La Cámara de los Secretos

—En dirección contraria —dijo Mayette, cuando sus amigos quisieron dirigirse en dirección a la voz—. No queremos que puedan culparnos de ésto.

Rhaegar, que había parecido ensimismado durante unos instantes, sacudió la cabeza y la siguió por el corredor. Pronto se quedaron Mayette y él un metro o dos por detrás de las otras dos chicas. Cuando esto sucedió, la pelirroja se volvió hacia el muchacho, que parecía muy incómodo.

—También hablas pársel —susurró, y él solo asintió.

Ninguno de los dos dijo una palabra más al darse cuenta de la gravedad de la situación. Si los descubrían hablando pársel, sus compañeros pensarían de inmediato que ellos habían abierto la cámara. En el caso de Mayette no sería del todo mentira, pues la pelirroja había conspirado junto con Riddle para que éste pudiera enfrentarse finalmente a Potter. De ésta manera, si todo salía bien, derrotarían al niño que sobrevivió... Luego culparían al basilisco, al que por supuesto, ella había matado. Tenían un plan, en resumen, brillante para que Riddle pudiera regresar y Potter saliese de la partida.

Pero eso no lo sabía ninguno de los amigos Slytherin de Mayette, a los que no quería involucrar en el asunto. Mucha gente lo consideraría traición, mientras que la pelirroja pensaba en ello como una muestra de lo que la preocupaban sus amigos. Sabía bien que si la pillaban iría de por vida a azkaban, y no quería que ellos se viesen envueltos en semejante situación. Si la descubrían y la llevaban a azkaban, los dementores jamás podrían hacerle daño mientras supiera que sus amigos estaban fuera, a salvo.

Pronto se encontraron con el resto de estudiantes, que iban en dirección contraria a la de ellos. Se unieron a éstos, ya que no les quedaba demasiada opción. De todos modos, ¿qué iban a hacer ellos en el gran comedor vacío? Mayette se encontró repentinamente entre Draco, Crabbe y Goyle. Los dos gorilas del rubio empujaban hacia los lados a algunos estudiantes para que éste pudiera pasar a primera fila. Muy sensatamente, tanto Mayette como los demás que habían estado en la fiesta de los fantasmas decidieron quedarse en el centro, rodeados de muchos estudiantes.

—¡Temed, enemigos del heredero! ¡Los próximos seréis los sangre sucia!

Mayette se volvió hacia Draco, quien mostraba una prepotente sonrisa que hacía que casi se le cerrasen los ojos. Su cara normalmente pálida se había colorado un poco. La muchacha le habría golpeado, de no estar a metros y varios estudiantes de distancia de aquel estúpido. Nadie debía pensar que ellos, los Slytherin, estaban a favor de que hubieran hecho a alguien. De lo contrario los profesores sospecharían que todo venía de ellos, ya que se trataba de la cámara de Slytherin y el monstruo de Slytherin. Y eso era lo último que necesitaban, que sospechasen de ellos.

—¿Qué pasa aquí? ¿Qué pasa? —Filch se abrió paso entre los estudiantes, atraído sin duda por el grito de Draco.

Momentos después, se escuchó un grito que estaba a medio camino entre un sollozo y un bramido.

—¡Mi gata! ¡Mi gata! ¿Qué le ha pasado a la Señora Norris? —chilló. Con los ojos fuera de las órbitas, se fijó en Harry—. ¡Tú! —chilló—. ¡Tú! ¡Tú has matado a mi gata! ¡Tú la has matado! ¡Y yo te mataré a ti! ¡Te...!

—¡Argus!

Mayette sentía que se le partía el corazón, si es que realmente tenía uno, al ver al conserje llorando desconsoladamente por su gata. Empatizaba con él, pues si le hubiera sucedido algo a Riddle, su serpiente, tampoco habría habido manera de que se sintiera consolada. Acarició dulcemente las escamas negras que le envolvían el brazo desde el hombro hasta la muñeca. El reptil se había convertido en un leal compañero, y Mayette no estaba segura de poder vivir ya sin él.

