EL PEQUEñO VAMPIRO Y EL ENIGMA DEL ATAUD 12
Angela Sommer-Bodenburg
El pequeño vampiro y el enigma del ataúd
Murciélago de biblioteca
-¡Anton, está aquí la doctora D9sig!
Aquélla era la voz de la madre de Anton.
-Sss, sí -gruñó Anton.
Y entonces se abrió la puerta de la habitación y entró la médico de cabecera, seguida por la madre de Anton.
-¿Tienes la varicela? -preguntó dejando el maletín junto a su cama.
-Humm, eso parece -dijo Anton.
Para entonces tenía todo su cuerpo cubierto de manchas rojas. Algunas manchas -como describía la Enciclopedia de la Salud- ya habían formado pequeñas ampollas.
-Efectivamente, es varicela -confirmó la doctora D9sig después de examinarle-. Eso significa que no podrás ir al colegio hasta que no se te hayan secado y hayan formado costra todas las ampollitas.
-¿Y cuánto tiempo dura eso? -quiso saber la madre de Anton.
-Oh, puede durar diez días o más -contestó la doctora D9sig.
-¿Quééé, tantoooo? -exclamó Anton.
-Seguro que no te importa nada -opinó la doctora D9sig, guiñándole un ojo-. Quedarse tranquilamente en casa mientras todos los demás tienen que estudiar y que hacer exámenes...
¡Eso es el sueño de todo alumno!, ¿no?
-Bueno, sí... -dijo Anton estirando las palabras y mirando a su madre-. Sólo estaría la mitad de mal si no me aburriera tan horriblemente...
-¿Te aburres? -dijo la doctora D9sig, metiendo otra vez en su maletín el estetoscopio con el que había auscultado a Anton-. Pero si a ti te encanta leer, ¿no?
¡Aquélla era justo la palabra clave que Anton había estado esperando!
-Eso es cierto -dijo astutamente-.
Yo soy un auténtico..., ¿cómo se dice?..., un auténtico murciélago de biblioteca, pero por desgracia estoy bastante débil económicamente.
-¿Débil económicamente?
-¡Sí! ¡Es que mi madre no puede soportar mis libros favoritos y nunca me compraría uno!
-¿Te refieres a tus libros de vampiros? -preguntó la doctora D9sig.
A instancias de su madre, la doctora D9sig le había hecho una vez a Anton un análisis de sangre, y entonces, naturalmente, se había enterado de que él estaba interesadísimo en todo lo que tuviera alguna relación con los vampiros.
Anton asintió con la cabeza.
-Sí. Mi madre no los tocaría ni con pinzas.
-¿De verdad? -dijo la doctora D9sig sonriendo disimuladamente.
-¡Ahora estás exagerando! -replicó la madre de Anton-. Yo lo único que he intentado es atraerte hacia algo..., bueno, hacia una literatura más valiosa. ¡Pero si tanto te aburres -prosiguió-, cuando vaya a la ciudad te compraré un libro de "vampiros!"
-Pero que sea gordo, por favor -dijo Anton riéndose satisfecho para sus adentros.
Un veleta
Y en efecto: su madre le llevó un grueso volumen. En la cubierta, negra como el carbón, ponía: "La dama de la mirada de plata. Historias de vampiros para expertos".
Con grandes esperanzas Anton lo abrió por el índice. Su alegría aumentó todavía más cuando descubrió que aún no conocía -¡por increíble que parezca!- la mayoría de las historias.
A Anton las horas siguientes se le pasaron volando. Cuando terminó de leer la primera historia (una historia enormemente emocionante titulada "La cosa negra de la cripta de los antepasados"), empezó inmediatamente la segunda ("El horrible misterio de la baronesa Von B."), que era incluso más emocionante y mantenía todavía más en tensión que la primera.
Mientras leía, su padre le llevó a la cama un té de menta y bocadillos, y su madre le encendió la lámpara de la mesilla de noche..., pero Anton estaba tan concentrado que apenas prestó atención a lo que ocurría a su alrededor. Incluso se mostró indiferente cuando le tomaron otra vez la temperatura (el termómetro siguió marcando 38º C).
De pronto llamaron a su ventana y Anton se quedó absolutamente perplejo en un primer momento. Pero luego vio la negra figura allí fuera, sobre el alféizar de la ventana, y se levantó de la cama de un salto.
Abrió la ventana y se encontró con el pálido rostro del pequeño vampiro.
-Eh, dime, ¿qué es lo que te ha pasado? -dijo el pequeño vampiro, deslizándose como si tal cosa desde el alféizar de la ventana al interior de la habitación-. ¡En comparación con tus espinillas Lumpi tiene la cara más delicada y más suave que el culito de un niño! ¡Ji, ji, ji!
-No son espinillas -repuso Anton.
-¿No? -se rió burlón el vampiro-.
¿Qué son, furúnculos?... O mejor aún: ¡carbunclos!
-Es la varicela -declaró Anton.
(Varicela literalmente en inglés significaría pústulas de viento)
-¿Varicela? -dijo el vampiro con una risa ronca-. ¡Probablemente la tienes porque eres un "veleta"! ¡Ja, ja, ja!
-¿Yo? -inquirió Anton.
-¿Insinúas acaso que el "veleta" soy "yo"? -bufó el vampiro-. ¡Ja, a lo sumo soy "aerodinámico", por lo superrápido que puedo volar!
-¡Por mí puedes ser requetesuperaerodinámico -repuso Anton-, pero estas manchas se llaman "varicela" por un motivo completamente distinto!
-¿Sí? ¿Por cuál?
-Se llaman varicela porque es terriblemente contagiosa. Tan contagiosa que se transmite incluso por el aire. (Aquello se lo había contado a Anton la doctora D9sig). Yo te hubiera prevenido, pero como has entrado sin preguntar...
-¿Contagiosa? -repitió el pequeño vampiro-. ¿Crees tú que yo también podría cogerla?
-Es posible -dijo Anton-. ¡Pero yo no tengo la culpa! -recalcó-. ¡Tú no deberías haber entrado así, sin más, en la habitación!
-¿Y quién ha hablado de culpa?
-contestó el pequeño vampiro-. "Mérito" sería más apropiado.
-¿Qué quieres decir con eso? -preguntó desconfiado Anton.
-Bueno... -dijo el pequeño vampiro tirándose de sus largas y enmarañadas greñas-. A mí no me importaría nada que tú me pegaras esas pústulas ventosas.
-¿Y cómo es que quieres tener la varicela "tú"? -preguntó perplejo Anton.
El vampiro soltó una risa gutural.
-¿No te lo imaginas?
-¡No!
-¡Es por Olga!
-¿Olga?
-¡Sí, señor! -dijo el pequeño vampiro, en cuyos ojos apareció una expresión radiante como siempre que se hablaba de su querida Olga-. Ésa sería "la" sorpresa para ella -dijo entusiasmado-. ¡Y así podría estar por fin a la misma altura que Lumpi!
-¿Cómo que... a la misma altura que Lumpi?
-¡Ja, pues sí! Entonces Olga ya no podría decir que soy tan crío que parezco un biberón.
-¿Cómo que un biberón?
Anton tuvo que reírse aunque no quisiera. ¡Lo de que Rüdiger parecía un biberón era demasiado gracioso!
-¡Pero si tú ya no bebes nada de leche!... -dijo Anton cuando se serenó.
-¡Por supuesto que no! -confirmó el pequeño vampiro con voz de ultratumba y mirando al mismo tiempo fijamente el cuello de Anton.
-Yo..., eh... -murmuró Anton, que se estaba arrepintiendo ya de haber hecho aquella observación tan a la ligera-. ¡Yo creo que tú pareces un pequeño vampiro completamente normal!
-¡Precisamente por eso! -dijo el vampiro soltando un profundo suspiro.
Eso es justo lo que a Olga le molesta de mí: ¡que tenga un aspecto completamente normal y que sea tan pequeño!
Entrelazó sus flacas manos e hizo crujir los nudillos.
Autoservicio
-¿Y eso cómo lo sabes? -preguntó Anton.
-¿El qué?
-¿El qué va a ser? ¡Lo del biberón!
-Lo sé por Richard el Rencoroso -contestó el vampiro-. Vino de nuevo ayer por la noche y nos transmitió las últimas novedades del mundo de los vampiros.
-¿Las últimas novedades del mundo de los vampiros? -preguntó agitado Anton.
-¡Sí! -gruñó el vampiro.
-¿Y qué? -le urgió Anton-. ¿Dijo algo de Olga?
-¿Crees acaso que hubiera venido aquí si no? -repuso el vampiro.
Anton se quedó desconcertado.
-¿Sólo has venido aquí por Olga?
-preguntó.
-No, no sólo -dijo el pequeño vampiro-. ¡He venido sobre todo por tu caja de acuarelas!... ¡Y por tus pinturas de cera y por tus lápices de colores! -añadió.
Anton resolló.
-Caja de acuarelas, lápices de colores, pinturas de cera... ¡Yo no soy un autoservicio!
-¡Ah, ¿no?! -dijo el vampiro con una suavidad nada natural, y volvió a mirar fijamente el cuello de Anton.
-¡No! -declaró Anton con voz firme-. Y además, ¿para qué necesitas esas cosas?
-¿Que para qué? -dijo el pequeño vampiro riéndose con un graznido-.
¡Estoy haciendo un curso intensivo!
-¿Un curso intensivo? -repitió incrédulo Anton-. ¿En la escuela nocturna o qué?
-Sí, se podría decir que sí.
-¿Y de qué estás haciendo el curso? -preguntó Anton con un tonillo sarcástico-. ¿De inscripción de ataúdes quizá?
Entonces el pequeño vampiro se rió irónicamente.
-¡Es un curso intensivo de pintar soles, organizado por la escuela nocturna "Limpia el tocino"!
"Fege" ("limpia"), "Schwarte" ("tocino"); juego de palabras con Schwartenfeger.
-Ah..., -dijo Anton.
¡O sea, que el pequeño vampiro necesitaba esas cosas para el programa de entrenamiento del señor Schwartenfeger!
-Pero si quieres limpiar el tocino, una escoba sería mucho más útil -observó.
-Ahórrate tus chistes -gruñó el vampiro-. Más vale que saques las pinturas.
-¿No te parece que el tono que empleas es algo..., hum..., improcedente? -repuso Anton.
-¿Improcedente?
-¡Por supuesto! Entras aquí y no paras de increparme groseramente...
¡Me parece a mí que éste no es el método apropiado para convencerme de que te dé mis pinturas y mi caja de acuarelas!
El pequeño vampiro miró anonadado a Anton. Al parecer no había contado con que Anton pusiera dificultades.
-¿Quiere eso decir que me vas a dejar en la estacada? -siseó.
-No, no significa eso -respondió Anton-. Pero si, como tú mismo dices, sólo has venido aquí por Olga, no se puede hablar precisamente de amistad... ¡Creo yo, por lo menos!
El vampiro se rascó la cabeza para pensar, sin duda, una respuesta.
-Te lo debo de tener que suplicar de rodillas, ¿no? -gruñó luego.
-¡No! Debes comportarte como un amigo... ¡Y la amistad -completó Anton- es siempre algo recíproco!
Se fue a su escritorio y rebuscó en su cajón hasta que encontró la caja de acuarelas, los lápices de colores y las pinturas de cera.
-¡Toma! -dijo-. Te las doy... ¡si "tú" me cuentas a mí a cambio las últimas novedades del mundo de los vampiros!
El pequeño vampiro agarró como una centella las cosas y las hizo desaparecer debajo de su capa.
-Encantado -dijo con falsa amabilidad-. Te las contaré la próxima vez.
-¡Eso es injusto! -protestó Anton.
-¿Injusto? ¿No acabas de explicar largo y tendido que la amistad es algo recíproco? Pues ahora las cosas han cambiado de dueño, ¡Ji, ji, ji...!
Exactamente como tú querías.
-Yo en lugar de Anton cambiaría otra cosa completamente diferente -dijo entonces una voz clara y ligeramente ronca-. ¡Cambiaría de amigo!
El pequeño vampiro, que ya estaba en el alféizar de la ventana con los brazos extendidos para salir volando, se quedó pasmado.
Desfile de modelos
Cuando se recuperó de su sorpresa exclamó furioso hacia el oscuro exterior:
-¡Eh, tú has debido de olvidar lo desagradable que puedo llegar a ser cuando me siguen para espiarme!
-No, no lo he olvidado -dijo la voz, y luego aterrizó Anna en el alféizar de la ventana.
-¡Espero! -dijo el pequeño vampiro.
Anna no respondió, pero puso una cara sombría.
Anton se sintió intrigado por lo que el pequeño vampiro había querido decir, pero dejó la pregunta para después, cuando estuviera a solas con Anna.
-¿Y entonces por qué estás aquí...
si "no" querías espiarme? -le preguntó el pequeño vampiro a Anna con brusquedad.
-¿Que por qué? -dijo Anna mirando con una tierna sonrisa a Anton-.
Porque tengo que hablar una cosa con Anton.
-¿Hablar? -dijo arrogante el pequeño vampiro-. ¿Desde cuándo se habla en los desfiles de modelos?
Anna cerró los puños.
-¡Asqueroso! -siseó.
-¿Yo? -se hizo el desconcertado el pequeño vampiro-. ¿Acaso no quieres enseñarle a Anton tu nuevo vestido lila?
Con esas palabras le levantó ligeramente la capa a Anna, de modo que también Anton pudiera ver el dobladillo lila.
Anna se puso colorada.
-Eres un cerdo -dijo-. ¡Pero espera y verás!
Y antes de que el pequeño vampiro supiera qué era lo que le iba a ocurrir, Anna le levantó la capa "a él".
Anton comprobó sorprendido que Rüdiger tenía un traje de color amarillo intenso debajo de la capa, un chándal cuyas perneras estaban cortadas a la altura de las rodillas. Examinó asombrado los deshilachados bordes...
cuando, de repente, se le cayó la venda de los ojos:
-¡Pero si es mi chándal! -exclamó-. ¡Lo has cortado sin preguntarme!
El pequeño vampiro se rió apocado.
-Tuve que hacerlo -se defendió.
Luego pasó al contraataque-. ¿O querías acaso que mis parientes me echaran de la cripta?
-¡No, claro que no! -respondió enojado Anton-. Pero ¿qué tiene eso que ver con "mi" chándal?
-Oh, mucho -dijo el pequeño vampiro-. Además, tú seguro que no quieres que mi querida tía Dorothee haga trapos con tu traje. ¿A que no?
-¿Trapos?
-¡Vaya que sí! Como tía Dorothee se entere de que llevo un traje de un color totalmente antivampiresco, te garantizo yo que te lo despedazaría -ris, ras- en un montón de trapitos para limpiar.
Anton notó cómo le invadía una rabia sorda.
-!"Tú" no debes de haber oído nunca que hay que ser respetuoso con la propiedad ajena, ¿no?! -exclamó con voz bronca.
-¿Cómo dices? -dijo el pequeño vampiro con fingida indignación-. Si no lo hubiera sido, ¿tú te crees que hubiera escondido tan concienzudamente tu traje a los ojos de mis queridos parientes?
-¡Ja, lo que tenías que haber hecho era no llevarlo puesto siquiera en la cripta! -repuso alterado Anton-. ¡Deberías haberlo dejado en casa del señor Schwartenfeger!
-Ah, ¿de veras? -dijo el vampiro rechinando divertido sus afilados dientes-. ¡Antes de fanfarronear de esa manera deberías acordarte de lo que te he dicho hace ya un cuarto de hora!
-¿Y qué es de lo que me tengo que acordar, si se puede saber? -gruñó Anton.
El pequeño vampiro se rió irónicamente.
-De que estoy haciendo un curso "intensivo". ¡Y una parte de ese curso intensivo consiste en que tengo que llevar día y noche algo amarillo directamente sobre la piel!... Y además, ya apenas como -completó mirando el cuello de Anton.
-Pobre Rüdiger -dijo Anna-. ¡Y todo eso solamente por Olga!
El pequeño vampiro sonrió halagado..., a pesar del tonillo burlón de la voz de Anna.
-Sí, todo solamente por Olga -confirmó. Y luego dijo en voz baja y amenazante-: Por cierto, yo en tu lugar tendría más cuidado con lo que dices. ¡Acuérdate del depósito de ropa!
-¡Asqueroso! -bufó Anna.
Anton se preguntó a qué "depósito de ropa" se referiría el pequeño vampiro. Parecía que era algo con lo que él podía presionar a Anna...
-Bueno, y ahora me tengo que ir volando -declaró el vampiro-. A pintar soles, ver diapositivas, relajarme... Ya casi no sé dónde tengo la cabeza.
-¡Sí, yo tengo también "esa misma" impresión! -dijo Anna..., pero en voz tan baja que el pequeño vampiro, que había salido volando por la ventana con un par de fuertes brazadas, seguro que no la oyó.
El viento nocturno apacible y ligero
-¡Pues ahora hasta me alegraría de que viniera pronto Olga! -le dijo ella furiosa a Anton.
Él la miró algo perplejo.
-¿Te alegrarías?
-¡Sí! Así, por lo menos, Rüdiger ya no podría entonar sus cantos de alabanza a Olga. Él la vería como realmente es, con todos sus defectos y sus fallos. En estos momentos podría uno pensar que Olga es la Condesa Hulda en persona.
-¿La Condesa Hulda?
-Sí, la tía del Conde Drácula.
Dicen que ella era la belleza y la dulzura en persona.
-¿Era? -preguntó Anton.
-Ella, lamentablemente, ya no está entre nosotros.
Anna se pasó la mano por los ojos y soltó un ligero y afligido sollozo.
-Pero Olga -añadió ella inmediatamente elevando la voz- no tiene el más mínimo parecido con la Condesa Hulda, ¡por mucho que se haya criado en el castillo vecino!
-¿Aún no sabéis seguro cuando viene? -preguntó cautelosamente Anton.
-Rüdiger dice que dentro de trece días. Afirma que tiene esa corazonada.
-¿Va esta noche también a visitar al señor Schwartenfeger? -preguntó Anton.
-¡Seguro que sí, porque está haciendo el curso intensivo! -dijo Anna riéndose sarcásticamente-. Yo he intentado hablar con él con toda tranquilidad... Le he dicho que vuelva a reflexionar sobre el programa del señor Schwartenfeger y que no se precipite. ¿Y sabes lo que me ha contestado?
-No. ¿El qué?
-¡Que meta las narices en mis propios asuntos! Que yo soy la última que puede darle consejos "a él". Que yo escondo vestidos en el armario de un ser humano. Y que si sigo hablando mal de Olga, tendrá que denunciar mi depósito de vestidos ante el Consejo de Familia.
-¡Qué asqueroso! -dijo Anton, que ahora comprendió también a qué "depósito de vestidos" se refería el pequeño vampiro: ¡a su propio armario, el de Anton! Pensó con gran malestar que una denuncia ante el Consejo de Familia podría tener consecuencias extraordinariamente desagradables para él: por ejemplo una visita de tía Dorothee...
-¡Sí, es como para machacar ataúdes! -exclamó Anna agitando sus pequeños puños-. Pero ahora tenemos que hablar de otra cosa -dijo, y poniendo una voz tierna añadió-: ¡Estarás empezando a creer que ya me eres completamente indiferente!
-¿Cómo se te ocurre eso?
-Bueno, pues... -dijo sonriendo avergonzada Anna-. Las manchas rojas que tienes en la cara..., te hubiera debido preguntar hace ya mucho.
Pero no he querido por Rüdiger, pues no hubiera hecho más que chistes estúpidos.
Se acercó a Anton.
-¿Te duelen?
-No -dijo Anton retrocediendo un paso-. Pero son muy contagiosas.
-¿Contagiosas? ¿Tú crees que yo también las podría coger?
-No lo sé. Rüdiger ha dicho que ojalá las cogiera "él"..., por Olga, para parecer mayor y más maduro.
Una sombra se apoderó rápidamente del rostro de Anna.
-¿Rüdiger? ¡Si le pegas las manchas a alguien, ese alguien quiero ser yo y nadie más que yo!
-Hum..., no creo que eso sea posible. O cogéis los dos la varicela o no la cogéis ninguno.
-¿Varicela? ¿Se llama así?
Anton asintió.
-¡Qué bonito! -dijo Anna aplaudiendo-. El viento nocturno, apacible y ligero _, envía los granos por el mundo entero -rimó.
-¡Chissss! -susurró Anton-. Que, si no, mis padres todavía van a pensar que estoy delirando de fiebre.
-¿Tienes fiebre? -preguntó consternada Anna.
-Sí.
-¿Y por qué no estás en la cama?
Ella le miró con los ojos muy abiertos.
-Cuando tiene uno visita...
-Por mí no debes andar por la habitación -dijo ella-. ¡Todo lo contrario!
Anton notó que se le ponían las orejas coloradas.
-¿Qué era lo que querías hablar conmigo? -preguntó él rápidamente con la voz ronca.
-Lo primero que vieras mi nuevo vestido -contestó ella-. Sí, y luego te quería contar lo que he averiguado sobre la ceguera nocturna de tío Igno.
-¿Sobre su ceguera nocturna? -dijo Anton, y se le aceleraron los latidos del corazón-. ¿No quieres contarme primero "eso"?
Anna puso hocico y dijo:
-Mi nuevo vestido te tiene absolutamente sin cuidado, ¿no?
-No, claro que no -aseguró Anton-. Es sólo que... -tosió-. Es que siento mucha curiosidad. Y si primero me cuentas lo de Igno Rante, podré concentrarme después mucho mejor en tu vestido.
Aquello pareció convencer a Anna.
-Está bien -asintió yéndose a la cama de Anton y poniéndose cómoda a los pies de la misma-. ¡Ven, Anton!
-exclamó haciéndole señas para que se acercara.
Anton cogió la silla de su escritorio, la puso delante de la cama y se sentó a horcajadas en ella.
-Bueno, ¿y qué es lo que has averiguado? -preguntó, ya que Anna lo único que hacía era mirarle con una cariñosa sonrisa y sin decir nada.
-¿Que qué he averiguado? -preguntó con una risita-. ¡Que tú eres mi ser humano favorito en todo lo largo y ancho de este mundo!
Apocado, Anton desvió la mirada.
Miró fijamente sus pies desnudos, que estaban repletos de innumerables granos.
"¡Seguro que ahora tengo la cara exactamente igual de colorada que estos puntitos!", pensó.
No toda la verdad
-Sí, y como eres mi ser humano favorito, te voy a contar ahora de lo que me he enterado sobre la ceguera nocturna de mi tío Igno -oyó decir a Anna.
Ella volvió a inspirar profundamente.
