Pedofilia
La clase de Defensa Contra las Artes Oscuras estaba resultando, tal y como ya se había hecho normal, una broma. Las lecciones de Quirrel habrían sido más útiles que las de aquel inútil. Mayette se sentía profundamente disgustada cada vez que pensaba en él, especialmente por las miradas que siempre dirigía específicamente hacia ella en las clases.
Esas miradas hacían que la pelirroja se sintiese inenarrablemente incómoda, y que quisiese buscar alguna protección. Algo que la ayudase a no tener que enfrentarse a él. Mayette Weasley jamás había sido una cobarde, pero sentía como si aquellos ojos pegasen suciedad a su piel, una suciedad que no podía quitarse ni pasando horas bajo el agua. Y le crispaba los nervios que el profesor le dirigiera la palabra.
El único que parecía haber notado la causa de su incomodidad era Tom. Más mayor y con más experiencias traumáticas que casi todos los de la clase (y muchos de fuera de ésta), Tom era consciente de lo distintas que eran las miradas del profesor hacia Mayette y las que dirigía al resto de sus alumnas. No solo eso, sino que entendía bien lo que significaban. En cierta parte de su mente, entendía que hubiese elegido a Mayette para ello. Sin duda era la más hermosa y la más inteligente. Pero le repugnaba igualmente, y le traía recuerdos que el heredero quería que permanecieran... enterrados.
Desde los duendecillos, Lockhart no había vuelto a llevar seres vivos a la clase, y se dedicaba simplemente a leer sus libros y representar escenas que él consideraba emocionantes. La pelirroja solo se dedicaba a hablar con Tom o a leer o escribir o incluso dibujar durante sus clases. Todo era mejor que escuchar las tonterías de aquel supuesto profesor, que rara vez decía algo con sentido.
Sus amigos estaban de acuerdo. Pansy y Daphne, sentadas con ella en la última fila, estaban aprovechando para pintarse las uñas detrás de sus libros. Rhaegar escribía a sus padres, Lucius y Narcissa, Draco estaba en mitad de un viaje astral y Theo Nott y Blaise Zabini hablaban sobre Quidditch en voz baja. Los Gryffindor no hacían mucho más caso, pero lo más probable es que se aburrieran más. Los chicos de la casa de la serpiente habían llegado a ponerse a jugar al ajedrez mágico, dando las órdenes muy bajito, por detrás de su libros. En fin, ventajas de que les correspondiera el fondo de la clase.
Aquel día la lección terminó sorprendentemente pronto para los Slytherin. Se les pasó el tiempo, a diferencia de lo que era habitual, volando. Mayette se levantó rápidamente y, guardando sus utensilios, salió de la clase. Sin Tom, claro, que se había quedado para investigar cuál era el plan de los Gryffindor y ver cómo les salía la cosa.
La chica paseó durante un rato por los pasillos contiguos, esperando a que el mayor saliese del aula. Pero no había aún señales de Tom cuando sintió una voz familiar. Aquella tarde solo tenían la doble hora de DCO, así que no tenía porqué irse, y no se preocupaba por un regaño. Sin embargo, la voz del profesor Lockhart le puso la piel de gallina, haciéndola temblar hasta los huesos.
—Vaya, señorita Weasley. No esperaba que esto sucediese tan pronto, pero me alegro francamente —murmuró la voz, muy cerca de su oído.
La muchacha se estremeció del asco. Y sintió como Riddle se preparaba para atacar. Se obligó a impedir que la serpiente le hiciese nada al profesor, preocupada de lo que pudieran hacerle al animal si mataba a alguien. Mayette sintió como un bulto se restregaba por su espalda baja y se le escapó un gemido de terror. No debería haberlo permitido, era una Slytherin y debía mantener su dignidad. Pero nada pudo hacer para evitarlo, y nadie habría podido esperar que lo hiciera. Se le deslizó una lágrima por la mejilla cuando el profesor la obligó a darse la vuelta para mirarlo.
Aquella persona se le antojó más un boggart que un humano. Un monstruo que aprovechaba las debilidades de su adversario para someterlo y destruirlo. Ella misma lo hacía a veces, entendía lo que el profesor buscaba sentir si era realmente aquello. Pero no lo era, Lockhart buscaba en ella un tipo de placer muy diferente al que otorga ser poderoso sobre otras gentes. Un placer que Mayette todavía desconocía que existía. La niña se debatió, intentando deshacerse del agarre del adulto.
Negando con la cabeza, Lockhart inclinó su rostro sobre el de la pelirroja, quedando peligrosamente cerca de sus labios. Mayette ya había aceptado su destino, y estaba dispuesta a morderle en cuando lo intentase, pero el hombre se detuvo a contemplar detalladamente el rostro pálido que lo miraba con temor y odio.