—Ven conmigo, Argus —dijo Dumbledore a Filch—. Vosotros también, Potter, Weasley y Granger.

Lockhart se adelantó algo asustado.

—Mi despacho es el más próximo, director, nada más subir las escaleras. Puede disponer de él.

—Gracias, Gilderoy —respondió Dumbledore.

Luego ordenó a algunos profesores que dispersaran a los alumnos y salió rápidamente del lugar, seguido de Snape, Gilderoy, Harry, Ron y Hermione. Mayette no se hizo de rogar y marchó junto con sus amigos hacia su sala común.

La sala común de Slytherin era más amplia que la mazmorra más amplia, y como los Slytherin eran pocos (aquel mismo año, habían entrado solo diez personas, a diferencia de el año anterior que fueron nueve), había sitio de sobra para todos. Tenía siete chimeneas, para que los alumnos de cada curso escogieran su lugar y pudieran quedarse con él durante los siguientes siete años.

Mayette y su grupo habían cogido el único lugar libre, que resultó ser uno de los mejores. Estaba muy cerca de la pared posterior de la sala común, que consistía en una enorme cristalera que dejaba ver las aguas oscuras del lago. De cuando en cuando, se veía un pez o el tentáculo del calamar gigante surcando las aguas cercanas. Era un espacio acogedor, el que correspondía a los que aquel año cursaban segundo. La chimenea estaba al otro lado de una mesa negra como el carbón, rodeada de sillas que tenían las partes de madera recubiertas de plata y las de tela verdes, los colores de su casa.

Aquel era su "salón de conspiraciones" provisional, al menos hasta que consiguiesen un sitio mejor en el que reunirse. Un sitio del que nadie más supiera y que pudiesen utilizar sin generar sospechas. Mientras tanto, los Slytherin discutían sus asuntos en torno a la mesa redonda junto a la ventana, al calor de una chimenea que también les servía para abrir comunicaciones con sus respectivos familiares.

Aquella noche también se dirigieron hasta allí para poder hablar tranquilos sobre lo sucedido. Se sentaron en círculo, cada uno en su puesto habitual. Mayette se sentaba con la chimenea detrás, y el brillo rojizo del fuego daba a su piel un tono anaranjado, místico. Todos sabían que ella era la líder en esa clase de reuniones, y ni siquiera había tenido que proclamarlo, sino que había sucedido como algo natural. Todos esperaban a que ella hablase antes de decir nada, y aquella vez tuvieron que esperar más tiempo que de costumbre.

Sintiendo el calor del fuego tras de sí, Mayette intentaba ordenar sus ideas. No sería útil que expulsasen a Harry, pero tampoco tenía otra cabeza de turco que utilizar. Sabía que si intentaba defenderlo, las sospechas podrían caer sobre ella en cualquier momento, incluso si por un tiempo se las quitarían de encima por saber que no tenía interés alguno en hacer que no se sospechase de Potter. O al menos, por creer saber que no tenía interés en ello. Necesitaba ganar tiempo para poder llevar a cabo su plan. Necesitaba tiempo para que Tom siguiese petrificando gente, lo cuál pondría al "trío de oro" sobre la pista. Así, podrían finalmente encontrarse Tom Riddle y Harry Potter cara a cara. Pero nada de ésto incumbía a sus amigos, a quienes revelaría sus planes cuando hubiera terminado de ejecutarlos, no por desconfianza, sino porque deseaba protegerlos.

—El heredero de Slytherin —susurró al final. Como Snape, no necesitaba hablar en voz alta para que se entendiera cada una de las palabras que salían de su boca—. ¿Alguna idea de quién puede ser? —sus compañeros la miraron fijamente—. ¿Ninguna?

Todos negaron, salvo Rhaegar. Él la miraba fijamente, y sus ojos azules, oscuros, parecían ver en sus ojos el contenido de su alma. No por nada se decía que los ojos eran portales hasta ésta, y Mayette pudo sentir cómo el chico recorría cada parte de su más íntima persona. Cómo descubría quién era en verdad Mayette Weasley, algo que ni ella misma tenía claro. Lo que fuera que encontrase, debió juzgarlo suficiente, pues su sonrisa volvió poco a poco.

