente —dijo la profesora—. Rhaegar, ven conmigo. Y también tu, Mayette.

Los dos siguieron en silencio a la profesora McGonagall, mientras Mayette se reprendía en silencio por no haber inventado algo más creíble. La mujer los guío a través de escaleras y pasillos, siempre subiendo. Hasta que llegaron al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, donde la mujer se detuvo y llamó a la puerta.

Mayette sintió que se le encogía el estómago de duda. No entendía qué podían tener que hacer allí, pero estaba segura de que aquello no iba a terminar bien para ellos. No tenían que haber intervenido, aquello era demasiado para librarse. Si tan solo hubieran dejado que Draco cargase con la culpa de sus acciones...

—Discúlpeme, profesor Quirrel. ¿Podría llevarme a Flint un momento? —preguntó.

—Por supuesto —respondió el profesor, sin su habitual tartamudeo.

"Qué extraño —pensó Mayette—. No hace ni dos horas no podía decir una sola palabra sin ese tartamudeo insufrible. Ese hombre se trae algo entre manos, seguro. Si no no andaría todo el día con esas pintas tan sospechosas. Y ese turbante. Se me estremece todo el cuerpo solo de mirar a la parte posterior de su cabeza, y eso solo me pasa cuando algo sucede. ¿Qué puede ser?".

—Seguidme los tres —dijo la profesora McGonagall cuando Flint estuvo fuera de la clase.

Los guió hasta un aula vacía, mientras el enorme chico, que debía de estar en quinto, los miraba con desinterés fingido. Mayette lo miraba también sin molestar en ocultar su interés. Había visto a Flint en la sala común de Slytherin, pero jamás había entablado conversación con él. Se preguntó por unos instantes si realmente sería tan estúpido como aparentaba, o era tan solo una estrategia.

—Malfoy, Weasley, él es Marcus Flint —presentó la profesora—. Flint, te he encontrado nuevos jugadores. Vale la pena poner a Adrian Pucey en el banquillo por este muchacho —aseguró, señalando a Rhaegar—. Y ella será una gran cazadora. Es más rápida y mucho más hábil de lo que lo son cualquiera de tus... compañeros.

"Ella querrá decir gorilas —pensó Mayette, que había visto a los "compañeros" de los que había hablado la profesora".

—Necesitaremos buenas escobas para ellos —dijo Flint, mirándolos.

—Hablaré con el director por si pudiera hacerse una excepción a la norma de los de primer año —dijo la profesora.

—No creo que su familia pueda pagar una escoba decente ni aunque vendiera la casa —replicó Flint, mirando a Mayette con desprecio.

—Al igual que tu familia no pudo pagarte neuronas cuando naciste —respondió Mayette, con los ojos entrecerrados.

—¿Qué has dicho? —gritó Flint.

—Nada que alguien con conexiones neuronales no hubiera entendido, troll —respondió ella, y se dio la vuelta. Luego pareció cambiar de opinión—. Con permiso, profesora, me gustaría retirarme. No tolero a quienes insultan a mi familia. Si piensas darme el puesto, Flint, ponte en contacto conmigo. Te aseguro que encontraré la manera de conseguir esa escoba.

Mayette salió del aula echa una furia. Si hubiera sido solo un poco mayor, le habría hecho frente a ese imbécil con magia. Aunque, seguramente, lo habría hecho a pesar de la diferencia de edad si la profesora no hubiera estado delante. Mayette adoraba a su familia, pese a lo que pudiera parecer, pese a las malas relaciones, y no toleraba a quienes se metían con ella, y menos por algo tan superficial como el dinero.

"Al menos —pensaba—, la gente podría molestarse en atacar algo más que la riqueza. Quiero decir, si hay que juzgar a mis padres, que los juzguen por su intolerancia y sus prejuicios hacia la casa de las serpientes. Esos que no se les pueden quitar ni con disolvente, porque están obcecados en que todos los Slytherin somos malos".

