El Despido de Dumbledore
Llegó el día del partido de Gryffindor contra Hufflepuff. Mayette estaba sentada en las gradas, rodeada por Pansy y Daphne, que siempre hacían una especie de séquito con ella. Rhaegar estaba justo al otro lado de la fila, y todo el grupo podía ver que ambos lo agradecían. Desde la noche en que escogieron sus asignaturas opcionales, había mucha tensión entre ambos, fruto, indiscutiblemente, de las cosas que tenían por resolver.
Mayette pensaba que no conseguiría solucionar aquello al menos hasta que se acabase aquel asunto del diario, y rogaba constantemente, en su fuero interno, porque Tom se diera prisa. Al menos, cuando el diario ya no fuese necesario, cuando todo hubiese acabado, los dos se quitarían un peso de encima. Aquello de seguro tendría que facilitar la comunicación, y como estarían los dos más tranquilos, seguramente serían capaces de arreglar el problema que tenían. Aunque ella no estaba del todo segura de qué problema era en concreto.
De pronto, Daphne se levantó y echó a correr hacia el castillo. Mayette se levantó, dispuesta a seguirla, pero Theo la detuvo con un gesto. El chico echó a correr tras la rubia, y ambos se perdieron pronto de la vista del resto de los Slytherin. Durante unos instantes, Mayette se preguntó si no habrían armado aquella escenita para tener un rato a solas, pero pronto dejó estar. No era asunto suyo, si ellos querían o no estar solos.
Apoyó la cabeza en el hombro de Pansy. Ésta correspondió al gesto rodeando con el brazo los hombros de la pelirroja, pero pronto tuvo que abandonar el gesto. Estaba visto que la serpiente de Mayette, Riddle, y la de Pansy, Fauno, no podían verse sin ponerse en posición de ataque. Lo cierto era que Mayette nunca había visto a su serpiente tan agresiva como cuando la de Pansy andaba cerca. Quizá porque Riddle intuía que era una especie peligrosa, una serpiente arbórea africana, y quería proteger a su dueña.
El caso era que los dos reptiles no se llevaban, y Mayette y Pansy debían limitar los gestos de afecto a aquellos brazos en los que sus serpientes no iban enroscadas. Daphne no tenía este problema, pues poseía una serpiente de especie totalmente inofensiva. Por esta razón, suponían las chicas, las dos serpientes que realmente eran peligrosas de la morena y la pelirroja ni tan siquiera se inmutaban con la de la rubia. No era necesario, solía decirse Mayette, guardar el territorio de quien no podía arrebatártelo.
Por fin, los jugadores de Gryffindor empezaron a salir al campo. Mayette, sin mucho entusiasmo al principio, comenzó a aplaudirles. A fin de cuentas, era el equipo de sus hermanos mayores y ella adoraba a los gemelos. Éstos la saludaron desde sus escobas, sonrientes al ver que ella les aplaudía.
Después salieron los jugadores de Hufflepuff, vestidos de un amarillo canario que hizo que las chicas de Slytherin arrugaran la nariz, muy probablemente pensando: "¡Qué mal gusto!". La pelirroja no se molestó en aplaudirlos, aunque algunos de los otros Slytherin, entre ellos Blaise y Draco, les aplaudieron con muchas ganas. Si ganaba Hufflepuff, significaba que Slytherin ganaría la copa de Quidditch.
Los jugadores estaban a punto de empezar a volar cuando...
—El partido acaba de ser suspendido —gritó por el megáfono la profesora McGonagall, dirigiéndose al estadio abarrotado.
La profesora llevaba un megáfono morado en las manos, y se veía que había llegado a todo correr. Estaba ligeramente despeinada y su sombrero de bruja parecía a punto de caerse. Mayette frunció los labios, preguntándose qué diablos podría haber llevado a la cancelación del partido. Sintió la mirada penetrante que solo Rhaegar le dirigía, y cuando se volvió para mirarlo comprendió lo que el joven pensaba.
