El Interrogatorio

Pronto llegó la mañana de Navidad. Mayette estaba bastante tristona y andaba por la sala común vacía con un cierto aire de tener ganas de romper a llorar. Rhaegar sabía lo que le sucedía: ella quería irse a visitar a Bill, y no quedarse encerrada en el colegio. Aunque la chica había tratado de animarse a sí misma pensando que al menos allí, en Hogwarts, el clima era verdaderamente navideño. Pero también la amargaba saber que, de todos los estudiantes, solo Draco, Rhaegar, Crabbe, Goyle, Ron, Hermione y Harry se habían quedado en la escuela.

Visto que eran tan pocos, solían comer todos en una misma mesa, enfrente de la de los profesores. A Mayette se le hacía incómodo, pues odiaba tener que soportar sobre ella, todas las comidas, los ojos del director y del profesor de Defensa. Sin embargo, si aquel era el precio que tenía que pagar por mantenerse alejada de Ginny durante todas las vacaciones de Navidad, entonces bien podía soportar las miradas.

No tener a Tom, ni siquiera de madrugada, cuando el chico solía ir a quejarse de su hermana y contarle sus progresos y planes para el futuro inmediato, le resultaba más frustrante que lo demás. Se había acostumbrado a ver al chico merodeando por Hogwarts, siguiendo siempre a su hermana, y sobre todo a poder tenerlo a su lado durante las clases. También a que fuera él quien la peinara (momento que aprovechaban para conversar en voz alta), y a las conversaciones de madrugada. Y se le hacía duro saber que ahora su hermana dispondría de él veinticuatro horas al día, al mismo tiempo que le aliviaba, pues así el chico podría salir antes del diario.

En fin, como decía, llegó la mañana de Navidad. Mayette se levantó de un sobresalto, cuando su serpiente rozó sus cuernos contra ella con suavidad. Era un gesto afectuoso que el animal solía hacer cuando buscaba despertar a su dueña quien, lastimosamente, tenía un sueño lo bastante ligero para que la despertase una ráfaga de aire. La pelirroja se dejó caer en el colchón mullido. Había tenido una pesadilla horrible que no recordaba, ni quería esforzarse por recordar. Acarició la cabeza de su serpiente, único recuerdo que en ese momento tenía de Tom.

—¿Sabes, Riddle? A veces tengo ganas de renunciar, y luego me preguntó, ¿qué diría de mí Voldemort? Quiero decir, aunque desprecie aquello en lo que se ha convertido, y Tom tenga intención de seguir otro camino, no quiere decir que, en cierta manera, no respete y admire al Señor Tenebroso —suspiró—. No sé si me explico. Es decir, no apruebo lo que hizo, de ninguna manera. Matar sin motivo no está bien. Pero él fue despiadado e hizo absolutamente todo lo que estaba en su mano para lograr lo que quería. Y eso sí que es estar dispuesto a hacer lo que haga falta, tener claro que el fin sí justifica los medios. No lo sé, en cierta manera me parece admirable. En esa determinación, veo algo que puedo emular. Y por eso, más que nada, no voy a renunciar, aunque mis objetivos le puedan costar la vida a mi hermana. No es como si nunca nos hubiéramos llevado bien, la verdad. Ya no tendremos que fingir ante mamá...

La chica siguió hablando, mientras se levantaba y caminaba en dirección al baño. Como estaban solos, Draco, Rhaegar y ella habían acordado abrir los regalos de Navidad en la sala común. Así que a Mayette le tocaba hacer su rutina diaria.

Se dio una ducha y luego se vistió. Navidad caía en viernes, pero Pansy, Daphne y ella ya habían acordado todo para ir combinadas. El día de Navidad, a Mayette le tocaría ir de verde, mientras que en Nochevieja iría de violeta. Se vistió rápidamente y se colocó frente al espejo. No le apetecía darse charla motivacional alguna, así que simplemente tomó el peine y abrió uno de los cajones. Al menos en Navidad, tendría que intentar ir bien peinada.

