Capítulo 8
Andrei
El aire de la habitación se siente espeso entre los presentes, como si una blanca neblina se hubiera colocado sobre nosotros desde la llegada de Dimitri segundos atrás. Saint, a regañadientes, salió hacia la cocina para prepararle una taza de café al recién llegado; sin embargo, la tensión que se expande por cada uno de los músculos de su cuerpo delata que preferiría enviar a Dimitri a la mierda. Yo, por mi parte, soy incapaz de apartar los ojos de su figura. Principalmente, por el aura de poder que transmite el hombre.
Estamos sentados uno frente al otro, puedo notar hasta el mínimo detalle de su imagen. Sus marcados pómulos le otorgan gran elegancia y refinamiento; no es una belleza salvaje, pero, sin duda alguna, cualquiera voltearía para mirarlo sin pensarlo dos veces antes, sobre todo, por la seguridad que transmite. Su porte es recto y esbelto; su figura es delgada, no obstante, no es difícil imaginar, a través del traje, que posee músculos en todos los lugares correctos.
Sus intensos ojos azules grisáceos me observan con la misma intensidad evaluadora con que yo le miro a él. La comisura de sus labios se encuentra alzada a modo de sonrisa engreída, satisfecho con toda la situación: con el enojo de Saint y la incomodidad que siento.
Saint, entre las cosas que me comentó, dijo que los Pecados Capitales podían elegir la manera en la que lucían. No puedo evitar pensar que la apariencia y el carácter de Dimitri son la representación ideal para la Soberbia, tan orgulloso y seguro de su control de todo lo que le rodea. La forma en que nos mira, como si fuera él quien estuviera controlando la situación, incluso las palabras que nos dijo al llegar:
«Ustedes son mis piezas, no yo las vuestras». Fue la frase que le dedicó a Saint cuando este intentó reclamar por su falta de presencia en el ataque de los demonios. Y hablando del diablo...
Saint vuelve junto a nosotros dejando una taza de café frente a Dimitri. El exceso de fuerza que emplea para colocar la delicada porcelana sobre la mesa permite entrever el mal humor del demonio de la Avaricia; a pesar de ello, la acción solo incrementa la sonrisa de Dimitri. Como si quisiera protegerme de cualquier peligro, Saint toma asiento a mi lado, pasando su mano sobre el respaldo del sofá en la zona trasera a mis hombros. Parece un lobo salvaje, listo para atacar y destruir el cuello de su enemigo, pero, al mismo tiempo, parece ser retenido por alguna cuerda invisible a mis ojos.
Dimitri tan solo bebe su café y, a medida que pasan los segundos, el silencio de la habitación se vuelve insoportable. Sin poder contenerme más, dejo mi propia taza en la mesa y estallo.
—Muy intrigante y todo, pero este silencio es ridículo; ¿no se supone que iban a hablar?
Dimitri voltea su mirada en mi dirección y su sonrisa se amplía por completo.
—Sabía que tendrías carácter, me gustas mucho, hechicero. —Saint gruñe perceptiblemente y Dimitri suspira, aunque mantiene su aire divertido—, Tranquilo pequeño hermano, no suelo ir detrás de niños pequeños.
Quise abrir la boca para quejarme por el comentario. Sin embargo, volví a cerrar los labios en cuanto comprendí el verdadero significado de las palabras del demonio y sentí mi rostro arder a medida que mis mejillas enrojecían. En edad humana soy un adulto joven, pero, para los Pecados Capitales, no he de ser más que un mocoso. Cada uno de los hombres que me acompaña ha de tener más edad de la que soy capaz de calcular.
Miro con preocupación a Saint, dado que hasta hace solo unos minutos estuvimos manteniendo esta discusión. No obstante, el dorado de sus ojos está lleno de comprensión, posesión e incluso deseo y, por loco que parezca, eso me relaja.
Saint observa a Dimitri y logro percibir desafío en la expresión de su rostro.
—No, a ti no te gustan como Andrei, tu siempre has sido más de guerreros incontrolables, ¿no?
Aunque para mí esas palabras no significaban demasiado, logro notar el brillo de furia en las pupilas de Dimitri; su máscara de diversión resquebrajándose. No le gustó lo dicho por el hombre a mi lado. Ahora mismo, ambos parecen desear arrancarse las cabezas, por lo que decido interceder antes de que la situación empeore.
—Como sea —añado con firmeza—. Dijiste que venías a algo importante —le afirmo a Soberbia—. Saint habló de una guerra, ¿se trata de ello?
Mis palabras provocan que el ceño de Dimitri se frunza nuevamente en dirección a Saint, como realizando un regaño de manera silenciosa por haber hablado de más. Por otro lado, ambos hombres parecen relajados. Como, si en acuerdo silencioso, hubiesen vuelto a un terreno seguro.
