El Sombrero Seleccionador
Mayette observó a la bruja de pelo oscuro, alta, que portaba una túnica esmeralda y que acababa de entrar al salón con mudo asombro. No estaba acostumbrada a ver a mujeres tan altas, quizá porque las únicas a las que veía con relativa frecuencia eran su madre y Ginny, y ninguna de las dos era especialmente alta. La mujer tenía un rostro severo y la chica decidió que era alguien a quien debería poner de su parte.
—Los de primer año, profesora McGonagall —dijo Hagrid.
—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí.
—Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGonagall—. El banquete de comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupéis vuestros lugares en el Gran Comedor deberéis ser seleccionados para vuestras casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estéis aquí, vuestras casas serán como vuestra familia en Hogwarts. Tendréis clases con el resto de la casa que os toque, dormiréis en los dormitorios de vuestras casas y pasaréis el tiempo libre en la sala común de la casa.
»Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Cada casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables brujas y magos. Mientras estéis en Hogwarts, vuestros triunfos conseguirán que las casas ganen puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los pierdan. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con la Copa de las Casas, un gran honor. Espero que todos vosotros seréis un orgullo para la casa que os toque.
»La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de pocos minutos, frente al resto del colegio. Os sugiero que, mientras esperáis, os arregléis lo mejor posible.
Mayette frunció el ceño. Hablaba como si no lo supieran todos. Decía el funcionamiento de Hogwarts como si no fuera algo comúnmente conocido entre los magos. Luego cayó en la cuenta de que debía de decirlo para los nacidos de muggles. "Bueno, que lo diga si quiere, a mí no me molesta —se dijo—. Ninguno de ellos acabará en Slytherin: un mestizo necesita suerte para entrar. De manera que no tendré que preocuparme por ellos".
Sus padres jamás habrían aprobado sus pensamientos y ella lo sabía. Sabía que estaba mal que la irritasen los nacidos de muggles. Ellos no tenían la culpa de su ignorancia, al fin y al cabo. Pero daba igual, la ponían tan nerviosa con sus preguntas obvias y sus absurdas peticiones.
—Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia —dijo la profesora McGonagall—. Por favor, esperad tranquilos.
Así que Mayette esperó tranquilamente. Los que querían quedar en Slytherin estaban totalmente callados. Sus expresiones eran solemnes, a diferencia de las del resto de alumnos, que iban de los nervios al miedo o a la emoción. Los que querían quedar en la casa de la serpiente estaban perfectamente tranquilos. Tenían los ojos abiertos y esperaban con paciencia a que llegase el momento de la selección, sin recitar ningún encantamiento tonto ni pedir suerte.
Entonces empezaron a entrar los fantasmas. Mayette los miró uno a uno, sonriente. Algo había en los fantasmas que le gustaba, aunque no estaba segura de lo que se trataba. Pero su encanto por ver a los susodichos se desvaneció al escuchar los gritos de asombro que proferían muchos de sus compañeros. Suspiró y su rostro volvió a su habitual gesto de desagrado.
—Perdonar y olvidar. Yo digo que deberíamos darle una segunda oportunidad...
—Mi querido Fraile, ¿no le hemos dado a Peeves todas las oportunidades que merece? Nos ha dado mala fama a todos y, usted lo sabe, ni siquiera es un fantasma de verdad... ¿Y qué estáis haciendo todos vosotros aquí?
El fantasma, con gorguera y medias, se había dado cuenta de pronto de la presencia de los de primer año. Nadie respondió.
—¡Alumnos nuevos! —dijo el Fraile Gordo, sonriendo a todos—. Estáis esperando la selección, ¿no? Algunos asintieron. ¡Espero veros en Hufflepuff! —continuó el Fraile—. Mi antigua casa, ya sabéis.
—En marcha —dijo una voz aguda—. La Ceremonia de Selección va a comenzar.