Empezó a cepillarse el pelo sin dejar de hurgar en el cajón. Buscaba algún broche o algo similar con lo que sujetarse el pelo. Sin embargo, terminó decidiéndose por una simple goma. En el momento de cogerla, notó algo en el cajón. Un trozo de pergamino que al sacar, vio que tenía escritas las instrucciones para hacerse una coleta normal. Rodó los ojos. Era la letra de Tom. Negando con la cabeza, la chica no pudo evitar que se formase en su rostro una sonrisa.

Se ató el cabello en una cola de caballo rápidamente y después salió de su habitación. Lucía su túnica verde favorita (aunque todas eran iguales, algunas le gustaban más que otras), junto con unos tacones negros, aunque podrían pasar por zapatos, tan poco la elevaban.

Bajó a la sala común. Allí, como era evidente, solo estaban Draco y Rhaegar. Crabbe y Goyle estaban ausentes, y eso a Mayette le parecía especialmente bien. Al principio le parecían insignificantes, por carecer de neuronas, luego le empezaron a molestar, y ahora sentía aversión abierta hacia ellos. Fue a sentarse junto a ambos chicos, que estaban en su sitio de siempre, donde ahora, junto a la chimenea, reposaba un árbol de navidad.

—Te esperábamos —explicó Draco.

Se dirigieron entonces al árbol, bajo el cuál había muchísimos paquetes. Seis de ellos, considerablemente más pequeños que los demás, llevaban el nombre de Crabbe y Goyle. Mayette empezó a abrir los suyos. El primero tenía una forma extraña, desconocida para ella. Se trataba de un violín. La chica lo tomó con cierta desconfianza y leyó la nota que iba con él.

"No se lo cuentes a tu madre, ella no quería enviarte regalo alguno —papá".

La pelirroja se relajó visiblemente, aunque después miró con desconfianza al regalo. Su padre estaba emocionado con los chismes muggles, y durante el verano pasado había hablado muchísimo sobre los músicos muggles. Insistía en que al menos uno de sus hijos debería aprender a tocar un instrumento muggle, como lo habían hecho brujos famosos como Beethoven, que se quedó sordo después de escuchar el grito de muerte de una Banshee. Mayette había resultado ser la menos interesada, pero, suspirando, se dijo que bien podría complacer a su padre en aquello. No era para tanto.

El siguiente regalo se asemejaba más a algo que fuera de su gusto. Rhaegar y Draco le habían conseguido, con cierto esfuerzo, un desiluminador. Éste era un invento que se producía en muy pequeñas cantidades, pues era complicado de fabricar. Si Mayette no estaba mal informada, fue el mismo Dumbledore quien lo inventó. Lo guardó en el bolsillo de su túnica después de dar las gracias a ambos chicos. Luego se llevó la mano al cuello, donde palpó dos colgantes, el de el giratiempo, y el que tenía la piedra filosofal, supuestamente destruida.

Pansy y Daphne le enviaban, un vestido nuevo y dulces, respectivamente, y Bill y Charlie libros. Mayette sonrió al pensar en sus hermanos. Mantenía contacto constante con ellos, aunque se sentía culpable por no contarles sobre sus planes. Pero, a ver, ¿qué les diría? "Queridos Bill y Charlie, estoy estupendamente. Mis amigos y yo lo pasamos muy bien en Hogwarts. Oye, le he dado a nuestra hermana pequeña un libro con conciencia propia que está utilizando el alma de ella para hacerse poderoso y poder salir de su diario. ¿Os parece bien que ella pueda morir para que él viva? Os aseguro que es mucho más agradable que esa petarda...". No, no podía decirles eso. Ni ninguna otra cosa, en realidad.

—¿Qué es el regalo de tu padre? —inquirió Rhaegar.

—Un instrumento muggle —respondió ella—. Para hacer música. En realidad, no sé cómo se llama. Papá lleva todo el verano obsesionado con que al menos uno de sus hijos debe aprender a tocar un instrumento muggle. Al parecer he sido la elegida.

—Qué tontería —refunfuñó Draco—. Si tu padre quiere un músico muggle en la familia, que rompa su varita y se vaya a aprender con los muggles.