—Maye —la llamó Pansy—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Rhaegar?

—Hablando con McGonagall y Flint —respondió la chica—. Lo quieren para el equipo de Quidditch de Slytherin. Ya verás, va a ser el jugador más joven de todo el siglo.

—No pareces emocionada —le reprochó Daphne, en tono afectuoso.

—Disculpadme si no grito los tres vivas cuando un troll como Flint se mete con mi familia —dijo Mayette, con un suspiro de cansancio—. Sé que somos pobres y no podríamos pagar una escoba decente, pero eso no le da derecho a decir nada.

—¿También te querían para el equipo? —preguntó Pansy, y la pelirroja asintió—. ¡Pero eso es increíble! ¿Sabes que serías la primera mujer en dos siglos que juega en el equipo de Slytherin? Las mujeres dejaron de participar después de que Merla Jackson muriese. Una costilla le atravesó el corazón cuando se cayó de la escoba —explicó.

—Bueno —dijo Mayette—, entonces tiene algo bueno que Flint me haya rechazado. No correré el riesgo de que me suceda lo mismo.

Daphne y Pansy la miraron con pena. La morena se le puso a un lado y la rubia al otro, tomándola cada una por un brazo. Ver a su amiga desanimada las hacía sentir desazón, y deseaban animarla. Se miraron mutuamente esperando que a alguna de las dos se le ocurriera algo, y entonces Daphne dijo:

—Nuestros padres nos han enviado varios tipos de dulces —comentó—. ¿Te gustaría venir a comer alguno con nosotras? Ya sabes que nunca conseguimos acabarlos porque no podemos comer muchos.

—¿Y de qué serviría? —Mayette no estaba segura de querer animarse—. Solo conseguiré que digan que vivo de vuestra caridad. Y no quiero que nadie pueda pensar eso —de pronto se le iluminó el rostro—. No, no quiero dulces. Quiero clases —dijo.

—¿Clases? —preguntó Pansy.

—¿Cómo que clases? —la siguió Daphne.

—Clases, chicas —afirmó Mayette, con un aire de suficiencia repentino—. Clases de pociones. Hay muy pocos pocionistas cualificados. Todo lo que tengo que hacer es instruirme. Y cuando sepa un poco más... Entonces necesitaré vuestra ayuda.

—¿Nuestra ayuda para qué? —cuestionó Daphne, emocionada.

—Necesitaré vuestros contactos —respondió la pelirroja—. Necesitaré que le digáis a la gente lo buena pocionista que soy. Eso será bastante como para que me compren algunas pociones, supongo. Si realmente soy buena, volverán. Y quizá pueda crear mi propia fortuna.

—Es un buen plan —dijo Pansy—. Solo le encuentro una pega. ¿Y si no eres buena en pociones?

—El viernes pasado antes de clases hice una poción agrandadora que se supone que teníamos que aprender en segundo curso sin necesidad de ver una demostración —replicó Mayette—. Snape me dio diez puntos más por eso. Creo que podré hacerlo. Solo tengo que hablar con nuestro profesor.

—Bueno, yo creo en ti —dijo Daphne—. Eres una Slytherin, y los Slytherin siempre conseguimos lo que queremos, de una manera o de otra.

—Exacto, mi querida Daphne. Exacto —la sonrisa que se extendió en el rostro de Mayette podría haber asustado a alguien.

Mayette desapareció por las escaleras que llevaban a las mazmorras, separándose de sus amigas. Caminó rápidamente en dirección al despacho de Snape, ignorando a la gente que se le cruzaba, que no era mucha. Cuando llegó, se armó de valor y tocó la puerta.

—¿Sí? —contestó la fría voz del profesor Snape.

—Profesor, me gustaría hablar con usted —contestó Mayette, entrando al despacho—. E iré directa al grano, porque usted no tiene tiempo que perder —añadió—. Quiero que me enseñe a hacer pociones más avanzadas, profesor. Quiero aprender.