—¿Y por qué tendría que importarle eso a un mocoso como tú?
Saint abre la boca y, por el semblante de su rostro es evidente que va a quejarse, pero Dimitri alza su mano haciéndole callar en el acto, evidenciando su poder como líder de los Pecados Capitales. A pesar de que debería sentirme molesto o inquieto, Dimitri no me observa como si me juzgara o menospreciara. Sino que sus ojos se muestran llenos de curiosidad, evaluándome. Es entonces que caigo en cuenta de que, en dependencia de mi respuesta, será mi relación con el hombre que tengo en frente.
—Porque soy parte de ella —respondo sereno, pero decidido—. Porque soy el que se ha visto envuelto en medio de toda una mierda sobrenatural que ni conocía, tan solo porque posea una sangre poderosa que no se ha visto en milenios. Porque, supuestamente, tengo poderes que no soy capaz de comprender y eso me hace valioso, tanto para ellos como para ti. Por esto es que me dirás que está sucediendo.
El cuerpo de Saint se mantiene tenso por la preocupación. Es evidente que no le agrada poseer voz ni voto en la situación. Por otro lado, el Pecado Capital de la Soberbia luce relajado, como si la situación por fin alcanzase el rumbo que debía de poseer desde el comienzo.
—En verdad inteligente. Sabía que no me equivoqué cuando sentí tu despertar hace varios años y envié a Avaricia a vigilarte en el astral.
Esa confesión provoca una enorme sorpresa tanto para mí como para Saint. Este último luce en shock, como si por fin hubiese encontrado respuesta a interrogantes que no lograba entender en estos años.
—¿Tú...tú me sentiste y enviaste a Saint? —pregunté para asegurarme que le había entendido del todo. Siempre pensé que el extraño que aparecía en mis sueños había sido un exquisito producto de mi imaginación y, cuando le conocí, consideré de igual manera que era Saint quien me había buscado.
—También te envié a su editorial hace unos días cuando noté que tu magia ha estado aumentando y que los demonios estaban más cerca de ti.
—¡Espera un segundo! —Me coloco más erguido en mi asiento—. ¿Los dos emails los enviaste tú para reunirme con Saint?
Ahora recuerdo lo sospechoso que me había parecido todo en aquel momento; quizás fuera real eso de que las casualidades no existen.
—Exacto. —Sonríe como si su plan hubiese sido el mejor del mundo, pero por la forma en la que un tic nervioso comienza a aparecer en el ojo del de dorados cabellos, es obvio que no todos están de acuerdo con dicha información. Pero, como si a Dimitri le diese igual, se gira hacia Saint provocándolo—. ¿Ves que sí he estado atento a ustedes? —Realiza una mueca de frustración—. Sin embargo, me decepcionas Avaricia ¿acaso estás perdiendo tus poderes?
—¿Qué insinúas? —Sus dientes rechinan en un vano intento por contener la ira que le corroe. Trato de tomar su mano para que se relaje, pero en el momento justo en que mis dedos rozan su piel debo de retirarlos apresuradamente.
«Quema».
La piel de Saint arde. Mirándolo más detenidamente puedo percibir como el dorado de sus ojos hace erupción, como si sus pupilas estuvieran compuestas de oro derretido. Alrededor de su cuerpo, un aura se manifiesta en tonalidades oscuras. Preocupado por la situación busco la ayuda de Dimitri, pero este último luce complacido por la imagen de ira que Saint se encuentra desprendiendo y, como si fuera el momento justo, abre la boca para pronunciar las palabras que denotan el poco autocontrol del demonio dorado.
—Insinuó que estar tanto tiempo entre los humanos te ha vuelto débil; has tardado en percibir a los demonios, en encontrar al chico. —Sus ojos adquieren un brillo frío y cruel—. Ya ni siquiera reces un demonio primario, luces patético, domesticado; de ti no queda rastro de la sombra de la Avaricia. No sirves, no me eres útil y por eso no vas a trabajar con nosotros. Andrei vendrá y haré que cualquier otro de los Pecados le cuide, vigile y entrene. Incluso Pereza será mejor que tú; se acabó el juego, me llevo al mocoso.
Sin embargo, Dimitri no pudo hablar mucho más. Antes de darme cuenta, y con una velocidad que no había visto en mi vida, Saint se encontraba de pie, agarrando a Soberbia por el cuello del traje y arrojándole contra una pared. Era tanta la fuerza que utilizaba que se formaron diversas grietas en el muro de concreto.
El rostro de Saint había cambiado. Generalmente podía percibirse en él una serenidad envidiable; por el contrario, el hombre que ahora se mostraba ente mi era preso de una ira abismal. El dorado de sus ojos ya no era nada cercano a su tonalidad natural. Logro notar gruesas venas saliendo de sus manos, eran oscuras y se difuminaban en conjunto con la tinta que adorna su piel. De la punta de sus dedos destacan fuertes garras que deshacen en tirones la zona por la que Saint agarra el traje de Dimitri.