—Mi padre es un hombre encantador y un gran mago —replicó Mayette, la cólera invadiendo súbitamente su rostro—. Que sienta afecto por los muggles no significa nada. ¿Y qué si admira a los músicos muggles? ¿Qué importa si le gusta coleccionar objetos de éstos? No eres mejor que él, Draco. Ni siquiera eres un mago formado todavía.

Rhaegar miró a su hermano, alzando una ceja. Mayette conocía el significado de aquel gesto. Algo así como, "estupendo, genio". No pudo evitar echarse a reír. Los hermanos Malfoy reñían a menudo, aunque no solían discutir de verdad y su enfado solía durar poco. Ambos eran orgullosos y tenían carácteres fuertes, aunque Draco era más intolerante para con ciertas actitudes. Sí, bastante más.

En realidad, Mayette solo había visto a Rhaegar realmente furioso una vez. No recordaba lo que había dicho Draco, pero su gemelo le dirigió tal mirada de cólera que todos en la mesa dejaron sonreír y se quedaron callados. Se formó una tensión en aquel momento que a muchos les hizo dudar de lo que haría el chico. Sin embargo, Rhaegar simplemente se levantó y salió de la sala común. Pasó un mes antes de que volviese a hablarle a su hermano a menos que fuese verdaderamente indispensable.

Volvió a la realidad cuando sintió una mano en su hombro. Rhaegar le sonrió.

—¿Vamos?

—¿A dónde? —cuestionó ella, frunciendo el ceño.

—¿Estabas prestando atención? —preguntó él, divertido—. Al gran comedor, evidentemente. Es hora de desayunar.

—¡Oh! Sí, claro —la chica enrojeció violentamente mientras él reía.

Se levantó y fue con Rhaegar en dirección al gran comedor. Como era habitual, Draco decidió quedarse a esperar a Crabbe y Goyle, pero los otros dos lo agradecían, pues les daba la oportunidad de estar unos momentos a solas por los corredores siempre vacíos de las mazmorras. No hablaban, por lo general, pero ambos, de alguna manera, sentían una cierta inclinación por estar cerca del otro. Y nunca habían necesitado hablar sin parar para comunicarse, no verdaderamente. Desde el primer instante en que la electricidad más poderosa que habían sentido se hizo presente entre ellos, parecían estar conectados por algo más poderoso que la misma magia.

Mas, por alguna razón, aquella mañana no caminaron en silencio hasta el gran comedor como las otras, sino que Rhaegar inició una conversación. La chica parecía perdida en sus pensamientos, tanto que se sobresaltó al oírlo hablar.

—Me decepcionas, ¿sabes? —suspiró él.

—¿Decepcionarte? —inquirió ella, algo contrariada.

—Bueno, no tú —explicó él con calma—. Sino aquello que me ocultabas. Pensé que realmente confiabas en mí. No quiero molestarte. Es solo que me hiere que rehusaras contarme algo así. Aunque no es ni el momento ni el lugar.

—Tienes razón —afirmó ella, adivinando rápidamente que se refería a los planes que había prometido contarle más adelante—. No es el momento ni el lugar. Nos vemos a medianoche en punto en la sala común.

Dicho esto aceleró el paso, dejando solo al chico en los corredores para que la siguiera cuando a él le pareciera correcto. Que fue unos segundos después, ya que Rhaegar no deseaba encontrarse con su hermano y los dos gorilas que lo acompañaban siempre. Draco los llamaba amigos, pero su hermano no estaba seguro de que las relaciones interpersonales abarcasen a la gente que no sabía distinguir una escoba voladora de una escoba para barrer.

A paso ligero, cruzó los corredores hasta el gran comedor, dispuesto a reunirse con Mayette cuanto antes mejor. Encontró a la pelirroja en su sitio habitual de la única mesa que quedaba, donde se sentaban todos los estudiantes. Ella no parecía de muy buen humor, a diferencia de aquella mañana, y lamentando haberle comentado sobre lo que sabía en los corredores en lugar de hacerlo en un lugar más privado, se sentó junto a ella. Pero la chica sonrió cuando se volvió hacia él y eso lo tranquilizó.