Anton la miró expectante.
-Bueno, pues... -empezó Anna-.
Anoche fui a ver a tía Dorothee y le dije que tenía que saber lo más posible sobre la ceguera nocturna de tío Igno para poder hablar en su favor en la próxima sesión del Consejo de Familia el lunes.
-¿Qué?... ¿Hoy se reúne el Consejo de Familia?
-No, dentro de una semana. Entonces tía Dorothee me confió que tío Igno ha estado débil de los ojos desde siempre. Que era algo característico de la familia Rante..., una especie de ceguera genealógica o algo parecido. Que además él leía mucho.
Que ya de niño se pasaba las noches enteras leyendo con la linterna debajo de la tapa del ataúd.
-¿Habéis hablado también del señor Schwartenfeger? -preguntó Anton.
-¿Del señor Schwartenfeger? ¡No!
¿Por qué íbamos a hablar de él?
-¡Es que yo sospechaba que la ceguera nocturna le podía haber venido a Igno Rante por el aparato luminoso del señor Schwartenfeger!
-Tú y tu señor Schwartenfeger -dijo divertida Anna.
-?"Mi"? ¡Será "vuestro"! -contestó Anton-. ¡Es "Rüdiger" el que está haciendo el programa de entrenamiento con el señor Schwartenfeger!
!"Yo" sólo estoy preocupado por vosotros!
-¿Sólo preocupado? -dijo Anna frunciendo la boca y con una risita-.
Ya, ya... ¡Lo que estás es celoso!
-¿Celoso yo? ¿Del señor Schwartenfeger acaso? ¿O de su aparato luminoso?
-No. De tío Igno, porque me regala bonitos vestidos y porque quiere hacerse amigo mío. Pero tú con tus celos ves engaños por todas partes.
-¡Efectivamente! -confirmó Anton con gesto hosco-. Por lo que respecta a tu tío Igno sí que veo engaño.
-No te preocupes -dijo Anna muy suave-. ¡Yo nunca te seré infiel ni aunque tío Igno me regale una "fábrica" de vestidos entera!
Aquélla fue para ella la palabra clave: con un movimiento rápido se quitó su capa de vampiro por encima de la cabeza.
Ahora también Anton pudo ver el nuevo vestido. Era lila pálido y le quedaba que ni pintado.
-¿Te gusta el vestido? -preguntó Anna con una sonrisa avergonzada.
Anton asintió.
-Sí -dijo, y no era mentira. El vestido le gustaba bastante..., aunque no para Anna. A ella, en su opinión, le sentaban mucho mejor la vieja y agujereada capa y los leotardos de lana.
Anna pareció notar que Anton no había dicho toda la verdad.
-¿Y cómo me encuentras "a mí"?
-preguntó.
-¿A ti?
Pensó qué era lo que debía decir...
y entonces se acercaron unos pasos.
-¡Seguro que es mi madre! -susurró sobresaltado Anton.
-¿Tu madre?
En un abrir y cerrar de ojos Anna se puso su capa y se subió al alféizar de la ventana.
-¡Hasta pronto, Anton! -dijo; luego extendió los brazos y salió volando.
Anton se fue corriendo a la ventana y la cerró rapidísimamente..., justo a tiempo, antes de que entrara su madre.
-¿Cómo, no estás en la cama?
-exclamó ella.
-No, yo... -dijo Anton regresando a la cama y tapándose con la manta-.
Quería activar mi circulación sanguínea -declaró..., recordando las palabras de tía Dorothee en el depósito de agua.
-¿Tu circulación sanguínea? -dijo incisiva su madre-. Cuando el asno se siente demasiado bien se va a bailar al hielo, ¿no?
Expresión alemana que significa que el tonto tiende a sobrestimarse.
-¿Asno? ¿Qué asno? -se hizo el ignorante Anton-. Pero lo de sentirse bien es cierto. Yo creo que ya casi no tengo fiebre. -Señaló el grueso libro negro que había junto a su cama y dijo-: Eso es por estas estupendas historias. ¡Los vampiros me hacen el mismo efecto de una medicina!
Su madre frunció los labios en una sonrisa dubitativa.
-Vamos a esperar a ver qué marca mañana temprano el termómetro -contestó ella-. ¡Bueno, y ahora apaga ya de una vez la luz!
-Ya pensaba hacerlo sin que me lo dijeras -respondió él apretando el interruptor de la lámpara de la mesilla de noche. ¡A oscuras podía pensar mucho mejor en Anna y en el pequeño vampiro!
Pero no consiguió demasiado: apenas se alejaron los pasos de su madre, Anton se quedó dormido.
Tiempo para reflexionar
Pero a la mañana siguiente Anton también tuvo mucho tiempo para reflexionar... y también la cabeza más fría, pues le había bajado la temperatura a 37,8ºC.
Mientras estaba en la cama, apoyado en un par de gruesos cojines del sofá, intentó acordarse con la mayor exactitud posible de todo lo que había hablado la noche anterior con Anna y con Rüdiger.
Estaba primero lo del curso intensivo, por el cual el pequeño vampiro (Anton rechinó rabioso los dientes) había cortado su chándal.
Y después, cuando el pequeño vampiro ya se había ido volando con la caja de acuarelas, las pinturas de cera y los lápices de colores de Anton, Anna le había informado de lo que había averiguado sobre Igno Rante.
Aunque... ¡lo de "averiguado" era mucho decir!, pensó Anton ahora. Anna lo único que había hecho había sido ir a tía Dorothee y preguntarla.
Y en opinión de él, Anna se había contentado demasiado pronto con lo que tía Dorothee le había contado.
¿No había que poner en duda aquello de que la ceguera nocturna de Igno Rante era de familia, una "cierta ceguera genealógica", como Anna había dicho?
¿Y qué pasaba con la observación de Anna de que Igno Rante ya desde niño leía mucho?
"Ya de niño se pasaba las noches enteras leyendo con la linterna bajo la tapa del ataúd"... Sí, ésas habían sido aproximadamente las palabras de Anna.
Aquella frase ya le había sonado rara a Anton la noche anterior.
Y ahora, a plena luz del día, le parecía todavía más extraña.
Se bebió una taza de la infusión que su madre le había puesto junto a la cama y se esforzó por aclarar sus pensamientos.
Así pues, Igno Rante tenía que haberse convertido en vampiro cuando era "niño", exactamente igual que Rüdiger y Anna Von Schlotterstein.
Pero no era aquel hecho lo que sorprendía y confundía a Anton.
No, era la circunstancia de que Igno Rante no "había seguido siendo" un niño, sino que "se había convertido" en un vampiro adulto.
¿Y no le había contestado el pequeño vampiro que es que había muerto cuando era un niño al preguntarle Anton la primera vez que le vio que por qué era tan pequeño? ¿Y Lumpi, también, no tenía que seguir en la pubertad durante toda su "vida" porque se había convertido en vampiro en sus años de adolescencia?
Anna, por lo que él sabía, era la única de los tres niños-vampiro en la que aún se podía desarrollar alguna cosa: ¡sus dientes de vampiro!
Anton se bebió una segunda taza de la infusión. Ahora tenía que pensar paso a paso; no debía pasar nada por alto; no debía sacar conclusiones precipitadas.
La primera posibilidad consistía en que en realidad Igno Rante sí se hubiera convertido en vampiro siendo ya un "adulto".
Entonces lo único que habría hecho era darse importancia ante tía Dorothee cuando había afirmado que ya siendo niño leía con la linterna bajo la tapa del ataúd.
Y que Igno Rante era un maestro en el embuste y en la adulación lo había demostrado en el caso de Anna: ¡con los vestidos que le regalaba había conseguido que Anna le cogiera tanto cariño que hasta le llamaba "tío Igno"!
La segunda posibilidad, sin embargo... (aquí a Anton se le quedó parado el corazón durante un segundo...), era que, a pesar de todo, Igno Rante no fuera un auténtico vampiro...
Llegado a aquel punto en sus reflexiones, Anton se sirvió infusión por tercera vez. Su madre había dicho que tomar infusiones era bueno contra la fiebre y la varicela, y además le calmaba los nervios.
Y de hecho, después de tomarse la tercera taza de infusión, a Anton le pareció más bien ridículo lo de que quizá, a pesar de todo, Igno Rante no fuera un auténtico vampiro.
¡Si Igno Rante fuera un ser humano, garantizado que la primera que se habría dado cuenta hubiera sido tía Dorothee! Al fin y al cabo ella era el vampiro más peligroso de la familia Von Schlotterstein. Y a pesar de ello... la aseveración de Igno Rante de que él "ya de niño se había pasado las noches enteras leyendo con la linterna bajo la tapa del ataúd" le había causado a Anton una extraña inquietud. Le parecía como si ya se hubiera desvelado un poco el misterio que rodeaba a Igno Rante...
En ese momento le empezaron a picar terriblemente los granitos de la barbilla..., como para devolverle a Anton a la cruda realidad.
Furioso, pegó un puñetazo en la manta. ¡Si no hubiera cogido aquella asquerosa varicela, hubiera ido ya la tarde anterior en su bicicleta al depósito de agua y hubiera intentado encontrar de nuevo Villa Vistaclara, que era donde Igno Rante (eso lo sabía Anton desde el sábado por la noche) tenía su guarida!
¡Y allí, en Villa Vistaclara, Anton estaba convencido de que se desvelaría completamente el misterio!
Pero con sus cientos de granos de varicela (¿o acaso eran miles?) Anton sólo podía hacer una cosa: ¡esforzarse por estar curado lo más rápidamente posible!
Un experto en árboles
A partir de ese momento Anton fue un paciente verdaderamente ejemplar.
Dormía mucho, leía poco y se bebía sus infusiones. No cedía ni ante los más fuertes picores. En vez de rascarse, donde le picaba se echaba un poco de los polvos que le había recetado la doctora D9sig.
El jueves (el segundo día que no tuvo fiebre), le dejaron levantarse y vestirse. Sí, su madre le propuso incluso ver la televisión en el cuarto de estar.
Pero Anton no hizo uso de aquella inusitada y magnánima oferta. Por un lado, porque la programación de las mañanas no era muy de su agrado y, por otro, porque él tenía previsto hacer algo más importante: cogió el plano de la ciudad y lo desplegó en el suelo del cuarto de estar.
Anton tardó un rato en encontrar el depósito de agua en medio de aquella confusión de calles y plazas. Pasó pensativo el dedo índice por el círculo rojo del plano, que era del tamaño de la cabeza de un alfiler, y bajo el cual, en letras minúsculas, ponía "depósito de agua".
El sábado por la noche tía Dorothee e Igno Rante habían estado sentados delante de la torre y desde allí habían partido hacia la guarida de Igno, acompañados por Anna. Habían atravesado el bosquecillo en dirección norte y luego se habían metido por una de las calles limítrofes. Pero ¿por cuál?
Con la frente fruncida Anton miró el plano de la ciudad. Podían ser tres calles: o la Avenida de los Castaños o la Calle de los Abedules o el Camino de los Álamos.
Cerró los ojos y reflexionó. Posiblemente los nombres eran una referencia, ¿o no?
¡Sí! De repente Anton se acordó de que la calle en la que se encontraba Villa Vistaclara estaba bordeada por grandes árboles, árboles con troncos gruesos y nudosos y copas frondosas.
Delante de su casa también había un árbol parecido y Anton sabía que era un castaño.
Por el contrario, los abedules (eso lo había aprendido en clase de Naturales) tenían un tronco blanco y llamativamente delgado, y los álamos también eran árboles altos y delgados.
Anton contrajo la boca en una risita de aprobación: ¡parecía que era un auténtico experto en árboles! Y no sólo en árboles... Con cierto orgullo pensó que él solito había averiguado en qué calle estaba Villa Vistaclara: ¡en la Avenida de los Castaños!
Al final Anton se apuntó en una hoja las calles por las que tenía que ir para llegar a la Avenida de los Castaños. Le salió una lista bastante larga, y con cada nombre de calle que Anton había ido escribiendo le había ido aumentando la impaciencia.
¡Hubiera querido montarse en su bicicleta en aquel mismo momento!
Pero eso no hubiera sido una buena idea..., aunque sólo fuera por los cotilleos y los chismorreos de los vecinos, con la señora Miesmann a la cabeza.
¡No, le preguntaría a su madre si al día siguiente, viernes, le dejaba dar una vueltecita por los alrededores!
Como Anton esperaba, su madre puso cara de reserva.
-¿Que quieres montar en bicicleta?
-dijo ella examinándole de pies a cabeza.
-Bueno, es que..., me gustaría mejorar mi condición física. Me he quedado realmente flojo en los últimos días.
"Condición física" era una de las nuevas expresiones favoritas que sus padres utilizaban mucho.
Como Anton pudo comprobar con alegría, a su madre se le animó la cara al instante.
-Hum, realmente tienes razón -dijo ella después de pensar un poco. El aire fresco te sentará bien.
-Y también algo de ejercicio -añadió atrevido Anton.
Por supuesto, a su madre no le quedó más remedio que consentir. De todas formas, le dijo que no debía esforzarse en exceso ni acercarse demasiado a otros niños.
-¡Ya sabes que la varicela es contagiosa durante una semana como mínimo! -le advirtió encarecidamente su madre.
Anton asintió.
-No te preocupes, no me acercaré demasiado a nadie -aseguró... y en su cabeza añadió: "¡excepto a Igno Rante!".
Manos húmedas
A la mañana siguiente, poco después de las nueve, Anton recogió su bicicleta del sótano. Al subirla por las escaleras se dio cuenta, por cómo le temblaban las piernas, de que su condición física dejaba verdaderamente bastante que desear.
Tendría que ir despacio y descansar de vez en cuando. Pero Anton se había provisto bien: dos cartones de bebida, un bocadillo de queso y media tableta de chocolate que, ocultos a las miradas curiosas de la señora Miesmann, había colocado en el portaequipajes de la bicicleta, envueltos en su jersey.
Y Anton también tenía tiempo suficiente. Su madre no volvería a casa antes de las dos y hasta la Avenida de los Castaños, según los cálculos de Anton, se tardaba aproximadamente media hora.
Pero transcurrió más de una hora hasta que Anton consiguió llegar por fin al bosquecillo.
Levantó la vista hacia el depósito de agua, construido en ladrillo rojo, que estaba en una colina en medio del bosquecillo. La torre era muy vieja, pero no tenía un aspecto inquietante ni fantasmagórico; ¡todo lo contrario que Villa Vistaclara! Anton sintió cómo le corrían escalofríos por la espalda.
Iba ahora por una calle que se llamaba "Calle del Depósito de Agua".
A mano izquierda había un abetal; a mano derecha algunas casas aisladas.
"¡Un barrio dejado de la mano de Dios!", pensó echando un rápido vistazo a sus apuntes. La calle tenía que hacer enseguida una curva a la derecha. Y después de la curva saldría a la izquierda la Avenida de los Castaños.
Anton notó que las manos, que sujetaban el manillar, se le ponían húmedas.
"¡Pero no hay ningún motivo para el pánico!", se dijo a sí mismo dándose ánimos. Él ya había sobrevivido a cosas bastante peores, en el más auténtico sentido de la palabra. Por ejemplo, la vez que tuvo que jugar a los bolos con Lumpi en aquella agujereada pista del Valle de la Amargura. ¡Aquella noche Anton había temido realmente por su vida!
Sin embargo, ahora, ¿qué le podía pasar a plena luz del día? ¡Nada!
Bien era cierto que en Villa Vistaclara le podía caer un tablón en la cabeza, o resbalar y caerse por la escalera del sótano, o clavarse algo en un pie..., pero Anton se había preparado incluso para esos peligros: a fin de reconocer la villa en ruinas había "cogido prestada" la linterna nueva de su padre. ¡Su potente foco iluminaría hasta las esquinas y los ángulos más oscuros del sótano!
Y a pesar de todo..., por mucho que Anton intentó convencerse a sí mismo de que no le podía pasar nada, tenía el miedo metido en el cuerpo y no se le iba.
Cuando entró en la Avenida de los Castaños le asaltó una sensación tan extraña que se vio obligado a parar y apearse.
Empujó lentamente su bicicleta a lo largo de la acera.
Seguro que en otros tiempos la Avenida de los Castaños había sido un "lugar señorial". Así lo indicaban las fachadas de las casas: Anton vio altas ventanas, amplias y airosas escaleras, y algunas casas tenían incluso columnas en la puerta de la entrada. Pero las huellas de ruina eran inmensas: los adornos estaban desmoronados por todas partes, el color de los marcos de las ventanas se había perdido y los jardines se hallaban en una situación de absoluto abandono.
La impresión de ir por una calle muerta fue aumentando todavía más a medida que andaba Anton.
"¿Estarán interviniendo aquí los _"tiburones del alquiler_"?", pensó Anton.
Anton ya había oído hablar a menudo a sus padres de aquella mala especie de hombres de negocios. Los "tiburones del alquiler" compraban casas viejas y las dejaban vacías hasta que se hacían inhabitables y podían ser demolidas. En el mismo lugar construían entonces rascacielos, con cuyo alquiler podían ganar mucho más dinero. Si la sospecha era acertada (y todo parecía indicar que una de cada dos casas de la Avenida de los Castaños efectivamente estaba vacía), ¡éste era justo el entorno apropiado para un vampiro!
Sin duda pasarían años para que una casa pudiera ser demolida, y en esos años el vampiro tenía una guarida bastante libre de molestias.
Y era realmente ideal para un vampiro si, ¡como ocurría en el caso de Villa Vistaclara!, el "tiburón del alquiler" cegaba además las ventanas y las puertas con tablas.
A Anton le volvieron a correr escalofríos.
Pero, ¿y dónde estaba Villa Vistaclara?
Seguía sin encontrarla, y ahora una segunda calle cruzaba la Avenida de los Castaños: el Camino de los Alisos.
Anton se detuvo. ¡Qué extraño!...
¡El sábado, cuando había seguido a tía Dorothee, Igno Rante y Anna hasta Villa Vistaclara, "no" habían cruzado el Camino de los Alisos.
¿Sería que Villa Vistaclara no estaba en la Avenida de los Castaños?
Ya inseguro, Anton empujó su bicicleta hacia el Camino de los Alisos.
Y allí se confirmó su sospecha: la Avenida de los Castaños se acababa allí y la calle que comenzaba a partir de allí se llamaba Calle del Campo de Deportes.
Anton se hallaba desconcertado.
¡Estaba firmemente convencido de que encontraría Villa Vistaclara en la Avenida de los Castaños!
Cuando superó el primer susto, intentó dar marcha atrás otra vez en su memoria hasta la noche del sábado.
Pensó que posiblemente aquella noche había llegado hasta allí partiendo de una dirección completamente distinta.
¡Y eso significaba que Villa Vistaclara también podía estar en la prolongación de la Avenida de los Castaños, o sea, en la Calle del Campo de Deportes!
Anton respiró aliviado. ¡Así pues, no se había vuelto completamente loco!
Cruzó el Camino de los Alisos y continuó su marcha sintiendo cómo le latía el corazón.
Con osadía
También en la Calle del Campo de Deportes parecían estar vacías la mayoría de las casas. A Anton le resultaba inquietante no encontrarse con nadie: ni niños, ni viejos... El barrio estaba desierto.
De pronto a Anton se le quedó la sangre helada en las venas al ver la penúltima casa en la acera de la derecha: una villa sombría que tenía la puerta de entrada y las ventanas de la planta baja condenadas con gruesos tablones.
Anton no dudó ni un segundo de que aquella era Villa Vistaclara, aunque sólo la había visto una vez y además de noche.
Todo era igual a como él lo recordaba: los muros negros, la chimenea desmoronada... Anton encontró incluso el letrero que había en la pared de la casa, aunque desde aquella distancia no podía leer la inscripción. De todas formas se la sabía de memoria.
Mientras se encaminaba hacia la verja de hierro forjado del jardín, que tenía las puntas oxidadas, dijo para sí en voz baja: Limpio el corazón, la vista clara y con osadía, la fortuna te sonríe...
Sintió que le sobrecogía un ligero miedo al estar, por así decirlo, ojo con ojo ante la lúgubre Villa Vistaclara.
Y lo de "ojo con ojo" no iba tan desencaminado: Anton tenía la sensación de que la villa le estaba observando a "él"... Desde los negros huecos de las ventanas parecía mirarle fijamente con maldad y hostilidad...
Pero no, ¡eso era absurdo! Anton se sacudió para deshacerse de aquella idea. ¡No podía volverse loco a sí mismo de ninguna de las maneras!
Si el sábado había conseguido de noche entrar en la finca y dirigirse hacia la entrada de la casa sabiendo muy bien que dentro de la villa estaban tía Dorothee, Igno Rante y Anna, ¡su miedo repentino de ahora, a plena luz del día, era bastante estúpido!
Miró hacia las casas vecinas.
La impresión que había tenido el sábado por la noche era acertada: las dos casas estaban vacías. Y no sólo eso: la Calle del Campo de Deportes era una calle ciega, como pudo comprobar ahora; terminaba en una alambrada tras la cual, probablemente, estaba el campo de deportes.
"¡Igno Rante no se ha buscado una guarida nada mala!", pensó Anton.
Casi mejor aún que un cementerio, pues allí ni siquiera había un vigilante que espiara por las noches por todas partes.
Allí sólo había uno que espiaba: ¡él, Anton!
Aquello por un lado era tranquilizador, pues Anton podía estar bastante seguro de que no se iba a ver sorprendido por ningún vecino curioso.
Por otro lado, sin embargo, nadie iría corriendo en su ayuda si... Pero Anton rechazó rápidamente la idea de que podría necesitar ayuda. ¡Ahora tenía que permanecer tranquilo y mantener la cabeza fría!
Apoyó su bicicleta contra la farola que había delante de Villa Vistaclara y saltó con cuidado la verja, cuyas puntas sobresalían peligrosamente.
Luego se dirigió hacia la entrada de la casa a través de la alta hierba.
La desagradable sensación que tenía iba aumentando a cada paso que daba, pero Anton apretó los dientes.
Se detuvo ante la entrada y lanzó una mirada sobre los gruesos tablones y el sólido candado de la puerta.
¡No, nadie podía entrar en la villa por la puerta de la casa, a no ser que tuviera la llave apropiada!
Anton se dirigió hacia la izquierda. Allí había un camino enlosado, cubierto de maleza, que rodeaba la villa... y pasaba por una ventana del sótano que no estaba completamente condenada. El sábado por la noche Anton había escuchado por aquella ventana del sótano una conversación entre Igno Rante, tía Dorothee y Anna.