—No —musitó finalmente—. Ninguna idea.

—Quizá podamos averiguarlo... —Mayette miró a Theo, quien le devolvió la mirada—. En la biblioteca hay una sección entera con los árboles genealógicos de cada familia de magos. Quizá allí esté también la de Salazar Slytherin.

—No sé —respondió la pelirroja—. ¿Estás seguro de que es buena idea que nos encuentre investigando árboles genealógicos? Podrían deducir qué es lo que intentamos encontrar, y no queremos quedar en evidencia. Esto debe ser algo secreto. Por eso, antes de acometer este tema... Necesitamos un punto de encuentro fuera de nuestra sala común.

"Yo puedo ayudarte con eso —murmuró la voz de Tom en su cabeza—. Yo sé de una sala que nadie más conoce, un secreto a plena vista. Un punto intermedio entre la Cámara Secreta y la sala de Menesteres. Un lugar enteramente... De quien posea la llave".

—¿Y qué podemos hacer? —preguntó Pansy—. Es decir, lo único que podemos utilizar serían mazmorras abandonadas o clases que no se utilicen ya, y necesitaríamos un permiso especial.

—Está la sala de Menesteres —dijo Zabini, en un tono tan bajo que tuvieron que inclinarse para oírlo—. Pero más gente sabe de su existencia y si alguien se lo propusiera, podría descubrirnos.

—No. Yo tengo una idea —Mayette sonrió—. Pero no ahora. Es tarde ya, y necesitamos estar frescos mañana. Porque descubriremos nuestra sala de reuniones.

La chica se levantó de la cómoda silla, dejando al descubierto el terciopelo verde, y luego salió despacio de la sala común y bajó las escaleras que llevaban hacia las habitaciones de los Slytherin. Necesitaba hablar con Tom a solas, preguntarle dónde podía encontrar la llave de la que había hablado. Seguramente, tendría que sonsacarle la información. Era algo muy propio de Tom negarle la información hasta sacarle de sus casillas, haciéndola enfadar. Al chico le gustaba verla enfadada, decía que así lucía más amenazante.

"Tom —llamó"

Espero un rato, pero nadie le respondió. El muchacho deseaba fervientemente mandar a paseo a Ginny Weasley, ya que, ¿quién escribía a aquellas horas en un diario viejo? Pero no podía hacer eso, porque desgraciadamente la niña era una parte importante del plan que Mayette y él habían pasado el verano elaborando. La pelirroja menor había pasado media hora detallando las cosas por las cuales odiaba a su hermana, y pidiendo la comprensión de Tom, sin sospechar siquiera que éste protestaba internamente, con mucha ferocidad, contra lo que consideraba ultrajes.

"...¡Ay, Tom! —escribía la niña—, no me gusta hablar así de mi hermana mayor, que al fin y al cabo es la única hermana que tengo. Pero ¡es tan mala conmigo! Ha pasado todo el verano lanzando a Peeves contra Ron y contra mí, ¡y no veas cómo se reía cada vez que el poltergeist me decía algo horrible..."

"...No la aguanto más, la verdad. Me alegro de que quedase en Slytherin y por fin papá y mamá comprendiesen la horrible y estúpida manipuladora que es. Ya era hora de que perdiera esa absurda fama de niña buena que no se merecía para nada y todos vieran que en realidad es una persona terrible y desleal a la que solo importa ella misma..."

"...No entiendo como es que a algunos de mis hermanos no se les ha caído la venda todavía. Quiero decir, Bill y Charlie le siguen enviando más regalos y mejores que los que me envian a mí, y sostienen que Mayette no ha cambiado por quedar en Slytherin y sigue siendo la misma persona dulce y amable de siempre. Y los gemelos la adoran solo porque es buena en pociones y puede ayudarles con sus tonterías. ¡Me parece injusto! Nunca nadie me hace el caso que merezco..."