Draco llegó después con Crabbe y Goyle. Aunque Mayette se llevaba bien con Draco, la conversación entre ellos no solía ser frecuente. Rhaegar podía encontrarla más veces hablando con Theo o con Blaise que con su hermano. Y por eso, aquellas Navidades parecían ambos estar siempre sorprendidos. No paraban de descubrir cosas uno de la otra que no sabían antes.

***

Llegó la tarde, y Mayette caminaba sola por los pasillos de las mazmorras, desiertos todos ellos. No buscaba su sala, simplemente estaba dando un paseo, pero sintió un inusitado deseo de entrar en ella cuando escuchó tras de sí unos pasos perfectamente reconocibles. Los de Crabbe y Goyle. No quiso volverse hacia ellos. Si no saludaba, tal vez no la vieran. Pero ellos se acercaron, y uno le tocó el hombro para llamar su atención.

—Disculpa, pero no nos acordamos de como llegar a nuestra sala común —le dijo Goyle.

La pelirroja frunció el ceño. Conocía a Crabbe y Goyle lo bastante como para saber que su estupidez, aunque fuera enorme, no llegaba a tales extremos. Nunca se habían perdido yendo del gran comedor a las mazmorras ni viceversa. No, ellos sabían muy bien donde estaba su sala común. Y no eran lo bastante listos para fingir bien no saberlo. Observó de arriba a abajo a los muchachos frente a ella y de pronto recordó la poción multijugos. Pero, ¿quién la podía haber preparado tan fructíferamente en su curso? Granger, por supuesto. Ese estúpido trío de oro que volvía a las andadas.

—Bueno, ¿dónde estábais? Draco lleva un buen rato buscándoos —les dijo, sin borrar su ceño fruncido—. Personalmente, no entiendo para qué os quiere tener cerca, pero pase. Al final, sois tan Slytherin como nosotros, aunque seáis, tan... Estúpidos.

Mientras hablaba, la pelirroja había comenzado a avanzar hacia la sala común. Había adivinado, o esperaba haberlo hecho, quiénes eran los que fingían tan mal ser Crabbe y Goyle. Los llevaría ante Draco, le advertiría de quienes eran y se divertirían un rato a costa de aquellos dos tontos. Al fin y al cabo, sí que había una o dos noticias que Ronald debería recibir.

Entraron en la sala común rápidamente. Draco estaba sentado en un sillón, que estaba colocado frente a un sofá vacío. Mayette fue rápidamente hasta él y le susurró al oído "son Ronald y Harry". Luego se sentó frente al rubio, invitando a los otros dos a hacer lo mismo con un gesto un tanto seco, cual el que utilizaría realmente para dirigirse a Crabbe y Goyle. Draco sonrió ampliamente.

—Te vas a reír con esto —dijo, y mostró un pedazo de papel.

Mayette lo miró atentamente, pero Draco se lo tendió a Crabbe y Goyle. La chica se levantó para leer por encima de los hombros de ellos. Puso mala cara al leer el informe de "El Profeta" y pensó que ojalá su hermano no fuera tan imprudente.

INVESTIGACIÓN EN EL MINISTERIO DE MAGIA 

Arthur Weasley, director de la Oficina Contra el Uso Indebido de Artefactos Muggles, ha sido multado hoy con cincuenta galeones por embrujar un automóvil muggle.

El señor Lucius Malfoy, miembro del Consejo Escolar del Colegio Hogwarts de Magia, en donde el citado coche embrujado se estrelló a comienzos del presente curso, ha pedido hoy la dimisión del señor Weasley.

«Weasley ha manchado la reputación del Ministerio», declaró el señor Malfoy a nuestro enviado. «Es evidente que no es la persona adecuada para redactar nuestras leyes, y su ridícula Ley de defensa de los muggles debería ser retirada inmediatamente.»

El señor Weasley no ha querido hacer declaraciones, si bien su esposa amenazó a los periodistas diciéndoles que si no se marchaban, les arrojaría el fantasma de la familia.

—No le veo la gracia en ninguna parte —dijo, poniendo mala cara y sentándose de nuevo en el sofá.

—No quiero molestarte, Maye, ya sabes que no. Pero tienes que aceptar que tiene un puntito divertido que tu padre haya sido multado por infringir una ley que él mismo redactó —respondió Draco—. ¿A vosotros no os parece divertido? —preguntó a Crabbe y Goyle.