Más tarde había visto el resplandor de la linterna de Igno Rante y había oído cómo tía Dorothee anunciaba que "para mayor seguridad iba a echar un vistazo fuera". Inmediatamente después se habían empezado a oír ruidos tras los tablones de la ventana del sótano, y Anton había huido precipitadamente.
Él suponía que los vampiros utilizaban aquella ventana del sótano como entrada.
Con gran malestar en el cuerpo observó la ventana, que estaba dentro de una especie de pozo para recibir la luz, y que le faltaba algún tablón.
¡La idea de pasar por aquella ventana, quizás incluso dejándose resbalar, no era -le pareció a Anton- precisamente muy tentadora! Con la esperanza de encontrar tal vez en la fachada trasera de Villa Vistaclara una puerta que se pudiera abrir, siguió andando por el camino enlosado.
Pero la esperanza de Anton no se vio colmada.
Aunque llegó a una resquebrajada escalera que conducía al sótano, el candado con el que estaba asegurada la puerta del sótano parecía más sólido aún que el de la puerta de la casa.
Y las ventanas que daban al jardín estaban condenadas con tablones. En el camino que rodeaba la villa, Anton vio otras dos ventanas del sótano, pero en ambas había fuertes rejas de hierro.
¡Así pues, la ventana del sótano que había en el lado izquierdo, a ésa que le faltaban tablones, parecía ser la única entrada a la villa!
Anton, de pronto, tenía la garganta muy seca y el deseo de darse la vuelta y regresar a casa era casi invencible.
¡Pero no!
-¡Limpio el corazón, la vista clara y con osadía, la fortuna te sonríe!
-se animó a sí mismo Anton.
Miró otra vez hacia la calle. Como no vio nada sospechoso, entró por aquel pozo.
Mortalmente valiente
El pozo no era excesivamente profundo. Anton desapareció dentro de él hasta la altura de las caderas. Encendió su linterna y, por precaución, dirigió primero su luz hacia el suelo.
Piedras sueltas, trozos de madera, añicos de vidrio y de cerámica cubrían el suelo. No había allí nada inusual.
No había ningún jirón de tela negra de una capa de vampiro, como casi había esperado Anton. Pero luego -se le pusieron los pelos de punta- vio una araña tan negra como la pez, la más grande y más gorda que jamás se había echado a la cara.
En un primer momento Anton estuvo tentado de abandonar el pozo y darse a la fuga. Pero se obligó a quedarse quieto... y para alivio suyo la araña corrió hacia un rincón con sus peludas patas de al menos cinco centímetros de largo y se escondió allí entre las piedras. ¡Brrr! Aunque Anton era amigo de los animales y normalmente no le daban miedo las arañas... ¡aquel monstruo negro había estado a punto de ser el colmo para sus nervios, ya de por sí bastante atacados!
Se agachó para examinar la entrada al sótano. Los tablones que faltaban realmente los había arrancado Igno Rante con sus propias manos. Anton podría colarse dentro sin la menor dificultad.
Sólo que... ¿qué profundidad había al otro lado? Antes de ponerse a averiguarlo, Anton volvió a mirar de mala gana al rincón por el que había desaparecido la araña. Como la araña -¡gracias a Drácula!- seguía oculta, enfocó su linterna hacia el interior del sótano.
Debajo de él había una habitación que, excepto por una caja vieja pegada a la pared (debía de haberla colocado allí Igno Rante) se encontraba completamente vacía. Las paredes y el suelo estaban cubiertos de suciedad, como si aquello antiguamente hubiera sido una carbonera.
En el cono de luz de su linterna Anton podía ver bailar literalmente el polvo. Y el resplandor había iluminado también un par de polillas...
Sintió cómo le corrían escalofríos por la espalda. ¡Pero, bueno, él ya sabía que Villa Vistaclara no iba a ser un sitio muy agradable!
Y aquél no era el momento oportuno para asustarse de polillas y de arañas.
¡No, ahora había llegado el momento de que Anton reuniera todo su valor para desvelar el misterio que rodeaba a Igno Rante!
Cogió la linterna con la mano izquierda y se metió con cuidado por la abertura, pisando primero con el pie derecho. El resto fue casi un juego de niños: desde el poyete de la ventana Anton se bajó a la caja y saltó desde allí. En cuanto sus pies tocaron el suelo, se levantó una nube de polvo. Durante unos segundos Anton tuvo la sensación de no poder respirar, y sin poder evitarlo tosió alto y fuerte varias veces.
Miró preocupado hacia la puerta del sótano. ¡No era muy acertado empezar la exploración de un sótano ajeno con un ataque de tos!
"¡Pero es imposible que Igno Rante, que, según las informaciones del señor Schwartenfeger, ha superado, al menos parcialmente, su fobia al sol, esté despierto a estas horas, pues es demasiado temprano para un vampiro!", pensó Anton.
No, con toda seguridad Igno Rante yacía ahora en su ataúd... ¡incapaz de enterarse ni lo más mínimo de lo que ocurría a su alrededor!
Anton dirigió el foco de su linterna hacia la puerta del sótano y se encaminó vacilante hacia ella.
Llegó a un pasillo subterráneo en el que olía a moho y a podredumbre.
Pero era un olor distinto al de la Cripta Schlotterstein; quizá porque en aquel olor se mezclaba algo desagradablemente dulzón, algo que Anton ya había olido alguna vez...
De repente supo qué era: lirio de los valles. ¡Era el terrible olor a lirio de los valles de Igno Rante!
Y aquel olor se fue haciendo más fuerte con cada paso que daba Anton.
¡Si era verdad que Igno Rante tenía su guarida en Villa Vistaclara, debía ocultarse detrás de aquella puerta del sótano que estaba al final del pasillo!
Anton sintió que el corazón le latía violentamente cuando se detuvo ante la puerta y empujó hacia abajo con suavidad el oxidado picaporte.
Hizo un estremecedor chirrido que le caló hasta los huesos.
Pero Anton empujó la puerta con decisión y alumbró en la penumbra con su linterna. Ante él había una gran habitación con dos ventanas casi cegadas, por las que apenas entraba luz.
En medio de la estancia (a Anton se le erizó el pelo) había un ataúd, un ataúd marrón que le pareció gigantesco.
Aunque Anton se había preparado en su interior para aquel momento, tenía ahora tanto miedo que volvió a cerrar con rapidez la puerta y se apoyó contra la pared del sótano respirando dificultosamente.
¡Hubiera querido salir corriendo de allí! Pero no había hecho aquel viaje tan largo hasta Villa Vistaclara, no había entrado por la ventana del sótano, no se había atrevido a llegar hasta el escondite de Igno Rante, para darse ahora por vencido.
Anton cerró los puños. Luego, mortalmente valiente, volvió a abrir la puerta y entró.
Al alcance de la mano
El ataúd era extraordinariamente grande; mucho más imponente que los que Anton conocía de la Cripta Schlotterstein. ¡Y también estaba mucho mejor conservado!, comprobó Anton mientras lo rodeaba con lentitud.
En los ataúdes del pequeño vampiro y de sus parientes nadie podía dejar de advertir las huellas que sus penosas y desasosegadas existencias de vampiros habían dejado a lo largo de las décadas..., no, ¡de los siglos!: profundos rasguños y arañazos, grietas, bordes rotos y agujeros hechos por los gusanos.
El ataúd de Igno Rante, por el contrario, parecía casi nuevo. Sí (Anton se agachó y lo olió), tras el aroma a lirios del valle se apreciaba un picante olor a madera.
El estilo del ataúd también era diferente: el pequeño vampiro y su familia tenían ataúdes en forma de caja con una tapa plana que estaba sujeta por bisagras y se podía levantar desde dentro sin esfuerzo; si es que no se había congelado como, al parecer, había ocurrido una vez.
El ataúd de Igno Rante, sin embargo, tenía una enorme y alta tapa que Anton seguro que sólo podría abrir haciendo extraordinarios esfuerzos. Los seis tornillos con los que el ataúd se cerraba por fuera los había dejado Igno Rante, irreflexivamente, según le pareció a Anton, en el suelo, al lado del ataúd. Igno Rante debía encontrarse muy seguro allí, en el sótano...
Anton enfocó su linterna hacia los seis tornillos. Parecían no haber sido apenas usados y ya estaban empezando a oxidarse. Y eso que el suelo se hallaba completamente seco y bien barrido.
"Qué raro", pensó. "Un vampiro que barre el suelo"...
Decían que tío Theodor, cuando todavía "vivía", limpiaba su ataúd todas las noches al despertarse. Pero al parecer sólo lo hacía por presunción..., porque se le caía el pelo.
En cualquier caso, Anton no podía imaginarse que a alguno de los vampiros que "él" conocía se le ocurriera barrer el suelo..., por mucho polvo que hubiera siempre en la Cripta Schlotterstein.
¡Pero parecía que en el caso de Igno Rante todo era diferente! También el ataúd nuevo..., ¿lo habría hecho fabricar ya como "ataúd de bodas" para tía Dorothee y él?
Al pensar en tía Dorothee Anton se apartó inconscientemente un paso del ataúd. ¿Podría ser que tía Dorothee estuviera ya ahora junto a Igno Rante en aquel ataúd de madera marrón?
Incluso aunque ella en aquel momento no representaba ningún peligro para Anton, sólo la idea de tenerla al alcance de la mano hizo que se le quedara helada la sangre en las venas.
"¡Pero si eso es absurdo!"..., se reprochó a sí mismo.
Después de todo, hasta el lunes no se discutirían en el Consejo de Familia los planes que tía Dorothee tenía para el futuro con Igno Rante.
¡Y seguro que tía Dorothee no se iría a vivir antes con su prometido!
A pesar de todo..., el gigantesco ataúd de madera marrón se había vuelto ahora aún más inquietante para Anton y, por eso, decidió examinar primero aquella habitación del sótano y no abrir hasta después la tapa del ataúd.
Tinta roja
La habitación tenía un aspecto sorprendentemente ordenado. Excepto el ataúd, un escritorio pasado de moda, un baúl y una alta estantería tapada con un paño negro, estaba vacía.
Encima del escritorio había un candelabro de cinco brazos; las cinco velas, de color rojo oscuro, estaban bastante consumidas. Al lado del candelabro Anton encontró un paquetito de cerillas y una pluma que tenía aspecto elegante.
"¡Casi parece como si Igno Rante se sentara aquí a escribir por las noches a la luz de las velas!", pensó Anton sorprendido y asombrado.
¿Compondría quizá versos conmovedores para tía Dorothee? ¿O la escribiría ardientes cartas de amor como hacían los enamorados, por lo menos en los libros?
¿O quizá (el corazón de Anton latió más deprisa) escribiría Igno Rante un diario; o mejor dicho: un "nochario" secreto?
¡Si eso era cierto, estarían escritos en él todas sus vivencias, sentimientos e ideas y hasta sus proyectos e intenciones! ¡Y Anton entonces sólo tendría que encontrar aquel libro para desvelar por fin el misterio!
Puso su linterna sobre la mesa del escritorio, barnizada y casi sin polvo, y con dedos temblorosos abrió, de los tres cajones que tenía, el del centro.
Dentro había un bloc de notas cuyas páginas, para decepción de Anton, estaban en blanco, una botellita casi llena de "Holdi, el buen jugo de saúco, un regalo de la madre Naturaleza" (leyó Anton en la etiqueta) y una nota escrita con tinta roja con una letra grande y ampulosa.
Durante un segundo a Anton se le quedó parado el corazón. ¡Tinta roja!
Pero aquellas pocas líneas eran más bien insignificantes y nada vampirescas, como Anton pudo comprobar al leerlas: "Muy estimado profesor Piepenschnurz: Me permito enviarle con la presente la botellita de "Holdi" que deseaba.
Dado que no pude encontrarle en su residencia, me he permitido depositarla en el lugar convenido.
Siempre suyo, le saluda muy atentamente Hans Egal".
A pesar de lo nervioso que estaba, Anton tuvo que reírse. Probablemente el señor Piepenschnurz era el propietario de Villa Vistaclara, ¡y a él, como podía verse ya desde fuera, le era bastante indiferente el estado de su villa!
Sólo aquella habitación del sótano desentonaba de la imagen general de ruina y abandono que ofrecía Villa Vistaclara.
Pero es que del suelo limpio y del escritorio ordenado tampoco eran responsables ni el profesor Piepenschnurz ni Hans Egal, sino Igno Rante, y éste a Anton siempre le había causado una impresión exageradamente cuidada con sus negrísimos cabellos, que él siempre se peinaba con cantidades ingentes de pomada, y su cara maquillada. Por lo demás, la villa no podía llevar demasiado tiempo vacía: el papel que Hans Egal había utilizado no estaba nada amarillento.
Anton volvió a dejar la hoja en su sitio y cerró el cajón. ¿Contendrían también los demás cajones notas dirigidas al profesor Piepenschnurz?
Anton tiró con cuidado del tirador de latón del cajón de la izquierda.
Parecía que no abría bien. Tiró con más fuerza, pero no ocurrió nada. Al parecer estaba cerrado con llave.
Anton probó entonces con el cajón de la derecha, pero tampoco se podía abrir. ¡Aún quedaban las puertas del escritorio! Conmovido por un presentimiento de desasosiego, Anton sacudió con fuerza las dos puertas... y sus sospechas se confirmaron: también estaban cerradas con llave. Anton apretó los labios.
Abrir los cajones por la fuerza no podía ser, pues después se hubiera notado.
¡No, necesitaba las llaves apropiadas!
Volvió la cabeza pensativo y observó fijamente el gran ataúd marrón.
¡Desde luego, Igno Rante no podía haber encontrado un lugar mejor para guardar las llaves que su propio ataúd!
Un vistazo al interior del ataúd
Anton giró su linterna y enfocó al centro de la habitación. Luego se dirigió vacilante hacia el gran ataúd.
Aunque no iba a ser la primera vez que mirara dentro de un ataúd (ya había visto yacer al pequeño vampiro dentro de su ataúd, y a Sabine la Horrible y a Hildegard la Sedienta), seguía habiendo algo que le repugnaba profundamente; algo a lo que no se acostumbraría nunca..., algo que cada vez le hacía tener presente de una forma brutal y sin contemplaciones lo diferentes que eran los mundos a los que sus dos mejores amigos y él pertenecían.
Y tampoco le servía de mucho a Anton que de día los vampiros fueran completamente inofensivos.
Era un terror interno que le sobrecogía siempre una y otra vez..., exactamente igual que ahora ante el ataúd de Igno Rante. De repente a Anton le temblaban las manos muchísimo..., como si fueran a fallarle.
Pero Anton tenía que mirar dentro del ataúd. ¡Aunque sólo fuera por Anna y por el pequeño vampiro tenía que hacerlo!
Agarró el extremo superior de la tapa del ataúd y reuniendo todas sus fuerzas intentó empujarle hacia un lado. Durante un rato la pesada tapa no se movió absolutamente nada, pero luego fue cediendo centímetro a centímetro. Anton se detuvo tan pronto como la abertura fue lo bastante grande como para alumbrar el interior.
Fue hasta el escritorio y regresó con la linterna en la mano. Durante unos segundos sintió un miedo que le ahogaba y que quería tomar posesión de él. Pero, furiosamente decidido, Anton enfocó el interior del ataúd... y soltó un grito.
Esperaba ver allí tendido a un Igno Rante sin vida, mirando al vacío con sus ojos grises muy abiertos.
Pero en lugar de eso Anton vio un par de pequeños cojines negros... y nada más.
¡Por increíble que fuera, Igno Rante no estaba en su ataúd! Y Anton tampoco encontró las llaves del escritorio. Necesitó un par de minutos para recuperarse de su asombro.
"¿No dicen todos los libros que los vampiros tienen que dormir siempre en sus propios ataúdes?", pensó. En cualquier caso..., Anton no sabía si los vampiros podían tener varios ataúdes.
Quizá aquel ataúd marrón de madera fuera realmente un "ataúd de bodas", un ataúd "crecedero", por así decirlo, e Igno Rante hubiera escondido su verdadero ataúd en algún otro sitio.
¿Acaso ni siquiera estaría allí, en Villa Vistaclara?
Pero inmediatamente después se acordó de la pregunta tan incrédula que había hecho el sábado tía Dorothee: "!¿Cómo?! ¿Vas a llevarte a Anna "a tu casa"?", y de cómo ella, al responder Igno Rante con la pregunta de "¿Y por qué no?", había respondido: "Hasta ahora tú siempre habías insistido en que mantuviéramos tu guarida en secreto".
¡Eso hablaba en favor de que Igno Rante tenía que estar allí, en Villa Vistaclara!
Anton dejó la linterna en el suelo y volvió a correr con energía la enorme tapa encima del ataúd. Luego cogió la linterna y se fue hacia la puerta.
Aunque la sola idea de hacerlo no le resultaba muy agradable, él había decidido buscar otros ataúdes por toda la lúgubre casa: si era preciso, buscaría hasta en la buhardilla.
Razones de fuerza mayor
Anton no llegó muy lejos. Debajo de la escalera del sótano encontró otra puerta de hierro pequeña y muy oxidada, pero estaba cerrada con llave. Y la puerta del sótano, arriba, al principio de la escalera de piedra, tampoco se podía abrir. La decepción que Anton sintió en un primer momento dejó paso rápidamente a una sensación de alivio.
¡Ahora había "razones de fuerza mayor" que le impedían seguir buscando!
Y por lo que se refería a las muchas puertas cerradas con llave, el abuelo de Anton guardaba en su sótano docenas de llaves viejas. Anton volvería lo antes posible con aquellas llaves... ¡y no lo haría solo, sino con Anna o con el pequeño vampiro!
Además ya era tarde..., ¡demasiado tarde!, comprobó asustado Anton tras echarle un vistazo a su reloj de pulsera: las doce pasadas. Si no se daba prisa, no llegaría a su casa antes que su madre. Y prefería no imaginarse qué podría pasar entonces...
A la una y media Anton ya estaba otra vez en su cama, con su nuevo libro -"La dama de la mirada de plata"- delante. Pero apenas lo había abierto por la página oportuna empezaron a bailarle las letras delante de los ojos y se quedó dormido.
¡Pero es que los enfermos..., o mejor dicho, los convalecientes, necesitaban dormir! Aquélla pareció ser también la opinión de su madre. Cuando Anton se despertó a media tarde tenía en su mesilla de noche una bandeja con bocadillos, manzanas peladas y uvas, y al lado había una nota que decía: "Querido Anton: Estabas tan profundamente dormido que no he querido despertarte. Ahora tengo que irme otra vez al colegio.
Tenemos junta de profesores, por desgracia. ¡Descansa bien y que te aproveche!
Hasta esta noche, Mamá." "¡Vaya!", pensó Anton. No era sólo que su madre, al parecer, no estaba nada enfadada por su recorrido en bicicleta de por la mañana, sino que ahora incluso podía leer historias de vampiros sin nadie que le molestase. ¡Y seguro que después de la junta de profesores su madre estaría demasiado cansada para sonsacarle!
Cogió uno de los bocadillos, que estaba bien lleno de su queso favorito, y lo mordió con un hambre voraz.
¡Por primera vez desde que tenía la varicela volvía a sentir un sano apetito!
Como Anton había supuesto, su madre por la noche sólo le preguntó si la excursión no había sido demasiado agotadora y si había cumplido lo de no acercarse demasiado a nadie. Cuando Anton respondió que no a la primera pregunta y que sí a la segunda, ella suspiró satisfecha y anunció con una sonrisa de disculpa que ahora se iba a dormir.
-Si tienes ganas, puedes sentarte con papá a ver la tele en el cuarto de estar -dijo ella por último, pero Anton rechazó la propuesta dando las gracias. ¡Y es que esperaba tener todavía visita aquella noche!
Realmente afable
Y efectivamente: cuando fuera se hizo de noche una negra figura aterrizó en el alféizar de la ventana y se metió por la ventana abierta en la habitación con un rechinante "¡buenas noches!".
¡Era el pequeño vampiro!
-¡Hola, Rüdiger! -dijo Anton, que estaba sentado en la cama con sus viejos pantalones vaqueros azules leyendo "Sombras pegajosas", una terrorífica y bastante sangrienta historia de su nuevo libro.
El pequeño vampiro se acercó sonriendo amablemente.
Parecía que estaba de un buen humor sorprendente... "¡Realmente afable!", pensó Anton, que vio brillar algo amarillo por debajo de la agujereada capa de vampiro. ¡Eran los pantalones del chándal de Anton!
El pequeño vampiro tomó asiento a los pies de la cama y dijo:
-¡Qué habitación más agradable!
Anton le miró sorprendido. ¿Le estaría tomando el pelo el pequeño vampiro? ¿O habría alguna treta escondida en aquel comentario?
-¡De verdad, es extraordinariamente agradable! -siguió diciendo el vampiro en tono ensoñador-. ¡Creo que hacía ya media eternidad que no estaba aquí!
-¿Media eternidad? -repitió anonadado Anton.
Echó cuentas: Rüdiger había estado en su casa exactamente hacía cinco días.
-¡Sí señor! -tronó el vampiro...
irritado porque Anton se atreviera a poner en duda lo que él había dicho.
Anton no repuso nada. "¡En cierto sentido el pequeño vampiro lleva razón!", pensó. Hacía realmente media eternidad que Rüdiger no había ido a ver a Anton "como amigo". Desde que era seguro que Olga volvería pronto, el pequeño vampiro sólo "utilizaba" a Anton de peluquero gratuito, de recadero y de proveedor de crema solar, lápices de colores y muchas otras cosas. El que Rüdiger se volviera a interesar por Anton y por su habitación podía significar dos cosas: o bien había pasado algo con Olga que había curado al pequeño vampiro de su ceguera de amor..., o bien tenía algo que ver con el programa de entrenamiento del señor Schwartenfeger...
Anton preguntó cautelosamente:
-¿Necesitas algo más?... Para el programa, quiero decir.
-¿Para el programa? ¡No! -contestó apagado el pequeño vampiro. Tal como lo dijo, a Anton le sonó casi resignado.
-¿Habéis interrumpido el programa acaso? -preguntó preocupado.
-¿Interrumpido? -bufó el pequeño vampiro-. !¿Por quién me has tomado?!
!"Tú" en mi lugar seguro que habrías arrojado la toalla en el ataúd, pero yo no! -dijo, y tosió broncamente-.
Interrumpido... ¡Todo lo contrario!
-¿Lo contrario? -preguntó Anton, sintiendo cómo el corazón le latía más deprisa-. ¿Entonces ha tenido éxito el tratamiento del señor Schwartenfeger?
-¡Por supuesto!
-¿Y ahora ya has superado definitivamente el miedo a los rayos del sol? -preguntó Anton.