Eran solamente muestras de la conversación que le daba Ginny cada vez que salía el tema de su hermana mayor. A Tom le resultaba francamente aburrido leer sobre los celos que sentía de su hermana. Lo entendía, pues como él mismo decía, su frase emblemática, casi un lema: "La grandeza inspira envidia, la envidia genera rencor y el rencor genera mentiras". La forma en que Ginny Weasley difamaba a su hermana cuando ésta no estaba delante para defenderse, con una persona que la pequeña suponía que nada sabía de Mayette salvo lo que ella contaba, era la prueba clara de lo que siempre había sostenido.

Desde dentro de su diario, en ese mundo compuesto esencialmente de recuerdos, miraba con ojos asesinos a la niña que escribía en su diario. A pesar de todo, como era parte tan esencial de su plan, Tom se armó de paciencia y dejó que la chica siguiese desahogándose. Podía entender que tuviera celos de su hermana, mucho más inteligente. Hablaba a sus espaldas porque ahí era donde estaría siempre: detrás, a la sombra de una mujer fuerte e inteligente, imposible de opacar, aunque solo fuera porque la amaban los inmortales.

Cuando finalmente, la niña se cansó de escribir, fue cuando él pudo salir de su puesto, como una sombra invisible para todos excepto para la persona a la que iba a visitar. Entró sin esfuerzo en la sala común de Slytherin, pues podía atravesar la pared cual fantasma, y luego bajó las escaleras y cruzó el pasillo hasta la habitación de Mayette. Tenía que contarle lo que sabía sobre la llave. Ella había preguntado, y por mucho que usualmente se resistiera, por condición de los inmortales debía responder a todas sus preguntas. No hacerlo de inmediato solo le causaría dolor, que usualmente soportaba por el placer de verla, tan espléndida como era cuando se molestaba.

Sintiendo la agonía que ya había normalizado sentir cada vez que le negaba algo (cosa de los inmortales, quienes vigilaban cada uno de sus movimientos y castigaban los que juzgaban incorrectos), llegó hasta la cama de la muchacha y apartó el dosel. Con dulzura, algo poco característico en él, la zarandeó para que despertase. La chica lo hizo de inmediato, sacando su varita de debajo de la almohada y acorralándolo contra la cama. La punta de la varita fue a parar a su cuello. Él no se movió para evitarlo.

—Has tardado —reprochó la pelirroja.

—Perdona —replicó él, suspirando pesadamente—. Pero llevo alrededor de las últimas dos horas leyendo lo que dice tu hermana acerca de ti, lo cuál resulta agotador. Y para colmo de males, tengo que ser encantador con ella, de modo que no puedo de ninguna manera decirle lo que verdaderamente pienso. Creeme, si supiera las cosas que quiero decirle, creo que se tiraría por la ventana, con lo melodramática que es.

—Te creo. Si no le prestan atención es capaz de cortarse para llamarla —refunfuñó la muchacha.

—Lo sé —afirmó él—. Ha estado más de media hora despotricando sobre que ya es hora de que ella sea el centro de atención. Dice que nunca le han hecho caso alguno porque siempre ha sido opacada por ti. Francamente no me extraña: basta con mirarte a ti y luego mirarla a ella.

—Sí. ¿Querías algo?

—Me has preguntado dónde está la llave. Déjame guiarte.

El chico le tendió la mano y ella la aceptó. Se levantó, deshaciéndose de las sábanas que la cubrían y luego se dirigió al armario. No importaba que fuera la una de la madrugada, no podía andar por el castillo en camisón. Se puso la túnica verde que había utilizado aquella noche y siguió a Tom, que aguardaba pacientemente a que ella terminase, fingiendo que la chimenea apagada era lo más interesante del mundo.

Cuando terminó de vestirse de nuevo, le tocó el hombro y éste se volteó a mirarla. Asintió con un tanto de sequedad y la guió hasta los aseos de mujeres del segundo piso. Se acercó a los lavabos y se agachó. La chica se inclinó también. Riddle, la serpiente, se había enredado en su brazo izquierdo.

