"El Poder De La Creación. El Poder De La Destrucción. (MLB)" Murmur.

-Narrador Omnisciente-

Observaba su tablet, deslizando la yema de su dedo con velocidad, demostrando los años adquiridos trabajados para el famoso Gabriel Agreste. Todo estaba listo, emprendió su andar alejándose de la entrada a la oficina de su jefe, al gran comedor donde ahora, el joven Adrien, tomaba su desayuno antes de comenzar la jornada de clases. El chocar de sus tacones con el piso resonaba por lo pasillos, tan fuerte y a la vez tenue sonido acariciaba los tímpanos de Natalie Sancouer. Quien hoy, tendría aquel protagonismo normalmente dado a los jóvenes.

— Joven Adrien —Llamó la asistente con su típica seriedad.—. Saliendo de clases tiene esgrima con Mr. D'Argencourt. No olvide su mochila. —Finalizó.

— Si, Natalie. —Contestó.

Caminó a la limusina con él rubio tras ella. Una vez dentro del auto, éste emprendió su marcha al Instituto François Dupont. Mientras tanto, la única fémina revisaba todo el trabajo que tendría, para finalizar en sentarse en su monótono escritorio, recibiendo llamadas dirigidas a un hombre que solo contesta un cuarto de ellas. Volteó a ver a su joven acompañante, el cual veía por la ventana pensando en sabe qué cosa. Aquellos rizos y ojos esmeraldas le recordaban tanto a la musa retratada en el gran comedor. La esposa desaparecida de Gabriel Agreste. Sin duda el ojos verdes era la copia identifica de su señora.

El transporte paró. La de piel clara despertó de su trance, siendo presencia de la desaparición de el adolescente por la puerta. El gorila, con la rutina ya aprendida, comenzó a avanzar, la delicada mano de su compañera lo distrajo al mismo que paraba al escuchar como de sus finos labios emergía un "espera". La mencionada entrecerró los ojos, frente a ella, él rubio abrazaba cariñosamente a una azabache hecha tomate. Acto seguido presenciar el dulce roce de sus labios, antes de entrar en las instalaciones, para comenzar otra rutina de secundaria normal.

— Vámonos. —Ordenó cortante. Él la vio por el retrovisor.

— Le informaras sobre esto, ¿no es así? —Preguntó seriamente. Recibiendo una mirada convencida de sus actos.


— Debo informar toda pieza que no encaje en el rompecabezas. —Respondió con simpleza.

Y la corta conversación terminó. Regresando a sus habituales papeles de secretaria y chofer.
Descendió del vehículo sin apuro alguno, dirigiéndo su andar a la parte más fría de la mansión; la oficina de Gabriel.

— Pase. —Ordenó una voz gruesa de el otro lado.

— Señor, el joven Adrien ha comenzado las clases, ya se le dio su horario. —Informó con un ligero miedo recorrer su cuerpo.

— Gracias, Natalie. Puedes retirarte. —Agradeció sin siquiera verla. Ella no se fue.

— Hay otra cosa —Agregó.—. Se me ha ordenado comunicar todo obstáculo que pueda alterar en su rutina diaria.

— Prosigue. —Permitió, dirigiendo sus ojos azules a la fémina.

— Hoy se le ha visto con una chica; Marinette Dupain-Cheng. Ganó el concurso de el bombín en el Instituto François Dupont. —Mostró frente a él la imagen de la mencionada. En ella, la ojos cielo sonreía ampliamente, con un signo de paz.

— Mph, la recuerdo. Su creación fue la de un verdadero diseñador —Halagó. Estudio cada parte de su rostro, cabello, y esos pendientes rojos muy sobresalientes.—. Aún así, puede desviar a Adrien de su trabajo. Retirate, ya hablaré yo con él.

— Con su permiso.

Dejó salir un suspiro, recargándose suavemente en las puertas blancas. Acomodó sus anteojos, se llevó el mechón de cabello detrás de su oreja, y optó por ir a su escritorio a atender las necesidades de su jefe.

¿Qué se ocultará tras ese semblante frío y sin vida de la secretaria Natalie Sancouer? Es lo que muchos se han de preguntar. Puesto que el misterio es una de sus características.
Sus orbes negros no se despegaban del computador, sus manos se desplazaban de un lado a otro en el teclado, y el ambiente pesado la impulsaba a seguir con su trabajo. Recordando aquellas veces que casi la tenían del cuello.

Y todo por aquel chico.

Adrien a veces podía ser algo problemático, el escapar de casa o querer ir al cine, le pudo haber costado su trabajo, y lo sabía de sobra. Para Gabriel solo era una asistente, no más. Y sabiendo las intenciones, fácilmente la reemplazaría, solo un segundo y habría otra persona ocupando su lugar. No podía, simplemente no se permitiría que años de trabajo serio y duro cayeran a sus pies, insignificante.
Paró sus dedos, necesitaba un buen café, se masajeó las sienes en un intento por qué el dolor de cabeza desapareciera. Abrió la boca a punto de llamar a el cocinero personal de el chico, pero no. Nada salía, solo un simple suspiro de estrés.

