•|CAPÍTULO CUATRO


Observo con detenimiento y tal vez con algo de curiosidad el papel que tengo entre mis manos.

La caligrafía es perfecta, puedo jurar que es mejor que la mía, esta letra parece a la de las películas de antaño.

Desde que llegué al departamento el cual comparto con Abby, no dejo de pensar en él: de nuevo.

—Maldición— gruño, me levanto del sofá y coloco el papelito sobre la mesa de centro.

Debo dejar de pensar en la posibilidad de llamarlo, es más para qué?

¿Para qué querrá que le hable?

Tal vez solo es una broma, pienso. Camino hasta la cocina en donde me dispongo a agarrar la rebanada de pie de manzana que Maggie me había obsequiado.

Me sirvo un vaso de leche, llevo el plato y el vaso a la sala y los coloco en la mesa de centro, enciendo el televisor, me dispongo a buscar algo que llame mi atención.

Frunzo al ceño al darme cuenta de la hora y de la tardanza de Abby.

Ella siempre llega temprano a casa y cuando no, me llama para avisarme. Checo mi celular solo para verificar si tengo alguna llamada o mensaje pero este no tiene ninguna notificación.

Busco el número en la agenda para llamarla, los tonos suenan paulatinamente, al cuarto tono me manda a buzón de voz.

Vuelvo a llamar y está vez, para mí alivio, Abby me contesta al tercer tono.

—¿Clare?— su voz suena lejana.

—Abby, ¿dónde estás?

Me concentro en poner atención a lo que se escucha en el fondo, pero solo escucho el ruido de los autos.

—Lo siento, se me pasó decirte que hoy llegaría tarde.

—¿Por qué?— Me acomodo en el sofá.

—Te lo cuento cuando llegue— promete. —Por ahora tengo que colgar ya que estoy conduciendo.

—Está bien, cuídate— ella se despide y yo cuelgo.

Después de un tiempo y de que yo haya terminado mi rebanada de pie y de ver el programa que pasaba por la televisión, libre de todo, mi mente voló de nuevo a la idea de marcar aquel número.

Con manos temblorosas y no entendiendo mi nerviosismo, agarré el papel y después el teléfono fijo para llamarle, necesito hacerlo, sacar de mi mente aquella curiosidad y comprobar que todo es una broma.

Sin darme cuenta ya estoy marcando en número y dirijo el teléfono a mi oído.

Escucho las tonadas, decido que al tercer tono colgaré y ya no llamaré pero, para mi mala suerte una voz ronca y con ese característico hablar lento, respondió.

—¿Señorita Jones?

La sorpresa de que él sepa que soy yo y sobre todo que no sea una broma me hizo tambalearme.

—¿Esta ahí?— preguntó, con un toque de humor en su voz.

—Buenas noches— saludé con nerviosismo; pasé mi mano por mí cabello. —Disculpe por hablarle a esta hora.

—Descuide— escuché el sonido de papeles siendo removidos. —Esperaba su llamada.

Aquello me tomó desprevenida, un sentimiento agradable y confuso se instaló en mi pecho, la idea de que alguien como él me dijera eso me hace sentir halagada.

—Sí... bueno, tenía que quitarme la duda del porqué de su información.

—¿Pensó que era una broma?— cuestionó.

Me siento en el sofá y miro distraídamente la revista de modas que de seguro trajo Abby, sobre la mesa de centro.

En la portada se encuentra una chica de ojos verdes y cabello teñido de un llamativo color rosa, en letras grandes dice el nombre de la chica.

Abro mis ojos al leer su nombre, aquella chica de hermosos rasgos al igual que un color de ojos que para poco tiempo, se me hacen familiares.

Grace Styles

Al parecer ella es la hermana pequeña de Harry, en la portada se puede observar vertida con un lindo vestido color amarillo claro y que se dividía de forma triangular en la superficie del busto.

—¿Sigue ahí, señorita Jones?— Su voz me trajo de nuevo, dejé de ver la revista y sentí mis mejillas enrojecerse.

—Sí, lo siento, me quedé pensando— murmuré.

—¿Se puede saber en qué?— Su tono de voz delató por completo, curiosa, una curiosidad que me cuestione que fuera real.

—En nada importante.

—Todo de usted es importante— susurró con un tono de voz sugerente.

Mi corazón palpito ante ello y mi respiración se formó irregular.

¿Qué trata de decir?

—¿Por qué me dió su número?— Pregunté, cambiando de tema drásticamente.

—Tengo una propuesta que hacerle— admitió.

Me sorprendí escuchar la seriedad que tomo de repente.

Frunzo el ceño; —¿qué tipo de propuesta?

—Una que nos beneficie a ambos— por alguna razón sentí una extraña sensación instalarse en la zona baja de mi vientre. Me removí ante aquella sensación, —pero me gustaría hablar eso personalmente.

Me quedé callada, recordando las últimas palabras que me dijo Jess antes de dejarme frente al edificio en donde vivo.

¿Observarme?

¿Por qué alguien cómo él me observaría?

—¿Le parece que nos veamos mañana en mi oficina?— Preguntó, dándome a elegir si quiero o no.

¿Quiero verlo?

Aunque me convenza de que él sólo es un hombre mas es este planeta y que no debo verlo nunca mas, la verdad es que una parte de mi quiere volver a verlo, es el primer hombre que me hace sentir de forma extraña.

Tal vez es la curiosidad la que me hace aceptar.

—Por supuesto.

—Bien— puedo imaginármelo, sonriendo. —La veo mañana a las... ¿le parece a las doce de la tarde?

Me puse a pensar si mañana tengo algo que hacer, mañana es domingo y la verdad es que puedo salir a esa hora si se lo pido a Maggie.

—Me parece bien.

