Gilderoy Lockhart
Había pasado la ceremonia de selección y también la cena y la noche. Era ya por la mañana, y Mayette despertó en su cama con doseles verdes, en su habitación individual de la casa de Slytherin. Se levantó con una amplia sonrisa, feliz de volver a estar entre las conocidas y hermosas cuatro paredes que habían guardado gran parte de su vida el año anterior.
Fue hasta su armario para escoger su ropa antes de que entrar al baño para hacer su rutina matutina. Allí estaban todas las túnicas nuevas (las del año anterior le habían quedado pequeñas), algunas verdes y otras violetas, pero la mayoría negras. Sacó una de las túnicas negras que constituían el atuendo de diario de un mago, y también unos zapatos de vestir que ahora iban a ser su calzado de diario.
Entró al baño y, tras darse la acostumbrada ducha, se vistió y se puso frente al espejo, tratando de ordenar su siempre rebelde cabello. Sintió unas manos en sus hombros y se encontró con Tom. Por poco gritó, pero este le hizo un rápido gesto de silencio.
—No te preocupes —le dijo—. Soy una sombra, no puedo tocar a nadie y solo tú puedes verme. Bueno, a ti sí te puedo tocar, pero... Es igual. El caso es que los inmortales que tanto se preocupan por ti me han concedido este deseo. Mientras gano fuerzas gracias a tu hermana, que tal y como decías no es demasiado lista, podré seguir estando contigo en cierta medida. Ya sabes que quieren que te cuide.
Mientras hablaba, Tom le había quitado el peine de la mano y había empezado a desenredar él mismo su cabello. La chica lo observó por medio del espejo con el ceño fruncido. Sin embargo, él no cesó en lo que estaba haciendo. Pronto dejó a un lado el peine y le hizo una preciosa trenza. Luego, aún sin decir palabra, buscó en los cajones del tocador que había en el baño hasta encontrar un adorno para el cabello plateado, en forma de serpiente. Otro de sus regalos de cumpleaños. Tom se lo puso en la parte superior de su nuca, justo donde compensaba la trenza.
—Listo —le dijo—. Estás guapísima. Ahora corre al gran comedor. Necesitarás tiempo para comer antes de ir a clases.
Mayette le hizo caso. Durante el verano, Tom había ganado mucho de su confianza. Efectivamente, era un muchacho encantador. Pero la Slytherin conocía sus trucos y no se dejaba engañar. Eran pequeñas cosas que ella también había hecho muchas veces, para conseguir lo que quería. Como experta en manipulación, sabía descubrir a quienes eran como ella, y la sonrisa de Tom y sus comentarios zalameros eran uno de los signos más evidentes. Aunque la mayoría de las personas no lo notaban, ella no estaba dispuesta a dejarle las cosas tan fáciles.
Por eso, la confianza que había ido depositando en él siempre le era ocultada al muchacho, que por muy inteligente que fuera, no sospechaba en absoluto. Tom pensaba que aún le quedaba mucho camino por recorrer antes de conseguir que la bruja se fiase de él por poco que fuera. Y para Mayette, era mucho mejor así.
Llegó pronto al gran comedor. Había poca gente, sus amigos de Slytherin y pocos más. La chica sintió como algunos se la quedaban mirando fijamente, quizá porque su aspecto ahora era el de cualquier Slytherin, absolutamente impecable, y tenía poco o nada que ver con el que ofrecía el año anterior, con las túnicas heredadas y remendadas que habían incluso pertenecido a sus hermanos, en algunos casos.
Pero Mayette se había visto como el centro de atención muchas veces desde que entrase al colegio el año anterior, empezando por su ceremonia de selección, y le importaba entre poco y nada que los demás alumnos se la quedasen mirando. Con el paso firme de siempre, por tanto, llegó hasta su mesa.
Se sentó entre Daphne y Pansy, como ya era habitual, y los chicos frente a ellas. Mayette sentía el tacto de su serpiente, que estaba envuelta alrededor de su brazo izquierdo, por encima de su manga, y miraba amenazante alrededor de su dueña.
En algún momento mientras Mayette se servía yogurt natural con trozos de fruta y una tostada con mermelada de albaricoque, entró el correo. La chica no le hizo caso alguno, porque ya sabía que ella no recibiría carta. Se dedicó enteramente a su comida hasta que escuchó un grito familiar y aterrador:
—¡RONALD WEASLEY!
