XII: Una noche agitada.
Del otro lado de aquella puerta había un largo pasillo, oscuro y de piso blanco. Tomo aire y poniendo la palma de su mano derecha contra la pared de ladrillo, dejando que la áspera textura del material raspara ligeramente aquella parte de su piel, como un viejo hábito, como una pequeña manía que tenía, cada vez que entraba a ese lugar, hacía eso, para recordarle que tenía que aferrarse a la realidad solo por unos minutos, solo el tiempo suficiente para cruzar aquel pasillo oscuro y llegar del otro lado, a aquella luz.
El primer paso era el peor de todos, se sentía como sumergirse en agua, como caer directo al fondo del mar, hundiéndose cada vez más, sintiendo cómo tu cuerpo no podía moverse, como eres más difícil respirar y como intentar hacer algo por salir de aquel lugar, pero sabes que es imposible, justo así, de esa manera se sentía cada vez que ella tenía que pasar por aquel pasillo.
El segundo paso era poco menos complicado, justo era como darte por vencido, dejar que la conciencia se desvanezca y no luchar más contra aquella corriente que te arrastra más hacía el fondo. De esa manera los siguientes paso, eran eso, dejar que aquella marea de angustia y de pocos sentimientos te llevará hacia el fondo, hacia el final.
Y luego, el último paso, era el golpe de la realidad. Era salir de aquella agua que te asfixiaba, pero siendo consciente que cuando terminaras lo que fuera que estabas haciendo, tendría que regresar justo por ahí.
Así se sentía aquel pasillo, como el feroz mar que te deja salir, sabiendo que volverás y se podrá divertir viendo como al final cedes y dejas que la corriente te lleve.
Arodace cruzó finalmente el umbral y del otro lado solamente busco aquel teléfono celular arrumbado al final de ese escritorio que estaba cubierto de papeles, fotografías, un desastre como todo en su vida en general. Marco el único contacto que tenía registrado y espero a que el timbre sonará dos veces, luego colgó y se recargo contra la pared, mirando aquella pizarra, frente suya, repleta de papel, fotografías, hojas rotas, fotocopias, periódicos, lo de siempre.
El silencio duró unos minutos y despues el timbre de aquel celular sonó tres veces, lo tomo y deslizo la pantalla para escuchar a la otra voz. "Mañana a la 5." Eso fue todo y respirando hondo, dio la media vuelta para regresar por el mismo lugar por el que había llegado.
Cada paso que se escuchaba por el enorme y oscuro pasillo era más fuerte que el anterior, el pulso de la pequeña niña escondida dentro del enorme armario de aquel convento, era tan rápido que se podía escuchar hasta el otro lado de la puerta. En voz baja y con las manos juntas, la pequeña rezaba al cielo porque tuviera piedad de ella.
Los pasos ahora eran más secos y fuertes, la niña lloraba con un nudo en la garganta y mordiendo su labio inferior para evitar que algún sonido se fuera a escapar de entre sus labios.
Un golpe estruendoso detuvo el corazón de aquella pequeña, el rechinido de la pesada y vieja puerta abriéndose hizo que de los labios abiertos y secos de la niña se escabullera un pequeño pero claro sollozo,los ojos castaños de la criatura se inundaron por lágrimas amargas y llenas de terror; en un último intento desesperado, ella juntó una vez más la manos y con toda su fe en una plegaria pidió una muerte rápida y sin dolor.
Un silencio macabro se apoderó de toda la escena, las esperanzas de la pequeña regresaron y con un llanto incontrolable y lleno de felicidad agradeció a su Dios. Miró con una sonrisa llena de la pureza de todo niño, entre la oscuridad de aquel rincón que era su escondite, al cielo. Un dolor punzante y amargo acompañado por el sonido de la madera romperse y el de sus propios huesos, obligó a aquella pequeña criatura indefensa a mirar su pecho que se encontraba perforada por una mano enorme y cubierta con el guante de una armadura, la pequeña intentó soltar un último grito de dolor, pero en lugar de eso su garganta emitió un grotesco sonido acompañado por el increíble dolor de los pulmones siendo llenados por la sangre caliente y espesa.
La niña con los pulmones a punto de colapsar y con lágrimas en los ojos intentó mirar el rostro de aquella persona que había terminado con su vida. De sus ojos emanaron una nueva cantidad de lágrimas y por la comisura de sus labios un par de finos hilos de sangre se hicieron presentes, aquel rostro tan familiar y lleno de amabilidad que ella había conocido, ahora estaba poseído por un aura de maldad.
–Innomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.– Murmuró la voz amable y dulce de Arodace con esa sonrisa perfecta. –Descansa Cariño. Ya no hay nada que temer.– La voz de Arodace se perdió entre el silencio.
Arodace abrió los ojos y sintió el corazón darle un vuelco, su respiración estaba entrecortada y sudaba en frío. En su mente sólo se encontraba la imagen de aquella sonrisa amable y llena de dolor que aquella niña le había dado con sus últimas fuerzas, como si se hubiera esforzado por dejar en la memoria de Arodace plantado aquel último gesto.