Rhaegar suponía que habían parado el partido únicamente porque había habido otro ataque. ¿A quién o a quiénes? En realidad, no deseaba saberlo. Tranquilo y amable como era por naturaleza, Rhaegar jamás se había visto metido en tantos problemas como había tenido desde que llegó a Hogwarts, y aquel último, con todo el asunto de ser hablante de pársel y lo que ello conllevaba, amenazaba con superarlo. Al menos, había superado ya sus defensas contra el estrés y el miedo, pero eso no lo vería nadie, ni tan siquiera su más íntimo amigo, visto que el rubio solamente lloraba y temía a solas.
La pelirroja se levantó y llegó rápidamente hasta donde él estaba. Se sentía asquerosamente vivo, como si cada suceso le impactase más de lo normal, más de lo necesario. Rhaegar odiaba sentirse así de vivo, porque sabía que eso lo hacía débil a los intentos de los demás de hacerlo caer. Y sobre todo, porque tenía claro que si él caía, podía llevarse, sin querer, a todos los suyos consigo. Ahora estaba sobre hielo fino, y ya había escuchado los primeros cracks con Potter y los demás siempre investigando. Pero le atormentaba más saber que era Mayette la que estaba avanzando hacia un hielo cada vez más fino. Porque no sabían cuándo podría resquebrajarse.
—Todos los estudiantes tienen que volver a sus respectivas salas comunes, donde les informarán los jefes de sus casas. ¡Id lo más deprisa que podáis, por favor! —continuó la profesora McGonagall.
Los Slytherin que quedaban por levantarse se pusieron en pie de inmediato y todos partieron a paso ligero hacia su sala común. En contra de lo que se había vuelto costumbre en los últimos días, Mayette y Rhaegar iban delante, juntos. Pero ninguno de los dos se atrevió a hablar con el otro, ni a emitir siquiera un sonido hasta que llegaron a las puertas del castillo.
—Lo siento —dijo Rhaegar, haciendo una mueca como si las palabras le quemasen, mientras abría las puertas ante ellos.
—¿Sentirlo? —ella parpadeó, perpleja—. ¿Por qué lo sientes?
—Ni yo mismo lo sé —él entrecerró los ojos—. No me hagas repetirlo, sabes lo orgulloso que soy. Solo me parece que he hecho algo que te ha ofendido, o alguna cosa similar, ya que no consigo que vuelvas a hablarme.
—No... Yo no estoy enfadada, Rhaegar —respondió la pelirroja, sonriéndole con dulzura—. No es eso, para nada. Solamente estaba muy pensativa, tengo muchas cosas en la cabeza, entre los estudios y todo el asunto, ya sabes. Sé perfectamente que estoy caminando sobre hielo fino... Y ahora no soy solo yo, sino también tú. Estoy muy preocupada, y no me siento tan locuaz como antes. Nada más.
—Oh —murmuró él—. Oh, Salazar.
Rhaegar había palidecido de golpe y retrocedía. Mayette, viéndolo así, se volvió a mirar hacia el mismo punto que él. Había tres profesores reunidos, Lockhart, Flitwick y Snape. Entre ellos, y justo frente a los dos alumnos que acababan de entrar, se encontraban los cuerpos inertes de Daphne y Theo. El brazo de él se encontraba todavía sobre el plano vientre de la rubia, como si hubiera intentado protegerla.
—Están... —Mayette no terminó la oración.
—Están petrificados, señorita Weasley —respondió el profesor Snape, señalando con la cabeza un espejo al fondo del pasillo, que era más bien un callejón sin salida.
A pesar de que era una noticia horrorosa, Mayette se sintió mucho más tranquila, y algo de color le volvió a los labios y las mejillas, pues se había quedado más pálida de lo habitual. Se asió del brazo de Rhaegar, aliviada de que no fuera la muerte lo que se habían encontrado en aquel pasillo sus amigos. Ella sabía bien que Tom trataría de petrificar a dos Slytherin, especialmente a amigos de ella, para alejar las sospechas. Pero no esperaba que lo hiciera de forma tan brusca, sin avisar, y mucho menos de tal forma que pareciera que habían muerto, en lugar de quedar petrificados.
Rhaegar también había recuperado el color al escuchar que no habían muerto, pero quizá no se sentía tan dispuesto como la chica a derramar lágrimas por el estado de sus amigos. Del mismo modo que minutos antes se sentía excesivamente vulnerable, aquella desgracia, como todas las demás lo hacían siempre, le había ayudado a aislar de nuevo su corazón tras una especie de armadura. Sabía que en esos instantes era inconmovible, y simplemente se volvió hacia los adultos con los ojos rojizos como única señal de afección.