Era la voz de su madre, pero cien veces amplificada. La Señora Weasley estaba gritando a su hijo con todas sus fuerzas a través de una howler. Mayette sabía lo que se sentía, ella misma había recibido una el año anterior, cuando su madre recibió la noticia de que la niña había quedado en Slytherin. Si hubiera podido, habría mirado a su hermano con lástima. Pero lo cierto era que Ron no le daba ninguna pena, pues estaba segura de que se merecía aquella howler. Su madre jamás habría enviado a uno de sus hijos de Gryffindor un vociferador sin motivo.
Siguió comiendo con la cabeza bien alta, intentando que nadie en el gran comedor notase su incomodidad. Sin embargo, quizá pudiera verse por lo rápido que terminó de comer. Mayette sacó su horario de inmediato para mirar lo que les tocaba. Su horario decía lo siguiente para los lunes: Transformaciones, Encantamientos, Historia de la Magia, un intermedio para comer y doble de Herbología.
Mayette miró su horario con fastidio. Si tenía Historia de la Magia antes del intermedio llegaría dormida a la hora de comer. Por lo menos las dos primeras asignaturas eran interesantes. Quizá le gustaba más Encantamientos que Transformaciones, pues consideraba que la clase del profesor Flitwick sería más útil.
Finalmente, cuando todos hubieron terminado de desayunar, Mayette se levantó con sus compañeros de casa y salieron en grupo en dirección al aula de Transformaciones. Ésta clase era impartida por la profesora McGonagall, la Jefa de la casa Gryffindor, que era la mortal enemiga de la casa Slytherin. Pero la mujer no despreciaba por esto a sus alumnos de la casa de las serpientes, y las tácticas de manipulación de Mayette, que utilizaba con la sagaz mujer toda su falsa dulzura, funcionaban tan bien que a ella misma le costaba creerlo.
Llegaron los primeros al aula de Transformaciones. Al sentarse en un pupitre al azar en mitad de la clase, Mayette sacó su pluma y pergamino, dejó la varita mágica sobre la mesa y esperó a que la profesora les dijese lo que tenían que hacer. Aquella era una de las clases que los Slytherin no compartían con alumnos de ninguna otra casa, lo cuál era un alivio, pues quería decir que no estarían tan presionados como de costumbre para ser fríos y lacónicos, o para decir siempre cosas hirientes. Para hacer, en resumen, ese tipo de cosas que las personas ajenas pensaban que era lo natural en ellos.
La profesora McGonagall les entregó un escarabajo a cada uno de ellos y les dijo que debían convertirlo en un botón antes de que terminase la clase. No les dio instrucciones, sino que les dijo que si no recordaban algo de lo estudiado el curso anterior, tendrían que buscarlo en sus libros. Pero Mayette siempre había poseído una memoria extraordinaria, y lo recordaba casi todo. Además, tenía una ayuda extra.
Nada más abrió el libro, sintió que alguien tocaba su hombro. Se volvió para encontrarse nuevamente con Riddle, que sonreía a su lado, mirando al escarabajo en la mesa de trabajo de la pelirroja. El muchacho se puso de cuclillas junto a ella y la observó mientras Mayette intentaba concentrarse en el libro y buscar las instrucciones que no recordaba.
—Lo que te falla es el movimiento de muñeca —dijo él, aburrido de esperar. Ella lo miró alarmada—. Tranquila. Solo tú puedes oírme. A no ser que se te ocurra responderme en voz alta, en lugar de hacerlo con tus pensamientos, no descubrirán que estoy aquí. Y mientras tu hermana esté en clases, podré estar aquí contigo. Ella no notará mi ausencia.
La pelirroja contuvo una sonrisa y corrigió el movimiento de muñeca tal y como el mayor le había indicado. Riddle contaba con unos quince años, uno menos de lo que ella le había imaginado en un principio, y desde luego era estupendo en todo lo que hacía. Al menos, eso parecía a simple vista, pues ni siquiera la observadora y perspicaz Mayette había logrado sacar en limpio alguna cosa que se le diera mal, y vigilaba estrechamente a aquel que había sido enviado para vigilarla.