Salió de las cobijas y puso los pies en el frío suelo, buscado la sensación del choque de temperaturas entre su piel y la de la loza, quería estar segura de que estaba despierta, que aquello había sido una broma pesada de su memoria. Tragó saliva y limpió las gotas de sudor que se deslizaban por su frente para ponerse de pie y salir de su habitación.
Caminó con un nudo en la garganta y sin darse cuenta en qué momento, terminó frente a la puerta de Mstislav, suspiró poniendo su mano sobre el picaporte. El ir a asegurarse de que aquel pequeño rubio estaba bien se había vuelto un raro fetiche cada vez que las memorias de Arodace regresaban para atormentarla, giró la perilla y empujó con suavidad la puerta, no demasiado, lo suficiente para echar un vistazo dentro y encontrarse con un niño rubio durmiendo con tranquilidad en su cómoda cama. El olor a vainilla y dulce llenó las fosas nasales de la chica y guardado ese aroma en su memoria, mientras cerraba la puerta.
Regresó al pasillo y caminó hasta la cocina del apartamento sin detenerse ni una sola vez. Cuando llegó al pequeño lugar se sentó en la barra y miró sus manos, estaban temblando y llenas de un líquido color rojo de dudosa procedencia, Arodace cerró los puños y los ojos con una fuerza enorme intentando borrar aquella imagen de su campo visual.
Cuando los volvió a abrir miró una vez más sus palmas, las cuales encontró limpias pero pálidas, puso ambas manos en su pecho y las presionó una contra la otra mientras cerraba los ojos. Un sollozo lleno de dolor y culpa se escapó de entre sus labios, lágrimas amargas también inundaron sus ojos y se escurrieron por sus mejillas.
Un llanto lleno de dolor y culpa se escuchó por todo el apartamento,apretó los dientes en un intento desesperado por callar aquellos sonidos que le desgarraban el alma. Golpeó con fuerza la barra, hasta el momento en el que un gran dolor invadió todo su puño, miró su mano, estaba sangrando. En el lugar donde había dejado caer su puño un vaso de cristal estaba roto, miró con mayor cuidado su puño y se encontró con una gran variedad de cristales enterrados en su piel, el dolor era grande, pero el nudo en su garganta lo era aún más, pasó la palma de la mano contaría por encima de los cristales y sintió como estos se movían entre su carne y hacían de la herida aún más grande.
La ira cegó la mente de Arodace y esta simplemente lanzó el brazo al aire derribando todo lo que encontró a su paso, el sonido de vidrio rompiéndose y otros tantos objetos cayendo al suelo rompieron el poco control que le quedaba.
–¡Cállate!–Arodace se puso de pie y volvió a dejar caer el puño contra la barra.
–Me ibas a proteger, ¿Cierto?–
–¡Lárgate!–Una nueva punzada de dolor regreso a Arodace a la realidad.
–Yo nunca te olvide.– Aquella voz se perdió entre ecos, dejando el silencio de nuevo invadir el lugar.
–¡Ya no más! Por favor.– Esas últimas palabras rompieron la poca resistencia de Arodace quien se dejó caer de rodillas contra el suelo y cubrió su rostro lleno de lágrimas con sus ensangrentadas manos. –¡Quiero que se detengan! ¡ Solo una noche!– Agonizó mientras sentía el dolor de su mano volviéndose persistente. Temblaba sin control de rodillas en el suelo mirando la sangre seca en sus manos y como la fresca escurría por la herida.
–¡Arodace!– La voz de Vilda se escuchó entre los sollozos de Arodace, Vilda corrió hasta donde estaba la chica temblando y sangrando para quitarle las manos del rostro y mirarlas. –Pero, ¿Qué has hecho?– Murmuró atónita Vilda mientras abrazaba a Arodace que estaba helada. Arodace no dijo nada, solo se dejó rodear por los brazos cálidos de Vilda y se recargó en su hombro mientras lloraba una vez más.
–Ya no puedo con esto Vilda, no lo soportaré una vez más.– La voz quebrada de Arodace dejó sin aliento a Vilda.
–Debes ser fuerte.– Le murmuró mientras se ponía de pie y levantaba el rostro de Arodace. –Escúchame bien, si realmente amas a esos dos niños, debes ser fuerte y cumplir con tu misión.– Le dijo con una voz fría y seria pero con una mirada llena de comprensión.
Maicon se encontraba debajo de sus cobijas en silencio sin decir nada e intentando ignorar los sonidos que venían desde la cocina, a él le aterraba cada vez que Arodace tenía uno de sus ataques, pues nunca sabía de que sería capaz. Vilda alguna vez le había dicho que no era culpa de Arodace, que ella tenía un gran peso encima y que a veces las personas no podías cargar con tanto, pero aun así, a Maicon le aterraba escuchar todo aquello y no sólo por miedo a Arodace sino también por miedo a lo que fuera que provocaba todo aquello en esa chica, ella era simplemente inhumana, no mostraba piedad, miedo, tristeza, de no ser por Mstislav él tal vez jamás hubiera visto una sonrisa en aquel rostro vacío. ¿Qué podía ser aquello que rompía la compostura de una mujer como Arodace? ¿Qué era esa carga tan grande que desgarraba el alma de esa mujer?
Gracias como siempre a la editorial Infinity <3
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top