—Siempre has sido la más bella y la más inteligente. Llevo esperando esto desde que te vi en aquella librería. Déjame disfrutar del sabor de tus labios —susurró.
Mayette esperaba que sus labios supiesen a veneno. Odiaría que él, o cualquier otro, se deleitase con ellos sin su permiso. Trató de llevar la mano a su varita, pero el adulto apresó sus labios, y ella no se sentía capaz de gritar por ayuda. Le pateó en la espinilla, y recibió a cambio una bofetada. Aunque se quejó, el profesor no soltó las manos de la alumna y siguió acercándose poco a poco, muy lentamente, a sus labios. Disfrutaba saber que estaba torturando a la niña la lentitud con la que hacía las cosas.
Mayette intentó debatirse de nuevo, lo empujó con toda la fuerza de su cuerpo, bastante pequeño en comparación con el del hombre completamente desarrollado. Consiguió que el profesor se echara para atrás. Su varita había caído al suelo, pero no se preocupó por ella e intentó correr, huir de allí, alcanzar a cualquier persona que pudiera ayudarla. Pero el adulto fue más rápido, la agarró de la cintura y la estampó de nuevo contra la pared. La niña sintió el golpe en su cráneo y estuvo a punto de quedar inconsciente.
Lo habría agradecido, si eso la librase de sentir los ásperos labios del adulto sobre su delicada piel, blanca como la nieve. Pues el mayor decidió repentinamente dirigirse primero hacia el largo cuello y la tentadora clavícula de la pequeña, que ni tan siquiera se había convertido físicamente en mujer. Intentó golpearlo con brazos y piernas, luchó y se debatió, e incluso trató de gritar, renunciando a su dignidad. Pero le fue imposible, el mayor bloqueó todos sus movimientos, y estaba a punto de encerrarla en su aula cuando se escuchó una voz.
—Aguamenti —Mayette reconoció la voz de Rhaegar.
La muchacha estaba prácticamente inconsciente, sangraba de la cabeza y la mano del profesor que cubría su boca y nariz le impedía respirar. Estaba a punto de caramelo para irse al otro barrio si alguien no intervenía rápido, y para su suerte llegó el rubio. Rhaegar la había estado esperando durante una media hora en la sala común antes de preocuparse por ella. Sabía que la muchacha deseaba saber lo que iban a hacer Potter, Granger y su hermano al quedarse en clase, y no se preocupó porque no pensaba que nada pudiese sucederle, a pesar de las miradas del profesor, que había detectado aunque no llegaba a comprender.
Después de eso, no pudiendo aguantar más la preocupación de que se retrasase tanto, había salido a buscarla, con la esperanza de encontrarla de vuelta a la sala común por el camino. Pero no había sido así, y el chico había llegado hasta el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras solo para presenciar lo más horrendo que había visto en su joven vida. Dio unos pasos adelante acercándose a aquel que se atrevía a llamarse profesor.
—Disculpe, profesor —dijo con su mejor sonrisa falsa—. Es solo que me pareció que un poco de agua le vendría bien. Ya sabe, para bajar el calentón.
—Maldito mocoso... —Lockhart, empapado, se acercó a él, soltado a la chica, que cayó inerte al suelo. Sin duda no pensaba hacerle nada bueno al muchacho.
—Alarte Ascendare —fue la única respuesta del chico.
El encantamiento enviaba volando a su objetivo. Lo había aprendido no hace mucho, de un alumno de quinto con el que se llevaba particularmente bien. El profesor salió disparado y fue a dar de cabeza contra una pared, quedando inmediatamente inconsciente. Indeciso entre ir a buscar a la enfermera (no podía llevar a Mayette en brazos, y eso no le haría ningún bien a la niña) o quedarse junto a la pelirroja, el rubio miró a su alrededor. Por suerte para él, no estaba solo.
—Muy buena actuación, señor Malfoy —era la voz de la profesora McGonagall—. No se preocupe, pasaba por aquí y he escuchado ruidos. Cincuenta puntos más para Slytherin, que nadie piense que nuestra rivalidad me impide recompensar vuestro compañerismo. Corra a buscar a Madame Pomfrey.
La profesora se inclinó sobre la muchacha herida, sumamente preocupada. La herida en la cabeza no era verdaderamente grande, solo muy aparatosa. Siempre salía mucha sangre de las heridas de la cabeza, y Minerva lo sabía, pero aún así la preocupaba lo que Lockhart hubiera podido hacerle a la muchacha de no haber intervenido Malfoy. Aunque ésta Weasley no era de su casa, sentía un profundo afecto por toda la familia, y no le habría gustado decir a los afligidos padres la razón por la que su hija estaba herida, o peor, muerta.