—Creo que deberíamos llevarlos a enfermería —dijo—. ¿Hay algo en lo que podamos ayudar?
—Sí —asintió Snape—. Podéis ayudar yendo a vuestra sala común, donde estaréis a salvo. No podemos permitirnos más ataques, muchachos.
***
—Todos los alumnos estarán de vuelta en sus respectivas salas comunes a las seis en punto de la tarde. Ningún alumno podrá dejar los dormitorios después de esa hora. Un profesor os acompañará siempre al aula. Ningún alumno podrá entrar en los servicios sin ir acompañado por un profesor. Se posponen todos los partidos y entrenamientos de quidditch. No habrá más actividades extraescolares.
Snape leía un pergamino en el que estaban escritas todas las nuevas normas de seguridad. Mayette y los demás se sentían como si los estuvieran condenando, pero la chica pensaba que tener a Tom en carne y hueso, y sabiendo que él podría hacer magia de ser necesario, bien valía que le suprimieran durante lo que le quedaba de cursos sus actividades. Desde luego, lamentaba que sus compañeros se vieran envueltos en aquello, especialmente los pequeños, que estaban increíblemente consternados.
Había quince personas en la clase de primero de Slytherin. Eran ocho chicos y siete chicas. Y a Mayette solo le sonaba Astoria Greengras, a la que no se había molestado en conocer. Ni ella ni ninguno de los de su grupo, en realidad. Quizá Draco y Daphne se interesaban algo más por ella, pero a la pelirroja le importaba poco. Aún así, sentía lástima por los estudiantes que tendrían que pasar por aquello en su primer año. Si bien no la bastante para conmover realmente su corazón y obligarla a parar.
—Bien —concluyó el profesor—, estas son todas las nuevas medidas. Espero que las respetéis y os cuidéis unos a otros. Y espero que los más mayores cuidéis a los estudiantes de primero.
Mayette estaba a punto de asentir cuando su vista se nubló por un instante, permitiéndole ver tan solo unos ojos amarillos, terroríficamente grandes, y unos colmillos de alrededor de treinta centímetros, en mitad de unas simétricas fauces abiertas. Cuando volvió a abrir los ojos, pensó que no habían pasado más de unos segundos, ya que nadie parecía haberse dado cuenta de lo sucedido. Aunque tal vez fuera mejor así: no correría tanto riesgo como si alguien se hubiese enterado. Ni tan siquiera Rhaegar parecía haber prestado atención al pequeño incidente.
Cuando el profesor y jefe de la casa de Slytherin terminó de hablar, todos los alumnos se levantaron al mismo tiempo, saludaron con una inclinación de cabeza y se dirigieron o bien a sus puestos en la sala común o bien a sus habitaciones. Mayette, al igual que el resto de estudiantes de segundo, optó por ir a su habitación. Se sentía tan emocionalmente agotada, y tenía tantas ganas de derramar las lágrimas que no había podido derramar durante el día, que tuvo que obligarse para no echar a correr.
Avanzó escaleras abajo desde su sala común hacia sus habitaciones acompañada de sus amigos y del ambiente de tensión y tristeza que casi ahogaba a quienes pasaran por al lado. Eran un grupo muy unido, y nada era lo mismo sin Daphne y Theo. Ella, tan dulce como la miel para sus amigos, era la que siempre ponía fin a las disputas entre aquellos que tenían carácteres más fuertes y él, con sus argumentos pesados, fomentaba las iniciativas de la persona a la que más apreciaba en el grupo. Theo siempre protegía a Daphne, y tan solo a la rubia le pasaba inadvertido el evidente afecto que éste le profesaba. Incluso en aquella ocasión, cuando se enfrentaban al reflejo de unos ojos amarillos, él había tratado de salvarla.