A la vista de la posibilidad de que lo imposible se hubiera hecho realidad, le tembló la voz de excitación.
-¿Superado? -dijo el vampiro alargando la palabra-. No exactamente..., ¡pero he hecho progresos fabulosos desde que "tú" no vienes conmigo al entrenamiento! -añadió con fanfarronería después de una pausa-. ¡Ahora me puedo concentrar tremendamente bien!
-Ah, ¿sí? -dijo Anton.
-¡Y de qué manera! El señor Schwartenfeger dice que hago enormes progresos en mi aprendizaje desde que "tú" no estás en medio soltando estupideces o armando constantemente broncas conmigo aprovechando el menor cementerio, digo... el menor pretexto.
-¿Eso dice? -gruñó Anton costándole mucho trabajo reprimir su furia por la forma tan poco amistosa que Rüdiger tenía de echarle a él, Anton, la culpa de todo. En cualquier caso, había una cosa clara: ¡su juicio inicial de que el pequeño vampiro había ido a verle aquella noche "como amigo" había sido muy precipitado!
A pesar de todo, Anton, naturalmente, ardía en deseos de enterarse de los detalles de los progresos en el aprendizaje de Rüdiger...
El mejor pintor que hay bajo el sol
-¿No me vas a contar los progresos que has hecho? -preguntó después de titubear un poco.
-Pues claro que sí -dijo el pequeño vampiro-. ¡Si me lo pides educadamente, sí!
Anton frunció la comisura de los labios.
-Está bien: !"Por favor", cuéntame los progresos que has hecho!
-Primero te voy a dejar que veas una cosa -declaró con arrogancia el pequeño vampiro. Metió la mano debajo de su capa y sacó un montón de sobres de color crema atados con una cinta de color amarillo yema de huevo.
Por la sonrisa orgullosa del vampiro Anton dedujo que debía de tratarse de cartas de Olga.
Pero Anton no quería de ninguna manera leer cartas "de amor" de Olga, pues, ¿qué podían contener sino burdos elogios de sí misma con un solo objetivo: ¡aumentar aún más la ceguera de amor del pequeño vampiro!?
-Eh, ¿no vas a mirar el paquetito?
-siseó el vampiro al no inmutarse Anton.
-No creo que Olga estuviera de acuerdo -repuso Anton.
-¿Olga? -preguntó el pequeño vampiro mirando a Anton de mal humor-.
¿Cómo se te ha ocurrido pensar en Olga?
-Bueno, porque... -dijo Anton señalando las hojas amarillas-. Las cartas son de Olga, ¿no?
-¡No! -le espetó el vampiro-. No son cartas, sino pinturas, ¡pinturas originales mías!
-Ah... -murmuró Anton.
Rápidamente empezó a deshacer el nudo.
De todas formas, lo que vio entonces Anton no eran "pinturas", sino más bien garabatos. En las primeras hojas había soles con caras que reían y caras que lloraban. A continuación había soles con las mejillas coloradas y con pecas. ¡El remate, sin embargo, eran soles con dientes de vampiro!
-Es estupendo, ¿verdad? -fantaseó el pequeño vampiro.
-Hum..., muy impresionante -dijo Anton.
Estaba ciertamente impresionado de la diversidad de soles que Rüdiger, sin duda bajo la dirección del señor Schwartenfeger, había llevado al papel.
Por otro lado, aquella profusión le parecía extraña e incluso insólita, ¡sobre todo porque procedía de un vampiro!
-¿Te parecen impresionantes? -repitió halagado el pequeño vampiro.
Anton asintió con la cabeza.
-¡Bueno, no me sorprende! -dijo el vampiro satisfecho de sí mismo-. Es que estás viendo ante ti a Rüdiger Von Schlotterstein, el mejor pintor del sol...; digo, no, el mejor pintor que hay "bajo" el sol.
Se estiró y soltó una risa atronadora.
Como Anton no hizo ningún tipo de comentario, cerró los ojos visiblemente irritado y gruñó:
-Eh, se dice así, ¿no? El mejor pintor que hay bajo el sol, ¿o no?
-Bueno, sí, pero... -a Anton le costó trabajo permanecer serio- tanto como el mejor pintor que hay bajo el sol... Me parece que también hay algún que otro pintor que...
-¿Algún otro? -siseó el vampiro-.
A mí los demás me interesan menos que... -dijo chasqueando los dedos-, ¡que la mierda de cementerio que tengo debajo de las uñas! ¡Sí señor!
-¡Oh, sí, eso es cierto! -dijo Anton de todo corazón.
Invitados de honor De un segundo a otro desapareció la sonrisa de satisfacción del rostro del vampiro y en sus ojos apareció un destello peligroso.
-¿Qué quieres insinuar con eso?
-preguntó amenazante y taladrando a Anton con la mirada-. ¿Acaso que debería limpiarme las uñas? ¡Ja, cuando alguien se inmiscuye en mi aseo personal puedo volverme diabólicamente desagradable!
Anton tosió con timidez. ¡Inmiscuirse en el aseo personal del pequeño vampiro sería probablemente lo último que se le ocurriría! En un tono acentuadamente amable dijo:
-Yo sólo quería decir que nunca había visto tantos soles tan estupendos. ¡Deberías hacer una exposición!
-¿Una exposición? -dijo pensativo el pequeño vampiro-. Sí, la idea no está nada mal..., aunque sea tuya...
Realmente es una idea extraordinaria -siguió diciendo después de una pausa-. Y también tienes sitio suficiente si quitas todos tus garabatos.
-¿A qué te refieres?
-Pues a tus ridículos cuadros de cementerios que tienes colgados por todas partes -dijo el vampiro con una risita burlona-. ¡No creo que se lleven bien con mis soles, ji, ji, ji!
-!¿Qué?! !¿Quieres hacer la exposición aquí, en mi habitación?!
-exclamó asustado Anton.
El pequeño vampiro se rió irónicamente, y con mucha suavidad repuso:
-¿Dónde iba a hacerla si no?
¿Crees tú que en mi casa, en la cripta? ¿O acaso en casa de Geiermeier?
-preguntó riéndose con un graznido-.
¡No, haremos la exposición aquí y, si todo va bien, podré venir ya con Olga a la inauguración!
Anton casi se queda sin aliento.
-¿Inauguración de la exposición?
¿Con Olga?
-¡No hay exposición sin ceremonia de inauguración! -declaró muy chulo el vampiro-. Y sin invitados de honor tampoco -añadió frotándose complacido las manos.
-¿Es que acaso Olga ha regresado ya? -preguntó sorprendido Anton.
-¿Has dicho "acaso"? -gruñó el pequeño vampiro.
-Yo..., sólo estaba sorprendido -se disculpó Anton.
-¿Sorprendido? -repitió sonriendo ahora el pequeño vampiro-. Sí, va a ser una sorpresa enorme cuando mi Olga y yo nos volvamos a ver después de tanto y tan abnegado tiempo...
-Pero ¿no sabes exactamente cuando será? -inquirió Anton.
-¿Cuándo exactamente? -El pequeño vampiro le lanzó una mirada furiosa.
Al parecer, Anton, con su pregunta, había vuelto a poner el dedo en una de las numerosas llagas-. ¡Bah, tú siempre estás con tu "¿cuándo exactamente?"! -Y en tono grandilocuente añadió-: ¡Donde hay amor hay paciencia! ¡Pero, naturalmente, "tú" de eso nunca has oído nada!
-No, nunca he oído nada de eso -dijo Anton haciendo rechinar los dientes.
-Y no es sólo que hagas preguntas inoportunas o descorteses -siguió diciendo el pequeño vampiro-. Además me has dejado en la estacada.
Anticuerpos en la sangre
-¿En qué?
¡Anton no era consciente de ser culpable de nada!
-¡Sí señor! -tronó el pequeño vampiro sacudiéndose los pelos de la frente-. ¿No te das cuenta?
-No. ¿De qué tengo que darme cuenta?
-¡De que yo no tengo ni el más mínimo puntito rojo! Y tú me habías prometido firmemente que me contagiarías tus granos de viento. ¡Ahora será culpa tuya y de nadie más si Olga me vuelve a llamar "biberón"!
-Lo primero: yo no te prometí eso -dijo Anton rechazando aquella acusación-. Y segundo: si "tú" no has cogido la varicela, yo "no" puedo hacer nada. Probablemente eres inmune a la varicela.
-¿Inmune? -repitió descontento el vampiro haciendo chocar sus dientes-.
¡Eh, no te las des aquí de listo con tus ridículas palabras extranjeras.
Exprésate, si me haces el favor, en un lenguaje que sea comprensible para todos!
A Anton le faltó un pelo para reírse. Que el pequeño vampiro se enfadara tanto por una inofensiva palabra extranjera demostraba únicamente una cosa: ¡que en realidad lo único que hacía era ocultar su falta de conocimiento del mundo detrás de sus fanfarrones aspavientos!
-Bueno, pues es así -empezó Anton-, si yo he pasado la varicela, no puedo volver a cogerla otra vez. Soy inmune a la varicela porque mi organismo ha creado anticuerpos. Quizás tú, antiguamente, en Transilvania, tuviste la varicela, y por eso ahora también tienes ya anticuerpos en la sangre.
Anton pronunció la palabra "sangre" sin darse cuenta. Pero apenas se le escapó hubiera podido darse de bofetadas.
Sin embargo, el pequeño vampiro siseó solamente:
-Yo nunca he tenido varicela. Y Anna mucho menos aún.
-¿A Anna tampoco le han salido puntitos rojos?
-¡No!
-A lo mejor todavía os salen -dijo Anton después de reflexionar un poco-. Debería preguntarle a mi madre cuál es el tiempo de incubación de la varicela.
-El... ¿qué? -bramó el vampiro.
Anton se puso colorado.
-¡Bueno, el tiempo que pasa entre que coges la varicela y te salen los primeros granos!
-Ah, vaya... -dijo el pequeño vampiro rascándose la cabeza-. ¿O sea, que tú crees que existe todavía alguna posibilidad de que me salgan esos monísimos puntitos rojos antes de que vuelva Olga?
Anton asintió.
-Por supuesto. Y además...
-completó con una risita-, tú mismo lo has dicho: ¡donde hay amor hay paciencia!
El pequeño vampiro le lanzó una mirada abismal.
-Ahora tengo que irme volando -gruñó poniéndose de pie.
-¡Espera! -dijo rápidamente Anton-. Yo..., todavía tengo que hablar contigo de algo muy importante.
-¿Algo muy importante? ¿Tú?
-Sí. ¡Es sobre Igno Rante!
-¿Sobre Igno Rante? -preguntó el vampiro riéndose a sus anchas-. ¡Ay, ahora viene el numerito de celos!
-¡No! -exclamó Anton, y le costó reprimir su creciente indignación por los indolentes aspavientos del pequeño vampiro-. Ahora no viene ningún numerito. Yo sólo quiero prevenirte, a ti y a Anna.
-¿Prevenirme? -exclamó Rüdiger soltando una bronca carcajada-. Que quieras "prevenir" a Anna todavía lo entiendo. Pero que tus celos se hayan vuelto ya tan grandes que sospeches que "yo" tengo algo con Igno Rante... ¡Anton, realmente eso ya es demasiado!
-¡No se trata de eso en absoluto!
-exclamó Anton haciendo un último intento de abrirle los ojos al pequeño vampiro-. ¡Se trata de que el ataúd de Igno Rante estaba vacío!
Después de haber hecho aquella revelación, Anton tuvo primero que inspirar profundamente. Sin embargo, el pequeño vampiro no parecía estar preocupado, ni inquietarse siquiera lo más mínimo.
-¿Qué creías acaso, que Anna iba a estar acostada con él dentro? -dijo con una risa atronadora-. No, no -aseguró fanfarroneando-. Anna es más fiel que un perro, puedes creerme.
¡Al fin y al cabo yo soy su hermano desde hace más de siglo y medio! ¡Ji, ji, ji!
Dicho aquello se fue hacia la ventana y se subió al alféizar.
-Pero un ataúd vacío, a las doce del mediodía..., eso no es normal.
¡Por lo menos para un vampiro! -dijo Anton en tono de perplejidad.
Rüdiger volvió la cabeza.
-Hay muchas cosas que no son normales. O mejor dicho: ¡hay muchos que no lo son!
Sonriendo pícaramente extendió los brazos.
-¡Lo mejor será que empieces en seguida con los preparativos! -le gritó a Anton.
-¿Con qué preparativos?
-¡A colgar las pinturas, naturalmente, porque pronto volveré para dar el visto bueno a la exposición!
Se rió con un graznido y luego desapareció.
-Mejor será que empieces en seguida... -repitió Anton cerrando furioso los puños-. ¡Sí, quizá pasado mañana o dentro de dos semanas!
El mundo al revés Pero Anton empezó ya al día siguiente a colgar los dibujos. Eran 33, y los sujetó cuidadosamente con alfileres al papel pintado.
Al final Anton apenas podía reconocer su habitación. No era sólo que diera la impresión de estar más clara y alegre..., sino que también se advertía que las "pinturas" de Rüdiger procedían de una mano poco diestra y de no demasiado talento.
"¡Como en el jardín de infancia!", pensó Anton, que ya se podía imaginar lo que dirían sus padres de los dibujos: ¡primero estarían entusiasmados y después harían sus chistes!
Cuando por la noche, bien arreglados para ir a la ópera, entraron en su habitación, la madre de Anton, como era de esperar, exclamó:
-Pero ¿es posible?: ¡Anton ha pintado soles, un montón de soles!
-¿Es que no te gustan? -se hizo el ofendido Anton.
-¡Oh, sí! Estoy asombradísima de que de repente pintes unos cuadros tan agradables.
-Sí, es verdad -se adhirió a la opinión de ella el padre de Anton-.
Sólo que la técnica es algo simple...
Bueno -dijo riéndose-, ¡probablemente sea arte naif!
-Has vuelto a dar en el clavo...
del ataúd -dijo Anton.
-¡A mí lo que más me gusta es que en esta ocasión hayas renunciado a tus terribles vampiros! -observó la madre de Anton con un tono cáustico en la voz... ¡Ésa era su reacción al clavo... "del ataúd"!
-Bah... -dijo Anton-. Solamente lo parece.
-Es verdad -dijo ella señalando molesta los soles con dientes de vampiro.
-?"Soles" con dientes de vampiro?
-preguntó riéndose el padre de Anton-. ¡Pero si eso es el mundo al revés!
-Ah, ¿sí? ¿Y por qué? -preguntó Anton.
-Un vampiro y... el sol..., eso es como... Su padre buscó una comparación apropiada.
-¿Como la cultura y tú? -le ayudó pérfidamente Anton.
El padre de Anton se puso colorado.
-¡Oye, eso!... ¿Cómo se te ha ocurrido eso?
-¡Al fin y al cabo, tú mismo has reconocido que eres un cascarrabias de la cultura!
-¿Yo? ¿Si lo fuera, iría a la ópera?
Anton se rió irónicamente.
-Hay algunos que pueden hacer ambas cosas: ir a la ópera y ser unos cascarrabias de la cultura.
Parecía que el pequeño vampiro también era un cascarrabias de la cultura. Anton había contado firmemente con que Rüdiger iría a ver aquella noche la exposición, pero el vampiro no se presentó.
Cuando Anton finalmente cerró su ventana a las diez y media y se deslizó bajo las sábanas estaba doblemente decepcionado: porque el pequeño vampiro no había aparecido y porque él se había perdido la película policíaca de la televisión. ¡Y eso que sus padres le habían permitido expresamente que viera la película!
En lugar de ello, Anton se había quedado en su habitación leyendo una de las historias de "La dama de la mirada de plata"; una historia de vampiros más bien lenta y con un final triste que llevaba por título "Zorro, has perdido la gallina de los huevos de oro".
¿Acaso el pequeño vampiro esperaría a visitar la exposición a que estuviera de nuevo allí Olga? Pero el día anterior Rüdiger había declarado que pronto "iría" a dar el visto bueno a la exposición... ¿Estaría aquella noche, quizá, haciendo otra vez sus ejercicios en casa del señor Schwartenfeger?
¿Y Anna? ¿Dónde estaría aquella noche Anna? Anton pensó en Igno Rante y en los vestidos que le había regalado a ella... y de repente sintió cómo se le contraía dolorosamente el estómago. A ver si aquello al final... sí, que eran celos.
Apagó la lámpara de la mesilla de noche y miró hacia la ventana. Las cortinas todavía estaban abiertas y veía el cielo repleto de estrellas.
"¡No, es sobre todo preocupación!", pensó. ¡Preocupación por Anna... y por el pequeño vampiro!
Con un profundo suspiro se volvió hacia la pared.
¿Te acuerdas de mí?
Anton ya casi se había quedado dormido cuando un golpe sordo contra el cristal de la ventana le hizo dar un respingo.
Se puso más derecho que una vela en la cama y escuchó con atención. Pero no sucedió nada. A pesar de ello, Anton sintió que algo, lo que fuera, estaba allí fuera, en el alféizar de la ventana. Y que ese algo le estaba mirando fijamente...
Notó cómo un gélido escalofrío recorría todos los miembros de su cuerpo. Si era tía Dorothee... ¿O sería Igno Rante, que se había dado cuenta de que Anton había descubierto el ataúd vacío?
¿Qué era lo que debía hacer Anton?
¿Ir a la ventana?
¿O acurrucarse bajo las sábanas con la débil esperanza de que ese algo saliera volando de allí otra vez?
En aquel momento resonó una risa ronca y una cabeza se asomó por la ventana: una cabeza de cabellos hasta los hombros, brillantes y plateados, que estaban coronados por un gran lazo.
Anton se quedó rígido del susto.
Si no le engañaban sus sentidos, era Olga: Olga, la señorita Von Seifenschwein, el gran amor del pequeño vampiro...
Entonces oyó también su oscura voz:
-¡Abre!
Y con exigencia, como era su estilo, ella tamborileó contra el cristal de la ventana. Anton, turbado, se levantó de la cama, se fue a tientas hacia la ventana y la abrió.
Olga saltó del alféizar de la ventana al interior de la habitación y con una risita coqueta preguntó:
-¿No te acuerdas de mí?
-Sí, sí, cla-claro -tartamudeó Anton. ¡Seguro que se había ido poniendo cada vez más colorado!
-Yo también te he reconocido en seguida -susurró Olga tirando de su lazo rosa-. ¡Qué aspecto más estupendísimo tienes! ¡Además, en pijama me pareces más atractivo todavía que con la ropa normal!
-¿Y qué es lo que ha dicho Rüdiger? -preguntó presuroso Anton para desviar la atención. Las lisonjas de Olga, que con seguridad obedecían a algo fríamente calculado, le resultaban extraordinariamente penosas-. ¿No se ha salido completamente de sus casillas?
-¿De sus casillas? ¿Rüdiger?
-preguntó Olga con una risita-. No.
-¿No?
-No -contestó ella dando un paso hacia Anton y riéndose con su risa bronca y gutural-. Él no puede salirse de sus casillas en absoluto; a lo sumo de su criptilla. Y de su criptilla no ha salido porque ni siquiera sabe todavía que yo he vuelto.
-¿Qué?... ¿Todavía no lo sabe?
-No. Después de mi largo y agotador vuelo he querido verte primero a "ti" -declaró Olga con un seductor parpadeo.
-¿A... a mí? -preguntó Anton retrocediendo inconscientemente.
No era sólo que se encontrara muy incómodo en presencia de Olga...
¡Ahora, además, tendría que vérselas con un pequeño vampiro furioso de celos y con una ofendida y celosa Anna que seguro que no le creería cuando le dijera que no tenía ningún interés en Olga!
-Sí, te quería ver a ti -confirmó Olga-. Lo primero que hace uno siempre es visitar a su mejor amigo, ¿no?
A punto estuvo de responder que, precisamente por eso, él había supuesto que Olga lo primero que haría antes que nada sería volar al cementerio para saludar al único amigo que ella, según la opinión de Anton, tenía: ¡el pequeño vampiro! Pero, como no quería organizar una bronca, dijo solamente:
-"Tan" bien no nos conocemos, ni mucho menos.
-¡Sí, eso es verdad! -exclamó Olga en tono de denuncia-. ¡Porque esa Anna, esa dientes de leche, siempre nos estaba aguando la fiesta!
-¿Anna?
-Efectivamente. Tú ni te imaginas lo posesiva que es. No me dejaba ni hablar cinco minutos seguidos contigo sin molestar. ¡Imagínate!
-¿Y cuándo querías hablar tú conmigo? -preguntó sorprendido Anton.
-Cuando vivía en la Cripta Schlotterstein, por supuesto -contestó Olga-. Pero Anna me seguía volando constantemente y me amenazaba cuando yo iba a llamar a tu ventana.
-¿Anna te amenazaba? -preguntó incrédulo Anton.
-¡Y de qué manera! -dijo Olga asintiendo con la cabeza, con lo que el lazo basculó violentamente-.
¿Comprendes ahora por qué nosotros nos hemos podido conocer tan poco hasta el momento? -preguntó con voz aflautada.
Anton no respondió..., pues no estaba seguro de qué tenía que pensar de todo aquello. En caso de que Anna realmente hubiera impedido que Olga le visitara más a menudo, ¡él no estaba enfadado con Anna, ni mucho menos!
-¡Y ahora deberías encender la luz! -observó Olga-. ¡Para que puedas verme mejor!
"¿Para que pueda verla mejor?", pensó Anton. Lo mismo le había dicho el lobo a Caperucita poco antes de comérsela...
Pero disipó rápidamente aquella idea y encendió la lámpara de la mesilla de noche.
¡Qué bien te sientan a la cara!
-¿Qué? -inquirió Olga sonriendo con afectación-. ¿Sigo estando como tú me recordabas?
Anton la examinó. Resultaba indiscutible que Olga era una niña-vampiro muy guapa: con sus grandes ojos azules, su nariz respingona y sus muchas pecas. ¡Quien no la conociera mejor se habría podido enamorar fácilmente de ella!
Pero Anton no tenía ganas de hacerle cumplidos, así que se limitó a decir:
-Sí, exactamente igual.
-¿Cómo? ¿No notas ninguna diferencia? -se hizo la ofendida Olga.
-Sí -dijo con una risita burlona Anton-. Llevas un lazo nuevo.
Olga frunció el ceño y durante un momento no pareció ya dulce y seductora, sino alevosa y malévola. Pero luego volvió a sonreír.
-No sólo llevo un lazo nuevo -declaró levantándose su capa de vampiro para que Anton pudiera ver el vestido que llevaba debajo-. ¿Te parece que me sienta bien? -preguntó mirándole agudamente a los ojos.
-Oh, sí -contestó él... con bastante sinceridad.