Acarició la pálida mejilla. Mayette estaba del color mismo de la muerte y se sentía más débil de lo que jamás se había sentido. Sin embargo, consiguió abrir los ojos ante la caricia. Y vio no solo a la profesora McGonagall, sino también a Tom Riddle. El muchacho tenía lágrimas en los ojos, aunque las secó rápidamente, intentando volver a poner una expresión neutra como la que era habitual en él. A ambos los veía doble, como si hubiera dos de cada, y eso la llevó a cerrar los ojos.
—Lo siento —escuchó susurrar a Tom. Un susurro ronco, como si las lágrimas finalmente se hubieran derramado.
Luego no oyó nada más, pues se vio envuelta en un sueño peligroso, a medio camino entre la vida y la muerte.
***
—¿Hola? ¿Quién llama? ¿May? —era una voz ligeramente grave, y el muchacho pudo ver pronto un rostro pecoso en el fuego.
—Me temo que no. Y siento mucho que tengamos que conocernos de esta forma —se excusó el rubio—. Pero me parece que vais a querer saber ésto. Es duro de decir... Un profesor intentó... Violar a vuestra hermana. Está en enfermería.
—¿Perdón? ¿Quién eres?
—Rhaegar Malfoy —respondió el muchacho—. Perdón por molestar con estas noticias terribles, pero Mayette os llamaba mientras estaba inconsciente. No sé si seguirá llamándoos, pero me parece que deberíais saberlo.
—¿Llamándonos?
—A Charlie y a ti —asintió Rhaegar—. Ha pasado un susto terrible, y está algo herida. Aunque Madame Pomfrey dice que se pondrá bien pronto... Yo también estoy algo asustado.
—Vale, voy para allá. Yo me encargaré de hablar con Charlie. Y Rhaegar... Gracias —el pelirrojo cortó la comunicación.
Rhaegar Malfoy, que estaba arrodillado junto a la chimenea, suspiró cuando el rostro del hermano de su amiga desapareció del fuego. Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas, pero se apresuró a secarlas. En Slytherin lo respetaban por ser inquebrantable, y así debería seguir siendo. Lo último que necesitaba era que la gente supiese que se le podía herir. Estaba mucho mejor cuando todos sospechaban que no tenía corazón, sin necesidad de tener miedo de que intentasen herirlo.
Se levantó y alzó la barbilla, intentando mostrar que no se le podía derrumbar con un poco de dolor. Luego se encaminó de vuelta hacia la enfermería. El "incidente" de Mayette había bastado para poner a todos los profesores y alumnos alerta. Aunque los adultos sabían la verdad sobre lo sucedido a la niña, el director le había hecho jurar que no diría una palabra a los demás estudiantes. Demasiado tarde, por suerte, como para impedir que Pansy y Daphne se enterasen. Y no se extendió la prohibición a hablar con los hermanos de la muchacha.
De manera que al final, por discreción de los Slytherin, aquel asunto no había salido del grupo de segundo. Dumbledore había decidido ocultar el incidente, decir que la muchacha se había tropezado y cayó por unas escaleras. Pues lo último que el director deseaba, en esos momentos después de que hubiera habido un ataque, era tener que ponerse a buscar un nuevo profesor de DCO. No podía permitirse despedir a Lockhart, ni los rumores que traería consigo saber que una alumna había sido agredida y por poco violada por un docente de Hogwarts.
Cuando Rhaegar entró en la enfermería, lo recibieron las miradas lagrimosas de su grupo de amigos. Daphne y Pansy tenían rastros secos de lágrimas en las mejillas. Los muchachos tenían aspecto fúnebre, pero ninguno dijo ninguna palabra. La serpiente cornuda de Mayette, Riddle, estaba tumbada junto a su señora, y se erguía amenazante ante cualquiera que intentase acercarse más de lo debido. Rhaegar le sonrió y casi se dejó morder, solo para poder cubrir a la chica que temblaba con las mantas.
En algún punto entre las cinco y las cinco y media de la tarde, llegaron Bill y Charlie Weasley, juntos. Ambos parecían alarmados. Los gemelos, Fred y George, ya estaban en enfermería también y carecían del habitual aire bromista que siempre los rodeaba. El rostro de Mayette estaba más pálido por momentos, sus ojos cerrados, y el cabello se veía, en contraste, más rojo de lo habitual.