Lo único extraño que podía ver en él era esa sensación, cuando lo molestaba y sabía que había logrado ponerlo furioso, de que estaba en peligro mortal. Una sensación que le apretaba los intestinos como si un gigante se los estuviera estrujando. Volvió a la realidad cuando la profesora McGonagall la felicitó por el puñado de botones que había conseguido. Parpadeando, Mayette los guardó en el bolso de piel de moke.
La siguiente clase pasó increíblemente rápida. Encantamientos era la asignatura favorita de Mayette, y le apasionaban las clases del profesor Flitwick, que tenía una conversación muy amena. Le siguió la hora de Historia de la Magia, que Mayette invirtió en no hacer absolutamente nada. A duras penas consiguió tomar nota de las cosas importantes que decía el profesor. Riddle, poco más despierto que ella, se las iba señalando.
—¿Sabes? —le dijo en un momento dado—. Yo estudié aquí hace cincuenta años y este hombre ya estaba dando clase. Es impresionante que pueda ser incluso más aburrido muerto de lo que lo era en vida.
El muchacho hundió la cara entre los brazos, abandonándose a la somnolencia que invadía a todos en las clases del profesor Binns. La chica evitó a duras penas imitar el gesto, pues al menos tenía que dar la impresión de que estaba atenta a la clase y se quedó mirando fijamente hacia el fantasma, intentando que no la derrotaran el sueño y el aburrimiento.
Finalmente, tras lo que a ella y a sus compañeros les pareció una eternidad, sonó la campana y pudieron salir de clase. Ya era la hora de comer, y todos se dirigieron a paso veloz hacia el gran comedor. Incluso Mayette, que usualmente dejaba de tener ganas de comer cuando tenía clase con el profesor Binns, debido a que el sueño siempre le quitaba el hambre, estaba ansiosa por llegar pronto al gran comedor.
Cuando entraron en el gran comedor, Mayette se fijó en un muchachito de primero, bastante bajo para su edad, que se la quedaba mirando fijamente. El niño llevaba una cámara en la mano y la miraba con los ojos anhelantes, como si fuera una diosa. Enternecida, la chica le dirigió una sonrisa deslumbrante, mostrando sus dientes cegadoramente blancos. Separándose de su grupo de amigos, se acercó hacia el muchachito. Aquella mañana tenía ganas de ser benevolente, incluso con un pequeño Gryffindor.
—Hola —le dijo—. Me estabas mirando mucho. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
—Y-yo... —el menor la miro, con los ojos abiertos como platos—, verás, me llamo Colin Creevey, y soy de primero. Vengo de familia muggle, y me dedico a enviar fotos a casa de todas las cosas fantásticas que me suceden. Y como tú ayudaste a Harry a derrotar a Quién-tú-sabes, me preguntaba sí no me dejarías tomarte una foto. También me gustaría tener una foto de Rhaegar, sería genial que me pudierais firmar un autógrafo cada uno. Soy un gran fan. He querido acercarme a él varias veces, pero me intimida mucho —el chico paró de hablar para recuperar la respiración.
—Tranquilo, respira —la muchacha le sonrió dulcemente—. Que no te intimide Rhaegar. Entre tu y yo, en realidad es como un osito de peluche. Iré a hablar con él, ¿sí? Seguro que no le importa hacerse una foto con nosotros para que se la mandes a tu familia.
—¿Tú crees? —preguntó él, con los ojos muy abiertos.
—Pues claro —la chica sonrió de nuevo—. Iré a por él, espera aquí un minuto.
La muchacha se incorporó y salió a paso veloz hacia la mesa de Slytherin, donde sus amigos la esperaban. Cuando llegó hasta ellos, las preguntas sobre qué la había detenido no se hicieron esperar. La chica les explicó rápidamente la situación y le pidió a Rhaegar que la acompañara para complacer al niño.
—Pide tan poco —suspiró—. Y es un niño, recordará que fuimos amables con él algún día. Quien sabe lo que podría hacer más adelante por nosotros.
Rhaegar le sonrió con indulgencia. Conocía bien a la chica, sabía que en aquella ocasión particular no pensaba realmente en le beneficio futuro. No, aquel era el lado Hufflepuff de Mayette hablando por ella, intentando hacerse pasar la bondad por ambición. Rhaegar la conocía lo bastante bien para saberlo. Accedió con un gesto de la cabeza y se levantó del banco, dirigiéndose a largas zancadas hacia la mesa de Gryffindor. Mayette fue con él, sonriente de nuevo.