El vestido rojo con el delantal blanco y los ribetes de encaje blanco lo encontraba repulsivo..., ¡pero a Olga le pegaba estupendamente!
-"Tú" sí que has cambiado bastante -dijo Olga con una risita.
-Ah, ¿sí? -dijo Anton.
-Sí. Pareces un verdadero adulto.
-¿Yo? ¿Un adulto?
-¡Te han salido tantas espinillitas monísimas!... ¡A mí me gustan los chicos que tienen espinillas!
-Sí, ya lo sé -dijo Anton..., cosa no muy inteligente por su parte, como en seguida pudo advertir.
-¿Ya lo sabes? -repitió estupefacta Olga-. Ah, vaya... -dijo luego riéndose mordaz-. ¡Probablemente Richard el Rencoroso te ha hablado de mis preferencias!
-No, no -dijo apresuradamente Anton-. Yo..., yo a Richard el Rencoroso no le he visto jamás.
-¡Entonces tiene que haberme delatado Rüdiger! -bufó Olga.
-No, Rüdiger no te ha delatado -la contradijo Anton-. Él sólo ha dicho que a él también le gustaría tener varicela.
Y cuando vio la cara de perplejidad de Olga añadió:
-Es que esto no son en absoluto espinillas. Es la varicela.
-¿De veras? -preguntó Olga acercando lentamente el dedo índice de su mano derecha a la cara de él-. Yo creo que esto me gusta incluso más -dijo con una risita-. ¡Por lo menos son grandísimas! ¡Y también es precioso lo arrugadas que están!
-Eso es porque se están curando -explicó Anton, que había retrocedido un paso ante el dedo índice de Olga.
Su afilada uña no había despertado en él recuerdos muy agradables que digamos. Le había recordado una lúgubre y semiderruida bolera y a un Lumpi que echaba espumarajos de rabia...
-¿Curando? -dijo Olga visiblemente decepcionada-. ¿Quieres decir que van a desaparecer?
Él asintió con la cabeza.
-¡Qué pena! -dijo ella mirándole con compasión-. ¡Con lo increíblemente bien que te sientan a la cara!
-Sssí... Todo lo bello ha de perecer -contestó él.
Pobre tía Dorothee
Olga resopló de indignación.
-!¿Todo lo bello?! -exclamó-.
¡Todo lo "feo" ha de perecer! -Y señalando los dibujos de los soles en las paredes dijo llena de repugnancia-: ¡Deberías empezar inmediatamente a hacer desaparecer esos feos garabatos de mal gusto!
-¿No te gustan? -se hizo el sorprendido Anton.
-¡No! -bufó ella-. Además, es una falta de tacto bastante grande haberlos colgado cuando esperabas que "yo" viniera.
Anton contuvo una risa burlona.
-Primero: yo no esperaba que vinieras -contestó-. Y segundo: "yo" no tengo nada que ver con los cuadros.
-¿Y entonces por qué están colgados en tu habitación?
-No sé si te lo debo decir...
-¿Que no sabes si me lo debes decir?
Olga le miró con reprobación por el rabillo del ojo.
-¡Bah -siseó luego-, quién iba a tener algo en contra!
-El artista que los ha pintado, por ejemplo -repuso Anton en un tono marcadamente misterioso.
-¿El artista? -dijo Olga-. ¡Me parece que "embadurnador de pintura" sería más apropiado!
-¿Embadurnador de pintura? -repitió Anton haciendo esfuerzos por no soltar la carcajada-. ¡Si Rüdiger oyera "eso", seguro que se quedaría muy decepcionado! -dijo él con una voz que sonó muy estridente bajo la risa reprimida.
-¿Rüdiger? -preguntó suspicaz Olga-. ¿Y por qué Rüdiger precisamente?
-¡Sí, al fin y al cabo él se ha tomado la molestia sólo por ti!
-¿Por mí? -dijo Olga mirando alternativamente a Anton y los cuadros-. ¿Acaso quieres dejarme en blanco haciéndome creer que estos..., estos pintarrajos los ha hecho Rüdiger?
-¿En "blanco"? -preguntó Anton con una risita-. ¡Yo creo que Rüdiger ha pintado los soles de color "amarillo"!
Aunque eso no era muy amable por su parte..., ¡la demoledora crítica de Olga sobre las "pinturas" de Rüdiger le llenaba de una cierta alegría por el mal ajeno! Y es que, además, el pequeño vampiro había calificado de "borrones" los dibujos de cementerios pintados con tanto amor por Anton.
-¿Y cómo se le ocurre pintar esas cosas? -murmuró Olga, que se había acercado a los cuadros sacudiendo la cabeza-. ¿Crees tú que Rüdiger podría estar enfermo?
-Bueno, pues... -dijo Anton sonriendo burlón-, en tratamiento sí que está.
-¿En tratamiento? ¿Con un médico de verdad? -preguntó Olga.
-No, realmente no es un médico..., sino más bien un especialista -repuso Anton.
-¡Ah, vaya! -exclamó Olga dándose golpecitos en la frente-. Ahora lo entiendo: ¡Rüdiger está yendo al dentista! -Y sonriendo pícaramente añadió-: ¡Se le habrá partido un colmillo, ja, ja, ja!
-¿Un colmillo partido?
Anton tuvo que reírse irónicamente.
Imaginarse al pequeño vampiro sentado en el sillón de un dentista, con la boca abierta de par en par y graznando con voz ronca "aaah" era desde luego muy cómico. Pero rápidamente volvió a ponerse serio.
-No, Rüdiger está yendo a un psicólogo -explicó.
-¿A un... qué?
-A un psicólogo. Se está tratando de...
De repente le entraron dudas de si sería oportuno confiarle el secreto a Olga.
Pero luego se dijo a sí mismo que en determinadas circunstancias podía incluso ganarse a Olga de aliada si la ponía al corriente de todo; así que empezó a contar.
Anton le informó de los ejercicios de relajación, del aparato luminoso, de la ropa amarilla y de las gafas de sol, y, naturalmente, también habló de Igno Rante y de su afirmación de que no era un vampiro. Mencionó el noviazgo de Igno Rante con tía Dorothee y el "matrimonio a prueba" y Villa Vistaclara.
Cuando Anton terminó, Olga soltó un profundo suspiro y dijo:
-¡Pobre tía Dorothee!
-¿Pobre tía Dorothee? -repitió Anton. ¡En su opinión era mucho más indicado sentir compasión por el pequeño vampiro!
-¡Efectivamente! -se reafirmó Olga-. ¡Es bastante trágico que ahora que tía Dorothee ha arrojado por fin por la borda del ataúd su tristeza por tío Theodor, vaya a dar precisamente con un tipo a medio hacer como ése!
-¿A medio hacer?
-¡Y de qué forma! ¡Afirma de sí mismo que no es un vampiro! Va andando, tiene mal la vista... Y encima ni siquiera se acuesta en su ataúd, sino que -probablemente por una precaución exagerada- se esconde en algún otro sitio. ¡Es para que a uno le dé pena que tía Dorothee haya ido a dar con alguien así!
"¿Dar pena? ¿Tía Dorothee?", pensó Anton no muy convencido. ¡Después de todo, tía Dorothee era un vampiro adulto y podía cuidar de sí misma!
Y además: "ella" no estaba haciendo ningún programa de entrenamiento para superar su fobia al sol como el pequeño vampiro. Y "ella" tampoco estaba a punto de exponerse a la luz del sol..., confiando en el éxito del programa.
Oyó cómo Olga sorbía varias veces por la nariz y después decía con la voz temblorosamente conmovida:
-¡Ay, cuando pienso en todo lo que ha hecho por mí tía Dorothee!... Me enseñó a acercarme sigilosamente, a atacar por sorpresa. Y siempre ha sido amable y paciente conmigo. ¡Durante horas me daba clases en el parque municipal aunque su estómago vacío gruñía tanto que a mí se me ablandaba el corazón!
Al mencionar los gruñidos del estómago vacío de tía Dorothee a Anton le entraron escalofríos.
-Y yo -siguió diciendo Olga en tono apesadumbrado- ni siquiera le he dado las gracias. Me marché volando deprisa y corriendo cuando Hugo el Peludo me invitó a que le acompañara a Venecia.
-¿Hugo el Peludo? -dijo sorprendido Anton, que nunca había oído hablar de un vampiro que se llamara así.
Al parecer a Olga aquella confesión se le había escapado sin querer, pues entonces miró sombríamente a Anton y bufó:
-Sí, pero no se lo digas a nadie, ¡y menos a tía Dorothee y a Rüdiger!
-No te preocupes, yo sé guardar silencio -dijo Anton.
Una providencia de Drácula
Se hizo una pausa. Olga se mordía los labios y parecía estar reflexionando.
-¿Y si resulta que Igno Rante no es ningún vampiro? -preguntó cautelosamente Anton.
-¿Ningún vampiro? ¿Y qué iba a ser si no?
-Quizá un... ser humano.
-¿Un "ser humano"? -dijo Olga-.
¿Crees tú que tía Dorothee se iba a liar con un "ser humano"? ¡No, eso realmente no me lo puedo imaginar!
-Yo tampoco -admitió Anton-, pero a pesar de todo tengo la desagradable sensación... de que en Igno Rante hay algo que no encaja. Y esa sensación no la tengo sólo desde ayer.
-¿Ya hace más tiempo que la tienes?
-¡Sí! Desde que vi a Igno Rante por primera vez. ¡Y fue "antes" de ponerse el sol!
-Antes de ponerse el sol... -murmuró Olga. Anton ya se lo había contado al hablarle de la afirmación de Igno Rante de que él no era ningún vampiro..., pero sólo ahora parecía haberse dado cuenta realmente Olga de lo que eso significaba.
-Sí, y luego lo de la ceguera nocturna -prosiguió Anton- y lo de que Igno Rante siempre vaya andando. Y por último lo del ataúd vacío...
¡Todo eso es muy extraño y muy sospechoso!
-Sí, a mí también me parece extraño -asintió Olga-. Quizá sea una providencia de Drácula -dijo ella tras una breve reflexión.
-¿Una providencia de Drácula?
-repitió interrogante Anton.
-Sí, porque yo ahora tengo la oportunidad de tomarme la revancha -contestó ella.
-¿Tomarte la revancha? -dijo angustiado Anton. Aquello sonaba a venganza..., ¡a sangrienta venganza!
Pero Olga al parecer se refería a otra cosa.
-Sí, pues ahora "yo" puedo hacer por fin algo por tía Dorothee -declaró solemnemente-. ¡Por mi culpa la pobre ha tenido que sufrir mil angustias!
-No sólo tía Dorothee -observó Anton. Olga sonrió halagada. Presumiblemente creyó que Anton hablaba de sí mismo, pero en realidad se refería al pequeño vampiro y a las preocupaciones de Rüdiger por su querida Olga.
-¿Y cómo te vas a tomar la revancha? -preguntó.
-Bueno, pues... -declaró Olga dándose importancia-. Si efectivamente hay algo que no encaja en ese Igno Rante y si soy "yo" la que lo descubre y advierte de ello a tiempo a tía Dorothee... ¡Ahí tengo yo "mi" oportunidad de volver a causarle una buena impresión a tía Dorothee!
Anton la miró impaciente.
-Bueno, sí... -dijo vacilando Anton.
El pequeño vampiro estaba a punto de jugarse el cuello por Olga, ¿y por quién se preocupaba Olga? ¡No por Rüdiger, sino única y exclusivamente por tía Dorothee!
Anton carraspeó y dijo:
-¿Nos vamos volando?
-¿Cómo, ya tan pronto? -dijo Olga.
-¡Sí!
-Ay, chico -dijo ella con una risita-, ¡y yo que creía que tú eras tímido e inexperto!...
-¿Tímido e inexperto... yo?
-¡Sí! -afirmó ella soltando una estridente carcajada-. ¡Cuando un chico tan guapo como tú se interesa por un cardo como "Anna", sólo puede ser porque es totalmente inexperto...
y demasiado tímido para conocer a chicas realmente bonitas!
Anton se puso colorado.
En un primer momento iba a responder algo violento en defensa de Anna, pero luego pensó que con eso no conseguiría absolutamente nada. ¡A lo sumo que Olga se largara ofendida!
Así es que reprimió su indignación y respondió:
-Yo quería salir volando inmediatamente por un motivo muy concreto: porque pasado mañana, el lunes, se reúne el Consejo de Familia.
-¿El lunes ya? -dijo Olga dando tironcitos del lazo que llevaba en el pelo.
-Sí, y entonces decidirán si Igno Rante puede instalarse en la cripta a prueba.
-¡Ja, los Von Schlotterstein tienen siempre unas prisas terribles!
-observó Olga.
-Sobre todo el que parece tener mucha prisa es Igno Rante -dijo Anton-. Y por eso, a ser posible, deberíamos averiguar esta "misma noche" si hay algo que falla en él.
-¿Nosotros? -dijo con voz aflautada Olga-. ¿Es que "tú" también quieres causarle una buena impresión a tía Dorothee?
A Anton le entraron escalofríos.
-¿Yo? ¡No!
-Aunque... -dijo Olga con una risita-, no te costaría ningún trabajo con ese cuello largo y delgado que tienes...
-¡Pero es que "yo", al contrario que Igno Rante, no quiero instalarme en la cripta! -rechazó Anton-. ¡Y tampoco quiero convertirme en vampiro!
¡De ninguna manera!
Olga pestañeó.
-¡Ya le irás cogiendo el gusto!
-¡No, jamás! -declaró Anton con voz firme.
Olga se rió provocativa.
-Eso es lo que dicen todos... ¡antes!
(No) hay sitio para ataúdes
-Pero es que esta noche, desgraciadamente, yo no puedo -declaró Olga tras una pausa-. Primero porque ya he quedado...
-¿Has quedado? -preguntó nervioso Anton-. ¿Con quién? ¿Con Rüdiger?
-No, ¿cómo se te ha podido ocurrir eso? -siseó ella.
Al parecer no quería que nadie le recordara que el pequeño vampiro la estaba esperando ansiosamente.
-Y segundo porque todavía no tengo donde alojarme, a no ser... -dijo ella haciendo una pausa y recorriendo la habitación con su mirada-. ¡A no ser que me dejes abrir mi ataúd plegable en "tu" habitación!
-¿En mi habitación? -exclamó asustado Anton-. Eso es absolutamente imposible.
-¿Y qué hay de tu sótano? -preguntó ella.
-Mi..., mi padre acaba de empezar a construir algo -dijo inventándose rápidamente una disculpa.
-Ah, ¿sí? ¿Y qué es lo que está construyendo? -preguntó Olga con una dulzura fuera de lo normal-. ¿Ataúdes quizá?
-No, una estantería. Una estantería para... ¡botellas! -balbució Anton.
-Para botellas como tú, supongo -observó Olga.
-¿Qué..., qué es lo que quieres decir con eso? -dijo Anton con fingida indignación.
Olga le lanzó una mirada glacial.
-A Rüdiger, con su prohibición de cripta, le dejaste vivir en tu casa durante semanas. ¡Pero cuando se trata de hacerme el mismo favor "a mí", aunque sólo sea por un día, buscas pretextos!
-¡No! -la contradijo Anton-.
Sólo que..., ya ves tú misma que aquí en la habitación no hay sitio para...
-tosió-, para ataúdes. Y en el sótano está todo lleno de tablas y de clavos para hacer la estantería.
-Eso no hay quien se lo crea...
-dijo Olga-. Pero, bueno -dijo después-, de todas formas Hugo el Peludo tampoco habría estado de acuerdo.
Anton aguzó el oído.
-¿Hugo el Peludo? ¿Es que está aquí?
-¡No preguntes tanto! -bufó Olga-. Mejor dime dónde puedo encontrar Villa Vistaclara.
-¿No quieres que vayamos volando "juntos"? -propuso Anton.
-No -repuso secamente Olga-. Yo volaré más tarde hasta la villa.
¡Además, ahora, como te he dicho con todo detalle, tengo una cita!
"¿Con todo detalle?", pensó Anton poniéndolo en duda. ¡Lo que Olga había dicho hasta ese momento era más bien escaso! Y Anton ardía en deseos de saber más cosas de Hugo el Peludo, con el que Olga (eso parecía seguro) había estado primero en Venecia y luego en Viena... ¡y que al parecer ahora la había seguido incluso hasta allí!
Pero si resultaba que Hugo el Peludo era el nuevo amigo de Olga, a lo mejor esa infidelidad podía abrirle los ojos al pequeño vampiro sobre Olga, su "gran amor"...
-¿Conoces el viejo depósito de agua? -preguntó él.
-Claro, no estoy ciega -contestó Olga.
-"¡No, "tú" no!", le dio la razón para sí Anton. En voz alta dijo:
-Bueno, pues vuelas hasta el depósito de agua, y luego tienes que buscar la Calle del Campo de Deportes.
En esa calle es la penúltima casa del lado derecho: una villa grande y negra. Las puertas y las ventanas están condenadas con tablones.
-¿Condenadas con tablones? ¿Y cómo voy a entrar entonces?
-Por la ventana del sótano que hay en el lado izquierdo.
Olga no parecía estar precisamente entusiasmada.
-¿Por la ventana del sótano?
¡Bueno, ya miraré a ver si hay alguna entrada más cómoda!... Bien, y ahora debo marcharme -susurró-. Lo siento, Anton, pero espero que la próxima vez tengamos más tiempo para nosotros.
-¿La próxima vez? -repitió él palpitándole el corazón-. ¿Quizá...
mañana mismo?
-Parece que ya no puedes estar sin mí -opinó Olga, sonriendo orgullosa.
Anton carraspeó.
-Ta..., también podríamos volar "mañana" por la noche a Villa Vistaclara... Quiero decir... ¡El Consejo de Familia no se reúne hasta pasado mañana!
Olga se rió con voz estridente.
-¡Yo tengo previsto hacer contigo cosas mucho mejores que dar tropezones por un húmedo edificio en ruinas o husmear en ataúdes vacíos!
-Ah, ¿ssssí? ¿El qué? -murmuró Anton presintiendo algo malo.
Olga hizo un amplio ademán.
-Todo lo que pueden hacer entre sí dos que son muy buenos amigos: dar un paseo volando, mirar la luna, contarse sus deseos y sueños más íntimos... Y por lo que respecta a la villa y al tal Igno Rante -siguió ella diciendo levantando la voz-, ¡puedes confiármelo plenamente a mí, la señorita Olga von Seifenschwein!
Dicho aquello se encaramó al alféizar de la ventana, hizo un par de movimientos de brazos y empezó a flotar en el aire.
-¡Que sueñes con algo bonito!
-dijo ella con voz aflautada, lanzándole un beso con la mano-. ¡Con tu querida Olga! -completó ella, y salió volando con una risita.
Anton se fue a la ventana y miró hacia el exterior..., preocupado por si le observaba alguien.
Pero no vio a nadie. Ni siquiera a Olga con su capa de vampiro.
Aliviado, Anton volvió a cerrar la ventana, y, con la sensación de que se había ganado merecidamente un sueño, se metió en la cama.
En directo y a todo color
Anton aún estaba cansado a la mañana siguiente; le despertó su padre.
-!¿Cómo?! ¿Levantarme tan temprano? -protestó-. ¡Me parece a mí que los domingos tiene uno derecho a dormir a gusto!
-¿Temprano? Son casi las once -contestó su padre.
-Probablemente serán once los minutos que falten para las siete -gruñó Anton.
Su padre sonrió satisfecho.
-Debe haber sido un programa nocturno muy emocionante.
-Efectivamente -dijo Anton añadiendo para sus adentros: "¡Y en directo y a todo color!"
-¿Qué tal en la ópera? -preguntó luego Anton bostezando.
-¿En la ópera? -repitió su padre riéndose tímidamente-. Seguro que no tan dramático como lo tuyo -dijo después.
"¿Dramático?", pensó Anton. Lo realmente dramático aún estaba por llegar, esa misma noche cuando (Anton estaba seguro de ello) Olga viniera a verle.
Suspirando, se levantó.
Por fortuna, después del desayuno sus padres emprendieron uno de sus largos paseos dominicales y Anton pudo volverse a la cama y seguir durmiendo hasta por la tarde.
Cuando empezó a oscurecer, Anton se sentó a su escritorio para, supuestamente, recuperar la materia que había perdido en matemáticas. En realidad, lo que hizo fue dibujar una cripta de vampiros. Y es que los despectivos comentarios de Olga sobre los "pintarrajos" de Rüdiger le habían incitado a demostrar que "él" no era un embadurnador de pintura.
Cuanto más iba trabajando en ella, más estupenda le estaba quedando la cripta. Y también tuvo tiempo suficiente, pues Olga no se dejó ver. Al final, poco después de las diez de la noche, apareció la madre de Anton en la puerta de la habitación anunciando que el padre de Anton y ella se iban ahora a dormir.
-Y tú también deberías meterte pronto entre las sábanas -dijo-, aunque "tú" no tengas mañana colegio gracias a tu varicela.
Anton se rió irónicamente.
-Sí, gracias, varicela -dijo él.
Desde hacía dos días ya no tenía fiebre, pero aún tenía que quedarse una semana más en casa por el peligro de contagio.
Una vez que los padres de Anton se fueron a la cama todo se quedó muy en silencio; en el piso y en todo el edificio.
En medio de aquel silencio Anton notó que cada vez iba teniendo más sueño..., a pesar de que realmente debería de estar despiertísimo. Miró hacia la ventana. ¿Tenía sentido seguir esperando a Olga? Se acordó de que la noche anterior ella no había prometido en absoluto que fuera a ir "aquel día".
Y a la propuesta que él le había hecho de volar juntos a Villa Vistaclara, había respondido que eso podía confiárselo plenamente a ella, a la señorita Olga Von Seifenschwein.
Tranquilamente...
¿Podía fiarse realmente Anton de que Olga había estado en Villa Vistaclara y había intentado indagar sobre el misterio del ataúd vacío?
Él ni siquiera sabía si ella conocía realmente el depósito de agua.
¡Su arrogante "yo no estoy ciega" no le había convencido del todo a Anton!
Anton pensó en su nuevo vestido rojo con el delantal blanco y los ribetes de encaje blancos y en su lazo color rosa. ¿Una chica vampiro tan orgullosa y tan coqueta como era Olga iba a bajar resbalando con su vestido nuevo por el sombrío agujero de un sótano?
Y en caso de que a pesar de todo Olga hubiera averiguado algo (a lo mejor sí había encontrado una segunda entrada, menos polvorienta, a Villa Vistaclara)... ¿se enteraría de ello siquiera el Consejo de Familia?