En su habitación, mientras se deshacía de la corbata de su uniforme y las lágrimas comenzaban a descender por sus mejillas pálidas, Mayette no podía evitar pensar en ello. Odiaba que sus amigos estuvieran petrificados, odiaba el alto precio que estaba pagando por sus ambiciones, pero, ¿qué podía hacer? Era una Slytherin hecha y derecha, y no se había dado cuenta de hasta qué punto, no hasta el momento en que vio a Daphne y Theo en el suelo, juntos, y entendió que estaba dispuesta a pagar ese precio.
Tendida en su cama, aún con el uniforme puesto reflexionaba sobre esto con las lágrimas saladas bañándole el rostro y llegándole a los labios. En esos momentos, se le antojaba que su madre tenía razón acusándola de ser una persona desalmada, alguien odiosa que no merecía que nadie sintiese afecto hacia ella. Se sentía mal, y no solamente por sus amigos, sino por sentir tan poca culpa. Una parte de sí misma, se odiaba por estar tan tranquila con lo sucedido, mientras que otra defendía sus acciones.
Estaba dejando de llorar, y decidiéndose a escribir a sus hermanos sobre sus sentimientos, cuando alguien llamó a su puerta. Secándose los ojos rojos por el llanto, fue a abrir, pensando que se encontraría allí a Rhaegar, que querría echarle en cara lo sucedido. Sin embargo, en su puerta estaba únicamente Pansy, con los ojos rojizos y el rostro surcado de rastros de lágrimas. La morena empezó a sollozar nuevamente en cuanto vio a su amiga, lanzándose a los brazos de la pelirroja, que la acogió entre ellos sorprendida.
—Lo siento —dijo Pansy, secándose las lágrimas—. No quería molestarte, pero estoy tan asustada. Hasta ahora, esto no había salpicado nunca a ningún Slytherin, y yo esperaba que continuase así. Quiero decir, somos todos sangre puras. Y el propósito del monstruo de Slytherin no era matar a los sangre puras, sino purgar el colegio de sangre sucias. Yo... Me sentía tan a salvo. ¿Cuántas veces le diría a Daphne que no había de qué preocuparse? Le decía que ella estaba a salvo, por ser sangre pura. Pero... pero...
Mayette abrazó de nuevo a su amiga, ahora llorando amargamente también, otra vez. No estaba acostumbrada a la sensación de tener el rostro empapado de lágrimas calientes, era desagradable, pero consolador al mismo tiempo. Daphne, Pansy y ella, a veces (aunque muy pocas) se juntaban en una habitación y hablaban hasta quedarse dormidas. Aunque ahora les faltase la rubia, Mayette supo que era hora de que Pansy y ella tuvieran una pequeña pijamada, aunque solo fuera por el consuelo de la compañía mutua.
—¿Quieres quedarte a dormir, Pans? —preguntó, con los ojos enrojecidos.
—¿No te importa? —Mayette negó con la cabeza—. Sí, la verdad es que me gustaría. Ahora vuelvo, voy a ponerme el pijama.
La pelirroja dejó la puerta entreabierta para que la otra no llamase al volver, y también ella se dispuso a cambiarse el uniforme manchado de sudor y lágrimas por uno de los pijamas frescos que acostumbraba a utilizar. En realidad, como casi siempre, su vestimenta para dormir consistía en ropa vieja de Bill o Charlie. En este caso, era de Charlie. Lo supo por el estampado de colacuerno que tenía la camiseta.
Pansy volvió pronto, como si hubiera hecho todo corriendo, y sin detenerse a cerrar la puerta se tumbó en la cama de su amiga. Mayette cerró la puerta para que su amiga no se tuviera que volver a levantar, mientras peinaba sus largos cabellos. Luego fue a tumbarse junto a Pansy, y se volvió hacia la morena, para quedar frente a frente.
Estando a la par, mirándose a los ojos, las dos amigas se abrazaron fuertemente y cerraron los ojos, esperando dormir algo, gracias a la fuerza que la otra les procuraba. Después de innumerables sollozos contra el hombro de su respectiva amiga, las dos terminaron por dormirse. Pero ni tan siquiera cayendo en los brazos de Morfeo, Mayette pudo estar tranquila, pues la acechó una larguísima pesadilla.
Abrió los ojos ya de madrugada, ojos que le escocían de tanto llorar, despierta y en sueños. No se había despertado sola, pero se encontró con la última persona a la que desearía ver. Su pesadilla había tenido nombre y apellido: Tom Riddle. Y ahí estaba él, mirándola con sus ojos verde oscuro, analizándola. Diablos, casi parecía preocupado de verdad. Pero ahora, Mayette lo dudaba mucho.