—Bien, entonces la espero mañana— un escalofrío recorre mi cuerpo, —disfrute su noche. —Lamí mis labios ante su tono de voz.

—Igualmente.

Cuelgo antes de que me de un ataque al corazón, escuchar su voz solo me hace sentir de forma extraña.

Si así me siento con escuchar, ¿cómo me sentiré al verlo?

Dios, ¿en qué me metí?



Maggie me permitió salir temprano para tomar mi descanso, así que ahora me encuentro subiendo por el elevador —tratando de no entrar en pánico— al último piso.

Cuando ingresé al edificio, las dos recepcionistas me observaron con curiosidad aunque la otra chica me miró con desagrado.

La primera me sonrió y sólo me dijo un «te espera en su oficina» mientras la otra me miraba con sorpresa.

Ahora me encuentro en el elevador privado de Harry. Sí, resulta que aquella vez que subí por el elevador y no subió nadie fue porque este elevador es exclusivo para el dueño y ejecutivos importantes de la empresa.

La mujer de la recepción me dijo que subiera por este elevador y me explicó que es "exclusivo". Al principio no había entendido hasta ahora que al subir los demás me quedaron viendo con la boca abierta.

Como la vez pasada, esta vez tampoco subió nadie. Llego al último piso —para mí fortuna— y salgo de aquella caja metálica.

Para mi sorpresa y nerviosismo, Harry me espera frente a las puertas de su oficina.

Caminé tratando de no tropezar, esta vez me felicitó por venir un poco más arreglada: mi cabello rojizo está peinado en una trenza francesa y mi vestimenta no es tan descuidada. Me había sorprendido al descubrirme arreglándome para él.

—Bienvenida señorita Jones.

Él se encuentra con un impecable traje, su postura recta e intimidante me hizo tragar grueso. Su sola presencia me hace pensar de forma pecaminosa.

—Buenas tardes— saludé. Me aferré a la tira de mi bolso. Necesito de que sostenerme.

—Pasemos— mi cuerpo se estremece al sentir su mano posarse en mi cintura para guiarme al interior de su oficina. —No me pase llamadas— le comunico a la mujer que nos mira con desaprobación.

Por el rabillo del ojos lo veo sonreír con autosuficiencia.

El aroma de su colonia comparado de su olor natural me mandaron a un mar de sensaciones.

Me senté en la silla frente a su escritorio mientras él se sentaba en su lugar. Ambos nos miramos, de mi parte es por no saber que esperar y él solo me inspecciona.

—¿De qué trata su propuesta?— pregunté.

Harry sonrió, una sonrisa que a cualquiera —incluyéndome— te hace temblar de ¿placer? Sí, creo que esa es la palabra correcta para describir lo que comienzo a sentir.

Recarga sus codos sobre el escritorio, apoyando su mentón sobre sus manos entrelazadas.

—Seré directo— admite. —Me atrae— okey, estaba preparada para todo menos para esa confesión; tomo aire y me quedo callada. —Y quiero que tengamos una relación íntima— bien, estoy soñando.

Realmente esto no está pasando, en cualquier momento despertaré por mí despertador avisándome que ya es hora de ir a trabajar.

—Para que me entienda mejor— observo como pasa la punta de su lengua por en contorno de sus labios.

¿Acaso no se da cuenta que hasta en sueños me tienta?

—Quiero tener sexo con usted.

Mi respiración se atascó en mi garganta, parpadeo varias veces, tratando de despertar de este caliente sueño y si no lo es, entonces es una broma.

Mire toda la oficina, buscando alguna cámara oculta pero, no encuentre nada de eso.

—¿Señorita Jones?— preguntó, desconcertado al ver lo que hago.

—¿Es... es una broma?

Harry niega con una sonrisa divertida.

—Yo no bromeo señorita Jones— habla con seriedad, una seriedad que me hizo reconsiderar que todo esto no es un sueño ni una broma.

—¡¿Pero qué dice?!— grito, alterada.

¡¿Cómo se atreve a hacerme esa proposición?!

—Creo que me ha entendido perfectamente— su modo de hablar es tan indiferente, que me hace creer que toda esta situación no le importa; —quiero sexo con usted y estoy dispuesto a llegar a un acuerdo para ello.

—¿Qué?— pregunté  fuera de lugar. —¿Acaso me ve cara de... de... fácil?— dije lo mismo se me hace tan grosero.

—Para nada— niega, ofendido —no he dicho nada de eso.

Se levantó de su lugar y con pasos elegantes camina hasta mí. Verlo frente a mí y con esa postura que ya se me está haciendo tan conocida en él, me hace sentir de una forma, frágil.

—Sólo le he dicho que quiero...

—Sexo— terminé por él.

¿Sexo?

Sé como toda persona normal sobre aquel tema, sé lo que conlleva y sus consecuencias pero, cómo decirle que jamás he experimentado aquello que las personas practican por amor, pasión o simplemente por apareamiento.

Un tema del cual tengo conocimiento desde los ocho años, recuerdo que mi dulce y liberal madre me hablo sobre sexo en cuando le dije que me "gustaba" un niño de mi escuela.

Y gustaba entre comillas porque, al último descubrí que sólo me gustaban sus colores.

En un movimiento torpe y un poco descolocada por lo anterior me levanté.

—Se ha equivocado conmigo, señor— me sobresalté al escuchar un gruñido de su parte, cuando pronuncié lo último.

—No, no me he equivocado— murmuró, con la voz ronca. Se acercó a mí, sin tocarme, sólo nuestras respiraciones mezclándose, deseé poder besarlo.

—Quiero que usted sea mi sumisa— sentenció, mirando mis labios con la mirada oscurecida.

C a p í t u l o    r e e s c r i t o    y    m o d i f i c a d o.

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