Llegaron rápidamente a la mesa de Gryffindor. Colin abrió mucho los ojos al verlos avanzar juntos en su dirección. Mayette le regaló otra amplia sonrisa y se sacaron una foto rápida. Era una instantánea en blanco y negro. No iba con movimiento, pero al muchacho no pareció importarle en absoluto. Se la tendió a Mayette con cierta reverencia, como si se tratase de un objeto sagrado. La chica sacó una pluma de su bolso y firmó rápidamente. Rhaegar la siguió.
Luego los dos echaron a andar rápidamente hacia la mesa de Slytherin, de vuelta a la tranquilidad de su grupo de amigos. Pero no pasaron mucho tiempo tranquilos. Ni bien se habían servido las comidas, Draco vio cómo Potter entraba en el comedor. No pasaron siquiera unos momentos hasta que dijo:
—Esperad aquí si queréis. Voy a molestar a Potter.
El muchacho se acercó, por tanto, a la mesa de Gryffindor. Mayette suspiró viendo como iba hacia allá. Draco Malfoy tenía una elegancia natural al andar, y al hablar su voz salía siempre como si arrastrase las palabras. Ese porte y esa forma de hablar, que conseguía que cualquiera quedase pendiente de sus palabras, solo lograban igualarlo dos personas que ella conociese: el hermano de Draco, Rhaegar, y Tom Riddle.
Hablando sobre el moreno, éste había desaparecido de su lado en cuanto terminó la clase del profesor Binns, pues no le quedaba de otra que volver a estar presente en su diario. Era un recuerdo y tenía que estar atento por si Ginny le hablase para así poder seguir con su plan. Solo para si misma, Mayette se atrevía a confesar que echaba en falta los susurros del muchacho.
Momentos después vieron llegar a Lockhart, quien se aproximó también hacia la mesa de Gryffindor, y no pasó nada de tiempo hasta que el grupo estuvo rodeado de gente. Mayette suspiró, sintiéndose aliviada de no ser ella quien había sido encontrada cuando Colin le pedía un autógrafo. Aquel idiota prepotente que resultaba ser su profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras habría malinterpretado todo. Y la chica sabía que una parte de ella era absolutamente Gryffindor y que respondería con fiereza a la provocación del profesor. Muchas ganas tenía de decirle que no necesitaba esforzarse para ser más famosa que él.
Pasaron unos instantes. Mayette miró a su alrededor, esperando que alguien interviniera en la escena o que algo se escuchase. Pero era evidente que, incluso siendo la mesa de Slytherin vecina de la de Gryffindor, no conseguiría escuchar nada desde allí. Cuando se levantó para ir a ver qué sucedía, habiendo terminado ya de comer, fue cuando sonó la campana de clase. La chica suspiró, decepcionada de no poder enterarse de lo que sucedía, y salió en dirección a clase.
Para colmo de males de los Slytherin, compartían la clase de defensa contra las artes oscuras con los de Gryffindor. Mayette se sentó en la última fila, con más ganas de dormir que de estudiar esa asignaturas que en principio era tan importante. Escondió la cabeza entre los brazos, detrás de los libros de Lockhart para que el profesor no la viera, y cerró los ojos esperando que el sueño llegase pronto. Por desgracia para ella, no fue así.
—Yo —dijo, señalando la foto de la portada de uno de sus libros y guiñando el ojo— soy Gilderoy Lockhart, Caballero de la Orden de Merlín, de tercera clase, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras, y ganador en cinco ocasiones del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista Corazón de bruja, pero no quiero hablar de eso. ¡No fue con mi sonrisa con lo que me libré de la banshee que presagiaba la muerte!
Esperó que se rieran todos, pero sólo hubo alguna sonrisa. Junto a Mayette, Tom, que había regresado nada más comprobó que Ginny estaba demasiado ocupada para escribir nada en el diario, hizo un mueca.
—Estoy seguro de que tampoco lo hizo con la varita —le dijo a Mayette.
—Veo que todos habéis comprado mis obras completas; bien hecho. He pensado que podíamos comenzar hoy con un pequeño cuestionario. No os preocupéis, sólo es para comprobar si los habéis leído bien, cuánto habéis asimilado...
