V: Una historia para dormir...

— Maicon,¿Por qué Ari aún no ha vuelto?— Preguntó un pequeño niño de ojos azules con la mirada triste sentado enfrente del televisor.
— Ya la conoces, siempre está ocupada pero, no tienes de que preocuparte. — Dijo Maicon cuando se sentó junto a Mistisval. — Ella prometió llegar antes de que fuera tu hora de dormir. — Mistisval se removió en el sillón.
— Ya casi es hora.— Le respondió a Maicon.
— Lo se.— Maicon miro de reojo a el niño y luego suspiro. —Ella debe estar haciendo algo muy importante.
— ¿Qué puede ser más importantes que nosotros? — Le replico molesto Mistisval.
— Sabes que no somos sólo nosotros dos, hay muchos más ahí afuera y su deber es cuidar de todos.— Mistisval se cruzó de brazos y giro la cabeza hacía el lado contrario del que estaba Maicon.
Maicon suspiro. — Ella te tiene mucho más cariño a ti que a cualquiera de nosotros Mistisval. Jamás habrá alguien tan importante para ella como lo eres tú.—
— Ari prometió estás aquí para darme las buenas noches.— La voz de Mistislav era débil y casi se escuchaba como un berrinche.
— Y lo hará, nunca rompe sus promesas.
— Pero, ya es tarde.
— Volverá. — Esa ultima palabra salió de la boca de Maicon sin pensarlo, llena de molestia y tajante.
— Pero... yo...— Dijo Mistislav con la cabeza agachada. Maicon se levanto del sillón molesto y estaba apunto de explotar cuando la voz de Mistislav lo interrumpió. — Tengo miedo.— Maicon no pudo evitar mirar a Mistislav de inmediato, el niño tenía el rostro rojo y los ojos llenos de lagrimas.
— Yo... lo siento, no quería... — Maicon suspiro, a veces olvidaba que estaba hablando con un niño y podía llegar a ser cruel con él.
Mistislav se llevo las manos al rostro, cubriendo sus ojos e intentando limpiar torpemente sus lagrimas. Maicon respiro, se hinco frente a Mistislav y le levanto el rostro. Mistislav sólo agacho la mirada avergonzado con los ojos llorosos y lagrimas aun resbalando por sus mejillas.
— Lo siento, en verdad no quería hacerte llorar. Sabes que suelo ser poco delicado con los niños pequeños. — Mistislav lo miró y Maicon le seco las lagrimas con su dedo pulgar. — Sabes que realmente soy muy malo con eso de ser delicado y sutil. — Le dijo Maicon con una media sonrisa y se encogió de hombros. —Por eso es que aún tengo novia, soy un cabeza hueca. —
Mistislav se rió. Maicon lo miró con una sonrisa. — ¿De qué te ries, pequeño demonio? ¿A caso crees que mi soltería es algo divertido? — Le dijo Maicon a Mistislav con un tono sarcástico. El niño sólo se encogió de hombro y le sonrió.
— Ven aquí ya es hora de que te vayas a dormir.— Dijo Maicon mientras se ponía de pie tomaba a Mistislav en sus brazos. A lo que se resistió.
— ¡No! Voy a esperar hasta que Ari me de las buenas noches. — Maicon exhalo frustrado.
— Bien, hagamos algo, te contaré una historia mientras ella vuelve. Si término de contar la historia y tú aún no te duermes dejaré que esperes a Arodace hasta que regrese.
Mistislav acepto emocionado. Ambos se dirigieron hacia un pasillo a su izquierda, que los llevaba hacia las habitaciones. Mstislav corrió hacía un cuarto al final del pasillo, una habitación con la puerta blanca y un par de nubes en la parte superior pintadas con azul. Maicon giró la perilla y abrió la puerta. Al mirar dentro, se podía ver una cama aun lado de la ventana, con una cómoda enfrente, un librero en la pared izquierda, un escritorio debajo de una estantería que tenía un montón de juguetes, peluches y un pequeño radió.
Mstislav se lanzó a la cama y se metió dentro de ella, Maicon tomó la silla que estaba frente al escritorio y la colocó junto a la cama y entonces Maicon comenzó.
Hace mucho tiempo, cuando el mundo comenzaba a entender el orden del nuevo mundo. Existió una mujer que vivían en un pueblo de oriente junto a su única hija. La madre era una buena mujer, todo el pueblo la conocía y respetaba pues era bien sabido que era una buena esposa, una buena madre y una buena creyente de las leyes de Dios.
La hija al igual que la madre era una buena persona a pesar de tener 21 años de edad. Aunque a diferencia de su madre ella no creía en el Dios piadoso del que siempre le hablaban. Un cierto día, la hija de aquélla mujer, salió del pueblo para visitar a la hermana de su madre, quien tendría un hijo y ella ayudaría durante el parto. El viaje duró casi 5 horas debido a la tormenta de arena que aquella tarde hubo.