—¿Pociones más avanzadas? —preguntó el profesor—. Muy bien, sí. Veo tu potencial, y está bien que quieras aprovecharlo. Te enseñaré más. Pero responde a una pregunta. ¿Qué poción estoy preparando?

Mayette miró con atención a los ingredientes que había en la mesa, algunos sobrantes, otros aún sin utilizar. No entendía por qué quería el profesor que le dijera qué poción estaba preparando. Para él debía de ser evidente, aunque ella no lo supiera. Observó la hoja de mandrágora que había junto al caldero, y también la crisálida de lo que parecía una mariposa calavera. Sobre la mesa estaba colocado también un frasco con rayos de luz de luna llena y algo de agua que, supuso, sería rocío. Porque solo había una poción, según su libro (que lo tenía colocado como curiosidad) que pudiese hacerse con esos ingredientes.

—Es una poción para animagos, profesor —respondió, después de reflexionar unos momentos—. Sirve para transformar a un ser humano en el animal más compatible con él. Pero no lo entiendo, señor.

—¿El qué? —preguntó Snape, sonriendo.

—Profesor, para preparar esta poción hace falta un cabello de la persona que la vaya a utilizar.

—Eso es correcto, señorita Weasley —luego hizo una mueca de falso enfado—. Aunque usted no debería saber eso, ¿no es así?

—Tengo los libros de mis hermanos al alcance de la mano —respondió ella—. He leído los libros de séptimo de Bill y Charlie. Lo que necesito es alguien que me de la teoría y me ayude mientras practico, porque prefiero hacerlo en un lugar vigilado.

—Una decisión muy sensata —aprobó el profesor—. Bien, dejemos a un lado esta poción. No vale la pena, en realidad. Solo era para simular que estoy ocupado si alguno de mis alumnos entra aquí por el mero hecho de molestar.

Apartó a un lado los ingredientes. La miró a los ojos. A Mayette siempre le había dado la sensación de que el profesor podía leer su mente, pero en aquella ocasión sus sospechas se vieron confirmadas.

—Si quiere hacer fortuna, le enseñaré una poción que realmente pocos saben hacer como es debido, o quieren tomarse la molestia de hacer. ¿Recuerda que hablamos sobre el filtro de muertos en vida? —el profesor la guió hacia su armario.

***

—¿Qué es lo que quieres hacer, Maye? —le preguntó Rhaegar, intrigado—. Ya sabes que ese maldito poltergeist no hace nada bueno. No conoce el significado de lealtad.

—Eres un Slytherin —le dijo ella—. Y ahora hablas como un Gryffindor. Haz el favor de callarte, sé lo que me hago. Muy probablemente, mejor que tu.

Él iba a decir algo, pero se calló al ver al poltergeist frente a ellos. Mayette sacó un paquetito de su bolsillo. El poltergeist entornó los ojos, mirándola, y se acercó.

—Vaya —dijo—. Si es Weasley Rata de Cloaca.

—Creo que me confundes con mi hermano —respondió ella, sonriendo—. Pero te traigo un regalo con la esperanza de que no lo hagas más. Yo quiero ser tu amiga —la chica hizo un puchero.

—¿Mi amiga? —preguntó Peeves.

—Claro —Mayette puso el paquete en manos del poltergeist—. Esto es una invención de mis hermanos y mía —le explicó—. Explotará, dejando al que reciba el impacto de un color aleatorio durante una semana. Diles a los que dispares con esto que es un regalo de tu nueva mejor amiga —se dio la vuelta para irse, pero cambió de opinión—. Por cierto, esta noche habrá alumnos de primero en los alrededores de la Sala de los Trofeos —advirtió—. Haz el favor de asegurarte de que Filch lo sepa.

El poltergeist saltó, contento, y le prometió que avisaría al celador. Luego salió flotando de la habitación, y se le escuchó gritar todavía un par de veces, a lo lejos "de parte de mi mejor amiga".

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