—¿Qué hacemos? —preguntó la muchacha, mirando al mayor con curiosidad.

—Ábrela —le dijo éste—. Háblale a la serpiente, ordénale que te deje pasar —señaló una minúscula serpiente dibujada en el lavabo.

—Haaeethahasseysssssseyassss —pronunció la chica.

Los sonidos le salían de la garganta como si fuera algo natural, como si fuera su lengua materna. La traducción literal de lo que había dicho era "ábrete". Porque Mayette no pedía lo que deseaba, ella lo conseguía. Ella no rogaba, daba órdenes. Todavía le quedaba mucho camino por recorrer antes de convertirse en el ser más poderoso existente, pero las trazas del puesto líder que debería adquirir ya estaban ahí. Aunque fuera un susurro, su voz era imperiosa. Y la Cámara de los Secretos respondió ante ella y se abrió.

—Bienvenida a la Cámara de los Secretos —susurró Riddle, y saltó por la obertura que había dejado el lavabo.

Sin otra opción, la pelirroja saltó tras él, después de dejar que éste cayese unos instantes por prudencia. La muchacha cayó involuntariamente de espaldas, hiriéndose ligeramente. Nada grave, él la ayudó a levantarse rápidamente y miró hacia arriba, temeroso de que hubiera llegado a la superficie el sonido de la caída de la pelirroja. Pero estaban a salvo, se había encargado de que Myrtle estuviera distraída Peeves mismo, al que Mayette no había vuelto a ver desde que corriera a molestar a Potter y compañía.

—Voy a necesitar una varita —dijo el muchacho, frunciendo el ceño.

—No sé cómo te la conseguiremos. Ollivander recuerda todas las varitas que ha vendido.

—Sí —asintió él—. Pero no todos sus colegas de profesión son como él. Hay uno en Hogsmeade que hace unas excelentes varitas, pero de un material que Ollivander no utiliza.

—¿Te vendió él la varita? ¿O fue su padre?

—No lo recuerdo bien. Han pasado cincuenta años en los que he estado encerrado en los mismos días, los mismos meses. Pero no tiene importancia, el caso es que sería difícil que la consiguiera allí.

—¿Poción multijugos? —cuestionó ella—. Estoy segura de que a los gemelos no les molestaría que tomases su forma... O tal vez la de un muerto.

—¿La forma de un muerto? —preguntó él—. Sí, podría funcionar. Quizá, podríamos conseguir el pelo de mi difunto padre. Lo maté yo mismo, pero por los hechizos alrededor de su tumba... El cadáver no debe de estar muy consumido aún.

—¿Lo mataste tú? —cuestionó ella.

—He estado investigando sobre mí mismo —explicó él—. Me ha llevado un tiempo ponerme al día con todas las cosas terribles que he hecho en este mundo, o que una parte de mí ha hecho, mientras yo estaba encerrado en ese diario. Siete horrocruxes... Bueno, al menos yo conservo mi nariz y mi pelo —la pelirroja rió, él hizo una pausa y luego continuó hablando, con un deje de tristeza—. No querría terminar así. Por eso estoy aquí, quiero escribir mi vida de nuevo. De otra manera.

Él la hizo pasar adelante, y ella se encontró frente a una estatua de Salazar Slytherin. La chica sintió el impulso de hacer algo para demostrar su respeto, inclinarse, o tal vez decir algo. Pero se obligó a no hacerlo: era solo una estatua, y ella estaba viva. No tenía por qué hacer o decir nada. Agarró la mano de Riddle y respondió a su comentario para olvidar esa sensación.

—Lo harás —afirmó, y él la miró—. Puedes volver a escribir tu historia, cambiarla radicalmente. Tienes algo que no muchos han tenido: una segunda oportunidad. Ésta vez harás las cosas bien. Yo te ayudaré.