La profesora McGonagall estaba de pies frente a ellos. Los chicos la siguieron a través del gran comedor. Mayette se quedó un poco atrás, esperando pasar desapercibida hasta que su nombre saliera de los labios de la mujer, llamándola para que sombrero la mandase a su nueva casa.
Sin previo aviso, sorprendiendo a la muchacha pelirroja, el sombrero comenzó a cantar.
Oh, podrás pensar que no soy bonito,
pero no juzgues por lo que ves.
Me comeré a mí mismo si puedes encontrar
un sombrero más inteligente que yo.
Puedes tener bombines negros,
sombreros altos y elegantes.
Pero yo soy el Sombrero Seleccionador de Hogwarts
y puedo superar a todos.
No hay nada escondido en tu cabeza
que el Sombrero Seleccionador no pueda ver.
Así que pruébame
y te diré dónde debes estar.
Puedes pertenecer a Gryffindor,
donde habitan los valientes.
Su osadía, temple y caballerosidad
ponen aparte a los de Gryffindor.
Puedes pertenecer a Hufflepuff,
donde son justos y leales.
Esos perseverantes Hufflepuff
de verdad no temen el trabajo pesado.
O tal vez a la antigua sabiduría de Ravenclaw,
si tienes una mente dispuesta,
porque los de inteligencia y erudición
siempre encontrarán allí a sus semejantes.
O tal vez en Slytherin
harás tus verdaderos amigos.
Esa gente astuta utiliza cualquier medio
para lograr sus fines.
¡Así que pruébame! ¡No tengas miedo!
¡Y no recibirás una bofetada!
Estás en buenas manos (aunque yo no las tenga).
Porque soy el Sombrero Pensante.
Mayette miró al sombrero con fijeza, aspiró y expiró y sus nervios se calmaron. Iba a ser una Slytherin. Ella iba a ser una Slytherin e iba a llegar a lo más alto. Pero después de escuchar su cancioncita, se sentía un tanto temerosa de que pudiera encasillarla en otro lugar, porque sabía que poseía cualidades de las otras casas.
—Cuando yo os llame, deberéis poneros el sombrero y sentaros en el taburete para que os seleccionen —dijo—. ¡Abbott, Hannah!
Mayette desconectó entonces por un rato, mientras sus compañeros iban hacia una u otra mesa. Al fin y al cabo, era la penúltima. Solo Ron quedaba después de ella, si iba por orden de nombre y apellido. Debía estar muy tranquila y dejarle al sombrero muy claros sus deseos acerca de su nueva casa, y entonces todos iría bien.
Finalmente, le tocó el turno a Mayette. La chica avanzó con paso decidido hacia el sombrero, se sentó en el taburete y se lo puso en la cabeza sin pensarlo dos veces. Confianza. Determinación. Astucia. Eso era lo que el mundo tenía que ver de ella, porque eso era lo que ella era. Y eso era lo que tenía que ver el sombrero.
Humm... —escuchó una voz que achacó al sombrero—. Otra Weasley. Pero diferente a los demás. No hace falta que intentes ocultarlo, veo tus ansias por estar en Slytherin, por tomar el camino de la grandeza. Pero dime, ¿estás segura de que ese es tu lugar? Sin duda allí harás verdaderos amigos, y te ayudará en tu camino. Pero eres amable y altruista sin quererlo, y no le temes al trabajo pesado. Te iría bien en Hufflepuff. Y además, eres inteligente y sensata y valoras esas mismas cualidades. No sobrarías en Ravenclaw. Y te sentirías tan en casa en Gryffindor como cualquiera de tus hermanos. Cuando te llenas de pasión y te dejas llevar, eres tan arrojada y valiente como ellos, y eres leal a muerte con quienes se lo ganan...
"Slytherin —pensó Mayette—. Debo quedar en Slytherin. Slytherin".
Veo lo que estás dispuesta a hacer, chiquilla —siguió la voz del sombrero—. Sí, puede ser una buena elección. Seguro que lo es, solo me queda una pequeña duda. Pero, ya que eres tan compatible con dicha casa... Y si tanto lo deseas... ¡Slytherin! —gritó el sombrero.