Al fin y al cabo Olga no había instalado su ataúd plegable en la Cripta Schlotterstein, sino fuera, en algún lugar, probablemente junto a Hugo el Peludo. Con claridad repentina Anton se dio cuenta de que se había engañado al considerar a Olga "su" aliada. No, excepto él no había nadie que pudiera impedir ya la perdición que Igno Rante arrojaría probablemente sobre la estirpe de los Von Schlotterstein. Anton estaba solo, completamente solo...
Libre y ligero como un vampiro
En ese momento percibió un olor pesado y dulzón. Anton se asustó.
Pero no era el desagradable olor a lirios del valle que conocía de Igno Rante. Era un aroma de rosas: el aroma de Muftí Amor Eterno, ¡el perfume de Anna!
-¡Anna! -exclamó precipitándose hacia la ventana.
Pero el alféizar de la ventana estaba vacío.
Anton regresó perplejo a su escritorio. ¿Vendría el aroma de rosas del frasquito que Anna le había regalado por Navidad?
Anton lo tenía a buen recaudo en el cajón de abajo, detrás de una pila de cuadernos viejos.
Abrió el cajón, pero allí sólo olía a papel y a tinta.
Anton se acordó de lo que le había dicho en aquella ocasión sobre su nuevo perfume: que el efecto de Muftí Amor Eterno era que ellos ya no se volverían a sentir nunca solos.
¿Quizá fuera el aroma de rosas una señal secreta de que Anton debía volar hasta Villa Vistaclara, porque allí se encontraría con Anna?
Y hablar con Anna sobre el vacío ataúd de Igno Rante era en cierto modo la última oportunidad para evitar la fatalidad...
Anton cogió el frasquito, desenroscó el tapón y se echó un par de gotas de Muftí Amor Eterno detrás de las orejas. A continuación volvió a enroscar el tapón del frasquito y lo metió de nuevo en el cajón.
El aroma de rosas era ahora casi avasallador y reforzaba la sensación de que Anna estaba realmente en el dormitorio.
Anton sintió cómo se le aceleraba el ritmo del corazón.
¿Debía atreverse a marcharse solo volando..., confiando en conseguir encontrar a Anna?
¿Pero es que acaso le quedaba alguna elección?
Posiblemente Anna y Rüdiger se estaban jugando el pellejo y si Anton no quería cerrar los ojos a eso, "tenía" que hacer algo, ¡y además esa misma noche!
Con los dedos temblorosos por la excitación, Anton sacó del armario la capa de vampiro y se la puso. Se fue de puntillas a la puerta y la cerró con llave por dentro.
Se subió al alféizar de la ventana, dio un par de tímidos braceos y, lentamente, casi a cámara lenta, se elevó en el aire.
Anton movió sus brazos con fuerza... y voló.
Le invadió una sensación de enorme ligereza: había superado la gravedad y era libre y ligero como un pájaro...
¡No!: ¡Libre y ligero como un vampiro!
Pero su alegría dejó paso rápidamente a una sensación de angustia. De repente le vinieron a la memoria Sabine la Horrible, Wilhelm el Tétrico, Elisabeth la Golosa y todos los demás vampiros, que, ahora, ya habrían abandonado sus escondrijos. ¡Anton no debía encontrárselos de ninguna manera!
Miró con gran malestar a su alrededor. Era una noche de luna clara y sobre él brillaban las estrellas. De repente fue consciente de lo perdido que estaba bajo aquella alta y ancha bóveda celeste. Le entró un escalofrío tan enorme que su corazón empezó a latir más deprisa.
¡Pero no, no era bueno pensar en ello! ¡Tenía que concentrarse en Anna y en su vuelo a Villa Vistaclara!
Anton apretó los labios y tomó la dirección de la casa del señor Schwartenfeger, pues aquél era el único camino hacia Villa Vistaclara por el que podía estar seguro de que no se iba a perder.
Transmisión por el aroma
Anton alcanzó sin ningún contratiempo la casa en la que tenía su consulta el señor Schwartenfeger.
Cuando vio que en la planta baja estaban iluminadas las dos últimas ventanas redujo la velocidad de su vuelo. ¿Tendría el señor Schwartenfeger todavía un paciente a esas horas? ¿Resultaría ser al final el mismísimo pequeño vampiro?
Pero eso se podía averiguar...
Anton aterrizó en el jardín que había ante la casa, detrás de un arbusto, y levantó la vista hacia las ventanas de la sala de consulta. Los gruesos visillos de tul estaban echados, pero él sabía por experiencia que se podía espiar muy bien a través de ellos si había luz en la habitación.
Lo único que necesitaba hacer era sentarse en uno de los muretes saledizos de las ventanas.
Mientras Anton aún seguía pensando si subirse o mejor ir volando le vino de repente el convencimiento de que en el ángulo exterior de la ventana de la derecha había una pequeña figura negra...
En ese momento se oyó una risita y una voz clara susurró:
-¡Buenas noches, Anton!
-¡Anna! -exclamó Anton.
¡Esta vez sí que era ella!
Sin hacer ruido bajó volando hasta donde estaba él.
-Ha sido transmisión de pensamiento -dijo ella tiernamente-. ¡No, ha sido transmisión por el aroma!
-¿Tra..., transmisión por el aroma? -balbuceó Anton.
Encontrarse a Anna precisamente allí, delante de la casa del señor Schwartenfeger, y encima "antes" de que Anton hubiera empezado a buscarla, era tan inesperado que durante un momento Anton no supo qué pensar.
-¡Sí, transmisión por el aroma!
-dijo ella soltando de nuevo una risita-. El aroma ya lo había olido yo cuando todavía estabas flotando en el aire. Muftí Amor Eterno lo huelo a metros de distancia. A metros no: ¡a kilómetros de distancia!
-¿A kilómetros de distancia? -repitió Anton con voz ronca por decir alguna cosa.
-¡Sí, porque nadie en el mundo entero puede oler así excepto nosotros dos!
-¿De verdad? -dijo Anton.
¡Seguro que había miles de perfumes de rosas diferentes! Pero como no quería ofender en absoluto a Anna, prefirió no decirlo en alto.
-Nadie más que tú y que yo -confirmó Anna tendiéndole la mano. A Anton se le metió en la nariz un fuerte aroma de rosas.
-¿Tú..., tú también has usado Muftí Amor Eterno? -preguntó él con no demasiada imaginación, como él mismo advirtió.
Anna sonrió y asintió con la cabeza.
-¡Yo siempre lo uso cuando desearía que "tú" estuvieses conmigo!
-Ah, ¿sí?
Anton tosió apocado. !¿Por qué tenía Anna que expresar siempre tan..., tan crudamente sus sentimientos?!
Pero ella parecía que no había entendido bien su tosecilla, pues entonces le espetó:
-¡Al parecer ya no te acuerdas para nada de lo que te confié sobre el especial efecto que produce Muftí Amor Eterno!
-¡Oh, claro que sí! -la contradijo Anton-. Dijiste que nosotros ya no volveríamos a sentirnos solos nunca.
Y por eso... -hizo una pausa-. ¡Y solamente por eso he utilizado esta noche Muftí Amor Eterno! -declaró luego con voz firme.
-¿De verdad? -preguntó Anna asomándole una sonrisa en la cara.
-Además, debía ayudarme a encontrarte -añadió Anton.
-¿A encontrarme? -repitió Anna-.
¿Y por qué?
-Porque... -dijo vacilando Anton-. Porque tengo que hablar contigo de algo enormemente importante.
Anna soltó una risita.
-Oh, tengo un presentimiento: ¡Anton el celoso tiene novedades sobre mi querido tío Igno!
-No, digo... ¡sí! -balbució Anton, al que le había dado una especie de ataque de desesperación.
El hecho de que Anna ya le hubiera acusado ahora de estar celoso, antes de que Anton le hubiera podido contar siquiera lo que había observado en Villa Vistaclara..., hacía que pareciera inútil hablar seriamente con Anna del vacío ataúd de Igno Rante.
¡Sin duda ella afirmaría que no había visto a Igno Rante en su ataúd por puros celos!
Mientras Anton todavía estaba pensando febrilmente cómo podía conseguir convencer a Anna de que él no estaba celoso ni mucho menos y, al mismo tiempo, tener la habilidad de "no" ofenderla por ello, se hizo de pronto la claridad a su izquierda.
Volvió la cabeza y vio que se había encendido la luz de la escalera de la casa. En ese mismo momento Anna le agarró de la capa y susurró:
-¡Ése es Rüdiger!
-¿Rüdiger? -dijo sorprendido Anton.
Con el inesperado encuentro con Anna se había olvidado completamente del pequeño vampiro.
-Entonces..., ¿entonces estaba en casa del señor Schwartenfeger?
-¡Sí! -dijo Anna agachándose y bajando consigo a Anton-. Pero no debe vernos bajo ningún concepto -susurró-. Es que no sabe que yo miro a escondidas mientras él hace sus ejercicios.
-¿Vienes aquí a menudo?
-Sí, lo más que puedo. Y yo también he aprendido ya un montón...
¡Pero ahora, chisss! -dijo Anna poniéndose un dedo en los labios.
Anna vio cómo el pequeño vampiro salía por la puerta seguido por el señor Schwartenfeger.
Inconscientemente Anton contuvo la respiración.
El pequeño vampiro le dio la mano al psicólogo, hizo una reverencia y dijo con voz áspera:
-¡Bueno, hasta la próxima vez!
-Si sigues haciendo progresos tan vertiginosos, pronto ya no necesitarás más clases prácticas -respondió el señor Schwartenfeger.
-¿Lo cree usted de veras?
-¡Sí! Con seis o siete clases más tu fobia al sol podría estar curada.
"¿Seis o siete clases?", pensó Anton, a quien con aquellas perspectivas (que a él le parecían de lo más preocupante) casi se le salía el corazón por la boca.
-Ahora podría venir tranquilamente tu amiguita por la que tú con tanto celo te has entrenado -dijo el señor Schwartenfeger, y se rió como si hubiera contado un chiste bueno.
-¿Podría? -siseó Anton-. ¡Ja, si vosotros supierais!
-¿Qué quieres decir con "si vosotros supierais"? -oyó que preguntaba desconfiada Anna.
¡Hasta ese momento Anton no se había dado cuenta de lo que se le había escapado!
-Yo, eh... -dijo carraspeando confuso-. Te lo contaré -susurró- en cuanto se haya ido Rüdiger.
El pequeño vampiro se había ido andando a la calle. En la acera volvió a detenerse e inclinó la cabeza saludando al señor Schwartenfeger.
Luego torció a la izquierda y se metió por un estrecho camino que iba por el lateral de la casa... a sólo unos pocos metros del arbusto tras el cual estaban escondidos Anna y Anton.
Anton oyó estremecido cómo crujía ligeramente la arena bajo los pies de Rüdiger.
Se oyó un crujido de tela y a continuación se percibió un ruido como de grandes alas que se agitaban.
Luego todo quedó en silencio.
En medio de aquel silencio el golpe que dio la puerta al cerrarse sonó como una pequeña explosión.
Y a Anton le faltó un pelo para pegar un grito.
¡Sigue contándome!
-¡Rüdiger "ya" se ha marchado!
-observó muy decidida Anna-. Ahora puedes contarme a qué te referías con lo de "si vosotros supierais".
-Sí, sí, en seguida -murmuró Anton.
Miró hacia la casa. La luz de la escalera se había apagado y ya sólo quedaban encendidas las dos ventanas de la sala de consulta. Probablemente estaba anotando en ese momento en su grueso libro negro los resultados de la sesión nocturna...
-¿No sería mejor que nos fuéramos primero a otro sitio? -propuso Anton, principalmente para ganar tiempo.
-¡No! -repuso Anna de una forma inusitadamente brusca.
Anton la miró sorprendido. Después de todo..., ¡prefería a una Anna inquieta a otra que se estuviese riendo burlona constantemente! ¿Estaría ahora preparada para escucharle?
-Pero es que lo que te tengo que contar es bastante largo -objetó él.
-Este sitio es exactamente igual de bueno o de malo que cualquier otro -contestó Anna.
-Bueno, pues... -empezó a decir Anton inspirando profundamente.
"La verdad es la mejor defensa"...
¿No había un refrán que decía eso? Y yendo directamente al grano declaró:
-Olga estuvo ayer en mi casa.
-!¿Cómo dices?! -dijo Anna, y luego se rió estridentemente-. No, no me lo creo. ¡Eso sólo lo dices para ponerme "a mí" celosa!
Anton sacudió la cabeza.
Olga llamó anoche a mi ventana. Yo abrí y...
Se interrumpió. La réplica de Anna de que él había dicho eso para ponerla celosa le había dado una idea.
¿Y si él ahora se jugaba sencillamente la "baza de los celos"... a "su" manera?
¡Sí, la idea era magnífica!
¡Sólo necesitaba atizar con fuerza los celos de Anna por Olga y a Anna le entraría la ambición de quedar por encima de Olga desvelando "ella misma" el misterio de Igno Rante y su ataúd vacío!
-¡Sigue contándome! -exigió impaciente Anna.
-Hum, no sé si es muy correcto -se hizo el vergonzoso Anton... con la intención de picar aún más la curiosidad de Anna.
-¿Si es muy correcto? -dijo Anna soltando un bufido de indignación-.
¿Crees acaso que sería mejor callarse?
-Bueno, es que -dijo Anton costándole mucho permanecer serio- si sólo va a servir para que te pongas furiosa o te sientas ofendida...
Anna cerró los puños.
-¡Quiero saber todo lo que ha ocurrido entre vosotros!
-Si te empeñas... -dijo Anton carraspeando a conciencia (también eso era una jugada para poner a Anna más expectante todavía).
-Yo ya te dije una vez que tenía una cierta sospecha de Igno Rante -explicó luego y, poniendo cara de importante, añadió-: ¡Olga ahora me ha confirmado en mi sospecha!
-¿Olga? -repitió perpleja Anna-.
¿Es que ella también conoce a tío Igno?
-¡No, pero desde anoche le está siguiendo la pista!
-¿Siguiendo la pista? ¿En qué sentido?
-Pues... -empezó Anton y volvió a carraspear-. A Olga también le parece muy sospechoso lo que yo le he contado de Igno Rante: su ceguera nocturna, que siempre vaya andando, que ya de niño leyera con la linterna bajo la tapa del ataúd... Sí, y sobre todo el ataúd vacío... Eso es lo que más le ha inquietado a Olga.
-!¿Qué ataúd vacío?!
-¡Pues el ataúd de Igno Rante!
¡Estaba completamente vacío cuando yo miré dentro de él el viernes por la mañana!
-¿El viernes "por la mañana"?
Anton asintió con la cabeza.
-¡Sí! Y el hecho de que Igno Rante no yaciera por la mañana en su ataúd Olga lo encuentra especialmente sospechoso.
-Olga, Olga -bufó Anna-. ¡Cualquier vampiro lo encontraría sospechoso!
-¿Tú también? -preguntó Anton.
¡Parecía que por primera vez Anna no se tomaba a la ligera lo que Anton le contaba sobre Igno Rante!
Ella estiró el mentón.
-¡Por supuesto que yo también!
Anton se reprimió la risa.
Anna la celosa
-¿Y Olga está ahora en Villa Vistaclara? -investigó Anna.
-Eso no lo sé -contestó Anton haciendo honor a la verdad.
-¡Pero si acabas de decir que Olga le estaba siguiendo la pista! -insistió ella.
-Sí, eso sí. Sólo que ella no me ha contado cómo lo va a hacer... ¿O crees tú que hubiera debido acompañar a Olga?
Anton entonces no pudo evitar la risa.
Anna le lanzó una mirada furibunda.
-¡No, claro que no! -aulló.
Después de pensárselo un poco anunció:
-Me voy a ir volando a Villa Vistaclara.
-¿Tú sola? -preguntó perplejo Anton.
-Sí, sola -confirmó ella.
-Pero... ¡es que a mí me gustaría volar allí contigo! -repuso Anton.
Anna sacudió con energía la cabeza.
-No. ¡Ya lo que ha sucedido es lo suficientemente malo!
-¿Lo que ha sucedido ya? -repitió Anton.
-¡Sí! ¡Que Olga haya llamado a tu ventana y tú la hayas dejado entrar!
-Tampoco fue tan malo como tú crees.
-¡Eso sólo lo dices porque anoche Olga, esa bestia asquerosa, te comió el coco! -repuso incisiva Anna-.
Créeme, Anton: ¡juntarte con esa hipócrita está "de más" para ti!
Anton se mordió los labios para no reírse.
-Yo lo que creo es otra cosa completamente diferente -dijo-. ¡Que "tú" estás celosa!
-¿Celosa? -bufó Anna-. ¡Estoy mucho más que celosa! ¿O es que acaso debo quedarme de brazos cruzados viendo cómo Olga se interpone entre nosotros?
Miró irritada y casi amenazadora a Anton.
-No, no -respondió él apresuradamente-. No debes hacerlo.
Los rasgos de la cara de Anna se relajaron.
-¡Nadie nos va a separar -aseguró ella agitando los puños-, y mucho menos aún la señorita Olga Von Seifenschwein! -Luego, completamente transformada, añadió con una tierna sonrisa-: ¡Hasta pronto, Anton!
-¿Ya te vas?
-Sí.
-¿Y el ataúd vacío?
-Espérame en tu habitación -contestó ella-. ¡Iré cuando haya descubierto algo!
Dicho aquello desapareció entre los matorrales.
Anton titubeó un instante, pero no le pareció muy oportuno seguir furtivamente a Anna hasta Villa Vistaclara, así que decidió regresar volando a casa.
Cuando llegó a su habitación Anton se sentía muerto de cansancio. Pero como supuso que Anna no se haría esperar mucho tiempo, se lavó primero la cara en el baño con agua fría.
Después se sentó en pijama ante el escritorio para terminar su cripta vampiresca..., con la esperanza de que dibujar le mantuviese despierto.
Pero ocurrió exactamente lo contrario: Anton apenas había provisto al primer ataúd de vampiro de un número considerable de agujeros de gusanos cuando los ojos se le cerraron y no pudo hacer otra cosa que irse a tientas a la cama y dejarse caer encima del colchón.
Una fuerte sacudida en el hombro le despertó.
Adormilado, se levantó precipitadamente y gruñó:
-Sí, ¿qué pasa con el ataúd vacío?
-¿Con el ataúd vacío? -repitió una voz burlona.
De pronto Anton comprendió que quien estaba de pie junto a su cama no era Anna, ¡sino su madre!
Y ya tampoco era de noche, sino pleno día...
-¡No me extraña nada que tuvieras pesadillas otra vez -dijo su madre, ahora en tono de reproche- con esos pasatiempos nocturnos tuyos! Anton se asustó. ¿Se habría dado cuenta acaso de que él había estado fuera la noche anterior?
-¿De qué pasatiempos estás hablando? -preguntó.
Ella señaló el escritorio con una inclinación de cabeza.
-Pintando esas cosas tan repulsivas realmente se te tiene que estropear el sueño.
-Ah, te refieres al dibujo...
-dijo Anton respirando profundamente.
Aliviado, repuso con fingida indignación-: ¡No debías haberlo visto siquiera!
Ella asintió amargamente con la cabeza.
-Sí, puedo imaginarme muy bien que tus dibujos de cementerio aborrecen la luz del día.
-No, no es por eso. Es un secreto.
-¿Un secreto? ¡Yo más bien diría que es una "asquerosidad"!
Anton se rió irónicamente a sus anchas.
-¡Es un secreto porque te lo voy a regalar "a ti" por tu cumpleaños!
Durante unos segundos su madre se quedó muda de asombro. Luego se dio la vuelta indignada y se fue hacia la puerta.
-Tienes el desayuno en la cocina -declaró crudamente-. Hoy volveré antes a casa. Las dos últimas clases se han suspendido.
Y dicho aquello abandonó la habitación.
¿Las dos últimas clases? Anton echó cuentas rápidamente. ¡En esas condiciones podía dormir solamente hasta las doce! Puso el despertador a las doce menos cuarto y se tapó con las sábanas hasta la cabeza.
Pero, desgraciadamente, Anton no consiguió volverse a dormir. No podía evitar pensar en Anna y en por qué no había ido. ¿Se habría olvidado de él?
¿Quizá tampoco había averiguado nada sobre Igno Rante y el misterio del ataúd vacío? ¿O se habría enzarzado en una pelea con Olga?
Se acordó del comentario de Anna de que estaba mucho más que celosa...
y de cómo había jurado con ojos chispeantes que nadie les separaría, y mucho menos aún la señorita Olga Von Seifenschwein.
¿Habría emprendido algo contra Olga? Anton se estremeció al recordar los terribles dramas de celos sobre los que el periódico informaba algunas veces...
"Pero no", pensó entonces. "Los vampiros viven en estrecha armonía".
Cierto era que a veces también se peleaban exactamente igual que los seres humanos, ¡pero seguro que nunca se harían nada entre ellos!
¡Vaya un dado de la suerte!
Ahora Anton ya estaba tan despierto que se levantó suspirando y se fue a la cocina.
Casi se sentía tentado de irse al colegio. ¡Así por lo menos se le pasaría algo más deprisa el tiempo hasta que se pusiera el sol!
Pero una vez que hubo desayunado se volvió a echar en la cama y, afortunadamente, se quedó dormido.
Y la tarde se le pasó también casi volando, porque inesperadamente Henning se presentó en su casa. Henning no era precisamente el mejor amigo de Anton (en realidad no era ni siquiera un "amigo"), pero sí el único que podía ir a visitarle porque ya había tenido la varicela antes que Anton.
Jugaron al "hombre no te enfades" y al "corre que te pillo", y Anton ganaba siempre.
-¡El dado está manicurado! -exclamó finalmente Henning furioso tirándolo por los aires.
Anton vio estoicamente cómo el dado aterrizaba en la alfombra y rodaba debajo de la cama.
-¿Manicurado? -repitió luego con risa irónica-. ¿Estás seguro de que es eso lo que quieres decir?
-¡Naturalmente! -confirmó Henning-. ¡Yo no permito que "tú" me engañes!
-Mal podría engañarte -dijo Anton riéndose más irónicamente todavía-.
Sobre todo porque el dado no tiene dedos y mucho menos uñas.
-¿Cómo que... uñas? -preguntó Henning sin comprender nada.
Anton saboreó el triunfo.
-Me imagino que lo que querrás decir no es "manicurado", ¡sino "manipulado"!
Henning se puso colorado.
-Pues eso es lo que yo he dicho -gruñó-. Y, de todas formas, ahora tengo que irme a mi casa.
Se levantó y se fue hacia la puerta.