Al llegar a la casa de la hermana de su madre, cumplió su deber y pasó en el lugar esa noche. A la mañana siguiente mientras la joven ayudaba a la hermana de su madre a bañarse alguien tocó a la puerta, la joven salió a atender y al abrir se encontró con una de las mujeres de su pueblo, quien le dijo que su madre había sido acusada de infidelidad y que esa misma tarde iba a ser juzgada.
La joven con el miedo hecho odio salió en dirección al pueblo. Pidió al esposo de la hermana de su madre un caballo prestado, aquel hombre no se negó en agradecimiento por las atenciones que había recibido. La chica cabalgó sin parar toda la tarde, mientras la frustración y el odio invadían su corazón.
La chica llegó al anochecer al pueblo donde vivía, se dirigió a su hogar y en él encontró a las mujeres mayores del pueblo vestidas de negro y llorando sin consuelo. Les preguntó con el temor en el alma, dónde estaba su madre. Una de las mujeres le dijo que acababan de llevársela, pues le habían encontrado culpable. La chica salió corriendo hacía las afueras del pueblo pero por más que ella corría las vestiduras largas que traía puestas le impedían ir más rápido.
Termino por caer al suelo de rodillas, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas llenas de polvo. La chica miró al cielo y con todo el fervor de su alma le pidió a aquel Dios bueno del que su madre siempre hablaba, le permitiera ver a su madre solo un par de minutos más. Y con un brillo feroz se puso de pie, arrancó una gran parte de sus vestiduras y corrió aún más rápido hacía las afueras del pueblo. Al llegar al lugar se encontró con un círculo de hombres. Se abrió paso entre ellos y miró a su abuelo al frente sostenido una piedra en la mano derecha mientras decía "Que Dios me dé fuerza." Y lanzó la piedra a la mujer frente a él, la chica se abalanzó frente a su madre, la piedra ni siquiera llegó a donde estaba la joven, quien abrazaba a su madre quien estaba enterrada hasta la cintura, con todas sus fuerzas
— Aléjate de ella, esta mujer es impura. Ella me ha engañado durante todos estos años diciéndome que tú eras mi hija, cuando nunca lo fuiste.— Le replico una voz desde las multitud. La chica miró a su madre y esta le respondió con la mirada todas sus dudas. Lo entendió de inmediato y la abrazó con más fuerza mientras pedía a ese Dios , que perdonara a su madre pues ella era una buena mujer.
Miró a su madre y le dijo que la amaba, que no dejaría que nadie le hiciera daño, pero la mujer negó con la cabeza y acarició con suavidad la mejilla de su hija.
—Veté hija, veté. — La chica negó con la cabeza y le repitió una vez que la amaba. — Yo también te amo hija mía, pero ahora, debes irte.— Los hombres a su alrededor la miraban con repudio, al no tener el velo puesto y las piernas descubiertas. Al final dos hombres arrastraron a la chica fuera del círculo de gente mientras que los demás hombre comenzaban a lanzar piedras a su mujer.
La chica con el alma hecha pedazos, miró al cielo y le pidió a ese buen Dios que perdonara a su madre y que a cambio ella haría cualquier cosa.
Los minutos pasaron volando mientras los hombres se dispersaban satisfechos de haber cumplido con su deber , la chica corrió como pudo de regreso a su madre. Quien tenia la cara empapada de sangre y deforme. La mujer con el rostro repleto de dolor, miro a su hija dedicándole su última sonrisa. La joven comenzó a llorar desconsolada y cerro los ojos de su madre.
Maicon se detuvo al escuchar el sonido de la puerta siendo abierta y los pasos firmas de Arodace por el pasillo hasta que llego a la puerta de la habitación de Mistislav.
— Lamento la tardanza. — Dijo Arodace con una sonrisa gentil a ambos chicos.
— No importa. — Le respondió Maicon mientras se paraba de la silla y la regresaba a su lugar. Arodace entro en la habitación y se sentó en la cama junto a Mistislav y miro al niño quien ya estaba dormido. — Parece que esta vez me has ganado.— Se inclino sobre el niño besando su frente y poniéndose de pie.
Maicon se encogió de hombros y dejo la habitación mientras, Arodace cerraba la puerta de la habitación detrás suyo.
— Olvidaste contarle la mejor parte.
— ¿En la qué masacraste tu pueblo? — Le dijo Maicon a Arodace entrando en su habitación y cerrando la puerta. Arodace sonrió y se recargo en la pared del pasillo.
— No los masacré, sólo les mostré lo que era justicia.

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