Durante unos instantes, todo el gran comedor quedó en silencio, mirando a la chica pelirroja, pecosa, que se quitaba el sombrero de la cabeza. Sin embargo, Mayette estaba decidida a no mostrar debilidad alguna, a no darle a nadie poder sobre ella. No se dejó intimidar por el silencio en el gran comedor ni por las miles de miradas que se posaron sobre ella y fue a sentarse en la mesa de Slytherin, donde Rhaegar y los demás ya le habían hecho hueco.
—Al final si eras una Slytherin —le dijo Rhaegar, y le dedicó la que, a juicio de la chica, era la sonrisa más bonita que había visto—. Por cierto, puedes decirme Alex —indicó.
—Mis amigos me dicen Maye —contestó ella, mientras aplaudía con entusiasmo a Blaise Zabini, que se apresuró a reunirse con ellos—. ¿De dónde viene Alex?
—Mi segundo nombre —dijo él simplemente.
—¿Segundo nombre? —preguntó ella.
—Sí. Por lo general, la gente me llama por mi segundo nombre.
—¿Cuál es? ¿Alexander?
—Alessandro —respondió él—. Me gusta mi nombre, pero no es muy normal que digamos, la gente da demasiado su opinión sin que pregunten.
El director se puso en pie mientras la profesora McGonagall enrollaba el pergamino que había estado leyendo. Movió las manos pidiendo silencio y dijo:
—¡Bienvenidos!. ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí están, ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!
Mayette frunció el ceño. "Vaya unas palabras para decirlas en la primera cena del año —pensó—. Todos piensan que es un genio, y vaya que si lo es. Se ha mantenido en el poder mucho tiempo, no sería conveniente hacerlo enfadar. Pero seguiré pensando que está loco. Y esa es una carta que quizá pueda jugar dentro de algún tiempo".
Las fuentes de las mesas se llenaron súbitamente de comida. Mayette observó cada una de las cosas que aparecían en los platos, ante ella. Miró también hacia la mesa contigua, la de Gryffindor, donde se encontraba su hermano. Ron la miró con mucho rencor, así que la chica decidió seguir recorriendo el salón con la mirada sin decir nada. Luego se volvió de nuevo hacia los platos. Tenía todavía tres de los bocadillos que su madre le había preparado intactos, y como no se los había comido sentía hambre. Pero también sabía que las damas de la alta sociedad no comían a partir de las ocho, porque eso hacía que una engordara, y quería ser como sus amigas de Slytherin.
Hizo un pequeño movimiento de varita y la hora apareció ante ella. Las siete y cuarto. Todavía tenía tiempo para comer algo antes de tener que dejarlo hasta, al menos, la siete y media de la mañana. Se sirvió algo de carne asada, tan jugosa que se cortaba prácticamente sola, ensalada y unas patatas asadas. Se sirvió muy poco de cada cosa, porque no quería que tuvieran mala opinión de ella. Lo último que necesitaba era que la gente dijera que le daban tan poco de comer en casa que tenía que aprovechar las comidas del colegio para no morir de inanición durante el verano.
Se distrajo mirando hacia la mesa de los profesores. Aunque no se podía decir que la mesa de Slytherin fuera aburrida, no era tan animada como las otras. Los Slytherin procuraban no perder nunca la compostura, y mostrar al mundo una parte de ellos que era tan fría como el hielo, hacerse respetar. Y para hacerse respetar, y en muchos casos temer, eran lacónicos y calmados. Eso ponía los pelos de punta a muchos alumnos. Así que Mayette se sentía un tanto incómoda con iniciar ella una conversación.
En la mesa de profesores, distinguió a un hombre con el cabello y los ojos tan negros como el azabache. Los ojos parecían dos túneles helados, como de mazmorras medievales. Le dio un escalofrío, pero no apartó su mirada, porque, al volverse hacia la mesa (al parecer el profesor había notado su mirada), la tensión en el rostro del hombre se suavizó, y le dedicó una mirada amable. Mayette decidió que él debía de ser un hombre amable.