Luego se adelantó un poco, contemplando la inmensidad que la rodeaba. Riddle ocultó una sonrisa arrogante al verla tan impresionada. Así era como la gente debería reaccionar al escuchar hablar de Salazar Slytherin, el más poderoso de los fundadores de Hogwarts. Helga Hufflepuff tenía una copa, Rowena Ravenclaw una diadema, Godric Gryffindor una espada, y Salazar Slytherin... él tenía un guardapelo y un basilisco. La serpiente le gustaba más que lo otro.

—La llave está guardada en esa esquina —señaló a la izquierda—. Sobre aquel risco. Solo se puede conseguir si sabes que está ahí, con magia. Así me aseguraría de que nadie la tocaba. Debes dejarla ahí al fin de cada curso. ¿Me dejas tu varita?

Recelosa, la chica dejó que él tomara la varita de entre sus manos. Era un pedazo de madera y metal, un tanto más larga de lo que Riddle acostumbraba, pues medía treinta y siete centímetros, y el núcleo era también distinto, de pelo de unicornio, pero quería ejecutar un hechizo simple y le funcionó bien.

—Accio —musitó, e instantes después la llave estaba en su mano.

Le tendió a Mayette tanto la llave como la varita. La muchacha se quedó admirando la llave. Era pequeña, se ocultaba fácilmente en la palma de su mano, su color era verde. Estaba hecha de metal, lo notaba en el tacto, y tenía talladas hojas que daban la impresión de que fuera un árbol. Desatando una cuerda que había llevado, la chica la pasó por la llave y luego se la ató al cuello. Ocultó lo que colgaba de la cuerda bajo la túnica, de manera que no se viera que la llevaba.

—Deberíamos irnos ya —dijo Riddle, en tono de sugerencia—. Tú tienes que descansar, y a mí me gustaría disfrutar de un rato a solas antes de soportar a tu hermana todo el domingo.

La chica lo miró con pesar. Sentía una profunda lástima por Riddle ahora que él le había recordado que debería soportar a Ginny por todo el día siguiente. Tomó la mano del muchacho y la apretó, deseando que comprendiera el mensaje. Buscaba transmitirle fuerza y eso solía funcionar con ella. Sus hermanos la hacían sentir mejor con un simple apretón de manos, cuando aún vivían en la misma casa que ella. Echaba mucho de menos a Bill y Charlie, sin duda alguna.

Volvieron sigilosamente a la salida de la Cámara Secreta, mientras Mayette, casi en un gesto inconsciente, acariciaba a la serpiente que aún envolvía prácticamente su brazo izquierdo. Riddle se separó de ella nada más salir de los baños, pues tenía que ir a la torre de Gryffindor y ella debía bajar a las mazmorras. Así que tomaron direcciones contrarias, resignados al conocimiento de que no se verían nuevamente hasta el lunes.

***

—Es impresionante —musitaron todos al mismo tiempo.

Mayette había vuelto a ocultar la llave bajo su túnica, y había dejado que su serpiente rondase libre por el suelo. Pansy y Daphne habían imitado esta última acción, aunque las serpientes de las tres no terminaban de llevarse bien.

La sala era, tal y como Tom le había explicado a la muchacha, una mezcla única entre la Cámara de los Secretos y la sala de los Menesteres. Cambiaba de tamaño, forma y contenido según lo que el poseedor de la llave necesitase, y en aquella ocasión se manifestaba ante ellos con la misma forma que su zona de conspiraciones en la sala de Slytherin. Como desde fuera solo se podía abrir con la llave, que se tenía que insertar en el lugar correcto de la pared correcta, era imposible que los descubrieran. Estaban totalmente a salvo allí.

Mayette se dejó caer pesadamente en una especie de trono en la cabecera de una mesa cuadrada, única diferencia entre la sala a la que había entrado y su parte de la sala común de Slytherin. Los otros se sentaron a su alrededor, sonrientes. Ella se puso recta, los miró detenidamente uno a uno y luego se extendió por su rostro una sonrisa traviesa que jamás habían visto.

—Bueno... Ahora que estamos solos... Y tenemos el día libre... ¿Qué queréis hacer? La sala cambiará de forma, tamaño y contenido a voluntad.

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