Mayette abrió mucho los ojos en su lugar. Se incorporó, temiendo que el profesor decidiera acercarse a ella. No iba a mentir a nadie, no se había molestado siquiera en leer los libros de Lockhart. No estaba en absoluto interesada en saber más acerca de sus estúpidas mentiras. Mentiras que, para ella, solo engañaban a los cortos de mente como su madre y demás. A brujas que ya debían de rondar los cuarenta o cuarenta y cinco años y no tenían otra cosa que hacer más que suspirar por los que aparecían en las portadas de las revistas.
El profesor no tardó en llegar hasta el puesto donde estaba sentada la pelirroja. Le entregó un cuestionario enorme que hizo que el propio Tom Riddle abriera mucho los ojos, entre impresionado y horrorizado. El muchacho la agarró por los hombros.
—Por el bien de nuestra casa —susurró—, será mejor que saques un diez también en este cuestionario. He leído sus libros, y por suerte para ambos poseo una memoria formidable. Yo te daré las respuestas. Seguro que Granger gana los puntos para Gryffindor, no podemos permitir que Slytherin se quede atrás.
El muchacho le estaba apretando los hombros. Mayette empezó a leer y contestar las preguntas tan rápido como le era posible, plasmando en el papel cada una de las palabras de Riddle, que parecía haber memorizado todos los textos. No paró un instante a pensar en qué momento habría tenido tiempo de hacer eso. Las preguntas, que eran cincuenta y cuatro y versaban todas sobre Lockhart y no sobre sus hazañas ni los métodos que había utilizado, supuestamente, para derrotar a las distintas fuerzas malignas a las que se había enfrentado, eran absolutamente ridículas. Y la Slytherin se sentía orgullosa de no conocer las respuestas, porque le dolían los ojos al leer lo que escribía.
Finalmente, terminó de hacer el exámen. Dejó la pluma a un lado con alivio, pues le dolía ya la muñeca de tanto escribir. Por su parte, Riddle miraba el exámen buscando algo que corregir. La chica echó la cabeza para atrás, apoyándola en el pecho invisible para el resto del castaño. Suspiró profundamente y se levantó para entregar al profesor el resultado final de su exámen, que casi le costaba la mano.
—Vaya, vaya. Muy pocos recordáis que mi color favorito es el lila. Lo digo en Un año con el Yeti. Y algunos tenéis que volver a leer con mayor detenimiento Paseos con los hombres lobo. En el capítulo doce afirmo con claridad que mi regalo de cumpleaños ideal sería la armonía entre las comunidades mágica y no mágica. ¡Aunque tampoco le haría ascos a una botella mágnum de whisky envejecido de Ogden! —dijo Lockhart cuando hubo recogido todos los exámenes—... pero la señorita Hermione Granger sí conoce mi ambición secreta, que es librar al mundo del mal y comercializar mi propia gama de productos para el cuidado del cabello, ¡buena chica! De hecho —dio la vuelta al papel —, ¡está perfecto! ¿Dónde está la señorita Hermione Granger? Y Mayette Weasley, ¡que pase también, por favor! Está perfecto, señorita Weasley. Y su vocabulario es realmente impresionante.
Hermione y Mayette se acercaron al profesor, que les estrechó cálidamente la mano. Con una enorme sonrisa, las felicitó a ambas por saber tanto sobre sus libros. Hermione parecía increíblemente emocionada, mientras que la Slytherin rogaba por aprender pronto las maldiciones imperdonables para utilizarlas con aquel inútil.
—¡Excelente las dos! ¡Diez puntos para Gryffindor! y, por supuesto, ¡diez puntos para Slytherin!
Las dos chicas volvieron a su mesa. Mayette sintió la mirada atenta del profesor en su nuca. No entendía porque, pues usualmente las miradas no le producían esa sensación, pero se le crispó la piel. Se apresuró hasta su sitio, detrás de Rhaegar, y se sintió mucho más protegida cuando sintió la presencia de Riddle a su lado. Éste miraba al profesor con el ceño fruncido, y cuando la chica volvió a sentarse puso una mano en cada uno de sus hombros.