Faltaban unos diez minutos para las ocho cuando aparecieron los postres. Las chicas de alrededor de Mayette lo agradecieron por lo bajo y empezaron a tomar alguno. Había helados de todos los sabores imaginables, bizcochos borrachos, arroz con leche, rosquillas de mermelada y miles de cosas más. La pelirroja se sirvió un poco de helado de chocolate y empezó a tomarlo despacio. Apartó el plato después de terminar la pequeña cantidad, y tomó una servilleta para limpiarse delicadamente la boca. Había terminado justo a tiempo, porque de lo contrario habría tenido que dejar el postre a medias. La regla de las ocho era inquebrantable para aquellos que deseasen encajar, y ella lo deseaba.
Los postres no tardaron mucho en desaparecer. Mayette miró hacia Dumbledore, que reclamaba de nuevo su atención.
—Ejem... sólo unas pocas palabras más, ahora que todos hemos comido y bebido. Tengo unos pocos anuncios que hacer para el comienzo del año.
»Los de primer año debéis tener en cuenta que los bosques del área del castillo están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos también deberán recordarlo.
»El señor Filch, el celador, me ha pedido que os recuerde que no debéis hacer magia en los recreos ni en los pasillos.
»Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso. Los que estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben ponerse en contacto con la señora Hooch.
»Y por último, quiero deciros que este año el pasillo del tercer piso, del lado derecho, está fuera de los límites permitidos para todos los que no deseen una muerte muy dolorosa.
Mayette frunció el ceño. Aquello había captado su atención. "Quizá haya alguna forma de manipular a alguien para que compruebe eso por mí —pensó—. Mi hermano y su amigo parecen la clase de personas que incumplirían las normas. A lo mejor los puedo utilizar".
—¡Y ahora, antes de que vayamos a acostarnos, cantemos la canción del colegio! —exclamó Dumbledore.
Dumbledore agitó su varita, como si tratara de atrapar una mosca, y una larga tira dorada apareció, se elevó sobre las mesas, se agitó como una serpiente y se transformó en palabras.
—¡Que cada uno elija su melodía favorita! —dijo Dumbledore—. ¡Y allá vamos!
Después de eso, todo el colegió empezó a vociferar. Al menos, casi todo. No eran muchos en la mesa de Slytherin los que cantaban, y ni Mayette ni sus conocidos se unieron con gusto a la canción. Theo y Blaise la cantaron, aunque en voz baja y azorados, mientras que Pansy y Daphne optaron por simplemente arrugar la nariz. Rhaegar y Draco miraron hacia el puesto de Dumbledore con un gesto despectivo y no hicieron nada. Y Mayette rehusó cantar la canción, poco dispuesta a ponerse en evidencia.
Hogwarts, Hogwarts, Hogwarts,
enséñanos algo, por favor.
Aunque seamos viejos y calvos
o jóvenes con rodillas sucias,
nuestras mentes pueden ser llenadas
con algunas materias interesantes.
Porque ahora están vacías y llenas de aire,
pulgas muertas y un poco de pelusa.
Así que enséñanos cosas que valga la pena saber,
haz que recordemos lo que olvidamos,
hazlo lo mejor que puedas, nosotros haremos el resto,
y aprenderemos hasta que nuestros cerebros se consuman.
Para vergüenza de Mayette, los gemelos Weasley, sus hermanos, fueron los últimos en terminar de cantar. La chica se cubrió la cara con las manos cuando el lento ritmo fúnebre que habían escogido fue lo único que se escuchó en la habitación. Pero era orgullosa y quería a sus hermanos, así que aplaudió con entusiasmo cuando terminaron de cantar, y les sonrío cuando miraron en su dirección sorprendidos.
"Tengo que conseguir que mi familia entienda que ser un Slytherin no significa odiar a todo el mundo —se dijo—. Ni mucho menos ser cruel con aquellos a los que quieres".