Intento acercarme para detener toda la situación, pero me detuve petrificado ante la imagen que se evidenciaba ante mí. El rostro de Saint luce diferente. Dos enormes marcas doradas, en forma de triángulos, salen de la parte inferior y superior de sus ojos; sus pupilas ahora, además de doradas, poseen una fuerte tonalidad carmesí, como la sangre más pura. De los labios que hasta hace unos instantes estaba besando con tanto deseo, emanan unos filosos colmillos.
Aunque aún conserva su forma humana, posee características similares a los demonios y espectros que tantas veces he contemplado en mis sueños, pero no es para menos. Después de todo, el propio Saint me advirtió de ello. Su belleza y buena figura no debe de confundirme, es un demonio.
«Incluso Lucifer, el arcángel más hermoso de la creación, es considerado una fuerza del mal».
Una risa carrasposa y cruel emana de los labios de Saint, dejándome más petrificado de lo que incluso estoy ahora.
—No te equivoques ni un solo segundo Dimitri, soy la puta Avaricia y si hay algo que no permitiré es que me quiten lo que es mío. Me da igual quien seas o que seas el primero, si tocas a Andrei, te mato.
Un fuerte escalofrío recorre mi cuerpo al escuchar esas palabras. La parte sensata de mi cabeza grita que salga corriendo de este sitio, coloca banderas rojas en cada uno de los rincones que rodean a los dos hombres; ese pequeño susurro me grita que si fuera inteligente huiría sin mirar atrás. No obstante, una sensación exquisita se extiende por todo mi cuerpo y me hace ignorar esas palabras. Solo hay una verdad: me encanta verlo en ese modo posesivo.
—No te atreverías Saint.
Le retó Dimitri y el rubio agudiza su agarre.
—Ponme a prueba, pero jamás olvides que yo también fui uno de los primeros nacidos y que, cuando quiero algo, soy capaz de ocasionar mucho caos por ello. Y quiero a Andrei para mí. Te aconsejo que no pongas tus manos en él.
Parecía que la pelea continuaría, pero, para sorpresa de todos, Dimitri sonrío. Esta vez soltando una carcajada realmente divertida; incluso Saint parece desconcertado.
—Me alegra saber que no te has puesto ni un poco blando a pesar de los años pequeño hermano; te necesito con este carácter para que entrenes al hechicero.
Las palabras parecen dejar a Saint en un estado de shock momentáneo, esto provoca que cuando Dimitri le empuja pueda soltarse sin problema de sus manos. Poco a poco, la forma de Saint retorna a la humana y me apresuro a llegar a su lado. En cuanto estoy cerca de su figura, el demonio dorado rodea mi cintura para apegarme a su cuerpo, como si quisiera asegurarse que, en verdad, no van a apartarme de él.
Al mismo tiempo, Dimitri camina al butacón en el que estaba sentado y, tomando un oscuro maletín de negocios, saca un viejo libro forrado de con extraños símbolos en su portada.
—Primero que nada, me debes una camisa. —Señala su ropa rasgada por las garras de Saint—. Segundo, este es el grimorio del último hechicero astral hace ochocientos años, Andrei tendrá que estudiarlo y tú. —Se centra en mi acompañante—. Te asegurarás de que esté preparado.
—¿Preparado para qué? —interrogo con curiosidad, volviendo a encontrar mi voz. Esto provoca que los dos demonios de la habitación se miren, como si tuvieran una conversación silenciosa de la que no formo parte.
Saint niega con la cabeza de repente y, cuando abre sus labios para decirme algo que quizás vuelva a crear una nueva discusión entre ellos, mi móvil comienza a sonar. A medida que la música del tono se propaga por la estancia, me alejo de Saint para acercarme al sofá donde había dejado tirado el aparato. Mis ojos se abren de par en par al ver el número registrado y no puedo contener mi alegría y alivio.
—Es Tristán, necesito saber que está bien. —Voy a responder, pero Dimitri se adelanta.
—Ve a hablar afuera.
Una nueva conversación silenciosa se instala entre los dos hombres y al final Saint parece perder porque solo suspira.
—No tienes peligro fuera Andrei, la cabaña está protegida varias millas a la redonda, los demonios no podrán atacarte, solo mis hermanos pueden acceder al terreno.
Asiento. La verdad es que lo agradezco, de esa manera puedo tener unos minutos de privacidad para saber sobre la situación de Tristán y poderme consolar un poco con él. Por lo que, antes de que se caiga la llamada, salgo de la cabaña sin percatarme del toda de la enorme tensión y el grave problema que dejaba a mis espaldas.
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