Tal y como Adivinación había predicho en un primer momento, se había encariñado mucho con aquella muchacha que pretendía ser fría y dura como el diamante. Pues había estado en su mente y comprendía que era verdaderamente fuerte, precisamente por mostrar determinación y coraje aún cuando estaba aterrada y carecía de más ayuda que la que ella misma pudiera proporcionarse. Había aprendido a quererla incluso cuando era fácil herirla emocionalmente, y ahora se sentía obligado a protegerla. Entendía como nadie lo que era ser el niño menos favorito en una casa, y eso lo obligaba, aunque fuera en pequeña medida, a empatizar con la pelirroja.
Ahora, temía lo que aquel adulto pudiera intentar hacer a la niña que, en un solo verano, había ganado su afecto. Pues había visto esa mirada muchos, muchos años antes, en cierto orfanato que no quería recordar. Así era como el cruel conserje miraba a las niñas antes de encerrarse con ellas en el armario. Y Tom sabía bien lo que sucedía en aquel armario. Sus manos se apretaron con más fuerza en los hombros de la pelirroja al pensar siquiera en esa posibilidad. Pero no, el nunca permitiría aquello.
—Ahora, ¡cuidado! —dijo Lockhart, sacando una jaula de debajo de su mesa—. Es mi misión dotaros de defensas contra las más horrendas criaturas del mundo mágico. Puede que en esta misma aula os tengáis que encarar a las cosas que más teméis. Pero sabed que no os ocurrirá nada malo mientras yo esté aquí. Todo lo que os pido es que conservéis la calma.
De mala gana, la chica asomó la cabeza desde detrás del sendo montón de libros de Lockhart que había colocado sobre su pupitre. Daphne y Pansy, sentadas a cada uno de sus lados, hicieron exactamente lo mismo. Las tres brujas miraron al hombre con cierta sorna y una mueca de desagrado profundo, interesadas en lo que tenía que mostrar en contra de sus voluntades.
—Tengo que pediros que no gritéis —dijo Lockhart en voz baja—. Podrían enfurecerse.
Despacio, intentando generar toda la expectación posible, el profesor levantó la sábana que cubría la jaula. Los niños esperaban encontrarse con una especie exótica y peligrosa, como las serpientes que estaban envueltas alrededor de los brazos de Pansy y Mayette. En su lugar, en la jaula únicamente había...
—Sí —dijo con entonación teatral—, duendecillos de Cornualles recién cogidos. ¿Sí? —Lockhart sonrió a Seamus, que había emitido un sonido que ni siquiera él podía malinterpretar.
—Bueno, es que no son... muy peligrosos, ¿verdad? —se explicó Seamus con dificultad.
—¡No estés tan seguro! —dijo Lockhart, apuntando a Seamus con un dedo acusador—. ¡Pueden ser unos seres endemoniadamente engañosos!
—Eso debe de ser lo único en lo que dice la verdad. Los duendecillos no hacen daño —explicó Tom—, a no ser que te muerdan. Tienen unos dientes muy afilados. Lo que sí hacen es armar desastres. Les encanta hacer travesuras y destrozar todo aquello que esté a su alcance. Me parece que algunos lo van a descubrir muy pronto, pero no tú. Avisa a tus amigos y salid de aquí corriendo en cuanto se abra la jaula.
"No podemos hacer eso —respondió Mayette—. Nos pondrá una mala nota. ¿Cómo puedo lograr detenerlos? O algo similar. ¿Hay algún encantamiento que los neutralice?"
—Puedes usar un Petrificus Totalus —respondió él—. Pero no te servirá de mucho: son demasiados duendecillos. Lo mejor sería correr mientras haya tiempo.
—Está bien —dijo Lockhart en voz alta—. ¡Veamos qué hacéis con ellos! —Y abrió la jaula.
De inmediato, la cosa escapó de las manos del inepto profesor. Los duendecillos comenzaron a hacer, como Tom había asegurado, toda clase de diabluras. Algunos rompían las ventanas y se iban volando por ellas para no volver. Otros más elevaron a Neville hasta la lámpara en el techo y lo dejaron allí colgando. Algunos más desarmaron al profesor y tiraron su varita por la ventana. El resto iban haciendo daños menores: romper libros, tirar del pelo a estudiantes y otros etcéteras.
Así que Mayette, decidiendo repentina y sabiamente seguir el consejo de Tom, tomó a sus amigas a cada una con una mano, hizo una señal a los chicos y salió corriendo del aula.
Hola. Sé que es un capítulo muy largo (más de el doble que la mayoría de los que he escrito hasta ahora). Espero que lo hayáis disfrutado mucho.
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