—¡Ah, la música! —dijo Dumbledore, enjugándose los ojos—. ¡Una magia más allá de todo lo que hacemos aquí! Y ahora, es hora de ir a la cama. ¡Salid al trote!
Los de primer año fueron llamados de inmediato por la prefecta de Slytherin, que los condujo a través de pasillos y corredores hasta las mazmorras. Luego se detuvo frente a una pared y se volvió hacia ellos.
—Ésta —les dijo, con voz solemne—, es la entrada a la casa de Slytherin. Aquí es donde viviréis durante los años que paséis en el colegio. En este sitio haréis amigos. Así que os aconsejo que la tratéis con el respeto que se merece —luego su voz se suavizó—. Aunque confío en que lo haréis, y seréis un orgullo para nuestra casa. La contraseña es "Poder". No lo olvidéis, o os quedaréis atrapados fuera hasta que venga otro alumno a ayudaros.
Se abrió una puerta en la pared, como si hubiera sido invisible hasta ese momento. Pasaron uno a uno por ella y Mayette abrió mucho los ojos viendo lo inmensa que era la sala común, bastante para que entrase toda su casa con los terrenos incluidos. Al fondo del salón, la pared frente a ellos era completamente de cristal. A través de él se podían ver las aguas oscuras de lo que parecía ser el lago.
—Tenéis que bajar por esas escaleras —señaló la Prefecta—. Como tan pocos entran en Slytherin, las habitaciones son individuales. Encontraréis vuestro nombre escrito en la puerta de vuestra habitación. Vuestro equipaje y mascotas ya estarán allí. Las chicas a la derecha, los chicos a la izquierda.
Los de nuevo ingreso se dirigieron a las escaleras y bajaron obedientemente por ellas. Cuando llegaron al fondo, chicos y chicas se despidieron y cada uno tiró por su lado. Así que Mayette se quedó sola con Pansy y Daphne, únicas chicas que habían entrado, además de ella, a Slytherin ese año.
Su nombre estaba escrito en la puerta del fondo. Con nerviosismo que nuevamente se rehusaba a confesar, tomó el pomo y abrió la puerta. La niña se quedó boquiabierta mirando la extensión de su cuarto. Era al menos cinco o seis veces el cuarto que compartía con Ronald en la Madriguera. Miró a los cuatro lados. La combinación de las decoraciones de cada uno era impresionante.
Mirando al frente, podía ver su cama. Una cama de tamaño matrimonio con dos cojines por almohada y un dosel verde rodeándola. Tenía colocada al lado una silla, y al otro lado una mesilla de noche.
Mirando desde la cama hasta donde había estado, podía encontrar al lado izquierdo una chimenea con sofás y sillones a su alrededor. Sobre la chimenea había distintos cráneos, aparentemente de animales y seguramente falsos. Los sillones y sofás eran de cuero negro, y la mesilla entre ellos, frente al fuego de la chimenea, estaba pintada de verde.
Mirando a la derecha, por el contrario, encontrabas dos estanterías, y entre ellas una mesa redonda enorme, más grande de lo que la chica podía necesitar. Más cerca de ella, había un tocador y una cómoda, siempre en esa dirección, y acercándose aún más, otros dos sofás de cuero que tenían una mesita entre ellos y junto a éstos una mesa más, con una bola verde encima.
—¿Para qué necesito tantas mesas? —se preguntó a sí misma, poco convencida de la practicidad de aquello—. Bueno, supongo que podré elegir donde trabajar.
Se colocó su ropa de dormir, que se podía traducir en una camiseta vieja que había heredado directamente de Bill (después de unas cuantas disputas con Ginny, ya que nadie más quería aquello) y unas bragas. Iba a acostarse, pero la asaltó el pensamiento de que debería escribir a sus padres y a sus dos hermanos mayores. Quizá debieran saber en qué casa había quedado por ella y no por nadie más.
—Podrán esperar una noche —refunfuñó—. Ya es tarde y tengo sueño, seguro que alguien se lo contará, en cualquier caso.
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