Anton le siguió con la vista. Normalmente se hubiera empeñado en que Henning recogiera el dado. Pero como la noche anterior Anton había sido demasiado cómodo como para esconder la capa de vampiro en el armario y en lugar de eso la había metido simplemente debajo de la cama, en esta ocasión él mismo tendría que molestarse y cogerlo. ¡Lástima! Encendió la lámpara de la mesilla de noche (ya había empezado a oscurecer) y se metió hasta los hombros debajo de la cama.
Allí estaba la capa de vampiro.
Anton estiró el brazo y tiró de ella.
Pero el dado no lo encontró; sólo encontró un par de grandes pelusillas y una hoja arrancada de una vieja revista con la programación de televisión.
Mientras aún estaba pensando si debía meterse más hasta el fondo debajo de la cama (un argumento en contra era que tenía otra media docena de dados; uno a favor que justo aquel dado era un auténtico dado de la suerte), llamaron de repente a la ventana.
Anton se levantó... y pegó un gran grito: ¡se había dado un golpe en la nuca contra un muelle!
Durante un momento creyó ver las estrellas, pero luego el dolor fue remitiendo y pudo volver a pensar con claridad.
-¡Vaya un dado de la suerte! -dijo para sí rechinando los dientes y saliendo lentamente de debajo de la cama.
Se puso de pie y miró hacia la ventana.
En la penumbra vio vagamente una pequeña figura. Durante un instante pensó que podía ser Olga, pero luego reconoció con alegría que era Anna.
Sangrientamente en serio
Abrió la ventana.
-Hola, Anna -dijo con voz ronca.
-Buenas noches, Anton -contestó ella. Y después de echarles un vistazo rápido a los dibujos de las paredes, dijo-: Anda, Rüdiger ha colgado sus cuadros de soles en tu habitación.
Pues entonces, naturalmente, vendré encantada a la inauguración de su exposición. ¡Pero antes de eso tenemos previsto algo importante!
-¿Algo importante?
-Sí, he venido a recogerte. ¿Estás listo?
-¿Cómo... listo? ¿Y por qué has venido a recogerme?
-¡El Consejo de Familia se va a reunir en seguida y yo creo que tú también deberías estar presente! -dijo muy orgullosa Anna.
-¿Yo? ¿En el Consejo de Familia? -repitió horrorizado Anton.
¡Aquello sólo podía ser una broma!
Pero Anna asintió con la cabeza y dijo:
-¡Tenemos que darnos prisa! Rüdiger y Lumpi ya han empezado a colocar todos los ataúdes.
Por un momento Anton se quedó sin habla. O sea, que no era ninguna broma: iba en serio, sangrientamente en serio...
-¡No! -exclamó soltando un gallo-.
¡Yo no quiero ir al Consejo de Familia, de ninguna manera!
Anna puso hocico.
-Pero Anton -dijo ella-, si ya te digo que no tienes por qué tener ningún miedo.
-¡No! -repuso excitado Anton-.
Que yo vaya a un baile de vampiros en el que hay cientos de vampiros, pase... ¡pero meterme con diez vampiros en la cripta es muy diferente!
-¡Siete! -le corrigió Anna-.
Sólo somos siete. Bueno, primero yo, y luego Rüdiger, Lumpi, mi madre Hildegard la Sedienta, mi padre Ludwig el Terrible, mi abuela Sabine la Horrible y mi abuelo Wilhelm el Tétrico...
-Eso no me tranquiliza ni lo más mínimo -respondió Anton-. Y ni aunque sean "tus" parientes -añadió-.
¡Yo no estoy cansado de vivir!
-¿No? -dijo Anna muy suavemente.
-¡No! -reafirmó Anton. Con voz algo más tranquila añadió-: ¡Cuantos menos estén en la cripta, más se fijarán en mí! ¡Y entonces se darán cuenta de que soy un ser humano por muy bien que me pinte y que me disfrace!
-¿Disfrazarte? ¿Quién ha hablado de disfrazarse? -contestó Anna-.
Puedes ir así, tal como estás: ¡como Anton Von Bohnsack el Dulce Curioso! Anton ahora estaba más bien anonadado.
-¿Que "no" tengo que disfrazarme?
-¡No! -dijo Anna con una risita-.
No vas a ver para nada a mis parientes. Sólo los vas a oír, porque estarás al lado, en nuestra salida de emergencia, que todavía no está del todo terminada.
-Ah, vaya -murmuró Anton.
-¡Y allí serás testigo oyente de mi arrebatador discurso!
-¿De tu arrebatador discurso?
-Sí. ¡En ese discurso expondré mis reparos a la admisión de Igno Rante en nuestra cripta!
Ella se rió con fuerza, presintiendo probablemente ya su prevista intervención. Anton no respondió nada.
Las ideas se le arremolinaban en la cabeza.
¡Desgraciadamente tienes padres!
-¡Mi discurso algo te interesará, ¿no?! -dijo Anna, ahora con un ligero tono de reproche en la voz-. Al fin y al cabo has sido "tú" el que ha hecho que espiara a Igno Rante.
-Pues claro que me interesa, pero...
-Pero ¿qué?
-Bueno... -dijo Anton carraspeando. No quería quedar como un gallina, y mucho menos aún delante de Anna, que llevaba el sobrenombre de "La Valiente"-. ¿No crees que podría ser peligroso para mí?
-¿Peligroso? Pero si todos mis parientes estarán en la cripta...
-¡Sí, excepto tía Dorothee!
-Tía Dorothee al principio también estará -repuso Anna-. Al fin y al cabo, tiene que presentar su solicitud y exponer las razones por las que Igno Rante debe ser aceptado en la cripta.
-¡Pues por eso! -dijo angustiado Anton-. Y luego irá a la salida de emergencia a por mí y...
Se interrumpió. A Anton le entraron escalofríos.
-¿A por ti? -dijo Anna riéndose en voz baja-. Yo misma he oído cómo tía Dorothee ha quedado con Igno Rante. Van a reunirse al pie del depósito de agua y van a brindar con champán rosado en "El Castaño Enamorado" para que tenga éxito la solicitud. ¡No, Anton, yo te avisaré a tiempo y entonces podrás regresar volando a casa sin ningún peligro, te lo aseguro!
-Ejem, si tú crees que nada puede salir mal...
-No lo creo, ¡lo sé!
-Está bien, iré contigo -dijo Anton-, pero antes tengo que hablar con mis padres.
-¡Cómo! -dijo Anna encogiendo los ojos-. ¿Vas a poner a tus padres al corriente?
-No, claro que no. Sólo voy a pedirles permiso para salir a estas horas.
-Sí, desgraciadamente -dijo Anna suspirando-. ¡Desgraciadamente tienes padres!
Anton se rió irónicamente. "Sí", pensó, "¡pero por lo menos "mis" padres no muerden!"
-Espérame abajo, en el campo de deportes -dijo él después de una pausa.
Luego se acordó de otra cosa. Corrió a su cama y volvió con la capa de vampiro.
-¿Te la podrías llevar por mí? Si no, tendría que ocultarla para que no la vieran mis padres.
Anna sonrió tiernamente.
-Yo haría cualquier cosa por ti, ya lo sabes.
En el cuarto de estar ya estaba la televisión encendida. Ponían una vieja película en la que (¡qué feliz casualidad!) hacía de protagonista el actor favorito de la madre de Anton.
Por eso, cuando Anton le comunicó que tenía que irse en bicicleta a casa de Henning para preguntarle una cosa sobre los deberes de matemáticas, ella sólo reaccionó con un distraído "pero no estés mucho tiempo fuera".
¡Era increíble! Anton había contado con que iba a haber una agria discusión, y aquello... Silbando una cancioncilla, abandonó la vivienda.
De todas formas, cuando llegó abajo su buen humor se transformó rápidamente en una tensa y temerosa expectación.
Buena vecindad
Anna le estaba esperando en la entrada del campo de deportes.
-¿Y crees de verdad que tus parientes no me descubrirán? -preguntó Anton.
-Vaya que si lo creo -dijo Anna-.
Ni "mis" parientes siquiera pueden ver a través de las piedras.
-¿A través de las piedras?
-Sí, el acceso a la cripta todavía está interceptado por unas cuantas losas. ¡No se quitarán hasta mañana o pasado mañana por la noche, cuando inauguremos nuestra nueva, nuestra segunda salida de emergencia!
-¿Ahora tenéis "dos"? -preguntó sorprendido Anton.
Anna asintió.
-Por razones de seguridad. Lo primero que hemos hecho ha sido reparar nuestra antigua salida de emergencia..., ya sabes, la que termina en la fuente.
Anton asintió angustiado... acordándose de aquella noche cuando él abandonó la cripta por la salida de emergencia y de repente se le apagó la vela...
-Sí, y luego empezamos con la construcción de la nueva salida de emergencia -siguió diciendo Anna llena de orgullo-. Y está quedando tan bien que seguro que será nuestra salida de emergencia principal... Además, lleva directamente a un montón de mantillo -añadió confidencialmente.
Anton estuvo a punto de gritar "¡iiiih!". El mantillo eran desperdicios..., ¡flores que olían a podrido y coronas putrefactas! Pero es que los vampiros, como es sabido, tienen otra concepción de lo que es la buena vecindad...
-¿El montón de mantillo no es un sitio bastante concurrido? -repuso.
-¿Concurrido? -repitió Anna volviendo a reírse irónicamente-. Sí, hay ratones en abundancia... y arañas y escarabajos y gusanos... y también, naturalmente, alguna que otra rata.
-No me refería a animales -repuso Anton con un estremecimiento.
Pensaba en los que visitan el cementerio, con sus flores y sus coronas.
-¡Qué va! Ésos se van a los contenedores de basura que hay a la entrada del cementerio -dijo Anna-.
Si alguien llega hasta nosotros es a lo sumo el jardinero del cementerio, Schnuppermaul, y Lumpi le tiene bien cogido.
-¿Le tiene bien cogido? -repitió Anton, y pensó en las enormes zarpas de Lumpi, con sus fuertes dedos y sus uñas en forma de garra...
-¡No es en el sentido que tú piensas! -contestó Anna-. Se reúnen en el cementerio, pasean un poco y charlan. Mi abuela incluso le ha concedido un permiso extraordinario para hacerlo.
-¿Un permiso extraordinario?
-Sí, porque de esta forma puede aportarnos informaciones confidenciales sobre nuestro peor enemigo. Sólo así hemos podido enterarnos de que Geiermeier se incorporará a su trabajo dentro de cuatro o cinco semanas.
-!¿Cómo?! !¿Es que acaso Geiermeier ha acabado ya su cura?!
-Sí, por desgracia -confirmó Anna con gesto sombrío-. Pero ahora tenemos que irnos volando -dijo-. Si no, nos perderemos el principio de la sesión.
Ella movió los brazos bajo la capa y rápidamente ganó altura. Anton, que de repente temió quedarse en tierra, la siguió lo más deprisa que pudo.
Para los vampiros no es ningún problema
Hasta que no alcanzaron el viejo y gris muro del cementerio, Anna no redujo la velocidad de su vuelo.
Anton comprobó sorprendido que la parte trasera del cementerio -la parte en la que estaba la Cripta Schlotterstein- tenía ya un aspecto casi tan salvaje como antes de las "obras de remodelación" de Geiermeier, el guardián del cementerio.
"¡Pues sí!", pensó Anton, "¡eso los vampiros se lo tienen que agradecer al señor Schwartenfeger y a su iniciativa popular "Salvad el viejo cementerio"! Cuando pone uno la suficiente energía es bastante posible, pues, impedir incluso la labor de un destructor del medio ambiente de la catadura de Geiermeier".
-Espérame aquí -oyó que susurraba Anna-. Primero quiero comprobar cómo van mis parientes con los preparativos.
-¿Aquí? -dijo Anton viendo debajo el picudo y cónico tejado de la capilla.
-¡Sí! Me daré prisa -prometió Anna, y voló hacia un grupo de oscuros abetos.
Anton se dirigió hacia la capilla y aterrizó. Se quedó de pie, muy pegado al muro.
"¡Ojalá sea verdad que Anna venga pronto!", pensó mirando muy angustiado a su alrededor. De día el cementerio era un lugar agradable y tranquilo, un paraje donde reinaba la paz, pero por la noche...
Ya sólo los ruidos: ¡aquellos crujidos y aquellos chasquidos, aquellos murmullos y aquellos susurros, aquel cuchicheo como de voces de fantasmas!
Y, además de eso, la idea de que no muy lejos de él siete vampiros -¡no, con tía Dorothee eran ocho!- celebraban una asamblea...
Entonces algo le rozó en el hombro izquierdo. Anton pegó un grito, pero, afortunadamente, era Anna.
-Ven -susurró ella-, la sesión va a empezar dentro de pocos minutos.
Ella le instó con la mirada.
-¿Y la salida de emergencia? -preguntó Anton.
-¿Qué ocurre con ella? -contestó Anna.
-¿Seguro que no me pasará nada?
-preguntó Anton con la voz ronca.
-¡No! -dijo ella sonriendo-.
Puedes confiar en mí.
-Ya..., ya lo hago -balbució Anton, y en sus pensamientos añadió: "¡Si no, no estaría aquí de ninguna manera!"
-¡Ven! -volvió a decir Anna cogiéndole del brazo-. Justo el principio no debemos perdérnoslo.
Ella fue delante y Anton la siguió titubeando.
Anna le condujo casi hasta el final del viejo cementerio. Se detuvo ante una colina de por lo menos dos metros de ancho y un metro de alto que estaba cubierta de ortigas. ¡Eso tenía que ser el montón de mantillo! Sorprendentemente, el olor de las plantas en descomposición no era ni mucho menos tan malo. A Anton le pareció que aquello olía más bien a otoño.
Vio cómo Anna levantaba un gran tocón de árbol cubierto de musgo que estaba a la izquierda, al pie del montón de mantillo.
-Aquí empieza nuestra nueva salida de emergencia -declaró, y añadió orgullosa-: Está bien camuflada, ¿no es cierto?
Anton asintió. Al contrario que la piedra plana que cubría antes el agujero de entrada a la Cripta Schlotterstein, él, en cualquier caso, apenas sería capaz de mover del sitio el tocón de árbol.
-Seguro que pesa mucho -dijo.
Anna reprimió la risa.
-No es ningún problema. Yo taparé el agujero con él en cuanto estés dentro de la salida de emergencia.
-Hum, sí...
Anton tragó saliva. De repente se sentía muy raro. Si él solo no podía correr hacia un lado el tocón de árbol, estaría atrapado allí abajo...
Por otra parte, Anna había dicho que podía confiar en ella y no había ningún motivo para dudar de sus palabras.
-¿No... no estará demasiado oscuro cuando el tocón tape el agujero? -preguntó Anton para retrasar el terrible momento de meterse.
-¿Demasiado oscuro? -dijo Anna riéndose en voz baja-. ¡Yo he pensado en todo!
Y al decir aquello le entregó a Anton una vela y una cajita de cerillas.
-Bueno, pues entonces...
Anton echó aún un vistazo a su alrededor, pero el espantoso entorno del cementerio no era tampoco como para inspirar confianza.
Se acercó a la abertura de la nueva salida de emergencia y rascó una cerilla. La llama se encendió, pero las manos de Anton temblaban tanto que se apagó en seguida.
-Yo no la encendería hasta estar abajo, en la salida de emergencia -dijo suavemente Anna-. Aquí arriba hace demasiado aire.
"¿Aire?", pensó Anton. ¡El aire estaba casi por completo en calma!
Pero presumiblemente Anna no quería hacerle ver que sabía lo nervioso y excitado que estaba.
-Bueno -dijo él con voz ronca.
Se sentó junto a la abertura y estiró con cuidado las piernas en el interior del pozo.
-Me volverás a sacar de aquí, ¿verdad? -preguntó.
-¡Pues claro que sí! -aseguró Anna-. ¡Te lo he prometido!
Anton volvió a respirar profundamente... y saltó.
Voces al otro lado
Sus pies tocaron un fondo blando.
A Anton se le metió arena directamente en el cuello. Se sacudió.
-¡Puedes encender la vela! -oyó que decía la voz de Anna por encima de él.
-¡Sí!
Aún le seguían temblando los dedos, pero en aquella ocasión la llamita no se apagó. "¡Y aunque se hubiera apagado daba igual!", pensó Anton. La caja de cerillas todavía estaba casi llena.
-Ahora voy a tapar el agujero con el tocón -anunció Anna-. ¡Hasta pronto, Anton!
-Hasta pronto, Anna -dijo, y añadió en sus pensamientos: "¡Espero!" Oyó cómo colocaban algo pesado (el tocón) delante de la entrada.
Luego se hizo el silencio.
"¡Un silencio sepulcral!", pensó Anton, y una oleada de miedo le invadió.
-¡Pero no -se dijo entonces-, no debía dejarse vencer por el miedo!
Levantó la vela y miró a su alrededor. Se encontraba en un pasillo bastante espacioso y tan alto que Anton podía estar de pie en él. Y también tenía que ser considerablemente más largo que el de la antigua salida de emergencia. Anton calculó que tendría unos veinte o veinticinco metros.
Siguió andando lentamente. Después de unos cuantos pasos llegó a una escalera formada por cuatro grandes sillares y que le llevó aún a mayor profundidad.
Era evidente que los vampiros habían necesitado mucho tiempo para la construcción. El suelo y las paredes estaban cuidadosamente allanados, y todo tipo de "pinturas rupestres" decoraba las paredes: corazones, grandes y sonrientes bocas de vampiro, serpientes, murciélagos y dragones que echaban fuego.
Al principio Anton no percibió ningún sonido, pero después de un rato oyó un vago murmullo que fue aumentando cuanto más avanzaba él. Al final pudo pescar incluso un par de trozos de la conversación.
-¡No, aquí! -exclamó una voz.
-¿Y Anna? -preguntó una segunda.
El pasillo hacía luego una curva y tras la curva Anton fue a dar directamente a una pared formada por lápidas ensambladas entre sí.
Sin pensarlo, guiándose únicamente por el instinto, Anton apagó la vela de un soplido.
¡Detrás de las lápidas tenía que estar la Cripta Schlotterstein! Y efectivamente: entre las piedras Anton vio brillar una luz.
Se le puso el alma en vilo. Se apretó contra la pared, de fría tierra, y se esforzó para permanecer sereno.
De repente al otro lado resonó una campana.
Era un tono profundo y amortiguado..., como un grito procedente del mundo de los muertos...
A Anton se le pusieron los pelos de punta.
Entonces alguien dijo:
-Con esto declaro abierta la sesión de nuestro Consejo de Familia.
Puede comparecer Dorothee y presentar su solicitud.
A través del grueso muro de lápidas la voz había sonado extraordinariamente amortiguada. No obstante, Anton pudo entender todas y cada una de las palabras. Y creía incluso haber reconocido la voz: ¡si no se equivocaba, era la de Sabine la Horrible!
Un escalofrío le corrió por la espalda.
-¡Esperad! -exclamó entonces una voz clara que, inconfundiblemente, era la de Anna-. No podéis empezar sin mí.
-Oh, sí, sí que podemos -repuso una voz de mujer. ¡Era tía Dorothee!-. Quien no llega a su debido tiempo sólo oye lo que reste. -Y maliciosamente añadió-: Me gustaría saber qué es lo que tenías "tú" que hacer. En tu caso no creo que haya sido procurarte alimentos. Es un olvido considerable de tus obligaciones quedarte fuera perdiendo el tiempo mientras está reunido en sesión extraordinaria nuestro Consejo de Familia.
Al oír aquellas odiosas palabras Anton se estremeció asustado.
-No seas siempre tan severa con ella, Dorothee -pudo oírse que decía entonces una voz de hombre-. Al fin y al cabo Anna es todavía muy joven y puede que al estar jugando se olvide de la hora.
¿Aquello lo habría dicho el padre de Anna, Ludwig el Terrible?
-¿Al estar jugando? -dijo tía Dorothee riéndose sarcástica-. ¡Un vampiro que se precie no juega! Además, Anna es miembro electo del Consejo de Familia, y ya sólo por esta razón debería comportarse de una forma ejemplar.
-¡Y es lo que he hecho! -repuso muy digna Anna-. ¡Pero de eso ya os daréis cuenta cuando deliberemos sobre la solicitud de tía Dorothee!
-¡Sí, empecemos la sesión ahora que ya estamos todos presentes! -dijo Sabine la Horrible.
Luego se hizo el silencio; un silencio escalofriante, según le pareció a Anton, que involuntariamente aguantó la respiración.
La solicitud
-Bueno, pues... -empezó tía Dorothee-. Yo, Dorothee Von Schlotterstein-Seifenschwein, presento la solicitud de aceptar a prueba en nuestra cripta familiar al señor Igno Rante, residente en la actualidad en Villa Vistaclara. En relativamente poco tiempo el señor Igno Rante se ha convertido para mí en un amigo y confidente íntimo, y por primera vez desde aquel amargo día en el que perdí a mi amadísimo esposo, el -¡ay!- tan bueno e inolvidable Theodor Von Seifenschwein...
Tía Dorothee se interrumpió y sollozó conmovedoramente.
-¡Por primera vez desde aquel horrible día -continuó luego con voz emocionada- he vuelto a encontrar consuelo y aliento y miro el futuro llena de esperanza! El señor Rante y yo tenemos intención de unir nuestras vidas para siempre -declaró con mucho afecto después de una pausa-, cuando hayamos comprobado que también en la vida nocturna de cada día tenemos algo que decirnos.
Entonces se sonó la nariz. Fue el único ruido que Anton pudo oír. Parecía que el discurso de tía Dorothee les había dejado sin habla a los demás vampiros.
Al final, Sabine la Horrible dijo conmovida:
-Te damos las gracias por tus sinceras palabras, querida Dorothee.
¿Tiene alguien alguna pregunta antes de pasar a deliberar sobre la solicitud?
-¡Sí, yo! -exclamó una voz ronca (Anton reconoció inmediatamente que era la del pequeño vampiro)-. Yo quisiera saber si el señor Rante ronca.
-¿Si ronca? -repitió Sabine la Horrible-. ¡Yo creo, Rüdiger, que tú no has comprendido bien del todo la seriedad de la sesión de hoy!
-!¿Cómo que no?! "Yo" creo que la pregunta de Rüdiger es incluso muy importante -tomó la palabra una voz que graznaba unas veces aguda y otras grave (¡sin duda era Lumpi!)-. ¡En mi opinión, en caso de que el señor Rante ronque, debería mejor instalarse en la nueva salida de emergencia, lo más alejado posible de nuestra cripta!
La mención a la nueva salida de emergencia hizo estremecerse a Anton.
¡Y eso que sólo era una propuesta de Lumpi!