Y él lo supo. Tom Riddle tenía total acceso a la mente de la pelirroja, acceso que utilizaba siempre, ya que ella no le podía responder en voz alta más que en privado. Usualmente, procuraba no violar la privacidad de la chica, pero en aquella ocasión no pudo evitar notar los efectos de la pesadilla. Se sintió bastante herido al ver aquello de lo que la mente de la muchacha lo convertía en culpable inconscientemente, pero aún así trató de consolarla, ofreciéndole su abrazo. Por primera vez, ella lo rechazó.
—Solo ha sido una pesadilla, Maye —dijo él, ofendido—. No soy culpable de nada de lo que ha salido en tu sueño, y lo sabes bien. Hay una razón clara por la que he petrificado a Daphne y Theo, y tú lo sabes bien. En cualquier caso, pronto volverán a estar en perfecto estado, las mandrágoras ya casi son adultas —tomó las manos de la chica entre las suyas—. No es mi intención hacerte daño, pelirroja. Eres la única persona con la que me he sentido verdaderamente a gusto. Y la primera a la que puedo decirle con franqueza que me importa por encima de mí mismo. En cierto modo, eso es terrible para mí. Pero he aprendido muchísimo, no solo sobre mí mismo, sino sobre la vida en general desde que estoy aquí para ti. Hay muchas cosas que quiero cambiar —consciente de que se iba por las ramas, paró de hablar un instante—. No te haría daño, Maye. Te quiero, como lo haría cualquiera de tus hermanos mayores —concluyó por fin.
Ella se echó a llorar, intentando no hacer ruido alguno para no despertar a Pansy, y permitió, ésta vez, que él la consolase. Para Tom era muy nueva toda experiencia con las emociones positivas. No llegaba a entender todo aquello que sentía, pero comprendía que no deseaba que Mayette lo pasase mal, y sabía hasta donde estaba dispuesto a llegar por ella, llevaba en su cuerpo las marcas de varios enfrentamientos con los inmortales. Pero ellos no lo sustituían, pues ya era tarde para hacerlo. La abrazó con todas sus fuerzas, uno de los pocos abrazos sinceramente afectuosos que había dado jamás, y se sintió más vivo que cuando no era un simple recuerdo. Se sintió feliz.
"Gracias, Tom —fue todo lo que ella pudo pensar".
Después de este único y veloz pensamiento de gratitud, cayó dormida de nuevo entre los brazos de su protector. Riddle la acostó de nuevo y la cubrió con la manta. Luego, pasando junto a la serpiente a la que la pelirroja le había puesto su apellido por nombre, fue a sentarse en uno de los mullidos sofás de la habitación. Aquello ya era costumbre.
A veces, la peligrosísima serpiente de Mayette se subía al mismo sillón que él, obviamente consciente de su presencia, aunque no pudiese tocarlo, y se dormía allí. No existía ningún tipo de afecto entre el chico y la serpiente, a pesar de que él dominaba un basilisco. A Tom no le gustaba nada que no pudiese controlar, a excepción de Mayette Weasley con la que estaba aprendiendo a superar esa obsesión por el control. Pero, visto que no la superaba del todo, todavía sentía desconfianza hacia aquello que, como la serpiente, no estaba sujeto a los límites que él imponía. Entre el reptil y el muchacho, existía tan solo una relación de tolerancia mutua, pues ambos tenían claro que sus objetivos eran los mismos, al menso el objetivo prioritario. De manera que Tom no terminaba de arrepentirse de sugerir a la pelirroja que adoptase a una serpiente.
Aquella noche fue una de esas ocasiones. Tom estaba seguro de que nunca llegaría a acostumbrarse a que una criatura tan peligrosa se le acercase. No tenía varita con la que defenderse y eso lo obligaba a estar siempre alerta. Pero no era difícil, ya que no sentía cansancio. Se mantuvo despierto toda la noche, como de costumbre, aunque esta vez alarmado, esperando que en cualquier momento Mayette volviese a levantarse chillando.
