Única parte.

"Yo-ho-ho-ho, yo-hoho-ho", cantaba el "hombre" misterioso, tomando con una mano verde lo que parecía ser una pipa e impulsando el remo del bote con la otra.

Ray despertó sobresaltado, mirando alrededor. Tiritaba de frío. Sólo recordaba el beso que su madre le había dado antes de dormir.

-Lluvia...- susurró, mirando al "hombre"-. Recuerdo que escuché la lluvia sobre el techo. ¿Dónde estamos?

- Oh, así que lo recuerdas. Anoche llovió mucho- respondió el "hombre", sentándose en la popa del bote-. Hubo una inundación. Ahora estamos en el mar.

- ¡¿En el mar?!- exclamó Ray, incrédulo-. ¿Quién eres?-, espetó, alzando la voz y frotándose la cara.

- Me llamo Illya. Anoche te ahogabas. Yo pasaba junto a tu casa y te salvé. Al parecer nos sabes nadar.

- No, papá nunca quiso enseñarme. "California es un lugar muy seco y hay que ir hasta la costa si quieres nadar como se debe", dice papá.

- De verdad que es un lugar seco- dijo Illya, cambiando de mano la pipa y señalando con la otra el cielo nocturno-. Mira-, le dijo a Ray-, ¿qué es lo que ves?

Ray alzó la mirada. Entonces lo notó. Ahí, muy en centro junto a la luna, había una enorme esfera azul, del azul más intenso y maravilloso que jamás había visto en su vida.

- Ese es mi hogar- continuó Illya-. ¿Sabes? Antes mi planeta era rojo. Planeta rojo, le decían. Pero hace muchos años vinieron ustedes, y plantaron árboles, y con el tiempo esos árboles hicieron caer su tesoro. "Agua", la llaman. Nosotros la llamamos "madre". Nos llevaron a nosotros en recipientes, como mascotas para experimentos. Algunos de nosotros escapamos al mar, y en esas aguas jóvenes crecimos y evolucionamos.

- Illya, ¿de qué hablas? ¿Eres un pez? ¡¿Vienes de Marte?!-, soltó Ray, en bandolera.

-Fuimos peces- respondió Illya-, pero ahora somos algo distinto. Así como ustedes fueron simios. Allá arriba, en un tiempo muy lejano, vivimos juntos y en paz, unidos por un mar que no tiene fin. Como la vida.

- ¿Y a qué has venido, Illya?-, preguntó Ray, encogiendo los hombros.

- Jajaja- rió Illya, y su risa sonaba cristalina como el agua que salía de sus tráqueas-, sólo vine a darte un mensaje. Dentro de algunos años, si tu especie sigue como hasta hoy, el agua se acabará, y sus ríos y mares se secarán. Todo quedará en tinieblas, y las gotas podridas que caerán serán más negras que la oscuridad de la noche. Un día, cuando ya no quedé agua que tomar, beberán sus propias lágrimas. Y este se volverá un planeta rojo y triste, como lo fue el mío una vez.

- ¿En el futuro?

- El futuro es relativo, Ray. Para mí es el lugar en donde vivo. Para ti, es el lugar a donde vas.

De pronto, Ray sintió un estremecimiento en el agua. Pareció como si empezará a hervir y a elevarse a una velocidad increíble hacia el cielo.

- Es la hora-, dijo Illya-. Debo irme y tú debes regresar a casa.

- Pero, ¿qué debo hacer, Illya?-, gritó Ray, mientras el bote se partía por la mitad en la furia del agua.

- Dentro de algunos años serás famoso. Escribirás cosas y la gente te leerá. ¡Cuéntales sobre el futuro!-, gritó, respondiendo, pero su voz ya se alejaba, con la mitad del agua del mar fugándose con él-. ¡Adiós, Ray!

- ¡Adiós, Illya, no te olvidaré!-, gritó Ray, mientras el peso del mundo le cogía los pies y lo jalaba hacia el fondo del mar.

Ray despertó en su cama a la mañana siguiente, totalmente empapado. "Hubo una tormenta, hijo", le dijo su madre. "Tal vez tu ventana se quedó abierta, debes tener más cuidado", sentenció.

Aquel día por la tarde, en la piscina sucia del vecino y bajo el sol de Los Ángeles, un joven Ray Bradbury aprendió a nadar.

Algunos años después, bajo el mismo sol, pero en un tiempo y un mundo –no demasiado- distintos, un hombrecillo verde descansaba junto al mar.

- El viento hoy sopla fuerte- susurró Illya-. ¿En tu mundo todavía llueve, Ray?

"Yo-ho-ho-ho, yo-hoho-ho...". La canción va y se pierde con las olas. En algún sitio alguien canta una canción...

FIN.

Para mi hermano. Y también para 

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