— Sólo es otro día de trabajo, sólo eso. —Se dijo a sí misma en un susurro.

El cual sonó como un murmullo intendible, haciéndose eco en las paredes. Dejó su lugar de trabajo, para tomar lugar en la cocina, el cocinero no estaba, era mejor, quería demorarse lo más posible, para olvidar por un momento su vida rutinaria.

(...)

Exhaló por la boca dejándose ver vapor provenir de ella, demostrando la diferencia entre lo caliente de el café y lo frío de la mansión. Bebía a sorbos la bebida, disfrutando con su paladar aquel sabor entre amargo y dulce, cerrando los ojos, bajando la guardia, todo su cuerpo se relajó en ese instante, tanto, que la ropa ajustada que lleva comenzó a apretarla un poco. Se removió un poco, optando por sentarse en una pequeña silla que se encontraba en el lugar. Mejor. Siguió en lo suyo, siendo interrumpida por el abrir de la puerta. En ella, yace el chofer a punto de hablar.

— Es hora de ir por el joven. —Anunció con voz gruesa y calmada.

—Suspiro. Acomodó sus lentes, y dejó la taza.— Vamos.

Una de las grandes puertas fue abierta por el de mayor musculatura, dejando pasar a su compañera.
La limusina arrancó, y con ella, los empleados, regresando al Instituto donde estudia aquel rubio de ojos verdes.

Ahí estaba otra vez, esa azabache caracterizada por su gran rubor parecido a un tomate, siendo besada por él modelo, el cual terminaba sus clases de esgrima.
¿Por qué ella tenía que esperarlo en sus deberes? Se preguntaba la asistente con el ceño fruncido, sin saber que él joven le había pedido a la fémina que le visitara para tener "inspiración" en vencer a sus contrincantes. Quería demostrarle lo grandioso que era en la esgrima, sin saber que la pequeña de los Dupain lo sabía de sobra.

— Hasta mañana, princesa. —Propició un beso en sus blanca frente, mientras la abrazaba, retirando unos cuantos cabellos.

— Contaré los segundos- No! H-Hasta- Eh- Igual. —Se corregía con nerviosismo.

Rió. Viendo como aún la fémina no se acostumbraba a aceptar que fueran pareja, después de aquella larga conversación donde le prometía millones de cosas.
Natalie, con rapidez, se despegó de el vidrio, fingiendo no haber visto nada. Acto seguido abrirse la puerta.

— Hola, Natalie. —Saludó con una radiante sonrisa, tal, que la incomodó tanto a ella como al gorila.

— Joven Adrien, su padre le espera en la mansión. —Regresó, sin más.

Aquella frase le provocó escalofríos al rubio, olvidando con rapidez la razón por la cual sonreía tanto. Su rostro se volvió serio, al mismo que asentía, haciendo saber a su compañera que le había escuchado. Ella se arrepintió de haberlo dicho tan seco. No le gustaba cuando él chico dejaba todo rastro de vida, haciendo el ambiente aún más pesado de lo que ya estaba. Rogaba internamente el volver rápido a su escritorio, salir de aquel auto metálico el cual la asfixiaba retirándole el aire de sus pulmones.

Bajó con exageración, llamando la atención de él menor de los Agreste y el chofer. La fémina tomaba bocanadas de aire, ¿qué pasó ahí adentro? ¿Por qué tan pesada la situación? Una mano pequeña pero reconocible se posó en el hombro de la mencionada. Volteó, él la veía, preocupado.

— ¿Te sientes bien, Natalie? —Demonios. ¿Por qué tenía que ser tan amable con todo el mundo?

— No es nada, joven Adrien. Vamos. —¿Y por qué ella tenía que ser tan seca?

¿Acaso no podrían llevarse bien? Ser amigos o decir uno que otro chiste para reír. Hace mucho que no sonreía, demasiado.
Abrió la puerta, dejando pasar al menor. Presenció al final de las escaleras, al diseñador en persona, con sus manos tras de sí, su postura seria demostraba superioridad.

— Hola, padre —Saludó Adrien con respeto.— ¿Me necesitas?

— Sólo rumores —Respondió.— ¿Es cierto que sales con la jovencita Dupain-Cheng?

Peor. El ambiente ahí era una tortura insoportable. Natalie notó como las pupilas de el ojos esmeralda se contraían, al mismo que un sudor frío recorría su rostro.

En la mirada de la Sancouer, se podía ver la duda y arrepentimiento.

Ella no era mala.

¿Verdad?

Simplemente, hace su trabajo.

¿No es así?




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