-¡Pues sí que tienes motivos precisamente tú para alterarte por los demás! -repuso incisiva tía Dorothee-. ¡Si tú supieras que a veces "tú" roncas tan fuerte que es como para taparse los oídos!...
-No has contestado a mi pregunta -observó el pequeño vampiro, bastante repipi, según le pareció a Anton-.
¿El señor Rante ronca o no ronca?
-¿Cómo lo voy a saber yo? -bufó tía Dorothee-. Es precisamente por eso por lo que queremos vivir juntos.
-Probablemente para averiguar quién de los dos ronca más fuerte -contestó el pequeño vampiro riéndose con un graznido.
-¡Rüdiger, como no mantengas la boca cerrada diez minutos -dijo entonces enérgicamente Sabine la Horrible- me voy a ver obligada a expulsarte de la sesión!
-Está bien -gruñó el pequeño vampiro.
Anton, que se había imaginado mucho más rudo el tono de la familia Von Schlotterstein, estaba sorprendido de la paciencia con la que los vampiros adultos trataban a los niños-vampiro.
-¿Tiene alguien alguna otra pregunta?... Quiero decir: ¿una auténtica pregunta? -se hizo oír entonces Sabine la Horrible.
Se oyó un "¡no!" a varias voces.
-Sí, yo sí -dijo entonces una voz de hombre que a Anton le resultó conocida. Si no le fallaba la memoria, era la de Wilhelm el Tétrico-. Yo aún no tengo muy claro de qué familia procede el señor Rante.
-¿De qué familia? -repitió tía Dorothee con una tosecilla apocada-.
Bueno, es que... el señor Rante desgraciadamente no es muy comunicativo por lo que respecta a su origen.
Yo creo que procede de..., bueno, de una línea colateral algo dudosa que a él le resulta penoso mencionar; ¡sobre todo queriendo emparentar ahora con una familia de vampiros de tan rancio abolengo como la nuestra! Pero a la vista de la acuciante situación en la que nos encontramos hoy en día los vampiros... -suspiró profundamente-.
¡En mi opinión no deberíamos mirar tanto si un vampiro procede de los círculos apropiados, sino mucho más el carácter que tiene!
-¡Una sabia observación! -elogió la voz de hombre.
Se hizo una pausa.
-¿Quiere alguien más hacer una pregunta? -inquirió Sabine la Horrible.
Como nadie contestó, dijo:
-Bien. Entonces ahora le ruego a Rüdiger que conduzca arriba a tía Dorothee para que tenga la bondad de esperar allí el veredicto del Consejo de Familia.
Anton se mordió los labios aterrado. ¿No había dicho Anna que "ella" acompañaría a tía Dorothee, y además al "Castaño Enamorado", donde tía Dorothee se iba a reunir con Igno Rante?
-!¿Qué?! !¿Yo?! -exclamó el pequeño vampiro.
-Sí, tú -se reafirmó Sabine la Horrible-. Además, tú tienes que reparar algunas cosas con tu tía.
-¡Pero realmente quería ir yo!
-resonó entonces la voz de Anna.
-¿Tú? No, Rüdiger acompañará a tía Dorothee -declaró Sabine la Horrible-. ¿O quieres acaso que el Consejo de Familia delibere sobre la solicitud sin ti? ¡Sinceramente, eso me extrañaría muchísimo!
-Naturalmente que no -contestó rápidamente Anna-. Sólo que yo pensaba que podíamos esperar un poco con la votación.
-¡Esperar, esperar! -exclamó furiosa tía Dorothee-. ¡El señor Rante y yo ya hemos esperado suficiente!
¡Vamos, Rüdiger, ponte en marcha!
Hubo un barullo de voces y se oyó cómo movían los ataúdes.
El discurso de Anna
Anton sintió cómo le castañeteaban los dientes... y eso no era debido sólo a la baja temperatura. ¿Y si ahora el pequeño vampiro, una vez fuera de la cripta, se largara sencillamente de allí y tía Dorothee iba a la nueva salida de emergencia?...
Al pensar aquello Anton sintió como si un puño helado le hubiera agarrado el corazón. Le entraron otra vez temblores. ¿Habría conseguido Anna, quizá, cambiar un par de palabras con Rüdiger en el barullo de la marcha?...
¡Si el pequeño vampiro supiera que Anton estaba en la nueva salida de emergencia, probablemente no le quitaría los ojos de encima a tía Dorothee!
Entre tanto, se había vuelto a hacer el silencio detrás de las lápidas.
En medio de aquel silencio, Sabine la Horrible dijo solemnemente:
-Y ahora, queridos míos, vamos a deliberar sobre la solicitud de Dorothee. ¡Si alguno de vosotros tiene alguna objeción en contra de la aceptación a prueba del señor Rante en nuestra Cripta Schlotterstein, que la exponga ahora... o calle para siempre!
Mientras Sabine la Horrible hablaba, Anton no se atrevió a respirar, como si fuera él quien tuviera que proceder en seguida a exponer sus reparos.
-"Yo" tengo objeciones -dijo entonces Anna.
Lumpi soltó una risita.
-¡Seguro que está enfadada porque ya no puede hacer de dama de compañía, ji, ji!
-¡Lumpi, cállate -le espetó Sabine la Horrible- o te irás a hacerle compañía a Rüdiger!
"¡Oh, no, eso sí que no!", pensó espantado Anton.
-Era sólo una broma -gruñó Lumpi.
-Tú tampoco pareces haber comprendido muy bien del todo la seriedad de la sesión de hoy -le reprochó Sabine la Horrible.
Luego, después de una breve pausa, prosiguió:
-¡Tú, Anna, espero que puedas decirnos los motivos! ¡Ya sabes que un mero presentimiento no es suficiente para levantar la voz contra nadie en el Consejo de Familia!
-No es un "mero presentimiento" -declaró Anna-. Yo he averiguado algo sobre el señor Rante... y ese algo, creo yo, es bastante preocupante.
-¿Preocupante? -repitió Lumpi riéndose con un graznido, a pesar de la advertencia de su abuela-. ¡Probablemente ha descubierto que lleva peluca, ja, ja, ja!
-¡Lumpi, ésta es mi última advertencia! -dijo Sabine la Horrible con inusitada dureza.
-"No" lleva peluca -repuso majestuosamente Anna-. Pero eso no es a lo que me refiero.
Ella no siguió hablando (presumiblemente para castigar a Lumpi).
-¿A qué te refieres entonces? -la urgió Sabine la Horrible.
-Vosotros ya sabéis que el señor Rante me regaló un vestido -empezó Anna-. En agradecimiento de ello yo también quería regalarle algo. Y como él se interesó tanto por nuestro libro de consulta "¿Cómo ser un perfecto vampiro?"...
-!¿Cómo?! !¿Le has regalado el libro de consulta de la familia?! -le quitó la palabra de la boca Sabine la Horrible.
-No, no se lo he regalado -repuso Anna-. Sólo se lo he prestado.
-¿Sólo? ¡Esto es una imprudencia imperdonable! ¡Desprenderse de nuestro libro de consulta para vampiros en ciernes! -exclamó Hildegard la Sedienta-. Imagínate si se extravía: ¡qué pérdida sería para las generaciones de vampiros venideras!
"¿Las generaciones de vampiros venideras?", pensó aterrado Anton. ¿A quién se refería con eso?... Y además: !"él" no había oído hablar nunca de la existencia de tal libro de consulta "¿Cómo ser un perfecto vampiro?"!
-Sí, eso es lo que luego pensé yo también -dijo Anna-. Y por eso anoche fui volando inmediatamente a Villa Vistaclara para recuperar nuestro libro de consulta.
-Buena chica -la elogió Sabine la Horrible-. Ya que te arrepentiste, ha de perdonársete el irreflexivo préstamo que hiciste de la propiedad familiar. ¡Pero ahora cuéntanos qué es lo que descubriste en la villa!
-Pues llegué poco después de media noche -prosiguió con su discurso Anna-. Con cuidado me metí por la ventana del sótano y llegué a la habitación en la que está el gran ataúd marrón del señor Rante. Encendí las velas del candelabro de cinco brazos y miré primero por su escritorio. Pero desgraciadamente todos los cajones estaban cerrados con llave excepto uno, en el que solamente había una hoja. Quizá el señor Rante guarde "¿Cómo ser un perfecto vampiro?" en su ataúd, pensé. Levanté la pesada tapa, ¿y qué es lo que vi?
-Sí, ¿qué? -exclamó Ludwig el Terrible.
-Allí estaba efectivamente el libro de consulta de nuestra familia -anunció Anna-. ¡Pero vi algo más!
-¿Algo más? -exclamó Sabine la Horrible.
A Anton le parecía que Anna sabía mantener magistralmente la expectación de su audiencia. ¡El aire parecía vibrar!
-Sí, algo más -confirmó Anna-.
¡A los pies del ataúd descubrí una placa de latón!
-!¿Cómo es eso?! -preguntó irritada Sabine la Horrible-. ¿Desde cuándo los ataúdes tienen placas de latón?
-¡Efectivamente! -dijo Anna-.
Entonces, de repente, desconfié.
Cogí el candelabro y lo sostuve de tal forma que arrojara su luz sobre la placa. ¿Y qué es lo que leí allí?
Hizo de nuevo una pausa.
-¡Sí, ¿el qué?! -exclamaron varias voces.
-Leí: "Johann Holzrock, mobiliario funerario, modelo 1.
-¿Mobiliario funerario? ¿Modelo 1? -repitió Sabine la Horrible.
-¡Sí! A continuación examiné el ataúd con más detenimiento. ¡Comprobé que era de flamante madera de pino, que no tenía ni un solo agujero de gusanos y que por todas partes asomaba una pegajosa resina de un olor asqueroso!
-¿Resina? ¡Puf! -exclamó Ludwig el Terrible-. Yo no conozco a ningún vampiro que se acueste voluntariamente en un ataúd nuevo... ¡y mucho menos aún en uno de madera de pino, con lo fácilmente que se comba y el olor tan corrosivo a madera verde que tiene!
-Quizá al señor Rante le haya ocurrido alguna pequeña desgracia en su viejo ataúd -dijo Lumpi-. Quizá haya fumado y, entonces, zas...
-¡Tonterías! -bufó Sabine la Horrible-. ¡Tú sabes perfectamente que los vampiros no fuman jamás!... Pero a mí me gustaría saber qué es lo que significa "modelo 1 -añadió poniéndose pensativa-. Y mobiliario funerario... ¡vaya una nueva moda más estúpida de llamar a nuestros hermosos y tradicionales ataúdes!
-Lo que significa "modelo 1" lo averiguaré pronto -declaró Anna-.
¡En cuanto haya hablado con Johann Holzrock!
-!¿Cómo?! !¿Vas a hablar con un ser humano?! -exclamó Hildegard la Sedienta.
-Sólo si "vosotros" me lo permitís -contestó Anna-, y únicamente desde una cabina telefónica.
La votación
Anton oyó cómo diferentes voces se atropellaban nerviosamente las unas a las otras, pero sólo entendió trozos de frases sueltas como "eso es peligroso", "a mí me parece que debería hacerlo" y "la confianza es buena, la desconfianza es mejor".
-¡Yo tengo una pregunta! -resonó entonces la voz de Wilhelm el Tétrico.
En la cripta se hizo el silencio.
-¡Quisiera saber -comenzó Wilhelm el Tétrico- qué es lo que tiene que ver ese Jonathan Holzblock con la solicitud de Dorothee! ¿O es que acaso ya soy demasiado viejo para comprenderlo?
-No, no -aseguró rápidamente Anna-. Pero que pasa algo raro con el ataúd del señor Rante sí que lo has comprendido, ¿no, abuelo?
-Sí, sí -murmuró Wilhelm el Tétrico.
-Ahora yo querría averiguar por todos los medios "qué" es lo que pasa con el ataúd. Y eso sólo puedo conseguirlo si hago un par de investigaciones adicionales. Y por eso querría que nuestra decisión sobre si aceptamos o no la solicitud de tía Dorothee se aplace una semana... ¡hasta el próximo lunes! -Anna hizo una pausa y luego añadió-: ¡Y para entonces ya sabré algo más preciso, os lo prometo!
-Yo preferiría que Lumpi hiciera esas investigaciones adicionales -observó Hildegard la Sedienta-. Al fin y al cabo él es el mayor.
-!¿Yo?! -gritó Lumpi-. ¡Oh, Drácula mío, no! ¡En la sociedad filarmónica para hombres estamos ensayando nuestras nuevas canciones y no puedo faltar de ninguna manera! Además -añadió hipócritamente-, después de todo ha sido "ella" la que ha descubierto la placa. Así que también debería tener la oportunidad de ser ella sola quien aclare el asunto del ataúd.
-Hum, bajo determinadas condiciones estaría dispuesta a aplazar la decisión una semana -dijo Sabine la Horrible-. Sólo que... ¿cómo se lo explicamos a Dorothee para que no se sienta rechazada ni recelosa?
-Bah... -dijo Anna quitándole importancia-. A nosotros, los niños, tía Dorothee siempre nos dice que las cosas de palacio vampiro van despacio.
-¡Eso es verdad! -se hizo oír Ludwig el Terrible-. Realmente no hay que precipitarse, y menos aún en una decisión de tanto alcance como ésta. Y hasta que no estén despejadas todas las dudas relativas al ataúd del señor Rante...
-Propongo que votemos -dijo Sabine la Horrible:
-Bien, votemos. El que esté a favor de que aplacemos hasta el lunes próximo la decisión sobre la solicitud de Dorothee que levante la mano.
Se hizo un silencio sofocante.
En medio de aquel silencio Anton percibió de pronto un ligero ruido.
Sonó como si alguien chasqueara la lengua. Se dio la vuelta... y estuvo a punto de pegar un grito: detrás de él había una figura vestida de negro riéndose a sus anchas, de tal forma que sus poderosos colmillos relumbraban fantasmagóricamente. Anton se quedó rígido.
-¡Según veo estáis todos a favor!
-oyó Anton que decía como desde muy lejos Sabine la Horrible-. Así pues, la decisión sobre la solicitud de Dorothee se aplaza hasta el próximo lunes.
Resonaron en la cripta aplausos y exclamaciones de aprobación.
Entierros de por medio
-¡Bueno, venga ya de una vez!
-siseó la figura-. ¿O es que quieres echar raíces delante de nuestra cripta?
-No, no -balbució Anton, al que se le quitó un peso de encima: ¡por la voz ronca había reconocido al pequeño vampiro!
-¿Y adónde vamos? -preguntó mientras seguía a tientas al vampiro por la salida de emergencia.
-A tu casa, naturalmente -contestó el pequeño vampiro-. ¡Pero date prisa! ¡Antes de que mis parientes salgan de la cripta tenemos que haber puesto entierros de por medio!
Digo... ¡tierra de por medio!
-¿Puedo encender luz? -rogó Anton.
-¿Luz? ¿Qué te crees, que estás en el sótano de tu casa donde sólo hay que apretar un interruptor? -dijo el pequeño vampiro con una risita-. ¡En una auténtica salida de emergencia de vampiros no hay luz eléctrica, tenlo presente!
-No, yo me refería a la vela -repuso Anton.
-¿Tienes una vela?
-Sí.
Anton fue lo suficientemente listo como para no mencionar que se la había dado Anna.
-Está bien, enciéndela -dijo afable el pequeño vampiro-. ¡Pero cuando lleguemos al final de la salida de emergencia tendrás que apagarla!
Aliviado, Anton encendió la vela y entonces la salida de emergencia ya no le pareció tan inquietante.
-¿Y dónde está tía Dorothee?
-preguntó, intentando penetrar con sus ojos la penumbra que tenía delante.
-¿Tía Dorothee? Ahora está con Igno Rante, sentada bajo el "Castaño Enamorado" -contestó el pequeño vampiro frotándose las manos con regocijo. Y dándose importancia añadió-: Como puedes ver, debes confiar en mí, ya que soy tu mejor amigo. ¡Además, tienes que estarme agradecido!
-¿Agradecido?
-¡Efectivamente! Al fin y al cabo he sido lo bastante desinteresado como para acompañar primero a tía Dorothee hasta el depósito del agua y luego hacer volando de regreso el largo camino que hay hasta aquí... ¡Y todo eso sólo por ti!
"¡Bueno, tampoco ha sido "tan" desinteresado!", repuso Anton para sus adentros. A pesar de ello dijo:
-Sí que te estoy agradecido... A ti y a Anna -añadió.
-¿A Anna? -dijo el vampiro lanzándole una mirada nada amistosa-.
¿Por qué dices lo de Anna?
-¿No ha sido "ella" la que te ha dicho que yo estaba aquí, en la nueva salida de emergencia?
-Sí, pero ¿qué tiene eso que ver con nosotros?
-Bah, nada -dijo con rapidez Anton-. Simplemente se me ha ocurrido.
¡No quería pelearse con el pequeño vampiro, y mucho menos aún allí, en la salida de emergencia!
-¿Simplemente se te ha ocurrido?
-gruñó el vampiro-. ¡Más vale que tengas cuidado de no escurrirte, porque ahora vienen las escaleras!
Pero Anton había visto ya hacía mucho los cuatro sillares. Con pálpitos de corazón pensó que a partir de allí ya sólo quedaban unos cuantos pasos hasta el tocón y el montón de mantillo...
-¡Apaga la vela! -ordenó el pequeño vampiro.
Anton obedeció.
Oyó cómo Rüdiger empujaba hacia un lado el pesado tocón. A la luz de la luna, que entró entonces por el agujero, pudo ver al pequeño vampiro trepar por el pozo con la agilidad y la ligereza de una ardilla.
Después de un rato que a Anton le pareció terriblemente largo, el rostro del vampiro, pálido como el de un muerto, se asomó al agujero de la entrada.
-¡Eh, pero ¿dónde estás?! -aulló-.
¡Se me van a quedar las piernas tiesas!
-!¿Dónde voy a estar?! -dijo Anton-. ¡En la salida de emergencia, naturalmente! Yo no puedo trepar tan bien como tú.
-¿De verdad? -dijo el pequeño vampiro riéndose a sus anchas-. Entonces tendré que tirar de ti, ¿no?
Le tendió el brazo a Anton y le sacó tirando de él.
-¿Y tus parientes? -murmuró Anton atisbando el alto abeto bajo el cual se encontraba antes el agujero de la entrada a la Cripta Schlotterstein.
-¿Aún están abajo, en la cripta?
-Sí, pero seguro que ya no por mucho tiempo -contestó el pequeño vampiro-. ¡Venga, Anton, vamos!
Con un par de braceos fuertes se elevó en el aire. Anton siguió su ejemplo, aunque algo más temeroso.
Dale las buenas noches a mamá
Ante la casa de Anton el pequeño vampiro describió una curva... como si estuviera decidido a darse la vuelta inmediatamente.
-¿No te puedes quedar aún un poco?
-preguntó Anton después de echarle un vistazo a la ventana del cuarto de baño, que estaba encendida-. ¡Es que..., es que tengo que llamar al timbre!
-¿Llamar al timbre? -dijo el vampiro frunciendo los labios en una maliciosa sonrisa-. Bueno, pues entonces... ¡que tengas suerte! -dijo.
-¡Podrías esperarme fuera, ¿no?!
-Lo intentó de nuevo Anton. Tenía la sensación de que iba a necesitar apoyo... ¡aunque sólo fuera la presencia del pequeño vampiro en el alféizar de la ventana!
Pero el vampiro sacudió la cabeza.
-No, otra vez será. Todavía tengo algunas cosas que hacer esta noche.
Se rió con un graznido y luego se marchó de allí volando.
-¡Mi mejor amigo, ja! -exclamó furioso Anton.
Aterrizó en el campo de deportes, se quitó la capa de vampiro y la embutió lo mejor que pudo bajo su jersey.
Con un lento trotecillo se dirigió hacia la puerta del edificio. Comprobó sorprendido que no estaba cerrada con llave. ¿Es que era tan pronto aún? Anton se había olvidado en casa el reloj, así que no sabía cuánto había durado la sesión del Consejo de Familia.
Cuando llegó arriba llamó al timbre... con un gran malestar en el cuerpo. El padre de Anton abrió la puerta. "¡Mala señal!", pensó Anton colándose en el pasillo, dejando atrás a su padre y temiéndose lo peor.
Su malestar creció aún más cuando llegaron hasta sus oídos unos sollozos reprimidos procedentes del cuarto de estar.
Anton se deslizó a cámara lenta hacia la puerta del cuarto de estar...
cuando, de repente, su padre le sujetó del brazo por detrás. Anton se quedó parado.
"¡Ahora ya estoy perdido!", pensó sintiéndose como un delincuente atrapado. Ahora su padre le sacaría la capa de vampiro de debajo del jersey, su madre saldría del cuarto de estar, le haría duros reproches con lágrimas en los ojos y anunciaría algún castigo terrible...
Entonces oyó que su padre le decía en voz baja y confidencial:
-¡No entres en el cuarto de estar, Anton! Ya sabes: la película es del actor favorito de mamá... Al final de la película muere y por eso... -soltó una tosecilla-, por eso está llorando mamá así. ¡Es mejor que le des las buenas noches a mamá desde el pasillo!
Anton se quedó mirando fijamente a su padre... perplejo por aquel feliz e inesperado giro de la situación.
Luego empezó a reírse irónicamente.
-Ah, es por eso por lo que llora... Se acercó a la puerta del cuarto de estar, exclamó "¡Buenas noches, mamá!" y se dirigió muy contento a su habitación.
Murciélago de biblioteca.
Un veleta.
Autoservicio.
Desfile de modelos.
El viento nocturno apacible y ligero.
No toda la verdad.
Tiempo para reflexionar.
Un experto en árboles.
Manos húmedas.
Con osadía.
Mortalmente valiente.
Al alcance de la mano.
Tinta roja.
Un vistazo al interior del ataúd.
Razones de fuerza mayor.
Realmente afable.
El mejor pintor que hay bajo el sol.
Invitados de honor.
Anticuerpos en la sangre.
El mundo al revés.
¿Te acuerdas de mí?.
Qué bien te sientan a la cara.
Pobre tía Dorothee.
Una providencia de Drácula.
(No) hay sitio para ataúdes.
En directo y a todo color.
Libre y ligero como un vampiro.
Transmisión por el aroma.
Sigue contándome.
Anna la celosa.
Vaya un dado de la suerte.
Sangrientamente en serio.
Desgraciadamente tienes padres.
Buena vecindad.
Para los vampiros no es ningún problema.
Voces al otro lado.
La solicitud.
El discurso de Anna.
La votación.
Entierros de por medio.
Dale las buenas noches a mamá.
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