***
Cuando la pelirroja se levantó a la mañana siguiente, sentía los ojos aún enrojecidos, y no podía abrirlos del todo ni esforzándose, a causa de las lágrimas de la noche anterior. Pansy y ella se turnaron para usar su ducha, y después se ayudaron la una a la otra a borrar los rastros de llanto que les cubrían las mejillas.
Luego de eso, Mayette acompañó a Pansy a la puerta. La morena se despidió con una sonrisa forzada, y la pelirroja con un simple gesto de la mano. No cerró su puerta hasta que se aseguró de que Pansy entraba en su habitación.
Por último, se decidió a volver al baño para peinarse. Tom ya la estaba esperando allí, seguramente con prisa ya que a Ginny le gustaba escribirle antes de clases. La chica se sentó bruscamente ante él. Llevaba una túnica simple negra, que era su uniforme de clases, junto con la corbata verde de Slytherin. El chico empezó a pasar el peine por la espesa masa de cabello rojo que le llegaba a ella hasta la cintura, fruto de cortarlo en ese punto una y otra vez cada tres meses.
Finalmente, la chica tuvo el cabello recogido en un moño alto. Se levantó y salió del baño justo después de Tom, quien desapareció casi de inmediato. Con amargura, Mayette pensó que seguramente iría a responder cualquiera de las estúpidas anotaciones de su hermana pequeña. Luego se sonrió a sí misma, calmándose al pensar que pronto no tendría que aguantarla más. Sabía que era terrible alegrarse de la muerte de una persona, más de la de un hermano, pero tampoco era como si Ginevra no se fuera a alegrar si era ella la muerta. El odio contumaz que sentían la una por la otra ya las había llevado muchas veces a peleas cuerpo a cuerpo, donde usualmente ganaba la mayor.
Bajó a la sala común, temerosa de cómo sería esta sin Daphne y Theo. La encontró casi igual que siempre, al menos en aspecto. El ambiente era lo que había cambiado. Mayette podía sentir perfectamente como la tristeza ahogaba sus demás sentimientos, así como parecía suceder con el resto de personas de la sala. Pero también se sentía la ira de la gente, como si una electricidad recorriera la habitación. Muchos estaban dispuestos a acabar con la vida de quien hubiera hecho eso, y ella lo sabía. Al fin y al cabo, quien se metía con un Slytherin se metía con todos los demás.
"Todos están contra nosotros, pero nosotros permanecemos unidos", pensó. Sí, esa era una de las muchas frases con las que los Slytherin se daban fuerzas a sí mismos. Y en aquel momento, se dio cuenta del auténtico poder de las alrededor de cien, o quizá incluso ciento cincuenta personas que formaban el total de la casa de la serpiente. Alumnos que, de primero a séptimo, lloraban o enfurecían, según la persona, por el ataque que su casa había recibido.
Se sentó junto a Blaise, Pansy, Draco y Rhaegar. Blaise y Pansy parecían confusos e incluso un tanto asustados. Draco estaba muy contento, quizá el único que podía estarlo a pesar del triste ambiente. Rhaegar parecía tan pensativo como lo estaba la noche anterior al despedirse de las chicas. Por un corto instante, la pelirroja se preguntó si el chico habría llegado a alguna conclusión sobre sus opiniones. Lo que estaban haciendo era algo que tenía con los nervios crispados a Rhaegar, aunque se esforzaba por mostrarse ante todos tal cual era de normal.
—¿Qué sucede? —inquirió, pasando sus ojos arcoíris por los rostros de sus amigos.
—¡Es maravilloso, Maye! —susurro Draco, emocionado—. ¡Cuéntaselo, hermano! ¡Cuéntaselo!
—El consejo escolar ha decidido cesar a Dumbledore —dijo Rhaegar secamente—. Visto que no ha podido detener los ataques, han decidido que otro debería intentarlo. Mi padre se ha encargado de ello —y se encogió de hombros.
Mayette decidió al instante que tenían que hablar seriamente sobre el asunto. A Rhaegar, evidentemente, no le parecía bien lo que había hecho su padre. Por el contrario, la pelirroja estaba encantada. Con Dumbledore fuera de Hogwarts, sería mucho más sencillo llevar a cabo su plan.
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