—Ja, ja —rió "Goyle" lúgubremente.

—Arthur Weasley tiene tanto cariño a los muggles que debería romper su varita mágica e irse con ellos —dijo Malfoy desdeñosamente—. Por la manera en que se comportan, nadie diría que los Weasley son de sangre limpia.

Mayette fingió una tos y Draco corrigió su afirmación de inmediato. En realidad, intentaba ser siempre amable con Mayette, pues ella le agradaba mucho. Pero no sabía como tratarla, pues unas veces la chica criticaba con saña inigualable a su familia, y otras la defendía como un tigre dientes de sable podría hacerlo.

—¿Qué te pasa, Crabbe? —dijo Malfoy bruscamente.

—Me duele el estómago —gruñó éste.

—Bueno, pues id a la enfermería y dadles a todos esos sangre sucia una patada de mi parte —dijo Malfoy, riéndose—. ¿Sabéis qué? Me sorprende que El Profeta aún no haya dicho nada de todos esos ataques —continuó diciendo pensativamente—. Supongo que Dumbledore está tapándolo todo. Si no para la cosa pronto, tendrá que dimitir. Mi padre dice siempre que la dirección de Dumbledore es lo peor que le ha ocurrido nunca a este colegio. Le gustan los que vienen de familia muggle. Un director decente no habría admitido nunca una basura como el Creevey ese.

—Cállate —ordenó Mayette, y su tono fue tan firme que el chico obedeció de inmediato—. La única razón por la que no te gusta Collin es que le pidió un autógrafo a Potter y no a ti. Supéralo, ¿quieres.

—Intentaré no meterme con tus mascotas de Gryffindor —replicó Draco, haciendo una mueca burlona.

—¿Qué os pasa a vosotros dos? —preguntó Mayette.

Ahora quedaba claro que ella tenía razón cuando pensó que no eran los auténticos Crabbe y Goyle. Ellos siempre eran lentos para entender las gracias, pero no tanto como en esos momentos estaban demostrando ser.

—San Potter, el amigo de los sangre sucia —dijo Malfoy lentamente—. Ése es otro de los que no tienen verdadero sentimiento de mago, de lo contrario no iría por ahí con esa sangre sucia presuntuosa que es Granger. ¡Y se creen que él es el heredero de Slytherin!

—Me gustaría saber quién es —suspiró Mayette—. Querría poder hablar con él, que me contase sus razones... Quizá pedirle que matase pronto a Granger...

—Tenéis que tener una idea de quién hay detrás de todo esto —dijo el supuesto Goyle.

—Ya sabes que no, Goyle, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —dijo Malfoy bruscamente—. Y mi padre tampoco quiere contarme nada sobre la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos. Aunque sucedió hace cincuenta años, y por tanto antes de su época, él lo sabe todo sobre aquello, pero dice que la cosa se mantuvo en secreto y asegura que resultaría sospechoso si yo supiera demasiado. Pero sé algo: la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos, murió un sangre sucia. Así que supongo que sólo es cuestión de tiempo que muera otro esta vez... Espero que sea Granger —dijo con deleite.

—Y yo sí que no puedo saber nada. También fue antes que mi padre, y él seguro que no tiene detalle alguno —ella se encogió de hombros, evitando sonreír—. En fin, ya lo descubriremos. Al fin y al cabo, tienen que pillarlo. De lo contrario se cerrará Hogwarts.

—Crabbe, ¿qué le pasa a tu pelo? —preguntó Mayette, aleteando inocentemente las pestañas.

—Necesito algo para el estómago —gruñó éste, y tanto él como el falso Goyle echaron a correr fuera de la sala común de Slytherin.

Cuando estuvieron solos, Mayette y Draco se dejaron llevar por un ataque de risa que duró algo más que un cuarto de hora. Luego la chica se sentó erguida en su sillón, intentando no reír más. Estaba oscureciendo, así que fue a su habitación. Se iba a reunir con Rhaegar a medianoche, tenía que estar lista.










Perdón por el capítulo corto. No se me ocurrían más ideas. Pero espero que el siguiente sea más largo. Ojalá os haya gustado.

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