Bill Weasley decidió arriesgarse a ser mordido por la serpiente cornuda. No podía soportar la idea de no tocar la mano de su hermana en un momento así. Saber que ella estaba herida, y que él no podía transmitirle fuerza por su gesto habitual era demasiado para él. Al menos, sintieron como la respiración de la muchacha se calmaba, como si saliese de un mal sueño, al contacto con la cálida mano de su hermano. La serpiente estaba en esos momentos a punto de morderle, pero se detuvo como si hubiese recibido una orden de la chica.
—¿Por qué? —preguntó Bill—. ¿Por qué ninguno de vosotros cuenta lo que le sucedió a mi hermana?
—Se les exigió máxima discreción para con los otros alumnos —respondió desde unos metros más atrás la voz helada del profesor Severus Snape—. Pero yo sí que puedo hablar sobre el tema. Fue todo cosa de Lockhart.
—¿Lockhart? ¿Ese no es el mago que tanto gusta a mamá? —preguntó Fred.
—Así es —corroboró George.
—No creo que eso sea de vital importancia —dijo el profesor, mirándolos severamente—. El caso es que esta tarde, cuando la muchacha andaba por un pasillo cercano, al parecer dando un paseo, o quizá yendo a la biblioteca después de clases, el profesor la vio. Algunos afirman que llevaba mucho tiempo mirándola de forma extraña y...
—Y esta vez decidió dar rienda suelta a su pedofilia —completó Charlie, que apretaba con ira el libro de Lockhart que estaba sobre sus rodillas, como si partiéndolo con sus manos pudiese matar al hombre real.
—Sí, se podría decir así —asintió el profesor.
Todos se quedaron en silencio. Pansy y Daphne tenían los ojos enrojecidos, mientras miles de imágenes de su amiga sonriendo ampliamente, mimando a su serpiente, o en pijama, sirviéndoles algo de té en su sala secreta llegaban a su mente. Aunque Mayette era sin duda alguna la favorita de su grupo de amigos, su relación siempre había sido más estrecha con las chicas que con los chicos, a quienes tenía menos ocasiones de ver. Era natural que ellas lamentasen más el estado de la muchacha que tantas veces las había sacado de apuros o había sido su hombro en el que llorar.
—Todavía no le entiendo —musitó de pronto Fred—. ¿Por qué a ella?
—No lo sé —respondió Rhaegar, suspirando.
—¿Sabes? —dijo George.
—Nos alegramos de que le atacases —completó George.
—¿Atacaste al profesor Lockhart? —preguntó Snape, sin poder contener una sonrisa.
—Utilicé "Aguamenti" para distraerlo —explicó el chico—. Y luego lo mandé a volar con "Alarte Ascendare", un hechizo que me ha enseñado hace poco un amigo de quinto curso. No esperaba que se diera contra la pared y quedase inconsciente, pero me alegro de que sucediera. Se lo merece.
—Eso y más —dijo Charlie, que había bajado la cabeza.
Mayette siempre decía de Charlie que era el más dulce y amable de sus hermanos, aunque fuera más inquieto que Bill. Lo cierto era que el hombre tenía un rostro grueso y bonachón, que a Rhaegar le recordaba un poco al del semi-gigante que hacía las veces de guardabosques en Hogwarts. Viéndolo, cualquiera habría dicho que era una persona hecha únicamente de amor y consideración. Pero sus palabras eran duras, y Rhaegar lo entendía. Casi habían violado a su hermana. No quería ni pensar en lo que habría sucedido de no haber aparecido él. De haber aparecido siquiera unos instantes más tarde.
El silencio volvió a reinar en la enfermería. Al menos, durante un rato. La versión oficial que Dumbledore se había encargado de ofrecer se había propagado rápidamente, y muchas niñas y adolescentes entraron para ver al profesor, llevando toda clase de tarjetas y quedándose junto al hombre desmayado durante mucho rato. Pero él se quedo solo antes de que el primero de los Slytherin se fuera, incluso antes de que Fred, George, Charlie o Bill se marcharan. A tal punto que Madame Pomfrey tuvo que pedirles que se fueran para dejar descansar a su paciente.
Salieron de enfermería todos juntos, inconsciente del vínculo que ahora los unía. Pues tener afecto a una persona, te une con otras sin saberlo. Cuando amas a alguien, los que lo aman y tú os convertís en aliados casi sin saberlo. Y eso era lo que ocurría con los Gryffindor y Slytherin, que ya no volverían, al menos en ese grupo, a pelearse igual que antes. Pues ahora entendían que tenían un objetivo común, o tal vez dos. Vengarse de Lockhart y cuidar de Mayette.
Hola. Este capítulo es muy fuerte, ya lo sé. Pero espero que igual os haya gustado como lo he narrado, lo he hecho lo mejor posible para expresar los sentimientos de cada personaje y explicar cómo los unen los hechos que se han sucedido. Os quiero.
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